Irresistible Error. [+18] ✔(P...

By KayurkaRhea

75.8M 3.6M 13.6M

《C O M P L E T A》 ‹‹Había algo extraño, atrayente y oscuramente fascinante en él›› s. Amor: locura temporal c... More

Irresistible Error
ADVERTENCIA
Capítulo 1: La vie en rose.
Capítulo 2: La calma antes de la tormenta.
Capítulo 3: In vino veritas.
Capítulo 4: Rudo despertar.
Capítulo 5: El placer de recordar.
Capítulo 6: Podría ser rabia.
Capítulo 7: La manzana del Edén.
Capítulo 8: Mejor olvidarlo.
Capítulo 9: Tiempos desesperados, medidas desesperadas.
Capítulo 10: Damisela en apuros.
Capítulo 11: Bona fide.
Capítulo 12: El arte de la diplomacia.
Capítulo 13: Leah, eres un desastre.
Capítulo 14: Tregua.
Capítulo 15: Provocaciones.
Capítulo 16: Tentadoras apuestas.
Capítulo 17: Problemas sobre ruedas.
Capítulo 18: Consumado.
Capítulo 19: Conflictos.
Capítulo 20: Oops, lo hicimos de nuevo.
Capítulo 21: Cartas sobre la mesa.
Capítulo 22: Efímero paraíso.
Capítulo 23: Descubrimientos.
Capítulo 24: Compromiso.
Capítulo 26: Celos.
Capítulo 27: Perfectamente erróneo.
Capítulo 28: Salto al vacío.
Capítulo 29: Negocios.
Capítulo 30: Juegos sucios.
Capítulo 31: Limbo.
Capítulo 32: Rostros.
Capítulo 33: Izquierda.
Capítulo 34: Bomba de tiempo.
Capítulo 35: ¿Nuevo aliado?
Capítulo 36: El traidor.
Capítulo 37: La indiscreción.
Capítulo 38: Los McCartney.
Capítulo 39: Los Colbourn.
Capítulo 40: Los Pembroke.
Capítulo 41: Mentiras sobrias, verdades ebrias.
Capítulo 42: El detonante.
Capítulo 43: Emboscada.
Capítulo 44: Revelaciones.
Capítulo 45: La dulce verdad.
Capítulo 46: El error.
Capítulo 47: Guerra fría.
Capítulo 48: Cautiva.
Capítulo 49: Aislada.
Capítulo 50: Puntos ciegos.
Capítulo 51: La lección.
Capítulo 52: Troya.
Capítulo 53: Deudas pagadas.
Capítulo 54: Caída en picada.
Capítulo 55: Cicatrices.
Capítulo 56: Retrouvaille.
Capítulo 57: Muros.
Especial de Halloween
Capítulo 58: Punto de quiebre.
Capítulo 59: Resiliencia.
Capítulo 60: Reparar lo irreparable.
Epílogo
AGRADECIMIENTOS
EXTRA: La elección de Alexander.
EXTRA: Vegas, darling.
EXTRA: Solo para tus ojos.
ESPECIAL 1 MILLÓN: El tres de la suerte.
EXTRA: El regalo de Leah.
EXTRA: El balance de lo imperfecto.
Extra: Marcas de guerra.
ESPECIAL 2 MILLONES: Waking up in Vegas.
ESPECIAL 3 MILLONES: The burning [Parte 1]
ESPECIAL 3 MILLONES: The burning [Parte 2]
ESPECIAL 4 MILLONES: Entonces fuimos 4. [Parte 1]
ESPECIAL 4 MILLONES: Entonces fuimos 4 [Parte 2]
ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 1]
ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 2]
ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 3]
LOS VOTOS DE ALEXANDER
COMUNICADO IMPORTANTE
Especial de San Valentín
Especial: Nuestra izquierda.
Especial: Regresar a Bali
¡IMPORTANTE! Favor de leer.

Capítulo 25: El fruto de la discordia.

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By KayurkaRhea

Alexander

Tic. Tac. Tic. Tac.

El sonido del enorme reloj que se asentaba sobre la pared de la sala de juntas estaba exasperándome. Ensordeciéndome.

El tiempo no estaba a mi favor.

Ignoré el ruido del reloj y me centré en Emil, el ejecutivo comercial que llevaba cuarenta minutos balbuceando sobre tácticas de incremento de flujos. La silla de mi padre era la cabeza de la larga y pulcra mesa de cristal dispuesta en la sobria sala de juntas. Había ocho sillas más alrededor, cuatro de cada lado y actualmente ocupadas con hombres seguramente igual de aburridos que yo.

Odiaba esas jodidas reuniones.

Tic. Tac. Tic. Tac.

¿Por qué el tiempo parecía transcurrir más lento cuánto más deseabas abandonar algo?

Hollard tosió por enésima vez y estuve a punto de abandonar la sala para evitar una tragedia—como darle un puñetazo para que cerrara la boca y dejara de una maldita vez de toser.

Estreché los ojos y me centré en el montón de papeleo que tenía delante. Hacía una hora y media que yo ya sabía cómo resolver el puto problema que nos había arrastrado a todos a convocar esta asamblea, pero no había tenido oportunidad de hablar porque los lameculos—perdón, ejecutivos— aquí reunidos, querían sus cinco minutos de protagonismo para demostrarle a los demás quién era más capaz y más digno, quién podría caerme más en gracia.

‹‹Ninguno›› pensé con diversión al tiempo que reprimía una sonrisa burlona. Tal vez habrían tenido alguna posibilidad si no hicieran tan jodidamente larga la reunión.

Yo sabía una mierda sobre leyes aduaneras, o mercadotecnia o concesiones. Lo único que conocía eran números; números, estadísticas y planes comerciales basados en hechos matemáticos.

Tic. Tac.

Jodido reloj. La próxima vez que mi padre me pidiera que lo representara de última hora en una junta, primero mandaría retirar ese artefacto del demonio.

¿Tendría que soportar esta exasperación cada vez que asistiera a una junta?

Probablemente sí.

Papá me había forzado a asistir a sus reuniones desde los diez años. Había gastado la mayor parte de mi infancia observando y aprendiendo todo sobre nuestra empresa. Acudí a todas las asambleas; me senté y escuché pacientemente todas las ideas que venían de los miembros, y desde que tenía una facilidad enorme para los números, había deducido hechos, estadísticas y estrategias de cada una de las otras compañías sin problema.

Como el único heredero, era imprescindible que yo estuviera preparado para ser la cabeza del negocio cuando él decidiera renunciar—u ocurriera algo peor. 

Había visto estas salas un centenar de veces: aquí, en Inglaterra, en China, en Alemania, en España y un montón de países más. Las había contemplado en sus mejores momentos, siendo el recinto de risas y bromas, y también en sus peores, donde los gritos e insultos inundaban la estancia. Había escuchado la voz de personas furiosas que se atrevían a discrepar con mi padre, personas que se atrevían a desafiar su poder.

Suspiré, hastiado.

—...y es por ello que resalto las inconsistencias del plan de negocios, porque la tasa de intereses no presenta las variaciones que la junta monetaria pronosticó para este ciclo fiscal—terminó por fin Emil, el representante de la otra empresa con la que buscábamos firmar un contrato.

