Irresistible Error. [+18] ✔(P...

By KayurkaRhea

76M 3.6M 13.7M

《C O M P L E T A》 ‹‹Había algo extraño, atrayente y oscuramente fascinante en él›› s. Amor: locura temporal c... More

Irresistible Error
ADVERTENCIA
Capítulo 1: La vie en rose.
Capítulo 2: La calma antes de la tormenta.
Capítulo 3: In vino veritas.
Capítulo 4: Rudo despertar.
Capítulo 5: El placer de recordar.
Capítulo 6: Podría ser rabia.
Capítulo 7: La manzana del Edén.
Capítulo 8: Mejor olvidarlo.
Capítulo 9: Tiempos desesperados, medidas desesperadas.
Capítulo 10: Damisela en apuros.
Capítulo 11: Bona fide.
Capítulo 12: El arte de la diplomacia.
Capítulo 13: Leah, eres un desastre.
Capítulo 14: Tregua.
Capítulo 15: Provocaciones.
Capítulo 16: Tentadoras apuestas.
Capítulo 17: Problemas sobre ruedas.
Capítulo 18: Consumado.
Capítulo 19: Conflictos.
Capítulo 20: Oops, lo hicimos de nuevo.
Capítulo 21: Cartas sobre la mesa.
Capítulo 22: Efímero paraíso.
Capítulo 23: Descubrimientos.
Capítulo 24: Compromiso.
Capítulo 25: El fruto de la discordia.
Capítulo 26: Celos.
Capítulo 28: Salto al vacío.
Capítulo 29: Negocios.
Capítulo 30: Juegos sucios.
Capítulo 31: Limbo.
Capítulo 32: Rostros.
Capítulo 33: Izquierda.
Capítulo 34: Bomba de tiempo.
Capítulo 35: ¿Nuevo aliado?
Capítulo 36: El traidor.
Capítulo 37: La indiscreción.
Capítulo 38: Los McCartney.
Capítulo 39: Los Colbourn.
Capítulo 40: Los Pembroke.
Capítulo 41: Mentiras sobrias, verdades ebrias.
Capítulo 42: El detonante.
Capítulo 43: Emboscada.
Capítulo 44: Revelaciones.
Capítulo 45: La dulce verdad.
Capítulo 46: El error.
Capítulo 47: Guerra fría.
Capítulo 48: Cautiva.
Capítulo 49: Aislada.
Capítulo 50: Puntos ciegos.
Capítulo 51: La lección.
Capítulo 52: Troya.
Capítulo 53: Deudas pagadas.
Capítulo 54: Caída en picada.
Capítulo 55: Cicatrices.
Capítulo 56: Retrouvaille.
Capítulo 57: Muros.
Especial de Halloween
Capítulo 58: Punto de quiebre.
Capítulo 59: Resiliencia.
Capítulo 60: Reparar lo irreparable.
Epílogo
AGRADECIMIENTOS
EXTRA: La elección de Alexander.
EXTRA: Vegas, darling.
EXTRA: Solo para tus ojos.
ESPECIAL 1 MILLÓN: El tres de la suerte.
EXTRA: El regalo de Leah.
EXTRA: El balance de lo imperfecto.
Extra: Marcas de guerra.
ESPECIAL 2 MILLONES: Waking up in Vegas.
ESPECIAL 3 MILLONES: The burning [Parte 1]
ESPECIAL 3 MILLONES: The burning [Parte 2]
ESPECIAL 4 MILLONES: Entonces fuimos 4. [Parte 1]
ESPECIAL 4 MILLONES: Entonces fuimos 4 [Parte 2]
ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 1]
ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 2]
ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 3]
LOS VOTOS DE ALEXANDER
COMUNICADO IMPORTANTE
Especial de San Valentín
Especial: Nuestra izquierda.
Especial: Regresar a Bali
¡IMPORTANTE! Favor de leer.

Capítulo 27: Perfectamente erróneo.

1M 56.5K 346K
By KayurkaRhea

N/A: Es un capítulo largo, pero bonito; sentía que debía ser así. Espero lleguen hasta el final y lo disfruten tanto como lo hice yo escribiéndolo.

Leah

Tres días. Habían transcurrido tres días desde la última vez que el florista apareció en mi casa con otro exuberante ramo de tulipanes acompañado de otra nota de disculpa de Jordan.

Había ignorado tanto sus decenas de notas como sus insistentes mensajes y llamadas. Mi mente no tenía cabida para algo así en ese momento. Le había contado a Erik lo que había escuchado sobre los dos tipos y su posible relación con mamá, y él prometió investigar al respecto.

Justo ahora, era lo único que tenía mi total atención.

Bueno, casi.

No habíamos anunciado oficialmente nuestra separación, aunque los chicos comenzaban a sospechar a juzgar por sus miradas extrañas cada vez que yo me excusaba alegando que tenía otras cosas que hacer.

Apreté el paso, acomodando mejor el bolso sobre mi hombro mientras cruzaba el amplio estacionamiento de la universidad.

Gran parte de ello sí era por Jordan. Me mostraba renuente a enfrentarlo porque aún no me sentía segura del todo sobre mi decisión, no cuando sabía que lo estaba lastimando y que tal vez todo ese meollo con Alexander estaba nublando mi buen juicio, impidiéndome ver las cosas objetivamente. Y justo ahí estaba la mayor razón por la que había estado huyendo de los chicos: quería evitar a toda costa mirarle la cara a esa asquerosa salamandra pelirroja, porque de lo contrario terminaría teniendo un colapso producto de los celos que me recorrían de pies a cabeza cada vez que se pegaba a él como una lapa.

Probablemente tendría que prepararme para algo peor en Rockport, pero la bilis me subía por la garganta incluso antes de ser consciente de ello y no quería terminar vomitando frente a todos.

Dolía verlos juntos.

—Leah—una voz familiar me sacó de mis cavilaciones y me giré para encontrar a Jordan detrás de mí, buscando alcanzarme.

Lucía afligido y con los hombros caídos. No solía dejarse la barba y en ese momento el crecimiento incipiente sombreaba su cara, dotando a su definido rostro de un aire mucho más descuidado; círculos oscuros bajo sus ojos demostraban que no había dormido bien últimamente. Mi corazón se comprimió ante la visión. Habíamos sido pareja por años, era imposible que dejara de importarme en solo cinco días.

Parecía dolido, exhausto, pero también vacilante.

—¿Podemos hablar?—pidió sereno, con el miedo a mi negativa asaltando sus afables orbes.

Me retiré los lentes de sol para ganar un poco más de tiempo mientras pensaba en una ruta de escape que resultara creíble e indolente. No podía simplemente subir al auto, pisar el acelerador y pretender que no existía, ¿cierto?

—¿Sobre qué?

—Nosotros—respondió como si fuera lo más obvio del mundo, cosa que sí era.

—Jordan, no hay nada de qué hablar, la decisión ya está tomada—me crucé de brazos en un pobre intento de templanza.

—No estás pensando bien las cosas—se acercó un par de pasos, dejando una distancia prudente entre ambos. — ¿Realmente quieres tirar por la borda todo lo que hemos construido? ¿Todo lo que hemos pasado?

—Lo sé—lo interrumpí. —Sé que hemos pasado por mucho, pero el tiempo no puede sobrepasar los sentimientos en una relación, y yo ya no...

—Fue solo una pelea, por Dios. No podemos rendirnos y dejarlo todo por una discusión—argumentó, haciendo aspavientos. —Nos pelearemos un millón de veces más, pero no lo superaremos si nos dejamos ante la primera dificultad que se presente.

—Jordan...

—Somos más fuertes que eso—agotó la distancia que nos separaba, cerrando sus manos en torno a mis brazos, apretándolos con decisión—. Somos más fuertes que cualquier pelea, Leah. Te amo.

Lo observé impasible, mi boca una tensa línea mientras escudriñaba su rostro, buscando la respuesta en las facciones que estaban plasmadas a fuego en mi memoria.

Habría sido tan sencillo. Habría sido tan fácil volver con Jordan si esta fuera otra ocasión, si las cosas no hubiesen cambiado tanto y si Alexander no estuviese ahora en la ecuación, como un elemento que demandaba atención, que exigía ser resuelto.

Habría sido tan simple volver con Jordan si aún sintiera lo mismo por él, pero esos eran sentimientos que, aunque todavía permanecían ahí, eran mucho más tenues y débiles que años atrás, a tal punto que estaban a nada de desvanecerse por completo.

—Lo superaremos—tomé un paso hacia atrás para deshacerme de su agarre, sintiendo mi cuerpo como plomo. — El mundo no empieza ni termina conmigo, Jordan.

La decepción no tardó en adueñarse de él.

—¿Tú no me amas?

Arrugué los labios, la verdadera respuesta atascada en mi garganta.

—No sé lo que siento más por ti.

—¿Por qué?—la aflicción que inundó sus orbes miel fue tan real que sentí como si me patearan en el estómago— ¿Es por lo que te dije sobre cambiar? Lo siento por eso, ¿de acuerdo? No volveré a hacerlo, aprendí la lección. Me adaptaré a ti, y...

—No se trata de eso—objeté con determinación. —Yo te dije que no cambiaría por ti, sería injusto e hipócrita de mi parte que ahora te lo pidiera. Es solo que...

Busqué las palabras. Me encantaría tener la magia de Jordan para decir las cosas correctas en el momento adecuado, para volver las duras verdades en algo indolente, o la indiferencia de Alexander para decir lo que pensaba sin importarle a quien atropellara o lastimara en el proceso.

Yo era un punto medio atascado en ese limbo, incapaz de desentrañar la maraña de emociones que me consumía.

—Creo que ambos hemos crecido y ahora buscamos cosas distintas, y son tan distintas que nos hemos convertido en algo incompatible—me encogí de hombros—. No es algo malo, estoy segura de que...

—¿Es por alguien más?—inquirió irguiéndose en toda su estatura, mirándome como si quisiera descubrir la verdad escondida en mi cara.

‹‹Sí››

—No. —Dije en su lugar.

—¿Entonces por qué no nos damos otra oportunidad?—insistió intentando acercarse, provocando que tomara otro paso por inercia—. Ya hemos firmado un acuerdo prenupcial, Leah. No creo todo lo que me estás diciendo, pienso que todo esto es simple miedo al compromiso, y estás buscando cualquier excusa para liberarte.

