Irresistible Error. [+18] ✔(P...

By KayurkaRhea

76M 3.6M 13.7M

《C O M P L E T A》 ‹‹Había algo extraño, atrayente y oscuramente fascinante en él›› s. Amor: locura temporal c... More

Irresistible Error
ADVERTENCIA
Capítulo 1: La vie en rose.
Capítulo 2: La calma antes de la tormenta.
Capítulo 3: In vino veritas.
Capítulo 4: Rudo despertar.
Capítulo 5: El placer de recordar.
Capítulo 6: Podría ser rabia.
Capítulo 7: La manzana del Edén.
Capítulo 8: Mejor olvidarlo.
Capítulo 9: Tiempos desesperados, medidas desesperadas.
Capítulo 10: Damisela en apuros.
Capítulo 11: Bona fide.
Capítulo 12: El arte de la diplomacia.
Capítulo 13: Leah, eres un desastre.
Capítulo 14: Tregua.
Capítulo 16: Tentadoras apuestas.
Capítulo 17: Problemas sobre ruedas.
Capítulo 18: Consumado.
Capítulo 19: Conflictos.
Capítulo 20: Oops, lo hicimos de nuevo.
Capítulo 21: Cartas sobre la mesa.
Capítulo 22: Efímero paraíso.
Capítulo 23: Descubrimientos.
Capítulo 24: Compromiso.
Capítulo 25: El fruto de la discordia.
Capítulo 26: Celos.
Capítulo 27: Perfectamente erróneo.
Capítulo 28: Salto al vacío.
Capítulo 29: Negocios.
Capítulo 30: Juegos sucios.
Capítulo 31: Limbo.
Capítulo 32: Rostros.
Capítulo 33: Izquierda.
Capítulo 34: Bomba de tiempo.
Capítulo 35: ¿Nuevo aliado?
Capítulo 36: El traidor.
Capítulo 37: La indiscreción.
Capítulo 38: Los McCartney.
Capítulo 39: Los Colbourn.
Capítulo 40: Los Pembroke.
Capítulo 41: Mentiras sobrias, verdades ebrias.
Capítulo 42: El detonante.
Capítulo 43: Emboscada.
Capítulo 44: Revelaciones.
Capítulo 45: La dulce verdad.
Capítulo 46: El error.
Capítulo 47: Guerra fría.
Capítulo 48: Cautiva.
Capítulo 49: Aislada.
Capítulo 50: Puntos ciegos.
Capítulo 51: La lección.
Capítulo 52: Troya.
Capítulo 53: Deudas pagadas.
Capítulo 54: Caída en picada.
Capítulo 55: Cicatrices.
Capítulo 56: Retrouvaille.
Capítulo 57: Muros.
Especial de Halloween
Capítulo 58: Punto de quiebre.
Capítulo 59: Resiliencia.
Capítulo 60: Reparar lo irreparable.
Epílogo
AGRADECIMIENTOS
EXTRA: La elección de Alexander.
EXTRA: Vegas, darling.
EXTRA: Solo para tus ojos.
ESPECIAL 1 MILLÓN: El tres de la suerte.
EXTRA: El regalo de Leah.
EXTRA: El balance de lo imperfecto.
Extra: Marcas de guerra.
ESPECIAL 2 MILLONES: Waking up in Vegas.
ESPECIAL 3 MILLONES: The burning [Parte 1]
ESPECIAL 3 MILLONES: The burning [Parte 2]
ESPECIAL 4 MILLONES: Entonces fuimos 4. [Parte 1]
ESPECIAL 4 MILLONES: Entonces fuimos 4 [Parte 2]
ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 1]
ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 2]
ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 3]
LOS VOTOS DE ALEXANDER
COMUNICADO IMPORTANTE
Especial de San Valentín
Especial: Nuestra izquierda.
Especial: Regresar a Bali
¡IMPORTANTE! Favor de leer.

Capítulo 15: Provocaciones.

1M 51.8K 235K
By KayurkaRhea

Leah

Me froté los brazos buscando generar un poco de calor.

Mentalmente me reprendí el haber salido de su departamento sin pedirle alguna chaqueta o algo con lo que pudiera cubrirme; los cómodos días de septiembre estaban cediéndole el lugar a vientos más fríos de octubre.