—Y si el plan contempla exportaciones y aumento de flujos, mantener la tasa fija representaría un desfase a partir del tercer mes de producción—lo apoyó el señor Raynolds, su colega y el encargado de finanzas.

—Pero el cambio del dol...

—Lo de los desfases se puede arreglar fácilmente—interrumpí a Harry, el financiero de nuestras industrias. Estaba harto de estar ahí—. Se cubriría el presupuesto dejando la tasa de interés fija al siete por ciento y así prever las variaciones en la moneda que se presenten durante este ejercicio fiscal.

Todos se callaron al instante y me observaron con atención, mientras yo seguía igual de aburrido.

Tanto escepticismo para firmar el contrato con la otra compañía era exagerado. Su ingeniero en finanzas parecía un poco lento y si no sabía sumar dos más dos, no era mi problema.

—Joven Colbourn, está adicionando tres puntos sobre el comportamiento del dólar con esa proyección—insistió Raynolds—. El margen es del uno punto tres por ciento.

Enarqué las cejas e hice los cálculos dentro de mi cabeza. Me incliné hacia adelante y entrelacé mis manos, mirándolo con dureza.

—Como encargado de los recursos monetarios, debería saber que el margen resultante es del punto setenta y siete por ciento y por lo tanto, el comportamiento del dólar no es impedimento para el desarrollo del plan de negocios—lo corregí, seguro y sus pequeños ojos me miraron de vuelta pasmados—. Si usted no es capaz de proyectar eso, no sé qué hace en ese puesto.

Algunos de los ejecutivos de papá se dedicaron miradas incómodas, pero no dijeron palabra alguna; ya me conocían.

El aludido se removió en la silla y agachó la cabeza para verificar en su calculadora las cifras que había ofrecido.

—Ahora, aclarado el punto y resuelto el problema, deberíamos proceder a cerrar el contrato—propuse, listo para salir de ahí en cuanto estampara mi firma en todas las hojas.

Emil se acomodó el saco, dubitativo.

—De acuerdo—accedió titubeante luego de unos momentos, aún tratando de asimilar lo que le había dicho.

Por. Fin. ¿Tan complicado era hacer eso?

¥

Deshice el nudo de la corbata cuando la reunión terminó y me masajeé el cuello.

Me sentía exhausto y tenso, como si tuviera mi mente atiborrada con un montón de cosas innecesarias.

Esbocé una media sonrisa cuando una idea brotó de la nada. Tal vez Leah estaría disponible para ayudarme a liberar un poco de tensión; se le daba maravillosamente bien.

Era un poco desconcertante—aterrador incluso—, la manera en que esa chica podía vaciar mi mente de todo pensamiento, hasta que lo único para lo que tuviera cabida fuera ella; hasta que su presencia consumía todo a su paso.

Ella y su magnificencia en el sexo. Algo que en definitiva iba a extrañar cuando nos divorciáramos.

Aunque podía ser que también extrañara otras cosas.

Me detuve cuando comencé a escribirle un mensaje, reconsiderando mi plan. No nos habíamos visto ni hablado desde el incidente con su hermano y, aunque la había invitado a pasar el día conmigo después de eso, supuse que el rechazo de la invitación era una clara señal de que quería mantener una distancia prudente hasta que las cosas se tranquilizaran.

O tal vez quería terminar esto de una vez por todas a causa de Erik y el peligro que representaba que él lo supiera.

Gruñí con frustración ante la perspectiva. Sería una lástima en verdad; Leah se había convertido en mi boleto de escape favorito, era un antídoto excelente para dejar de pensar en cosas que me asediaban sin tregua. Además, era la única capaz de lidiar con todas mis emociones vertiginosas y tranquilizarme.

Tenía una facilidad desorbitante para hacerme sentir bien. ¿Pero saben qué era lo peor?

Lo peor era que había dejado de considerar nuestra unión un error para empezar a mirarla cada vez más como un acierto, como algo bueno.

Había algo en Leah que me atraía, me empujaba hacia ella como la fuerza de la gravedad a todos los objetos, hasta que me encontraba girando en torno a su órbita.

Me hacía percibir cosas que ni siquiera quería nombrar, porque entonces tendrían un significado y representarían algo, les otorgaría importancia.

Y no sabía si quería o debería llegar hasta ese punto, a ese nivel en nuestra incierta relación.

—Tu padre envía sus felicitaciones por la firma del contrato—la voz de Charlotte me regresó a la Tierra.

Bloqueé el celular y metí las manos en los bolsillos.

—¿Ahora tendré que mantener las conversaciones con papá a través de ti también?

Sus ojos claros brillaron con algo similar a la diversión. Se ajustó las gafas, que completaban el juego de la sexy secretaría.

—Si así lo deseas—respondió sin perder la seguridad.

Resoplé.

—¿Cómo es que te dejó venir hasta acá? ¿Quién le sirve el té cuando tú no estás?

Se encogió de hombros con indiferencia, el cabello caoba cayendo sobre ellos.

—Otra secretaría.

—¿Y no te da miedo que se lo sirva mejor que tú?—me burlé.

—Nadie se lo sirve mejor que yo—contestó con determinación, captando ágilmente el doble sentido de mis palabras.

Solté una risita. Charlotte era la amante de mi padre desde hacía al menos diez años y sin duda, la que más había durado en el puesto. Incluso siéndolo, el hecho de que tuviera ese título nunca me impidió llevar una buena relación con ella.

Tenía el paquete completo para ser la amante ideal: era alta, esbelta y todo estaba en su lugar; tenía una determinación de miedo, ingenio agudo y una habilidad de organización aún más impresionante.

Hasta cierto punto, Charlotte compartía muchos rasgos con mamá, aunque tendría que estar loco para decirlo; se odiaban a muerte. Tanto que mi madre obligó a papá a hacerse una vasectomía cuando se enteró de su estrecha relación laboral.

—Como digas—le di la espalda dispuesto a salir del edificio, cuando volvió a detenerme.

—Tengo algo para ti de parte de Byron—mencionó y me giré a tiempo para atrapar las llaves que me había lanzado.

—¿Qué es esto?—pregunté curioso al contemplar el llavero.

—Un regalo, por tu buen trabajo—sonrió—, aunque también iba a ser uno de consolación en caso de que no resultara el negocio.

—Déjame adivinar, ¿otro auto?

—Creo que será mejor que canceles al chófer.

Negué con la cabeza. Increíble cómo podía tomarse el tiempo para elegir un auto pero no para hablarme personalmente.

—No lo quiero, quédatelo.

—Ya tengo el mío, gracias—y volvió a centrarse en la tablet que tenía sobre las manos.

Claro que ella tendría el suyo.

—También he enviado información a tu correo.

—¿Sobre qué?—inquirí con cansancio.

—Una maestría en administración en Oxford. Tu padre dice que...

Rodé los ojos.

—Dale un beso de mi parte—me acomodé el saco sobre el hombro y abandoné el lugar.