—No, no es...

Me tomó del rostro en un rápido movimiento, obligándome a mirarlo.

—Sé que tienes miedo y yo también lo tengo, es normal. Es un nivel completamente diferente en nuestra relación, pero saldremos adelante con ello. Sé que me amas. Eres mía Leah, así como yo soy tuyo, cariño.

Su voz estaba tildada de tal intensidad y desesperación que por un momento me conmovió y quise ceder.

Pero Alexander tenía razón: no podía seguir engañándolo, ni a él ni a mí.

—Te quiero, Jordan, pero es todo. Y no es suficiente para...

—Te daré el tiempo que necesites, ¿de acuerdo?—tomó mis manos entre las suyas, besándolas con ternura—. No te presionaré, dejaré que tú sola te des cuenta.

—¿Cuenta de qué?—dije anonadada, impresionada por su persistencia y toda la muestra de emociones que estaba obsequiándome, dejándose expuesto y vulnerable ante mí.

—De que nos pertenecemos el uno al otro—aclaró, acariciando con devoción mi pómulo.

El familiar dote de emoción que me asaltaba y hacía mi corazón palpitar como loco cada vez que Jordan me decía cosas como aquellas no se presentó. Una sensación de incomodidad y culpabilidad se anidó dentro de mí en su lugar.

—Te veré en Rockport, ¿si?—se acercó para depositar un dulce beso en mi frente—. Haremos de tu cumpleaños algo inolvidable.

Observé su espalda alejarse, con los hombros más encuadrados ahora que le había dado falsas ilusiones con mi silencio.

Me maldije un millón de veces por no poseer la determinación suficiente para arrancarlo de raíz, para decirle a la cara que sí había alguien más y que ese alguien estaba tomando todo de mí a grandes cantidades, contaminándome como un maravilloso virus, infectándome centímetro a centímetro, sentido por sentido: vista, oído, olfato, tacto, gusto...todo lo había tomado él, hasta que ya no había nada que yo pudiera ofrecerle a Jordan.

Porque todo de mí lo tenía Alexander.

¥

Estiré las piernas en cuanto mis pies tocaron el duro suelo de Rockport, una reserva boscosa rodeada de montañas, pinos y nieve al norte de Washington.

Edith bajó junto conmigo luego de haber acudido a mi rescate y evitar que me montaran junto con Jordan en el Jeep de Alexander, donde obviamente estaría Sabine. Así que en mi lugar había ido Sara, mientras que los restantes viajamos en la Pathfinder de Ethan.

El olor a pino inundó mis fosas nasales al tiempo que el frío se colaba por mi abrigo, calándome hasta los huesos. Me arrebujé más contra ella y aprecié el blanquecino paisaje: la nieve lo cubría todo, unos cuantos retazos de color aquí y allá de las gruesas hojas de pinos y las rocas salpicando el paisaje y fracturando el inmaculado panorama.

La chica encargada de las cabañas nos esperaba con una sonrisa que se ensanchó al reconocer a Ethan, dándole un sonoro beso en la mejilla que él correspondió diciéndole algo al oído que la hizo enrojecer como una torreta.

—Te apuesto lo que quieras a que se escabulle esta noche para follársela a modo de agradecimiento—susurró Edith junto a mí y no pude evitar reír.

Entramos a la enorme cabaña que nos había reservado la chica de trenzas color caoba y enorme gorro de lana. Olía a más pino, madera e incluso jengibre. Me sentía como en el cuento de Hansel y Gretel, con todo y la maldita bruja pelirroja.

—La cabaña tiene cuatro habitaciones con camas dobles cada una, también tiene una sala de juegos en la parte de arriba que incluye billar, mesa de pingpong y un bar. Aquí abajo están las habitaciones, la chimenea, la sala de estar y la cocina—caminó mostrándonos rápidamente el piso de abajo antes de entregarle a Ethan las llaves—. Son los únicos, la temporada para turistas no se abrirá hasta la próxima semana, así que tienen todo el lugar para ustedes.

—Gracias, preciosa—dijo con un tono pícaro que no pasó desapercibido para nadie—. Prometemos no darte problemas.

—Eso espero—se retorció una de sus trenzas mientras sonreía como una idiota—Los dejaré para que puedan acomodarse y descansar. Llámenme cuando ya se hayan instalado para enviarles un guía, el plan de actividades incluye una visita guiada por las montañas, donde se puede ver el poblado desde la cima. Es una vista que no querrán perderse.

—Una pregunta—intervino Sara alzando la mano tímidamente—, ¿aquí hay osos?

—No.

—¿Y tienen buen sistema de seguridad las cabañas?

—Sí—la chica la miró sin comprender.

—Uff, qué alivio—se llevó una mano al pecho.

—¿Por qué?

—Solo quería estar segura de que no moriremos asesinados por la noche.

Todos pusimos los ojos en blanco ante su comentario y los chicos no tardaron en abuchearla.

—¿Qué? ¿Nunca han visto que en las películas de terror siempre muere el grupo de amigos idiotas que van solos a una cabaña?—se defendió dignamente.

—¿Idiotas? Habla por ti, linda—dijo Edith.

—Perdónala, es que no sale mucho—Ethan le pasó un brazo por los hombros a nuestra amiga—. Pero no muerde, tiene todas sus vacunas.

—De acuerdo—rió la chica—. Les daré su tiempo para que se instalen. Llámenme cuando estén listos para el recorrido.

—¡Pido la habitación de abajo!—se apresuró a decir Sara.

—Todas las habitaciones están abajo, tonta—la regañó Edith, quitándose los guantes y arrancándole una carcajada a Sabine, que parecía tener el tiempo de su vida con nuestras estupideces. —Aunque sí debemos organizar la forma en que vamos a dormir.

—La ley de la selva, amor—intervino Matt—. Que gane el más rápido.

—Estás mal de cabeza si crees que dormiré contigo Matthew, eres una ametralladora de pedos mortales por las noches—se quejó Jordan.

—Que las parejitas duerman juntas, Matt y yo en una habitación. Edith puede dormir con Sara—sugirió Ethan.

—Me encanta el plan—sonrió Sabine, recargando su cabeza en el brazo de mi esposo, que permanecía impasible.

Miré a Jordan por un momento. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y debía notar mi incomodidad ante la perspectiva de tener que dormir con él porque su semblante se había oscurecido.

—No quiero escuchar el golpeteo de cabeceras por las noches o algo peor—se quejó rápidamente Edith—. Así que seremos buenos todos y dormiremos los chicos con los chicos y las chicas con las chicas.

—¿Puedo colarme a su pijamada?—inquirió Matt con cara de pervertido.

—Ni en tus mejores sueños—la rubia negó con energía—. Jordan, tú dormirás con Alex, Ethan con Matt, Sara con Sabine y Leah, tú dormirás conmigo.

Quería abrazarla por salvarme otra vez.

La pelirroja pareció decepcionada por no poder compartir la cama con Alexander.

Yo por otro lado, sentía que al menos había ganado una batalla.

¥

El viento era áspero contra mi piel y quemaba ahí donde había resecado y entumecido mis manos pese a los guantes, porque el invierno era mucho más crudo en las montañas. La nieve era alta y se metía en mis botas cuando buscaba alcanzar a los chicos, que habían encontrado un ritmo y se habían perdido en el sinuoso camino inclinado.

Crunch, crunch, crunch. Había alguien detrás de mí, pero no quería girar la cabeza porque me asaltarían el vértigo y las ganas de regresar.

El camino era escabroso, desigual y dificultoso. Había un sendero tallado en la tierra, pero la nieve era tan alta que lo cubría todo y no se habían tomado el tiempo de limpiarlo porque como había dicho la chica, aún no comenzaba la temporada de turistas.

Me ardían las piernas por caminar de manera tan inclinada, pero el paisaje era un buen distractor para el malestar físico—y emocional.

No quería pensar en Jordan ni su cara de aflicción cada vez que me miraba como si lo estuviera matando poco a poco. Tampoco quería pensar en Sabine, que orbitaba tan cerca de Alexander que me hacía querer volver el desayuno.

No quería pensar en nada, solo pasarla bien un rato.

Crunch, crunch, crunch. El crujir era más fuerte ahora, un patrón que estaba fuera de armonía con el mío.

Pero no tuve que mirar sobre mi hombro para saber que él estaba ahí, detrás de mí. No tuve que esperar a que su esencia inundara el aire, o su voz lo anunciara para saber quién era. Lo sabía porque podía sentirlo: la manera en que los vellos al final de mi nuca se erizaban y mis huesos parecían inflarse.

Mantuvo su distancia al principio, en algún lugar detrás de mí en nuestro camino hacia la cima alejados de todos los demás.

Apreté el paso y traté de hacérselo más complicado para que se cansara y tomara más distancia, para que me dejara tranquila. Tomaba el lado escabroso en lugar de la tierra plana que había, recovecos en lugar de ir en línea recta, espacios llenos de árboles en lugar del campo abierto donde estaba el sendero.

Pensé que se rendiría y tomaría el camino más sencillo para alcanzar a los chicos.

En su lugar, continuó a mi ritmo, incansable. Sorbía por la nariz algunas veces, pero no decía palabra alguna, ni una sola para dejarme adivinar qué demonios estaba haciendo.

Y cuando estaba lo suficientemente agitada por el camino, lo miré por fin. Su nariz estaba roja, sus mejillas y orejas enrojecidas también. La cámara colgaba de su cuello mientras se arrebujaba contra su chaqueta oscura, sus manos dentro de los bolsillos, la vista clavada en el camino que habíamos hecho con nuestros pasos. Alzó la cabeza luego de unos segundos, mirándome directo a la cara; azul cristal en contraste con los grisáceos cielos que se cernían sobre nosotros y en un mundo lleno de blanco, su chaqueta un contraste tan fuerte que resultaba extraño contemplarlo.

Porque en un mundo lleno de blanco, él era discordante, cautivador, arrebatador.

Elevó una ceja y continuó caminando.

Siguió a mi ritmo hasta que estuvimos codo con codo. Su brazo rozaba el mío a cada paso que dábamos hacia la cúspide y en algún punto uno de los dos se había acercado al otro mientras no le prestábamos atención a la distancia, desvaneciéndola por completo.

