Nakupenda

By ThiaDazVzquez

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Cuando a inicios de 1918, Candy se ve obligada a viajar al África para desposar a un importante estadounidens... More

Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20

Capítulo 9

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By ThiaDazVzquez


No dijo nada. Durante todo el tiempo que caminó estuvo sumido en un profundo mutismo. Ni siquiera volteó a verla. Parecía enojado y preocupado; aunque si lo veía bien se asemejaba más a alguien perdido en sus recuerdos, con la mirada ausente y recorriendo un camino que había transitado muchas veces y conocía prácticamente de memoria.

Se dio cuenta de lo fuerte que era. La llevaba en brazos, había caminado por más de diez minutos y su respiración no se notaba agitada, ni sus músculos temblaban por la fatiga. Era como si caminara sin llevar ningún peso extra. Pero ¿por qué no hablaba? ¿Por qué no volteaba a verla? Escuchaba claramente cada sonido de la sabana africana por la noche, escuchaba su respiración acompasada y constante, y el rítmico latido de su corazón, pero él no le permitía escuchar su voz. Ella intentó decir algo, pero ni siquiera el aparente intento por hablar lo hizo voltear a verla, así que decidió callar como él lo hacía.

Finalmente llegaron a su casa. Hábilmente y sin devolverla al suelo abrió la puerta y, después de entrar, delicadamente la sentó en una silla. Sin aún decir nada se dirigió a la cocina, tomó una vasija, la llenó de agua, alcanzó una manta limpia y abrió un par de cajones de los que sacó material médico. Retrocedió sus pasos y se hincó frente a ella.

—La caída que sufrió debe haberle causado heridas en las pantorrillas y rodillas, si no le molesta me gustaría curarla —su tono era demasiado monótono y distante—. Pero si cree que es inadecuado puedo curar solamente sus brazos y manos e indicarle lo que debe hacer para curarse usted sola o, si lo prefiere, puedo pedir que alguna dama venga a atenderla.

—Lamento mucho...

—¡No! —La interrumpió—. No quiero escuchar sus disculpas. De hecho, no quiero escucharla hablar. Ha sido usted terriblemente irresponsable, señorita, ¿no se da cuenta de lo peligroso que puede llegar a ser este lugar?

—Yo...

—No diga nada. Solo permítame curarla.

Pasó unos minutos limpiando y aplicando antisépticos en las heridas y rasguños que se había hecho, sin soltar una sola palabra. Finalmente, para terminar su curación, le aplicó un ungüento con apariencia extraña y olor fuerte y desagradable sobre los brazos.

—¡Huele horrible! —exclamó ella esbozando una mueca de desagrado y rompiendo el silencio que él había impuesto.

—Está hecho con hierbas curativas, no con flores, pero evitará que las heridas se infecten, inflamen y le aparezcan cardenales —respondió él con un ligero tono de molestia y mirándola fijamente, con desaprobación.

—Entonces no lo quiero —dijo—. Deje que las marcas salgan. Neal nunca debió...

—No, no debió. Pero él es un buen hombre. De eso no tengo duda alguna —aseguró—, solo reacciona como lo hizo cuando lo tratan mal y, si me permite decirlo, usted lo ha tratado con demasiada crueldad —sentirse regañada no era precisamente agradable—. Ha vivido en su casa por suficiente tiempo y aún no sabe nada del hombre con quien va a casarse; de su vida, del porqué de sus decisiones y forma de ser.

—Yo...

—Creo que no se ha dado cuenta de que el mundo no gira en torno suyo, señorita. Y debería empezar a hacerlo —eso esperaba escucharlo de cualquiera menos de él.

—¡Cómo se...!

—Neal es un buen muchacho y ha tenido que pasar por momentos muy difíciles, pero usted no sabe nada de eso, ¿me equivoco? —suspiró intentando mantenerse sereno—. No se ha dignado siquiera a preguntarle por qué decidió pasar el resto de su vida en este pueblo. O por qué su familia rara vez le escribe —tenía razón—. No. Se ha dedicado a ser miserable con él.

—¿Quién se cree usted para retarme? —arremetió ella a la defensiva. Él sonrió de medio lado y movió la cabeza en forma negativa.

—Como le dije a Neal, no soy nadie, pero no apruebo su actitud.

—¿Acaso le he pedido que lo haga? —De nuevo esa sonrisa sardónica.

