Irresistible Error. [+18] ✔(P...

By KayurkaRhea

76M 3.6M 13.7M

《C O M P L E T A》 ‹‹Había algo extraño, atrayente y oscuramente fascinante en él›› s. Amor: locura temporal c... More

Irresistible Error
ADVERTENCIA
Capítulo 1: La vie en rose.
Capítulo 2: La calma antes de la tormenta.
Capítulo 3: In vino veritas.
Capítulo 4: Rudo despertar.
Capítulo 5: El placer de recordar.
Capítulo 6: Podría ser rabia.
Capítulo 7: La manzana del Edén.
Capítulo 8: Mejor olvidarlo.
Capítulo 9: Tiempos desesperados, medidas desesperadas.
Capítulo 10: Damisela en apuros.
Capítulo 11: Bona fide.
Capítulo 12: El arte de la diplomacia.
Capítulo 13: Leah, eres un desastre.
Capítulo 14: Tregua.
Capítulo 15: Provocaciones.
Capítulo 16: Tentadoras apuestas.
Capítulo 17: Problemas sobre ruedas.
Capítulo 18: Consumado.
Capítulo 19: Conflictos.
Capítulo 20: Oops, lo hicimos de nuevo.
Capítulo 21: Cartas sobre la mesa.
Capítulo 22: Efímero paraíso.
Capítulo 23: Descubrimientos.
Capítulo 24: Compromiso.
Capítulo 25: El fruto de la discordia.
Capítulo 26: Celos.
Capítulo 27: Perfectamente erróneo.
Capítulo 28: Salto al vacío.
Capítulo 29: Negocios.
Capítulo 30: Juegos sucios.
Capítulo 31: Limbo.
Capítulo 32: Rostros.
Capítulo 33: Izquierda.
Capítulo 34: Bomba de tiempo.
Capítulo 35: ¿Nuevo aliado?
Capítulo 36: El traidor.
Capítulo 37: La indiscreción.
Capítulo 38: Los McCartney.
Capítulo 39: Los Colbourn.
Capítulo 40: Los Pembroke.
Capítulo 42: El detonante.
Capítulo 43: Emboscada.
Capítulo 44: Revelaciones.
Capítulo 45: La dulce verdad.
Capítulo 46: El error.
Capítulo 47: Guerra fría.
Capítulo 48: Cautiva.
Capítulo 49: Aislada.
Capítulo 50: Puntos ciegos.
Capítulo 51: La lección.
Capítulo 52: Troya.
Capítulo 53: Deudas pagadas.
Capítulo 54: Caída en picada.
Capítulo 55: Cicatrices.
Capítulo 56: Retrouvaille.
Capítulo 57: Muros.
Especial de Halloween
Capítulo 58: Punto de quiebre.
Capítulo 59: Resiliencia.
Capítulo 60: Reparar lo irreparable.
Epílogo
AGRADECIMIENTOS
EXTRA: La elección de Alexander.
EXTRA: Vegas, darling.
EXTRA: Solo para tus ojos.
ESPECIAL 1 MILLÓN: El tres de la suerte.
EXTRA: El regalo de Leah.
EXTRA: El balance de lo imperfecto.
Extra: Marcas de guerra.
ESPECIAL 2 MILLONES: Waking up in Vegas.
ESPECIAL 3 MILLONES: The burning [Parte 1]
ESPECIAL 3 MILLONES: The burning [Parte 2]
ESPECIAL 4 MILLONES: Entonces fuimos 4. [Parte 1]
ESPECIAL 4 MILLONES: Entonces fuimos 4 [Parte 2]
ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 1]
ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 2]
ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 3]
LOS VOTOS DE ALEXANDER
COMUNICADO IMPORTANTE
Especial de San Valentín
Especial: Nuestra izquierda.
Especial: Regresar a Bali
¡IMPORTANTE! Favor de leer.

Capítulo 41: Mentiras sobrias, verdades ebrias.

848K 43.6K 205K
By KayurkaRhea

N/A: Es un capítulo largo, espero no se aburran. ¡Disfruten!

Leah

—Vas a lastimarte si sigues golpeando así el saco. 

Estuve a punto de resbalar por el ruido repentino que interrumpió mi concentración, la colchoneta caliente bajo mis pies por el contacto y la fricción, y mis puños paralizados a mitad del golpe número doscientos dos. ¿O era doscientos tres? ¿Cuatro?

Joder, por eso odiaba que me interrumpieran.

Bajé los brazos y me erguí, dejando escapar el aire por fin. Mi corazón retumbaba en mis oídos e inspiré, buscando ralentizarlo.

—¿Quién dice que voy a lastimarme?—caminé por el centro de la estancia hasta tomar la toalla y retirar con ella el sudor de mi rostro.

Erik abandonó su posición en el umbral de la puerta y se acercó a paso seguro, con los brazos cruzados sobre el pecho.

—El saco no tiene la culpa.

—¿De qué hablas?—alcé la vista hacia él y fruncí el ceño, sin estar de humor para sus bromas.

—Lo golpeabas como si quisieras matarlo—se mofó.—¿En quién estabas pensando?

Me escrutó con sagacidad y me sentí expuesta, así que desvié la mirada y comencé a doblar la toalla para fijar mi atención en algo más.

Era una pregunta difícil de responder, en realidad.

Desde el fiasco ocurrido en Año Nuevo, había desarrollado cierta rabia hacia un grupo bastante grande de personas, empezando por Abraham, que no se había tocado el corazón para intentar robarnos dinero. Después estaba Agnes, mi querida suegra quien no había perdido el tiempo en soltar una sarta de insultos contra mí y mi familia.

El rencor se alzaba en ese cúmulo de emociones estrepitosas como una bandera roja, rencor hacia Jordan por su forma tan infantil de actuar. Incluso sentía cierta aversión hacia Regina por ser la primera en apoyar a su esposo con presionarnos para ceder.

Y también sentía rabia hacia papá, principalmente hacia él, de todos ellos. Aunque lo que sentía era un entramado de emociones mucho más complejo y difícil de desentrañar, porque más allá de la rabia subyacía un sentimiento de traición y decepción que no sabía cómo manejar.

Estrujé la toalla entre mis manos una última vez antes de responder.

—En nadie, sólo estaba entrenando.

—Has estado entrenando mucho estos días. ¿Te preparas para una batalla cuerpo a cuerpo a cambio de tu libertad o algo?

Solté una risita y negué, mis trenzas balanceándose por el gesto.

—No hay mucho qué hacer en casa además de esto—abrí los brazos para señalar la enorme estancia que hacía las veces de gimnasio en casa.

No era un lugar al que acudiera mucho. Prefería las clases personalizadas con Kristen, mi entrenadora, pero era lo único que podía hacer encerrada en casa como si fuese una criminal cumpliendo una condena de arresto domiciliario.

—Y más si tengo prohibido poner un pie fuera.

Era ridículo en realidad, las medidas tan extremistas que mi padre había tomado para mantenerme alejada de Alexander en tanto se resolvían los otros problemas, como si tuviera miedo de que huyese, o qué sabía yo, que cometiera cualquier estupidez que se le plantara en la mente.

Hoy se cumplían dos semanas desde la fiesta, y desde la última vez que nos vimos.

—¿Tu príncipe no vendrá a rescatarte de casualidad?—volvió a burlarse, sus ojos brillando con audacia.— ¿O debería decir Shrek?

—¡Cállate!—lo reprendí con una mezcla de seriedad y diversión, aguantando la risa.

—Tienes que admitir que tienen cierto parecido. Y tú te pareces bastante a Fiona.

Le tiré la toalla sudada que tenía en las manos e hizo una mueca de asco cuando alcanzó su objetivo y le dio justo en la cara.

Solté una carcajada por su expresión de repugnancia y la manera en que se estremeció.

—Es sólo un poco de sudor, estoy segura que cosas peores has tenido sobre la cara—le lancé una mirada sugerente que él comprendió al instante y carraspeó.

—Que tú hagas ese tipo de cosas con Alexander no significa que todos lo hagamos—se quejó y recuperó la compostura, mientras yo soltaba una risita por un recuerdo muy particular relacionado con eso.

—Qué aburrida es tu relación entonces—lo molesté y él bufó.

— No quiero conocer los detalles de sus perversos encuentros, gracias—dijo con una mueca displicente.

Puse los ojos en blanco y negué.

—¿Qué quieres? Además de molestarme hasta la muerte.

—Para empezar, que dejes de ser tan asquerosa.

—Hablo enserio.

—Yo también.

Lo miré incrédula.

—¿No puedo simplemente venir a ver a mi hermana para hacerla reír un rato?

Enarqué una ceja, escéptica y me crucé de brazos.

—Erik—insistí y posó su atención en un estante de mancuernas, como si aquello fuera lo más interesante en la habitación.

Cuando volvió a centrarse en mí, sabía que lo que fuera que tuviera que decirme, no iba a gustarme.

—¿Son malas noticias? ¿Pasó algo con el contrato? ¿Con la empresa?—cuestioné preocupada, dejando caer los brazos a mis costados.

—No, no es eso.

—¿Es sobre Alexander?—la presión en mi pecho aumentó y la boca se me secó ante la perspectiva.

Era exasperante y frustrante a la vez no poder salir, como un prisionero de guerra incomunicado en los calabozos del bando enemigo.

—No—dijo tajante y la sensación de alivio aligeró el peso que me oprimía el pecho.

—¿Entonces qué es?

Se pasó una mano por el cabello, considerando decírmelo o no, pero al final comenzó a hablar.

—No sé si sean buenas o malas noticias.

No emití palabra para obligarlo a continuar.

—¿Recuerdas el detective que contraté para que investigara sobre Louis Balfour?

Mi corazón dio un salto en mi pecho por la repentina dosis de adrenalina que ese nombre inyectó a mi sistema y asentí.

—Bueno, continuó indagando y encontró algo muy interesante.

—¿Qué cosa?—dije apresuradamente, ansiosa por saber.

—Sí estudió en la misma universidad que mamá.

Bajé los hombros, decepcionada.

—Eso ya me lo habías dicho.

—Lo sé, lo que no te dije es que posiblemente podamos conseguir información sobre él de otra persona—reveló, mis sentidos afilándose de nueva cuenta.

