Irresistible Error. [+18] ✔(P...

By KayurkaRhea

76M 3.6M 13.7M

《C O M P L E T A》 ‹‹Había algo extraño, atrayente y oscuramente fascinante en él›› s. Amor: locura temporal c... More

Irresistible Error
ADVERTENCIA
Capítulo 1: La vie en rose.
Capítulo 2: La calma antes de la tormenta.
Capítulo 3: In vino veritas.
Capítulo 4: Rudo despertar.
Capítulo 5: El placer de recordar.
Capítulo 6: Podría ser rabia.
Capítulo 7: La manzana del Edén.
Capítulo 8: Mejor olvidarlo.
Capítulo 9: Tiempos desesperados, medidas desesperadas.
Capítulo 10: Damisela en apuros.
Capítulo 11: Bona fide.
Capítulo 12: El arte de la diplomacia.
Capítulo 13: Leah, eres un desastre.
Capítulo 14: Tregua.
Capítulo 15: Provocaciones.
Capítulo 16: Tentadoras apuestas.
Capítulo 17: Problemas sobre ruedas.
Capítulo 18: Consumado.
Capítulo 19: Conflictos.
Capítulo 20: Oops, lo hicimos de nuevo.
Capítulo 21: Cartas sobre la mesa.
Capítulo 22: Efímero paraíso.
Capítulo 24: Compromiso.
Capítulo 25: El fruto de la discordia.
Capítulo 26: Celos.
Capítulo 27: Perfectamente erróneo.
Capítulo 28: Salto al vacío.
Capítulo 29: Negocios.
Capítulo 30: Juegos sucios.
Capítulo 31: Limbo.
Capítulo 32: Rostros.
Capítulo 33: Izquierda.
Capítulo 34: Bomba de tiempo.
Capítulo 35: ¿Nuevo aliado?
Capítulo 36: El traidor.
Capítulo 37: La indiscreción.
Capítulo 38: Los McCartney.
Capítulo 39: Los Colbourn.
Capítulo 40: Los Pembroke.
Capítulo 41: Mentiras sobrias, verdades ebrias.
Capítulo 42: El detonante.
Capítulo 43: Emboscada.
Capítulo 44: Revelaciones.
Capítulo 45: La dulce verdad.
Capítulo 46: El error.
Capítulo 47: Guerra fría.
Capítulo 48: Cautiva.
Capítulo 49: Aislada.
Capítulo 50: Puntos ciegos.
Capítulo 51: La lección.
Capítulo 52: Troya.
Capítulo 53: Deudas pagadas.
Capítulo 54: Caída en picada.
Capítulo 55: Cicatrices.
Capítulo 56: Retrouvaille.
Capítulo 57: Muros.
Especial de Halloween
Capítulo 58: Punto de quiebre.
Capítulo 59: Resiliencia.
Capítulo 60: Reparar lo irreparable.
Epílogo
AGRADECIMIENTOS
EXTRA: La elección de Alexander.
EXTRA: Vegas, darling.
EXTRA: Solo para tus ojos.
ESPECIAL 1 MILLÓN: El tres de la suerte.
EXTRA: El regalo de Leah.
EXTRA: El balance de lo imperfecto.
Extra: Marcas de guerra.
ESPECIAL 2 MILLONES: Waking up in Vegas.
ESPECIAL 3 MILLONES: The burning [Parte 1]
ESPECIAL 3 MILLONES: The burning [Parte 2]
ESPECIAL 4 MILLONES: Entonces fuimos 4. [Parte 1]
ESPECIAL 4 MILLONES: Entonces fuimos 4 [Parte 2]
ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 1]
ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 2]
ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 3]
LOS VOTOS DE ALEXANDER
COMUNICADO IMPORTANTE
Especial de San Valentín
Especial: Nuestra izquierda.
Especial: Regresar a Bali
¡IMPORTANTE! Favor de leer.

Capítulo 23: Descubrimientos.

1M 49.6K 269K
By KayurkaRhea

Leah

Entré a casa cerciorándome que la sala del recibidor estuviera desierta. Cerré la puerta con suma delicadeza hasta escuchar el clic de los goznes y, con la gracia de un elefante caminando en tacones, forcé a mis entumecidas y dolorida piernas a recorrer el camino hasta la cocina para comer algo.

Eso de escabullirse por mi propia casa se estaba convirtiendo en una fea costumbre.

Los alegatos de mi estómago no dejaban de recordarme que la actividad física de las últimas horas había quemado todas las calorías que había consumido, en conjunto con mis energías.

Llegué a la cocina y abrí el refrigerador con una sonrisa de idiota plasmada en el rostro. No iba a quejarme, por supuesto; se estaba convirtiendo en mi ejercicio físico favorito.

Abstraída, tomé la caja de zarzamoras que se asomaba en uno de los estantes y engullí la primera con apetito, la segunda y tercera igual, dejándolas sobre la barra.

—Deberías decirle que no sea tan rudo contigo, no se trata de dejarte inválida.

Tardé dos segundos en salir de mi estupor y otro más en enfocar a Erik sentado en la pequeña mesa que había en la cocina, con un montón de papeles sobre la superficie y una taza a un costado.

—¿Qué?—inquirí con una sonrisa y caminando lo más natural posible para sentarme junto a él, feliz por tenerlo en casa.

Negó, divertido y volví a centrarme en calmar los alegatos del hambre.

—No sabía que Jordan era fan de los Patriots. Por las veces que hemos visto partidos juntos, pensé que era más afín a otros equipos—señaló la camiseta que vestía bajo la chaqueta de cuero.

—¿Jordan?—la pregunta salió de mi boca incluso antes de que pudiera detenerla. Lo miré con extrañeza, antes de que él enarcara las cejas sin comprender—. Oh, oh, sí—reí nerviosamente, reparando en la metida de pata tan grande que casi cometía—. No lo sé, supongo que lo es.

Continuó escudriñándome de manera extraña, hasta que hizo un mohín.

—Lo invitaré a uno de sus partidos la próxima vez entonces.

—Claro—dije con la zarzamora a mitad de camino de mi boca, rogando para mis adentros que Jordan en efecto fuera fan de los Patriots— ¿Dormiste aquí ayer?

—Sí, a diferencia de ti—se mofó y le hice una mueca burlesca.

—¿Por qué? ¿No deberías estar con Claire?

—Está con sus padres afinando los últimos detalles que le corresponden de la fiesta de compromiso y yo estoy haciendo lo mismo—señaló con un gesto de la mano el montón de facturas y papeleo que estaba desperdigado sobre la mesa—. No tiene caso estar en el departamento si ella no está, no me gusta estar solo.

—Son tan cursis—dije mordaz, molestándolo como hacía siempre que estábamos juntos—, parecen siameses.

—Por favor, poco falta para que Jordan y tú compartan la taza del baño.

—Eres asqueroso—abrí la boca con falsa indignación, dándole un golpe en el hombro a su vez y él riendo en reacción— ¿Y qué se supone que haces?

—Estoy verificando que se hayan enviado todas las invitaciones a tiempo a mi lista de invitados. La fiesta es en cuatro días y ya tengo suficiente con mamá diciendo que ajuste todo para recibir a las visitas y te juro que si papá me dice una vez que verifique el papeleo de contratación voy a volverme loco.

Reí. Nuestros padres eran así, siempre con una perfección y precaución que rozaba la paranoia.

Tomé algunos de los papeles desperdigados sobre la mesa y analicé la lista de invitados pasando las hojas.

—Más que una fiesta de compromiso parece concierto. ¿Dónde planean meter a tantas personas?

Mi hermano se rascó la cabeza con pereza. Tenía el cabello oscuro alborotado y aún vestía una camiseta blanca con pantalones de pijama.

—Escogimos  el Four Seasons precisamente por eso. El hotel tiene un salón de eventos enorme y...

Dejé de escucharlo cuando caí en cuenta de que la familia Colbourn también estaba en la lista.

—¿Invitaste a los Colbourn?—lo interrumpí, impresionada y curiosa.

—No, no fui yo. Fue Arthur.

Me mordí el interior de la mejilla.

—Es muy amigo de esa familia y no quiero tener problemas con mi suegro por eso.

