Irresistible Error. [+18] ✔(P...

By KayurkaRhea

75.9M 3.6M 13.6M

《C O M P L E T A》 ‹‹Había algo extraño, atrayente y oscuramente fascinante en él›› s. Amor: locura temporal c... More

Irresistible Error
ADVERTENCIA
Capítulo 1: La vie en rose.
Capítulo 2: La calma antes de la tormenta.
Capítulo 3: In vino veritas.
Capítulo 4: Rudo despertar.
Capítulo 5: El placer de recordar.
Capítulo 6: Podría ser rabia.
Capítulo 7: La manzana del Edén.
Capítulo 8: Mejor olvidarlo.
Capítulo 9: Tiempos desesperados, medidas desesperadas.
Capítulo 10: Damisela en apuros.
Capítulo 11: Bona fide.
Capítulo 12: El arte de la diplomacia.
Capítulo 13: Leah, eres un desastre.
Capítulo 14: Tregua.
Capítulo 15: Provocaciones.
Capítulo 16: Tentadoras apuestas.
Capítulo 17: Problemas sobre ruedas.
Capítulo 18: Consumado.
Capítulo 19: Conflictos.
Capítulo 20: Oops, lo hicimos de nuevo.
Capítulo 21: Cartas sobre la mesa.
Capítulo 22: Efímero paraíso.
Capítulo 23: Descubrimientos.
Capítulo 24: Compromiso.
Capítulo 25: El fruto de la discordia.
Capítulo 26: Celos.
Capítulo 27: Perfectamente erróneo.
Capítulo 28: Salto al vacío.
Capítulo 29: Negocios.
Capítulo 30: Juegos sucios.
Capítulo 31: Limbo.
Capítulo 32: Rostros.
Capítulo 33: Izquierda.
Capítulo 34: Bomba de tiempo.
Capítulo 35: ¿Nuevo aliado?
Capítulo 36: El traidor.
Capítulo 37: La indiscreción.
Capítulo 38: Los McCartney.
Capítulo 39: Los Colbourn.
Capítulo 40: Los Pembroke.
Capítulo 41: Mentiras sobrias, verdades ebrias.
Capítulo 42: El detonante.
Capítulo 43: Emboscada.
Capítulo 44: Revelaciones.
Capítulo 45: La dulce verdad.
Capítulo 46: El error.
Capítulo 47: Guerra fría.
Capítulo 48: Cautiva.
Capítulo 49: Aislada.
Capítulo 50: Puntos ciegos.
Capítulo 51: La lección.
Capítulo 52: Troya.
Capítulo 54: Caída en picada.
Capítulo 55: Cicatrices.
Capítulo 56: Retrouvaille.
Capítulo 57: Muros.
Especial de Halloween
Capítulo 58: Punto de quiebre.
Capítulo 59: Resiliencia.
Capítulo 60: Reparar lo irreparable.
Epílogo
AGRADECIMIENTOS
EXTRA: La elección de Alexander.
EXTRA: Vegas, darling.
EXTRA: Solo para tus ojos.
ESPECIAL 1 MILLÓN: El tres de la suerte.
EXTRA: El regalo de Leah.
EXTRA: El balance de lo imperfecto.
Extra: Marcas de guerra.
ESPECIAL 2 MILLONES: Waking up in Vegas.
ESPECIAL 3 MILLONES: The burning [Parte 1]
ESPECIAL 3 MILLONES: The burning [Parte 2]
ESPECIAL 4 MILLONES: Entonces fuimos 4. [Parte 1]
ESPECIAL 4 MILLONES: Entonces fuimos 4 [Parte 2]
ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 1]
ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 2]
ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 3]
LOS VOTOS DE ALEXANDER
COMUNICADO IMPORTANTE
Especial de San Valentín
Especial: Nuestra izquierda.
Especial: Regresar a Bali
¡IMPORTANTE! Favor de leer.

Capítulo 53: Deudas pagadas.

610K 35.4K 98.3K
By KayurkaRhea

Alexander

Enarqué una ceja cuando los encontré a los tres hablando en el porche de la casa; sus espaldas recibiéndome y sus manos moviéndose rápido para gesticular e intervenir en cualquier cosa que estuviesen discutiendo.

—Llegas temprano—saludó Bastian cuando se percató de mi presencia.

Erik y Leo se giraron para mirarme, sin emitir palabra.

—Ustedes llegaron más temprano—recalqué mordaz lo obvio.

Bastian esbozó el amargo de una sonrisa.

—¿No deberías estar recuperándote en casa, custodiado por tu esposa?—pregunté curioso.— Pensé que Malika se tomaría más enserio su papel de policía.

—Se lo toma enserio. Logré escapar sólo para hacer esto—dijo con un atisbo de solemnidad.— Después creo que permaneceré en confinamiento absoluto.

—Eso espero—acotó Erik—, parecía muy preocupada en el hospital.

Soltó una risita.

—Se acostumbrará.

—Espero que no—lo contradije hosco por el tonto comentario, y me miró con un toque de diversión.— Terminemos con esto de una vez.

Di un paso hacia adelante, antes de que Leo colocara una mano enfrente para detener mi andar. Sus facciones de piedra y la postura tensa.

Tuve que resistir el impulso de empujarlo para hacerlo a un lado.

El hechizo de la tregua que habíamos alcanzado se iría a la mierda si no me daba una buena razón para impedirme el paso.

Me sentía tenso y volátil.

La noche de ayer no había ayudado a ventilar los sentimientos abrasivos que me carcomían como un animalillo voraz y persistente. Al contrario, había significado todo un reto el mantenerme colectado el tiempo suficiente para lucir lo más normal posible durante el desarrollo de la exposición.

La galería había estado atestada, y si hubiese sido otro momento, en otra situación distinta, quizás la presencia de tanta gente habría resultado halagadora, estimulante, y no un grano en el culo.

Incluso mi manager, y quien era también el asesor de relaciones públicas de mamá, abrió una botella de champagne al final para celebrar el éxito de la exposición y el porcentaje de ganancias que había generado. Habría sido un buen gesto de no ser porque ya estaba saliendo del edificio antes de que sirviera la primera copa.

Ese no era el lugar donde debía estar. Había desperdiciado demasiado tiempo en el insulso evento, y ahora estaba de mal humor.

—Un segundo—la seca voz de Leo me trajo de vuelta.— Primero necesitamos dejar claras algunas cosas antes de...

—Habla de una vez—lo interrumpí ofuscado por tanto formalismo innecesario y sus orbes relampaguearon con fastidio.— Sabes que estamos perdiendo el tiempo parados aquí, ¿no?

—Lo sé—se mantuvo firme en su postura.—Pero también sé que es fácil que te dejes llevar por tu implicación personal en...

—Tú también tienes una implicación personal—remarqué, hastiado.— Pero yo no gasté mi aliento en darte consejos cuando tuviste tu oport...

—Sólo queremos estar seguros de que te controlarás lo suficiente—habló Bastian entonces.— No puedes permitir que pase lo mismo que...

—El imbécil secuestra a Leah, la tortura por días, casi muere por su culpa, posiblemente hizo cosas de las que no tenemos ni puta idea, ¿y tú me pides que sea profesional?—cuestioné incrédulo—¿No quieres que le bese las manos también?

Leo se crispó al escuchar la lista de atrocidades.

—Alex...

