Anatomía del chico perfecto [...

By sugary_pale

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Con la aparición de un misterioso chico que dice amarla, Odette deberá descubrir por qué no lo recuerda y dar... More

Regresa gratis + Introducción
Booktrailer🌊
Reparto 🌊
Prólogo 🌊
2 - Su sonrisa 🌊
3 - Su pelo. Parte I 🌊
3 - Su pelo. Parte II 🌊
4 - Sus pecas 🌊
5 - Su nariz 🌊
6 - Sus orejas 🌊
7 - Sus labios. Parte I 🌊
7 - Sus labios. Parte II 🌊
8 - Sus manos 🌊
9 - Su corazón 🌊
10 - Su hombro 🌊
11 - Su espalda 🌊
12 - Sus dedos 🌊
13 - Sus dientes 🌊
14 - Su pecho. Parte I 🌊
14 - Su pecho. Parte II 🌊
15 - Sus piernas 🌊
16 - Su abdomen 🌊
17 - Su mejilla 🌊
18 - Su pelvis 🌊
19 - Su mandíbula 🌊
20 - Su cuello 🌊
21 - Sus abdominales 🌊
22 - Sus brazos 🌊
23 - Su trasero. Parte I 🌊
23 - Su trasero. Parte II 🌊
23 - Su trasero. Parte III 🌊
24 - Su figura 🌊
25 - Su aroma 🌊
26 - Su risa 🌊
27 - Su voz 🌊
- Situación temporal -
28 - Su retrato. Parte I 🌊
28 - Su retrato. Parte II 🌊
29 - Sus besos 🌊
30 - Sus caricias 🌊
31 - Sus sueños 🌊
32 - Sus promesas 🌊
33 - Su sombra. Parte I 🌊
33 - Su sombra. Parte II 🌊
34 - Su ausencia 🌊
35 - Su esencia 🌊
Capítulo Extra 🌊

1 - Sus ojos 🌊

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By sugary_pale

𝓐ún recuerdo el día en el que lo vi por primera vez; el instante en el que, sin saberlo, cambiaría mi vida para siempre.

Era una mañana lluviosa en el pequeño pueblo de Mystic Hill; las calles estaban atestadas de coches por los cientos de padres que habían salido antes de casa para llevar a sus hijos al instituto. Entre todos colapsaban la carretera principal, creando largas colas y atascos que conseguían sacar lo peor de cada conductor.

—¡Vamos, imbécil, muévete! —Apostaría a un todo o nada a que los gritos de mi padre podían escucharse a varios kilómetros a la redonda. La mayor parte del tiempo era un hombre pacífico y con modales chapados a la antigua, a excepción de cuando llegaba tarde al trabajo. Se ponía de muy mal humor si eso pasaba porque, ¿con qué cara iba a exigirle puntualidad a sus alumnos si ni él mismo la cumplía?

Con la banda sonora de los bramidos de mi padre de fondo me encogí en mi asiento, el de copiloto, intentando pasar desapercibida a ojos de los demás. Ya era todo un suplicio tener que estudiar en el mismo instituto en el que mi padre era el director como para que, además, hoy decidiera montar un numerito que me pusiera en evidencia frente a los demás estudiantes. Aunque no te negaré que también tiene sus ventajas. Todo el mundo quiere aprovecharse de esa inmunidad que le otorga el ser amigo de la hija del director y poder meterse en líos sin que le caiga una expulsión. ¿Qué he obtenido yo a cambio sin haberlo buscado? Ganarme una plaza en el equipo de animadoras, aunque sé que más de la mitad no me traga. Si obviamos las exigencias de mi padre hacia mi expediente académico, no está tan mal después de todo.

Sin embargo, ni la mejor fiesta del mundo a la que me pudieran invitar me servía como aliciente en ese momento. Cuando creía que sus ánimos parecían haberse calmado un poco, en el último tramo del viaje volvió a lanzarle improperios al conductor de delante, mi profesor de Literatura.

—Papá, por favor, aquí no... —Mis mejillas se incendiaron cuando un grupo de chicos, que caminaban bajo un paraguas de tres mangos en dirección al centro escolar, nos reconocieron y empezaron a desternillarse de risa.

