Memorias Perdidas

بواسطة KarasuDioniso

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Shiina, un legendario brujo encarnado en un enclenque cuerpo humano, es elegido por su monarca para investiga... المزيد

Amanecer
Cuervo: El ave que protege el nido
Cuervo: Ilusionada
Shiina: Aves de amor
Shiina: Desmintiendo
Shiina: Punto de quiebre
Shiina: Señuelo
Shiina: Días lejanos
Shiina: Cuervo
Shiina: Jaula de oro
Shiina: Emigrando
Shiina: Festival de enamorados
Shiina: Ave cantora
Shiina: Orgullo
Shiina: Egoísta
Shiina: Torbellino
Shiina: Tangente
Agradecimientos

Nadeshiko: Carta de despedida

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بواسطة KarasuDioniso

El aroma del té era afrodisíaco, aunque relajante. Seductor como la suavidad de la seda, o el profundo carmesí de las rosas, asemejándose a la sangre. Casi sopesaba el tormento que causaba a mis oídos el parloteo animado de mis pequeñas aves.

Robin notó que la estaba viendo, y se incorporó de su posición de relajo en la mesa, nerviosa y haciéndole una seña a Aoi para que la imitara. En el exterior la luz del sol se coló por entre los nubarrones, dando un aura dorada a la estancia. Era extraño. La mesa estaba llena de comida y el día parecía ser gentil, y aún así había despertado con una sensación de incomodidad. ¿Acaso se trataba de los puestos vacíos de aquella mañana?

─Mis princesas ─anuncié, decidiendo que prefería ocuparme de esa inquietud cuanto antes. Ambas me pusieron atención de inmediato─. Continúen comiendo, por favor. Voy a ver si Cuervo ya despertó.

─¿Desea que retire sus platos, o acabará de comer con ella? ─inquirió Robin. Tan atenta como de costumbre, no había pasado desapercibido para ella mi falta de apetito, y probablemente tampoco mi incertidumbre.

─Comeremos juntos ─respondí, esperando que eso la calmara lo suficiente para que permaneciera sentada, al menos hasta que acabara su propio plato. Sin esperar más respuesta, me dirigí a la habitación de Cuervo.

El pasillo estaba agradablemente sombrío, y al llegar a su puerta aguardé un momento tras tocar. Me confortaba sentir la humedad de esa vieja casa, y el rechinar de los tablones del piso. Cuando oí su desgarrada voz dándome permiso, entré. Aún estaba acostada, envuelta en las colchas como un insecto atrapado por una araña. Me contempló con ojos agotados, cubriéndose de la resplandeciente luminosidad que se colaba por las puertas de papel. Si en algo podíamos entendernos esa mujer y yo, era en la oscuridad.

─¿Te sientes bien? ─pregunté, cogiendo un cojín de la pila para acomodarme. Llevaba un buen tiempo con malestares, aunque seguía negándose a que llamara al doctor, y a cambiar sus malos hábitos (como saltarse el desayuno, por ejemplo).

─Estoy algo mareada ─se quejó, llevándose la mano a la frente con pesadez, tapada hasta la nariz aún.

─¿Podría ser porque bebiste bastante anoche?

─He bebido más ─murmuró, tallándose los ojos.

─¿Te sientes en condiciones de pelear hoy, o preferirías que te reporte como indispuesta?

─¿De qué hablas? ─preguntó, y de pronto me sentí irritado por lo irresponsable que era a pesar de su edad. Pareció recordar, no sin cierta dificultad, que para aquella tarde tenía una nueva batalla planeada por el Estadista. Nunca me gustó leer la arbitraria mente de los borrachos. Con un ademán despreocupado, respondió:─. No te preocupes, puedo hacerlo incluso ebria.

─No lo dudo, eres tan bella como hábil, pero si no te levantas y desayunas, vamos a llegar tarde.

