El club de las sonrisas rotas.

By timetosaygoodbye_

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OBRA REGISTRADA EN SAFE CREATIVE BAJO EL CÓDIGO 1412262839509. ¿Te has sentido alguna vez solo, a pesar de es... More

Prólogo.
Capítulo I. David.
Capítulo II. Clara.
Capítulo III. Nana.
Capítulo IV. Nicolae.
Capítulo V. Nico y Clara.
Capítulo VI. David y Nana.
Capítulo VIII. Los hospitales son feos.
Capítulo IX. Gracias.
Capítulo X. ¿Fin?
Epílogo.
Diario de David.
Agradecimientos.

Capítulo VII. Cuando las cosas se tuercen.

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By timetosaygoodbye_

David se levantó aquella mañana con el sol que se colaba por la ventana. A su lado, Nana dormía plácidamente. Observó en silencio su figura a contraluz. Sus pestañas infinitas, su pecho que subía y bajaba. Un escalofrío le recorrió la espalda.

-No me mires así. Me das miedo – dijo Nana riendo, sin ni siquiera abrir los ojos.

-Lo siento – contestó David avergonzado.

Nana soltó una carcajada y se puso de pie, para empezar el día.  David no pudo evitar mirarle el trasero mientras desaparecía por el pasillo, notando como el rubor se subía a sus mejillas. Desde la cama escuchó el sonido de un grifo al abrirse. Se sentía terriblemente vulnerable desde lo que pasó la otra noche, pero le encantaba. Era la mejor sensación del mundo.

-¿Vienes? – Nana asomó la cabeza por la puerta, con gotas de agua aún pegadas a la piel.

David asintió y se dirigió hacia la cocina con ella. Tomó asiento en un taburete mientras Nana trasteaba de un lado para otro, cogiendo tazas, cuencos, cereales, y esas cosas.

-¿Café negro como tu alma? – bromeó Nana.

David asintió, divertido.

A pesar de que fuera hacía un frío que pelaba, la triste habitación parecía llena de calor y vida. El tacto de la taza de café era reconfortante, y la presencia de Nana aún más.

-Son las once y media. Si te das prisa, quizás puedas coger el autobús de una hora. Tus padres deben de estar que se tiran de los pelos.

-Dios, no me había acordado – dijo David alarmado mientras sacaba el móvil del bolsillo. Siete llamadas perdidas. Se avecinaba un día muy largo.

-Seguro que tus padres te perdonan – Nana guiñó un ojo -. Yo merezco la pena.

David le dio un beso sabor café.

***

Nico estaba sentado en el coche, mirando por la ventana. Iba de camino a un concurso de piano. Uno de tantos. De este ni siquiera sabía el nombre, ni cuánto dinero era el premio, ni qué beca le darían, ni qué nada. Le daba igual. A él no le importaba. Solo tendría que tocar una obra larga, aburrida, y sin emoción, de esas que les encantan a los jueces. Llevaba las partituras en una carpeta bajo el brazo, aunque podría tocarla con los ojos cerrados. Había llegado un momento en que la tarareaba sin darse cuenta, aunque la odiase.

-¿Nervioso? – dijo su padre desde el asiento del conductor.

Nico negó con la cabeza, y su padre lo vio desde el espejo retrovisor.

-Así me gusta. Tú tranquilo. Esta es una gran oportunidad.

-Como todas – contestó en una voz lo suficientemente baja para que su padre no le oyese...

No es que no le gustase tocar, es más, le encantaba. Verdaderamente disfrutaba. Había piezas que le encantaba tocar, que le hacían sentir algo... Pero la mayoría de las veces, para la mayoría de los concursos, tenía que tocar piezas aburridas, sin emoción. Por eso había empezado a componer.

Pensaba en todas las cosas que le emocionaban. Primero empezaba con las cosas pequeñas, y luego seguía con las grandes.

"Cosas pequeñas que me emocionan. Los capuchinos. La nieve. Los abrigos con bolsillos grandes. Encontrar un billete en unos pantalones viejos. Un capítulo nuevo de mi serie favorita. Libros viejos, con las páginas amarillas. Cosas grandes que me emocionan. Los atardeceres. El arte en general. Ver a la gente disfrutar con lo que hago. Aquella noche en la que conocí a David y a Clara. Clara."

Sin darse cuenta, había inspirado un montón de canciones, de ritmos, de melodías; en Clara. No es porque le gustase de "esa forma", entiéndase, sino porque tenía algo que le conmovía. A veces pensaba que solo le gustaba porque era muy misteriosa. No misteriosa en el sentido de llevar gabardina y gafas grandes, sino misteriosa en el sentido de que parecía guardar un secreto.

Podía pasarse horas y horas fantaseando sobre cuál sería el secreto de Clara. Parecía que tenía un montón de cosas de decir sobre todo y todos, pero siempre se callaba. Parecía que estaba muy triste o muy feliz, pero nunca podías saberlo a ciencia cierta. Cualquier pequeño detalle, cualquier pequeña cosa, hacía que sus ojos brillaran. Y eso a Nico le encantaba.

Se había preguntado si aquello era amor. Pero la palabra no le agradaba, no le sabía bien en la boca. No quería darle besos, ni regalarle rosas, ni esas cosas. Él quería abrazarla, abrirla en canal y ver qué era lo que tenía dentro que tan celosamente escondía. Una vez decidió que sí, que era amor, pero no esa clase de amor.

Fuera el cielo estaba gris, pero a él no le importaba. Siempre tocaba mejor los días que el cielo estaba gris. El día parecía que no iba a acabarse nunca.