¥

—El juego de fin de temporada está cerca—habló el entrenador yendo de un lado a otro, mientras permanecíamos sentados sobre la banca, sudados, sucios y exhaustos—, ¿saben qué significa eso?

‹‹¿Maltratos inhumanos disfrazados de entrenamientos?›› pensé con ironía, sosteniendo el casco entre mis manos.

—Significa que tienen que dejar de jugar como si fueran inválidos y comenzar a correr como si supieran para qué sirven esas piernas que tienen—respondió con voz grave y expresión severa—. Noah, como capitán del equipo, es tu responsabilidad que estos zánganos inútiles den el cien por ciento.

—Sí, señor—respondió rígido el ingrato.

—Doblaremos las horas de entrenamiento—sentenció y maldije para mis adentros.

‹‹A ese paso, sí que vamos a quedar inválidos››

Las protestas y quejas no tardaron en elevarse, con Ethan siendo la cabeza de la huelga. Claro que el idiota no estaría dispuesto a perder horas valiosas de ligue por entrenar.

—Cierren la boca, señoritas. Si quieren que los escuche, dejen un escrito en el buzón de quejas y sugerencias.

—¿Dónde está el buzón?—preguntó Daniels, el guardián ofensivo del equipo.

—¡En mi culo, Daniels!—vociferó el head coach—¡Puedes dejar el escrito cuando quieras!

El chico quedó pasmado por la contestación y todos soltamos una carcajada.

—Te pediría que usaras la cabeza en el juego, pero creo que es mucho pedir, así que solo concéntrate en cuidar a Noah—negó el coach con los labios apretados y luciendo tan intimidante como un oso pardo sobre sus dos patas.

—Creo que Daniels está a punto de cagarse encima—susurró Ethan a mi lado y solté una risa.

—Los quiero a todos listos para los entrenamientos—siguió con el mismo tono profundo y autoritario—. Y nada de drogas, no quiero otro jodido problema con el consejo estudiantil porque ustedes aspiran hasta el talco de los pies.

Hubo un par de comentarios y risitas.

—Ahora, ¡a las duchas! Apestan a mierda. ¡Ahora, ahora, ahora!

Nos apresuramos a ponernos en pie. De no ser porque conocía la trayectoria como jugador del coach Thorne, juraría que había sido un general o teniente del ejército.

Era un dolor en el culo.

Me enfoqué en Ethan y en su insistente parloteo sobre una salida a un nuevo bar. Pensé en ir y divertirme un poco antes de convertirme en la maldita perra del entrenador.

—¿Qué dices, Jordan? ¿Vienes o es que te han apretado la correa?—preguntó nuestro amigo.

—¿Perdón?—sacudió la cabeza, sin comprender. Lucía exhausto y demacrado.

—Que si vas con nosotros al nuevo bar—repetí y negó en automático.

—No puedo—dijo con una cara de funeral.

—¿Por qué?—inquirió Ethan.

—He quedado con Grace para ayudarle con la clase del señor Robins.

Su expresión de entierro cambió a una más normal ante la mención de su nombre.

Elevé las cejas con curiosidad. Jordan era una buena persona por naturaleza, pero que se tomara tantas molestias en ayudar a alguien más era extraño. Incluso parecía más pegado a Grace de lo que debería un simple colega. Se sentaban juntos en clase y los había atrapado lanzándose miradas furtivas de vez en cuando.

—Bueno pero, ¡hombre, anímate! ¿Qué pasa ahora? ¿Por qué esa cara? ¿Tenemos problemas con la abeja reina otra vez?

—No, no—volvió a adoptar esa faceta impasible—, nada de eso. Estamos bien, más que bien de hecho.

—¡Al fin!—Ethan alzó las manos al cielo mientras recorríamos el campo hasta las duchas—. Eso de prender una veladora funcionó.

Puse los ojos en blanco al tiempo que una sensación de malestar se asentaba en mi estómago. No estaba de humor para que me restregara su perfecta relación con Leah en la cara.

—Incluso hemos firmado ya un contrato prenupcial.

Tuve que obligar a mis pies a seguir moviéndose cuando escuché lo que salió de su boca, aunque me costó horrores conseguirlo porque los sentía como plomo.

Y no tenía idea de quién de los dos tenía peor cara: si él o yo.

—¿Qué?—ladré, incluso antes de poder detenerme a pensar.

Ambos alzaron la cabeza para mirarme perplejos.

—¿Qué tiene de impresionante?—rió Jordan apenas, sin comprender mi estupefacción.

—Nada, es...—mi mente estaba en blanco—...nada.

—Era algo que ya veía venir—se encogió de hombros.

¿Un contrato prenupcial? Me tenía que estar jodiendo.

La incómoda sensación que se había asentado sobre mi estómago se convirtió rápidamente en una llamarada, en un ardor insoportable.

Apreté la mandíbula y resistí las repentinas ganas que habían nacido desde mis entrañas por romperle la nariz. ¿Por qué me sentía tan furioso?

Lo que resultaba más extraño, ¿por qué Jordan tenía cara de velorio?

—¡Enhorabuena!—le palmeó la espalda Ethan—. Ya sabía que serías el primero en casarte de los tres. ¿Seremos padrinos?

‹‹Por favor no›› rogué para mis adentros.

Se rascó la cabeza y soltó una risita incómoda.

—Es...un poco pronto para decidirlo.

—Es una excelente noticia, ¿a que sí, Alex?

Ambos me miraron expectantes y tuve que forzar a mis cuerdas vocales a emitir palabra, porque la ira me cerraba la garganta.

—Claro—dije con voz tensa.

De no ser porque había firmado un contrato prenupcial con Leah, juraría que estaba engañándola, pero esa suposición ya se había ido al infierno, junto con mis posibilidades de conservarla para mí.

El que ella aceptara solo quería decir una cosa: que verdaderamente quería casarse con Jordan y separarse de mí lo más pronto posible. De lo contrario, ¿por qué otra razón habría asumido el compromiso?

¡Carajo! No podía deshacerme de esa incómoda sensación que empezaba en mis tobillos y se concentraba en mi pecho. Ni siquiera quería nombrarla, me negaba a reconocerlo, no quería hacerlo.

No quería reconocer que estaba jodidamente celoso.

Como Leah había dicho alguna vez: tenía un fuerte complejo de hijo único y no sabía cómo compartir las cosas que quería solo para mí.

Pero, ¿qué esperaba exactamente? ¿Qué ella terminara su relación de ensueño con Jordan para empezar una conmigo en secreto?

No éramos ni siquiera una posibilidad.

Leah y Jordan tenían historia. Nosotros solo follábamos de vez en cuando. Lo nuestro había terminado en el momento en el que Erik nos había descubierto y ella solo lo reafirmaba aceptando el compromiso.

Continué caminando abstraído en mis pensamientos.

No éramos ni siquiera una posibilidad.

Y mientras llegábamos a los vestidores, caí en cuenta de que pese a todo el problema que representaba nuestra unión, a pesar de que éramos un desastre juntos y  teníamos que trabajar mucho en nuestros temperamentos explosivos, no quería que terminara.

Quería esa posibilidad. Quería que fuéramos una posibilidad.