Sin embargo, una parte de mí, la parte sensata, lo agradeció. Ya era demasiado malo que me hubiese quedado en su departamento como para ahora tener algo suyo, para tener otra razón más por la que estar agradecida.

Una vez puse mi trasero en el acolchado asiento del Uber, lo primero que hice fue llamar a Erik, quien atendió al segundo toque.

—¿Leah? ¿Qué pasa?—respondió desde el otro lado de la línea.

—Hola a ti también—mencioné con sorna. Era raro que lo llamara por teléfono estando ambos en la ciudad—. Necesito que me hagas un favor.

—¿Cuál?—preguntó con curiosidad—¿Estás bien? ¿Quieres que vaya por ti a algún lugar?

—No, necesito que me cubras—pedí mordiéndome una uña, antes de retirarla; era un hábito contra el que había luchado mucho como para volver a caer ahora—. Necesito que le digas a nuestros padres que dormí en tu departamento.

¿Qué?—su voz era una perfecta mezcla de sorpresa y perplejidad—.¿Qué hiciste ahora?

—Nada—me apresuré a decir, sintiéndome ridículamente expuesta, aunque sabía que él no tenía ni idea—. Te lo explicaré después, pero por ahora, ¿podrías cubrirme?

Escuché a mi hermano suspirar.

—Bien, pero quiero saber si estás bien.

—Sí, sí—me mordí el interior de la mejilla—. Estoy bien.

Pero por poco.

—De acuerdo. Te veré después para que me pongas al tanto, ¿si?

—Sí—mentí.

En cuanto corté, recargué la cabeza con pesadez sobre el asiento y cerré los ojos para tratar de ralentizar mi agitada mente, para darle un poco de sentido a todas las imágenes inconexas de la noche anterior.

Y las extrañas sensaciones que brotaban en mi interior igual que enredaderas.

¿Qué había pasado anoche, exactamente?

La preocupación y frustración no tardaron en tomar el liderazgo en mi mente, porque me resultaba exasperante no poder reconstruir todo lo que había sucedido después de que aquél imbécil me había drogado.

Lo peor era que en mi letargo, mi cerebro había asumido que era Alexander quien estaba sobre mí y no supe si era realmente eso lo que me mantenía en vilo; el no sentirme amenazada ante la perspectiva de que hubiese sido él.

Mi corazón dio un salto ante la falta de información y el inminente abismo que había en mi memoria. Podría haberle dicho cualquier estupidez en mi estado de inconsciencia; podría haberle confesado cualquier cosa que debería permanecer guardada justo donde estaba: muy al final de todos mis pensamientos.

Sin embargo, era posible que nada de eso hubiese ocurrido, porque conociéndolo, no iba a tocarse el corazón para restregármelo en la cara a la primera oportunidad.

Jugué con mi celular entre los dedos nerviosamente.

No había respondido ningún mensaje desde que había despertado en la cama de Alex y, aunque mi celular comenzó a vibrar sin parar por las insistentes llamadas de mamá, no tenía el menor interés en contestar los mensajes preocupados de Edith o Jordan.

Solo quería dormir y poner un poco de orden en mi cabeza; tranquilizar ese remolino de emociones que era en ese momento.

No estaba segura de cuándo había logrado llegar a un  punto donde me sentía cómoda en la cercanía de Alexander. Lo conocía desde que éramos niños, pero era obvio que el pequeño que había conocido en ese entonces, no tenía nada qué ver con el hombre que se presentaba frente a mí. Ahora, conocía a ese hombre en la distante forma que aparecía con las conversaciones graduales e intermitentes, pero nada demasiado personal.

La sensatez decía que lo mejor era dejar las cosas en ese nivel, sin desentrañar mucho sobre él, sin acercarme más. No obstante, sentía una enorme curiosidad hacia Alex de muchas maneras distintas; desde la forma en que el sol iluminaba su cabello claro hasta el cómo sus dedos sostenían un tenedor.

Aunque no lograba entender por qué.

Era un poco perturbador para mí sentirme tan curiosa, tan atraída por él, porque no podía explicarlo, o describirlo y sobre todo, porque era Alexander de quien estábamos hablando.