—No, haré lo que me venga en gana—repliqué moviendo los dedos, que hormigueaban ansiosos a mi costado. Flexionarlos aún era doloroso, y las heridas seguían tiernas, pero no importaba en lo más mínimo.

—No, no lo harás.

Clavé mis ojos en los de Leo, escrutándolo.

—En caso de que no lo hayas notado, no eres mi jefe, o mi padre, o nada remotamente parecido, así que no sé porqué debería obedecerte.

Inspiró por la nariz.

—Ya lo sé, pero no quie...

—Es porque lo necesitamos—musitó Erik a mi espalda y me giré hacia él. Su rostro estaba compungido en una mueca extraña, conflictiva.— Quiero hablar con él primero.

No pude disimular la sorpresa.

—¿Para qué? ¿Para escuchar más mentiras?

—Necesito hacerlo—sus ojos tenían un color muy claro cuando alzó la cabeza, con el sol de la tarde pegándole justo en la cara.— Quiero hablar con él.

—¿Y tú apruebas esto?—cuestioné a su padre para obtener un poco de claridad y apoyo en la nueva estupidez que estaba a punto de cometer su hijo.

—Es su decisión.

Lancé un quejido de incredulidad por lo absurdo que resultaba todo y fijé mi vista en un viejo árbol que estaba frente a nosotros para mantenerme templado.

—Bien, como sea.

—Nada ilegal—pidió Bastian y pareció sopesarlo mejor—, aún.

—Haré lo mejor que pueda. No puedo prometerte nada, lo más probable es que pierda los estribos otra vez.

—Lo sé, pero hay algunas cosas que debemos resolver antes—informó sereno y asentí con el cuello rígido, entrando a la casa junto a los demás.

¥

El segundo en el que puse un pie dentro de la vieja sala, la atmósfera caló hasta mis huesos, provocando que algo se retorciera en mi estómago. Era imponente e inquietante, como entrar en una habitación donde sabías que estaba la muerte. Había un tenue aroma masculino llenando el aire, combinado con el hedor a sudor, sangre coagulada y miedo.

Tuve que contener la bilis que subía por mi garganta.

Siempre era difícil entrar ahí sin volver el estómago, sin que las retorcidas imágenes que maquinaba mi mente me asaltaran para crear una historia turbia de lo que pudo haber vivido Leah en ese horrendo lugar.

La mente era un arma peligrosa; mucho más cuando se volvía contra uno mismo.

Escaneé el resto del vestíbulo, hasta que fijé mis ojos en la mancha oscura que teñía la alfombra en una esquina, salpicando la pared y uno de los muebles. Esa era la fuente de la que manaba la mayoría del fétido olor.

La sangre de Dominik.

Le había faltado poco para escapar.

Controlarlo fue casi imposible. Los hombres que Leo contrató para mantenerlos vigilados—y controlados— enfrentaron toda una odisea con él, que sabía justamente cómo, cuándo y dónde golpear para dejarte fuera de combate.

Derribó a tres de ellos, y llegó tan lejos como este vestíbulo, antes de que alguno le volara los sesos. Habían limpiado los restos, pero la sangre que sobre la raída alfombra no se iría, ni tampoco la del mueble o las paredes.

Forcé a mis piernas a caminar cuando noté que Bastian me esperaba al pie de las escaleras que llevaban al sótano. Anduve hasta él aún abstraído en mis pensamientos, en la erosiva cólera que llameaba en mi interior.

Me molestaba que alguien más me quitara la oportunidad de matarlo yo mismo, así que tendría que conformarme con Louis; aunque no estaba seguro de que aquello lograra apaciguarme, o saciarme en lo más mínimo.

Me hice un camino por el angosto pasadizo que terminaba en la minúscula estancia del sótano, mis ojos clavándose automáticamente en el cuerpo que permanecía sentado y atado contra la pared contraria.

Fue la falta total de remordimiento en lo que quedaba de la cara de Louis lo que hizo a mi pulso resonar en mis oídos, mi cuello tan tenso como una cuerda, con las venas seguramente notorias en él.

Podía sentir la sangre hirviendo en mi cuerpo, la ira corriendo como un torrente dentro de mis venas.

Louis lucía apacible y sereno, casi aburrido con nuestra presencia, aunque era difícil descifrar sus emociones por lo poco que le quedaba de rostro.

Era como si un camión le hubiera pasado por encima: su cara era una bola amorfa e hinchada, con sus facciones apenas distinguibles, tenía un ojo amoratado que no podía abrir y el más sano estaba a nada de dejar de serlo. No había forma alguna en su nariz, y silbaba de dolor cada que vez respiraba, posiblemente por alguna de las costillas que le había roto.

Su cara era un maravilloso mosaico de verde, azul, morado, amarillo y rojo, coronado con múltiples abolladuras y violentas deformidades en su cuerpo que yo había creado.

Continué observándolo con sádica fascinación, reparando en su ropa hecha jirones, en el largo corte extendiéndose por su abdomen, tomando un buen tajo de él con un extraño color adornándolo. Esperaba que estuviera a nada de sufrir un choque séptico.

Una de sus piernas se torcía en un ángulo antinatural y doloroso. Su brazo izquierdo tenía una pinta similar, como si se lo hubiesen dislocado para después acomodarlo incorrectamente. Ésa había sido obra de Leo.

Después de días de constantes y brutales golpizas propinadas por mí y por Leo, su cuerpo había terminado por ceder, había dejado de sanar, y faltaba poco para que dejara de responder.

Estaba fracturado, roto; la patética imagen de un semi humano cuyo cuerpo nunca volvería a funcionar correctamente. Sabía que la falta de agua y comida aceleraba el proceso, y que su mente terminaría por quebrarse en cualquier momento también.

Bien.

Era mi arte, y Louis era mi obra maestra.

Aun así, no pararía, no lo haría hasta que le doliera respirar, hasta que cada suspiro representara un martirio.

—Vaya, volvieron pronto—su ronca voz saliendo con dificultad a través de los labios reventados—¿Me extrañaban?

Leo se puso en cuclillas frente a él acompañado de Bastian, quien permaneció de pie a su lado y le tendió a su amigo una carpeta oscura de plástico duro.

—Firma esto—ordenó Leo impertérrito, tendiéndole un bolígrafo.

—¿No querrás que te la chupe también, verdad?—dijo mordaz, aunque las palabras salieron con apresuradas.

—No voy a repetírtelo. Vas a firmarlo y ya está.

—¿O qué?—lo retó—¿Amenazarás con matarme? Porque creo que eso se...—gruñó y apretó los dientes cuando tuvo que inspirar por aire para seguir hablando.—Jódete, Leo. Ya estoy muerto igual, ¿por qué tendría que acceder a tus demandas?

—Porque te romperé los putos dedos de la mano uno a uno si no lo haces.

—¿Los mismos dedos que quieres que te meta en el culo?—rio como si su propio comentario le resultara hilarante, antes de detenerse con un quejido de dolor.

Leo suspiró con fuerza.

—Traté de hacer esto por la forma civilizada—alzó la vista hacia Bastian, que puso una mano al frente para tranquilizarlo.

—Louis, te recomiendo que firmes.

—Puedo firmarte el culo, si quieres.

Leo agachó la cabeza, antes de tomar una de las manos esposadas de Louis frente a su estómago y romper un dedo con la misma facilidad con la que rompías una varita de madera.