─¡Que pesado te has puesto! ─se quejó, incorporándose de golpe, lo que le causó un ataque de tos. ¿Acaso se habría resfriado aquella tonta, y no me lo había dicho? Estaba decidiendo que luego de la pelea la llevaría a la residencia del doctor para que la revisara, cuando vi salpicado entre sus dedos un líquido oscuro que parecía...

─¡Cuervo! ¿Estás sangrando? ─exclamé, acercándome sin esperar su consentimiento. Ella, aún intentando controlar la tos, me dio la espalda; pero la tomé firmemente de la muñeca para que me mostrara. En efecto, su pálida mano estaba salpicada de sangre oscura, al igual que la comisura de su boca─. ¡Dioses!

─Tranquilo ─dijo, como si con esa palabra resolviera todo. Se soltó de mí, intentando esconder la mancha al cerrar la mano. Un destello fugaz, como una chispa que se enciende al choque de dos metales llegó a mi mente: no era la primera vez que le pasaba; y también que no se trataba de una herida interna producida por batalla. Armándome de paciencia, saqué del interior de mi bolsillo un pañuelo de seda, con el que le limpié los labios─. No es nada importante.

─Estás enferma ─sentencié, sintiendo repentinamente una desazón al pronunciar aquellas palabras, y darme cuenta del peso que tenían. De entre muchos seres, ella siempre se me había hecho casi una hermana de raza, y de pronto me veía enfrentado a su mortalidad. Pensar que una criatura tan feroz e irreal fuese tocada de pronto por la muerte, me hizo sentir vulnerable y de algún modo desesperado. Intenté contener todo eso, y leer de su rostro algo más que el dolor y tristeza infinita que siempre reflejábamos.

De entre muchos seres, ella me había hecho sentir como un igual, tan racionalmente sumida en el agobio y ajena a la unanimidad de la vida mortal; y tan irracionalmente controlada por los aspectos más negativos del ser... De pronto la contemplaba así, en un acto tan vano como el declive de la propia vida. Con delicadeza, le aparté el cabello de la cara.

─Cuervo ─dije, y ella me miró. En sus ojos vi muchas cosas, excepto algo parecido al resplandor de la vida. Como de costumbre, parecía que lo que realmente intentaba era cargar todo ella misma. Exasperado, me aparté de ella para tomar algo de aire del exterior.

─No deberías sacar pensamientos de mi mente sin permiso... Ya, no te enfades, solo no quería que pusieras esa cara ─reprochó, destapándose las piernas para ponerse de pie prontamente. Estaba empecinada en ignorar aquello─. Por favor, no le digas a Robin y Aoi de esto.

─¿Tampoco a tu querido Shiina? ─inquirí, prefiriendo mirar por el resquicio de la ventana un paisaje demasiado brillante, antes que su seductora y tan familiar figura─. ¿O acaso él ya lo sabe?

─No podría saberlo ─respondió, casi como si fuese un reproche. Desde hace meses el brujo casi no pasaba tiempo con ella, no solo porque esta hubiera empeorado sus hábitos al punto de emborracharse buena parte de los días; sino también porque evidentemente el interés romántico del mocoso se había tornado a alguien más. O tal vez, solo usaba a aquella chica como una mera distracción. De cualquier modo, cada día frecuentaba menos la casa.

Cuervo nunca me había revelado sentimientos por él mas allá de una especie de simpatía, o compasión por su forma inocente de ver la vida, pero la conocía lo suficiente para notar que aquel abandono por su parte le había dolido hasta hacerle enfermar. Desde la muerte de Maya, ella estaba más enojada con la vida, y la desilusión que le había causado el brujo solo parecía haber agotado sus últimas esperanzas. Triste, como siempre es la realidad. Tal vez también me sentía un poco culpable, por no haberle advertido antes que en los pensamientos de ese sucio ruso no había nada de inocente o compasivo, sino que se movía por sus propios intereses, que no eran muy diferentes a los de los humanos, por más que él y su raza se jactaran de ello.