Ya que él no estaba por la labor de hacer caso a mis súplicas no me quedó otro remedio que subir el volumen de la radio y silenciar sus gritos al ritmo de We will rock you, de Queen. Si algo tenía en común con mi padre era la pasión por la música de los 80. Eso, y los palitos de queso.

— Son las ocho menos tres minutos, lo he vuelto a lograr. —Sonrió triunfante al detener el coche en su plaza de aparcamiento antes de que sonase la alarma que anunciaba el inicio de la jornada escolar.

—Timothy Blackbourn siempre cumple con sus obligaciones —sentencié a la vez que mi padre, tratando de imitar su voz grave. Había vivido tantas veces este momento que podría relatar sus diálogos y gestos de memoria. Incluso sin levantar la vista de mi teléfono móvil sabía a ciencia cierta que él había echado a andar con el pecho inflado como un pavo real hacia la puerta principal del centro.

—Odette, ¿vienes? —Reconocía esa voz, la llevaba utilizando toda su vida para dar lástima y conseguir que mamá y yo diéramos nuestro brazo a torcer. Cuando era niña le resultaba efectiva, pero aquello ya era agua pasada. Levanté la nariz de mi teléfono móvil, no sin antes darle a like a la foto en la que Amanda posaba de forma sugerente con un escote que acaparaba el primer plano. Desde el otro lado del aparcamiento mi padre hacía un alto en el camino y me observaba con la cabeza ligeramente inclinada hacia atrás. Su mirada impaciente y profunda bailaba desde el cielo encapotado hasta mi cara—. Este no es momento para comportarte como una chiquilla; te dará una pulmonía si empieza a llover de nuevo y aún no has entrado.

—Ya sabes que no me gusta que nos vean llegar juntos... No te preocupes por mí, solo esperaré unos segundos, es imposible que empiece a llover tan rápido.

Pese a que no hubo réplicas por su parte no me cabía ninguna duda de que mi respuesta no le había gustado ni un ápice. El bigote le había empezado a temblar de forma inconsciente, como cada vez que me metía en líos o le contestaba con malos modales, pero por suerte para mí esta vez la sangre no llegó al río. Asintió en silencio, ajustándose la corbata sobre la camisa, y reanudó la marcha.

Y conté hasta diez.

Diez eran los segundos que le daba de ventaja hasta que me decidía a cruzar la puerta que daba al Hall principal del instituto.

Uno...

Dos...

Tres...

Maldita suerte la mía. ¿Por qué mi padre tenía que ser precisamente el director del Nightingale Highschool?

Cuatro...

Cinco...

Seis...

¿Por qué no podría haberme tocado ser la hija de, no sé, Channing Tatum? Seguro que sería superpopular y todas las chicas se pelearían por asistir a una fiesta de pijama en mi casa.

Siete...

Ocho...

Nueve...

¿Por qué mi aburrida vida no podía ser como una de esas novelas de fantasía en las que la protagonista tiene una vida superinteresante y cargada de mil aventuras? Era muy frustrante tener diecisiete años y que aún no me hubiese pasado nada destacable. Por lo menos aún podía decir que era una persona a quien la suerte le sonreía y siempre me salían las cosas bien. Era lo único que me quedaba.

Diez...

Llegó el momento de poner los pies en la tierra y aceptar que hoy, mañana, y el resto de mi vida seguiría siendo la hija del director y que lo que pasa en los libros jamás sucede en la realidad.

Suspiré con desgana, aferrándome a las asas frontales de mi mochila que caían sobre mis hombros, y entonces sucedió. Una gotita de agua me golpeó directamente en el ojo derecho, obligándome a cerrarlo y a frotarlo con el dorso de la mano para secarlo. Aún tenía la visión borrosa en ese ojo cuando alcé la vista y justo en ese momento el cielo tronó, abriendo una compuerta invisible de la que brotaron litros y litros de agua sobre mi cabeza.

—Oh, vamos, ¡¿en serio?!

El mundo estaba en mi contra. Los astros se habían alineado para que hoy todo me saliera mal y empezara el día con lo que peor toleraba: hacer el ridículo.

Improvisé un paraguas con la parte externa de mi mochila, que estaba plagada de chapitas y pines de comida y animales, y eché a correr hacia la puerta lo más rápido que pude, rezando para que ya no quedase ningún rezagado en los pasillos y todos hubiesen entrado en clase.