—¿Quién?

—Estuvo en el mismo programa de prácticas que mamá, bajo la tutela de Denisse Hoffman. 

Parpadeé un par de veces, asimilando la información.

—¿Eso qué significa? ¿Que mamá y él convivieron? ¿Que quizás ellos...?

Se encogió de hombros.

—No tengo idea, pero sería bueno investigar.

—¿Sabes dónde vive esa mujer?—inquirí sin querer lucir muy desesperada por la información, aunque en realidad, sí lo estaba.

—No, pero puedo pedir que lo investiguen. Aunque si queremos ser prácticos, creo que mamá debe tener su dirección en algún lugar, o al menos su teléfono si es que fue su tutora.

—¿Irás a verla?

—Me encantaría, pero no puedo, por eso vine a decírtelo. 

Fruncí el ceño y me crucé de brazos, repentinamente molesta con él.

—¿No te interesa saber qué relación tiene él con mamá? ¿O por qué no podemos siquiera decir su nombre? ¿O...o por qué está realmente en la cárcel?

—Sí me interesa, quiero saberlo tanto como tú, pero debo viajar a Alemania en dos días y no tengo tiempo para indagar.

—Y yo no puedo salir, ¿lo olvidas?

Bajó la vista a sus pies, como hacía siempre que intentaba buscar una solución a los problemas. Alzó la cabeza entonces, sus orbes insondables.

—Podrías esperarme—sugirió poco convencido.

Solté un quejido de inconformidad, cambiando mi peso de un pie al otro.

—Podría, pero no sé cuánto tiempo estarás en Alemania, y quizás para ese entonces ya no podamos conseguir la información.

—No creo que la mujer muera en dos semanas—replicó escéptico y me mordí el interior de la mejilla, considerando sus palabras.

—Está bien—accedí a regañadientes.— Esperaré a que regreses.

Una pequeña sonrisa surcó sus facciones.

—Te dejo entonces, para que continúes enamorándolo.

—¿Qué? ¿A quién?

—A mi cuñado, ¿no lo enamoraste con tus habilidades de karate kid?—se burló y abrí la boca con indignación, antes de arremeter en su contra, la risa muriendo en su garganta cuando encajé mi codo en su costado derecho, privándolo de todo el aire.

Aprovechó ese momento para pasarme el brazo por el cuello, neutralizarme y despeinarme con el puño.

—¡Erik!

—Suplica todo lo que quieras hermanita, no va a funcionar.

—¡Ouch!

—Ve a bañarte, apestas.

Volvimos a reír cuando me arrastró consigo fuera del gimnasio y por un momento, me hizo olvidar todos los problemas que tenía detrás.

¥

Miré el reloj en mi habitación por enésima vez.

Mi ansiedad cada vez más intensa a medida que el segundero avanzaba.

No podía esperar a que mi hermano regresara para indagar, necesitaba saciar mi curiosidad, encontrar respuestas lo más pronto posible antes de que la incertidumbre terminara por consumirme.

Era ahora o nunca. 

Anduve escaleras abajo hasta llegar a la habitación que hacía las veces de estudio de mamá, que estaba justo frente al de papá.

El lugar era mucho menos espacioso y opulento, simplemente porque mamá así lo prefería; era un espacio para ella.

Toqué un par de veces para asegurarme que no hubiera nadie dentro y cuando no obtuve respuesta, abrí la puerta y asomé la cabeza. Era horario de trabajo y mamá estaba en su jornada, pero no quería correr el riesgo y toparme con Ana o alguien más del servicio por accidente.

¿Cuándo había llegado el punto en que debía andar a escondidas por mi propia casa? Era absurdo, pero necesario.

Me deslicé por el pequeño resquicio que había creado y cerré con el mayor sigilo posible. Una vez dentro, me dispuse a buscar.

Denisse Hoffman. Lo único que tenía de esa mujer era su nombre y que hacía tiempo fue la directora de un programa de prácticas bastante exclusivo. Fue galardonada por el arduo trabajo en su campo, y después de ejercer varios años, se retiró.

No había una dirección pública, ni siquiera el nombre de algún consultorio particular al que pudiera acudir para interrogarla.

Así que ahí estaba yo, rebuscando entre el papeleo y las pertenencias de mamá para encontrar algún hilo del qué tirar.

Busqué sobre su escritorio, entre el montón de carpetas e informes; dentro de cajones llenos de más papeleo de trabajo, incluso consideré la descabellada idea de que llegase a tener un fondo falso o una caja fuerte, pero no.

Abandoné mi búsqueda de la llave de un pasadizo secreto en el librero para revisar la gaveta debajo de él. Dentro había un cúmulo de libretas y agendas cubiertas con una ligera capa de polvo.

No encontré nada en las primeras dos, hasta que casi di un grito de alegría cuando, en la letra ‹‹H›› de la tercer agenda, encontré un número telefónico y una dirección bajo el nombre de Denisse Hoffman.

Me apresuré a acomodar todo de vuelta en su lugar con la adrenalina corriendo por mis venas, ansiosa por llamarla para que pudiera responder a mis preguntas.

Estaba por incorporarme cuando el sonido de la puerta abriéndose me puso alerta. Me agaché con la gracia de una nutria, apoyándome en mis rodillas para gatear hasta el pequeño espacio que había en el escritorio de mamá.

No era mi actuación más madura. Podría haberme inventado alguna excusa del porqué estaba ahí, pero prefería evitar que llegara a oídos de mi madre y levantar sospechas.

Me hice un ovillo abrazando mis rodillas, la agenda apretada contra mi pecho y mi cuello torcido para caber mientras rogaba a Dios que a quien fuera que estuviera en la estancia no se le ocurriera venir hasta acá, porque entonces no sólo mi plan de pasar desapercibida se habría ido al carajo, sino también mi dignidad.

Parecía una niña a punto de ser pillada haciendo una travesura.

El leve retumbar de los pasos sobre el suelo y el susurro de ropa aumentó, mi oído agudizándose para captar movimiento a mi lado derecho, justo sobre mi cabeza. Posiblemente era alguien de servicio limpiando el escritorio, o acomodando algo sobre él.

Apreté los dientes y contuve la respiración por lo que me pareció una eternidad, temiendo ser descubierta al más mínimo suspiro.

El sonido de los pasos continuó, cada vez más nítido a medida que se acercaban y me pegué a la madera hasta que mi hombro dolió, mi mente trabajando a toda velocidad mientras trataba de encontrar una excusa creíble de qué demonios hacía debajo del escritorio de mamá.

Observé el inicio de un zapato de goma negro que apenas entraba en mi campo de visión y supe que mi misión imposible al estilo James Bond se había ido al carajo, porque en cualquier momento me vería ahí dentro.

Permaneció con los pies inmóviles en el mismo lugar, mi corazón latiendo tan rápido en mi pecho que me sorprendía que no pudiese escucharlo.

El zapato desapareció de pronto, el sonido de los pasos apaciguándose hasta que escuché la puerta cerrarse. Solté el aire que estaba conteniendo e inspiré, el oxígeno quemando mis pulmones. Me arrastré fuera del espacio y levanté la cabeza sólo lo suficiente para que mis ojos lograran escanear la habitación, que gracias al cielo estaba desierta.

Me puse en pie de un salto asegurando la agenda en mi mano y salí del estudio de mamá con la emoción corriendo por mis venas y un nuevo hilo del qué tirar.

¥

—Hay más seguridad en tu casa que dentro de una prisión—se quejó Edith entrando a casa y abalanzándose sobre el sofá.— Por un momento pensé que uno de los guardias de afuera me iba a meter la mano por el recto para verificar que no te trajera una cuerda o algo para que escaparas.

Solté una risa por su irreverente comentario.

—En todo caso usaría la cuerda para ahorcarme, no aguanto un segundo más encerrada aquí—confesé, sentándome junto a ella.

—Yo haría lo mismo, créeme. Tu papi se tomó muy enserio eso de encerrarte para no poder verlo—soltó un suspiro que pareció de ensoñación.— Si lo miras desde fuera, todo esto resulta muy romántico. Dos trágicos amantes que no pueden verse y...

—Edith, por favor—la corté, lanzándole una mirada escéptica.

Bufó e hizo un puchero.

—Siempre arruinando mis ilusiones.

—Deja de leer tantas novelas, te hacen mal—la reñí, pero ella negó.

—Son mi hobbie favorito. Quizás tú necesitas un poco de fantasía en tu vida para no ser tan amargada.

Enarqué ambas cejas.

—¿Terminaste?

Acomodó su cabeza en el reposabrazos del sofá y me observó desde ese lugar.

—Creo que sí.

—Bien, por...

—Por cierto, lamento lo sucedido con Jordan—se incorporó e hizo una mueca de empatía.— Pero tengo que decírtelo.

—¿Qué cosa?

—Que te lo dije—alzó la barbilla para darse importancia y puse los ojos en blanco.— Debiste decírselo antes.

—Cualquiera que hubiese sido el tiempo, habría reaccionado igual.

—Probablemente—concedió, moviendo la cabeza.— Ethan me contó lo que pasó cuando fuiste a verlo.

Me estremecí ante el recuerdo. No había sido mi idea más brillante,  pero siempre había preferido enfrentar mis problemas a huir de ellos.

—Yo te apoyo, te conozco más a ti de lo que conozco a Jordan, eres mi mejor amiga—estiró su brazo hasta tomar mi mano, sus ojos claros brillando con complicidad.—Pero Ethan está intentando mantenerse neutral, ya sabes, porque ambos son sus amigos.

—Está bien, esto no es ningún juego donde tengamos que elegir un bando, se arreglará eventualmente—traté de convencerme de mis propias palabras.

Mi amiga sonrió y me dio un último apretón antes de erguir la espalda y mirarme expectante.

—¿Y bien? ¿Para qué me llamaste?

Suspiré, armándome de valor.

—Necesito que me lleves a un lugar.

Su expresión se llenó de sorpresa.

—Pensé que no podías salir.

Tomé la liga que tenía en mi muñeca y me hice una coleta.

—No puedo, pero haré que me dejen salir. Necesito ir a visitar a alguien.