No importaba cuánto tratara de adelantarme o apretara el paso para perderlo, él no desistiría hasta ir a la par, hasta estar a mi lado.

Alexander no se rendiría.

¥

—Les hemos traído un regalo—anunció Ethan junto a Matt y Jordan, que sostenían en sus manos una hielera cada uno, dejándolas en torno a la fogata que nos las habíamos ingeniado para hacer con nuestras afiladas habilidades de supervivencia (un encendedor y gasolina).

—¿Un calentador? Me estoy congelando hasta el culo—dijo Edith castañeando los dientes, cubierta con una enorme frazada.

—Con gusto te caliento el culo, linda. No quiero que te enfermes—Ethan le tendió una cerveza con una sonrisa.

—Mira tú, qué considerado—dio un largo sorbo, al tiempo que yo tomaba la que me tendía Matt.

—Quien diría que cambiaríamos las tazas de chocolate por cervezas tan rápido—comentó Sara con una sonrisa nostálgica.

—Daría lo que fuera por una taza de chocolate caliente en este momento—me quejé sintiendo el frío calar por mi frazada, mi abrigo y mi blusa térmica.

Al parecer la fogata era insuficiente para alejar los gélidos dedos del invierno.

—¿Recuerdas cuando intentamos imitar el chocolate que hacía tu madre para llevarlo a un campamento en sexto grado?—hablé de pronto a Ethan.

—Sí, casi incendian mi cocina, par de inútiles—dejó escapar el humo de su cigarrillo para luego sonreír. —Y lo peor es que fue más de una vez.

—Sí—dijo Edith, divertida—. Lo intentamos al menos tres veces, y las tres veces fueron fatales.

—¡Fueron dos!

—Tres—dijo Edith.

—Tres—reafirmó Ethan.

—Nosotros fuimos peores—intervino Sabine, que recibió una cerveza de Alexander antes de que él se sentara a su lado—. Una vez intentamos hacer una fogata en un campamento, ¿recuerdas?—el asintió, sonriendo.

—Quemamos un árbol.

Todos soltaron una carcajada.

—Éramos un desastre—dijo mirándola con diversión y algo más, provocando que una desagradable sensación se asentara en mi estómago.

—Si para esas vamos, creo que Matt les gana a todos—anunció Ethan con orgullo—. Una vez casi explota el laboratorio de química.

—¿En serio?—preguntó Sabine, conteniendo una carcajada.

—Sí. Casi morimos ahogados cuando creé una especie de gas tóxico.

—Debieron darte un premio Nobel—dijo Jordan.

—Casi morimos todos ahí. Fue aterrador—Ethan se sacudió como si un escalofrío lo recorriera y volvimos a reír.

El alcohol estaba corriendo por mi sistema, aligerando mi cabeza, sustituyendo todo lo que me aquejaba por pensamientos más superfluos y banales.

Se me infló el pecho de emoción por estar ahí con mis chicos, con las personas que me habían acompañado por años. Sabine y Alexander eran nuevos en el marco, pero desvié mi atención de ellos porque no quería que nada desvaneciera la sensación de plenitud y pertenencia que me inundaba en ese momento.

Eran mis amigos y los amaba incondicionalmente.

—¿Aterrador? Espera a que veas el baile de la felicidad de Leah—se burló Edith.

—¡No tengo un baile de la felicidad!—me quejé, riendo.

—Sí lo tiene—susurró Edith para los demás como si no pudiera escucharla.

—¡No!

—Yo quiero ver eso—habló Alex de pronto con un brillo de diversión.

—Yo también—alzó la mano Ethan.

—Ni crean que voy a...

—Es algo así como...—Edith se puso en pie cerca de la fogata para imitar mi ridículo baile de la felicidad, un secreto que debía permanecer enterrado y no a la vista de todos.

Sentí mis mejillas arder mientras todos estallaban en carcajadas por la exagerada actuación de Edith.

—Le costó la entrada a las animadoras—sentenció Sara.

—¡No es verdad!

—Claro que sí—la rubia posó las manos en sus caderas—. Pero hay algo más gracioso que eso. ¿Recuerdas cuando intentamos enseñarte a hacer striptease en preparatoria?

—Oh, Dios—capté la mirada entretenida de Alexander antes de taparme la cara con las manos mientras todos explotaban en carcajadas.

—Definitivamente quiero ver eso—silbó Matt.

—Ya somos dos—acotó Alex y mi corazón dio un vuelco de vergüenza.

—¡Edith!—la reñí, indignada.

Me dejaron en paz cuando pasaron a los amores fallidos de Sara y su soltería eterna, luego a los sustos de embarazo que se había llevado Ethan para finalizar con Jordan y su ridícula fobia a los perros.

Cuatro cervezas y una botella de tequila después, el frío ya no nos calaba y el alcohol hacía maravillas como calentador.

Matt comenzó a tocar canciones inolvidables en su guitarra y pronto toda la bola de borrachos nos unimos en un coro discordante pero entusiasta que podría aplastar a cualquiera de ópera.

Me sentía mareada y ebria, pero también ligera y feliz.

Fue en mi estado de embriaguez que reparé en Sabine. Se arrebujó más en la manta que compartía con Alex mientras seguían charlando, tan cerca el uno del otro que era imposible que pudiésemos escuchar una sola palabra de su conversación.

Y fue en mi punto más álgido de alegría que caí en cuenta de que él la amaba. Lo sabía, aunque no estaba segura si lo hacía como una hermana, una amiga o algo más, pero la amaba. Ellos no se sostenían las manos, no se tocaban más de lo necesario, pero lo había visto sonreírle de una forma especial, la miraba con afecto, se preocupaba por ella y compartían una historia muy larga juntos.

No importaba cuánto tratara de evitarlo o forzarlo, tal vez nuestra felicidad tenía el nombre de otras personas.

Tomé otro trago de licor para que el quemazón del alcohol sustituyera el del feo descubrimiento que había hecho.

¥

No era engañar. Él podía dormir con quien quisiera cuando quisiera.

Podía estar con quien quisiera, más si ese alguien era su prometida.

Pero repetírmelo una y otra vez no ayudaba a aminorar la quemazón que se apoderaba de mí cada vez que ella estaba cerca de él, o lo miraba como una idiota más de la cuenta.

Él era demasiado atractivo y me maldije por haber empezado todo esto con alguien como Alexander; tal vez debí haber iniciado todo aquello con un hombre feo, aunque sabía con certeza que nada de esto habría pasado en primer lugar si no era con él.

Odiaba verlos juntos. Observar cualquier interacción era igual que recibir una patada en el estómago. Como hoy en la mañana, cuando la miré besarlo en la comisura de la boca frente a mí, en la barra de la cocina. Lo observé por tanto tiempo que mi cereal llenó el plato y se desparramó por el suelo, abstraída en mi ira y estupefacción.

Alex fue quien me dijo que estaba haciendo un desastre, pero me sentía tan mal que solo me di la vuelta y los ignoré.

O la ocasión en la que bajamos al poblado para comprar las cosas para el cumpleaños de Edith y el mío, y la atrapé susurrándole algo al oído que lo hizo sonreír de forma maliciosa. Estuve a nada de tirarle el pastel que tenía sobre los brazos.

O la otra ocasión en que ella entró en la habitación que compartía con Ethan para sentarse junto a él en la cama y comenzar a hablar, tomándose de las manos. Esa vez quise tirarle con un sartén.

O la más horrible de todas, cuando después de esquiar por las montañas, creí verlos besarse antes de que ella cerrara la puerta de la habitación de él tras su espalda. Casi caí al suelo de la impresión.

¿Y lo peor de todo? Que Alexander lo sabía. Sabía que me pudría de celos y no toleraba respirar el mismo aire que la salamandra estirada inglesa aquella. Aunque tampoco me molestaba en ocultarlo, simplemente reaccionaba de forma negativa a cualquier cosa que ella hiciera, dijera o pensara. Además me había atrapado varias veces mirando como para no darse cuenta a ese punto.

Nunca reaccionaba o decía nada al respecto, solo me miraba con ese brillo entretenido y divertido titilando en sus claras orbes, como si estuviera teniendo el tiempo de su vida con el calvario que yo estaba viviendo.

Ni siquiera estaba segura de tener derecho a sentirme celosa, pero me hacía sentir mejor que al menos no era la única, que Alex se sentía igual algunas veces. Lo había demostrado negándose a besarme si Jordan lo había hecho primero e incluso me lo había dicho expresamente.

Ninguno de los dos teníamos el derecho, pero eso no nos hizo detenernos.

¥

Partimos el pastel de cumpleaños de Edith mientras Ethan abría una botella de champagne que roció encima de todos.

Cantamos cumpleaños feliz para ella y Alex se dedicó a tomar las fotos del grupo. Jugamos beerpong. Sara y yo resultamos ser buen equipo, porque vencimos a casi todos.

Así que cinco juegos de beerpong después, tres copas de champagne y asaltar medio bar del piso de arriba, me sentía mareada pero consciente, cosa que no podía decir de Matt o Sara.

—En vista de que estamos atascados aquí por la tormenta de nieve y no podemos asar malvaviscos como los buenos scouts que somos, ¿por qué no jugamos una partida de billar?—sugirió Ethan.

—¡Buuu!—lo abucheó Edith dándole un empujón en el hombro—. Qué aburrido eres. ¿Qué sigue? ¿Nos pondremos a leer todos la Biblia?

Solté una carcajada, más ebria que consciente a ese punto.

—¿Tienes alguna mejor idea?—inquirió él bebiéndose de un solo trago el resto de la cerveza que tenía en la mano, para ser arrebatada por Edith un segundo después.

—Es mi cumpleaños, yo mando—proclamó radiante con la botella en la mano.

—Por unas horas al menos—la contradijo Sabine, que estaba acurrucada junto a mi esposo en el sillón frente a mí—, luego tendrás que cederle el trono a Leah.

—Ya lo sé, por eso pienso aprovechar el tiempo que me queda—sonrió con suficiencia, acomodándose la larga cabellera rubia sobre el hombro—. Quiero jugar verdad o reto.

—No creo que sea buena idea—dije nerviosa, porque no sabía con qué locura podrían salir todos ellos.

—¡Me encanta!—aplaudió Sara medio consciente, saltando al suelo para sentarse.