Ni siquiera sabía qué era lo que estaba sintiendo realmente y no podía identificar si era el tipo de atracción que sentías por un amigo, un compañero o un amante, porque todo esto no lo había experimentado con Jordan. No, las cosas con Jordan habían sido más sencillas: habíamos alcanzado un nivel de confianza que llega con la convivencia constante y supongo que decidimos llevar la relación a un siguiente nivel porque sentíamos que era lo correcto, que era el paso siguiente en nuestra estrecha amistad.

Y ambos estábamos cómodos con ello. Yo lo quería muchísimo; me gustaba esa sensación de seguridad y templanza que él proveía, como una columna resistente y permanente en la que sabía que siempre podría apoyarme.

Con Jordan jamás había experimentado tal sensación de descontrol o nerviosismo, excitación o deseo, y me preocupaba que Alexander ocasionara reacciones tan volátiles en mi interior solo con mirarme, o estar cerca, o tocarme o sonreírme.

Él tenía una sonrisa maléfica. Todo sobre él era maléfico, de hecho: hipnótico y estremecedor. Como si todas las partes que conformaban su persona hubiesen sido pensadas para persuadir a los demás y moldearlos a su antojo. Todo sobre él—su sonrisa, su ingenio,  su carisma, su intelecto, su cara, su cuerpo, podría ser usado como un arma. Todo dependía de con quién hablaba y qué quería conseguir de esa persona.

Odiaba pensar en él de esa manera, cuando traspasaba la línea del error y el desdén construido por años y olvidaba ignorar lo atractivo que era.

Suspiré derrotada.

Me gustaba pensar que aún lo odiaba vehementemente, pero ya no estaba tan segura de ello.

¥

Entré haciendo el menor ruido posible a casa, esperando que no me atraparan y haciendo uso de las habilidades ninja que de ninguna manera poseía.

Me cercioré de que no hubiese moros en la costa y me escabullí con la cautela de un ladrón por las escaleras que llevaban a mi habitación. Cerré la puerta lentamente, hasta que escuché el inconfundible clic del seguro.

Me quité las zapatillas de casi medio metro que había en mis pies y las dejé en algún lugar de la habitación dispuesta a correr hasta la regadera en aras de darme el baño que tanto necesitaba.

Antes de entrar en la ducha, desbloqueé mi celular y observé los miles de mensajes que tenía de Jordan: los primeros estaban teñidos con jovialidad, después había preocupación, insistencia, hasta la molestia.

Lo ignoré porque no tenía idea de cómo enfrentarlo.

Luego, abrí el chat de Edith para hacerle saber que ya estaba en casa con un simple mensaje y me dispuse a darme el baño que tanto me pedía mi cuerpo.

Estuve aproximadamente una hora en la ducha, permitiendo que el agua caliente terminara de borrar los sucesos de ayer, desde el intento de violación hasta el olor de la ropa de Alex, que permanecía adherida a mi piel.

Cuando salí, me coloqué una cómoda pijama y me debatí entre bajar a comer algo o simplemente dormir. No sabía qué era más fuerte: si el hambre o el cansancio.

Sin embargo, antes de que pudiera decidirme por alguna de las dos, mi puerta se abrió con un estruendo, seguido de unos pasos firmes que llegaron hasta mí con una potencia tal que casi caigo sobre mi trasero por el impacto.

Edith me echaba los brazos al cuello con tanta fuerza que parecía como si su vida dependiera de ello.

—¿Dónde mierda te habías metido?—habló en mi oído con preocupación notoria.

—¿Qué te pasa, Edith?—pregunté con voz ahogada tratando como un pez fuera del agua de respirar—¿Cómo entraste?

—¡Ayer desapareciste!—se alejó ignorando mi pregunta y me tomó de los hombros para sacudirme violentamente— ¡Casi me da algo!

—Estoy bien, tranquilízate loca—me quejé para que dejara ya su teatrito.

—Lo siento es que...estaba muriéndome de la preocupación después de encontrar a Kyle...

—¿Kyle? ¿Qué demonios pasó con ese imbécil?

Edith se rascó la cabeza, nerviosa.