Al cruzar el umbral de la puerta fue como si alguien hubiese presionado el botón de mute. Cientos de pares de ojos me examinaban en silencio desde todas partes del pasillo, haciendo saltar las alarmas de mi sistema de defensa. ¿Tan mal me veía? Oh, no, no quería saber la respuesta.

—Odette, ¿qué diablos te ha pasado? ¿Te has revolcado en el fango como un puerco?

Gracias, Amanda, ahora me siento muchísimo mejor.

—Te lo explicaré cuando nos veamos en el comedor. Tendré que saltarme nuestra clase en común para intentar arreglar esto.

—Si es que tiene arreglo...

Amanda a veces era odiosa sin darse cuenta de ello. Como ella había sido bendecida por los dioses con un físico de escándalo, que por muy horrible que estuviera seguía viéndose despampanante, se olvidaba de que el resto de los mortales teníamos que esforzarnos para llegar a vernos decentes. Aunque nunca se lo había confesado, envidiaba la perfección de sus rizos azabaches y el moreno de su piel. Lucía como una estrella de cine.

—¡Nos vemos luego! — En cuanto sonó la sirena eché a correr al cuarto de baño y cerré la puerta desde dentro para asegurarme de que estaría a solas en los próximos cincuenta minutos. Me llevó bastante tiempo poder arreglar el desastre de mi maquillaje corrido y mi cabello rubio alborotado, pero cuando acabé me veía lo suficientemente pasable como para no tener que luchar contra unos incipientes instintos suicidas.

Por suerte, para cuando llegó la hora de comer la gente ya parecía haberse olvidado de mi entrada triunfal. Me reuní con Amanda a la salida de la clase de Interpretación, y de camino al comedor fue poniéndome al día de sus dramas personales y de su encuentro pasional con el quarterback en la sala de las taquillas.

—Tendrías que haber visto esos abdominales. —En su cabeza debía de estar reviviendo aquel momento porque no dejaba de poner los ojos en blanco y de morderse el labio inferior.

Con algunos —demasiados— detalles que preferiría no haber oído, nos acercamos a la mesa más grande de todas, la que estaba en el centro de la estancia, y dejamos caer nuestros libros en una de las esquinas.

Amanda ocupó su asiento, el que ya debía de tener la forma de su culo después de tantos años sentándose sobre él, pero yo me quedé de pie. Me sentía observada.

Una mirada penetrante se hundía en mi nuca como un clavo ardiente, reclamando mi atención de una forma tan hipnótica que era imposible resistirse a ella. Y como si susurrara mi nombre, como si tuviese la certeza absoluta de que había alguien observándome al otro lado del comedor, giré sobre mis talones y lo vi.

Y vaya si lo vi.

El tiempo pareció detenerse los escasos segundos que nuestras miradas se cruzaron, y sus movimientos, gráciles, me obligaron a contener la respiración. Era como si estuviese siendo parte de una de esas películas de adolescentes que tantas veces había criticado en el pasado. Siempre fui reacia a eso que llamaban amor a primera vista, yo prefería referirme a ello como calentón a primera vista, pero esto era tan diferente... El aura que lo rodeaba era mística.

Por el amor de Brad Pitt, ¿pero de dónde había salido este tío bueno?

Su descubrimiento me había calado tan hondo que para cuando quise darme cuenta ya estaba irremediablemente perdida, embebida en el mar azul de sus ojos que brillaba bajo los potentes focos del comedor, ajena a lo que sucedía a nuestro alrededor.

—Odette. —La voz de Amanda sonaba lejana, como si hablase a través de un tubo de metal. —¿Has oído algo de lo que te he dicho?

Lo sentimos, Odette no se encuentra disponible o está babeando por el chico nuevo en este momento. Por favor, vuelva a intentarlo en unos minutos.

¿Cómo pretendía que le hiciera caso teniendo delante a semejante monumento de la naturaleza? Vamos, ni aunque mi mejor amiga se hubiese subido sobre la mesa a hacer twerking habría conseguido captar mi atención; no estando él delante.

— Sí... claro que sí... Eh... Opino exactamente como tú — contesté distraída, utilizando mi técnica Ninja milenaria para evadir preguntas sobre conversaciones a las que no estaba prestando atención.