—Tu futuro suegro—lo corregí, divertida y sonrió, porque todos sabíamos que Erik y Claire ya eran como un matrimonio.

—Como sea, no sé si asistirán, Byron no ha confirmado, y en caso de que decidieran hacerlo, no creo topárnoslos, para tranquilidad de nuestros padres. El salón es enorme.

‹‹Yo sí quiero topármelos. A uno de ellos, al menos›› deseé internamente y una anticipación nació en la boca de mi estómago.

Me percaté, de manera repentina e inevitable, que comenzaba a sentir más cosas por Alexander Colbourn de las que debería permitir, o de las que deberían nacer de una relación de simples amantes. La mayor parte de mi tiempo y mis pensamientos estaban ocupados por él, o por mí esperando que él los ocupara.

Era peligroso, arriesgado y demencial, pero no había nada que yo pudiera hacer para detener la manera en que me sentía, así que seguía caminando por el mismo sendero, cayendo lentamente. Era ahora un triste hecho de mi vida que me gustaba aquél imbécil, tal vez, más de la cuenta. Mis amigos probablemente entrarían en estado catatónico por la impresión; Edith se desmayaría y Jordan treparía por las paredes si se enteraba de lo que sentía por su amigo. Alex haría un comentario sarcástico al respecto y se reiría en mi cara, ya podía imaginarlo.

Era una verdad notoria que no iba a irse por más que la ignorara, así que tendría que lidiar con ella, impedir que creciera más y esperar a que desapareciera cuando me hartara de follar con él.

—Eso espero—mentí y apreté su mano— ¿Estás nervioso?

Mi hermano frunció el ceño y soltó una risita que me daba la afirmación.

—La idea del matrimonio me pone nervioso—confesó—, pero imagino que no es la gran cosa, es solo una etiqueta. Para cuando tú te cases, hermanita, te habré contado mi experiencia sobre ello.

Estiró el brazo y me acarició la mejilla con sus nudillos fugazmente. ‹‹¿Y si mejor yo te cuento la mía?›› La idea de contarle sobre la maraña de emociones que tenía dentro me asaltó, desesperada por orientación y apoyo. Abrí la boca para comenzar con el vómito verbal antes de que la lucidez volviera.

—Erik yo...

—Buenos días—mamá apareció en la cocina con su bata sobre el brazo y una cansada sonrisa, interrumpiéndome y salvándome de cometer otra estupidez.

Dejó su bata sobre una silla y se inclinó para depositar un beso sobre mi coronilla y la de Erik.

—¿Tuviste operación ayer?—pregunté al tiempo que mamá engullía una zarzamora. Su aroma a jazmín se combinaba con el  antiséptico.

—Sí, dieciséis horas.

Erik hizo una mueca.

Mamá era la directora de uno de los mejores hospitales de la ciudad, tal vez del país, y también la jefa de cirugías pediátricas. Su agenda estaba siempre ocupada, porque nunca, nunca negaba su ayuda a nadie; hacía al menos dos operaciones a la semana gratuitas para personas de escasos recursos y nos decía siempre que la solidaridad era lo más importante, porque el que nosotros tuviésemos todo, solo significaba que teníamos más para dar.

La admiraba muchísimo, por todo lo que era y había forjado por sí misma. Admiraba su bondad y su sencillez, un completo contraste con la mayoría de las mujeres de éste círculo, que solo sabían competir y pedir más; usar más, comprar más, presumir más.

—¿Dónde dormiste tú?—acarició mi cabello y tosí—. Leí apenas un mensaje de tu padre preguntando si sabía dónde estabas.

Mi hermano me lanzó una mirada cómplice.

—Con Edith—usé la misma mentira de siempre.

—Leah estaba contándome que tuvieron una pijamada muy entretenida—Erik recalcó la última palabra y estreché los ojos—. Que estuvo tan bien que no durmieron en toda la noche, por eso está agotada.

—¿En serio?

—Me encantaría tener pijamadas tan agotadoras como las de mi hermana—deslizó una sonrisa felina  por su rostro.

Le lancé una advertencia muda para que se detuviera. Todo el tiempo hacía lo mismo para molestarme.

—Me alegro—dijo mamá y el suspiro de alivio que estaba por emitir se atoró en mi garganta cuando posó sus manos sobre mis hombros—. Espero que estés cuidándote, Leah. No quiero...

—¡Mamá!—la interrumpí, sintiendo mis mejillas arder.

Erik ahogó una carcajada.

—¿Tengo que explicarte lo de los métodos anticonceptivos de nuevo?

—¡No!

Ya había pasado por esa situación tan vergonzosa a los doce, no quería repetirla, aunque mamá se había encargado de prevenirnos y prepararnos en el tema desde un enfoque meramente clínico.

Sin embargo, eso jamás le restó incomodidad al asunto, mucho menos cuando nos enseñó cómo poner un condón.

—De acuerdo—dijo con recelo y cubrí mi cara con las manos— ¿Has hecho ya los preparativos en las habitaciones de huéspedes?

Mi hermano suspiró y me descubrí el rostro a tiempo para captar la frase de te lo dije que adornaba sus facciones.

—Ana ya está preparando las últimas habitaciones.

—¿Cuándo llegan?

—A partir de mañana—respondieron al unísono.

Suspiré y me dejé caer en la silla, derrotada, preparándome para olvidarme de la paz que reinaba en casa.

¥

—¿Por qué estás tan feliz?—preguntó Edith en un susurro a mitad de la clase de la señora Molina, luego de hartarse de poner su nombre sobre la libreta con todas las caligrafías que conocía.

—¿De qué hablas? Estoy actuando como siempre. Siempre estoy feliz.

Bufó.

—Claro que no, siempre tienes cara de querer matarnos a todos y ahora no puedes dejar de sonreír como idiota—reí levemente para no irrumpir la monótona atmósfera que se cernía sobre el aula— ¿Qué, ya te están cogiendo propiamente?

—¡Edith!—la reprendí con tono demasiado elevado porque me gané una mirada de advertencia de la profesora que leía un libro.

Nos separamos por unos segundos, hasta que volví a inclinarme hacia ella.

—No todo tiene que ver con eso.

—No, pero sí ayuda bastante. Tengo que darle una medalla a Jordan si ha logrado que tu humor mejore tanto.

Negué, cruzándome de brazos.

—Estoy feliz porque mi familia llegará pronto, algunos hoy—expliqué, para ocultar el hecho de que en efecto, parte de mi felicidad se debía al fin de semana que había pasado con Alexander.

—¿Por la fiesta de compromiso de tu hermano?—asentí.

—¿Irás, verdad?

—De negro.

—¿Por qué de negro?—la miré con extrañeza.

—Estoy de luto.

—¿Qué? ¿Por qué?—susurré alarmada.

—Porque mis oportunidades de conquistar a tu hermano han muerto oficialmente—fingió limpiarse una lágrima imaginaria con dramatismo y puse los ojos en blanco.

—Eres una idiota—el insulto tildado de diversión.

—¿Crees que a tu hermano Damen le gusten mayores, cuñada?

—Aparte de idiota, enferma—me dio un golpecito en el hombro, fingiendo estar ofendida y ambas reímos.

La señora Molina carraspeó como un tractor frente a nuestro escritorio, provocando que nos atragantáramos con nuestras risas.

—¿Les importaría compartir el chiste con el resto de la clase?—demandó con voz férrea.

Ninguna dijo nada y Edith pasó el resto de la hora leyendo en voz alta hasta que quedó afónica.

¥

—Cariño—Jordan besó mi frente para saludarme después de clases y recibí de buena gana el familiar gesto, aunque el contacto tierno resultó insuficiente en comparación al viaje arrebatador por el que siempre lograba arrastrarme Alexander cuando me besaba.

—Se siente culpable—rió Ethan junto a Edith bajo el portal, a uno pasos de nosotros.

—¿Por qué?—inquirí entrelazando mis dedos con los suyos.

—El fin de semana bebió hasta que terminó hablando en ruso.

—¿Hablas ruso?—Edith enarcó las cejas, impresionada.

—No.

—Tu hombre tiene habilidades ocultas, Leah. Puede que los rusos lo recluten.

Todos soltamos una risa.