—Ayer cuando estaba con Greg...—enarqué ambas cejas, juzgándola, pero ella no le tomó importancia—...escuchamos un escándalo y nos acercamos para ver qué era lo que estaba pasando. Alguien en la fiesta lo encontró en una de las habitaciones y el chico estaba hecho mierda, en verdad, creo que ni su madre podría reconocerle.

No pude ocultar mi sorpresa ante lo que me contaba. Al parecer Alex se lo había tomado muy personal.

O tal vez era su estúpida testosterona tomando partido.

—¿Está...?

—En el hospital—me interrumpió, negando enérgicamente, con sus trenzas balanceándose con el movimiento—. Está vivo, pero por poco, diría yo. Cuando lo encontraron, los paramédicos lo bajaron hasta la ambulancia y entonces comencé a llamarte porque Greg me pidió que lo acompañara a la clínica.          

—¿Y fuiste?—me crucé de brazos, sintiéndome levemente traicionada porque mi amiga se hubiese preocupado por ese hijo de puta.

—No tenía opción—se encogió de hombros—. Además, nunca respondiste y él fue la última persona con la que estuviste. Te juro que casi me arranco el cabello de la desesperación al no saber de ti. La escena en la habitación era tan grotesca que por un momento pensé que a ti también te habían descuartizado. ¿Qué demonios pasó?

Me mordí el interior de la mejilla, debatiéndome entre si debía contarle lo sucedido o guardármelo.

Suspiré y decidí que al menos Edith merecía saber parte de la verdad como compensación por hacerla pasar tal infierno. Sabía que podía confiar ciegamente en ella.

—El chico intentó violarme—lo dije tan bajo que por un momento dudé que me hubiera escuchado e incluso en ese volumen, exteriorizarlo se sentía tremendamente extraño y sobrecogedor; como si por fin comprendiera la magnitud de peligro a la que había estado expuesta.

Mi amiga me miraba con los ojos como platos.

—¿Qué?—preguntó pálida—. Pero...pero... ¿cómo?

—Me drogó—expliqué, asqueada—. O al menos eso creo, porque perdí el sentido de todo.

Se cubrió la boca con sus manos, horrorizada.

—¿Dijiste intentó?

Asentí y tomé una bocanada de aire.

—Alexander me salvó.

La expresión de sorpresa en el rostro de Edith fue genuina.

—Alexander...hablas de, de ¿Alexander Colbourn?—tenía la boca abierta igual que un pez en un congelador y yo volví a asentir lentamente para que lo asimilara—. ¿Quieres decir que él le dio esa paliza al tipo?—volví a asentir y parpadeó un par de veces—. ¿Me lo juras?

—¡Sí Edith!—respondí exasperada.

—Pues se tomó muy enserio su papel de héroe—acotó aún impresionada— ¿Entonces te fuiste con él?

Vacilé un momento, sopesando si debía o no contarle el resto de la verdadera historia o seguir con la mentira.

—Algo así. Me llevó al departamento de mi hermano—dije optando por la opción más segura—. Y ya está.

—De todas las personas que habitan en esta tierra, jamás pensé que él haría algo así por ti—admitió, aún asombrada y yo puse los ojos en blanco—¡Hey! Es que, el tipo está conectado a un millón de tubos...parece sacado de la película de Alien. No puedo creer que él haya intentado hacerte algo tan bajo...digo, Greg fue un completo fiasco en la cama pero al menos no me drogó.

—¿Qué?—dije sin poder contener la sonrisa de satisfacción sobre su comentario de Alien.

—No puedo creer que te haya puesto en peligro por un tipo que no duró ni seis minutos—me tomó de las manos, consternada—. Perdóname, perdóname, perdóname. No lo volveré a hacer, lo juro.

—Está bien, ya pasó—me encogí de hombros y ella volvió a abrazarme, aliviada.

—También lo siento por alarmar a todo el mundo. Creo que Jordan debe estar subiendo por las paredes ahora de la desesperación. No sabía a quién más llamar, pensé que te habías ido con él.

Negué, al tiempo que trataba de encontrar la fortaleza para enfrentarlo. No estaría nada feliz conmigo, eso seguro.