—¿A tu esposo?—me dedicó una mirada sugerente, y el pensamiento no me pareció tan mala idea por un instante, antes de recordar que tenía prioridades.

—No, es una calle provincial, está a hora y media de aquí en auto.

—¿A quién demonios quieres visitar que vive a hora y media de aquí?—cuestionó perpleja.

—A alguien que quizás tenga respuestas.

Subimos a su auto después de ponerla en contexto. A Edith le encantaban los chismes y los misterios, y cualquier cosa que involucrase cualquiera de las dos, ya era algo de lo que ella debía ser parte.

Me coloqué el cinturón y lentes oscuros al tiempo que ella arrancaba hacia la entrada, conduciendo por el camino de gravilla que llevaba a las rejas de casa.

Una vez ahí, uno de los guardias nos detuvo, haciendo señas a quien estaba en el centro de control para que no accionara las puertas.

Hizo un gesto para que Edith bajara la ventana y giré el rostro hacia él, mirándolo a través de mis lentes.

—Señorita McCartney, su padre dio órdenes expresas de que no la dejáramos salir—explicó con un deje de nerviosismo en la voz el hombre.

—¿Ves a mi padre aquí?—inquirí mordaz.

Se mantuvo en silencio, los brazos tras su espalda removiéndose.

—No, señorita.

—¿Y sabes dónde está ahora?—presioné, negándome a perder un segundo más encerrada.

—En su empresa, trabajando.

—Exacto—me retiré los lentes para dedicarle mi mejor mirada gélida e intimidarlo.— ¿Y sabes cuándo regresa?

—En...en unas horas más—respondió a regañadientes, anticipando lo que le diría.

—Veo que ya sabes a dónde quiero llegar—incliné la cabeza a un lado y batí mis pestañas.— Volveré antes de que él lo haga, y aquí no habrá pasado nada.

Se mantuvo con la boca ligeramente abierta, asustado.

—Le repito señorita, que su padre ha dado órdenes expresas de...

—Abre las puertas—exigí severa, sin dejar de clavarle mis ojos.

—No quiero poner en riesgo mi trabajo desobedeciéndolo, entiéndame, yo...

—Pondrás más en riesgo si no me ayudas en esto—repliqué, demandante.— Yo podría abogar por ti si mi padre se llegara a enterar de que me dejaste salir, pero si no...sería peor.

Se pasó la lengua por los labios, claramente nervioso mientras sopesaba sus opciones, pero no quería correr el riesgo de que se retractara y volviera a su posición de centinela incorruptible.

—No me hagas repetírtelo—presioné, autoritaria.

Terminó por ceder e hizo una seña al hombre que se ocupaba de las puertas, abriéndolas por fin.

—Gracias—sonreí ampliamente antes de colocarme los lentes de vuelta y prepararme para salir.

—Das miedo cuando actúas así, ¿sabías?—se quejó Edith, estremeciéndose.

—Pero funcionó, ¿no?

—¿Cómo es que Alex no tiene miedo de ti cuando estás molesta?

Reprimí la sonrisa que amenazaba con surcar mis labios. Le encantaba hacerme enojar por el simple placer de recordarme que era capaz de penetrar más allá de mi furia y derrumbar todas mis murallas de ira, hasta tenerme a su merced.

—No le asusta, le encanta—respondí con petulancia y mi amiga negó con el amago de una risa, sin despegar la vista del frente.

Siguió conduciendo hasta que perdí de vista el portón de casa. Un viaje en carretera nunca había sabido tanto a libertad.

¥

—¿Tienes alguna idea de cuál es la casa que buscamos? Todas lucen exactamente igual.

Le di otra ojeada a mi celular, que marcaba el camino a través del GPS y señalaba el destino a sólo tres metros de distancia.

—El localizador dice que estamos cerca.

—¿Qué tal si nos equivocamos de casa?

—Preguntaremos cuál es la correcta entonces—repliqué con más seguridad de la que sentía.

—¿Y si ya no vive ahí? Digo, es una posibilidad, nadie te contestó cuando llamaste y...

—Lo sé, pero quiero intentarlo—insistí frustrada. Cada punto que señalaba Edith era una falla en mi plan nada perfecto de conseguir información.— Es aquí.

Se detuvo frente a una casa amplia color beige, una Suburban gris en la entrada del garaje, el pasto cortado a un lado, un pequeño jardín de petunias formando un sendero hacia la puerta de madera café, que era el único resquicio de color en ese bloque de casas monocromáticas.

—Al menos se ve habitada—observó y bajamos del auto al mismo tiempo.

La calle estaba desierta a excepción de un par de autos también a la puerta de los garajes, unos cuantos juegos de niños regados sobre los jardines. Parecía la típica calle residencial inmersa en los suburbios que retrataban las películas.

Cruzamos la acera, anduvimos por el sendero de piedra que custodiaban las petunias y tocamos el timbre. Las manos comenzaron a sudarme en el momento en que el eco del sonido se desvaneció dentro de la casa, mi boca seca por la expectación, preguntándome qué respuestas encontraría tras esa puerta, con esa mujer.

Transcurrió un minuto en el que nadie atendió y temí que a pesar de la camioneta aparcada afuera, no hubiera nadie en casa.

Edith pareció leer mi mente, o ver mi cara de paranoia, porque estiró el brazo y volvió a tocar, hasta que un chico aparentemente menor abrió la puerta, su pelo color arena reluciendo por el sol de la tarde.

—No compramos galletas, ni apoyamos drogadictos, ni creemos en Dios. Si ofrecen alguna de esas tres cosas, adiós—dijo con hastío y comenzó a cerrar la puerta, antes de que interpusiera el pie para impedirlo.

—No vendemos ninguna de esas tres cosas—me apresuré a replicar y el chico volvió a abrir.

—¿Entonces qué quieren?—preguntó hosco.

Me retiré los lentes oscuros y fijé mi vista en él.

—Queremos hablar con Denisse Hoffman.

Nos miró a ambas alternadamente, como si no creyera una palabra y después se recargó en el umbral, impidiéndonos el paso.

—Ella ya no consulta, se retiró hace tiempo.

—Lo sabemos, pero queríamos...hacerle unas preguntas—expliqué poco convencida.

El chico enarcó las cejas y cruzó los brazos sobre el pecho.

—Bueno, como les dije, ella ya no consulta, pero podría hacer una excepción por ti, linda—elevó una comisura de su boca e inclinó la cabeza a un lado, señalándome con un dedo, como si hiciera memoria.— ¿Te he visto en otra parte? Siento que ya te conozco. ¿En mis sueños, quizás?

Quise reír por su patético intento de flirteo. Después de las extrañas formas con las que Alexander había logrado conquistarme, dudaba mucho que las tontas técnicas de ligue de un niño pudiesen provocarme algo.

—Lo dudo—dije cortante.— ¿Está Denisse en casa o no?

—Podría ser—se encogió de hombros con fingida indiferencia, mirando sus uñas y después a mí.— Podría confirmártelo si me das tu número de celular.

Edith soltó un quejido a mi lado y le lancé una ojeada de impaciencia.

—Estoy casada—levanté la mano mostrándole el anillo.— No pierdas el tiempo. Ahora dime si está en casa o no, tengo otras cosas qué hacer además de...

—¿Por qué casarse tan joven? Quizás aún podías encontrar al indicado si...

—Ya lo encontré, gracias—contesté, cada vez perdiendo más la paciencia.— Sólo dime si...

—¿Ted? ¿Quién está en la puerta?—una voz femenina al fondo me interrumpió.

El chico giró la cabeza, centrándose en la otra persona.

—Nadie abuela, sólo son...

Emitió un quejido de dolor cuando la mujer le estrelló un rodillo en el hombro y se retiró del marco, dejando ver a una señora de edad avanzada con delantal, red y rodillo en mano.

—¿Qué quieren?—preguntó con el mismo tono que su nieto.

Miré por un segundo a Edith y después a ella.

—Buscamos a Denisse Hoffman.

—Soy yo, ¿qué necesitan?

Le lancé al chico que permanecía detrás de su abuela una mirada mortal por haberme hecho perder así el tiempo, antes de responderle.

—Queríamos saber si tenía unos minutos, sólo queremos hacerle unas preguntas.

Frunció el ceño, escéptica. Las arrugas alrededor de sus ojos marcándose cuando los estrechó.

—¿Preguntas sobre qu...?

—¡Ya sé de dónde te conozco!—chilló su nieto emocionado desde su lugar.— Eres la chica del escándalo, la que se casó con ese tipo. Es la que está en todos lados, abuela.

Me removí incómoda y quise darle un golpe en la cara por idiota. Los ojos de la mujer se abrieron con reconocimiento.

—¿Eres la hija de Alison Lowe?

—Sí—dije aliviada al comprobar que en efecto conocía a mamá.

—Estás enorme—sonrió con nostalgia.— Pasen, adelante.

—Gracias. Ella es mi amiga, Edith.

Saludó con un gesto de la mano y una pequeña sonrisa.

—¿Tú también estás casada?—cuestionó el impertinente nieto de Denisse.

—Para ti sí, niño—contestó dignamente, pero el chico no perdió su buen humor hasta que su abuela volvió a amenazarlo con el rodillo.

—¿Cree que podríamos hablar en...privado?—inquirí una vez llegamos al rellano de su sala.

La mujer lo dudó un instante, pero asintió y dejó su arma letal—léase rodillo— en el sofá. La seguí hasta su cocina luego de que Edith me suplicara en silencio que no la dejara mucho tiempo sola con aquél chico, y me senté en una de las altas sillas de su comedor.

La estancia olía a galletas y canela.

—¿Y bien? ¿Qué es eso tan importante que quieres preguntarme? Porque debe serlo si has venido hasta acá para saberlo— preguntó sentándose frente a mí.

Me mordí el interior de la mejilla, tratando de ordenar mis ideas.

—Es sobre mi madre.

Me miró expectante, sin emitir palabra.

—Ella fue su estudiante, ¿cierto?

Asintió lentamente.

—Sí, una chica bastante brillante debo decir, aunque no concluyó mi programa.

—¿Cómo?

—Lo dejó repentinamente.

Fruncí el ceño.