El sonido del hueso quebrándose fue música para mis oídos, y el aullido que emitió Louis al segundo siguiente sólo sirvió para volverlo más satisfactorio.

Bastian cerró los ojos y giró el rostro para no contemplar la escena. Yo por otro lado, estaba regodeándome.

—Firma.

Intentó tomar aire para resistir el dolor, antes de que la costilla rota se encajara en su pulmón cuando inhaló, arrancándole otro gruñido. Compungió su horrible cara en una mueca antes de soltar una risita.

—¿Para qué mierda quieres esta casa? Tienes mucho más dinero que esto.

—Es para saldar tus deudas—respondí tomando un paso más cerca y pareció percatarse de mi presencia por primera vez.—Se la entregarás a Fejzo.

—No lo creo. Con suerte te matará si...

Soltó un alarido cuando Leo quebró otro dedo.

—Hijo de puta—susurró con voz tensa, cerrando los ojos y doblándose para tolerar el dolor.

Tic, toc, Louis—lo presionó en tono burlón.— Estoy perdiendo la paciencia.

Tomó aire, su cara pálida con el sudor corriéndole por las sienes mientras luchaba contra las implacables sensaciones.

—Seguiré quebrándote los dedos hasta que firmes.

—Louis, sólo hazlo—pidió Bastian con tono frío.— Es lo mejor que puedes hacer, hazlo y se detendrá.

El aludido soltó una risa seca que sonó como uñas contra una pizarra.

—Rompe todos los huesos que quieras, van a recuperarse tarde o temprano. Voy a recuperarme, justo como la primera vez, ¿pero sabes quiénes nunca van a recuperarse? Yo quebré a la puta que haces llamar tu esposa, y quebré a tu hija—elevó una comisura de la boca que no estaba reventada en un patético intento de sonrisa que resultó grotesco—¿Cómo se recuperarán ellas?

Había bloqueado la conversación la conversación hasta ese momento en un pobre intento por mantenerme colectado, y me había sentido bien de lograrlo, hasta que lo escuché mencionarla.

La cólera se avivó como el ojo de una hoguera. Caminé hacia él para partirle el cráneo, pero Bastian me lo impidió con su cuerpo. Estaba por hacerlo a un lado cuando el sonido de más huesos quebrándose combinados con los gañidos de dolor de Louis rasgaron el aire.

Fue tan perturbador que me hizo estremecer.

—¡JODER!—maldijo entre dientes, respirando con más dificultad, su frente y sus sienes llenas de sudor.

—No voy a repetírtelo—el tono de Leo fue bajo pero inquietante.

Parecía una advertencia que escondía la promesa de algo mucho peor.

Se mordió el labio inferior para contener el grito y con una mano temblorosa, la que aún no había sido destrozada, tomó el bolígrafo que Leo le tendía.

El silencio reinó en el lugar mientras terminaba de colocar su firma sobre el pie de todas las hojas con pulso trémulo y desprolijo, como un niño que aprendía apenas a sostener un lápiz.

Alzó los ojos hacia mí cuando terminó, curioso.

—Has estado muy callado, chico. ¿Fue por algo que hice?—inquirió el imbécil con inocencia y mis manos hormiguearon con mayor insistencia para comenzar con mi nueva actividad favorita.

Inhalé y conté hasta un millón para no romperle el cuello.

—¿Podemos comenzar ya?

Leo se puso en pie y le entregó la carpeta con la documentación a Bastian, que la recibió con gesto solemne.

—No. Erik quiere hablar con él.

Louis enarcó lo que quedaba de sus cejas.

—No lo puedo creer. ¿Tu vástago me prefiere a mi? Esto es un giro interesante.

Le dedicó una ojeada de muerte para después emprender su camino hacia la puerta, mientras yo me preparaba para hacer una nueva combinación de colores en su cara.

—¿Te vas tan rápido?—la voz de Louis lo hizo detenerse y girar su cuello para mirarlo sobre su hombro.—Pensé que te quedarías para hablar de Leah más...íntimamente.

—Cierra la puta boca—ladré costándome horrores el contenerme, colocándome frente a él.— No puedes siquiera decir su nombre.

Estiró el cuello con dificultad para mirarme.

—¿Y quién eres tú para prohibírmelo?

Estaba por patearlo en la cara cuando Erik habló.

—¿Ya han terminado?

Moví la mandíbula, iracundo y reparé en el hermano de Leah.

—Tienes cinco minutos, McCartney.

Me dispuse a ir hasta los otros dos y salir juntos del lugar. Entonces la voz de Erik volvió a escucharse.

—De hecho preferiría que te quedaras.

Lo miré curioso e hice una interrogante muda hacia su padre, que parecía tan desconcertado como yo por la petición.

—¿Para qué?

—Qué conmovedor. No sabía que necesitaras de una niñera—se burló Louis.

—Para que lo sostengas mientras le parto la cara, en caso de que sea necesario—gruñó.

Leo asintió luego de un momento y salió junto a Bastian del desvencijado lugar.

Erik tomó una vieja caja, la puso frente a Louis y se sentó sobre ella. Yo permanecí unos metros más allá para no invadir demasiado una conversación que parecía tan íntima. Recargué mi cuerpo en la pared contraria y me crucé de brazos, contando con impaciencia cada segundo de esos cinco minutos.

Permanecieron en silencio por largo tiempo, con la elaborada respiración de Louis como la única muestra de que había alguien más ahí.

—Creo que sabes la respuesta tanto como yo—lo abordó primero su supuesto hijo.

—¿De qué mierda hablas, chico?—seguía frunciendo el ceño como una clara muestra del dolor lacerante que seguramente invadía cada uno de los nervios de su cuerpo.

—Que soy tu hijo. Nos parecemos mucho, físicamente.

Louis resopló.

—Qué mala suerte la tuya, en ese caso.

No pude ver la cara de Erik porque su espalda me enfrentaba, pero debió ser una que obligó a Louis a seguir hablando.

—¿Qué esperabas? ¿Que te recibiera con los brazos abiertos y te diera palmadas en la espalda? ¿Que me sintiera orgulloso de que fueras mi hijo?—emitió un sonido mordaz.— No seas iluso. Tú no eres mi hijo. Eres sólo el producto que una prostituta tuvo con un hijo de puta, ya está.

Erik movió los músculos de su espalda, que estaba tan tensa como un cable.

—¿Por qué la violaste?

—No la violé. No puedes violar a una prostituta. Ella lo quería de la misma forma que quiso a todos los otros hombres que tuvo dentro de ese coño.

Fruncí el ceño por la estupidez en sus palabras.

—Fue violación. Ella no te quería, nunca te quiso. ¿Por qué nos mentiste?—el dolor era notorio en su voz.

—Por diversión. Fue muy sencillo ponerlos en contra de su padre, tanto que no resultó tan entretenido como esperé.

El hermano de Leah soltó un quejido de desconcierto. Sabía que estaba luchando por mantenerse estable y soportar el resto de la conversación, pero no era sencillo.

No era para nada sencillo.

—¿Sentiste algo por ella en algún momento? ¿Por mí?

Louis movió su ojo apenas abierto para analizarlo con toque clínico, de la misma forma que evaluabas las muestras en un laboratorio.