Era un tiempo terrible para ese lapso de lucidez, porque el contrato ya se había firmado, pero con un carajo si yo no tenía sentimientos hacia Leah. Los tenía, la deseaba, la quería.

La quería para mí.

No estaba seguro hasta qué grado o de qué manera, pero el deseo estaba ahí, tan sólido y lacerante como un cuchillo que me retorcía las entrañas.

—Felicidades viejo, en serio—dijo sin más Ethan, antes de entrar en la ducha.

Había un amargo sabor en darte cuenta que querías algo que no podías tener.

¥

Acomodé mi chaqueta cuando bajé del auto y emprendí mi camino por el sendero de gravilla que precedía la entrada de la casa de apuestas.

En la última semana dos cosas habían ocurrido: uno, había fallado en aclarar mi situación con Leah y dos, había triunfado en ganarme una sarta de amenazas de Rick si no me presentaba en el bar.

Ni siquiera las misiones de James Bond eran tan complicadas como encontrar un momento a solas con ella, así que el status de nuestra actual relación permanecía con un signo de interrogación enorme plasmado en el centro. Habíamos cruzado miradas en algunas ocasiones, pero nada más. 

Había analizado tanto la firma del contrato prenupcial y el sinnúmero de probabilidades que podría traer consigo que había pasado de la furia a la indiferencia.

Aún me corroía por dentro, pero no había nada que pudiera hacer al respecto y prefería no desgastar mis energías en eso. Solo me quedaba esperar a que Bastian no hubiese obtenido ya el papeleo para firmar el divorcio porque aún necesitaba de la ayuda de Leah si no quería terminar tirado en un basurero.

—Thomas—saludé al chico que hacía de crupier en la mesa cerca de la entrada.

—Qué gusto—sonrió  con sus blancos dientes contrastando en la piel aceitunada—¿Juegas hoy?

—No. ¿Está Rick?

—Sí, ya sabes dónde—hizo un gesto con la cabeza y me despedí palmeándole la espalda.

Crucé el mar de mesas de juego que se disponían a lo largo del lugar hasta llegar al privado, donde localicé al dueño sentado en una mesa con Michael y tres hombres más.

—¡Alex!—saludó con alegría Michael al verme.

Dos de los hombres que compartían la mesa con él eran completos desconocidos, mientras que los ojos avellana que me miraban con un toque de atención los conocía de memoria.

Louis esbozó el amago de una sonrisa que arrugó la cicatriz que le atravesaba el rostro e hizo una cordial inclinación de cabeza a modo de saludo.

—Llegas justo a tiempo, príncipe—habló Rick con parsimonia—. Toma asiento.

Pensé en mandarlo al carajo y exigirle que me dijera de una vez para qué me necesitaba ahí y a qué se debía tanto misterio, pero los otros dos matones sentados en torno a la madera me hicieron replanteármelo.

Me senté junto a Michael y estudié a los dos extraños: uno tenía barba hirsuta y oscura, con el cuerpo de un barril. El otro era enjuto, con unos enormes círculos oscuros bajo los ojos; tenía cara de maniaco.

—¿Quieres tomar algo?—preguntó cordial el anfitrión y me abstuve de emitir un comentario burlón, simplemente porque sabía que cuando Rick te ofrecía un trago era por dos posibles escenarios: o eran malas noticias o aquello iba para largo.

—Estoy bien. Continúen.

—Alex, te presento a Kozlov—señaló al hombre de la barba de candado—, y éste es Mendoza. A Louis ya lo conoces.

Los dos primeros hicieron un gesto corto con la cabeza.

—¿Para qué me necesitas aquí?—pregunté, impaciente por largarme, porque el que Louis estuviera presente luego de haberlo vaciado con dos matones de su lado, no pintaba nada bien.

—Quita esa cara de susto, niño—el hombre de la cicatriz soltó una risita burlona y se cruzó de brazos, relajado—. No es nada malo en realidad.

Enarqué las cejas.

—Te escucho, Rick—dije ignorándolo olímpicamente, porque no podía deshacerme de la sensación de que él era malas noticias.

—Siempre tan impaciente—negó y se inclinó hacia la mesa—. Te presento a estos hombres porque serán los nuevos socios de la casa de apuestas.

Lo miré impresionado.

¿Desde cuándo Rick compartía sus ganancias? Era tan codicioso en la misma medida que egoísta. No podía creer lo que  me decía, y mucho menos si se trataba de compartir sus ganancias con un tipo que no era de fiar como Louis.

—Pero...

—La casa de apuestas se extenderá a otros negocios—explicó con cautela—, y por lo tanto es necesario que cuente con más inversión y expertos en el campo.

Esperaba no verme tan confundido como me sentía.

—De acuerdo... ¿y dónde figuro yo en todo eso? Solo soy un jugador.

Rick se rascó la grisácea barba, evaluándome con atención.

—Por eso mismo, he decidido ascenderte.

Lo miré sin comprender.

—Tengo entendido que tienes dotes con los negocios—acotó tajante.

—¿Y qué?—espeté cada vez más preocupado por el rumbo que estaba tomando la conversación.

—Pretendo utilizar tus habilidades a mi favor, príncipe. ¿Qué no es obvio? Serás nuestro representante.

Quería reírme por lo ridículo de la situación. ¿Qué mierda creían que eran? ¿La Asociación Civil de Ludópatas Unidos por un Mundo Mejor o qué carajo?

—¿Representante de qué? ¿Vas a usarme para cobrar deudas en el bar a domicilio?—me burlé, pero a los dos matones pareció no hacerles ninguna gracia. Louis ahogó una risa.

—El chico tiene ingenio, no estaría mal—secundó, dando un sorbo a su licor. Si no fuera un tipo tan raro, tal vez podría agradarme.

Tal vez.         

—Algo por el estilo—mostró todos sus dientes en la siniestra sonrisa que me dedicó—. Michael y tú son mis peones más jóvenes, y los más hábiles y carismáticos. No tendrán problemas para cerrar tratos en grandes cantidades.

—¿Tratos de qué?

—De eso que todo mundo quiere—Louis se pasó la lengua por los labios y sus ojos avellana se iluminaron.

Lo miré sin comprender, hasta que poco a poco, mi cerebro fue conectando la información.

Drogas.

Sentí cómo se me bajaba la presión.

—Piénsalo, príncipe—intervino Louis—. Michael ya ha tomado la oportunidad.

Miré al aludido perplejo, con una presión en el pecho.

No, no, no.

Esto era un límite.

Rick le susurró algo al oído al hombre de la cicatriz y éste asintió en respuesta.

—Caballeros, ¿les apetece una línea?—habló a los otros dos y se incorporó un momento después, seguido por ellos.

Michael me palmeó el hombro antes de retirarse junto a los demás.

—Pensé que lo querías lejos del bar—acoté en cuanto los perdí de vista.

—Me di cuenta de que era más conveniente tener a alguien como él de mi lado—dijo con indiferencia—. Puede aportar bastante.

Negué con la cabeza, incrédulo.

—¿Y bien?—Rick me miró expectante—¿Qué dices? ¿Aceptas o no?