—¿No lo terminó?—negó con la cabeza—¿Por qué?

Se encogió de hombros.

—No lo sé, un día simplemente dejó de asistir.

—¿Y no sabe por qué? ¿O no imagina algún motivo?

Sus ojos se empequeñecieron con recelo.

—¿Cuál es tu interés en saber eso?

—Ninguno, bueno sí, es...es sólo curiosidad—dije con poca convicción, esperando que me creyera. —Hay cosas que no puedo preguntarle a ella.

—Bueno, pues no lo sé. Supongo que lo dejó por tu padre. Él pagaba su programa de prácticas conmigo, todo este tiempo imaginé que lo había dejado por él.

—¿Ella tenía una relación con mi padre en ese entonces?

—Sí—volvió a mirarme con extrañeza.— No entiendo por qué me preguntas esto a mí.

Me coloqué un mechón de cabello tras la oreja.

—Es complicado. Estoy...estoy tratando de comprender algunas cosas, nada más—dije de manera evasiva.— ¿No sabe si tuvo una relación con alguien más antes de papá? Alguien del hospital, quizás.

Fijó sus orbes al frente, haciendo memoria. Las arrugas alrededor de sus labios se marcaron cuando los frunció.

—No, no que yo recuerde. Hubo un período en que, lo admito, lucía bastante mal. Era distraída, descuidada y presentaba síntomas...anómalos. Parecía que algo la aquejaba fuertemente.

Me incliné más hacia el frente, curiosa.

—¿Anómalos cómo?

—Parecía distinta, fuera de enfoque.

—Ya veo—me rasqué el cráneo, frustrada porque no parecía llegar a ningún lado, hasta que lancé la pregunta—¿También dio clases a Louis Balfour?

Hizo una mueca de desagrado.

—Sí, logró obtener una plaza en mi programa a través de su padre, un buen amigo mío.

—¿Y cómo era?

—¿Cuál es tu interés en él?—cuestionó a su vez con suspicacia.

—Lo escuché mencionar en una ocasión a mamá, y me pareció...curiosa su forma de referirse a él—mentí. 

—Bueno, era un estudiante bastante desordenado—confesó.— La responsabilidad nunca fue su fuerte, y sabía por su padre que nunca se llevaron bien. Era un chico problemático. También dejó las prácticas, unas semanas antes que tu madre.

Aquello hizo agudizar mis sentidos y levanté la cabeza de golpe.

—¿Cómo se llevaban ellos? ¿Solían convivir?

—No realmente—tamborileó los dedos contra la madera.— Un par de veces los encontré hablando en el consultorio de tu madre y ella siempre parecía alterada cuando él se iba, pero imagino que eran sólo riñas entre colegas, solemos ser muy competitivos.

—¿Sabe si tenían alguna relación?

—No.

Emitió un quejido de reprobación.

— No me sorprendió que él abandonara el programa, ni tampoco que terminara en la cárcel. Al chico siempre le gustaron las drogas, era notorio. En muchas ocasiones asistió drogado a las prácticas, incluso operaciones, y su padre tuvo un sinfín de problemas a causa suya.

—¿Terminó en la cárcel por drogas?—sabía la respuesta, pero quizás ella podía aportar algo más, algo que Erik y yo ignorábamos.

—Sí, posesión y venta.

—¿Y su padre? ¿Sigue en contacto con él?

—¿Con Demian? No, hace años no hablamos. Cuando él era director de la facultad y yo ejercía, solíamos estar mucho en contacto, pero ya es mayor y hace años que no sé de él.

Asentí, digiriendo la información. No iba a conseguir mucho de Denisse por lo que podía deducir de sus respuestas, pero Demian, el padre de Louis, era otra historia.

—¿Sabe dónde puedo encontrarlo?

Se cruzó de brazos, suspicaz.

—¿Por qué?

—Yo...me...me gustaría hablar con él—la miré suplicante, esperando que accediera.

No parecía convencida de mi treta, pero al menos aceptó. Cualquier cosa que pensara que yo buscaba, estaba claro que ella no quería tener nada qué ver con ello.

Regresé a la sala mientras Denisse iba a buscar la dirección. La cara de sufrimiento de Edith a causa del chico que no dejaba de parlotear me estrujó el corazón.

—Saluda a tu madre de mi parte—mencionó con una pequeña sonrisa, dándome el papel al apretar mi mano.— Me encantaría volver a verla para ponernos al día.

—Se lo diré encantada—mentí, le devolví el gesto y salimos de casa directo hacia el otro lado de la ciudad, con una nueva pieza que quizás nos ayudaría a completar el rompecabezas que era la vida de mi madre.

Estaba ávida de respuestas, no iba a detenerme hasta conseguirlas.

¥

La casa de Demian Balfour estaba a una hora hacia el sur de la ciudad, en Aberdeen.

—No creo que regresemos a casa antes que tu padre—comentó Edith observando el reloj luminiscente del auto, que marcaba pasadas de las seis de la tarde.

—No importa, lo superará si se molesta—dije con desinterés bajando del auto, dirigiéndonos al sendero que llevaba al porche de la casa.

Posiblemente su rabieta duraría más tiempo ahora que no estaba nada contento conmigo, pero no podía importarme menos. Estaba sedienta de respuestas y no iba a desaprovechar la oportunidad de obtenerlas, así tuviera que sacrificar la relación con mis padres a cambio de ello.

Necesitaba saber, porque la falta de conocimiento estaba enloqueciéndome de a poco. Quería entender los venenosos comentarios de Agnes y su férrea aversión hacia nosotros, qué era aquello que tenía mi madre que le provocaba tanta repulsión y por qué mi padre no toleraba verla.

La lámpara del porche brillaba a pesar de los hilillos tenues de luz. El cielo nublado aunado al frío clima me recordaba a Inglaterra, a sus constantes lluvias y sus gélidos vientos. Me recordaba a Alexander.

Había estado tan abstraída en desentrañar el pasado de mamá, siguiendo pistas de dudoso proceder que ni siquiera me había percatado de cuánto lo extrañaba.

Una punzada de añoranza se asentó en mi pecho, desvaneciéndose en el momento en que una robusta mujer de ojos pequeños y busto ancho abrió la puerta, plantándose frente a nosotras.

¿En qué momento había tocado el timbre? ¿O había sido Edith?

—¿Si?

Me mantuve en silencio, la pregunta tomándome con la guardia baja y mi cerebro trabajando a toda velocidad, desesperado por recuperar su capacidad de habla.

—No tengo todo el día.

—Leah—mi amiga me dio un codazo en el costado para hacerme reaccionar.

—Estamos buscando a alguien—balbuceé apresuradamente y la mujer hizo una cara displicente.

—¿A quién?

—Demian Balfour.

Arrugó la nariz y suspiró, luciendo repentinamente cansada.

—El señor Demian no puede recibir visitas.

—¿Por qué?—cuestionó Edith con poca delicadeza.

—Porque está postrado en cama y conectado a un respirador artificial—contestó con el mismo tono seco.

—Oh—la decepción pesó tanto que por un momento no supe qué hacer o decir.

—Sí, oh—me imitó la mujer, colocando las manos en sus caderas y adoptando una pose desafiante.—Eso es lo que todo el mundo dice, oh pobre Demian, debe ser terrible, qué vida tan miserable, es muy triste su estado, y un montón de tonterías más, pero nadie se preocupa por mí, nadie dice pobre Edna, que tiene que alimentarlo, limpiarlo y vestirlo, pobre Edna que debe soportarlo.

—Lo siento—dije colocando las manos al frente, sin saber cómo frenar su repentino vómito verbal y su impetuosa actitud.

Edna, quien aparentemente era la enfermera de planta del señor Balfour—o su ama de llaves—, nos dedicó otra ojeada a mi amiga y a mí, y quizás se compadeció de nosotras porque le parecimos muy idiotas, o tal vez sólo quería alguien con quién hablar, porque lo siguiente que salió de su boca me tomó por sorpresa.

—¿Para qué necesitan al señor Balfour? Con suerte yo puedo ayudarlas.

Miré a Edith por una milésima de segundo y agradecí al universo por alinearse a nuestro favor.

—Queríamos preguntarle un par de cosas. Puede que usted nos responda.

—¿Un par de cosas sobre qué?—sus anchos brazos temblando cuando los posó de nueva cuenta sobre su cadera.

—Sobre...su vida, ya sabe, su carrera, su matrimonio...su hijo.

—¿Y qué te hace pensar que ventilaré sus intimidades? He trabajado para su familia por años, desde que su esposa enfermó y su hijo entró a la cárcel y...

Se detuvo cuando se dio cuenta que ya estaba relevando información. Aquello iba a ser más sencillo de lo que pensé.

Refunfuñó.

—No me han respondido. ¿Por qué habría de contestar a sus preguntas?

—Porque trabajamos para una revista—se adelantó Edith, con seguridad.—Estamos haciendo un reportaje con los doctores más sobresalientes y sus vidas, incluyendo logros y tragedias, y nos encantaría que nos apoyase en eso.

Nos miró poco convencida, pero la rubia no desistió.

—Como él no puede responder personalmente, nos gustaría que usted fungiera como su vocera en la entrevista—dijo de manera ingeniosa y casi sonreí por su audacia.

Edna se palmeó el costado de la cabeza, buscando arreglarse el moño que tenía sobre ella, y sonrió nerviosa de pronto.

—¿Un reportaje?—sus ojitos brillando con emoción.

—Sí.

—¿Mi nombre aparecerá en la revista?

—Por supuesto—le aseguró con decisión.

—En ese caso, adelante, pasen.

Se hizo a un lado para permitirnos el acceso, el rellano de la sala escueto y austero, con un solo cuadro en blanco y negro en la pared de enfrente y unos sillones de cuero negro adornando la estancia, con una raída alfombra y una pequeña mesa de centro en medio.

—¿Gustan algo de beber?—ofreció con entusiasmo, haciéndonos una seña para tomar asiento.

—No, gracias—respondimos al unísono.

—De acuerdo—se sentó en el sillón individual de enfrente, la espalda recta y las manos sobre el regazo, expectante.—Ya pueden comenzar con las preguntas.

Me aclaré la garganta y extraje mi celular, colocando la grabadora para seguir con el teatro.