—Yo me apunto—Matt se sentó a su lado, seguido por Ethan, que de ninguna manera se perdería un juego tan infantil e incómodo como aquél.

—¿Y ustedes?—nos señaló a los cuatro restantes con la botella.

—¿Qué es lo peor que puede pasar?—Sabine se encogió de hombros y descendió también.

Los ojos de Alex conectaron con los míos por un momento, iluminados por un deje burlón, como si me desafiara a sentarme.

—¡No sean cobardes!—nos instigó Ethan— ¿Qué es lo que no quieren que descubran?

—Todo lo que se dice aquí, se queda aquí—habló con voz pastosa Matt sin soltar su licor.

Alex se sentó en el círculo seguido por un Jordan poco convencido.

—¿Leah?—Edith me tendió la mano, invitándome y la miré vacilante. No quería someterme a alguna situación incómoda con Jordan, o peor, con mi indeseable esposo.

Terminé cediendo y la cumpleañera se apresuró a girar la botella. La punta dirigida a Matt.

—¿Verdad o reto?

Se rascó el cabello cobrizo, pensativo.

—Reto.

—Haznos un buen striptease—ordenó con entusiasmo—. Te quiero en bóxers.

—¡Edith!—la reprendí, pero ella solo rió.

—Está tan ebrio que no creo que pueda si quiera quitarse la camiseta—me susurró.

Inició su show con movimientos erráticos y sin coordinación, peleando para poder quitarse la camiseta, como había predicho. Explotamos en carcajadas cuando quitarse el pantalón fue cosa perdida.

—Siéntate ya amigo, estás matándoles todas sus hormonas—lo ayudó Ethan hasta que cayó al suelo, sentándose en él pesadamente y giró la botella.

La punta me señaló.

—¿Verdad o reto?

—Verdad.

—Yo te preguntaré por Matt, no creo que pueda decir ni pío—dijo Ethan entusiasmado, rascándose la barba—. Vamos a ver... ¿alguna vez has fantaseado estar con alguien más además de Jordan? Sexualmente hablando, claro.

Se me secó la garganta y la incomodidad se plantó en mi pecho. Eso era precisamente lo que quería evitar.

Un tenso silencio se adueñó de la estancia, con siete pares y medio de ojos observándome fijamente, expectantes. Podía sentir el pesar de la mirada de Jordan, y la intensidad de Alexander, escrutándome.

Me removí en el piso al tiempo que se agolpaban en mi mente el sinfín de veces que había tenido sueños húmedos con Alex, o las veces que me había masturbado pensando que era él quien lo hacía, o que se movía dentro de mí.

—No—mentí, porque no quería inflar más su grandísimo ego.

El dueño de todas mis fantasías elevó una ceja, sin creerme un carajo. Jordan por otro lado, pareció aliviado.

—¿Qué diablos eres? ¿Una monja?—negó Ethan—. Continuemos con alguien más divertido, por favor.

Giré la botella y se detuvo frente a Edith. Sonreí con malicia.

—¿Verdad o reto?

—Reto, yo no soy una miedosa—me correspondió con suficiencia.

—¿Ah si?—la desafié y ella asintió—. Besa a Ethan.

—¡Eh! ¿Yo por qué tengo que salir afectado por sus peleas?—se lamentó el aludido, pero no se quejó cuando la rubia se puso a horcajadas sobre él, tomando la cara entre sus manos.

—Más te vale que lo disfrutes.

—Haré un esfuerzo—fue lo último que dijo antes de dejarse besar por mi enérgica amiga, rodeándole la cintura con los brazos para estrecharla contra sí a medida que profundizaban el beso.

—¡Ya! ¡Hey! ¡Es suficiente! ¡Les dije un beso, no que se comieran aquí mismo!—les grité para separarlos, pero siguieron besándose hasta que les tiré con mi gorro y sonrieron.

—No coman pan frente a los pobres—gimoteó Sabine y quise tirarle a ella con la botella, porque no tenía derecho a decir eso cuando seguramente se comía a Alexander estando a solas.

Edith se separó de Ethan y giró de la botella, hasta que se detuvo frente a Alex.

—¿Verdad o reto, guapo?

Pareció considerarlo por un instante.

—Reto—dijo al final.

—Besa a tu prometida—se apresuró a decir Jordan y quise ahorcarlo.

—¡Ay sí!—lo apoyó Sara—. Nos encantaría verlos dándose cariño.

Mis entrañas se retorcieron y la bilis subió por mi garganta. No podía excusarme e irme sin evidenciarme frente a él, así que tendría que aguantar el espectáculo, aunque quisiera arrancarme el cabello de la impotencia en el proceso.

La salamandra rió nerviosa. Se pasó la lengua por los labios para humectarlos y él se acercó para besarla. Mi corazón se comprimía un poco más cada que otro centímetro se agotaba entre ellos. Ella cerró los ojos y Alex se inclinó, pasando sus labios de largo para depositar un sonoro beso en su mejilla.

Se separó de ella y sonrió a los demás.

—Listo.

Solté el aire que ni siquiera sabía que estaba conteniendo. Sabine lucía desconcertada y decepcionada.

—¿Qué? ¡¿Qué mierda fue eso?!—se quejó Ethan—¿Cuántos años tienes, diez? Si quisiera ver cosas tan ridículas, jugaría con niños de primaria. Edith casi me come vivo y tú apenas le rozaste la mejilla. ¿Dónde está la justicia en eso?

—No contó—dijo Sara, siendo apoyada por Jordan.

—Nunca especificaron dónde—se defendió, sorbiendo de su cerveza.

—Per...

—Okay, sigamos—interrumpió Edith y Alex giró la botella, que apuntó a Jordan.

—¿Verdad o reto?

—Verdad.

—¿Alguna vez has querido estar con alguien más además de tu novia?—preguntó directamente, sin miramientos ni contemplaciones, perforándolo con sus orbes.

Los hombros de Jordan se tensaron. Lo miré fijamente, pero él no me miró en ningún momento.

—No—respondió tenso, como si le hubiesen arrancado la respuesta a tirones de la garganta.

Otra atmósfera extraña se cernió en la estancia, hasta que carraspeó y se apresuró a girar la botella, que apuntó a Alex ahora.

—¿Verdad o reto?

—Verdad—dijo más seguro.

—¿Alguna vez te has follado a alguien de este círculo?—preguntó Ethan, expectante.

Sus ojos conectaron con los míos por un milisegundo. Esperaba que ese tiempo fuese suficiente para transmitirle mi terror ante una respuesta afirmativa.

—Sí—mi corazón dio un vuelco ante su sincera contestación.

—¿A quién?—inquirió el moreno impresionado y sentí que me moría.

—Esa tendrá que ser pregunta para otra ocasión—dijo sin más.

Giró la botella de nueva cuenta y apuntó a Sabine.

—¿Verdad o reto?—le preguntó él, con malicia.

—Reto—sonrió, batiendo sus pestañas coquetamente.

Alex abrió la boca para decirle algo, pero lo interrumpieron.

—Siete minutos en el paraíso con Jordan—se apresuró a decir Edith, emocionada.

La pelirroja se removió incómoda.

—Pero...

—¡Pero nada!—dijo mi amiga poniéndose en pie de un salto—¡Retos son retos!

La tomó de las manos para levantarla del suelo, al tiempo que Jordan se incorporaba y los guiaba a ambos tomados de las muñecas hacia el final de la planta alta, más allá de la mesa de billar y el pingpong, hasta enclaustrarlos en la pequeña bodega donde se guardaban las paletas, los tacos de billar y otras cosas para el bar.

Volvió y procedió a sentarse emocionada. Pensé que Alexander se sentiría incómodo con su prometida encerrada con otro tipo, pero no. Parecía estarse divirtiendo como nunca, sin inmutarse ante ese hecho.

—Yo la giraré por Sabine—canturreó la cumpleañera y lo hizo hasta que la punta quedó frente a Sara. —¿Verdad o reto?

—Verdad—sonrió.

—¿Alg...?

—¿Cuándo fue la última vez que te follaron?—la interrumpió Etthan y todos explotamos en carcajadas ante su forma tan sutil para decir las cosas.

—¡No hace tanto!—se defendió indignada, dedicándole una mirada asesina.

—Perdón, es que a veces eres tan rara que...

—¡Silencio!—rió Edith—. Desperdiciaste este turno, imbécil.

—Lástima—se encogió de hombros, pero abrazó de forma amistosa a Sara—. No importa lo rara que seas, eres nuestra rara favorita.

—Te amamos—dije alzando mi vaso de licor, sonriendo.

Puso los ojos en blanco y giró la botella, hasta que el cuello del recipiente me apuntó a mí.

—¿Verdad o reto?—preguntó Sara.

—Verd...

—Ya no puedes elegir verdad—sentenció Edith, interrumpiéndome—. Tiene que ser reto.

—¿Qué? Per...

—Te reto a...

—Besa a Alex—la interrumpió Ethan con una sonrisa maliciosa y sentí como toda la sangre abandonaba mi cara—. En la boca, más de quince segundos. Cómetelo, te doy permiso—dijo con suficiencia.

Yo lo miré horrorizada, con mi corazón acelerado.

—No pienso hacerlo—me negué rotunda, al tiempo que mi esposo alzaba las cejas, entretenido.

—¿Nunca has escuchado el dicho de que ames a tus amigos, pero más a tus enemigos?—argumentó Ethan, pasando la mano por sus rizos—. ¿Qué mejor forma de superar el odio que besándote con esa persona?—siguió, mordaz.

‹‹Es un mecanismo muy efectivo, querido amigo. Tanto que ahora me gusta››

—Pero...

—Nada, sé que es difícil, de lo contrario no sería un reto, ¿verdad?—adoptó una faceta de seriedad que no le iba de nada—. Alex, ¿tú estás dispuesto?

Había permanecido sin inmutarse ante el desafío, pero su expresión reflejaba la sádica satisfacción que sentía de verme en esa situación.

—Podría sacrificarme—dijo con falsa indiferencia, sin quitarme los ojos de encima, devorándome con ellos.

‹‹Uy sí, qué sacrificio de su parte››

—¡Vamos, Leah! No seas infantil, es solo un juego—insistió Sara—. No es como si te fueras a enamorar de él después de besarlo. Además, todo lo que pasa aquí, se queda aquí.