—Solo no le digas nada de esto, ¿de acuerdo?

¥

Jordan me miró impasible desde el umbral de la puerta de su departamento y lo saludé lo más jovialmente posible moviendo los dedos.

Continuó mirándome detenidamente, escrutándome con sus ojos miel hasta que el silencio fue demasiado pesado y carraspeé.

—¿Puedo...puedo pasar?

Le había enviado un mensaje justo después de que Edith se fuera el día de ayer y no había recibido respuesta, hasta hoy que decidí presentarme en su puerta y pedirle disculpas por hacerlo preocuparse tanto.

Asintió sin emitir palabra y se hizo a un lado para hacerme espacio. Estaba molesto; lo sabía porque siempre que se sentía de esa manera prefería no hablar.

—¿Cómo estás?—pregunté casualmente, estática en medio de su sala.

—Ah, ¿ahora te importa?—enarcó las cejas, cruzándose de brazos.

Fijé la vista en el piso, buscando algo que pudiera decir que resultara convincente y dulce a la vez.

—Lo siento—fue lo único que salió de mi boca—. La fiesta fue...

—Me da igual—me cortó y fue hasta mí dejando una prudente distancia—. Me da igual cómo haya estado esa fiesta de mierda, me da igual si te divertiste o no, me da igual si bebiste hasta quedar hasta el culo, me da igual si...

—¡Oye!—lo corté, sintiéndome ofendida por su indiferencia ante la situación potencialmente peligrosa a la que estuve expuesta, aunque no quería que él lo supiera para evitar más problemas—. No tienes por qué ser tan...

—¿Tan qué?—me retó, mirándome duramente por primera vez en la vida y no me gustó en absoluto cómo me hizo sentir—¿Tan sincero?

Eso dolió.

Me mantuve en silencio, sin saber qué decir.

—Estoy cansado, Leah—confesó y se pasó una mano por el rostro—. Es como si estuvieras huyendo de mí en lugar de buscarme, de estar más cerca. ¿Estás evitándome?

—¡No!—espeté, molesta— No te evito, es solo que he tenido muchas cosas qué hacer y muchas cosas en la cabeza...

—¿Crees que no te conozco, Leah? ¿Crees que no sé cuando estás mintiéndome?—se cruzó de brazos, regio.

Por un instante de terror puro, tuve miedo de que él supiera lo que estaba pasando entre Alex y yo.

—No sé de qué hablas—hice mi mejor imitación de una cara de desconcierto.

— Yo tampoco sé de qué hablas cuando mencionas tus problemas y las cosas que tienes en la cabeza—objetó y negó con energía, subiendo el tono de su voz—. No sé en qué momento dejaste de considerarme en tus planes. Haces un millón de cosas de las que ni siquiera me entero y te juro que no tengo ni puta idea de qué está pasando en tu vida en este momento. Es un milagro cuando puedo interceptarte en el pasillo para sacarte que, ¿diez palabras?

—Estás exagerando—coloqué las manos en mis caderas para darme más templanza ante la tormenta de enojo que era mi novio—. Yo...

—Responde la pregunta—me cortó, gélido.

—¿Cuál pregunta? No hay ninguna maldita pregunta—siseé—. Y si crees que esta es la manera en la que quiero que me hables, estás muy equivocado. Respétame.

Miró al techo con la frustración plasmada en su rostro.

—¡Sólo quiero saber qué mierda está pasando contigo, joder!—gritó y yo di un respingo—. Has estado actuando jodidamente extraño  y no entiendo por qué. No entiendo por qué estás tan distante conmigo, por qué has dejado de buscarme. Yo soy siempre el que tiene que ir tras de ti y me estoy cansando de que esto no sea recíproco.

¿Realmente quieres saber qué está pasando? Intervino mi consciencia. Pues aquí va: me he casado con uno de tus mejores amigos y creo que el imbécil está gustándome. ¿Crees que puedas perdonarme?

—Lo es—me defendí, disipando el loco pensamiento de confesarle la verdad; ni siquiera yo creía lo que estaba diciendo.

—Y una mierda—se quejó, tan hastiado como nunca lo había visto—.  Estás mandando al carajo todo lo que hemos construido y ni siquiera sé la razón.