Cuervo me tocó el hombro, y con una suavidad poco usual en sus manos, hizo que me volteara a mirarla. Tosió ligeramente, sin poder contener el malestar. En sus ojos había una calma propia de los humanos viejos, y lo cierto es que le sentaba perfecto a alguien que había vivido tantas cosas, muy a pesar de su jovial apariencia.

─Déjame encargarme de esto ─pidió con un tono afable. La contemplé, intentando verla desde una ajena imparcialidad. Era una mujer hermosa, radiante a pesar de la madurez y la enfermedad. El cabello corto le endurecía los rasgos, pero no le quitaba esa feminidad acuosa e hipnotizadora con la que los dioses la habían dotado. Por un momento imaginé cómo sería convertirla en vampira, y realzar su belleza propia con la de la inmortalidad.

─¿Crees que puedes encargarte de algo así?

─Creo que puedo decidir por mí misma cómo quiero terminar mis días ─respondió, y la templanza en su voz destrozada me hizo desechar esa tonta idea de inmediato. Asentí, y me di cuenta que la espina de oscuridad que había amanecido clavada en mi corazón, había expandido su veneno por mi mente y alma de un modo descontrolado. Me retiré de la habitación sin volver a reprenderla, decidiendo que necesitaba un poco de espacio para asimilar algo tan delicado como aquello.

~~~

Mientras se aseaba y preparaba para el combate alisté los caballos que nos llevaran más rápidamente al lugar de destino. Cuando los vio, alegó que aquel día prefería caminar, pero dado su estado de salud no se lo permití, y tras reñir un poco salimos galopando de la residencia.

Iba especialmente observadora aquella mañana, con una marcha lenta y deteniendo su atención en varios árboles viejos, caminos de agua y una que otra vista que el monte brindaba a los campos de cultivo. Incluso a la casa parecía haberle dado un vistazo más detenido, lo cual me llevaba a analizar cuidadosamente si se debía aquel cambio a su adquirida advertencia de mortalidad. Me sentía temeroso de lo que pudiera atisbar de su mente, si aquello me sería familiar o antinatural, no quería saberlo aún.

El lugar señalado para el encuentro de aquella tarde era una tierra abandonada, al otro lado del castillo imperial, y alejado de los habitantes. Tomamos atajos prudentes por el pueblo, donde compré contra su voluntad unos dulces frescos para que comiera, que con bastante gusto le entregó una de sus queridas protegidas. Hice la vista gorda mientras le daba una caricia en la mano, y Cuervo, un poco avergonzada, le prometía que disfrutaría mucho sus dulces; cosa que hizo de mala gana una vez que llegamos al lugar.

Un paisaje poco agraciado sin duda, debido al incendio que hacía no mucho tiempo lo había consumido, imposibilitando su ocupación como terreno para cultivos, y además dejado a la deriva por sus antiguos ocupantes. Aún estaba algo ennegrecida la tierra, y olía a ceniza el polvo que los vientos otoñales levantaban. Agradecí en silencio que el cielo se hubiese cerrado otra vez, pues no había sombra que pudiese cubrirme de la fatiga que me provocaría el sol en caso opuesto. Los guardias ya esperaban a una distancia prudente, y nos hicieron una reverencia como saludo.

─¡Buenas tardes! ─gritó una conocida voz a la distancia, cuando volteamos vimos que era Shiina el que se precipitaba a toda prisa por el camino, despeinado y vistiendo ropa extranjera. Cuervo chistó a mi lado, volviendo a acercarse a los caballos para disimular su molestia. El brujo llegó a nuestro lado en poco tiempo, sin quitarle los ojos de encima a su alta espalda ─. Llegué a tiempo, ¿verdad?

─Supongo ─rezongué, apoyándome en una valla vieja que permanecía en pie. Se puso a mi lado con una expresión incómoda, mientras calmaba su respiración por la corrida.