—¿Cómo volvieron a casa?—miré a Jordan. Creí percibir tensión en su cuerpo, antes de relajarse otra vez.

—Conduciendo. Sobre Jordan no tengo idea porque desapareció—frunció el ceño al mismo tiempo que yo lo hacía y ambos fijamos nuestros ojos en él—. Estaba tan borracho que olvidé llamarte. ¿Cómo llegaste a casa?

—Alguien me llevó.

—¿Quién?

—Alguien que estaba en la fiesta y se apiadó de mí—dijo desinteresado.

Estreché los ojos, con recelo.

—¿Tú qué hiciste?—acarició la forma de mi cara suavemente con el índice—. Pensé que me acompañarías a la fiesta.

Me tensé en reacción también.

‹‹Follarme a tu amigo hasta quedar devastada›› contestó mi consciencia por mí y la piedra de la culpa volvió a oprimirme el corazón, aunque ya no pesaba tanto como antes.

—Me quedé en casa ayudando a mi hermano con los preparativos de su fiesta de compromiso—mentí impregnando mi voz de toda la convicción posible—. Para el final, estaba tan agotada que olvidé llamarte.

Evaluó mi rostro, como si estuviera buscando la mentira plasmada en él. Sonreí incómoda.

—¿Cuándo es la fiesta?

—En tres días. De hecho tengo tu...—extraje la invitación de mi bolso y se la tendí para que la tomara. Estaba por hacerlo cuando nos interrumpieron.

—Jordan—otra voz fuera de nuestro círculo habló y me giré para observar a la chica que lo llamaba, a unos metros de nosotros.

Él se alejó de mi lado para ir hasta ella, dejándome con la invitación pendiendo en el aire y quedando apenas en el borde de lo que yo consideraba una distancia cordial para dos colegas—o extraños.

La chica le sonrió ampliamente cuando lo tuvo por fin cerca y le tendió un cuaderno.

—Gracias, ya necesitaba estar al corriente en clase del señor Robins.

—Cuando quieras—él le correspondió el gesto, sus ojos arrugándose con la brillante y amable sonrisa que le dedicó a la mujer de cabello castaño y ojos color avellana, la cara salpicada de pecas—. Es una clase difícil, así que puedo ayudarte en cualquier cosa que necesites.

—En verdad que sí—soltó una risita nerviosa, colocándose el cabello tras la oreja—. Creo que te tomaré la palabra y volveré a buscarte. Ocupo toda la ayuda posible en esa clase.

—Será un placer—respondió con un tono amable que rozaba algo más.

Enarqué las cejas cuando ella no perdió la sonrisa de idiota.

Pareció recordar por fin que yo existía y estaba ahí—que nosotros estábamos ahí. Se aclaró la garganta y se centró en nuestra dirección.

—Lo siento—se disculpó por su descortesía—. Ellos son mis amigos, Ethan, Edith—los señaló a cada uno hasta que volvió a posarse a mi lado, tomándome de la mano—, y ella es Leah, mi novia. Chicos, ella es Grace.

La sonrisa de ella pareció desvanecerse en la misma medida que yo extendía la mía, por la mera satisfacción de recalcarle que era mío y yo era mejor.

—La conocí en la fiesta el fin de semana y resulta que tenemos una clase en común.

—Un gusto—la dureza asaltando ahora sus delicadas facciones, sin quitarme la mirada de encima, escaneándome.

—Igualmente—dijimos todos al unísono.

Un denso silencio cayó después de las presentaciones, incómodo por varios segundos, hasta que la chica volvió a hablar.

—De acuerdo, debo irme—se disculpó y la dureza de su rostro se suavizó cuando posó los ojos en Jordan, llenándose de anhelo—. Te veré en clase mañana.

Él volvió a sonreírle de esa forma que mostraba más que amabilidad.

—Por supuesto.

Me dedicó una última ojeada de desagrado mal disimulado antes de dar la vuelta y andar por el pasillo.

También había disimulado mal el hecho de que le gustaba mi novio. No, corrección, ni siquiera se había molestado en disimularlo. Era tan obvio con esa sonrisa de idiota y esos ojos de perrito ilusionado que solo le faltó menear la cola y tenerlo escrito en la frente con un marcador.

La oleada natural de celos me inundó, pero no fue tan grande como habría esperado y se desvaneció casi tan rápido como apareció, desconcertándome sobremanera. Lo único que podía percibir con insistencia era el cosquilleo de malestar por la forma tan descarada con la que me había evaluado, nada más. El sentimiento de satisfacción por recalcarle que era mío estaba más relacionado con mi orgullo y mi vanidad, en restregarle que yo era mejor.

El conocerla me dejó una sensación desagradable en el cuerpo y la interrogante de si yo miraba a Alexander de la misma manera embelesada en que Grace había mirado a Jordan. Un escalofrío me recorrió ante la perspectiva.

—Aquí viene una escena—escuché de pronto a Ethan.

—Dime que tienes las palomitas—le siguió la corriente Edith, a su lado—. Te apuesto cien dólares a que Leah limpia el piso con él.

—Trato hecho—se estrecharon la mano—. Luces, cámara, ¡acción!

Yo inspiré algunas veces para no reírme histéricamente ante el nuevo descubrimiento de que no era una novia normal. ¿Cómo era posible que no sintiera celos hacia Jordan si lo había hecho por años?

Él me miró expectante, casi esperanzado.

—No le agrado a tu amiguita—fue lo único que salió.

—¿Te molesta?

Podía escuchar a Edith e Ethan cuchichear. Hice un mohín.

‹‹No lo sé››

—Tú sabes lo que haces— la sombra de la decepción tiñó fugazmente sus vibrantes ojos miel.

Se compuso y me sonrió de una forma distinta a la de Grace.

—Claro que lo sé—me rodeó los hombros y me estrechó contra él.

Esperé a que el sentimiento de celos aumentara de intensidad el resto del día, pero nunca ocurrió.

¥

—¡Ali!—Nina, mi tía, le echó los brazos al cuello a mi madre en cuanto la tuvo enfrente, ignorando por completo a papá, a pesar de que estaba al lado suyo, logrando que pusiera los ojos en blanco— ¡Estoy tan feliz de verte por fin! Siento que han pasado siglos desde la última vez que nos vimos, aunque ha sido solo un año. ¿Lo puedes creer?  El tiempo parece pasar el doble de rápido al otro lado del mundo, no sabes lo emocionada que estoy por volver, por verlos, por estar aquí y...

—Nina—la detuvo papá, interrumpiendo su perorata—, quiero conservar a mi esposa. La estás asfixiando.

Dejó a mamá para saltar sobre él con la misma efusividad.

—También te extrañé a ti, anciano. La edad hace que te vuelvas más amargado, ¿a que sí, Ali?

Mamá soltó una risita al tiempo que mi tía lo soltaba para ir hasta Erik y hacer lo mismo, susurrándole un discurso al oído sobre lo feliz que estaba sobre su próximo matrimonio, por su excelente elección de esposa, por su aparición en Forbes como mejor empresario joven del año e insistiendo en que ella quería planear la despedida de soltera de Claire.

Mis padres dieron un rotundo no ante la petición.

—¡Pero si estás enorme!—chilló al ver a Damen, tan fuerte que estuvo a punto de dejarlo sordo y arrancarle las mejillas por la forma casi violenta de pellizcarlas—. Mírate, hace apenas un año te vi y ya eres todo un hombre, por Dios, creo que la ropa típica que te traje de Etiopía no va a quedarte ni en una pierna, qué lástima en verdad porque me moría por ver a mi pequeño usando tap...

—También te extrañé, tía—logró articular mi hermano menor contra su pecho con el último aliento.

No podía creer que papá y ella fueran hermanos.

Me preparé para la fuerza bruta con la que me envolvió cuando llegó hasta mí, aplastándome, haciéndome crujir la espalda y privando de todo el aire a mis pulmones.

—Mi pequeña—le correspondí el gesto, sonriendo. Me soltó luego de lo que pareció una eternidad y posó sus manos sobre mis hombros—. Te traje un montón de joyas de los países que visité en África. Tienen las gemas más bellas que he visto en mi vida, brillan como no tienes una idea y si tú lo usas no quiero ni imaginar todas las miradas de admiración que generarás. Eres tan preciosa como ellas.