Sin embargo, la admiración pronto dio paso a la sorpresa cuando, sin esperarlo, el chico alzó su mano derecha y la agitó aún con los ojos puestos en mí. En ese instante el corazón me dio un vuelco, palpitando como un caballo desbocado por una mezcla entre excitación y nerviosismo; un estado de exaltación que nublaba mis sentidos y me impedía pensar con claridad. Si hubiese estado en mis cabales no habría hecho lo que sucedió a continuación.

Me erguí en mi posición aparentando ser más alta de lo que era y creyéndome toda una Kardashian adopté una postura con la que pretendía sacar pecho y culo, a pesar de que mi figura era más del tipo de tabla de planchar. Después de venirme tan arriba mi mano alzó el vuelo con intención de corresponder a su saludo, pero se quedó a mitad del trayecto al ser literalmente arrollada por otra persona. El torbellino personificado respondía al nombre de Alyssa y se abría paso entre la multitud, apartándonos a todos con sus hombros mientras se dirigía con la mano alzada hacia el otro extremo de la estancia.

—¡Simon! —chillaba la líder de las animadoras, correspondiendo al saludo del desconocido, a quien se acercaba con los brazos abiertos.

Después de tan vergonzosa metedura de pata me apresuré en sentarme junto a mi amiga, rezando para que nadie hubiese sido testigo de ello, y me refugié detrás de mis libros, colocándolos de pie sobre la mesa y abiertos por la mitad creando una muralla que ocultaba mi cara enrojecida.

—¿Qué ha sido eso? —preguntaba una incrédula Amanda con un tono de voz que dejaba claro que estaba aguantándose las ganas de reírse en mi cara.

—Por favor, haz como si no hubiese pasado —imploré aún encorvada sobre la mesa, lanzando de vez en cuando miradas fugaces al chico recién llegado.

—¿Odette? ¿Por qué llevas un nido de pájaros en la cabeza? —Había olvidado que mi amigo Jaxon era un capullo integral que disfrutaba mofándose de los demás, pero aun así agradecí internamente que hubiese aparecido y con ello desviado el rumbo de la conversación. Me erguí con la poca dignidad que me quedaba, y sin intención alguna de intentar mejorar mi cabello estropajoso le saqué el dedo central, posando para la fotografía que me tomaba.

El resto de la comida estuve más pendiente de lo que sucedía unas cuantas mesas más allá que de lo que hablaban mis amigos. Al principio solo me fijaba en Simon, pero cuando su mesa empezó a llenarse de gente no pude pasar por alto algo que me desconcertó. Todo el instituto parecía conocerlo. La gente se le acercaba y lo saludaban como si hubiese estudiado aquí toda su vida, como si fuesen amigos íntimos. Todos menos yo. Eso me hizo pensar que se trataba de un famoso al que yo no había reconocido, seguramente del único programa de televisión que yo no veía: Superdotados. Y no, no iba sobre gente con un alto coeficiente intelectual.

—¿Quién es el chico nuevo? —pregunté fingiendo desinterés, dándole un bocado a mi sándwich de atún y crema de chocolate blanco. Lo sé, tengo unos gustos muy raros.

—¿Qué chico nuevo? —corearon casi todos al unísono. Al parecer aún no se habían enterado de que Simon había llegado.

—Ese de ahí, el de los ojos azules al que parece que Alyssa va a tirarse de un momento a otro.

—¿Bromeas? Es Simon Cunningham. —Amanda parecía ofendida por mi ignorancia, como si fuese una obligación que lo conociera. Alzó las cejas buscando algún tipo de respuesta por mi parte, pero no reaccioné.

—Ya sabes, el tres veces campeón de natación del equipo del instituto.

Silencio incómodo.

—El que organiza esas fiestas brutales en su casa, las que no nos perdemos por nada del mundo.

Nada.

—¿Te has dado un golpe en la cabeza o qué te pasa?

Miré de reojo al resto del grupo buscando algún indicio que me confirmase que no era la única que no lo conocía, pero sus caras reflejaban sorpresa y preocupación. Peor aún, me observaban como si estuviese chiflada.