Tras poco de espera llegaron las contrincantes. Se trataba de la décima ave de amor, Mitsuki, y la joven noble que se había adueñado de ella, montada en un palanquín. Aunque el talento de la primera era admirable por haber llegado a ese punto de las batallas, y era bastante respetada por otras aves, era evidente en sus rostros que no iban con expectativas demasiado alentadoras a aquel encuentro. Eso, o acababan de salir de un funeral devastador, caso del cual hubiera estado enterado dada la condición social de su familia. Tampoco era algo de sorprenderse, después del encuentro con Maya, la fama de Cuervo solo había ido en aumento como una de las aves más letales y hábiles dentro de las propias hermanas mayores, puesto que en tan solo dos movimientos había asesinado a alguien que la primera había entrenado personalmente. Eso, por no mencionar el desgaste emocional que aquello le había provocado, aunque para su suerte, eso no fuese de conocimiento público.

La albina se quedó mirando fijamente a las recién llegadas, aunque no sin cierto gesto de molestia por la luz, y asumí que probablemente, ni siquiera recordaba que debía enfrentarse a esa ave. Saludaron a los guardias, y acto seguido tomaron su posición indicada. Aunque la décima estaba lista, su ama la aferraba del brazo como si tuviera que emprender camino a la horca, por lo que antes de separarse, Mitsuki debió darle unos indiscretos mimos.

─Las chicas han preguntado por ti ─le dije a Shiina, recordando de pronto a mis otras aves con aquellas dulces muestras de afecto femenino.

─Dales mis saludos, hoy estaré ocupado con Kaori, así que no volveré ─respondió el brujo, radiante por poder mencionar a su novia en una conversación, casi como si me importara y no fuese un comentario casual con un dejo de malicia. Cuervo se desprendió con ligereza la capa de los hombros, y pasó por nuestro lado para dirigirse al campo de batalla. Antes de que lo razonara lo suficiente como para arrepentirme, tiré de su muñeca, y le besé los labios por un breve momento. Pareció tan sorprendida como yo realmente me sentía por ese impulso, pero decidí asumir mi responsabilidad y no ceder ante la urgencia que sentía de limpiarme los labios.

─¿Y eso? ─inquirió, percibiendo sus esfuerzos de frenar las ganas de golpearme.

─Un beso de buena suerte ─respondí, soltándola sin dejar de mirar sus tristes ojos. En todos aquellos años conviviendo juntos nunca habíamos hecho nada parecido a eso. Incluso cuando la había visto besar a innumerables chicas, sobria o borracha, a sus propias hermanas cercanas e incluso a las que vivían con nosotros; jamás en todos esos años lo había hecho conmigo. Y aunque ciertamente era algo que no deseaba ni repetir, ni profundizar, no podía evitar ser estremecido por la sensación de que no la volvería a ver.

Ella me sostuvo la mirada, y luego pareció comprender mi momento de debilidad. Con un ligero asentimiento se dio la vuelta, ignorando magníficamente al indignado Shiina que seguía a nuestro lado. En parte, también había sido por él, y sus descarados alardes amorosos.

─Maestra Cuervo, me siento honrada de volverla a ver ─saludó la contrincante, inclinándose profundamente al tenerla delante. Sus ojos despedían respeto y tristeza, a diferencia de la mayoría de contrincantes que había visto, quienes siempre parecían invadidas por el terror.

─Mimi, ha pasado mucho tiempo desde la última vez que te vi. Te has vuelto una mujer fuerte y hermosa ─contestó Cuervo, a penas con un gesto de cortesía. Su voz era calmada, pero podía notar velocidad en sus palabras, como si estuviese un poco nerviosa─. ¿Esa bella noble de ahí es tu ama?

─Ella es ─confirmó, volteando ligeramente para observarla. Si había una debilidad en aquella testaruda y peligrosa samurai, esa eran las mujeres. Verlas llorar o sufrir, era de las situaciones más intolerables que podía pasar, por lo que advertí el enternecimiento que sentía al observar a la acongojada muchacha.

Ambas aves se distanciaron, esperando a la señal de los guardias, que no se hizo mucho esperar, e hizo que Shiina por fin dejara de emitir malos deseos con sobreactuado enfado. Cuervo se puso en guardia, y Mitsuki desenvolvió de su ropa unos largos velos de seda, que cayeron delicadamente al terreno maltratado.