—¿Qué nos puede decir sobre la carrera de Demian Balfour? Más específicamente, sus inicios.

—Bueno, tengo entendido que él se graduó con un promedio perfecto de la carrera de medicina y comenzó a laborar en un hospital privado. Lo hizo por unos años, ascendiendo de puesto rápidamente. Luego se casó con Margaret, quien tuvo a su único hijo, Louis.

Mis oídos se agudizaron como radares y moría por dejarme de tanta palabrería e ir directamente a lo que me interesaba, pero no pretendía evidenciarme.

—¿Cómo fue su matrimonio?

—Turbulento. Estuvieron casados hasta que su esposa enfermó de cáncer de colon y murió hace unos años, quince aproximadamente. El señor Balfour fue siempre alguien temperamental y explosivo, solía discutir bastante con Margaret, pero las cosas siempre empeoraban cuando se trataba de su hijo. Tuvieron muchos problemas con él.

—Ya veo. ¿Entonces el señor Balfour no tenía una buena relación con su familia?

Se aclaró la garganta, buscando las palabras correctas.

—Fue un buen esposo pese a las discusiones, con ella tenía una buena relación. La parte difícil siempre fue con su hijo. Yo llegué aquí cuando el chico tenía aproximadamente dieciséis años, y todos los días era lo mismo: siempre había una hora durante el día que el señor Balfour dedicaba a reprender a su hijo. A veces eran sólo palabras ofensivas, otras veces llegaban a gritos y golpes.

Me coloqué un mechón de cabello tras la oreja, sorprendida por esa faceta del hombre.

—¿Era un hombre violento?

—En realidad no, sólo con el chico. Nunca comprendí sus motivos para tratarlo tan mal, y Margaret nunca dijo nada al respecto—se encogió de hombros, apesadumbrada.— Supongo que sólo quería corregirlo, pero las cosas no salieron bien.

—¿Por qué?—intervino Edith.

Hizo una mueca de desagrado.

—Digamos que obtuvo resultados contraproducentes.

—¿A qué se refiere?—espeté la pregunta, cada vez más ansiosa.—¿Quiere decir que hasta la fecha el señor Balfour no tiene una buena relación con su hijo?

—De hecho—asintió.— Desde que fincaron cargos en su contra y lo sentenciaron, el señor Balfour no quiso saber nada más de su hijo. Además, la situación de Margaret con su enfermedad fue de mal a peor cuando el chico enfrentó su juicio, hasta que esa preocupación terminó por matarla. Esa fue otra razón más que el señor tuvo para odiarlo.

Un latigazo de lástima me invadió el pecho e hizo retorcer mis entrañas. Era una vida miserable la de ese chico.

—¿Por qué terminó en la cárcel?

—Tráfico de drogas, o al menos esa es la versión oficial, la que se encargó de dar a los medios el señor Balfour.

Bien, ya estábamos llegando hacia lo que realmente me interesaba.

—¿Hay otra versión?

Clavó sus ojos pequeños en mí, sopesando si decirme algo más o no. Al final decidió no hacerlo porque se encogió de hombros.

—No que yo tenga conocimiento. Quizás sí cometió más delitos, pero no tengo idea de cuáles.

Estaba mintiendo, lo sabía, pero no podía presionarla demasiado con ese tema sin levantar sospechas. 

—¿Sigue cumpliendo su condena?—interrogué con lentitud. Sabía que estaba libre, pero mi pregunta iba encaminaba a cerciorarme si él estaba en casa, o al menos cerca para poder abordarlo.

—No, hace unos meses llegó una notificación sobre su libertad para ir a recibirlo a prisión.

—¿Está viviendo aquí?—musité inquisitiva, mi corazón acelerándose por las posibilidades.

—No. No sé dónde pueda estar. El señor Balfour no puede moverse a causa del derrame que sufrió hace algunos meses, pero sé que no le habría gustado tener a su hijo cerca, así que ignoré la notificación—se inclinó hacia adelante para que sólo nosotras pudiésemos escucharla.— Y la verdad entre más lejos permanezca de aquí, mejor.

—¿Por qué? ¿Es alguien peligroso?—dije alarmada.

—No sé si peligroso, pero sí violento y temperamental, justo como su padre, así que prefiero evitar riñas innecesarias.

Una alarma resonó en mi mente por la nueva información, pero me sentía insatisfecha con lo poco que estaba consiguiendo.

Me moría de hambre como detective.

—¿Y el señor Demian tiene nietos?

—No, qué va—la mujer soltó una estruendosa carcajada que reverberó en la estancia.— Louis nunca sentó cabeza.

—¿Nunca tuvo novias?—preguntó con tono curioso mi amiga, a lo que la mujer se encogió de hombros con indiferencia.

—No que yo sepa, o que haya traído a esta casa, al menos. Sólo sé que soy lo único que el señor Balfour tiene ahora.

—Entiendo—dije con un auténtico tono de pesar por la vida tan solitaria de ese hombre.—¿Y qué hay sobre...?

Mi celular comenzó a vibrar en ese momento sobre la mesa, el nombre de papá apareciendo en la pantalla y maldije para mis adentros.

—Un momento—tomé el móvil y rechacé la llamada con el corazón latiéndome como loco en la garganta.

Levanté la cabeza y miré a mi amiga con cara de susto, todo el color desapareciendo de su rostro también.

—¿Pasa algo?—musitó Edna con tono inquisitivo y tomó todo de mí mantenerme serena.

—No, en absoluto, pero el tiempo se nos ha agotado.

—Sí, tenemos otras entrevistas por hacer—añadió nerviosa Edith.

—Oh, ya veo.

No quería irme todavía. Aún tenía un montón de dudas en la cabeza que necesitaba esclarecer con urgencia, pero sabía que cada minuto que pasaba era un nuevo nivel en la furia de mi padre y no quería ponerla a prueba.

—Sí, pero antes, ¿tiene alguna foto familiar que pudiera proporcionarnos? Ya sabe, para el reportaje—pedí con una sonrisa.

—Claro—la mujer se levantó de su lugar como un resorte y se perdió dentro de una de las habitaciones.

En cuanto la perdimos de vista, aproveché para soltar el aire y rechazar otra llamada de papá.

—Va a matarme—me quejé, rechazando una tercera llamada.

—¿Sólo a ti? Seguro nos cuelga del balcón a las dos—puso sus manos a ambos lados de su cara, consternada.— Así nunca querrá ser mi sugar daddy.

—¡Edith!—le di un golpe en el hombro.— Esto es serio.

—¡Lo mío también!—berreó y puse los ojos en blanco, justo en el momento en que Edna volvía a aparecer son dos fotos familiares, tendiéndomelas para que las tomara.

—Gracias.

Cuando mis ojos se posaron en ellas, un peso igual a un bloque de concreto se instaló en mi pecho y un enorme nudo se ató en mi garganta, dificultándome el tragar.

Un escalofrío me recorrió la columna y fue como si mis sentidos se aturdiesen, como si estuviera dentro de una botella y todo lo demás hubiese pasado a segundo plano.

Mi corazón se convirtió en un peso muerto dentro de mi pecho.

—Fue un placer, pero ya tenemos que irnos—escuché la voz de Edith a lo lejos y sentí sus dedos alrededor de mi brazo para levantarme.— Gracias por todo.

Mis pies me condujeron hasta la puerta sin que yo fuese consciente de ello, como si fueran de otra persona, y nos detuvimos cuando la mujer dijo algo que no pude registrar.

—Edna Malkim, para el reportaje—dijo a lo lejos.

Salimos al porche, el aire frío provocándome vértigo y mi visión borrosa.

Yo conocía esos ojos.

Conocía esa mirada turbada.

Conocía la curva de esa sonrisa mezquina.

La había visto, y la reconocía a pesar del tiempo, las cicatrices y las operaciones.

La fuente a todas mis respuestas había estado frente a mis narices todo este tiempo, y yo no me había percatado siquiera.

—Leah, ¿estás bien?

Mi mente trabajaba a toda velocidad atando cabos, sumando dos más dos y relacionando rostros, facciones, gestos.

Lo había visto antes, tantas veces.

Las náuseas se alzaron como olas y corrí hasta el primer bote de basura que encontré para volver el estómago, el amargo sabor a bilis llenándome la boca y escociéndome la garganta, las fotografías arrugadas entre mis dedos mientras me tomaba del bote de basura para seguir vomitando.

—Estás amarilla—mencionó mi amiga con preocupación, tomándome del rostro.— ¿Estás bien?

—Sí—respondí débilmente, limpiándome la boca con el dorso de la mano.

—¿Qué fue eso? ¿Comiste algo que te hizo mal?

—No—negué y la acción hizo que me marease más.—Sólo...vamos a casa, llévame a casa, necesito descansar.

—De acuerdo, ya fue suficiente de jugar a los detectives por un día.

Le di la razón y me acomodé en el asiento en cuanto estuvimos en su auto.

No podía hablar, no sabía si por lo débil que me sentía o por el tenso nudo que se anidaba en mi garganta, toda mi voluntad puesta en no echarme a llorar.

¥

—Suerte—me regaló una sonrisa confortante en cuanto bajé de su auto al pie de las escaleras de casa.

—Te veré luego, gracias por acompañarme hoy—dije a través de la ventana.

—Siempre, ya sabes.

—Si no te respondo el móvil, intenta la ouija—le advertí y ella rió.

—Lo tendré en mente.

Giré sobre mis talones cuando salió por el enorme portón y subí los escalones a paso apresurado, doblando las fotografías para meterlas en el bolsillo trasero de mi pantalón.

No había nadie en la puerta esperándome para colgarme del balcón, ni tampoco vi a mi padre con su mirada mortal, listo para abordarme y despellejarme viva. Tomé eso como otro regalo de los dioses del universo y caminé en línea recta sin despegar la vista del frente, lista para subir los escalones como si la misma muerte estuviera persiguiéndome.

—¿Dónde estabas?—la voz de papá detuvo en seco la carrera por mi vida.

Inspiré y me preparé mentalmente para otra batalla campal.

—Con Edith—respondí con sinceridad.

—¿Cómo estuviste con ella todas las otras veces, no?