—No—contesté al instante—. No pienso permitir que me uses para algo así, eso ya es demasiado, es muy arriesgado.

Soltó una risita seca.

—Reconsidéralo, príncipe. Podrías ganar buen dinero a cambio de hacer ese trabajito para mí. Además, ¿no te serviría de práctica para manejar la empresa de tu padre?

Apreté la mandíbula, con la tensión pesando sobre mis hombros.

—Estás muy drogado si crees que pienso aceptarlo—espeté hastiado.

—¿Seguro?

—Vete a la mierda, Rick.

Soltó una carcajada y se puso en pie, rodeando la mesa hasta quedar detrás de mí.

—Solo estoy siendo cortés—colocó una mano sobre mi hombro; su tacto poniéndome a la defensiva—. En realidad no tienes alternativa, niño.

—Claro que la...

—No—apretó su agarre en mi hombro, en una clara amenaza—. Me perteneces, Alex. Al menos hasta que liquides tu deuda, sigues trabajando para mí, sigues estando bajo mis órdenes, y si yo te digo que vayas y asesines, lo haces. Si te digo que vayas y vendas, lo haces. ¿Comprendes? No es algo que puedas elegir.

Apreté los dientes sintiendo la impotencia llenarme.

—¿O es que acaso quieres morir? Porque cualquiera de mis hombres puede concedértelo—dijo gélido—. Aunque sería una lástima que los Colbourn perdieran a su único heredero por idiota.

Me deshice de su tacto con un movimiento brusco del hombro y me puse en pie, encarándolo.

—¿Eres sordo? Porque parece que no me has escuchado. Vete. A. La. Mierda. No seré tu maldita perra—escupí furioso—. Pienso darte el dinero antes de que se te ocurra volver a amenazarme con eso y créeme, nada me alegrará más que saber que no volveré a verte.

—¿Vas a pagarme?—reprimió una risa—. ¿Piensas hacerlo antes del final de esta semana?

Toda la sangre pareció drenarse de mi cuerpo.

—¿Qué?

—Seré claro y breve, príncipe, porque creo  que eres sordo o no me has escuchado: harás lo que te diga cuando te lo diga, o de lo contrario voy a matarte, ¿comprendes?—me señaló con un dedo, sin despegar sus ojos de mí.

Exhalé por la nariz para no soltarle un golpe por toda la furia que me corroía por dentro.

Me sentía impotente, de manos atadas en una situación que me rebasaba sin precedentes.

Por donde sea que lo mirara, mi cabeza estaba en juego y no había nada que pudiera hacer para remediarlo o evitarlo.

Carajo.

Me di la vuelta sin mediar palabra y comencé a andar para salir del privado. Sentía que me ahogaba ahí dentro.

Choqué por accidente con Louis, que salía del cuarto junto a la puerta limpiándose la nariz y con la cara de alguien que acabara de inhalar hasta el polvo que había sobre el piso.

—Lo lamento pero, ¿quieres una línea? Olvidé ofrecerte.

Lo ignoré y choqué mi hombro contra el suyo al abandonar la sala.

¿En qué mierda me había metido?

¥

El resto de la semana podía definirla con dos palabras: Una. Mierda.

No había podido dormir desde mi reunión con Rick, y entre el constante estrés que representaba el estar a la espera de alguna llamada suya aunado con el cansancio acumulado de los entrenamientos, no sabía qué me mataría primero.

Por si fuera poco, papá no dejaba de insistir con que me mudara a Inglaterra luego de concluir la universidad para hacer un posgrado en alguna de los recintos de su elección.

Y no olvidemos a mi madre, que desde el jueves había estado insistiendo como loca en que la visitara en casa el fin de semana.

Era una mujer jodidamente persistente cuando se empeñaba en ello.

Así que me toqué el puente de la nariz y cerré los ojos esperando que la migraña que comenzaba a percibir no terminara por matarme mientras subía las escaleras de piedra, porque entre mantener a Rick lejos de mi espalda y cumplir con mis deberes de hijo perfecto me estaba volviendo loco.

—Joven Colbourn—me recibió el mayordomo e hizo una seña con la mano para permitirme la entrada—. Su madre lo espera en la sala de estar.

—Gracias.

Caminé a paso seguro por el amplio rellano que antecedía a las pulidas puertas de madera, mismas que no tardé en abrir para entrar en la estancia. Esa sala de estar tenía el estilo de mi madre por todas partes: minimalista pero atractiva.

Mamá me sonrió desde el sillón de cuero blanco. Parecía un poco agitada y respiraba con pesadez.

—Cariño—se incorporó para besarme en la mejilla—. Me alegra que hayas venido.

—¿Por qué tanta insistencia?

—Verás—se alejó un par de pasos sin perder una sonrisa pícara—, tengo una sorpresa para ti.

‹‹Por favor, no más sorpresas›› casi hacía una rabieta por la noticia. ¿Qué me esperaba ahora?¿Qué mi madre tenía alguna enfermedad terminal? ¿Que mi abuelo había muerto? ¿Qué yo ya había perdido la cabeza?

Enarqué las cejas.

—¿Qué sorpresa? Mamá, no estoy de humor para sorpresas,  no...

Un torbellino de rojo y gris arremetió contra mí, impactando contra mi cuerpo incluso antes de que pudiera terminar la frase y privando a mis pulmones de todo oxígeno.

Chilló y me tomó con más fuerza del cuello, tanto que pensé que me lo rompería. Estaba tan mareado y confundido por el movimiento brusco que no fui capaz de reaccionar o enfocar hasta que se separó de mí.

Entonces la contemplé frente a mí. Sabine.

Me sonrió con esa calidez suya tan característica, con sus orbes verdes brillando de la emoción.

Sabine.

Le rocé la mejilla solo para cerciorarme que era ella, que era real.

—¿Qué? ¿No vas a decir nada? ¿Te he dejado más idiota con el golpe?—se quejó—. Por favor, pensé que estarías más feliz de ver...

Fue todo lo que necesité para rodearla con mis brazos, levantarla del suelo y estrecharla contra mí hasta estar seguro de que le había roto al menos un hueso, hasta estar seguro de que me había impregnado con su aroma a lavanda que tanto me mareaba, pero que siempre extrañaba.

—No puedo creer que estés aquí—dije con felicidad, sin atreverme a soltarla, incluso cuando sus carcajadas se convirtieron en protestas por lo fuerte que estaba tomándola.

La dejé libre y no perdió el tiempo en llenarme la cara de besos. Coloqué mis manos sobre sus hombros, aún estupefacto porque la tuviera enfrente. No podía dejar de sonreír. Reparé en la sonrisa que resultaba tan familiar, en el rollizo cabello que había visto siempre y en su delicada figura, como toda una muñequita inglesa.

—¿Así que no estás de humor para sorpresas? ¿Ni siquiera si se trata de mí?

—Menos si se trata de ti—bromeé y abrió la boca con fingida indignación, dándome un golpecito en el hombro—. No estoy de humor para que me saques sustos con tu fea cara.

—¡idiota!—rió—. Pero, ¿me vas a negar que no te encanta cuando lo hago?

Reí.