─¡Comiencen! ─indicó uno de los hombres.

Al instante, la décima levantó su mano izquierda, haciendo uno de los velos ondular con un repentino viento como un látigo hacia Cuervo, que lo esquivó en un mínimo esfuerzo, al igual que los siguientes ataques similares a éste. Como mucho, acabó un poco despeinada, y con la espada parcialmente desenvainada para rajar los velos cuando pasaran por su lado.

Después de varios intentos consecutivos, la chica se detuvo para pensar en otra estrategia. Era evidente que Cuervo conocía bien sus movimientos, o muy probablemente era ella misma quién se los había enseñado, dada su cercanía en número. Como fuera, la mayor esperó a que continuara, sin mostrar la más mínima intención de atacar, decidida a una estrategia más bien defensiva.

Mitsuki levantó sus brazos, recuperando el aliento, y comenzó a batir los velos con una armonía hipnótica, como si se tratase de alas de una grulla; al instante el viento se levantó y el polvo de ceniza se volvió un problema para la vista de los presentes. Shiina y yo nos cubrimos con los brazos, intentando no perdernos ni un momento de la pelea, mientras los caballos a nuestra espalda no dejaban de relinchar por la incomodidad.

Sin duda era una estrategia ingeniosa, pero no para la oponente correcta. Desde el día en que Cuervo y yo nos conocimos, había advertido que la vista no era su mejor sentido (si en algún momento de juventud lo había sido, ahora no era capaz de tolerar la luz), aunque eso no le daba desventaja frente a nadie, pues en su lugar había desarrollado un oído agudo y una percepción de su entorno bastante precisa. Por lo mismo, cuando Mitsuki cambió el movimiento que sus brazos hacían por uno envolvente, Cuervo advirtió que intentaría aprisionarla con sus velos, por lo que antes de que estos reaccionaran a su acción, ella se adelantó como una sombra entre ellos, desenvainando totalmente la espada para dejarlos de la mitad del largo que poseían. 

Mitsuki retrocedió, cesando el viento e intentando salvar lo que quedaba de sus armas.

─Eso fue inteligente ─concedió Cuervo, esperando de nuevo a que decidiera atacar─. Intentaste tomarme por la derecha porque soy zurda, pero dejaste de proteger tu centro.

La chica se estremeció, dándose cuenta que muy prontamente perdería la vida. A penas con una ligera inclinación de rodillas como preludio, Cuervo desapareció de su puesto inicial, moviéndose veloz hasta detrás de su hermana, a quién le propinó un golpe seco en la espalda con la vaina de la katana. Ella calló estrepitosamente, chillando por la impresión. Para cuando pude entender lo que había pasado, vi a Cuervo con uno de los velos de la chica en mano, observándola con cierta... ¿lástima?

─¡Yo creo en ti, Mimi! ─exclamó su ama, desbordándose en lágrimas. Cuervo la miró, con una expresión casi desinteresada, y su contrincante aprovechó para utilizar el velo que le quedaba, intentando llegar con él a su cabeza. Con rapidez, la albina levantó la espada y esta fue envuelta, quedando ambas chicas con la tela en tensión.

Cuervo se rió, aunque no estoy muy seguro de qué, pero era un espectáculo particular. Parecía que Mitsuki no estaba resistiendo sostener el velo con la muñeca, pues su expresión de dolor se hizo evidente. Era mucho menos fuerte que la albina, a pesar de tener una forma física equiparable. Cuervo batió su espada, soltándola de los jirones que la envolvían. 

De pronto, mi cuarta ave se estremeció por una ligera tos, aunque pudo contenerla a tiempo. Sentí una punzada de pánico al recordar su delicada situación. Si bien era cierto que manejaba la katana tan magníficamente como si fuese una extremidad más (una cola, o tal vez las elegantes alas de un ave mítica), había una desventaja que la estaba asechando dentro de sí misma. Sentí el cosquilleo de la curiosidad en Shiina, pero no la pensaba saciar.