—Sí estaba con ella esta vez.

Se cruzó de brazos y me perforó con la mirada.

—Joder Leah, ¿cuándo aprenderás a obedecer?

Tensé la mandíbula, la quemazón de la furia extendiéndose por mi estómago, haciéndolo arder.

¿Obedecer? ¡No he hecho otra cosa toda mi vida!—espeté alzando la voz, harta de besar y adorar las manos que me vendaron los ojos por años.— Eso fue lo que ustedes me enseñaron, ¿no? A obedecer, a no cuestionar las cosas, a ignorarlas, ¿y para qué? ¿Qué gané con eso? ¡Nada!

—¡Nunca has obedecido! ¡Si lo hubieses hecho nada de esto estaría ocurriendo! ¡Si hubieras obedecido no tendríamos tantos problemas por un capricho tuyo!—replicó con el mismo tono airado y la cólera corrió por mis venas.

—¡Pues lo siento, lo siento por no ser la hija que esperabas! Puedes poner en la puerta todos los guardias que quieras, pero seguiré encontrando la manera de salir.

—¿Por qué tienes que ser tan complicada? ¿Por qué no puedes entender que hacemos esto por tu bien?

—¿Qué es por mi bien? ¿Ocultarme cosas?—lo reté, alzando la barbilla y la sorpresa asaltó sus facciones.

Por un momento estuve tentada a lanzarle las fotografías, de exigirle respuestas ahora que podía, ahora que tenía pruebas que sustentaban mis dudas, pero me abstuve y deseché la idea, porque no era de él de quien las obtendría.

—¿De qué hablas?—preguntó con genuina perplejidad y miré al techo para evitar llorar.

—De nada, de que quizás yo fuese diferente si tú fueras un mejor papá, pero no podemos obtener siempre lo que queremos, ¿o si?—dije con tono desdeñoso y subí las escaleras para no seguir contemplando la expresión herida que ensombrecía su cara y me estrujaba el corazón.

¥

Contemplé las fotografías por enésima vez después de darme una merecida ducha.

Louis Balfour era el tipo del bar.

Era el tipo contra el que había jugado Alexander.

Ahora entendía porqué se había mostrado tan interesado en mí, porqué había hecho esos comentarios sobre mi extremo parecido con alguien y el porqué parecía tan nervioso cuando mencioné a mamá.

Porqué su rostro me resultaba tan familiar.

La aterradora respuesta había estado frente a mí todo este tiempo, obvia y brillante como el sol, lista para quemarme en cuanto me acercara a ella.

Joder, me moría por enfrentarlo. Quería citarlo en algún lugar para interrogarlo, para que dijera todas las cosas sobre mamá que ella jamás me confesaría.

Me mordí el labio, indecisa. Estaba ansiosa en la misma medida que asustada por la verdad, por la inminente claridad que aquello significaría.

¿Debía decírselo a Erik? ¿O era mejor guardármelo hasta conseguir información de Louis personalmente?

Un latigazo de dolor me recorrió un costado de la cabeza y cerré los ojos en un pobre intento por amortiguarlo.

Las dudas hervían en mi cabeza, imparables y agobiantes, la sensación de ahogo inundándome.

Tenía que hacer algo para resolverlo, tenía que encararlo, tenía que...

Di un respingo cuando escuché tres secos golpes sobre mi puerta y me apresuré a meter las maltratadas fotografías en el cajón de mi mesita de noche.

—¿Si?—dije una vez estuvieron seguras.

Erik abrió la puerta con una mezcla de emociones en la cara, entre las que resaltaban la sorpresa, la preocupación y la diversión.

Una rara sensación instalándose en mi pecho al verlo.

—¿Qué haces aquí todavía?—miré el reloj que marcaba pasado de las doce de la noche.— Pensé que estarías en casa.

—Estaba con papá afinando los últimos detalles del viaje, ya me iba pero...—soltó una risita— a que no te imaginas quién está haciendo un espectáculo en el portón.

—¿Quién?—musité sin comprender.

Su risa se hizo más fuerte.

—Al parecer a tu marido le pareció buena idea venir a estas horas.

—¿Qué?—me incorporé de un salto impulsada por la adrenalina, llegué hasta él en dos zancadas y lo pasé de largo para correr por el pasillo, escaleras abajo.— ¿Qué hace aquí Alexander?

—Lo mismo quiero saber yo—dijo sin perder el tono entretenido, pisándome los talones.

—¿Por qué no le preguntaste? ¿Por qué no le dijiste que se fuera?—lo miré sobre el hombro acusadora, sin dejar de bajar los escalones.

—Pues...—otra risa volvió a interrumpirlo y gruñí con exasperación por su tonta actitud.

Crucé el vestíbulo a velocidad de la luz, bajé las escaleras y recorrí el camino de gravilla casi trotando, impulsada por mi deseo de verlo, aunque fuese una locura hacerlo a las puertas de mi casa.

Cuando llegué al portón, comprendí porqué mi hermano no podía contener la risa.

—Por favor, retírese. Evítenos la pena de tener que sacarlo nosotros mismos—decía un guardia, tratando de contenerlo.

Alex retiró las manos del hombre de su pecho con brusquedad y levantó un dedo, amenazador.

—No me toques. ¿Estás sordo? ¡He dicho que quiero ver a mi esposa!

Estaba. Completamente. Ebrio.

—Vaya, no deja esa pesada actitud ni estando hasta el culo—volvió a reír Erik y le lancé una mirada mortal para que se callara.

—Te lo repito, tienes prohibida la entrada—lo detuvo otro guardia y él volvió a quitárselo de encima con movimientos torpes.

—Y yo te repito que no me toques—dijo amenazante, arrastrando las palabras.—¿No me escuchaste? Llámala, quiero verla. 

No recordaba haberlo visto jamás así, excepto quizás en Las Vegas, pero yo estaba mucho peor, así que no tenía recuerdos de ese Alexander, hasta ahora.

—Si no puedes conducir, llamaremos a un taxi—añadió otro de los guardias, tomándolo de los hombros para contenerlo. — No puedes estar aquí, es propiedad priv...

—No, está bien—lo interrumpí y cuatro pares de ojos se centraron en mí.— Lo llevaré yo misma.

—Leah—sus facciones se relajaron en el momento en que reparó en mí y casi sonreí por lo mucho que había extrañado escuchar su voz acariciando las letras de mi nombre.

—Abran las puertas, yo lo llevaré a casa—ordené lacónica.

—¿Estás segura, hermanita?

Asentí, justo en el momento en que un guardia se aclaraba la garganta.

—Lo lamento señorita, pero su padre dio órdenes terminan...

Clavé mis ojos en él, impaciente.

—Ya tuvimos esta conversación hoy, no me hagan repetir las cosas—dije con autoridad y el hombre pareció captar el mensaje.

Las puertas comenzaron a abrirse y no perdí el tiempo para ir hasta él, mi cuerpo vibrando por la simplicidad de su cercanía.

—¿Volverás o tendré que cubrirte en alguna mentira?—preguntó mi hermano solemne mientras yo me pasaba uno de los brazos de Alex por los hombros para que se apoyara en mí.

—Volveré, sólo encárgate de que papá no...

El interfón en la cabina de control de las puertas emitió un pitido de llamada en ese momento, uno de los guardias abandonando su puesto en las rejas para atender.

—¿Si señor?

—¿Qué alboroto hay en la puerta? ¿Por qué las han abierto?—la voz de mi padre hosca y arisca.

Un guardia nos dedicó una mirada nerviosa.

—Na...nada señor, es sólo un...

—Voy para allá—colgó antes de que pudiera replicar.

—Vete ahora—me urgió mi hermano.— Iré por mi auto y le diré que era yo saliendo.

Asentí y comencé a caminar con Alex, buscando su auto. Mis hombros dolían porque cargar con su altura y su peso no era una tarea fácil.

—¿Dónde está el auto?—inquirí, pero él simplemente me estrechó contra sí, besando mi coronilla.

—Realmente quería verte.

Sonreí, pero lo detuve tomándolo de la barbilla para que se concentrara cuando no vi rastros de su auto.

—Alex, ¿dónde está el auto?

—¿Cuál auto?

—Tu auto, idiota.

—En mi departamento, ¿por qué?

—¿Qué?—ladré, perpleja—¿Y cómo llegaste aquí? ¿Cómo...cómo...?

—En un auto, no seas tonta, Leah—dijo con seriedad y yo gruñí exasperada.

Miré hacia las puertas, que estaban a unos metros y contemplé mis posibilidades de llegar hasta la plaza de mi auto antes de que mi padre llegara a la caseta de control. Maldije para mis adentros.

No tenía ninguna posibilidad, y lo único que se me ocurría era estúpido y descabellado y...

—De acuerdo, ven.

Volví a pasarme su brazo por mis hombros y cruzamos las puertas sin rastros de Erik o mi padre.

—¿A dónde estás llevándome?

Gruñí por el esfuerzo que representaba arrastrarlo conmigo y caminamos hasta rodear mi casa y llegar al jardín trasero.

—A donde papá no pueda verte para que no te mate.

—No va a matarme, le agrado—dijo con seguridad y sonreí por su positivismo.

—No lo creo.

—Yo sí, se ha enamorado de mí como lo has hecho tú. Mi carisma es irresistible.

Esa vez no pude contener la risa que brotó de mi garganta. El Alexander ebrio era tan irreverente como el sobrio, sólo que un poco más torpe.

—¿Cómo es que terminaste aquí?

—Ya te lo dije, quería verte.

—Lo sé, pero, ¿cómo llegaste?

—Estaba con Michael. Tomamos unos tragos. Le dije que quería verte y voilà.

—No puedo creer que haya accedido.

—Yo sí, siempre tengo las mejores ideas.

Bufé.

Algunas veces cuando estabas ebrio, hacías cosas que no harías normalmente estando sobrio. Podías cantar horriblemente, bailar como si te estuviera dando un ataque de epilepsia, decir cualquier cosa que te pasara por la mente, desnudarte, besarte con personas que no conocías o, en nuestro caso, tener sexo con ellas.