—¿Qué haces aquí? ¿Cuándo llegaste? ¿Cómo...?

—Conmigo—habló Meredith, su madre, que estaba al lado de la mía—. Pero parece que te has olvidado del resto del mundo apenas la viste.

Le dio un codazo a mamá a modo de broma y ambas rieron.

—Meredith—le di un beso en la mejilla y permití que me abrazara.

—Cada vez que te veo estás más alto, ya deja de crecer, cariño—me estrechó por los hombros contra sí.

—¿Cuándo llegaron?

Sabine se posó junto a mí, sin dejar de sonreír y se acomodó el suéter gris que cubría su esbelta figura.

Estaba tal cual la recordaba desde la última vez que había visitado Inglaterra.

—Hoy mismo—respondió Meredith—, aunque Sabine insistió en que mantuviéramos en secreto lo de nuestra visita.

—Quería alegrarte un poco la vida—se estrechó contra mi brazo y sonreí.

—Ya lo hiciste—besé la coronilla de su cabeza y me giré a tiempo para ver a nuestras madres intercambiar una mirada cómplice.

—¿Te parece si vamos a mi estudio a tomar el té?—mi madre tomó la mano de la pelirroja, halando de ella.

—Claro, dejemos que estos dos tórtolos se pongan al día—la apoyó Meredith saliendo entre risas.

—Entonces, ¿dijiste que me habías extrañado?—fingió demencia y le pasé un brazo por los hombros para volver a estrecharla con cariño.

—¿Cuándo dije eso? Estás alucinando.

—¡Alex!

Reí. Toda la tensión acumulada por esa semana de mierda evaporándose mágicamente al tenerla cerca.

—Te extrañé como no te imaginas. Aquí no hay nadie tan loca como tú que me acompañe en mis estupideces.

Sus orbes verdes se iluminaron al verme.

—Claro que no hay otra como yo, Alexander, por Dios—sacudió el largo cabello pelirrojo tras sus hombros y me tomó de la mano para obligarme a caminar—. ¡Ahora ven, te traje cosas que van a encantarte!

No pude evitar sonreír ante su chillido de emoción infantil, porque Sabine era la única que lograba llenarme el mundo de color.

Llegamos a cocina y extrajo de un enorme bolso un montón de paquetes.

—Pensé que era toda una tortura estar aquí sin poder probar éstos, así que te escucho—alzó la barbilla, segura.

Miré el montón de empaques de golosinas.

—¿Decirte qué?—me hice el desentendido, solo para molestarla.

—Ah no sé—fingió que lo consideraba—. Un "te amo, eres la mejor persona de esta tierra, gracias, gracias, muchas gracias" mientras te hincas y reconoces mi naturaleza de diosa no estaría nada mal.

—No, no estaría nada mal—tomé el  envoltorio de un chocolate—, ¿eres la diosa de las causas perdidas?

—Ja, ja—me quitó el Caramel Egg de las manos y lo abrió—. Sé que te encantan éstas cosas y que son difíciles de encontrar en este país, así abre la boca, voy a hacerte feliz.

La miré con recelo, considerando seguir el juego o quitarle la golosina para comerlo yo mismo, pero me sentía demasiado feliz de tenerla conmigo que me acerqué y dejé que me la diera en la boca, a pesar de lo íntimo de la acción. Sonrió complacida y engulló la otra mitad.

—¿Por qué estás aquí? ¿No se supone que tu ciclo termina en unos meses?—pregunté luego de unos momentos.

—No quiero hablar de eso—hizo un gesto con la mano y tomó su bolso mientras se acomodaba las gafas de sol—. Okay, estoy lista.

—¿Para qué?

—¡Para que me consientas! ¿Para qué más va a ser?

Le lancé una mirada confundida.

Negó y me volvió a tomar de la mano para llevarme hasta la puerta, salir por ella y bajar las escaleras de piedra a velocidad de la luz.

Extrañaba su enérgica personalidad. Sabine era un torbellino en toda la extensión de la palabra.

Silbó cuando llegamos al Porsche descapotable que acababan de regalarme.

—Alguien se ha estado portando bien.

—Cállate—dije haciendo una mueca.

—Déjame adivinar, ¿un regalo de tu padre?

—Ya lo conoces—dije encogiéndome de hombros y entrando junto a ella.

—Te regala autos desde los trece—rió con nostalgia.

—Catorce—la corregí saliendo por las enormes puertas y le di un manotazo cuando pulsó el botón para retirar el techo del auto—. ¿Qué haces?

—¿Qué te parece que estoy haciendo? ¡Quiero sentir los aires contaminados de Washington!

No pude evitar sonreír.

—¿Estás loca? Vas a hacer que nos congelemos.

—En Inglaterra no puedo tener un convertible, terminaría empapada por todo lo que llueve, así que dame este gustito, ¿si?

La miré con diversión.

—De acuerdo. ¿A dónde quiere que la lleve, señorita?

Se acomodó para mirarme y sonrió abiertamente con su cabello rojizo alborotado batiéndose como las llamas de una fogata por el fresco aire.

—Mientras sea contigo, hasta el fin del mundo si quieres.

—De acuerdo—pisé el acelerador a fondo, listo para conceder su deseo.

¥

Conduje hasta el lago Mason. El sol se alzaba alto y calentaba lo suficiente para no morir congelados.

También proveía al escenario de una luz perfecta para la fotografía, así que no perdí el tiempo y capturé a mi modelo favorita.

Sabine había sido la primera en saber sobre mi afición por la fotografía. También fue la primera en apoyarme y mi primera modelo. A ella le había sacado las fotos más espantosas—las más desenfocadas, oscuras o difusas—, pero también unas muy buenas.

A través de sus fotos podía ver cuánto había crecido y mejorado a lo largo de los años.

Me encantaba capturarla porque era preciosa; su cabello rojo siempre encajaba con los colores de la naturaleza o resaltaba en lugares más minimalistas.

—Extrañaba a mi fotógrafo favorito—se puso de puntillas luego de mirar las fotos y depositó un beso en mi mejilla que me hizo sonreír—. Aunque voy a cobrarte por modelar para ti.

—Yo voy a cobrarte por capturarte.

—Idiota.

Recorrimos Georgetown, uno de los lugares más concurridos y pintorescos de Washington porque Sabine quería vivir la experiencia completa de turista, tanto que ya llevaba consigo una lista de lugares que tenía que visitar antes de irse.

Y como toda buena turista, visitamos el monumento a Lincoln y el Capitolio.

Fue toda una odisea caminar entre tantos turistas ansiosos por captar todo con sus celulares.

Sabine compró un hotdog.

Yo los odiaba, así que solo la observé comer con una botella de agua en la mano.

Perdió casi todo el hotdog cuando la salchicha se le resbaló del pan.

Estuve riéndome por su pérdida al menos diez minutos seguidos, hasta que me apiadé de ella y decidí comprarle un pretzel.

Recorrimos la entrada del National Mall y para cuando llegamos a las calles del centro donde estaban la mayoría de los bares, me sentía exhausto. Sin embargo, obligué a mis pies a seguir caminando solo porque la cara de ilusión de Sabine valía la pena.