Mitsuki aguardó a que su hermana se repusiera, y cuando esta volvió a ponerse firme, tenía una mirada que nunca le había percibido antes. Sus ojos brillaban, y a pesar de la reciente molestia, se veía relajada. Sin pensarlo más, dio unos pasos hacia su contrincante, dejando caer con indiferencia la espada de su mano. En ese momento el pánico me invadió. Todo aquello en ese último momento estaba fuera de lugar. Su trato desinteresado hacia la katana que habíamos pedido para ella (si bien no la apreciaba tanto como la anterior, parecía haberse habituado a su peso y nuevo diseño); su postura corporal abierta, su expresión de calma en el rostro. Desesperadamente intenté captar toda sensación proveniente de ella.

─¿Qué hace...? ─preguntó Mimi, retrocediendo con pavor.

─Acaba ya ─exigió Cuervo, abriendo los brazos sin dejar de caminar en su dirección. Por un momento pensé que era una nueva estrategia. Era perfectamente capaz de tomar el único velo que la chica tenía con la mano, y jalar de ella con su fuerza física para acabarla de ese modo. Después de todo, no solo era hábil peleando con arma, sino también cuerpo a cuerpo, aunque no fuese su disciplina favorita. Sin embargo, y contra toda la calma que esa posibilidad me daba, en cuanto Mitsuki hizo caso, los velos se enredaron fuertemente en el figurado cuerpo y cabeza de Cuervo, apretándola como si se tratase de una serpiente con un ratón.

Mi ave no se resistió. Como mucho dio un indicio de pánico apretando los puños, como si en ellos contuviera cualquier instinto animal de supervivencia; pero no dio mas signo de oposición. Viendo su oportunidad casi sin desearlo, Mimi apretó con aún más fuerza los velos, y envió una bocanada de aire para que exprimieran su curvado cuerpo de ropas negras. La presión del pecho y cuello debe haber sido demasiada, pues en cuestión de minutos, sus músculos se relajaron, y ya solo quedó su cuerpo suspendido por las telas blancas de su oponente.

Cuando finalmente aflojó el agarre, los casi dos metros de Cuervo se desplomaron pesadamente sobre la tierra, y Shiina partió corriendo a verla con un grito de horror. Yo estaba paralizado, incluso si en mi mente era capaz de entenderlo, mi corazón se negaba a que esto no fuese mas que una pesadilla. La ganadora del encuentro estaba igual que yo, contemplando casi con incredulidad su victoria, y tras un momento desvió sus ojos hacia mí, como si quisiera disculparse, o decirme algo que aún no había pensado; mientras su ama se aproximaba a toda prisa para abrazarla.

─¡Izumi, ayúdame, esto no puede estar pasando! ─exclamó Shiina, rompiendo a llorar mientras desenvolvía su cuerpo magullado de las telas de seda. Ver de pronto su rostro tan pacífico e inerte, tan pálido, magullado y complaciente como el de las muñecas de porcelana me provocó náuseas. Aunque estaba de pie, apretando inconscientemente los puños, me sentía derrumbado, agarrando ansiosamente las volátiles sensaciones finales de la samurai, tan ligeras como plumas, todas en mis brazos.
No podía admitir sin más que después de tanto tiempo, decidía terminar sus días de un modo tan repentino. Como mucho, aquello podía considerarse suicidio, y su testaruda alma probablemente estaba en ese momento desprendiéndose de aquel lugar. No quise mirarla mas, porque mi corazón empezaba a corromperse por la envidia, y no era un sentimiento fácil de vivir.

Tampoco lo fue el volver a casa unas horas más tarde, explicándole a sus despreocupadas hermanas lo que había ocurrido en un día que se veía tan indistinto a otros; ni lo fueron los trámites que me tocó hacer con el Estadista y sus hombres al notificar su fallecimiento.

