Killing Eddie

Af marasehm

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Igor se ha quedado encerrado en un lugar de pesadilla con un psicópata que ha jurado amarlo para siempre. Ah... Mere

Preliminares
1. La mala suerte es consanguínea.
2. He visto las alas de un ángel, pero cortan.
4. Pídele compasión a un monstruo.
5. Solo tendrás lo que hayas ganado.
6. La sangre es el nuevo lenguaje.
Extracto del diario de Winston.
7. M-I-O.
8. Y si explota, ¿y si yo exploto?
9. La catatonia es una zona segura.
10. Pienso contar hasta que ya no respires.
11. La diferencia entre la vida y la muerte.
12. El sonido del dolor.
13. Nos vemos bajo el agua.
Fragmento de una llamada al 911.
14. El riesgo de mirar hacia atrás.
15. Nadie sufre con tanta belleza.
16. Deudas que pagar.
Extracto del diario de Winston.
17. Verdades y mentiras, bien y mal.
18. De cara al abismo.
19. V de venganza.
20. La verdadera locura.
21. Si el fuego nos consume, bailemos.
22. Fuimos etéreos/ojala no vieras lo que hice.
23. La puerta al perdón que nunca se abrió para mí.
24. El peso de la verdad me rompió la espalda.
25. Se acabó, ¿verdad?
Epilogo

3. Inocente de mí.

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Af marasehm

Eddie.

Estoy hasta los cojones de despertarme a media noche, de mirar el maldito techo para identificar los sonidos, para contar los pasos y hacerme una idea de quién esta caminando encima de mí, para comenzar a idear una manera fácil y rápida de deshacerme del problema y que me permitan regresar a dormir o al menos a intentarlo, tampoco soy imbécil. Siempre tengo que recoger, limpiar y dejar la basura afuera para que alguien se la lleve en la mañana.

¿Cuándo van a entender estos hijos de puta?

Luego, hacer todo eso me toma no sé cuánto tiempo y finalmente se hace hora de escuchar el sonido de la maldita campana que nos despierta a todos, o al menos a mí, porque yo soy quién la toca desde el techo de la iglesia. Y nunca puedo dormir después de que la campana suena, es una regla que puse y no pienso cambiar.

Después de casi una semana de dormir sin interrupciones, escucho que caminan desde la iglesia. Bueno, quizá no sea tan malo después de todo, podría cortarle un par de dedos al bastardo, y amenazar a los hombres de Branch para que me traigan un poco más de comida. Tal vez me apetece un helado, o un pastel.

Puedo ver el destello del cuchillo en la almohada incluso aunque esta oscuro, aquí siempre esta oscuro, pero el cuchillo es una respuesta reflejo, una necesidad agradable que brilla con luz propia. Me gusta pensar que el filo me guarda el mismo cariño que yo a él. Incluso en ocasiones me susurra desde el oído que se esta impacientando, que nos falta algo.

Nunca le respondo a tiempo, porque no soy un desquiciado como todos estos idiotas, pero para ser sincero, si he querido decirle que no pasa nada, que siempre aparece en la ventana un pajarito tarde o temprano.

Aquella noche llegaba más tarde de lo acostumbrado. No me permiten tener relojes aquí, pero he aprendido a identificar el tiempo por los sonidos afuera. Demasiado silencio indica horas tardías de la noche, gritos desesperados no puede ser otra más que la mañana, gente que se sienta en las bancas de la iglesia solo puede ser la tarde.

Pero entrar aquí de noche significa castigo. Lo he dejado claro muchas putas veces, pero parece que voy a tener que dejar correr el carrete y que el cuchillo hable, de nuevo.

Me pongo las botas solo por formalidad, porque atarme los cordones me ayuda a concentrarme y a contar. Vale, se ha quedado quieto, tal vez se vaya a tiempo. Y luego, otro paso, no, él ya ha decidido su destino y yo también. He contado dos series de siete, lo que significa que esta parado cerca del altar, perfecto.

Subo las escaleras en el silencio más perfecto que he logrado hasta ahora. Me enfundo el cuchillo detrás de la espalda y es terriblemente gratificante sentir el frio de la muerte tan cerca, me ha hecho sentir poderoso.

Camino detrás de él para llegar a la puerta principal, cierro con cautela mientras este sujeto me muestra ingenuamente la espalda, y luego colocó el pasador que esta debajo. Incluso aunque corriera, jamás alcanzaría a abrir a tiempo.

Puedo ver su silueta, pero no le reconozco.

Me colocó con precisión detrás de mi mejor amigo, Jesucristo. El hippie de mármol que siempre me mira con desaprobación, como si quisiera decirme algo con esos ojos suyos tan juzgadores. O al menos eso era lo que hacia antes, porque una noche me he cansado y le he pintado los ojos de negro con un marcador robado. Quise sacárselos, pero eso dañaría el mármol, y a pesar de que es prejuicioso sigue siendo el único aquí a quién puedo contarle todo.