Bufé mordaz.

—No tengas miedo. No muerdo, lo prometo—la travesura plasmada en su cincelado rostro y la broma tildando en su voz para ocultar la mentira, porque sí mordía, y lo hacía de una manera que te dejaba siempre deseando por más.

Y yo sabía que no poseía la voluntad suficiente para dejar de besarlo una vez empezaba a hacerlo, por eso era tan arriesgado.

—¡A ver si lo haces para hoy!—presionó Ethan y puse los ojos en blanco, al tiempo que me ponía en pie al centro del círculo, con Alex incorporándose también.

Sentía mis piernas temblorosas, mis manos sudorosas y mi latir desbocado. Siempre era una explosión de emociones cuando la distancia entre nosotros se acortaba.

Sus ojos se oscurecieron y reflejaron ese voltaje con el que solía electrizarme cada vez que estaba por besarme. Una de sus manos entró en contacto con mi pómulo para inclinarme y tener mejor acceso a mis labios. Los miró con avaricia, como si quisiera poseerlos, antes de dedicarme una última ojeada y acercarme hasta que mis sentidos se doparon en el momento en que sus labios entraron en contacto con los míos.

Me besó entonces. Lento, sensual y sin premura, como si se tomara su tiempo con algo que lo deleitara. Sus manos viajaron hasta mi cintura y se cerraron en torno a ella, al tiempo que las mías se anclaban por instinto en su cuello, estrechándome contra él.

Tomó mi labio inferior entre los suyos, succionándolo suavemente antes de entrar a mi boca por la ventana que había creado, acariciando mi lengua con la suya solo por un segundo, arrancándome un quejido que se perdió en su garganta.

Ya podía percibir el calor construyéndose en mi interior, la excitación inundándome entre mis piernas.

Se separó lentamente, dejando a mi cuerpo vibrando por el impacto de caer desde lo más alto, con un revoltijo de sensaciones y emociones.

Había extrañado tanto besarlo, con un carajo.

Lentamente, todo pareció regresar a mí; vistas, sonidos, sentidos, todo más allá de Alexander.

Había sido nada.

Prácticamente nada.

Pero era un hermoso nada.

Solo una pequeñísima llovizna en comparación con toda la tormenta de deseo que me invadía en ese momento y amenazaba con ahogarme.

Solo un pequeñísimo choque de labios y lenguas que había durado nada antes de que la realidad nos alcanzara de nuevo.

Mis huesos ardían y mi cabeza palpitaba.

Alejé mis brazos de su cuello y tomé un paso de distancia. Cuando alcé la vista hacia su cara, parecía tan afectado como yo.

—Wow, eso fue...extraño—registré la voz de Ethan, anonadado.

—Yo más bien diría que fue intenso—aclaró Edith con la misma emoción.

—Pues se tomaron muy enserio eso de comerse, de eso ni hablar—añadió Sara.

No podía culparlos por describirlos de esa manera. Incluso ellos se daban cuenta que besar a Alexander era igual que una avalancha de sensaciones que te enterraba antes de que pudieras correr.

Volví a tomar mi lugar con el sabor de sus besos aún impresos en mi lengua, sin querer que desapareciera.

Jordan y Sabine volvieron un minuto después, pero nadie dijo nada sobre el espectáculo que habíamos dado. Me sentía jodidamente expuesta, como si ahora todos pudieran ver todo lo que sentía por él.

—Gira la botella, Alex—lo instó Edith y obedeció.

Para mi mala suerte—porque tenía muy mala suerte—, la botella volvió a apuntarme. Me regaló una sonrisa traviesa, provocando que mi corazón diera un vuelco.

—¿Verdad o...?

—Ya me aburrí—se quejó Jordan—. Mucho de esto por hoy, ¿por qué no jugamos una partida de pingpong?

Solté el aire aliviada cuando Ethan lo apoyó, seguido del resto de las chicas.

Miré el whiskey en mi vaso tentada a darle un trago, pero descarté el pensamiento simplemente porque no quería que los últimos resquicios de los besos de Alexander se perdieran.

Tendría que conformarme solo con eso, ¿cierto?

¥

No podía dormir.

Di un montón de vueltas en la cama, me puse de un lado, de otro, de espalda, sobre mi estómago, de cabeza y nada funcionó.

Él no iba a dejar de atormentarme. Ni él ni lo exquisitamente excitante que había sido besarlo frente a todos.

El reloj de mi celular marcaba las cuatro y cinco de la madrugada. Hacía dos horas que todos nos habíamos retirado a la cama completamente devastados.

Cerré los párpados sin poder deshacerme de su masculina belleza, o del calor que irradiaba su cuerpo cuando se presionó contra el mío o de su envolvente esencia que me hacía querer fundirme contra él, o...

‹‹Definitivamente has perdido el juicio, linda›› se mofó mi consciencia y me tapé la cara con las manos antes de hacer las sábanas a un lado, incorporarme y salir descalza hacia la cocina.

Tenía la garganta seca. Tal vez un vaso de agua me ayudaría a dormir, porque mi problema era mi sequedad de garganta y no el idiota de preciosos ojos azules que tenía por esposo, claro que no.

Extraje la una botella de agua del refrigerador, abrí la gaveta que estaba empotrada en la parte superior, tomé un vaso y me serví para beber.

El líquido se sintió como ambrosía corriendo por mi reseca garganta y me regodeé en la sensación.

Abrí el refrigerador por segunda ocasión para dejar la botella en su lugar cuando el sonido amortiguado de unos pasos me puso alerta. Pensé al instante en un loco asesino con una sierra y máscara de hockey.

Me giré para tirarle con mi letal botella de agua, pero me detuve al percatarme que era solo Alexander.

Aunque no descarté del todo la posibilidad de tirarle con la botella.

—¿Quieres matarme de un susto?—susurré, alterada—. Deja de acechar así a la gente, por Dios.

Soltó una risita, tomando unos cuantos pasos al frente. Iba vestido con una camiseta blanca que se ceñía a su ancho pecho y pantalones sueltos de pijama. ¿Cómo podía verse tan bien en fachas? Yo debía parecer una vagabunda adicta de culo plano con mi pijama de abuelita.

—¿Qué haces despierto a esta hora?

—Lo mismo que tú al parecer—estiró el brazo para quitarme la botella de la mano y beber de ella, vaciándola en dos tragos.

—¿No deberías estar durmiendo?

—Debería hacer lo que me venga en gana, cosa que estoy haciendo—respondió con naturalidad sin dejar de escrutarme.

Crucé los brazos sobre el pecho, sintiéndome expuesta ante su penetrante mirada.

—De acuerdo, suerte con eso. Hasta mañana—estaba por girarme cuando tomó otro paso más cerca.

—¿Huirás de nuevo?

—Quiero dormir.

—Me debes algo, Leah—susurró en voz baja, mortal.

—¿Yo? No te debo nada.

Acortó un poco más la distancia, hasta cernirse prácticamente sobre mí, encerrándome entre el refrigerador y su cuerpo, tan cerca que pude percibir de nueva cuenta el calor que irradiaba y el aroma masculino inherente a él.

—Claro que sí, me debes un juego y yo odio cuando no termino uno.

—¿De qué hablas?—mascullé, pegándome más contra el aparato para ganar espacio.

—¿Verdad o reto?

Alcé la vista hacia él, fulminándolo.

—No voy a jugar a esa idiotez contigo.

—Entre más rápido respondas, más rápido te irás a dormir—dijo con simpleza.

Arrugué los labios, con sus orbes siguiendo cada uno de mis gestos, hasta que suspiré, derrotada.

—Bien, como sea, verdad.

—¿Quién te folla mejor, Leah?—inquirió curioso.

No supe si estaba pálida, sonrojada o muerta por la crudeza e indiscreción de la pregunta.

La anticipación afloró en mi estómago y los nervios se adueñaron de mi cuerpo. Aunque claro, antes muerta que permitir que él lo notara.

—Estás mal de la cabeza si crees que voy a contestarte tal cosa.

Me crucé de brazos y encuadré los hombros, negándome a parecer afectada.

—¿No me vas a responder?—preguntó con algo travieso ensombreciendo su semblante.

—No.

—No necesito que lo hagas, ya sé la respuesta—dijo con suficiencia—. Entonces reto—sonrió de forma siniestra, privándome de mi capacidad de respirar y anudando algo en mi bajo vientre. —Bésame, Leah.

Abrí la boca para replicar y volví a cerrarla como un pez, estupefacta y enojada ante su petición.

—Basta ya de tus juegos, Alex—espeté con hastío—. No quiero tener nada más contigo.

—¿Ah no?

—No—me inflé de valor y construí una fortaleza entre mis deseos y mis prioridades, entre la sensatez y él—. No me interesa tener nada contigo, solo un acta de divorcio que nos separe definitivamente.

Lo hacía por respeto a Sabine, que era una idiota pero tenía sentimientos sinceros hacia él, y sobre todo, por respeto a mí.

—¿Segura? Porque a juzgar por tu forma de besarme, yo diría que un divorcio es lo último que te interesa tener conmigo—su aroma me golpeó la cara cuando tomó otro paso, tan cerca que mi espalda pegó por completo contra el refrigerador, acorralándome.

—Eso era solo un juego—objeté impregnando mi voz de seguridad—. Uno al que nunca debimos jugar por cierto, porque ambos nos casaremos con otras personas.

—Ya, ¿y te duele mucho ponerle los cuernos a tu amado, no?—dijo mordaz, con un deje de hastío.

Le dediqué una mirada asesina.

—A diferencia de ti, a mí sí me duele.

Me miró con incredulidad por un segundo, antes de soltar una risita grave que me dejó vibrando los oídos.

—Puedes seguir fingiendo que eres la novia perfecta todo lo que quieras—se encogió de hombros—, pretendiendo que todo con Jordan es perfecto—sus ojos se clavaron en mí como dagas al tiempo que mi piel se erizaba bajo el tacto de sus dedos sobre mi brazo—, ¿pero sabes? Eso nunca cambiará el hecho de que me deseas.

—¿Quién te hizo tanto daño para que pienses que eres el centro del universo?

—¿Me equivoco?—murmuró y di un respingo al sentir su mano en la piel de mi garganta, ahí donde mi corazón amenazaba con saltar al vacío por su persuasiva presencia.