Shiina, contra todo lo que había pensado, no se quiso despegar de su cuerpo inerte por bastante tiempo, y cuando su novia lo encontró por los alaridos que daba, le gritó (de una forma endemoniada) que se largara. Fue una ruptura dramática e innecesaria, que no podía importarme menos a esas alturas. Más tarde volvió conmigo, aunque fue incapaz de pronunciar palabra mientras Robin rompía a llorar, y Aoi se retiraba en completo silencio.

Me sentía tan roto que no le presté atención a nadie, aunque algo me decía que aquello no era más que el sutil indicio de resquebrajamiento. Si hubiese puesto atención, tal vez no sería tan impensado lo que vino después, empezando con el escándalo de llanto y blasfemias que Natsuko montó en la puerta de mi hogar.

Fue impensado que tras unos días anuncié a mis aves restantes que me embarcaría, deseando no tolerar más agitados dramas; aún cuando solo me refugié en la casa de un conocido, al otro lado del monte, pues debía guardar mi luto en tierra, y desde ahí contemplé el pequeño monumento caer.

Fue impensado que en mi ausencia Aoi se levantara un día, montando el caballo negro de Cuervo y llegando a la puerta del palacio del Estadista, amenazara a todo el mundo con asesinarlos, alegando que era culpa de él y su mujer la vida en penuria que había llevado su hermana. Fue impensado que alegara por cosas que ni siquiera a mí Cuervo me hubiera confesado, aunque de todos modos las supiera por fuentes externas. Fue impensado que acabasen siendo ambas albinas fuertes confidentes y yo no lo hubiese notado.

Fue impensado que tras su muerte, Shiina decidiera marcharse de Kyoto, subiendo a uno de los escasos barcos de pasajeros, rumbo al viejo continente. Fue impensado que después de tanto tiempo fastidiando en mi propio hogar, hubiese decidido alejarse para siempre de una tierra a la que nunca pudo habituarse, y aún así me causara un sentimiento de nostalgia.

Fue impensado que no pasara demasiado tiempo desde su partida, cuando me enterara de la ausencia de Robin en los mercados. Decían que probablemente había enfermado, pero fue impensado que cuando me acerqué a comprobarlo, me encontré con que había decidido el mismo destino que el resto de mis aves, solo que de una manera más convencional.

Fue impensado que tras verse libre de las Halcones, las menos de veinte aves restantes se vieron al fin libres del temor a ser aprendidas, y si bien las afortunadas jóvenes continuaron peleando, las mayores optaron por desaparecer, y el enfermizo plan del Estadista y la insípida de su mujer se vio finalmente derrocado. De Natsuko y Yuu, solo supe que los invadió un profundo dolor antes de desaparecer.

Fue impensado que cuando volví a recorrer los pasillos húmedos y tablones viejos de mi casa, me invadieran tantos sentimientos y recuerdos vívidos, tantas risas y llantos, protagonizados por mujeres tan inusuales como mis aves. Fue impensado que todas aquellas memorias perdidas, finalmente terminaran pudriéndose con la madera de esa ruinosa edificación, y me hiciera sentir tan vacío su ausencia.

Fue impensado el dolor que sentí, y como no pude hacer más que sentarme en la vieja casa a beber sake, brindando por ellas y por quienes había perdido en un pasado. Fue impensada la asfixia que sentí tras poco tiempo, y que tomara la decisión definitiva de largarme de aquel lugar para no volver, llevándome en silencio lo que había vivido con ellas.

Fue impensada la cobardía de los ángeles ante la situación que vivieron esas curiosas no humanas, y que al final decidieran introducirlas en ciclos kármicos humanos, borrando sus memorias y fingiendo que sus existencias habían carecido de otro valor. Fue impensado que al final todo aquel sufrimiento quedara pronto en el olvido, y sus verdugos jamás recibieran un castigo.

Fue impensado que no supiera qué rumbo tomar, y a pesar de que las posibilidades eran remotas, deseara fervientemente que mi eternidad me volviera a cruzar con mis aves. Ya fuese con mi graciosa princesa Aoi, con la dulce y servicial Robin, o con mi testaruda y orgullosa Cuervo.

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