—¡No lo estoy haciendo!

—¡Claro que sí!—vociferó—. Estás siendo una egoísta. No te importa una mierda cómo me sienta yo mientras tú estés bien y no voy a permanecer más tiempo en un lugar donde no se me aprecie.

Lo miré con el nudo de la culpa cerrándome la garganta, porque sabía que tenía razón. Sabía que estaba siendo una jodida egoísta y lo estaba dejando de lado.

—Te amo, ¿de acuerdo? Pero quiero más de ti, no menos—explicó y todo el enojo pareció evaporarse o contenerse maravillosamente antes de acercarse y tomar mis manos entre las suyas, cálidas y familiares.

Permanecí en silencio un tiempo. No sabía cómo manejar la situación porque era extraño cuando él y yo peleábamos. Podía contar con los dedos de la mano las veces que habíamos discutido a lo largo de estos cinco años.

—Tienes razón. Yo...me he comportado como una completa idiota. Te pido disculpas por...por todo—dije atragantándome con las palabras, porque se sentían raras en mi boca—. Voy a...hacer un esfuerzo porque las cosas sean como antes.

Sonreí para transmitir la mayor seguridad posible a mis palabras y él acarició mi mejilla suavemente. Sus orbes miel me miraban con intensidad.

Asintió y se acercó para besarme, pero el encuentro no fue dulce ni considerado como solía ser con él, sino que resultó arrebatado, duro y demandante, descargando toda su frustración y enojo en ese gesto.

Mentalmente me repetí que lo mejor que podía hacer para salvaguardar mi bonita relación con Jordan y mi salud mental era permanecer alejada de Alex, tanto como mi situación y mis emociones me lo permitieran.

Aunque ello significara ir en contra de todo lo que demandaban mis sentidos y anhelaba mi cuerpo.

¥

Lunes.

El período de parciales había iniciado y ya sentía una migraña de proporciones cósmicas amenazando con matarme.

Edith se concentraba en todo alrededor de la enorme biblioteca menos en el libro que tenía delante. Según ella, ya se había rendido y esperaba a que yo tuviera un momento de iluminación y le pasara todas las respuestas.

—¿Qué está pasando entre tú y Alex?—preguntó de pronto, sacándome de mi ensimismamiento para tratar de memorizar las cláusulas de los contratos mercantiles y la miré perpleja en la misma medida que asustada.

¿Qué?

—Es que ahora que lo pienso...

—Por favor, Edith, no pienses,  vas a matar tus únicas dos neuronas—dije con sarcasmo y ella hizo una mueca.

—He notado que se miran. Constantemente. De hecho él estaba mirándote hace un momento—hizo un gesto con la cabeza detrás de mí y me giré para mirar cómo él dejaba sus libros en una mesa a pocos metros de distancia, acompañado por Noah y otros chicos del equipo. Sin rastro de Jordan—. Además, lo que hizo por ti en la fiesta...

—¿Tal vez me mira porque nos odiamos mutuamente?—traté de explicar—. Y lo de la fiesta tal vez fue un lapsus bondadosus.

—No, no te mira con odio. Más bien como tensión...

Enarqué las cejas, buscando hacerle notar que era lo mismo.

—¿Ves?

—Como tensión sexual—terminó de decir y yo casi me atraganté con mi saliva.

—No digas estupideces, por Dios. Follarse a Alex es algo que solo tú quieres hacer—espeté, demasiado rápido y ella estrechó los ojos, suspicaz. Mi corazón ya estaba latiendo como loco, mi garganta se sentía seca y mis piernas temblaban bajo la posibilidad de que alguien pudiese descubrir el desastre que había entre nosotros dos.

—Y no puedes culparme—dijo dignamente y soltó una risita—. Aunque él parece más interesado en intentarlo contigo. Tal vez cuando te mira se imagina cómo te lo hace inclinada sobre una de estas sillas.

La miré horrorizada, antes de componerme.

—¿Alguna vez has considerado seriamente la posibilidad de ir a ver a un psicólogo?—acoté con hastío—. No va a hacérmelo inclinada sobre ninguna de estas sillas, ni sobre la mesa, ni en el piso ni en ningún otro lugar que tu retorcida mente se imagine porque antes muerta que permitirlo.