Cuando el individuo voltea hacia el altar me veo tentado a ser un poco más dramático que de costumbre, pero me detengo por un segundo a observarle. Definitivamente no le conozco de nada. No es un hombre, es un puñetero niño y yo detesto a los niños.

Parece una chica, y me recuerda a los idiotas que solíamos encerrar en los baños del navío militar de la marina, es idéntico a uno que se llamaba Paul. Yo solía escupir a Paul en la cara, y estoy seguro de que el bastardo se excitaba con eso. Desagradable Paul, espero que la vida siga escupiéndole la cara.

Pero no, hay algo diferente respecto a este. Tiembla, como una hoja y es blanco, podría jurar que tiene la piel suave y lampiña. Esas cualidades en este lugar equivalen lo mismo que ser una chica, porque todos somos tíos. Así que esos signos de feminidad son difíciles de ignorar.

Me preguntó como sonaran sus huesos al romperse, o su cráneo. Podría ofrecerle un trato, si cuando le haya arrancado la mitad de las uñas sigue sin soltar un quejido, entonces le dejare ir.

¿Seré así de bondadoso esta noche?

No lo sé, quizá es por su piel.

Pero no me parece justo, es como si el chico tuviera ventaja, y en realidad no es más que basura traída directamente aquí para que se descomponga junto a todos nosotros. Me pregunto qué tan loco estará, intento adivinar si le han traído aquí por incendiar su escuela o por asesinar a sus padres. Opto por lo segundo, es más coherente y lo hace más interesante.

Como cualquier otro maricón, tiene la carita delicada y asustada. Su miedo es algo diferente, no resulta patético y divertido como la mayoría, es más bien reconfortante.

Me gustaría abrirlo, para ver de que esta hecho por dentro. Quizá su piel esconde algo debajo y por eso se ve tan suave y delicado por fuera.

Me repele, pero no puedo dejar de mirarlo.

No sé porque me he olvidado de que quería dormir antes de todo esto, antes del cabello negro y la piel pálida, no sé si quiero estar despierto para ver esto. Tengo dos opciones restantes, le podría preguntar a mi amigo Jesucristo, quién ya no puede observarme, pero él seguro movería la boca, prejuicioso como suele ser, y me diría que debo dejarlo ir porque es inocente, inocente de mí.

O podría pedirle su opinión al cuchillo. Imaginar su respuesta me saca una sonrisa.

Decido que ya he perdido demasiado tiempo y he observado suficiente, cara o sello da siempre lo mismo, de cualquier manera, todos vamos a tener el mismo final aquí. Así que no importa cuanto tiempo tarde. Incluso puede que me lo agradezca.

Alargó un brazo detrás de la estatua cuando sé que tiene la mirada clavada en la silueta. Luego extiendo el otro, y sé que desde las sombras pareciera ser que el Jesucristo esta elevando los brazos. Veo que sus ojos destellan con horror y eso me causa un subidón de energía tremendo, es una chispa que reaviva varias cenizas.

Vuelvo a colocar los brazos detrás de mi espalda, saco el cuchillo del pantalón y siento que me reconforta, que apoya mis decisiones, que me brinda todo lo que necesito en este momento. Que me da la fuerza para acabar con el chico bonito.

Comienzo a caminar hacia él al mismo tiempo que veo en sus ojos crecer otra llama, su mirada no tiene tanta malicia, pero estoy seguro de que no es inocente. No es tan inocente como para meterse aquí sin esperar ninguna consecuencia. Es mi territorio, mi lugar, mi estatua y mi cuchillo. Todo aquí dentro me pertenece, cada maldita silla, cada vidrio, todo.

Y si se ha metido aquí, entonces también me pertenece. Y eso significa que puedo hacer lo que quiera con él. Puedo romperlo como a la madera, puedo reducirlo a trozos de la misma forma que podría quebrar el mármol. Puedo quemarlo hasta los cimientos porque es mío.

Me pertenece desde que cruzo el portón.

Veo que duda, por un momento.

Y luego se echa a correr. Trata de llegar a la puerta, como todos, predecible y aburrido. Así que me quedo quieto, perseguirle no me hace tanta gracia cuando no hay posibilidad alguna de que salga de aquí, vivo.

Me quedo quieto y observo mientras él golpea la puerta con fuerza y comienza a llorar. Su llanto no me conmueve, nunca me he conmovido por esos gestos, pero hay algo en la entonación de su dolor que me hace dudar nuevamente. La duda es algo que no permito aquí, que no conservo en el cuerpo. Y sin embargo me ha pasado por la mano en el cuchillo un deje de hesitación.

Quizá pueda encontrar una motivación más satisfactoria.