—Gracias.

Nos miró a los tres con orgullo y amor infinito, como si quisiera tenernos entre sus brazos a todos por siempre.

Ella no se casó. Nunca entendí por qué, si era la persona más carismática y dulce del mundo, además de tener la característica belleza fría de los McCartney, como si sus facciones estuviesen esculpidas por el mismo Miguel Ángel en piedra. Compartía con ella y papá el color enigmático e indefinible de ojos, un atributo que resultaba muy atrayente.

Supuse que su reticencia al matrimonio se debía que Nina era una persona con un espíritu demasiado libre para estar atada a normas tan tradiciones como el matrimonio. Si había tenido novios o amantes a lo largo de su vida, no tenía idea.

Tal vez el amor de una pareja no era algo que necesitara mientras nos tuviera a nosotros, que nos quería como sus hijos, y a sus miles y miles de amigos que había hecho alrededor de la Tierra en sus interminables viajes.

—Creo que domar cebras en África te dejó más loca que antes—se burló papá y mi tía le hizo una mueca.

—Loca siempre he estado, no culpes a las cebras—nos guiñó un ojo y fuimos hasta la sala para ponernos al día.

No queríamos perdernos una sola de las aventuras de nuestro propio Indiana Jones. 

¥

Tarde ese mismo día, Santiago, mi tío, me alzaba por los aires en un cálido abrazo de oso como solo él sabía darlo, acomodando mi columna con la fuerza aplastante con la que me estrechó contra sí.

Su esposa, Tamara, no tardó en llegar hasta mí, abrazarme y llenarme la cara de besos al veme. Parecía como si no nos hubiésemos visto en años y en realidad había estado en casa tan solo cinco meses atrás.

Había aprendido a lo largo de los años que mamá y Tamara no podían estar mucho tiempo separadas, por ello, enterarme de que no eran parientes de sangre fue un completo shock para mí.

Su lazo era tal que, según recordaba, papá le había ofrecido un  millón de veces a Santiago un buen puesto en su empresa, con el afán de que se mudaran desde California hasta acá solo para tener a mamá contenta. Siempre lo rechazó y lo seguía haciendo cada vez que se lo proponía; decía que estar en una oficina no era lo suyo y no se sentía cómodo en absoluto, así que prefería administrar el restaurante de comida chilena que él y su esposa habían puesto en su lugar de residencia y que se expandía cada vez más.

Sabía que habían vivido juntas desde que eran muy jóvenes, pero no más. Había muchas cosas sobre la vida de mi madre que no comprendía y mucho menos sabía. Algunos temas sobre los que le había preguntado a lo largo de los años—como su familia, mis abuelos y su forma de conocer a la tía Tamara, eran respondidos con vaguedad o no contestados en absoluto. Era muy buena para desviar la conversación.

Sacarle algo relacionado con eso a papá era lo mismo que intentar sacar agua de una piedra.

A veces era frustrante el no tener respuestas.

Volví a concentrarme en el bullicio que se construía en casa cuando Isabelle, la hija de Tamara y Santiago me abrazó. Sonrió cálidamente, con hoyuelos formándose en sus mejillas y me sentí feliz de tenerla de vuelta en casa.

Tenía los ojos somnolientos de su madre, la sonrisa fácil de su padre, una larga cabellera castaña y unas marcadas curvas herencia de la ascendencia latina de Santiago. Nos habíamos entendido bien a pesar de que yo era cuatro años mayor que ella; era la hermana menor que nunca tuve.

—Es bueno tenerlos de vuelta en casa.

—Si por mamá fuera, jamás se iría—rió Isabelle.

—Y que lo digas, mamá ya estaba teniendo su ataque de abstinencia por no ver a mi tía.

Observamos cómo comenzaban a charlar sin parar, olvidándose del resto del mundo. Nina, mi padre y Santiago tenían su propio debate.

—¿Sabes en qué habitación dormiré?—preguntó tímidamente.

—Conmigo, como siempre—le pasé un brazo por los hombros y la estreché contra mí.

¥

El desfile de visitas en casa no se detuvo.

Durante los dos días anteriores a la fiesta de compromiso de mi hermano, volvía de la universidad para encontrarme con caras que eran familia, pero que tenía mucho tiempo sin apreciar.

Los siguientes en llegar fueron Joe y Madison, en conjunto con sus dos hijos: Joanne y Mark. Tenían un año de diferencia y eran muy unidos a Erik, porque compartían básicamente la misma edad. Según papá, el tío Joe no podía soportar el quedarse atrás, así que bajo la excusa de que mi hermano necesitaría amigos para crecer, no perdió el tiempo en preñar a su esposa.

Papá siempre parecía veinte años más joven cuando estaba con Joe. No era muy efusivo, pero por el montón de comentarios sarcásticos que se lanzaban el uno al otro y la manera en que soltaba risitas bajas, podía notar que se divertía.

Para el tiempo en que los hermanos Turner llegaron, mi casa ya estaba patas arriba.

Bastian fue el primero en llegar hasta mamá, abrazándola tan fuerte como si su vida dependiera de eso, como si quisiera guardarla en su bolsillo y llevarla consigo a todas partes. Enterró la cara en su cabello y le susurró un montón de cosas al oído, arrancándole sinfín de risas.

—¿Cómo es que no te dan celos?—pregunté al lado de papá, solo para molestarlo.

No me respondió al instante, así que alcé la vista hacia él, que no dejaba de contemplar la escena impasible.

—¿Es por los años de relación? ¿Se desvanecen con el tiempo?—continué, cruzándome de brazos.

Papá fijó sus ojos en mí por fin y alzó una comisura de la boca.

—Podría estar casado con tu madre por cien años más y jamás dejaré de ser jodidamente posesivo con ella—una emoción ante su confesión me asaltó el pecho—. Estoy siendo bondadoso y concediéndole sus cinco minutos de gloria con mi esposa.

—Tienes razón, eres un celoso sin remedio—reí, al tiempo que me echaba un brazo por los hombros y me estrechaba contra sí. Recargué mi cabeza en su pecho y me dejé envolver por la sensación de plenitud.

Mamá abrazó entonces a Malika, que le sonrió con calidez. Bastian nunca se había molestado en ocultar la devoción que profesaba por mi madre, pero supuse que su esposa se sentía enteramente segura del amor que él sentía hacia ella si podía actuar tan normal después de tal muestra de afecto.

Se dispusieron entonces a saludarnos. Bastian me lanzó una mirada cómplice antes de abrazarme. El fuerte y familiar aroma de Malika me llenó en cuanto la tuve cerca y dejé que me envolviera con su cuerpo.

—No puedo creer que te he visto hace apenas unas semanas—dijo ella feliz y mi cuerpo se volvió rígido al momento.

Carajo. Mierda, mierda, mierda.

—¿Unas semanas?—papá enarcó una ceja.

—¿Dónde has visto a Leah?—inquirió mamá, perpleja—. Tienen al menos tres años sin venir.

Bastian se aclaró la garganta y no sabía quién tenía más cara de pánico: si Malika o yo.

—Lo dice porque le mostré una foto de Leah hace unas semanas atrás, ¿no es así, cariño?—su esposo entrelazó sus dedos con los de ella.

—Claro. Estaba sumamente impresionada con lo mucho que había crecido—soltó una risita nerviosa.

Papá me lanzó una ojeada suspicaz antes de dejar el tema y recibir a Daphne, que venía colgada del brazo de su marido marroquí, Jahid, y acompañados de Zarine y Joseph, los mellizos de Bastian.

Los días eran toda una odisea. Mi casa era enorme, pero con tantas personas de visita, la totalidad de las habitaciones de huéspedes estaban ocupadas. Los desayunos, comidas y cenas eran un constante bullicio, erupciones de risas y gritos de Nina y Daphne, que eran las más efusivas; peleas por el último pedazo de carne entre Joe, Bastian y Santiago y quejas incesantes de Joanne e Isabelle porque Damen, Zarine y Joseph no dejaban de molestarlas.

Éramos una mezcla muy rara, multicultural y terriblemente ruidosa. Mis padres no tenían muchos parientes, pero sí un sinfín de amigos que eran la mejor familia que podríamos tener.