—Sí, te equivocas—le di un manotazo para alejarlo cuando se acercó peligrosamente a mi pómulo, porque sabía que si le permitía seguir un centímetro más, estaría perdida.

—No—sus labios dibujaron una sonrisa perversa. — ¿Sabes cómo lo sé?

No emití palabra; su proximidad aturdiendo mis sentidos y ralentizando mi proceso mental.

—Porque no importa cuánto alegues que amas a Jordan, seré yo en quien pienses cada vez que te folle, cada vez que lo tengas dentro. Cada vez que te contengas y te sientas insatisfecha...—lo único que podía percibir era lo cerca que estaba y lo mucho que mi cuerpo gritaba por más, por él—...me desearás siempre, porque soy el único que te hace perder el control.

No pude replicar ni decir nada más. Todo lo que registré fue su mano moviéndose hasta mi nuca para tomarme de ella y proclamar mi boca en un beso urgente, ferviente y desesperado que tenía a mis labios y cuerpo entero ardiendo.

Me estrelló contra el refrigerador y pronto me encontré lidiando con un rubio demandante y avasallador que bebía todo de mí.

Ahí iba de nuevo, derrumbando el castillo de arena de mi voluntad.

Lo dejé ser y le correspondí con la misma desesperación y avaricia, queriendo tomar todo de él; permitiendo que mis besos erráticos y ansiosos le demostraran cuánto lo había extrañado, cuánto había añorado sentir que entraba en combustión tan pronto estaba entre sus brazos.

Arrastré mis brazos hasta cerrarlos en torno a su cuello. Arrugó la blusa de mi pijama entre sus dedos, mientras su otra mano tocaba mi espalda provocándome un escalofrío por su gélido tacto en contraste con la calidez de esa parte. Recorrió el mismo camino por mi columna para percibir la manera en que mi piel se había erizado por él.

Cuando finalmente abrió su boca para mí, pude probarlo, enredando mi lengua en torno a la suya en una danza lenta y sensual. Enterré mis uñas en su cuello gentilmente, provocando que la dulce presión de anticipación en mi vientre se fundiera en humedad sobre mis bragas al estrecharme más contra sí, cerrando sus brazos en torno a mi cintura.

Había errores que no podían evitarse, y otros que, aunque eran evitables, valía la pena repetirlos.

Alex era para mí ese error que siempre querría repetir, la misma piedra con la que caería una y otra vez, y me encantaba, porque solo él podía consumirme el cuerpo e incendiarme el alma.

Mis pies se movieron junto a los suyos y un quejido que no tardó en perderse en su garganta salió de mi boca al sentir el borde de la barra de la cocina encajándose en mi espalda baja. Abandonó mis labios para crear una húmeda línea con los suyos, descendiendo hasta posarlos en mi punto de pulso, sellándolos ahí como cera, derritiéndome bajo el tacto.

Gemí suavemente cuando percibí una de sus manos frotar mi sexo sobre la tela del pijama; sus dedos trazando lentos círculos sobre mi clítoris vestido que hizo a mis piernas fallar.

Fundió un sendero con su boca lamiendo, succionando y besando hasta llegar a mi clavícula y desperté de mi estupor cuando se acercó peligrosamente a mis pechos. Mi alarma hizo a mis dedos cerrarse en torno a sus hombros para detenerlo.

—Alex, no creo que sea el lugar ni el momen...junté mis labios para evitar gemir cuando su lengua viajó desde el inicio de uno de mis pechos hasta cerrar su boca en torno a un pezón, circulándolo con la punta antes de morderlo gentilmente y prenderse de él.

—Tienes unas tetas divinas—me dedicó una ojeada desde su posición antes de cerrar los ojos para seguir succionándolo, incendiándome con el gesto en el proceso. — No sabes cuánto las extrañé.

La estancia era fría, pero el calor que envolvía a mi cuerpo por lo excitante de la situación aunado a la propia calidez de él me hizo olvidar ese detalle.

El gemido se escapó de todas formas; su atención en mi otro pecho, repitiendo el mismo exquisito proceso. Junté mis piernas cuando presionó mi clítoris, obsequiándome un placentero escalofrío.

Abandonó mis senos para volver a besarme, hambriento y posesivo. Puso sus manos en mi trasero para sentarme sobre la barra, mis pies colgando sobre el piso, y quizás ya rozaba el punto de la incoherencia porque comenzó a bajar los pantalones de mi pijama al tiempo que se alejaba para ponerse de rodillas entre mis piernas.

—Qu...¿Qué haces?—balbuceé con voz ronca, petrificada. Traté de cerrar mis piernas para detenerlo, pero sus firmes palmas contra mis muslos lo impidieron.

—Dejaré que adivines—me miró desde su posición entre mis piernas terminando de retirar los pantalones en conjunto con mis bragas y depositando un corto beso en la cara interna de uno de mis muslos.

Dios mío. No era el lugar, ni el momento. No cuando todos nuestros amigos dormían a menos de dos metros de donde estábamos. No cuando Jordan y su prometida estaban aquí.

—No, no, no. No vamos a...—acarició con sus dedos mis húmedos pliegues, sin penetrar, deleitándome con el simple contacto e interrumpiéndome con mi propio gemido.

—Relájate. Te encantará esto, te lo prometo—clavo sus orbes en mí; la oscuridad que los abarcaba reflejando la promesa de placer que habían hecho sus labios.

Lo miré anonadada, con el corazón en la garganta por lo expuesta que me sentía, por la vergüenza de que él tuviera un plano tan cercano de mi sexo. No sabía si estaba a punto de desmayarme o de entrar en combustión por la situación.

Su cálida respiración chocaba contra esa parte tan sensible y hacía a mis piernas estremecerse. Separó mis mojados pliegues, acariciándolos lentamente.

—Estás empapada para mí, ¿no es así, Leah?

Estrellé mi mano sobre mi cara, incapaz de resistir un segundo más mi incomodidad.

Habló un poco más, pero sus palabras se perdieron cuando su boca se hundió en mí, percibiendo el aire que tomaba antes de succionar con firmeza. Mis caderas se alzaron ante el primer contacto de su lengua, arrancándome un jadeo ahogado; mis ojos completamente abiertos.

Afianzó sus manos en torno a mi cintura para sostenerse mientras continuaba devorándome, su boca volviéndose menos cuidadosa y más como yo la conocía: intensa, tomando todo lo que quería de mí, sin contemplaciones ni piedad.

Llevé una mano hasta mi boca para callarme, para ahogar todos los sonidos de placer que Alex estaba provocando. No le importaba dónde estábamos ni con quién y estaba haciendo un trabajo jodidamente estupendo para hacerme olvidarlo a mí también. Circulaba mi clítoris con su lengua antes de succionarlo entre sus labios, su boca húmeda, caliente e implacable mientras me comía lentamente, como si fuese un platillo que quisiera degustar.

Fueron segundos o minutos completamente a su merced, perdida en sus diestras atenciones antes de que una de mis manos se enredara en su cabello para presionarlo más contra ese punto que estaba enloqueciéndome y hacía a mis pies curvarse por lo bien que se sentía su boca sobre mi sexo, su lengua recorriendo abiertamente mi entrada y la punta entrando apenas, en una dulce tortura que coaccionaba a mi cuerpo a darle más, más de mis fluidos y de mí.

Mis caderas ondulaban contra su cara por sí solas cuando encontraba un punto en específico que las hacía estremecer y tenía que morderme el labio para no gritar por lo desesperada que me sentía, buscando alcanzar el orgasmo que ya podía percibir en la base de mi estómago.

Me tomé de la puerta de la gaveta para asirme a algo más cuando el clímax constriñó mi estómago, presionándolo como una ola inclemente que se avecinaba de forma inminente. Presioné mis piernas sobre sus hombros tan fuerte que posiblemente dejarían una marca mañana, pero no podía encontrar espacio en mi mente para que me importara otra maldita cosa además del lugar por donde Alexander me tomaba en ese momento.

—Yo...cr...ah—callé, recargando mi cabeza sobre la madera de la gaveta; sus atenciones volviéndose incompasivas e inexorables.

Me mordí el labio cuando lamió una parte particularmente sensible y lo miré: sus ojos clavados en mi cara, bebiéndome a través de mis piernas.

—Alex—me las arreglé para decir—. Para, me voy...me voy a correr.

Se detuvo y me miró con diversión.

—Creo que ese es el punto de todo esto—se burló antes de lamer mi clítoris, permitiéndome observar su lengua descender hasta mi entrada, haciendo el mismo recorrido antes de hundirla en mí otra vez.

La visión casi me hizo terminar. Estaba tan cerca, tan, tan cerca de alcanzar mi liberación. Hundí mis dedos en su cabello, mis uñas aruñando su cráneo mientras hacía un puño con sus mechones. Succionó mi parte más sensible en su boca, lamiéndolo con rudeza al tiempo que presionaba una mano contra mi estómago, desencadenándolo todo. Me corrí con un gemido tan agudo y ahogado que más bien pareció un chillido, mis huesos estremeciéndose y mis pies doblándose contra él; mi mente apagándose y el poder explotando desde lo más hondo.

Nunca me había corrido tan duro en toda mi vida teniendo sexo oral y estaba sorprendida por lo poderoso que era. Me sentía tan drenada que tuve miedo de desmayarme o caer encima de él, sin importarme un carajo si sucedía.

Bajé de esa ola en la que me había montado lentamente, ganando un poco de consciencia sobre el lugar que ocupaba en el mundo. Mi cuerpo aún se sacudía con los espasmos del clímax y el oxígeno ardía en mis pulmones.

Se incorporó en toda su estatura al tiempo que se limpiaba la boca con el dorso de la mano. Me observó atentamente por un par de latidos que comenzaban a ralentizarse.

—Feliz cumpleaños, Leah—sonrió.

La visión hizo a mi corazón volver a acelerarse.

—La próxima vez, nada de esto—susurró, y retiró la mano inerte que cubría mi boca—. Quiero escucharte.

Inclinó su cabeza acariciando mi cuello, su beso tan lento como mi mente, permitiéndome probar mi sabor en su boca. Era extraño, pero no desagradable. Fui entonces consciente de la dureza que presionaba contra uno de mis muslos y cuando tomó distancia, me percaté de lo excitado que estaba.