Y otras veces hacías cosas tan horrible, irrevocable y extremadamente estúpidas estando sobrio que no podías siquiera creer que las estabas haciendo. El mejor ejemplo que podía dar de ello en ese momento era yo, arrastrando a Alexander conmigo para meterlo a hurtadillas a mi habitación y evitar que mi padre notara su alegre presencia. 

Caminamos por el jardín con dificultad, Alex a punto de caerse en más de una ocasión y esquivando los aspersores apenas.

—Espera aquí—dije recargándolo en el muro que había junto a la puerta trasera, que conectaba con un pasillo que en línea recta llegaba a la cocina, el lugar más cercano a las escaleras que conducían a mi habitación.

—No soy un perro—se quejó frunciendo el ceño ofuscado y maldije cuando entró en la estancia primero que yo.

—¡No!—susurré, temiendo porque alguien estuviera cerca. Lo tomé del brazo para detener su andar y suspiré cuando comprobé que estaba desierto.

Lo sujeté de la mano y halé de él para que me siguiera el paso. Nos escabullimos por el pasillo con todo el sigilo del mundo, algo que tratándose de Alexander ebrio, significaba tambaleándose, tropezando con cada mueble existente y estrellándose contra una silla con toda la gracia de un orangután. Ah, pero él estaba seguro de que no había hecho ningún ruido.

Sería un milagro que no repararan en nuestra orquesta de tropiezos.

Esperamos la hora de nuestra muerte por dos minutos. Luego me pegué a la pared, asomando sólo la cabeza para cerciorarme que no hubiera moros en la costa.

—¿Estamos ganando?

—¿Qué?—murmuré mirándolo con dureza por su tono elevado, pero él sólo sonrió y se encogió de hombros.

—No lo sé, cualquier estúpida cosa a la que estés jugando.

Reprimí una sonrisa. Estaba estresada por la situación, pero tenía que admitir que el Alexander ebrio era tan divertido como el sobrio.

—Sí, estamos ganando—respondí tomándolo de la mano y deslizándome hacia la cocina, mi corazón acelerado mientras cruzábamos el rellano y entrábamos a la a la estancia, cada vez más cerca de nuestro objetivo sin cruzarnos con ningún obstáculo y...

Damen gritó cuando cerró la puerta del refrigerador y nos encontró de frente. Yo di un respingo y él soltó el plato de cereal que tenía en las manos, estrellándose contra el piso y haciéndose añicos.

—Buenas noches—dijo Alex educadamente sin dejar de caminar, como si ésta fuera su casa, hasta que detuve su andar.

—Oh por Dios—dijo impactado, sus ojos abiertos como platos mientras yo le hacía señas desesperadas para que se callara.— Sabía que un día perderías la cabeza, pero nunca pensé que llegaría tan pronto.

—Su cabeza está bien—Alex me tomó de la parte trasera del cuello para moverlo y me retiré de su toque con poca delicadeza.

Mi hermano bufó.

—¿Está borracho o idiota?

—Ambas—respondí ofuscada.

—Hey, yo te conozco—habló felizmente mi esposo.

Damen lo miró crispado.

—Sí...sé que tienes mal gusto para los hombres, pero te has superado esta vez.

—Claro, soy encantador—dijo el aludido inclinando la cabeza con petulancia.

Mi hermano emitió un sonido de burla.

—Papá va a matarte cuando se entere.

—Eso es precisamente en lo que me vas a ayudar, a que no se entere.

—¿Cómo?

—Sólo...no digas nada.

Estrechó sus ojos esmeralda, considerándolo.

—Podría hacerlo, por un buen precio claro.

—Sí, sí, lo que tú digas—tomé a Alex del brazo para continuar con nuestro andar hacia mi habitación.— Te compraré el videojuego que quieras si no le dices a papá que...

La puerta principal se cerró con un estruendo en ese momento y los pelos se me pusieron en punta, la cara de mi hermano perdiendo todo el color mientras yo trataba de encontrar un lugar para escondernos a medida que sus pasos se hacían más nítidas.

—¡Mételo al baño!—murmuró mi hermano como desquiciado señalando hacia la puerta que estaba al pie de las escaleras.

—¡No puedo ir tan rápido!—me quejé, usando todas mis fuerzas para arrastrarlo.

—¡Pues cárgalo o algo!

—¡No puedo!

—¿Seguimos jugando?—cuestionó Alex.

Jalé de él con todas mis fuerzas, sintiendo el corazón en la garganta y el miedo como tentáculos en mi pecho.

Logré llegar al baño y cerrar la puerta detrás de mí justo en el momento en que la voz de papá inundaba la cocina.

—¿Por qué has quebrado el plato?

—Eh...fue un accidente—dijo Damen, nervioso.

—Recógelo, Ana no puede hacer todo por ti—ordenó autoritario.

—Ya voy.

Me mantuve con la oreja pegada a la puerta, desesperada porque papá se fuera ya a dormir, pero al parecer se había quedado a cerciorarse que Damen recogiera su desastre. Sólo registraba los pedazos de cerámica chocar entre sí.

Escuché agua correr de pronto, y por más que pegué el oído a la madera no lograba entender de dónde provenía el...

Casi me infarté cuando encontré a Alex orinando. Terminó, intentó tres veces abrocharse los pantalones hasta lograrlo y le di un manotazo cuando se dispuso felizmente a jalar de la palanca.

—¡¿Qué estás haciendo?!—siseé al borde del paro cardíaco.

—Orinando, ¿Qué no v...?—le coloqué la mano en la boca para callarlo cuando noté pasos acercándose.

—¡No entres a ese baño!—noté la voz de mi hermano al otro lado de la puerta y me sentí desfallecer.

—¿Por qué no?—cuestionó papá, hosco.

—Porque...—nada, silencio. Joder, me daría algo en cualquier momento.

—¿Qué pasa Damen?—insistió impaciente.

—Nada.

—Entonces déjame ir al baño—lo escuché junto a la puerta y rogué al cielo porque un milagro divino ocurriera y nos salvara.

—¡No!—lo detuvo de nuevo mi hermano.

—¿Qué pasa?—volvió a preguntar, exasperado.

—Lo he tapado—espetó apresuradamente.— Tapé el baño, por eso no puedes entrar. Me...me cayeron mal las donas que comí.

Hubo otro lapso de silencio en el que pensé que papá intentaría abrir la puerta, pero no.

—De acuerdo. ¿Te sientes mejor o aún tienes malestar?

—Ya estoy mejor—dijo a regañadientes.

—Debería ir con tu madre, sólo para estar seguros.

—Sí...lo haré luego.

—Bien. Buenas noches, hijo.

—Buenas noches papá, que descanses.

Lo escuché ir escaleras arriba y solté el aire que había estado conteniendo, justo en el momento en que Alexander bajaba la palanca del escusado y le lanzaba una mirada asesina.

—¿Qué? Es de mala educación no hacerlo—dijo dignamente y resistí el impulso de darle un golpe.

—Ya pueden salir—susurró mi hermano a través de la puerta y asomé la cabeza por el pequeño espacio que creé.

—Ayúdame a llevarlo arriba—le pedí, sabiendo que sería imposible subir las escaleras con su peso.

Hizo una mueca de disgusto, pero se echó un brazo de Alex al hombro.

—No puedes decir que no te quiero cuando hago estas cosas por ti—musitó subiendo las escaleras a mi paso.

—Eres el mejor hermano, gracias.

—¿Cuál gracias? Me debes dos videojuegos ahora.

Gruñí, pero me pareció justo.

Llegamos al piso superior no sé con qué milagro y recorrimos el pasillo hacia mi habitación a paso lento.

Abrí la puerta y lo arrastramos hasta depositarlo con poca delicadeza sobre mi cama.

—Joder—se quejó arrugando los ojos y mi hermano negó.

—Me muero por ver cómo te las ingenias para sacarlo de aquí mañana—se burló.

—Cállate insecto.

Rió y salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí.

—¿Tenías que elegir venir aquí ebrio justamente?—me quejé, al tiempo que él se incorporaba del otro lado de la cama, comenzando a quitarse los zapatos.

Se retiró uno con la punta del pie e hizo lo mismo con el otro.

—No he sé si tu hermano es menos molesto cuando está ebrio o es más fácil de soportar cuando yo lo estoy.

—¿Qué?—lo miré perpleja.— Mi hermano no está ebrio, tú sí, y mucho.

—¿Y te preocupa que lo esté?

—Un poco, sí—admití con tono forzado.

—¿Te importaría compartir con la clase por qué?—y parecía extrañamente emocionado por eso. 

—¿Crees que es momento adecuado para compartir?—dije con dureza, cruzándome de brazos frente a él. Me dedicó una ojeada y debía admitir que realmente me conocía bien, porque sabía que había cruzado la línea de la broma y la diversión, así que permaneció en silencio.

Se desabrochó el cinturón, el susurro de ropa llenando la estancia.

—Ni siquiera voy a preguntarte porqué te pareció buena idea venir aquí, así que mejor dime, ¿por qué estabas bebiendo con Michael?

Detuvo su tarea de retirarse los calcetines y miró al frente por un segundo antes de reanudar la faena.

—Sólo fuimos por unos tragos.

—¿Por qué?

Alex no solía beber normalmente, algo muy malo o muy bueno tenía que haberle sucedido para terminar en ese estado.

—Tenemos complicaciones—dijo en un susurro al final.

—¿Qué complicaciones? ¿Con qué?—interrogué, demandante.

—Nada que debas saber.

—Sí necesito saber.

Suspiró, tomó el reloj que estaba sobre mi mesita de noche y miró la hora. El hecho de que tuviera que acercarlo para enfocar decía mucho sobre cuánto alcohol había consumido esa noche. Se puso en pie y comenzó a desabrochar sus pantalones.

—¿Qué haces?—dije perpleja. Estaba muy mal de la cabeza si pensaba que tendría sexo con él en ese estado y en mi casa, con mi padre aquí mismo.

—Me preparo para dormir, estoy cansado.

—Pero...

Terminó de retirarse los pantalones y se abalanzó sobre la cama aún con la camiseta puesta, al tiempo que yo me sentaba al borde del otro lado, quedando justo frente a él.

—¿Las complicaciones tienen que ver con el contrato?