¥

Reí mientras Isabelle terminaba de contarme sobre un chico que no dejaba de perseguirla en la universidad mientras cargábamos el montón de platos sucios que habíamos utilizado para la comida y los llevábamos a la cocina para que se encargaran de ellos.

—No suena tan mal—la conforté—. Tal vez si lo tratas un poco más, puedas conocerlo mejor. ¿Te gusta?

Miró al frente, como si sopesara algo y después se encogió de hombros, derrotada.

—No lo sé.

—¿Cómo que no sabes?

—Algunas veces siento que sí, otras que no.

Hice una mueca.

—¿Qué eres, un semáforo? Es sí o no, no hay puntos medios.

—Es que...es la primera vez que paso de la primera cita con un chico—confesó apenada y quise abrazarla por toda la ternura que sentí.

—¿Y cuál es el problema?

—¡Eso! ¡Que no sé si me gusta! Me refiero a que nunca había llegado tan lejos con alguien—acomodó mejor la montaña de platos sobre sus brazos al tiempo que entrábamos a casa desde el jardín trasero, donde permanecían casi todos— ¿Cómo sabes cuando alguien te gusta realmente? ¿Qué sientes?

Me miró expectante, como si yo fuera la fuente de todas las respuestas del universo.

—Para todos es diferente.

—Lo sé, pero, ¿qué sientes tú?

— ¿Yo?—asintió y fruncí el ceño, tratando de evocar emociones y sensaciones—. No lo sé, supongo que si el chico te gusta quieres pasar el mayor tiempo posible con él, te ilusiona la perspectiva de verlo y te ríes como idiota todo el tiempo sin poder evitarlo. Ocupa constantemente tus pensamientos aunque quieras sacarlo de ahí con pinzas, el corazón se te dispara antes de que te des cuenta y sientes...sientes...

— ¿Mariposas en el estómago?—inquirió, ilusionada.

—Sí, mariposas en el estómago—sonreí.

— ¿Eso es lo que sientes con Jordan?—la ensoñación adornando sus orbes.

La sonrisa flaqueó ante la pregunta y fijé mi vista al frente. Me convencí de que algunas cosas sí las percibía con él, pero no podía negar que la mayoría las provocaba Alexander solo con estar cerca.

Sacudí la cabeza. ‹‹Deja de pensar estupideces, Leah. Ya no eres una colegiala››

—Sí, con Jordan.

Me dio un leve codazo y entramos al mismo paso al rellano que precedía la cocina.

— ¿Está todo en orden? ¿Estás durmiendo bien?

La detuve con un brazo cuando me percaté de que ya había alguien en la estancia. Me debatí entre retirarnos o permanecer por un momento, hasta que mi parte curiosa ganó partido. Coloqué el índice contra mis labios para indicarle que guardara silencio al tiempo que nos acercábamos para escuchar.

—Claro, ¿por qué lo dices?—era la voz de mamá.

—Te conozco como la palma de mi mano—la mamá de Isabelle parecía preocupada—, sé que algo te pasa.

Suspiró.

—Tuve una crisis hace poco.

Fruncí el ceño ante su confesión. ¿Crisis?

— ¿Cuándo? ¿Qué pasó?

—Hace una semana. Él estaba...yo estaba...—mamá se atragantó con sus propias palabras—...estaba persiguiéndome, Tamara. Corría por un pasillo y no importaba cuánto corriera, él seguía tras de mí, pisándome los talones, acechándome.

—Ali...

Mamá inspiró aire y algo se comprimió en mi pecho. ¿Quién era él? ¿Papá?

—Fue como aquella vez, ¿sabes? No dejaba de temblar, no podía enfocar o distinguir nada y pensé que perdería la razón hasta que...—soltó una risita amarga—...hasta que vi a Leo en la penumbra, abrazándome para calmar los espasmos y mi respiración.

Sorbió por la nariz y tuve que resistir el impulso de asomarme para cerciorarme si lloraba. Isabelle estaba igual de quieta que yo en el umbral.

—No supe por cuánto tiempo estuvimos así, hasta que dejé de hiperventilar y pude respirar correctamente. Se sintió tan real, Tamara. Tenía mucho sin presentar un episodio así, meses.

—Tranquila, son esporádicos—el tono de mi tía era amortiguado—, no se volverá a repetir en un tiempo, estoy segura.

—No lo sé, tengo un mal presentimiento.

—Tal vez lo soñaste por lo que te conté hace un mes, lo de la cárcel y Ósc...— se cortó a sí misma.

Estaba tan concentrada en captar todos los detalles de la conversación que no reaccioné hasta que tuve a una Tamara muy molesta frente a nostras.

—¿Se puede saber qué están haciendo?—su vista cayó sobre cada una alternadamente— ¿No saben que es de mala educación escuchar conversaciones ajenas?

—Lo sien...

—¿Quién es él?—interrumpí a Isabelle entrando en la cocina con decisión, dejando los platos sobre la barra para encarar a mamá.

Tenía la nariz roja y los ojos llorosos. Pareció impresionada de verme ahí, o tal vez por la autoridad con la que demandaba respuestas.

¿Él? ¿De quién hablas?

—El que decías que te perseguía en el sueño, ¿quién es?—aclaré, clavando mis orbes en los suyos.

Le lanzó una ojeada a Tamara, antes de volver a centrarse en mí.

—No es nadie, cariño. Es un monstruo.

Enarqué una ceja, sin creerle una sola palabra.

—¿Monstruo? Más bien parecía que hablabas de una persona.

—No, no—rió nerviosa—. Es un monstruo que aparecía en mis sueños cuando era más joven.

La escudriñé con suspicacia, desafiándola a que me siguiera mintiendo a la cara. No quería más secretos.

—¿Y la persona de la cárcel?

Palideció.

—Nadie, algo que Tamara vio en las noticias y la impresionó mucho. Al parece a mí también. 

—Pero...

Mi tía se aclaró la garganta, rompiendo la tensa atmósfera.

—¿Qué les parece si me ayudan a partir el pay?—puso varios platitos en la barra y sacó del refrigerador el postre.

—Se ve delicioso, mamá—acotó Isabelle felizmente, disponiéndose a ayudarla.

Mi madre me sonrió con esa forma típica suya y me ignoró yendo hasta Tamara para asistirla.

Definitivamente odiaba que fuese tan reservada con su vida.

¥

El flash me cegó por un momento, dejando motas de luz flotando frente a mi vista.

Erik dejó de tomarme de la cintura una vez los fotógrafos que habían conseguido su pase al Four Seasons capturaron su tan codiciada foto familiar.

Me sentía incómoda, como si tuviera un acosador pegado a mi espalda todo el tiempo, ultra equipado y jodidamente persistente. Así de fastidiosos eran los periodistas.

La mayoría de los fotógrafos se concentraban en sacarles fotos preciosas a Erik y Claire—gracias al cielo—, mientras que otro gran grupo acosaba como hermanos de la religión a mis padres y los de la novia, pidiéndoles fotos y declaraciones.

El evento parecía una alfombra roja con el desfile de personajes de renombre que no dejaban de entrar por las imponentes puertas del salón: comerciantes, empresarios, artistas, médicos...a veces me sorprendía la cantidad de gente que mis padres conocían. Y claro que Arthur Whiteley y su mujer aportaban otros cientos a la multitud, todos ataviados con sus mejores vestimentas y joyas.

Estaba por tomar una copa de champagne cuando alguien me tomó del brazo y me rodeó la cintura, estrechándome contra sí.

—Sonríe, cariño—dijo Jordan entre dientes sin perder la sonrisa que adornaba su rostro.

Me colecté lo suficiente para ver a los fotógrafos con sus cámaras listas para disparar igual que pistolas. Me acomodé mejor junto al cuerpo de mi novio, dibujé mi mejor sonrisa y permití que los flashes volvieran a cegarme.

A diferencia de mí, a Jordan le encantaban este tipo de cosas y adoraba recibir atención de la prensa, por lo que se sentía en su elemento siendo el punto de enfoque de todos los lentes.

—Querida—Regina, la madre de Jordan me saludó dándome un beso en cada mejilla y mareándome momentáneamente con su fuerte aroma a perfume—, te ves divina.