—Te... ¡Te lo has creído! Te estaba tomando el pelo, tonta. —Me esforcé en parecer creíble, soltando una carcajada sonora que alargué el tiempo suficiente como para darles pie a que se sumasen y riésemos en conjunto. Esa sería la prueba de que había sonado convincente.

—Al parecer no eres tan mal actriz como dice el profesor de Interpretación.

Todos nos miramos a la cara al escuchar a Amanda, confluyendo en una explosión de carcajadas cuando me vieron llevarme la mano a la cabeza y fingir de una forma muy poco creíble que me sentía ofendida. Aquel comentario inocente dio pie a un desfile de ataques y burlas que iban en todas direcciones, alimentando nuestras carcajadas demenciales que ya de por sí sonaban como las de cualquier grupo de hienas.

Mi pecho subía y bajaba con una oleada de espasmos que nacían en el centro de mi vientre y me obligaban a encorvarme hacia adelante para minimizar el dolor que provocaba una risa descontrolada. Llevábamos tanto rato riéndonos que había olvidado por completo el motivo por el que había comenzado todo. Ahora que lo recordaba había algo que necesitaba comprobar.

Con la agilidad manual de un prestidigitador deslicé mis dedos en el interior del bolsillo izquierdo de mi pantalón y extraje mi teléfono móvil, al que no necesité mirar para ser capaz de desbloquear y acceder a mi cuenta de Instagram. Actuaba como si estuviese cometiendo un delito, como si no estuviese permitido utilizar el teléfono móvil en el comedor y temiese ser pillada por algún profesor. No era el caso, pero si mis amigos me descubrían cotilleando el perfil de Simon volverían a sospechar que estaba mal de la azotea y es lo que menos quería.

No fue difícil encontrar su perfil en Instagram, era la primera opción que me sugería la aplicación al buscar su nombre. Era todo un influencer el chico, con cerca de un millón de seguidores y al menos un par de fotografías publicadas religiosamente cada día. Dejé un momento de lado las imágenes, deslizando el dedo hacia la parte inferior de la pantalla para regresar al texto que conformaba su biografía, y casi me caí de culo al fijarme en algo que había pasado por alto.

"Siguiendo", rezaba bajo su biografía. Simon y yo nos seguíamos mutuamente, y no tenía ni idea de quién era ni recordaba haberlo visto nunca.

El corazón me bombeaba a toda prisa porque no entendía nada de lo que estaba sucediendo y temía estar volviéndome loca de verdad. O peor, sufrir alguna enfermedad que afectaba a la memoria.

De vuelta a sus fotografías entré en una al azar y con el aliento contenido fui directa a la sección de comentarios... y ahí estaba.

"Todo el instituto sabe que llevas lentillas, ¡esos ojos no pueden ser reales! Ja, ja, ja".

La cabeza me daba tantas vueltas que temía llegar a vomitar el desayuno en cualquier momento. Toda esta situación escapaba a mi entendimiento, y todo aquello que no era capaz de explicar me daba miedo. ¿En qué momento había escrito aquel comentario?

Y si al menos aquel fuera el único... En cada fotografía en la que entraba encontraba un mensaje mío, y la forma en la que los escribía iba dejando claro el acercamiento que íbamos teniendo con el paso del tiempo.

Me percaté de que mis manos llevaban unos minutos temblando cuando me fijé en que las letras bailaban delante de mis ojos y mi teléfono móvil se me resbalaba entre mis dedos sudorosos. Si me hubiesen pinchado en ese momento no habrían encontrado ni una gota de sangre en mi cuerpo.

Ahora bien, la pregunta que me hacía era, ¿podría encontrar alguna otra cosa más que me hiciera explotar la cabeza?

No estaba segura de si quería seguir hurgando, pero necesitaba comprobar una última cosa más.

Buceé entre las siguientes decenas de fotografías suyas hasta que llegué a un bloque de imágenes que había subido hacía dos semanas, bajo el título "Fiestón en casa de mis padres". Recordé lo que había dicho Amanda hacía un rato, y con sumo cuidado de no dar me gusta a una fotografía fui deslizando el carrusel de imágenes hasta que mi corazón se detuvo de golpe. Simon posaba con aspecto de llevar unas copas de más encima, y a su lado, rodeándolo por la cintura con un brazo, aparecía yo en segundo plano.

Simon Cunningham, ¿quién demonios eres y por qué no te recuerdo?


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