Me mordí el labio, sin pensarlo mucho antes de dirigir mis manos al elástico de su pantalón buscando liberar su erección. Si ya habíamos llegado tan lejos, ¿por qué no terminarlo como se debe?

Me detuvo cerrando sus manos en mis muñecas.

—No—dijo rotundo.

—¿Por qué?—no quería parecer desconcertada ni ofendida, aunque mi tono de reproche no estaba ayudando.

—Si te follo de la manera en que quiero hacerlo, vas a gritar, Leah—advirtió.

Enarqué una ceja, escéptica.

—Es mi cumpleaños, hoy yo mando—dije soltándome de su agarre para acercar sus caderas a las mías, percibiendo la manera en que su respirar cambió cuando mis dedos se engancharon en el elástico de su pantalón—, y quiero mi regalo completo.

Me miró con intensidad y ojos oscuros, predatorios. De la misma forma en que un león observaría a una gacela antes de devorarla.

—Alex—hablé, tomando su palpitante erección entre mis dedos y deleitándome con la forma en que su mandíbula se tensó.

—Qué—inquirió con aspereza.

—Fóllame—demandé, clavando mis ojos en los suyos y notando la forma en que su miembro palpitó en mi mano.

Torció una sonrisa perversa.

—Tus deseos son órdenes, princesa—volvió a acercarse para besarme mientras sus manos acariciaban mis muslos y yo me encargaba de estimularlo, lubricándolo con su líquido preseminal. Abandoné sus labios para concentrarme en su cuello, mimándolo.

Se separó para quitarse la camiseta, permitiéndome beber cada línea de su marcado abdomen y la anchura de sus brazos. Comenzó a acariciarse a sí mismo, moviendo su mano sobre su miembro sin quitarme los ojos de encima y secándome la garganta con el excitante espectáculo.

Posó una mano sobre mi rostro y arrastró su pulgar hasta introducirlo en mi boca. Sabía a mí y a él; lo acaricié con mi lengua, permitiendo que sintiera la rugosa textura, humedeciéndolo con mi saliva y succionándolo con apetito, haciéndole una buena demostración de una felación sin dejar de mirarlo en ningún momento.

Su respiración se volvió pesada y retiró su dedo con un plop de mi boca.

—Gírate—ordenó autoritario y lo obedecí bajando con piernas entumecidas y temblorosas, el pálpito de la excitación asentándose en mi bajo vientre de nuevo.

Me incliné en la barra apoyándome en mis palmas, pero él no pareció estar satisfecho. Subió una de mis piernas hasta colocarla sobre el material de granito, dándose libre acceso para penetrarme.

Retiró mi blusa y dejó una cadena de besos castos y cortos sobre mi espalda, provocando un placentero estremecimiento por la sensación. Frotó su erección contra mi entrada un par de veces, abriendo mis pliegues y humedeciéndome aún más, si es que eso era posible. Sus manos se afianzaron a mis caderas y coloqué una mano sobre la suya mientras entraba en mí lentamente, expandiéndome para que pudiera sentirlo introducirse, hasta que se enterró por completo en mi interior, arrancándome un jadeo.

—Shhh—susurró contra mi oído, mordiendo el lóbulo y dando el primer embate. Mordí mi labio, extasiada por la maravillosa sensación de él invadiéndome, llenándome sin dejar ningún espacio libre.

Comenzó a moverse, de manera firme y segura, introduciendo todo su miembro en mi interior antes de sacarlo y arremeter contra mí de nueva cuenta, en un ritmo deliberado pero letal que me hacía querer gemir cada vez que tocaba ese punto donde todo mi placer se concentraba.

Posó una mano sobre mi espalda, obligándome a apoyarme sobre mis antebrazos e inclinándome mientras él aumentaba sus estocadas, dando embestidas cortas para evitar que el sonido de piel contra piel inundara la estancia.

Continuó moviendo sus caderas en un vaivén inclemente que hacía casi imposible mantenerme callada. El granito se enterraba en mi piel y me rozaba mientras seguía trabajándome con su pelvis, empujándome a mis límites y tomándome de manera incompasiva y despiadada, pero me encantaba, me encantaba. Me gustaba tanto que podría perder el juicio en ese instante, tener un ataque al corazón o quemarme viva, y ni siquiera lo notaría o me importaría.

Jadeé cuando dio un embate particularmente duro y colocó su mano sobre mi boca para callarme.

—Shhh—repitió. —No querrás despertar a los demás, ¿o si?

Negué y lo dejé continuar, ahogando mis desesperados jadeos sobre su mano, en un pobre intento por hacerme guardar silencio.

Me tomó del cabello incorporándome y girándome el rostro enterrando sus dedos en la piel de mi mandíbula en un agarre de hierro, áspero, para mirarlo, para que me quemara con sus ojos, que eran pura intensidad; para observar su expresión de concentración y placer mientras se saciaba en mí.

Hizo una coleta de la que halaba de vez en vez mientras la mano en mi cintura se clavaba en ella, aumentando la tensión conforme la cresta del orgasmo se alzaba, hasta que sus caderas, que me tomaban duro y rudo por detrás, rozaron el salvajismo.

Fue demasiado. La sensación de su pelvis encajándose contra mi trasero, el calor de su cuerpo, sus jadeos graves, guturales y ahogados combinados con el peligro de la situación y el olor a sexo; era demasiado.

Me corrí por segunda ocasión haciendo un esfuerzo titánico por no gritar. Por un momento creí que me desmayaría mientras mi mente me abandonaba y viajaba hasta un mundo al que solo Alexander podía llevarme.

Regresé a la tierra al percibir algo cálido correr por mi espalda y el inicio de mis nalgas; su líquido cubriéndome en partes desiguales.

—Mierda—susurró luego de unos segundos y se acomodó los pantalones para tomar unas cuantas toallitas del servilletero que estaba cerca.

—¿Tenías que correrte fuera justo hoy?—me burlé al tiempo que él comenzaba a limpiar el desastre que había hecho.

—Me moría por correrme sobre ese bonito trasero tuyo—sonrió—. No me arrepiento de nada.

Cuando terminó, recogió mis bragas y mi pantalón. Las primeras se las guardó en el bolsillo y se inclinó para ayudarme a colocarme el segundo. Lo miré fastidiada esperando que me las regresara, pero como imaginé no funcionó y me coloqué la prenda resignada, terminando de vestirme.

—Uno de mil—dijo cuando se irguió por completo y fruncí el ceño, sin comprender.

—¿Qué?

—Los polvos que me debes—me miró con falsa inocencia.

Entonces, sonrió con malicia.

—Y créeme, pienso cobrármelos todos.

La garganta se me secó ante la perspectiva, pero sonreí también, sin saber qué hacer con el sentimiento de satisfacción que me invadía en ese momento.

—Ve a dormir, no querrás estar muerta mañana.

—Ni siquiera creo que pueda caminar mañana—dije con falso reproche.

—Yo tampoco lo creo—se burló y le di un empujón en el pecho.

—Gracias por el regalo de cumpleaños—agoté la distancia que nos separaba y me apoyé sobre la punta de mis pies para besarlo.

Había algo extraño en su semblante cuando me separé, pero no quise arruinar el momento ahondando en el tema.

—Buenas noches—susurró sobre mis labios y depositó un casto beso sobre ellos.

Volví a sonreír antes de girarme e ir hasta mi habitación.

Sin duda podría conciliar el sueño ahora.

¥

Desperté al percibir que alguien me movía suavemente y lo primero que vi al abrir los párpados fue un profundo azul enmarcado por largas pestañas sobre un rostro que me encantaba.

¿Podía tener esa vista todas las mañanas de mi vida, por favor?

—Leah.

—¿Mmmm?—me las arreglé para gimotear en mi agotamiento.

Alex sonrió. Estaba de cuclillas frente a mi cama.

—Vístete, te veo afuera en cinco minutos, ¿de acuerdo?

Los dedos del sueño se negaban a dejarme ir y me dificultaban terriblemente asimilar sus palabras, pero logré asentir.

Se incorporó, le dedicó una ojeada a Edith que dormía como una muerta sobre su estómago y salió de la habitación sin hacer ruido.

Permanecí en mi cama no supe por cuánto tiempo, esperando que mi cerebro decidiera funcionar. No sentía mis piernas y parecía que una aplanadora me había pasado por encima.

Con pereza tomé mi celular y caí en cuenta de que eran apenas las seis y cinco de la mañana. Joder, ¿por qué quería que me congelara el culo tan temprano?

Ignorando las insistentes protestas de mi cuerpo me puse en pie, procurando no hacer ruido para no despertar a mi amiga. Fui hasta mi maleta y extraje bragas nuevas en conjunto con una muda de ropa. Me encerré en el baño, lavé mis dientes y me cambié lo más rápido que pude.

Cuando salí, el gélido viento de la noche y las montañas me hizo espabilar, congelándome el culo y más allá. Alex me esperaba arrebujado en una chaqueta marrón, con una bufanda, guantes y la cámara colgando de un hombro.

—¿Lista?—preguntó prendiendo una linterna para sesgar la oscuridad.

—¿A dónde vamos?—interrogué a mi vez, indecisa.

—Ya lo verás.

—¿Cómo? No ha salido el sol, ni siquiera veo por dónde voy.

—¿Confías en mí?—alcé mi vista hacia él, su voz impregnada de seguridad.

Mi respuesta salió sin pensar.

—Sí.

Hizo un gesto con la cabeza y comenzamos a andar en dirección a los árboles, por el mismo camino que llevaba a las montañas.

Caminamos por un sinuoso sendero que parecía no tener fin, entre bajos árboles donde la nieve era alta y se colaba por mis botas, congelándome los pies y volviéndome más lenta de lo que ya era gracias al agotamiento al que Alexander había sometido a mis piernas unas horas atrás. Comencé a tiritar cuando el frío hizo mella en mi cuerpo; en mi carrera olvidé tomar una bufanda y guantes.

—Un poco más lenta y llegarás allá para el verano—se mofó unos metros delante de mí— ¿Qué pasa? ¿Olvidaste algo?

Era una pregunta retórica para molestarme por olvidar algo tan necesario como una bufanda.

—Solo algo con lo que poder golpearte—mascullé llegando hasta él, sintiendo envidia porque no había sido tan descuidado como para olvidar sus prendas.