—Usted igual—respondí cortés. Se veía sobria y formal con el recatado vestido azul oscuro que se ajustaba a su menudo cuerpo, con su cabello castaño recogido en un apretado moño.

Por mi parte, agradecí el halago, porque no había pasado cuatro meses eligiendo el vestido perfecto para esta ocasión. La tela era fina, de un bonito color beige; mis hombros y brazos permanecían cubiertos por un diseño de piedras pequeñas y brillantes, salpicando aquí y allá, con una abertura que iba desde mis omóplatos hasta mi cintura y otra más al frente de mis piernas en cascada, dejando al descubierto mis zapatos. Mi cabello recogido en un complicado peinado.

Abraham, el padre de Jordan, me saludó con una educada inclinación de cabeza que correspondí.

—¿Por qué ya no nos has acompañado a cenar en casa?—preguntó Regina, sonriendo.

Miré a mi novio, que parecía incómodo.

‹‹Porque no he sido invitada›› quise responder.

—Con todo esto no he podido, pero haré un espacio para asistir a una de sus comidas.

—Eso espero—tomó mi mano entre las suyas.

Había tenido siempre una buena relación con ellos y no quería perderla.

—¿Y tu anillo?—la voz de Jordan sonó dura contra mi oído en cuanto su madre comenzó a charlar con alguien más.

Sentí la tensión construirse dentro de mi cuerpo.

—Lo olvidé.

—¿Dónde?

—En...en mi joyero.

Estrechó los ojos.

—No te lo di para que lo olvidaras dentro de un joyero. Ésta era la ocasión perfecta para presumirlo—su tono era reproche puro.

—Es la fiesta de compromiso de mi hermano, no la mía—me defendí, alzando la barbilla.

Él suspiró.

—Acompáñame—me tomó de la mano y antes de que pudiera protestar, ya estaba arrastrándome por todo el salón a su paso.

—¿A dónde vamos?—dije tratando de seguir su velocidad y no romperme la nariz por pisar el vestido.

—No lo he felicitado.

—Oh.

Llegamos hasta donde se congregaba un cóctel de hombres y mujeres de todos los colores y edades, buscando tener su turno para felicitar a la próxima pareja que formaría una de las alianzas más fuertes en el ámbito empresarial a nivel mundial.

Jordan parecía no estar de humor para esperar o tal vez se creía poseedor de algún tipo de privilegio por ser mi novio porque se abrió paso a base de codazos hasta llegar a Claire y rodearla en un abrazo educado, antes de hacer lo mismo con mi hermano.

—Enhorabuena—le palmeó la espalda a Erik sin perder la sonrisa—, estoy ansioso por su boda.

—Y nosotros por la suya—nos alentó Claire tomando a mi hermano del brazo.

Mi novio me sonrió con devoción antes de besar mi mano.

—Nosotros también, ¿verdad, cariño?

‹‹No sé qué tan ansiosa estoy por eso››

—Claro.

—¿Tienen algún destino para la luna de miel?—preguntó un amigo de mi hermano en el círculo.

—He escuchado que Bora Bora es un paraíso—intervino Jordan.

—Habíamos pensado en algo como Filipinas—dijo Claire.

Paseé mi vista por la estancia, aburrida. Yo sabía que Erik se la llevaría a Bali, a donde Claire siempre había querido ir. Me moría por una copa fría de champagne, o un shot de vodka, o tal vez un café para poder sobrevivir a la larga noche que me esperaba.

Algunas personas bailaban al son de un lento vals, mientras que otras se enzarzaban en conversaciones interminables con una copa en la mano. Otras se detenían para que los fotógrafos que pululaban por el lugar inmortalizaran el momento y...

Mi corazón se disparó con la misma potencia de un cañón en cuanto reparé en el séquito de cabelleras claras que entraba por los grandes portales. Byron y Agnes aparecieron en la estancia, tomados del brazo y seguidos por el heredero de su imperio, Alexander.

Me pasé la lengua por los labios; no sabía si porque la boca se me había secado o porque los labios me habían hormigueado ante la visión tan atrayente que tenía delante.

Era algo sobrenatural, la manera en que él lograba emanar ese despreocupado atractivo; profundo y estremecedor.

Carajo. Se veía tan apetecible y divino con el traje que no sabía si quería arrancárselo o dejárselo puesto solo para admirarlo un poco más en su arrebatadora belleza.

Reparó en mí y solo Dios sabía cómo había logrado mantener mi corazón dentro de mi pecho a pesar de su desbocado latir. Una comisura de su condenada boca se alzó en el esbozo de una media sonrisa y ahí estaba de nuevo, la increíble y despreocupada habilidad que Alexander poseía de transmitir más emociones con sus ojos de las que podría un actor de teatro con el monólogo de su vida.

Me lanzó un guiño juguetón y sonreí por mera inercia, como hacía casi siempre, porque la mayor parte del tiempo no comprendía los motivos de sus acciones, pero las disfrutaba igual.

Mis piernas cobraron vida propia y se movieron por sí solas para ir con él, hasta que la mano de Jordan, sólida como unas esposas, me obligó a permanecer en mi lugar, impidiéndome acortar la distancia que nos separaba.

—¿Qué pasa?—preguntó cuando percibió que me alejaba y volví a tomar mi puesto a su lado.

—Nada.

Mi hermano me observaba de manera extraña, de la misma forma que había hecho cuando me vio utilizando la camiseta de los Patriots.

Lo ignoré y me centré en nada en particular.

Mis padres llegaron al círculo, acompañados por los de Claire, y justo como si el universo y los planetas conspiraran para provocar la tercera guerra mundial, la familia Colbourn se acercó también.

Agnes alzó la barbilla tanto como su alargado cuello se lo permitió, mirándonos por debajo de la nariz. Byron saludó a unos cuantos colegas, cortés, mientras que Alex parecía vagamente entretenido. Mis padres por otro lado, adoptaron una postura tensa casi defensiva, como si estuvieran esperando el ataque de un animal.

—¡Qué gusto verlos!—Arthur se inclinó para besar en la mejilla a Agnes y estrecharle la mano a ambos hombres—, por un momento pensé que no vendrían.

—No podíamos fallarte—sonrió educadamente Byron, fijando sus ojos claros en los prometidos—, felicidades.

—Date cuenta cuánto te aprecio si estoy aquí, Arthur—dijo Agnes con aire desdeñoso disfrazado de jovialidad—. Le daría mis felicitaciones a tu hija, pero no sé si sea más adecuado darle mis condolencias.

—Agnes—advirtió su esposo, pero su indómita mujer se pasó esa advertencia por el culo y siguió escrutando a mis padres con aire de superioridad.

—Mis condolencias se las daré yo a la desdichada que te tenga como suegra—se defendió mamá y mis ojos conectaron con los de Alexander por una fracción de segundo en una mirada cómplice, compartiendo un chiste que solo nosotros dos comprendíamos.

Me gustaba cuando las cosas se volvían íntimas y personales entre nosotros.

—Por favor, señores...—trató de aligerar el pesado ambiente Arthur, que parecía el árbitro en un ring.

—Quiero ver cuánta vulgaridad aguanta la pobre Claire antes de salir huyendo—se mofó la señora Colbourn.

—¿Ella? Pobre de tu hijo, que no podrá conservar a ninguna esposa por la víbora que tiene de madre. Ninguna soportará tanto veneno.

Definitivamente abriría un club de fans para mamá. A diferencia de Byron, papá parecía tener el tiempo de su vida observando la disputa.

Agnes inspiró por la nariz.

—Eres una...

—Basta—habló Arthur, colocando una mano al frente de cada familia—, no les arruinemos la fiesta con discusiones innecesarias, ¿de acuerdo? Actuemos como personas maduras y tengamos una convivencia civilizada.

—Eso es imposible con esta gentuza.

El papá de Alex le lanzó una mirada de exasperación a su esposa.

—Sin ofensas, Agnes—pidió el padre de la novia—, claro que es posible limar las asperezas.

Resopló, mordaz, sin despegar la vista de mamá que tampoco dejaba de taladrarla.

—Es más, Alex, ¿por qué no bailas con Leah la siguiente pieza?