—¿Alguna vez has considerado seriamente la posibilidad de que necesitas que alguien de coja propiamente para ver si se te quita lo amargada?—contraatacó y le tiré con una bola de papel. Ella soltó una risotada—. Tienes razón, perdón. Me estaba proyectando.

Negué reprobando todos sus comentarios y ella suspiró.

—Si me permites, voy al baño para ver si regresando se me pega alguna palabra de esta maldita materia—se alisó la falda antes de encaminarse hasta su destino.

Las proporciones de mi migraña ya eran colosales.

Contra mi mejor juicio, me giré para mirarlo y observé cómo se ponía en pie para adentrarse en uno de los pasillos custodiados por enormes libreros.

Antes de que pudiera pensarlo mejor, mis pies ya se habían puesto en movimiento para seguirlo.

—Tienes que dejar de mirarme—exigí fríamente cuando llegué a la sección de ingeniería, donde él se había detenido.

—¿Perdón?

Supe que toda mi determinación se iría al carajo en el momento en que él levantó la vista de un libro que mantenía en las manos y me miró fijamente.

—Edith cree que algo está pasando entre nosotros porque no dejas de mirarme—repetí con la misma emoción y optando por omitir la parte de que yo también lo miraba.

Sin embargo, él no fue tan rápido en ignorarlo.

—El hecho de que ella no te haya visto a ti mirándome es sorprendente, porque eres mucho más obvia que yo—enarcó ambas cejas, retándome a contradecirlo y me removí incómoda en el lugar.

—Bien. Entonces ambos pararemos, ¿de acuerdo?—alcé la barbilla para imprimir más severidad.

Clavó sus ojos en mí en respuesta, duros e intensos y la respiración se atoró en mi garganta. Cerró el libro que había entre sus manos y tomó un paso hacia adelante jovialmente, acercándose.

—¿Y si no quiero?

—¿Y si no quieres qué?—inquirí, porque mi mente había sido despojada repentinamente de todo sentido común y sensatez.

Dejar de mirarte, Leah.

—Pues tendrás que hacerlo—murmuré rápidamente, con mi corazón acelerándose con cada centímetro que se acortaba entre nosotros.

—No me gusta que me digan lo que tengo que hacer.

—Ese no es mi problema—espeté lo más duramente posible.

—¿Y si me niego? ¿Qué vas a hacer?

—Voy a arrancarte los ojos—respondí, colocando las manos en mis caderas para dotarme de más fortaleza. Sonrió, deteniéndose a un palmo de distancia y tuve que hacer esfuerzos descomunales para no temblar igual que una hoja.

—No creo que tú puedas parar tampoco, Leah. No creo que quieras—susurró, con sus dedos acariciando mi brazo, mi codo, hasta llegar a mi muñeca—¿Quieres saber por qué?

—¿Por qué?—murmuré, buscando fútilmente de mantenerme colectada.

Su mano encontró mi cintura y la cerró en torno a ella, tomándola con firmeza. Empezaba a sentir la presión de su fuerza para atraerme hacia él, para entrar en contacto con su cuerpo, cuando una voz inundó el aire.

—¿Leah?—me llamó Edith desde el pasillo contiguo y ambos dimos un salto por la interrupción, mirando a la rubia aparecer al final del corredor.

—¿Qué pasa?—mi voz salió aguda desde mi garganta efecto de la impresión.

Edith nos miró a ambos alternadamente y con recelo plasmado en sus orbes a pesar de que las manos de Alex permanecían estáticas a los costados y yo me apresuré a tomar un paso de distancia para alejarme de su avasalladora proximidad.

—Estaba buscándote. Dejaste nuestras cosas en la mesa—explicó lentamente, posiblemente con su mente trabajando a toda velocidad.

—Oh.

Los tres permanecimos de pie en silencio, con el aire tenso. Alex se aclaró la garganta.

—¿Estás segura que no te volverás a perder?—habló de pronto y me tomó un par de segundos caer en cuenta que me hablaba.

Edith clavó sus ojos en mí atentamente para escuchar mi respuesta, tal vez para entender lo que había interrumpido.