—Sentí pena por ti cuando noté lo mucho que nos parecíamos, y sí, tu madre sí me hizo sentir algo—Erik alzó la cabeza, quizás porque aún guardaba la esperanza de encontrar algo bueno en su progenitor—: placer cada vez que le reventaba el coño—extendió una sonrisa ladina—, y satisfacción cuando la arruiné, cuando se dio cuenta de que cargaría el resto de su vida con algo mío.

Su hijo agachó la cabeza hasta colocarla en entre sus manos y me vi tentado a ir hasta ellos para terminar de una vez esa absurda conversación, que no los llevaba a ningún lado, y sólo le concedía armas a Louis para destruirlo de una forma diferente con cada respuesta.

—No era nada personal al principio—comenzó a explicar Louis, disipando mi pensamiento.— Era sólo una chica más que quería cogerme, como muchas otras. Nadie en la facultad me decía que no, ¿cómo podrían, si yo era el hijo del director?—soltó una risa seca.—Todas esas zorras querían algo: una plaza, una recomendación, posición social...todas abrían sus piernas buscando algo de mí, y aun así, Alison siempre se negó a estar conmigo. Cada. Vez. La perra frígida. Se creía tan superior, como si realmente fuese mejor que yo.

Se mantuvo en silencio un momento, no supe si para recuperar aire o porque hablar le generaba dolor.

—Pensé que meterme entre las piernas de una estudiante ejemplar era un buen reto para matar el tiempo. Lo intenté todo, y siempre se negó, porque se creía tan digna, tan inmaculada. Eso sólo me hizo enojar más, hasta que descubrí su sucio secretito—soltó otra risa, esa vez con humor irónico.— Era una puta. ¿Puedes creerlo? Una puta que se había negado a acostarse conmigo. No sabes lo satisfactorio que fue cuando le reventé el culo por fin.

—¡LA VIOLASTE, PEDAZO DE MIERDA!—gritó Erik incorporándose, la voz quebrada y sus brazos temblando.

El ojo de Louis brilló con diversión.

—De nuevo, no lo hice. Es una puta.  Lo disfrutó, enserio.

—¡No te creo una mierda!

—Ese no es mi problema—hizo una pausa arrugando los labios con incomodidad—. Te pareces a mí, ¿sabes? Mucho más cuando pierdes el control.

—No soy una escoria como tú.

Elevó las comisuras en un rictus.

—No, no lo eres, porque tuviste suerte. Tuviste suerte de que el perro guardián de tu madre la aceptara con todo y el vástago de otro. Tuviste suerte de que Leo te criara, porque de haberlo hecho yo, de haberte criado entre una puta y yo, no estarías aquí, chico. Posiblemente estarías muerto de una sobredosis o por una paliza mía.

—Eres un jodido monstruo. ¿Cómo carajo puedes vivir así?

—No soy un monstruo, soy sólo una persona que vela por sus intereses.

—Vaya manera de hacerlo, hijo de puta.

Louis clavó su ojo en él.

—Es lo que pasa cuando tienes que arreglártelas por ti mismo, cuando tienes que encontrar tus propios medios. Quizás nunca sepas lo que es eso, pero yo no me sentiría tan superior si fuera tú. Eres el hijo de una mierda y una prostituta. No lo olvides.

—No soy tu hijo.

El comentario pareció divertirlo.

—¿Ahora no lo eres?

—Nunca lo fui. Puedes irte al infierno por mí, Louis Balfour.

Sonrió con malicia en un gesto espeluznante.

—Eso es algo que yo diría.

—No, eso es algo que cualquier persona cuerda diría al conocerte.

Le dio la espalda y comenzó a andar sin mirar atrás. Toqué el hombro de Erik cuando llegó al pie de las escaleras.

—¿Estás bien?

Estaba lívido, su semblante descompuesto con la angustia y aflicción de alguien que acababa de conocer sus orígenes, la historia tras su concepción.

Parecía a punto de volver el estómago.

Inspiró y asintió lentamente.

—Necesito aire.

Subió las escaleras y salió disparado hacia el recibidor.

Era increíble el poder de destrucción que Louis tenía sobre esa familia, e incluso la magnitud de sus alcances, que iban mucho más allá; la contundencia de los daños colaterales que generaba en reacción.

Me acerqué a él aún perturbado por lo que acababa de escuchar, sintiéndome como un soplón que no debía haberlo sabido. Una verdad que era sólo de Erik para cargar, procesar y aceptar.

Quizás no quería cargar con algo así solo, y por eso prefirió compartirlo.

Podía ser.

—Así está mucho mejor—musité felizmente doblando las mangas de mi camisa mientras agotaba la distancia entre los dos—. Podemos comenzar el espectáculo ahora sin interrupciones.

—Te ves tenso, príncipe—se mofó, un siseo de dolor brotando de su garganta cuando intentó moverse—¿Y cómo está Le...?

—¡Cállate!—proyecté mi puño estrellándolo en su mandíbula, creando un sonido sordo.— Te dije que no podías decir su nombre.

Louis no perdió el destello de diversión en sus orbes a pesar del dolor, así que asesté otro golpe más, y otro, y otro más.

Aumenté el ritmo de los impactos rápidamente, hasta convertirse en un atizar frenético, desquiciado y brutal. Quería desaparecer su cara, mezclar todas sus facciones hasta que no quedara nada del rostro que sabía la atormentaría de por vida.

Moría por arrancarle la cabeza con mis propias manos y entregársela en una bandeja de plata, sólo para que estuviera segura de que él jamás le haría daño de nuevo.

Los sonidos rebotaban en la pequeña habitación, combinados con mis jadeos y los gruñidos de Louis.

Seguí evaluando su mirada, masacrándolo hasta hacer el desafiante escudo en sus ojos desaparecer. Quería ver el miedo.

Algo cedió bajo mis nudillos, y caí en cuenta de que era el pómulo, que se había roto. Su cara sumiéndose de forma antinatural.

Lanzó un sonido ahogado y escupió sangre. Algunas gotas alcanzaron mi barbilla, mis brazos y mi camisa. Había dolor en su mirada, pero no miedo o remordimiento, así que seguiría hasta verlo reflejado ahí, hasta que me suplicara que parara.

Planté un golpe en su abdomen, ahí donde se extendía el corte y el grito se convirtió en un alarido que seguramente oirían los vecinos. Cayó de lado, lanzó otro quejido y escupió más sangre.

Hice presión con mi pie sobre sus dedos rotos, arrancándole otro grito ahogado. Luchaba por resistir el dolor, por respirar y por no ahogarse con su sangre.

Pateé de nuevo su abdomen y observé otra costilla salir de su lugar, clavándose en su piel y apuñalándolo desde dentro.

Había un atisbo de miedo, pero no era suficiente, no era suficiente.

Le asesté otro golpe más, hasta que alguien me detuvo al momento de intentar plantar el segundo. Era Leo, que hacía un esfuerzo descomunal para contenerme.

—¡Para!—me empujó con toda su fuerza para alejarme y ganar un poco de distancia.

—¡Haré lo que...!

—¡Alto, ya basta!—vociferó, colocándose frente a él para protegerlo.— Fue suficiente, Alex. Vas a matarlo.

Erik se apresuró a levantarlo y sentarlo de nuevo en el mismo lugar, arrancándole otro gañido lastimoso por el martirio que representaba moverse.

—¡Quiero matarlo!

—¡No puedes! ¡No te lo permito! ¡Para ya!

—¡Me importa una mierda si me lo permites o no!—rugí arremetiendo contra él y topándome con su fuerza.