Valía toda la pena del mundo.

Mientras entrábamos a un bar de buena pinta en una de las calles más concurridas, mi celular vibró.

Algo se movió en mi pecho cuando contemplé el mensaje de Leah.

‹‹¿Podemos vernos?››

Mi primera reacción fue teclear un , porque estaría mintiendo si dijera que no me moría de ganas por verla, por besarla, por tocarla. Por estar en su presencia.

Entonces miré a Sabine, que trataba de abrirse paso con su pequeño cuerpo entre el montón de gente que se congregaba en el bar y descarté cualquier posibilidad de estar con la chica capaz de desaparecer todas mis preocupaciones.

‹‹No puedo, tengo planes››

Un amargo sabor a hiel se instaló en la punta de mi lengua cuando tecleé el mensaje. A este paso, nunca saldríamos del punto muerto en el que se encontraba nuestra relación.

Pero no podía abandonar a Sabine, así que me sacudí la molesta sensación y me senté junto a ella en la barra.

—Justo como en los viejos tiempos—dijo con felicidad alzando el caballito de tequila—. Salud por eso.

—Salud por todas las veces que nos pusimos hasta el culo—dije chocándolo contra el suyo.

—Espero que esta noche sea una de esas—susurró contra mi oído y un escalofrío recorrió mi columna.

No perdió el tiempo en pedir otro.

Y otro, y otro, y otro, y otro.

Hasta que nueve caballitos de tequita puro después, entre risas y anécdotas, sentía la cabeza ligera y mareado por las luces estrambóticas y la música estridente.

—¡Amo esa canción!

Me arrastró hasta la pista. Estaba tan atestada que era prácticamente imposible movernos, pero a ella parecía no importarle.

El alcohol corría por mi sistema y cumplía con su función, aturdiéndome y nublando mi buen juicio, como ocurría siempre que bebía de más. Todas las preocupaciones que aquejaban mi mente se perdieron entre la música, el movimiento y el licor.

El ir y venir de brazos, piernas y cuerpos terminó por eliminar todo rastro de distancia entre Sabine y yo. Posó los brazos en mi cuello y me sonrió, con sus ojos verdes adquiriendo un exótico color violeta por las luces del lugar.

—No tienes idea de cuánto te extrañé—mencionó sin dejar de mirarme.

Y se sentía bien, el tenerla conmigo de vuelta, a alguien tan conocido y familiar.

—No tienes idea de lo mucho que quería verte.

Podía decir que estaba igual de ebria que yo a juzgar por su forma lenta de hablar y por sus movimientos erráticos, pero yo debía estar igual o peor, porque no pude analizarlo más tiempo.

Y tal vez estaba demasiado ebrio para pensar mejor las cosas, o tal vez no quería hacerlo simplemente.

Tal vez solo quería sentirme bien por un momento.

La tomé del mentón y la besé.

¥

Me removí en la cama cuando percibí  cómo se hundía el colchón.

Un horrible dolor de cabeza amenazaba con matarme.

No quería abrir los ojos porque estaba seguro de que vería el rostro de nuestro Creador si lo hacía.

Me acomodé del otro lado, enterrando la cara en la almohada para seguir durmiendo, hasta que mi mano tocó algo a mi lado.

Otro cuerpo.

No recordaba lo que había pasado ayer, pero sonreí sin poder evitarlo. Tal vez la mañana no iba a resultar tan mala como creía.

Cuando abrí los párpados, mi sonrisa se desvaneció, porque los ojos que me miraban de vuelta eran verdes y no grises.

La decepción pesó tanto como un bloque de concreto.

Sabine me sonrió con afecto y expresión atenta.

‹‹Carajo. ¿Qué mierda hiciste?›› me regañó mi consciencia.

—Buenos días, dormilón—estiró el brazo para retirar el cabello de mi frente, acariciándolo con cariño—. Tenía mucho que no despertaba de esta manera. ¿Recuerdas cuando construíamos casitas con cojines y sábanas y hacíamos pijamadas ahí dentro?

No pude emitir palabra.

La estupefacción no me permitía ni siquiera respirar.

¿Qué carajo había hecho?

La culpa me oprimía el pecho.

—Tranquilo, no hicimos nada—explicó haciendo un gesto de la mano, tal vez por ver la cara de susto que tenía—, dormí en el cuarto de huéspedes pero he venido a ver si seguías respirando. Vaya fiesta que tuvimos ayer.

Miré el resto de su cuerpo y me di cuenta de que estaba completamente vestida.

Mi cuerpo comenzaba a relajarse cuando recordé que en mi infinita estupidez la había besado.

—¿Nada pasó ayer?—mi voz salió ronca y ella negó con la cabeza—. Pero tú y yo...

—Nos besamos.

—Sabine, eso fue un...

—No necesito que me lo digas—su expresión se ensombreció—. Sé que estuvo mal, ¿de acuerdo?

Tragué saliva.

Bajó la mirada, decepcionada. Permanecimos en silencio, hasta que volvió a centrarse en mí.

—Alex, ¿quién es Leah?

Me paralicé al instante. Estaba tan tieso como una tabla y el ritmo de mi latir aumentó en tempo.

—¿Quién?—me hice el desentendido.

—Ayer...—perdió la voz y carraspeó—. Ayer, luego de besarme dijiste su nombre.

Mierda.

¿Podía ser peor? Me perseguía incluso en mis estados más inconscientes.

—Nadie.

Sabine me miró suspicaz.

—No parece ser nadie si dices su nombre ebrio hasta los huevos.

—No es nadie. Tal vez entendiste mal.

Enarcó sus perfectas cejas.

—Te conozco mejor que a mí misma, Alex. Sé que algo te pasa.

—No me pasa nada, de verdad—me removí en la cama hasta quedar sobre mi espalda.

Se mantuvo en silencio, esperando una respuesta y suspiré.

—Solo estoy cansado, Sabine—dije con voz amortiguada—. Ya no tengo quince años.

—Ay por favor, aún somos muy jóvenes—replicó, molesta—. ¿Hay algo que no me estés diciendo? Has estado actuando muy raro.

La miré y caí en cuenta de que estaba verdaderamente tentado en desahogarme con ella, en contarle todo hasta que no hubiera nada que no supiera.

‹‹Sí, hay algunas cosas que no te he dicho, de hecho. ¿Dónde debería comenzar? Ah, mi padre cada vez me presiona más para que tome el frente de la empresa y me largue con él a Inglaterra, cosa que no quiero hacer pero al parecer me estoy quedando sin opciones. Además, tal parece ser que voy a convertirme en la perra de unos mafiosos para que me utilicen como se les venga en gana porque debo cinco millones de dólares a un codicioso idiota y me está ahorcando con la correa. Mi vida corre peligro si no lo obedezco y estoy a punto de meterme en la boca del lobo por ello. Y, si eso no es suficiente para que se te caigan los calzones de la impresión, Sabine querida, me casé con Leah McCartney, hemos estado follando desde hace algún tiempo y la chica me ha calado hasta los huesos, se ha quedado dentro de mi piel, aunque desearía tenerla dentro de mis pantalones. Por si fuera poco, creo que me estoy enamorando, ¿sabes? No puedo  dejar de pensar en ella; quiero hablarle, quiero besarla, hacerla reír, hacerle el amor y...››

—No, no hay nada que deba decirte.