Todo el entretenimiento del asunto pareció evaporarse y me tensé, sorprendida. Mi esposo, por otro lado, tenía un brillo divertido bailando en sus orbes.

—Será como una ofrenda de tregua para que podamos disfrutar todos de la fiesta educadamente—siguió Arthur.

Agnes y mis padres se crisparon al instante. 

—¿Estás loco?—lo riñó la rubia—. Por supuesto que no.

—Leah ya viene acompañada—acotó papá también.

—Agnes—volvió a amenazar entre dientes su marido, antes de forzar una sonrisa—. Arthur tiene razón, olvidemos las asperezas por una noche y disfrutemos, que aquí confluyen los intereses de todos nosotros. Hijo, por favor.

Siempre el empresario; objetivo y calculador.

Alexander se acercó al centro del círculo a paso seguro, sin perder el brillo travieso que adornaba sus insondables ojos, hasta quedar frente a mí.

—¿Puedo?—estuve a punto de aceptar, antes de percatarme que su atención no estaba puesta en mí, si no en Jordan, que mantenía mi otra mano presa en la suya.

Todos, incluyendo mis padres, parecieron contener la respiración, esperando la respuesta de mi novio.

—Mi novia es hermosa, ¿no?—percibí su mirada sobre mí y la fuerza de su agarre. Los ojos de Alex diciéndome todas las cosas que sus labios no podían—. Tengo mucha suerte de tenerla como mi pareja.

—Sí, pero ahora será la mía.

Mi corazón dio un vuelco y no supe si estaba a punto de desmayarme o  de entrar en combustión por todas las implicaciones de sus palabras y la profundidad de su voz.

—Claro—dejó ir mi mano con vacilación y una sonrisa.

—¿Me concedes esta pieza?— centró su atención en mí, su tono suave e hipnótico. Extendió la mano y estuve a nada de tomarla por mero reflejo, cuando algo me detuvo.

—No tienes que hacerlo si no quieres, Leah—habló papá con un deje preocupado—, no importa.

‹‹Pero sí quiero, sí quiero, sí quiero››

—Me tienen que estar jodiendo—escuché a Agnes maldecir al tiempo que permitía que el firme y cálido tacto de su hijo me guiara al centro de la pista.

Posó sus manos en mi cintura, con mis brazos enredándose en su cuello en reacción, quedando a tan poca distancia que mis sentidos pronto se embriagaron de él.

Casi sonreí por lo bien que encajábamos juntos, lo fácil que era adaptarnos al otro, lo natural que se sentía con Alex algo tan banal y simple como bailar.

—Sé lo que vas a hacer, así que no lo hagas—me pidió. La emoción en sus orbes en completo contraste con la impasibilidad de su rostro.

—¿Qué es lo que haré, según tú?—enarqué una ceja.

—Estás a punto de sonreír, no lo hagas.

—¿Cómo lo sabes?—lo miré impresionada. Sus dedos se enterraron con más fuerza en mi cintura.

—Eres tan predecible como una niña.

—¿Estás diciendo que soy aburrida?—fingí indignación.

—Difícilmente—las comisuras de su boca se alzaron a mitad de una sonrisa—, pero he comenzado a conocerte.

—¿En serio?—lo desafié, sin creerle.

—Estoy familiarizado con tus matices más oscuros.

Volví a enarcar las cejas, formulando una interrogante.

—¿Cuáles matices oscuros?

—Tu obsesión por el control, tu impulsividad, tu furia y...—sus dedos rozaron fugazmente la piel expuesta de mi espalda, erizándola ahí donde se posaban—...tus inclinaciones.

—¿Mis inclinaciones?

Otra sonrisa jugó en la comisura de su boca, brillante como la manzana que yo me moría por morder.

—Como te gusta que te follen.

Bajé la cabeza y sentí mis mejillas arder. Nunca me acostumbraría a su crudeza parra decir las cosas.

—¿Y por qué se supone que no puedo sonreír?—cambié el tema, buscando desesperadamente salir de ese terreno que ya tenía a mis bragas humedeciéndose.

Dimos una vuelta por la pista a paso lento y sincronizado, hasta que pude ver a mi familia y los demás charlando, Jordan mirándonos de reojo de vez en vez.

—Jordan sospecha que lo engañas—soltó de pronto y me paralicé al instante, impactada y sentí la presión de su cuerpo, obligándome a moverme—. Sigue bailando, no queremos levantar más sospechas.

Obligué a mis pies a seguir su compás, aunque mi mente ya estaba imaginando todas las posibles reacciones de mi novio si llegaba a enterarse de mis indiscreciones, aunada a la de mis padres.

—¿Cómo lo sabes?

—Nos lo dijo, a mí y a Ethan. Me pidió que te vigilara.

¿Qué?

—Lo que escuchas.

No podía creer sus alcances y su inocencia, sobre todo su inocencia. ¿Pedirle que me vigilara justo a la persona con quien le clavaba el cuchillo por la espalda? Era lo mismo que pedirle al lobo feroz que vigilara de las ovejas.

Me sentí sumamente mal por mi desfachatez. Al mismo tiempo, otro sentimiento se alzó tan alto como mi vergüenza: el miedo. Si Alex me lo estaba diciendo, ¿significaba que quería detenerse? ¿Que quería terminar esta cosa rara que teníamos?

Mi pecho se comprimió ante la perspectiva.

Dio otra diestra vuelta por la pista, arrastrándome consigo.

—¿Entonces quieres parar? ¿Eso quieres decir?—me maldije por el leve temblor en mi voz y me llené de determinación, fijando mis ojos en su mentón—. Creo que es lo mejor, creo...

—Estoy diciendo que debemos tener más cuidado—aclaró en un susurro, su aliento cálido chocando contra mi oreja y su tono mortal—. Ya te lo he dicho, no quiero parar.

Aplasté mentalmente las mariposas que se elevaban en mi estómago ante la confesión.

‹‹No sientas más de la cuenta, no sientas más de la cuenta›› me repetí una y otra vez para tranquilizar mis estrepitosas emociones.

—Okay, de acuerdo.

—Así que finge tu mejor cara de desagrado, como si no me soportaras.

—¿Quién dice que tengo que fingir?—dije, mi cuerpo estrechándose más cerca suyo por la satisfacción de sentirlo contra mí—, sigo sin soportarte.

Hizo una mueca de incredulidad.

—Lo siento, pasa que entre las constantes sonrisas y gracias que te arranco, pensé que te agradaba.

Fingí mi mejor cara de asco.

—Pensaste mal—musité con desdén y se giró una vez más, reprimiendo una sonrisa—. No sabía que eras bueno para esto.

—¿Para molestarte?

—Para bailar, idiota. Tienes buenos pies.

—¿Volvimos con el tema de los fetiches raros?

Puse los ojos en blanco y seguí sus pasos hacia el final de la pieza musical, que estaba a punto de terminar y mi tiempo teniéndolo solo para mí, también.

—Imbécil.

—Un imbécil con buenos pies, al parecer.

Tuve que esforzarme horrores para no soltar una carcajada y mantener mi cara de clara incomodidad.

—Leah—habló de nuevo cerca de mi oído, enviando un escalofrío por mi columna—, ¿tienes acceso al camerino de preparación del salón?

—Sí, ahí se preparó Erik, ¿por qué?

Tomé un poco más de distancia para mirarlo por completo, sin comprender.

—Porque quiero ir allí.

— ¿Por qué?

—Porque quiero besarte.

Mis pulmones no alcanzaron respiración. Alexander y sutileza no podían ir en la misma oración de forma positiva.

— ¿No acabas de decir que debemos tener más cuidado?

—Lo tendremos—dijo con seguridad y me mordí el labio, indecisa.

Sonaba como la peor decisión del mundo, la más arriesgada y estúpida, pero después de una semana sin si quiera cruzar palabra debido a todas las visitas, planeaciones y detalles, lo necesitaba.

Y al parecer él también.

—Te veo ahí en diez minutos.

No se molestó en ocultar esa sonrisa que pude apreciar de cerca y me dejó embelesada.

La pieza terminó e hizo una leve inclinación antes de acompañarme hasta el borde de la pista para ir junto a Jordan, que me recibió feliz.