Logró alejarme otra vez y paré en seco cuando observé la sonrisa deforme de Louis.

—¿Es todo lo que tienes, chico?—su voz surgió áspera, extraña.— Hasta tu esposa peleó mejor cuando me la follé.

—Alex—susurró Leo de forma tentativa con las manos al frente, y quizás mi cara se había contorsionado en una mueca de aversión pura, porque parecía preparado para lo peor.

—Leah McCartney es lo mejor que mi polla haya tenido la dicha de penetrar—siguió, relamiéndose los demacrados labios.— Estoy seguro de que me la cogí mejor que tú. Ella es...simplemente irresistible.

—Sólo está provocándote. No lo escuches.

Fue entonces cuando el ápice de autocontrol que había logrado conseguir se fue a la mierda. Algo hizo clic en mi cerebro, incinerando cualquier resquicio de racionalidad y tiñéndolo todo de rojo a su paso.

Leo se interpuso e intentó detenerme, pero estaba tan decidido a matarlo que ni siquiera él pudo lograrlo. Lo empujé con violencia hasta quitarlo del camino, ocasionando que perdiera el equilibrio y cayera en el suelo, impulsado por el odio abrasivo que me corroía desde dentro.

—¡Erik!

Cuando estaba a punto de llegar, justo cuando me disponía a sacarle los putos ojos, Erik coló sus brazos entre los míos, inmovilizándome y forcejeando conmigo para impedirme avanzar, luchando horrores para lograrlo.

—¡SUÉLTAME! ¡VOY A MATARTE HIJO DE PUTA, VOY A MATARTE!

—¡YA BASTA!

Louis me miró sin que su semblante de satisfacción mutara.

Bastian acudió al segundo para auxiliar al hermano de Leah y mantuvo mi brazo izquierdo cautivo con esfuerzo.

Forcejeé y luché por liberarme; la ira rugiendo igual que un animal en mis entrañas, pero estaban decididos a no dejarme ir.

—Esta no es la manera—Leo se posó frente a mí y me tomó de la nuca para obligarme a mirarlo.— Escúchame. Está intentando que lo mates para no sentir más dolor. No lo hagas. No. Lo. Hagas.

—¡ÉL LA VIOLÓ!

—Estos no son mis planes para él. Basta. Necesitas controlarte.

—Espero que me recuerdes cada vez que la folles. Ella seguramente no me olvidará—habló con petulancia.

—¡JÓDETE, HIJO DE PUTA!—vociferé, forcejeando de nuevo—¡Espero que te pudras aquí!

—¡Y yo espero que la verdad esté destruyéndote!

Gruñí desesperado por ponerle las manos encima. A la mierda los planes de Leo; tenía que matarlo.

—¡DIJE QUE PARES!—rugió él con una mirada mortal en la cara.— Para, o te sacaremos de aquí.

Su amenaza me hizo enfurecer más, pero lo obedecí a regañadientes porque no quería que me sacaran de ahí. Quería saber, necesitaba saber cuáles eran los dichosos planes de Leo para mantener a tal alimaña viva.

Me tranquilicé poco a poco, la ira apaciguándose lo suficiente para que me dejaran libre sin bajar la guardia.

Leo me miró con cautela, desconfiando de mi reacción, pero terminó girándose hacia lo que quedaba de Louis, y poniéndose de cuclillas otra vez frente a él.

—¿Desde cuándo eres tan blando?—graznó el imbécil—¿Es que acaso lo he conmovido, señor McCartney?

—No voy a matarte, no te concederé esa indulgencia. No mereces esa salida, es demasiado compasiva—explicó con dureza.— Voy a mantenerte vivo, aquí, pudriéndote en tu propia mierda hasta que el idiota al que le debes dinero decida sacar a la basura lo que quede de ti. Te mantendré vivo, sólo para ver cómo te conviertes en algo menos que un mueble, hasta que no seas una amenaza para nadie, y no seas de uso ni ornamento. Eso es lo que mereces. No debiste tocar a Alison, y ciertamente tocar a mi hija fue la peor decisión que pudiste tomar.

Louis permaneció impasible. Parpadeó una vez, dos, tres.

—Esto es lo que realmente eres—susurró entonces, tan bajo que fue apenas audible.— Puedes jugar a la casita con la puta de tu esposa todo lo que quieras, pretender que son la familia perfecta, pero no estás tan lejos...—pareció ahogarse con su sangre—...no estás tan lejos de ser como yo.

—No soy como tú. Yo hago lo que sea necesario para proteger a mi familia, y lo seguiré haciendo sin pensarlo. ¿Pero tú? Tú no tienes nada, Louis. No tienes nadie por quién luchar, y no lo tendrás nunca.

—Todo esto por una prostituta—escupió con desdén.

—Sí, y lo volvería a hacer todo por ella, sin pensarlo.

Su ojo más sano lo perforó con resentimiento, pero no dijo una palabra.

En cambio, inspiró y alzó su destrozada barbilla con dignidad.

Le dediqué una última mirada letal antes de darme la vuelta y subir las escaleras del sótano. Mis piernas débiles después de que la adrenalina abandonara mi sistema, mi estómago constreñido y la bilis subiendo por mi esófago, hasta que no pude contenerlo.

Corrí a la cocina y vacié mi estómago en el lavaplatos, preso del montón de imágenes que se sucedían como una mala película en mi cabeza sobre la violación de Leah.

Lo veía encima suyo, sujetándola y tomándola a la fuerza. Lo imaginaba invadiendo su interior, tocando esos lugares que no debía tocar, diciendo cosas que no debía decir y respirando en su oído mientras ella lloraba con desesperación.

Era tan vívido que una serie de arcadas se apoderó de mí, hasta que me controlé lo suficiente.

Me sostuve del material de metal para que mis débiles piernas no cedieran, dando paso a la ola de culpa, resentimiento y odio que me inundó, violenta e implacable, privándome de todas mis fuerzas, mis sentidos y mi racionalidad.

—Alex—abrí la llave del agua cuando Leo apareció en la cocina. Enjuagué mis nudillos reventados e hice una mueca de dolor cuando moví el brazo izquierdo.

Seguramente la herida se había abierto de nuevo. Alison iba a matarme porque era la tercera vez en los últimos tres días.

Sin embargo, no podía lograr que algo tan insignificante tuviera la mínima importancia en mi agitada mente.

Me enjuagué la boca para desaparecer el amargo sabor del vómito y escupí en el fondo, limpiándome con el dorso de la mano antes de mirarlo.

—Qué.

—¿Estás bien?

Lo escruté como si fuera idiota.

¿Qué si estoy bien?—reí sin humor—¿Tú estás bien?

—Al...

—¡NO, NO ESTOY BIEN, CARAJO!—rugí con mi voz reverberando en todo el lugar—¡ÉL LA VIOLÓ! ¿ENTIENDES LO QUE ES ESO? ¡LA VIOLÓ!

—Lo sé, sé lo que dijo.

Lo miré incrédulo por su absurda serenidad.

—No estoy seguro de que lo hayas hecho, ni tampoco estoy seguro de que lo entiendas. ¿Cómo puedes estar tan tranquilo?

—No lo estoy, y créeme, te comprendo mejor que nadie.

—Vaya, pues lo disimulas muy bien.

Me fulminó con la mirada por mi sarcasmo.