Lo veo rendirse con la puerta y volver a observarme. Sus ojos son claros, como el agua. Pero para ser tan grises, no tienen una sola pizca de frialdad y eso me molesta. Alzo la mano derecha, donde sostengo el cuchillo, y la meneo delicadamente como si estuviera saludándole.

O en tal caso, sería más bien una despedida.

Pero él tiene ganas de luchar un poco más. Así que empieza a correr a través de las sillas, se mete bajo la madera como un insecto a punto de ser aplastado. Admito que lo perdí de vista, y eso me genero excitación.

No le pedí que se escondiera para complacerme, pero me lo ha puesto más divertido y eso tiene su propio mérito. Estoy seguro de que ignora que puedo escuchar su respiración en todo el lugar, que hace ruido al caminar, es despistado, torpe y tiene miedo, una combinación terrible.

Dejo de escuchar el movimiento de sus pulmones después de un momento. Puedo ver que es un chico inteligente, cuidadoso de los detalles.

Me preguntó si será capaz de morirse asfixiado antes que permitir que le encuentre. Pero no, la respuesta llega más rápido de lo que esperaba, suelta aire y luego retiene. Se escucha bajito, y al temblar mueve la madera.

Esta metido en el confesionario. Bien, que se confiese conmigo si eso le ayuda a morir en paz, que se arrodille allí y pida perdón por el pecado más grande de todos; la estupidez.

Camino con cautela, mientras escucho su respiración aumentar de volumen. Le sube una, luego dos rayas. Hasta que finalmente lo tengo cerca y estoy completamente seguro de la posición que tiene dentro del cubículo de madera. Me causa ternura y repulsión el hecho de que sea tan pequeño como para caber allí. Me molesta que sea tan ingenuo, me molesta que siga vivo.

Me molesta que me haga dudar, me enfurece. Siento las venas tan calientes como el infierno mismo, la rabia se pasea por ellas con libertad y entusiasmo.

Quiero sacarlo de allí y mirarle a los ojos, quitarle uno para que pueda ver lo que pienso hacerle pero que no pueda procesar por el dolor. Quiero quitarle lo que sea que tiene que me perturba y luego guardarlo bajo un cajón con seguro.

Pero dentro de mí sé que es algo que no puedo arrebatarle con el cuchillo. Es algo que pesa más, es algo que se va a quedar en este lugar incluso aunque me deshaga de él, es una sensación que va a persistir en mí. Y eso es, maldita sea, es frustrante y me pone neurótico. Y nunca he sido un neurótico, no soy un condenado mental. Soy solo un hombre arrodillado tratando de erradicar la debilidad de su vida.

No tengo tiempo para dudar, o para perder.

Quería dormir, y él lo ha arruinado para mí por varias noches.

Así que voy a hacerlo pagar por ello.

El cuchillo me devuelve un asentimiento.

Recuerdo que el confesionario tiene un hueco grande en uno de sus lados, desde allí, si soy preciso podría atravesarle un costado, quizá un par de costillas.

Estoy seguro de que verle sangrar va a hacerme sentir mejor.

Hago fuerza con el mango hasta que me lastima, y entonces sé que ha llegado el momento. El aire silva diferente cuando es testigo de algo atroz, vibra de maneras aleatorias como si quisiera advertir a la victima al otro lado.

Pero él no va a escuchar nada.

Me muevo con rapidez y entierro el cuchillo por aquel agujero. La sensación me sobrepasa, es más grande que este lugar y que yo mismo.

La presión y la fuerza que se necesitan para romper carne y hueso son importantes, hacen un sonido satisfactorio, y yo siempre presiono para llegar más y más allá. Sé que le duele porque grita, se retuerce mientras yo sigo presionando el cuchillo en su delicada y pálida carne. Siento algo duro que me impide el paso, y no identificó la parte de su cuerpo que he logrado destrozar.

Solo sé que grita, fuerte, claro, estridente. Es patético y valiente al mismo tiempo, su dolor suena de manera acompasada e incluso tiene ritmo, cuando muevo el cuchillo hacia un lado, él responde con un grito diferente, está tratando de apartarse, pero yo sé lo que piensa, estoy seguro de que él sabe que cuando salga del confesionario le voy a desgarrar la garganta en un corte limpio.

Se sacrifica inútilmente y yo voy a castigarle por ello. Voy a retorcer la mano hasta que se haga un circulo en su carne por el que pueda ver hasta su interior, por el que pueda encontrar una respuesta a porque quiero detenerme un poco.

No lo hago, me concentro en seguir con mi tarea, y finalmente, el niño se rinde. Es admirable que haya luchado tanto, no voy a negar que lo ha hecho más interesante que muchos supuestos hombres.

Es más excitante y placentero de lo que pensé, de lo que recordaba. Todo en él responde diferente, incluso la muerte. Es algo que no conocía pero que ahora podré comparar.

Tenía razón, ver su sangre correr por el suelo me hace sentir mejor. 

Fortsæt med at læse

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