—Creo que ya se lo había dicho antes, pero ahora lo confirmo: la creí diferente, pero me doy cuenta de que estaba equivocado. Mucho más de lo que esperaba.

—Le dije que...

—Seguramente no soy quién para decirlo, pero le aseguro que su prometido es un hombre de bien. He tenido la oportunidad de conocerlo desde hace mucho tiempo y aunque puede ser sumamente caprichoso y tosco, es bueno. Usted debería tratarlo un poco mejor. Él no tuvo la fortuna de tener padres amorosos.

—Yo tampoco —intentó defenderse ella.

—Pero estoy seguro de que sus padres al menos fingieron quererla —su mirada intensa decía mucho más que sus palabras mesuradas—. Él aprendió a vivir con el constante rechazo de su madre y el desapego de su padre. El poco cariño que recibió durante su infancia y juventud provino de una familia que no fue la suya. De su gente lo único que recibió fueron reproches, malas caras y humillaciones. Ha vivido humillado prácticamente toda su vida, por eso vino a este lugar. Aquí la gente que lo rodea al menos finge respetarlo y quererlo. Pero dígame, ¿qué hizo usted desde que puso pie en la tierra en la que él encontró refugio? Humillarlo y provocar que se sienta rechazado de nuevo. No ha intentado siquiera hacerse su amiga... ¿Y así pretende pasar el resto de su vida?, ¿peleando y lastimándolo? ¿Haciendo berrinches y huyendo cada tercer día?

—Usted no es quién para decirme cómo debo proceder. Usted no...

—Yo no pretendo discutir con usted. Suficiente he tenido por hoy. —Respiró profundamente y continúo—. Nos quedaremos aquí un tiempo más, al menos el suficiente para que Neal se tranquilice un poco y sus invitados se retiren. No quiero hacerle pasar más malos ratos de los que usted ya le ha ocasionado. —Se puso en pie y caminó hacia la puerta—. Enviaré a alguien para que sepa que usted está bien.

—¡Deje de intentar hacerme sentir mal! —casi gritó—, de una vez le digo que no lo va a lograr.

—No es necesario siquiera que lo intente —atajó—, puedo ver en su rostro que se ha dado cuenta de los errores que ha cometido esta noche. Pero es lo suficientemente orgullosa para negarlo —su melancólica tranquilidad la estaba haciendo sentir peor de lo que ya se sentía—. Eso es más que suficiente para mí. La dejo un momento. En mi ausencia espero que al menos intente recapacitar.

—Deje de...

—No escape de aquí también, se perderá y en esta ocasión no haré el más mínimo esfuerzo por ir en su búsqueda.

Y sin esperar respuesta salió de la casa, dejándola sola y con muchas cosas que decir. Ni siquiera Puppè, que siempre andaba tras ella, le hizo el menor caso, parecía tan enojada como su dueño. Y ella... tenía mucho tiempo desde la última vez que se había sentido así de mal.

Él probablemente tenía razón: durante todo el tiempo que había pasado en África no había hecho más que pensar en sí misma, en su desventura y lo infeliz que era. Neal había reaccionado violentamente, sí, pero ella lo había orillado a comportarse así; al inicio se sintió triunfante por haber logrado hacerlo enojar, pero después le dio miedo y su forma de protegerse fue diciendo cosas que lo lastimaron aún más. Pero no quería aceptar su error. Era más sencillo culpar a alguien más. Siempre resulta más sencillo culpar a alguien más.

***

Neal regresó a casa después de algunos minutos de búsqueda. Aunque estaba preocupado sabía perfectamente que Albert conocía mucho mejor que él los alrededores y estaba seguro de que ya la habría encontrado, además, estaba muy enojado y no quería ser él quien diese con ella. Temía ser él quien diera con ella. Entró a la casa y sin que nadie se diera cuenta subió a su recamara para arreglarse. Limpió su traje y zapatos, se echó un poco de agua en el rostro y detrás del cuello para ayudar a tranquilizar su ira y bajó de nuevo para unirse a sus invitados como si nada hubiese pasado. Era sumamente diestro ocultando sus emociones y había aprendido también a mentir y evadir preguntas embarazosas. Aseguró que su prometida estaba bien, pero que después del momento tan incómodo que había pasado se había sentido indispuesta y había decidido ir a su habitación a descansar. Por supuesto, nadie le creyó, pero aceptaron sus argumentos y dejaron el cuchicheo para después.