—No—dijo sin despegar la cabeza de la almohada ni abrir los ojos.— Ya lo discutimos, fue un desastre. Jordan fue un imbécil.

Bufé por el insulto.

—Pensé que ya no estabas molesto con él por la pelea, y que no estabas concentrado en probar quién de los dos era mejor en...

—Nunca traté de probar que era mejor que Jordan—abrió los párpados entonces, sus ojos claros resaltando en la oscuridad—, porque era algo que ya sabía. Cualquier persona que no lo supiera era un idiota.

—Oh, ¿es lo que te dices a ti mismo?—lo molesté.

Sentí el peso de su mirada sobre mí.

—Es lo que sé, pero no te preocupes Leah, no te guardo rencor por tu estado de ceguera temporal.

Ahogué una risa.

—Eres tan considerado.

—Lo sé.

Estiró el brazo de pronto, su mano cerrándose en torno al mío,  jalando de mí hasta tumbarme junto a él.

—Apestas—la cama se removió cuando se acercó más a mí.

—Es el insulto más tonto que me has hecho hasta ahora—se burló.

—No, hablo enserio. Literalmente apestas a alcohol.

—Bueno, veamos, he mencionado beber, ebrio, bebidas, tragos...creo que puedes deducir porqué huelo a alcohol.

—Lo único que puedo deducir es que eres molesto ebrio y sobrio.

—Es un efecto secundario.

—¿De qué?

—Por estar expuesto tanto tiempo a ti. Es como la sobreexposición a elementos tóxicos.

Abrí la boca con indignación, clavando mis ojos en él por inferior que yo era tóxica, y tomé una nota mental de recordarle esto cuando estuviera besándome, cuando me lanzara sobre alguna cama o cuando me estampara contra la primer superficie plana para tomarme porque estaba demasiado excitado para buscar una cama. ‹‹Oh no Alex, no quiero que te sobreexpongas a mi toxicidad››.

Idiota.

—Lis—suspiró con satisfacción cerrando los ojos y abrazando la almohada bajo su cabeza.

¿Qué?—ladré, la quemazón de los celos extendiéndose como una piscina de lava sobre mi estómago.— ¿Quién mierda es Lis?

Me incorporé sobre mi codo con brusquedad y lo removí. No iba a dormirse si contestarme. Si al idiota se le había resbalado el nombre de otra tipa por accidente, no iba a salir vivo de aquí.

—Alex, ¿quién es Lis?

—¿Mmmm?—preguntó somnoliento, pero volví a moverlo hasta que despertó.—¿Qué?

—¿Quién es Lis?—volví a preguntar con voz siniestra.— Te juro Alexander, que si estás engañándome voy a...

—Hueles a lis, a eso huelen tus almohadas—y murmuró algo más sobre latas de pintura, lavanda y lirios.

Volvió a halar de mí hasta terminar recostada en la cama de nuevo. Se apoyó en su codo para levantarse un poco y arrastró una mano por mi pecho hasta posarla sobre mi rostro.

—Extrañaba mucho esto—sus ojos encontraron los míos, brillantes por el alcohol que corría por su sistema.— Mis sábanas ya no huelen a ti, y lo odio, porque no puedo dormir bien. 

Esbocé una pequeña sonrisa, una sensación de apego inflándome el pecho. También había extrañado tenerlo cerca.

—¿Por eso te pareció buena idea venir hasta acá?

—Necesito una buena noche de sueño—volvió a recostarse y solté un chillido de protesta cuando su brazo se cerró alrededor de mi cintura, pegándome a su torso, mi nariz cara contra su pecho y sus piernas enredándose con las mías. Su barbilla reposando sobre mi cabeza.

Sí, definitivamente extrañaba esto.

—¿Vas a decirme de qué complicaciones hablabas?—susurré pegándome tanto a él como me fuera físicamente posible.

—Te lo diré mañana.

No quería esperar y seguramente lo olvidaría mañana, pero no quería arruinar el momento con una de mis rabietas, así que lo dejé pasar. Me acomodé mejor contra su cuerpo y cerré los ojos envolviéndome por la tranquila atmósfera, el silencio y la comodidad.

También necesitaba una noche de sueño después de todos los sucesos turbulentos de hoy, y sabía que sólo estando entre sus brazos la conseguiría.

—Leah—habló de pronto, despojándome de mi letargo.

—¿Mmm?

Se mantuvo unos momentos en silencio, en los que pensé que se había dormido, hasta que su pecho se movió con una larga inspiración.

—Te adoro—murmuró con un tono lleno de sinceridad que hizo a mi corazón saltar por un precipicio.

Levanté la cabeza para mirarlo, pero sólo pude ver su mentón. Joder, ¿por qué tenía que elegir los peores momentos para las mejores confesiones?

—¿Qué dijiste?—me hice la desentendida, por el simple placer de escucharlo otra vez.

—Que te adoro, sorda—besó mi frente con delicadeza, regalándome una sensación tan profunda de calidez como pocas veces había experimentado en mi vida.

No quería dejar de escucharlo nunca.

—No te escuché otra vez, ¿qué dij...?

Encajó sus dedos en mis costillas tomándome de la cintura con rudeza y arrancándome un gritito de dolor por el pellizco.

—Dije que voy a ahogarte con una almohada si no te callas y me dejas dormir de una vez por todas.

—Yo sol...

Volvió a cortarme pellizcándome de nuevo y le di un codazo cuando emitió esa sonrisa baja y siniestra que yo pretendía odiar, pero que en realidad me encantaba, porque era la que esbozaba cuando hacía alguna de sus travesuras.

Quise replicar algo por el bien de mi dignidad o devolverle el gesto, pero me estrechó más contra sí, los músculos de sus brazos tensos para mantenerme cautiva en ese lugar, junto a él.

Para el momento en que yo planeé mi venganza, ya estaba dormido.

Me removí en la cama y percibí algo cálido, firme y sólido a mi lado. La habitación estaba envuelta en la oscuridad y tardé un par de segundos para que mi visión se adaptara a la penumbra.

Entonces caí en cuenta de que no había sido un sueño, y que en efecto, Alex dormía junto a mí en la cama. Pegué mi cuerpo más al suyo y apoyé mi cabeza sobre su pecho, que estaba desnudo. Debió haberse quitado la camiseta en algún momento mientras yo dormía, porque sabía que odiaba dormir con algo más que no fueran sus bóxers.

Observé el acompasado subir y bajar de su estómago en las sombras, mi brazo abrazando su torso. Ba-dump, ba-dump, ba-dump, podía escuchar a la perfección su estable latir y me dejé envolver por la armonía bajo mi oreja. Se quejó entre sueños, su mano acariciando el borde de mi blusa y subiendo por mi espalda, sus dedos extendiéndose entre mis omóplatos estrechándome más contra sí, hasta que volví a dormir.

¥

Los secos golpes contra la puerta terminaron por despertarme luego de haber ignorado exitosamente los primeros tres.

Abracé más mi almohada, lanzando quejidos de protesta porque no quería ser despertaba.

—Leah—escuché más claramente la voz llamándome a lo lejos, a través de la madera.

Emití otro sonido de displicencia, antes de gruñir porque los toques se volvieron más insistentes.

—¿Estás despierta?

Con pesadez, abrí primero un ojo, resignada a despedirme de la cómoda calidez que proveía mi almoha...

Oh Dios.

Me incorporé de un salto en la cama cuando miré a Alexander dormir plácidamente junto a mí, en mi habitación.

—Necesitamos hablar, Leah—oh, y claro, con mi padre esperando por mí afuera.

Joder.

—¿Estás bien? Voy a entrar.

—¡No!—grité y callé cuando Alex se removió en la cama, descansando sobre su estómago.— Ya voy.

Corrí por el centro hasta llegar a la puerta y la abrí sólo lo suficiente para que mi cuerpo se deslizara fuera. Después, cerré detrás de mí para no permitirle ver a nuestro invitado de honor.

—¿Qué pasa?—dije jadeando por la carrera.

Papá me miró desde su altura suspicaz.

—¿Por qué tan agitada?

—Estaba...estaba en el baño, perdón.

Me analizó por un momento más con los ojos al acecho, antes de rendirse y recuperar la compostura.

—Tenemos que hablar, es sobre Abraham.

—Está bien—contesté con toda la serenidad que pude reunir.

Olfateó el aire e hizo una mueca de disgusto.

—¿Por qué hueles a alcohol?

El alma se me fue a los pies e intenté mantenerme colectada.

—Ayer mientras entrenaba me corté con un metal de las mancuernas, estaba curándome la herida.

—¿Dónde te la hiciste?

—En...la pantorrilla—le dediqué mi sonrisa más condescendiente, pero él pareció no creerme, hasta que suspiró.

—De acuerdo, te veo en mi estudio en diez minutos.

—Okay.

Caminó por el pasillo hasta descender las escaleras. Entré en mi habitación colocándole el pestillo a la puerta y tomando mi cabeza entre mis manos.

¿Cómo iba a sacar a Alexander de aquí ahora?

Oh Dios, necesitaba otro milagro.

¥

¡Hola, buenas noches mis niños! Yo aquí reportándome con nuevo capítulo como siempre.

¿Qué les pareció?

Ya sé que extrañaron mucho a este par de tórtolos, así que aquí están de vuelta con sus locuras.

¿Qué creen que pase en el siguiente?

¿De qué complicaciones creen que hable Alex?

¡Entre más votos y comentarios, más rápido actualizo!

El próximo capítulo irá dedicado al primer comentario.

¡Disfruten!

Con amor,

KayurkaR.

Continue Reading

You'll Also Like

2.3M 191K 46
"En el bosque hay un psicópata suelto, ¿tú te atreverías a convivir con él?" Jade Greco se adentra a un bosque para llevar a cabo un curso de fotogra...
4.6K 538 7
Diferentes one-shot sobe un ¿Que pasaría...si? En el universo de Naruto.
1.1M 61.2K 46
Una bebida alcholizada y una habitación equivocada será más que suficiente para cambiarle la vida a la retraída Anastasia, quien hasta el día del inc...
140K 6.9K 28
Cuando Allison, una decoradora de interiores y Chris, un abogado, se encuentran esa noche en el bar jamás habrían pensado que terminarían unidos de p...