Alex no me miró una segunda vez cuando se giró para ir hasta su familia.

—¿Todo bien?—acarició el dorso  de mi muñeca con el pulgar.

Me encogí de hombros al tiempo que caminábamos para llegar junto a nuestros padres, que charlaban animadamente. Ellos también tenían una buena convivencia después de tantos años de relación.

—¿Fue muy incómodo?—inquirió preocupado.

Coloqué mi impenetrable faceta de displicencia.

—No te imaginas cuánto. No quiero repetirlo—mentí, porque había encontrado otra cosa que quería volver a hacer con él.

—No importa, cariño. Bailaremos la próxima pieza para que desaparezca la sensación, ¿te parece?

Asentí.

Se inclinó dirigiéndose a mis labios, pero pareció pensárselo mejor y besó mi frente en su lugar, en un gesto dulce y considerado.

Bailamos la siguiente pieza. Coordinados, juntos y pegados contra el otro, en una atmósfera que debería hacerme sentir en las nubes. Mis pies moviéndose a la par de los suyos;  mi corazón latiendo con cada paso, registrando cada minuto que transcurría, cada segundo que hacía falta para agotar el tiempo establecido.

Lo busqué con la mirada, escaneando el lugar sin encontrarlo.

—Me haces muy feliz, Leah—la voz de Jordan me distrajo de mi tarea y algo se retorció en mi estómago al ver la sinceridad en sus orbes.

—Tú a mí también—lo exterioricé, para comprobar si de esa forma podía convencerme de ello como había hecho años atrás.

Sonrió y acarició mi mejilla con sus nudillos, siempre tierno.

—Te quiero en mi vida siempre—susurró, pegando su frente contra la mía y esperé por el vuelco que debía dar mi corazón ante una confesión tan dulce, pero solo conseguí que aumentara en ritmo mi latir.

—Yo también—repetí siguiendo la misma mecánica, justo cuando la canción llegaba a su fin.

Nos separamos y me tomó de la mano para conducirme de vuelta con los demás, antes de que me soltara de su agarre.

—Ahora vuelvo—me miró extrañado—, tengo que ir al baño.

—De acuerdo—sus facciones se suavizaron y emprendí mi camino.

Salí del salón mirando sobre mi hombro para cerciorarme de que nadie me seguía. Recorrí el pasillo de madera pulida custodiado por inmaculadas paredes decoradas con abstractas pinturas para después girar a la izquierda y llegar al pequeño cuarto que hacía las veces de un camerino de preparación para conferencistas—o prometidos.

Había otro acceso desde el salón, pero escabullirme por él sería más complicado con tantos ojos pegados a mi espalda y Jordan acechándome, así que opté por el camino más largo pero seguro.

Cuando abrí la puerta, Alex estaba recargado sobre el escritorio; su postura relajada, las manos dentro de sus bolsillos y todo él tan atrayente y ardiente como el mismo infierno.

Y si era él quien me recibiría en cada uno de los nueve círculos del infierno, entonces ardería felizmente.

—Llegas tarde.

—Tú llegaste demasiado pronto—me defendí y me dedicó una media sonrisa. El silencio de la estancia ahogando el bullicio de la fiesta.

—Ven aquí, Leah.

Lo miré, dubitativa, pensando en negarme solo para que fuera él quien llegara hasta mí, hasta que, después de varios tortuosos segundos, logré que mis pies respondieran a mi cerebro, sintiéndolos como gelatina, mi corazón latiendo duro con cada paso, ante de estar a un palmo de distancia. Me tomó de la cintura y con gracilidad, se giró para que fuera mi cuerpo el que chocara contra la madera.

No me besó de inmediato, sino que permaneció observando mi rostro en silencio.

Era otra cosa que me gustaba de él y ahora podía admitirlo. Cuando Alex me miraba, parecía como si se tomara su tiempo, como si me absorbiera. No era la manera practicada y desinteresada de un viejo amigo o un novio. Era la mirada de un artista, de un alumno aprendiendo algo: me estudiaba, me memorizaba.

Y yo quería hacer lo mismo.

El tacto repentino de su pulgar con mi mentón me hizo estremecer, porque estaba frío. Siguió la forma de mi cara con él, subiendo por mi mejilla con suavidad, trazando una línea por mi sien, bajando a mi barbilla con una delicadeza impropia de él, que solo había apreciado cuando nos besamos en el porche de la casa de Bastian, semanas atrás.

Nunca terminaría de comprender a Alexander, tal vez porque nunca encontraría un punto de inicio. Era una persona compuesta por muchas puertas: cuando unas se abrían, otras se cerraban, impidiendo el poder contemplar todas sus facetas a la vez. Nunca podría saber con certeza qué me encontraría al abrir una puerta, ni tampoco cuál de todos los Alex me recibiría tras ella.

Era siempre una apuesta.

Su pulgar trazó la forma de mis labios, cálido por el camino que había recorrido, al tiempo que sus ojos se oscurecían. Posó sus nudillos bajo mi mentón, levantando mi rostro.

¿Por qué se tomaba tanto tiempo? Sentía que mis labios se incendiarían en cualquier momento.

Había vacilación en sus ojos, podía notarlo. Como si algo lo mantuviera dudoso, en vilo.

—Leah—acarició cada letra de mi nombre—, ¿has besado a Jordan hoy?

Fruncí el ceño, sin comprender, pero la dureza de sus facciones no desapareció.

—No.

Eso fue todo lo que tomó.

Inclinó mi cara y me besó; un roce al principio, casi contacto puro, sin movimiento ni presión que se las arregló para arrancarme un suspiro igual.

Parecía que también quería aprenderse mis labios, porque su ritmo era suave, lento, dulce y exploratorio. Tomaba el mío entre los suyos, pero no había arrebatos ni ímpetu, solo él consiguiendo que me derritiera por el gesto.

Era Alex, desarmándome de la manera en que solo él sabía hacerlo.

Estaba probándome más que devorándome y adoré esa faceta suya también.

Ahí estaban esas estúpidas mariposas de nuevo, recordándome que seguía cayendo cada vez más y más, bajando por el sendero sin retorno. Cada. Vez. Más.

El ritmo aumentó. Ejerció presión con su cuerpo, obligándome a sentarme sobre la madera, colando las manos bajo mi vestido para acariciar mis muslos bajo la tela.

Enredé mis brazos en su cuello, pegándolo más a mí, eliminando cualquier rastro de distancia entre nosotros, sintiendo la excitación naciendo de mis entrañas, el correr de mi sangre por mis oídos, el latir de mi corazón aumentando en sus latidos y...

El crujir de la puerta abriéndose puso a mis orejas alerta y afinó todos mis sentidos a la vez.

Jamás estuve tan cerca de sufrir un  infarto como esa vez, o de que mi corazón se detuviera, porque se había convertido en un peso muerto dentro de mi pecho.

Nos detuvimos en seco, aún pegados al otro y fijamos los ojos en Erik, que nos miraba pálido, como si hubiese visto al mismo Satanás en la habitación.

¥

¡Feliz casi Año Nuevo!

En espera de que cumplan todas las metas que se hayan propuesto—o que se propondrán— en este nuevo año, les deseo mucho éxito, plenitud y abundancia.

También que beban mucho y se diviertan mucho para despedir el año como se debe.

Disfruten.

¡Nos vemos en  2020!

Con amor,

KayurkaR.

Continue Reading

You'll Also Like

3.2M 352K 69
Una chica nueva. Un asesinato. Cuatro chicos, un misterio. «El diablo se ha dividido, creando cuatro infiernos por separado. ¿Puedes con esto? ¿Puede...
9.5K 269 20
la famosa actriz, modelo, cantante y empresaria Park T/N a regresado a corea des pues de 7 años en los estados unidos , sus fan la reciben con mucho...
86.5K 3.3K 50
Katie Wiley es una chica"normal" de 16 años aparentemente feliz, con un pasado que la atormenta todos los días de su vida, gracias a ciertas personas...
13.9K 1.2K 11
omegaverse dylmas alfa!dylan omega!thomas traducción de un trabajo en inglés con el mismo nombre en ao3, pondría al autor, pero pregunté y dijo que...