Él intentó como siempre ser tan buen anfitrión como sus maneras se lo permitían, aunque le estaba resultando un poco más difícil que de costumbre. En muchas ocasiones se descubrió distraído, pensando en ella y lo que había sucedido. Estaba preocupado y no podía negarlo, pero su inquietud cesó cuando una de sus sirvientas discretamente le entregó una nota en la que Albert le hacía saber que ella estaba bien y que la llevaría de regreso en cuanto lo creyera conveniente.

¿Qué iba a hacer con Candice?, ¿y por qué demonios había tenido que elegirla precisamente a ella? Eran las dos preguntas que con más insistencia asaltaban sus pensamientos. Sus caprichos lo desesperaban, pero lo que más lo exasperaba era no poder obtener una respuesta clara a sus cuestionamientos. No se sentía en control de las cosas y eso lo estaba volviendo loco.

***

Albert no tardó más de cinco minutos en regresar a casa, cuando entró ella lo miró con detenimiento. Sus ojos se veían apagados, no tenían la chispa de siempre. Se quedó de pie junto a una ventana abierta, aún renuente a dirigirle la palabra y ahora demostrando lo poco que quería verla, fijando su mirada en cualquier punto de la casa en el que no estuviera ella.

—Gracias por ayudarme, Albert, yo... —balbuceó.

—No tiene nada que agradecer —contestó fríamente.

—¡Podría por un momento dejar de comportarse así de distante conmigo! Entiendo que ante sus ojos no soy más que una niña tonta y caprichosa, pero eso no le da derecho a tratarme con tanta descortesía. Sé de sobra que usted no es ningún patán así que por favor deje de comportarse como si lo fuera.

—Mi intención no es ser grosero, Candice, simplemente... hoy no ha sido mi mejor día.

—¿Puedo ayudarlo en algo?

—No.

—¿Soy yo la causante de su mal humor? —Él sonrío.

—No, y le recuerdo que no todo gira en torno suyo.

—Ya sé que tengo la tendencia a ser caprichosa, pero no es necesario que me lo eche en cara en todos nuestros encuentros.

—No tendría que hacerlo si usted optara por ser diferente.

—Me gusta ser como soy, y hasta el momento me ha servido. —¿Por qué la trataba de ese modo?

—No, Candice. No le gusta ser así, pero ha decidido usar esa armadura. Evita que alguien quiera acercársele y así se mantiene a salvo de corazones rotos y de momentos desagradables. Es solo una careta que utiliza para defenderse.

—¡No es cierto!

—Diga usted lo que quiera, pero he visto miles de veces esa misma actitud en muchas personas, incluso yo la he usado. —Estaba enojado, de eso no cabía duda—. Pero si sigue siendo así de grosera, egoísta e irreflexiva se va a quedar sola y no hay nada peor en este mundo que estar solo.

—¿Qué puede usted saber de la soledad? —dijo ella poniéndose en pie y acercándose a él para mirarlo de frente—. Siempre rodeado de gente que lo busca y lo quiere —él volteó a verla y su mirada fija la instó a retroceder algunos pasos.

—Sé mucho más de lo que usted se puede imaginar —dijo conteniendo su ira—. He sufrido más de lo que usted podría soportar, pero no por eso voy por el mundo enrabietándome y humillando a todo aquel pobre infeliz que se cruza en mi camino —respiró profundamente—. Si por un solo segundo dejara de pensar solo en usted y preguntara a los demás algo de una vida que no sea la suya, se daría cuenta de lo amable que ha sido el destino con usted.

—Yo no...

—Usted no se da cuenta de nada, Candice. Si está sufriendo es porque así lo ha decidido, pero no hace nada por intentar cambiar. Neal le ha ofrecido miles de cosas; tiene en casa a gente que la aprecia y está intentando que se sienta cómoda aquí; y yo, aunque la haya visto en contadas ocasiones, le he ofrecido mi amistad sincera; pero ¿qué ha hecho usted? ¡Nada! Lo ha despreciado a él, no ha volteado siquiera a ver a quienes quieren ayudarla y me ha tomado a mí por su salvador personal.

»Véame, Candice, soy un hombre como cualquier otro no un paladín que esté a su disposición. Aprenda a hacer frente a las consecuencias de sus actos y deje de causar problemas. No es usted la única persona en este pueblo que necesita ayuda.