—Le hizo lo mismo a Alison. Si hay alguien que sabe por lo que estás pasando, soy yo, y créeme, perder los estribos no va a ayudarte.

—Claro—dije sin creerle.

—No podemos estar seguros hasta que despierte y lo confirme. Louis pudo haberlo dicho sólo para hacernos perder la cabeza.

Negué, escéptico.

—No lo sé—me pasé las manos por el cabello, sintiéndome repentinamente exhausto con esta situación que me superaba con creces.— No sé si quiero saber la puta respuesta.

Parpadeé un par de veces para mantener a raya las lágrimas de impotencia, frustración y furia, pero las emociones eran implacables.

—Es mi culpa. Todo el infierno que pasó, es mi culpa.

Leah no habría sido secuestrada si no hubiese sido encontrada gracias a mí. No habría sido torturada, ni mancillada ni violada si no la hubiesen relacionado conmigo.

Joder, era demasiado para manejarlo.

—Culparte no sirve de nada—replicó serio—, afrontar las cosas e intentar arreglarlas sí.

—¿Cómo voy a arreglarlas si no me permites matarlo?—gruñí frustrado.

—Louis no merece que te hagas esto. No merece que te arruines la vida matándolo. Yo me ocuparé de él.

—Pero...

—Dije que yo me ocuparé de él.

Cerré la boca, y me abstuve de discutir cuando sus orbes se tornaron mortales, aunque el sentimiento de culpa era más grande y consumidor que nunca, y no tenía ni puta idea de cómo manejarlo o apaciguarlo.

¥

Esperé moviendo el pie con un deje de impaciencia a que Rick terminara de firmar los documentos para la cesión en la administración de su casa de apuestas.

Lucía más delgado que antes, los ojos hundidos y la piel colgando de sus mejillas, como si esos días en la cárcel hubiesen sido suficientes para quebrar su espíritu, convirtiéndolo en la sombra del soberbio hombre que fue una vez.

No estaba ahí por causa de una sentencia. No, era por protección.

Los contactos que Leo tenía en la policía lo habían interceptado en la frontera con Canadá, a punto de cruzar para huir y desaparecer indefinidamente.

Sin embargo, tuvo mala suerte, y, como el perro cobarde que en realidad era, no tardó en arrepentirse, suplicando perdón de rodillas e indulgencia por su vida.

Ahora estaba ahí por su propio pie. Aceptó sin pensar la propuesta de unos años en la cárcel por evasión de impuestos, fraude, juegos prohibidos y secuestro. El juicio aún se encontraba en su etapa inicial, por lo que dictar una sentencia condenatoria era prematuro, aunque estaba seguro de que era la única opción.

No estaba ahí porque repentinamente sufriera de algún choque de moralidad espontánea, o porque hubiese recibido un mensaje celestial del Espíritu Santo, no, las ratas como él sólo buscaban mantenerse vivas, y justo en ese momento, la cárcel era el lugar más seguro para mantenerse alejado de las manos de Fejzo. Había opuesto mucho menos resistencia que Louis a entregar su casino, lo cual nos facilitaba las cosas para terminarlas con mayor celeridad.

—¿Es todo?—preguntó colocando el bolígrafo sobre la mesa y moviendo los dedos entumecidos.

Volví a la tierra y colecté el resto de los papeles para guardarlos en el portafolio.

—Es todo—confirmé. No perdió el tiempo en ponerse en pie con la intención de retirarse. —Espera.

Me incorporé para llamar su atención, y enarcó una ceja grisácea en mi dirección.

—Te pregunté si era todo. ¿Qué pasa?

—¿Puedes sentarte un momento? Quiero preguntarte algo.

Hizo una mueca de fastidio, antes de dejarse caer en el desvencijado asiento.

—Habla. Mis minutos de visita son por semana, y tú me estás haciendo desperdiciar tiempo valioso.

—¿Tiempo valioso para qué? Nadie viene a visitarte.

Esbozó una sonrisa lasciva.

—Megan lo hace. Tengo derecho a visitas nupciales.

—Pero no estás casado.

—¿Y qué?—se encogió de hombros.— Sólo necesitas unos cuantos dólares para tener una esposa y visitas matrimoniales.

Hice un gesto de asco y desvié la atención hacia el resto de personas a nuestro alrededor, todas dispuestas en una mesa diferente, absortas en un tema diferente con una persona distinta. El área de visitas era pequeño, asfixiante y con un deslavado color azul cubriendo la mitad de la pared superior, y un sucio blanco extendiéndose por la otra mitad inferior.

Esperaba nunca tener que regresar.

—¿Y bien?—centré mis ojos en él dubitativo cuando escuché la impaciencia en su tono, debatiéndome entre hacer la pregunta o no, pero al final lo hice, porque sabía que la duda me comería vivo.

—Es sobre Leah.

Me escrutó sin comprender.

—¿Qué hay con ella?

Inspiré, armándome de valor para formular la interrogante.

—Louis dijo...dijo que la había violado—expliqué lentamente, la palabra escociéndome la lengua—¿Es cierto?

Se mantuvo en silencio como si sopesara la respuesta, sus ojos pardos clavados en los orificios de la mesa y su mandíbula tensa.

Podía sentir mi corazón a punto de saltar de mi pecho, el miedo extendiéndose como un virus por mi cuerpo, hasta que abrió la boca para hablar.

—Intentó hacerlo, una vez.

Mi estómago se constriñó con un tenso nudo enredando mis entrañas.

—Pero se lo impedí—completó después—. Es una chica bonita, sí, pero ya había pasado por demasiado y no...—se pasó la lengua por los labios, nervioso—. Lo hice por mí, ¿de acuerdo? No quería que la bestia de su padre tuviera motivos para matarme. La salvé porque quería tener esa carta a mi favor, eso es todo.

Lo escudriñé con atención, mis hombros crispados y la mandíbula apretada mientras digería sus palabras. Era obvio que Rick no haría algo simplemente por la bondad de su corazón, pero imaginé que al menos era una razón válida para dejarlo justo donde estaba y no matarlo.

—¿Lo intentó en más ocasiones?

Se encogió de hombros.

—Te mentiría si dijera que lo sé—contestó arisco—. Estuve en la casa poco tiempo y dejé de acudir por largos intervalos. No sé si realmente violó a la chica Alex, lo siento.

Fue como recibir una patada en el pecho, el impacto de la incertidumbre seco e inexorable, golpeándome con toda su fuerza, y los resquicios de mi sanidad rompiéndose como cuerdas.

Me mantuve en silencio por un largo minuto, tratando de recuperar la racionalidad y mis sentidos. No me había costado tanto mantener la compostura desde la muerte de Michael, pero aquello resultaba mucho más atroz y depravado.

Cuando el desastre con Michael sucedió, permanecí herméticamente encerrado dentro de mí mismo para recuperarme a mi manera, pero aquello estaba destruyéndome, desgarrándome desde dentro.

Necesitaba saber que no la habían tocado, y si lo habían hecho...que el demonio se apiadara de Louis, porque no quedaría nada de él cuando tuviera que recibirlo en el infierno.

—¿Necesitas algo más?—volvió a cuestionar Rick, y negué lentamente.

—Es todo. Puedes irte.

Hizo un gesto con la cabeza a modo de reconocimiento y abandonó la sala de visitas para entrar al pasillo que llevaba a las celdas, dejándome más inquieto que antes.