***

Por suerte, Clara no había vuelto que entrar en batalla desde hace tiempo.

Siempre que se sentía mal, aterrada, o lo que fuera, escuchaba la canción de Nico. Le hacía sentir mejor. Era como si todo lo que era ella, todos sus secretos, se expresasen en aquella canción sin letra.

En aquel momento, la estaba escuchando en ese momento. Se preguntó cómo estaría Nico. Había hablado con él la noche anterior, aunque estaba un poco distraído practicando una obra para nosequé concurso.

-Mucha suerte – dijo Clara oyendo cómo bostezaba al otro lado de la línea.

-La suerte no sirve de nada. Pero no te preocupes, voy a ganar igualmente.

Nico rio, se dieron las buenas noches, y se fueron a dormir con una sensación dulce que los arropaba como una manta.

***

El autobús aún no había llegado a la estación, pero Nana y David ya estaban esperando allí, por si acaso.

-Sí, pasé la noche en casa de un amigo. Es del instituto. Se llama Nico – dijo David al teléfono -. Que sí, mamá. Ahora mismo voy para allá. El autobús está en camino. Vale. Adiós.

Colgó el móvil y suspiró. Su madre siempre lograba sacarle de sus casillas. Sabía de sobra que era por "su espíritu rebelde adolescente", o por "la edad del pavo", pero no aguantaba que quisiera estar tan encima de él. Nunca se metía en líos. Bueno, en realidad sí lo hacía, pero ellos ya estaban acostumbrados, así que, ¿qué más daba?

Nana sacó un paquete de Marlboro de su bolso y le tendió un cigarrillo a David. Encendió el mechero y primero prendió su cigarro, y luego el de él.

-Las señoritas no deben fumar – dijo David soltando el humo.

-Cómeme el coño.

David empezó a reír y a toser por culpa del tabaco, pero le encantó.

-Bueno – Nana cogió la mano que él tenía libre, y la estrechó con sus dedos -. Sé sincero. ¿Qué te pareció lo de anoche? ¿Te... gustó?

La expresión de seguridad que normalmente tenía Nana se vio sustituida por una de algo que podría describirse como... terror. Sí, Nana tenía miedo. Estaba acostumbrada a gustarle a todos y a todas, y a pesar de su pasado, quería construir un nuevo y brillante futuro con David. En el que los dos estuvieran cómodos y las cosas salieran a pedir de boca.

-No me gustó – David dio una calada a su cigarrillo -. Me encantó.

Nana sonrió y se abrazó a él.

-Muchas gracias por todo. Nunca podré agradecerte lo suficiente todas las cosas que has hecho por mí, David. De verdad. Eres el mejor.

-No me puedo creer que estés diciendo algo tan sumamente cursi.

-Por ti, merece la pena.

-Oh, dios mío, y sigues.

-Me quieres.

-Te quieres.

Se dieron un beso de despedida. El autobús ya estaba allí. David tenía que irse. Se separó del abrazo de Nana y se subió al vehículo.

Dentro, se sentó junto a la ventana. Allí estaba Nana, fuera, diciendo adiós con la mano efusivamente. David la sonrió y le devolvió el saludo, y ella se fue, volviendo a casa...

David sacó su móvil. Tenía un montón de mensajes, de Clara, de Nico, e incluso de Nana. Abrió el de Nana e ignoró los demás.

NANA (12:28 AM): Ya te echo de menos.

Sonrió. La contestó con unas pocas palabras que se verían en nada. El autobús se puso en marcha. David sacó sus auriculares y buscó una canción entre la música de su móvil. Empezó a sonar Home de Gabrielle Aplin en sus oídos. La música le reconfortó, y le ayudaba a pensar.

Pensó en Nana, en aquella maravillosamente que habían pasado juntos, y en lo vulnerable que se sentía ante ella. Hasta hace no mucho tiempo, David había sido incapaz de sentir. No era capaz de sentir cariño o aprecio por nadie, ni siquiera por sus amigos. Era como si un bloque de piedra bloqueara la salida de sus sentimientos. Y Nana había llegado con un martillo gigante y había roto aquel bloque. Ahora era capaz de quererlos a todos, pero eso le daba mucho miedo.

"Aunque", pensó, "es un miedo muy reconfortante".

***

A veces las cosas pasan sin motivo alguno, sin sentido. Cosas que nadie se merece, ni siquiera las personas más malas del mundo. Pero estas cosas son inevitables. A todos nos han pasado cosas así en algún momento de nuestra vida. Son estas cosas que en un primer momento nos hacen llorar de rabia, de impotencia. Nos hacen preguntarnos por qué estamos aquí, y no allí, qué vamos a hacer y adónde vamos a ir. Estas cosas nos marcan, para bien o para mal.

Al club de las sonrisas rotas le tocó vivir una de estas experiencias.

David estaba perdido en sus pensamientos y en su música, Nico recorriendo las teclas del piano rápidamente, Nana mirando los puntos de unión de las baldosas de la calle, Clara con la cabeza hundida en su almohada....

Y nadie pudo evitar que el autobús se estrellase.

La calle era ancha, de dos sentidos. No debía de haber ningún problema. Pero un individuo que conducía un coche deportivo negro decidió que sería divertido ir en sentido contrario. El conductor del autobús no le vio venir, e intentó girar para evitar el choque.

Sí, el choque lo evitó, pero el autobús se estrechó, cayendo completamente de lado a un lado de la carretera.

Dio una vuelta, y otra, y otra.

Y David lo vio todo negro.

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