—¿Qué le hicieron? Usted no es así.

—¿Qué sabe usted de mí? —preguntó sumamente irritado, pero ella se acercó y con más calma contestó.

—Probablemente no sé mucho, pero estoy segura de que usted es un hombre amable. Lo noto... ¿triste? —aventuró ella.

—Hay días en los que es muy complicado sonreír.

—No creí que usted pudiera decir algo así.

—Desafortunadamente, no siempre puedo verle el lado amable a las cosas —bajó la vista y cerró los ojos, como intentando reencontrar su calma—. Como le decía antes, he tenido un muy mal día.

—¿Puedo preguntar qué ha pasado?

—¿Tengo alternativa?

—Puede no responder. —Él sonrió.

—¿Recuerda la frase con la que el señor Walter me saludó la última vez que estuve en su casa? —Ella asintió—. ¡Odio esa frase! Cada vez que la escucho el corazón se me encoge, las manos me tiemblan, un sudor frío recorre mi cuerpo y miles de recuerdos vienen a mi mente. Y hay días en los que la odio con más fuerzas.

—¿Por qué?

—¡Porque me lastima! Confórmese con saber eso.

—Pero...

—Porque «león en casa» ha sido la experiencia más difícil a la que me he enfrentado en estas tierras, porque «león en casa» fue lo último que escuché gritar a alguien a quien amaba... «León en casa» no es para mí un halago, es una tortura. Por eso.

—Lo siento —alcanzó a decir en un susurro.

—Yo lo siento más... —Se pasó una mano por la cara y el cabello y después, como sopesando cada una de sus palabras, continuó—. Candice, debe entender que no puede ser tan soberbia. La vida le está dando todo lo que puede para ser feliz y lo único que usted tiene que hacer es aceptarlo.

—Yo...

—Por favor, deje de arriesgar su vida de forma tan inconsciente, deje de tratar tan mal a quien quiere ayudarla; procure ver el lado bueno en las personas que la rodean —su discurso apasionado la impactó—. Esta tierra es hermosa y ayuda a curar corazones heridos, sí, pero las criaturas que en ella viven pueden ser sumamente peligrosas. No les dé la oportunidad de lastimarla.

—Prometo...

—No. No prometa nada. Solo inténtelo.

—Lo haré.

—Eso espero, por su propio bien, señorita. Yo no estaré siempre aquí para apoyarla y puedo apostarle que, si usted no cambia, Neal no tendrá suficiente paciencia para seguir a su lado.

—Albert, ¿está usted bien? —Él sonrió y después de un largo silencio contestó:

—Estoy bien, pero Candice, escúcheme, debe ser cuidadosa, si no lo hace por usted, hágalo por Neal, y si no es por él... hágalo por mí. Se lo suplico. No soportaría ver morir a alguien más.

—No entiendo.

—Algún día lo hará. —Ella asintió aún sin comprender del todo y después dijo:

—¿Puedo agradecerle ahora? —Él sonrió—. ¿Albert? ¿Por qué es usted tan paciente conmigo?

—No lo sé. Quizá porque me recuerda a alguien a quien amé. Probablemente me veo reflejado un poco en usted. Tal vez simplemente he podido ver un poco de quien se esconde detrás de la coraza que tiene como protección. No lo sé.

—Cree que sea muy atrevido pedirle que me dé una oportunidad más y me permita disfrutar de su compañía y amistad.

—Puede contar con ello —aseguró él con una sonrisa cansada—. Usted podrá contar conmigo hasta que alguno de los dos deba partir del África, y si la vida lo permite, incluso después de eso —la miró por unos momentos y luego sentenció—. Ahora vamos, es tiempo de regresar. Se lo debe a Neal.

—Me gustaría estar aquí un poco más; no sé cómo enfrentarlo.

—Lo lamento, pero no puedo dejarla quedarse. Es momento de irnos.

—Pero...

—No. Es mi última respuesta. Neal espera. Si no encuentra palabras para disculparse con él, no diga nada. Si es necesario que hable, algo, no sé qué, hará que diga las palabras correctas. Solo deténgase a escucharse a usted misma, la que está escondida detrás de amarguras y caprichos. Él es bueno, lo sé. Todo saldrá bien. Confíe en mí. Ahora, vamos.

—Si no hay más remedio..., vamos.

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