—¿Y eso por qué?

—Para defenderme en caso de que pretendas matarme aquí—bromeé, metiendo las manos en los bolsillos de mi abrigo mientras girábamos y nos desviábamos del camino que llevaba a las montañas.

—¿Crees que haría algo así?—dijo con tono de falsa sorpresa, escondiendo tras él la risa.

—Sí. Aunque no te conviene, volvería como un fantasma para atormentarte, ¿sabes?

—¿Si?

—Sí. No te dejaría dormir nunca, escondería tus cosas y...

—¿Aparecerás de la nada y dirás "buu" para asustarme?—sugirió siguiendo el juego, mientras continuaba guiándonos con la linterna—. Estoy asustado, Leah. Tengo miedo de tu astucia.

—Eso será solo el principio, después comenzaría a planear formas de matarte.

—¿Después de confesarme tu plan?—contestó con ironía.

—No lo verás venir—dije dignamente, apretando el paso para ir a la par.

—Dudo que puedas matarme cuando ni siquiera puedes recordar ponerte guantes—clavó sus ojos en mí, entretenido con mi mueca de falsa indignación antes de quitarse sus guantes para dármelos.

—Deberías comenzar a rogar por piedad ahora.

—Tú serás la que ruegue—me dedicó una mirada llena de perversidad antes de continuar caminando, al tiempo que yo cubría por fin mis entumecidas manos.

Caminó un par de metros más conmigo detrás y disfruté de la bonita vista que me regalaba de su bien formado trasero. Los entrenamientos hacían maravillas.

Se detuvo cuando encontró una pendiente angosta e inclinada.

—Dame la mano—ordenó, tendiéndola frente a mí.

—¿Para qué?—enarqué una ceja, pero enredé mis dedos con los suyos igual, comenzando a descender.

—Conociéndote, terminarás matándote bajando tú sola por aquí.

Sus masculinos dedos se entrelazaban con los míos y su mano, que era más grande, abrazaba la mía con firmeza, como si quisiera estar seguro de poder sostenerme en caso de llegar a caer. Algo cálido se extendió desde mi pecho hacia todas mis extremidades.

—¿Estamos cerca? Ya casi amanece—observé la oscuridad de la noche cambiando a otros colores entre los árboles.

—Lo sé—dijo sin más, arrastrándome con él por el empinado sendero hasta que llegamos a una especie de claro rodeado por árboles más altos y frondosos que capturaban casi toda la nieve, permitiendo que algunos retazos de verde y otros colores se asomaran a través de la ligera capa que recubría el suelo.

Continuamos hasta llegar a la orilla de un lago; el cielo comenzando a despojarse de su oscuro velo para cederle el lugar al tenue rosado del amanecer.

—¿Qué es esto?

—Un lago—dijo sin más, sacando su cámara del estuche.

Lo miré sin comprender.

—Lo sé, lo veo. ¿Pero por qué estamos aquí?

Esbozó una pequeña sonrisa con la vista fija en la cámara.

— Dijiste que querías ver el atardecer en una bahía—giró su rostro hacia mí entonces, los primeros rayos de sol alumbrando el claro poco a poco —, y esto no es una, ni tampoco es un atardecer, pero es parecido. Esto es un amanecer en un lago.

Le había dicho aquello semanas atrás en una conversación totalmente banal, ¿cómo era posible que recordara detalles tan pequeños? Mi corazón dio un salto dentro de mi pecho, latiendo de una forma que estaba reservada solo para él; que era solo de Alexander.

—Mira hacia el frente, Leah. No querrás perderte tu regalo—pidió esbozando una pequeña sonrisa que me derritió el cuerpo, el alma y fundió todo de mí.

Y mientras observaba cómo el sol tornaba el agua negra del lago en ondulantes sombras de naranja, amarillo y oro, acepté por fin algo de lo que había estado huyendo.

Estaba irrevocablemente enamorada de él.

Me había enamorado como una idiota de Alexander Colbourn.

No quería aceptar que pensaba en él constantemente, o que disfrutaba pasar tiempo en su compañía aunque fuese discutiendo, o que me importaba si se lastimaba, vivía o moría. No quería aceptarlo, porque sentía que no tenía cabida para un sentimiento más, pero no podía evitarlo; no podía evitar enamorarme un poco más con cada cosa nueva que descubría de Alex.

No importaba cuánto tratara de convencerme que no debía mirarlo de manera positiva, porque entonces me encontraba pensando de nuevo en cómo era gracioso en una forma seca y sarcástica, cómo me retaba de una manera brillante y ponía a prueba mis límites, o lo mucho que me encantaba su boca y la expresión en su rostro cuando se movía dentro de mí, haciéndome perder el control. Me gustaba que fuera directo y cáustico, que nunca tuviera idea de qué iba a obtener cuando estaba cerca suyo.

Me gustaba esa perversa travesura que se escondía tras sus orbes, su facilidad para los números, las probabilidades y el póker, y para captar las pequeñas cosas de la vida; su complejo de hijo único, su dificultad para compartir, y su determinación para no lidiar con toda tu mierda sin tirarte con la suya primero.

No tenía idea de nuestras posibilidades, pero quería ponerlas a prueba; a él, a mí, a nosotros, a esto.

Ambos estábamos expuestos a la incertidumbre de la situación, a su complejidad, pero yo no podía huir más de ello: estaba enamorada de Alex, de sus cosas buenas y malas.

No sabía qué sentía él por mí, pero estaba segura de que no le era indiferente y a eso sí podía aferrarme.

Salí de mis cavilaciones cuando el flash de la cámara me cegó por un momento.

—¿Te quedaste dormida de pie o qué?

—No, estaba pensando. ¿Cómo encontraste este lugar?

—Explorando—dijo sin más, y estaba tan conmovida por toda la situación que las lágrimas me escocieron los ojos.

—Me encantó. Me encantó el regalo—sonreí sintiendo la felicidad inundándome el pecho. —Gracias.

—Parece que recibo eso mucho de ti últimamente—se quitó la bufanda del cuello.

—Te los has ganado—musité, alzando mi vista hacia él.

—¿Ah, si?

—Sí. Déjame agradecerte como se debe.

—¿Y cómo es eso?—inquirió y sonreí, acercándome para besarlo; un leve roce con poca presión pero lleno de emociones que quería transmitirle.

Sonrió contra mis labios y colocó sus manos a ambos lados de mi cara para profundizar el beso, dejándome probar el sabor a café, frío y a él.

Se separó de mí solo un poco, depositando un beso sobre mi coronilla; un gesto tan dulce como impropio de él.

Entonces, cuando estaba por replicar, reparé en la marca que había dejado en su cuello: roja, definida y notoria, contrastando con su blanca piel.

Alex tenía la costumbre de dejarme marcas en lugares que pudieran ser cubiertos; yo por otro lado, procuraba no hacerlo, hasta ese momento. Tal vez era todo culpa del frenesí, de la lujuria y bien, okay, de la ola de posesividad que me invadió en el momento. Resaltaba contra su piel y me sentí internamente satisfecha por ello; mi boca se había asegurado de hacerla permanecer.

—¿Estás viendo el regalito que tú me dejaste?—espetó, tocándose el lugar con los dedos.

—Oops—batí mis pestañas inocentemente esperando que creyera en mi inocencia.

Enarcó una ceja, confirmando que no me creía por la forma maquiavélica en que torció una sonrisa.

Deslizó su mano por mi cabello, enredando sus dedos en él y pensé que me besaría, hasta que pasó de largo mi boca para plantarse en mi cuello.

Gemí contra su hombro cuando succionó la piel de mi garganta entre sus labios, fuerte. Mordió, chupó y volvió a succionar, con mis manos arrugando la tela de su chaqueta. Recorrió mi cuello con su lengua dejando un húmedo sendero hasta llegar a mi oreja.

—Qué posesiva eres, Leah.

Me estremecí por la profundidad de su voz antes de que me dejara libre, con mi cuerpo entero hormigueando por todas las emociones y sensaciones.

Enredó su bufanda en torno a mi cuello, un gesto que agradecí por el viento frío que corría junto al lago.

—Quiero ver cómo te las arreglas para cubrirlo—me molestó.

—Lo mismo va para ti, idiota.

—A mí no me importa—me miró con indiferencia, como si fuera algo obvio.

Me pasó un brazo por los hombros estrechándome contra sí mientras observábamos el amanecer, con el sol elevándose más allá del lago, sobre las montañas.

—Es hermoso—me arrebujé contra él, embriagándome de su aroma.

—¿Sabes qué es más hermoso que eso?

—¿Qué?—mi corazón aumentó en ritmo, expectante.

—Tú, cuando te miro de entre tus piernas—susurró en mi oído con lascivia y lo golpeé en el pecho.

—Eres asqueroso.

—Gracias, me esfuerzo siempre en ello.

Reí al tiempo que Alex se unía a mí.

Las probabilidades eran inciertas y teníamos un desastre esperándonos en casa, pero no quería pensar en eso.

Quería disfrutar del paisaje, del nuevo sentimiento que había aceptado y me envolvía, y de su compañía.

No podía haber pedido un mejor cumpleaños que aquel.

¥

¡Buenas noches mis niños!

¿Qué les pareció?

Si llegaron al final de este capítulo maratónico de un millón de palabras, dejen un comentario para reconocerles su paciencia y valentía.

No quiero hacerlo más kilométrico de lo que ya es, ¡así que disfruten!

Con amor,

KayurkaR.

Continue Reading

You'll Also Like

3.2M 352K 69
Una chica nueva. Un asesinato. Cuatro chicos, un misterio. «El diablo se ha dividido, creando cuatro infiernos por separado. ¿Puedes con esto? ¿Puede...
140K 6.9K 28
Cuando Allison, una decoradora de interiores y Chris, un abogado, se encuentran esa noche en el bar jamás habrían pensado que terminarían unidos de p...
86.5K 3.3K 50
Katie Wiley es una chica"normal" de 16 años aparentemente feliz, con un pasado que la atormenta todos los días de su vida, gracias a ciertas personas...
13.9K 1.2K 11
omegaverse dylmas alfa!dylan omega!thomas traducción de un trabajo en inglés con el mismo nombre en ao3, pondría al autor, pero pregunté y dijo que...