Acudir hasta él para conseguir respuestas había sido una mala decisión.

¥

Entré a la oficina de Fejzo por lo que esperaba fuera la última vez.

Sus gorilas me recibieron con rostros serios a diferencia de su jefe, que sonreía de oreja a oreja.

—Siempre es un placer verte, Alexander.

Me posé frente a su escritorio, lo ignoré y deslicé el folder sobre la madera. Lo detuvo en un ágil reflejo de su mano, colocando la palma encima. Lo tomó sin dejar de escrutarme, hasta que lo abrió y leyó los documentos que contenía.

—Veo que se acabó el juego—dijo alegremente.

—No sé de qué juego hablas, ni tampoco me interesa saberlo—lo corté tajante—. Todo lo que necesitas está en esa carpeta. Tus deudas están liquidadas.

—Ciertamente lo están—dejó el folder sobre el escritorio y entrelazó los dedos a la altura de su boca, pensativo—, aunque pensé que el entretenimiento duraría un poco más.

—¿Qué dices?—ladré, fastidiado.

Habían transcurrido dos días desde el encuentro con Louis, y la sensación de inquietud no aminoraba desde entonces. Al contrario, era peor que antes, así que mi volatilidad estaba al máximo, tan sensible que la más mínima provocación me haría explotar.

—Quería disfrutar de la competencia más tiempo, eso es todo.

—¿Qué competencia?

—Estaba seguro de que cobrarían el rescate y la matarían—confesó lentamente, como si saboreara las palabras—, pero veo que falló mi predicción, ahora le debo cinco mil dólares—hizo un gesto con la barbilla para indicar que se refería a uno de sus guardias y me sentí desfallecer con la revelación.

¿Tú lo sabías?—inquirí con voz tensa.

—Claro que lo sabía. Tenía ojos en todos lados, la mayoría puestos sobre ustedes.

—¿Y por qué no me lo dijiste? ¡Vine aquí a preguntártelo!

—No, viniste aquí a exigir que te regresara algo que claramente yo no tenía—sonrió con burla a medida que mi semblante se transformaba en otro muy lejos de la indiferencia.— No podía decirte quién tenía a tu querida esposa, había una apuesta que ganar.

—Eres un...

—Además me golpeaste en la cara, por segunda ocasión—enarcó sus cejas—, no es algo que aprecie.

—Será una tercera si continúas, para no perder la costumbre.

Puso una mano al frente para frenarme.

—Me agradas, Alex. Ya estarías muerto hace tiempo si no lo hicieras—comentó serio.— No tienes miedo de decir lo que piensas, y eso es algo que, por el contrario, sí aprecio.

—Bien—me incliné sobre el escritorio hasta posar mis manos sobre la madera y estar cerca suyo—, porque yo, por el contrario, no aprecio a hijos de puta con un enfermo sentido de la diversión.

Soltó una carcajada.

—Todos tenemos nuestras manías, qué te puedo decir.

—Unas más enfermas que otras.

Se pasó el pulgar por el labio inferior.

—Sí, es verdad. ¿Cómo está tu esposa, por cierto?—cuestionó de pronto con tono jovial, y faltó poco para que en verdad lo matara.

—No sé porqué lo preguntas si ya sabes la respuesta.

—Para hacer conversación, estoy siendo educado.

—Vete a la mierda.

—Eso fue grosero.

—No, estoy siendo educado—lo imité mordaz, incorporándome, al tiempo que Fejzo soltaba una risa.

—¿Seguro que no quieres seguir haciendo negocios conmigo? Creo que nos llevamos bastante bien.

Convertí mi boca en una fina línea.

—Lo único que quiero es que me dejes tranquilo. Ya he pagado tus deudas, ya no hay nada que garantizar, y te quiero lejos de Leah, a ti y a todos tus buitres.

—Eso suena muy posesivo de tu parte.

Lo perforé con mis orbes.

—Hablo enserio.

Se mantuvo en silencio, quizás considerándolo, hasta que respondió.

—Bien, como quieras. Te lo concederé por los buenos momentos que tuvimos.

Sus ojos titilaron con reconocimiento, y supe al instante cuáles eran esos buenos momentos.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo sólo de pensarlo.

—Espero no tener que verte otra vez.

—Oh, yo espero todo lo contrario—sonrió de manera felina poniéndose en pie, abotonando su saco.— Fue un placer hacer negocios contigo, Alexander.

Estiró su mano entre nosotros con la intención de que la estrechara, pero sólo la contemplé con repulsión. Ignoré el gesto olímpicamente, y salí del lugar abriéndome paso entre los monolitos que eran sus guardaespaldas, atravesando el minúsculo pasillo y llegando hasta el vestíbulo de la oficina, que era igual al de un dentista.

Me marché del lugar sin detenerme a mirarlo un solo segundo.

No quería volver ahí jamás.

¥

Había vuelto a mi lugar habitual. A la tiesa silla de hospital que se había convertido prácticamente en mi residencia por los últimos ocho días.

Me dolía la espalda por las horas interminables en la misma posición, esperando pacientemente a que ella reaccionara eventualmente, aunque la evidente inmovilidad de su cuerpo no demostraba señal alguna de que eso sucedería en un futuro cercano.

Las marcas en sus muñecas por la laceración del metal aún estaban ahí, pero no había ninguna otra indicación notoria de que algo malo le sucedía. Parecía estar inmersa en un profundo sueño.

Apoyé los codos en mis muslos y coloqué la barbilla sobre mis manos entrelazadas, observándola con atención. La había mirado durante tanto tiempo esos días que podría describirla a la perfección sin temor a equivocarme. Había aprendido sus colores, formas e incluso el lugar donde se asentaban sus lunares.

Era difícil dejar de contemplarla.

—Alex—me erguí para encontrar a Erik en el umbral, las manos dentro de sus bolsillos y uno de sus pies moviéndose, ansioso—¿Has comido algo hoy?

—Sí.

—¿Necesitas algo?

—Estoy bien.

Se acercó con serenidad.

—Se ve mucho mejor. Estoy seguro de que despertará pronto.

Me crucé de brazos y asentí.

—Eso espero—respondí hosco para demostrar mi poca positividad en torno al tema.

Erik suspiró derrotado, y se mantuvo en silencio por un largo tiempo a mi lado, hasta que volvió a hablar.

—Claire está embarazada—comentó con orgullo, mezclado con un toque de miedo.— Pensé que deberías saberlo.

Mis comisuras se elevaron en el amago de una sonrisa.

—Felicidades.

—Gracias—correspondió el gesto.— Leah perderá la cabeza cuando se entere. Sé que querrá organizar todo, desde la despedida de soltera hasta la bienvenida del bebé.

Resoplé por la nariz con un dolor agudo en el pecho. No tenía ni puta idea de quién sería Leah cuando despertara; no sabía si me reconocería, o si ella sería capaz de reconocerse a sí misma.

Estaba aterrado por lo que me encontraría.

—Probablemente.

—Adora a los niños, ¿sabías? Creo que comenzará a exigirte hijos desde el momento que conozca a su sobrino—rio, pero el gesto se perdió con rapidez, quizás porque notó la tensión en mis hombros, o la expresión en mi cara.— Lo siento.

—Está bien.

Sólo Dios sabía cómo reaccionaría Leah al verme otra vez; no sabía si me permitiría tocarla de nuevo después del infierno vivido con Louis, y aquello me aterraba más que nada en la vida.