Sabine pasó las manos por su cabello perfectamente lacio, un gesto que viniendo de ella significaba frustración.

—Bien, no me lo digas, guárdatelo, pero ten por seguro que voy a enterarme tarde o temprano, de una forma u otra.

Bufé.

—Dime algo que no sepa.

—Okay. He estado perdidamente enamorada de ti desde los once años—fue su casual respuesta.

Sabine tenía el mismo defecto que yo: no conocía los filtros.

Aquella vez, el silencio duró unos buenos dos minutos.

—Vaya, qué mala suerte—fue  lo único que se me ocurrió.

Puso los ojos en blanco.

—Lo bueno es que no esperaba una declaración romántica.

Me froté el rostro con las manos, hasta que volví a mirarla.

—Tú no me quieres, Sabine. No deberías, al menos. Soy solo problemas. Voy a engañarte. Seré cruel, desconsiderado y grosero y me odiarás para siempre. No quieres nada de eso.

No pareció afectada o impresionada por lo que le decía.

—Te conozco desde los nueve años, Alex. No eres nada de eso. He visto cómo tratas a tus novias, y sé que cuando estás con alguien que amas jamás lo lastimarías, solo me dices todo esto porque no me quieres de la misma forma que yo lo hago.

—Sabine...

Se recargó en su codo para mirarme desde arriba.

—¿Sabías que somos el sueño de nuestras madres? Ellas siempre han querido que tú y yo estemos juntos.

Puse los ojos en blanco, porque tenía razón. Nuestras madres eran mejores amigas desde hacía años y siempre habían mantenido la esperanza de que Sabine y yo termináramos casados.

—Tú y yo no fuimos criados para esa clase de cosas—objeté—. La gente como nosotros se une en contratos, por interés, no a través de votos de amor eterno.

Tomé su mano, entrelacé mis dedos con los suyos y besé el dorso.

—Te adoro, Sabine—sus ojos se iluminaron—, como mi mejor amiga.

Frunció el ceño.

—Creo que estás en negación.

La miré sin comprender.

—Creo que siempre has estado enamorado de mí pero tienes tanto miedo de arriesgar nuestra amistad que te da miedo dar ese paso.

Negué con la cabeza. ‹‹Tengo miedo porque me estoy enamorando de alguien que sé que no puedo tener››

—Créeme, voy a romper tu codicioso y pequeño corazón—esbocé una media sonrisa.

Levantó la barbilla, dándose importancia.

—¿Quién dice que soy codiciosa?

La miré de manera significativa. La conocía como nadie.

—No tengo nada qué ofrecerle a nadie en este momento, solo problemas—dije con agriedad.

—Ya somos dos, y al menos tú tienes cosas buenas, como tus padres. Vinimos aquí porque mamá y papá ya no se soportan. Mamá entró en una etapa de depresión terrible, he abandonado mi carrera, mi hermana está muy estresada con su propio matrimonio y solo va a casa a estresarnos también—su voz estaba a punto de romperse—. No me queda nada, ¿sabes? Ni familia, ni carrera, ni estabilidad...solo te tengo a ti y lo peor es que en realidad...—sus labios temblaron, con los ojos anegados en lágrimas—, en realidad nunca te tuve en primer lugar.

Estiré el brazo para acercarla y la estreché contra mí hasta que su cabeza descansó en mi pecho, abrazándola con fuerza.

—Solo vinimos porque queríamos desconectarnos un poco de toda la mierda en la que estamos metidos—lanzó un sollozo y acaricié su espalda en respuesta.

—No voy a decirte que todo está bien, porque eso no lo sé, pero sí puedo decirte que estaré contigo en todo el proceso, sin importar qué. Es lo que hacen los amigos, ¿no?

Se deshizo de mi agarre y alzó la vista, encajando su mentón en mi pecho.

—Gracias.

Limpié sus lágrimas con la yema de mis dedos, hasta que ella se acercó. Pensé que iba a besarme de nuevo e iba a permitírselo si con eso lograba sentirse mejor, pero pareció pensarlo y decidió besarme en la mejilla en su  lugar.

—Te adoro, Alex.

¥

Entré con Sabine a la universidad el lunes siguiente simplemente porque no había dejado de insistir con querer conocerla.

Así que después rechazarla un millón de veces solo para obtener el mismo resultado infructífero, decidí llevarla conmigo.

Localicé a los chicos sentados en una de las mesas del centro en la cafetería y me acerqué con ella siguiéndome el paso.

—¡Tendrían que haberle visto la cara!—gritó Ethan, entusiasmado contando una de sus miles anécdotas—¡Pensé que me vomitaría encima y...!

Pareció notar que toda la atención se había desviado de él cuando todos se centraron en nosotros.

En Sabine, más específicamente.

—Pero si hola—Matt se apresuró a ponerse en pie para acercarse, con la misma expresión de un perro al ver un jugoso filete—¿No vas a presentarnos a tu acompañante?

Le lancé una mirada gélida. No me gustaba que estuviera tan cerca de Sabine con sus sucias intenciones.

Ella soltó una risita.

—Ellos son mis amigos—hice un gesto con la mano, refiriéndome a todos en torno a la mesa—. Sara, Edith, Ethan—los señalé a cada uno y saludaron con una sonrisa, aunque estaban impresionados de que viniera acompañado, podía notarlo—. Jordan, Leah...

Los ojos de la princesa McCartney me atravesaban igual que un par de dagas, duros y filosos. Por la forma tan intensa en la que estaba escrutándome con esa cara de piedra, podía jurar que quería prenderme en fuego.

O ahorcarme, lo que sucediera primero.

No estaba nada feliz de ver ahí a Sabine, era más que obvio.

Y una parte de mí se alegraba sádicamente en comprobar que estaba celosa, porque eso significaba que le importaba.

Sabine me miró con curiosidad ante la mención de Leah, pero la ignoré.

—Él es Matt.

Le estrechó la mano con entusiasmo, con sus ojos brillando y estuve a nada de darle un manotazo.

—¿De qué acuario te han sacado, Sirenita?

Soltó una carcajada.

—De uno muy exótico, diría yo—respondió Ethan desde la mesa y le guiñó un ojo con coquetería.

—¿Cómo te llamas?—inquirió ansioso Matt.

—Ella es Sabine, mi...

—Soy su prometida—dijo sin más.

La cara de todos se desencajó, pero Leah, la cara de Leah no tenía precio.

Estaba tan pálida que pensé que se desmayaría en ese preciso momento.

¥

¡Buenas noches, feliz miércoles! ¿O es aún martes en su país?

De cualquier forma, ¡he aquí un nuevo capítulo después de un tiempo!

¿Qué les pareció?

¿Qué les parece Sabine?

¡Déjenme sus votos comentarios! Ya saben que me hacen super feliz y me motivan mucho a seguir.

Feliz lectura, disfruten.

Con amor,

KayurkaR.

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