Hijos era lo último en lo que quería pensar en ese momento, pero me abstuve de decir algo en el afán de no arruinar su buen humor.

—¿Seguro que no necesitas nada más?

—Seguro.

—De acuerdo—palmeó mi hombro y salió de la habitación con pasos rápidos.

Volví a mi posición habitual apenas se fue. Masajeé mis sienes y estiré mis brazos para aligerar la tensión en mis músculos, que se acumulaba rápidamente por las horas de inactividad. Había dejado la silla para darme duchas rápidas y usar el baño, nada más.

Si seguía así, me saldrían raíces del trasero, como decía siempre Damen, pero daba igual.

No quería ser el último en entrarse que había despertado. Necesitaba saber, cerciorarme que no habían fragmentado esa brillante mente suya de la misma forma en que habían fragmentado su cuerpo.

Así que permanecí sentado en el mismo lugar, haciendo nada a excepción de observarla, embelesado en el rítmico subir y bajar de su pecho, que se había vuelto más estable los últimos días, lo cual era una clara indicación de que su pulmón estaba sanando correctamente.

Estaba bien ahora, pero sabía que las imágenes de Leah colgando de una viga como un animal lastimado y moribundo no me abandonarían, y me atormentarían por años.

Sólo la observaba, hora tras hora.

Estaba tan abstraído en mis pensamientos que por un instante creí ver sus párpados moverse. Mi sentido común había aprendido a no hacerse falsas esperanzas con esos movimientos de mero reflejo, así que lo dejé pasar, como había dejado pasar muchos otros durante los últimos días.

Entonces sucedió de nuevo, y perdí la capacidad de respirar.

Lentamente, muy lentamente, perdió el pronunciado gesto que surcaba su entrecejo y abrió los ojos. Parpadeó un par de veces más, como si buscara adaptarse a las luces de la habitación y en su rostro se cernió el pánico por un instante; sus orbes frenéticos mirando a todos lados, buscando ubicarse, hasta que desapareció gradualmente y observó el techo.

Abrió ligeramente los labios para tomar una bocanada de aire que le hinchó el pecho, y yo permanecí paralizado, petrificado en el mismo lugar observándola.

No quería asustarla. No quería romper su esfera de serenidad y que se sumiera en otros ocho días de oscuridad.

Sus ojos dejaron el techo con pereza, hasta que giró el cuello y los fijó en mí.

La evalué con una máscara de impasibilidad, aunque era un manojo de nervios, ansias y otras sensaciones estrepitosas.

No podría soportarlo si no me reconocía. Me arruinaría por completo.

Me escrutó con esos ojos siempre curiosos, implacables, y no me atreví a mover un dedo.

—¿Alex?

Su voz salió ronca, áspera, pero fue el mejor sonido de mi vida: mi nombre en sus labios.

Cerré los ojos con la ola de alivio inundándome y respiré por lo que pareció la primera vez en días.

—¿Qué sucede?—susurré apenas aún envuelto por el sosiego, mis piernas reaccionando por fin para llegar hasta ella—¿Cómo te sientes?

—Cansada—musitó con tono bajo, sus párpados moviéndose con pesadez, y se pasó la lengua por los labios resecos—¿Cuánto tiempo llevo aquí?

—Ocho días.

—Ocho días—repitió, intentó removerse en la cama e hizo una mueca de dolor; un siseo escapándose de su boca.— Mala idea. Me duele la espalda.

Mi estómago se constriñó.

—Descansa un poco más, lo necesitas.

—No quiero—se quejó, pero su cuerpo estaba rindiéndose otra vez ante los sedantes—, he dormido demasiado.

—Necesitas recuperarte.

Esbozó una pequeña sonrisa, pero no supe si fue a consciencia. Alejé mi mano por reflejo cuando sentí sus dedos acariciándola, y cuando la miré, parecía dolida.

—No hagas eso.

—¿Qué cosa?

—No te alejes de mí—pidió con tono somnoliento. Volvió a tocar mi mano, sus pequeños dedos enredándose en torno a ella para apretarla con los resquicios que tenía de fuerza.

Percibí a mi corazón estremecerse.

—Alex—susurró a punto de ceder al sueño.

—¿Qué?

—Tengo frío en los pies, ¿podrías cubrirlos?

Solté una risa por el ridículo comentario y caí en cuenta de que la sábana no cubría esa parte.

—¿Por qué debería? Tienes bonitos pies.

Rio también.

—Siempre dices que tengo feos pies.

—Eso no es cierto, me encantan tus pies.

Me miró con curiosidad.

—Pensé que yo era la que tenía el fetiche con los pies.

Solté otra risa tonta, no de diversión, sino de alivio.

Era Leah, era mí Leah.

—Duerme.

—¿Estarás aquí cuando despierte?—susurró cerrando los ojos, dejándose envolver por el letargo, sin dejar ir mi mano.

Me incliné hasta posar mis labios en su frente, que estaba fría, pero daba igual.

—Por supuesto.

—Genial—murmuró con un hilo de voz, emitiendo un sonido de satisfacción—, te eché mucho de menos.

No tenía idea de si sus palabras eran un efecto secundario de los sedantes, o si las decía de manera consciente, pero fuese cual fuese la fuente, las aceptaría todas.

Apreté su mano con aprensión y besé de nuevo su frente.

Louis había roto a Leah. No sabía de qué manera ni hasta qué extremo, pero lo había hecho.

La había roto, pero era reparable.

Ahora, todo lo que quedaba por hacer era asegurarme de que no corriera ningún peligro a causa mía, que se recuperara por completo hasta ser la misma de siempre.

Haría lo que fuese necesario para lograrlo, aunque implicase un largo tiempo y la toma de decisiones nada agradables.

¥

¥

¡Hola, mis niños!

¿Qué les pareció?

Por cierto, lo prometido es deuda, y ya que éste es el capítulo de las deudas pagadas, he de aceptar que mi era de anonimato ha llegado a su fin *cries*.

¡Mentira! Vayan a seguirme a mis redes sociales, a los primeros 500 les regalaré un viaje con gastos pagados a Cancún, México.

(Otra mentira porque no tengo ni para unas papitas), pero, ¡sí, corran a seguirme! Estaré publicando adelantos, así como promociones de nuevas historias que ya vienen en camino, y pues, OBVIAMENTE no quiero que se pierdan las estupideces que publicaré.

Cada vez estamos más cerca del final, lo siento, qué tristeza.

¡Disfruten!

Con amor,

KayurkaR.

Continue Reading

You'll Also Like

38.6K 1.7K 31
Bastian Bean es el mejor actor pagado del momento y con una carrera solida en el mundo de la música. Tiene todo lo que ha deseado en su vida pero lo...
346K 15.2K 51
______ una chica antisocial, le gusta la soledad pero también ama estar con richie, todo comenzó en ese parque a las 2:32 am así es en la madrugada...
26.9K 2.2K 14
❝ No, para. No hagas eso. Podría enamorarme de ti. ❞ ❝ Entonces, enamórate de mi... yo te atraparé ❞ cuando brian llama a la siempre tan coqueta juli...
1.5K 148 6
Un prestigioso internado, dos hermanas y muchos secretos y mentiras. Las hermanas D ́Angelo han llegado a Le Château Blanc, el internado más elitist...