—¿Qué?

—¿No sabes leer? Estás en la sección de ingeniería, idiota—habló él con tono duro y negó con energía. Caminó hasta Edith al final del pasillo, dispuesto a irse—. Deberías dejar de beber tanto, te mata las neuronas.

—Jódete, Colbourn—espeté tratando de parecer molesta y él simplemente se fue.

Esperé hasta perderlo de vista para volver a respirar.

Los ojos de Edith no dejaron de escudriñarme.

Y no atrapé a Alex mirándome por el resto del día.

¥

Martes.

Segundo parcial y sentía que ya no podía con mi vida.

No sé qué necesitaba con más urgencia: si un café de dos litros, una soga para ahorcarme o un paquete de pañuelos para dejar mi estrés en mis lágrimas.

Alex se había sentado junto a nosotros en la mesa durante el almuerzo, pero me había ignorado olímpicamente. Sin mirarme. Ningún. Maldito. Segundo. Se concentró enteramente en Edith, que sonreía encantada y yo tuve que luchar horrores para no arrancarle los ojos.

Se sentía como si yo hubiese dejado de existir para él.

Debería sentirme feliz de que me hubiera obedecido, pero no. No se sentía gratificante en absoluto; todo lo contrario, me atrevería a decir.

O tal vez estaba pensando demasiado las cosas y simplemente quería darnos un respiro después del tenso momento que vivimos en la biblioteca.

Eso debía ser.

Aún faltaba una hora para el examen de aquél día y estaba absorta en los cientos de libros que tenía abiertos sobre la mesa de la enorme biblioteca que alojaba la universidad.

Maldije al notar que me hacía falta uno y, después de preguntarle a la bibliotecaria dónde podía encontrarlo, me encaminé al estante.

¿Cuál era la desventaja de medir 1,67? Que no siempre era suficiente para alcanzar los últimos estantes, donde desgraciadamente estaba acomodado el libro que necesitabas en ese momento con urgencia para aprender en una hora todo lo que no habías comprendido en dos meses.

Mierda pensé ofuscada cuando mis dedos rozaron el lomo del libro sin alcanzarlo y se me fue la respiración cuando sentí un cuerpo presionándose contra mi espalda; duro, fibroso, cálido y mucho más ancho que el mío, con una mano posando en mi cintura. Me presioné contra él por inercia

La otra mano se estiró con parsimonia y dramatismo, como si quiera mostrarme que podía alcanzarlo fácilmente y me lo tendió una vez llegó hasta él.

El tacto en mi cintura y la calidez desaparecieron en el momento en que tomé el libro y cuando me giré para agradecerle a quien yo asumí era Jordan, la sangre subió y bajó por mi cuerpo como una montaña rusa.

Alex ni siquiera me miró mientras se alejaba por el pasillo, dejándome con una extraña sensación en el estómago.

¥

Miércoles.

Oficialmente me sentía devastada.

El período de parciales era consumidor y la pesadilla de cualquier estudiante. Solo quería que terminara y dormir por cuarenta y ocho horas seguidas. O una semana. O un mes. O por siempre.

Me froté los ojos con cansancio mientras escuchaba a Edith quejarse por el examen matador que nos habían aplicado de finanzas internacionales.

—Definitivamente estaré sin tarjetas de crédito hasta que cumpla cuarenta después de este examen—berreó y Jordan rió con ahínco a un lado mío.

¿Cómo podía tener fuerzas para reírse? Yo apenas podía juntar las necesarias para respirar y eso ya era decir demasiado.

Traté de parecer indiferente cuando Alex tomó asiento a un lado mío despreocupadamente, tan cerca que nuestras piernas se tocaban, a pesar de que había espacio de sobra para que él se acomodara sin que yo invadiera su espacio.

O que él invadiera el mío.

Lo miré por unos segundo para analizar su rostro, para saber qué era lo que planeaba sentándose tan. Jodidamente. Cerca. Pero su cara mostraba pura impasibilidad e indiferencia y ni siquiera tuvo la decencia de mirarme de vuelta.

No me había mirado ni una sola ocasión desde aquella vez en la biblioteca y no me gustaba cómo eso me hacía sentir.

Así que, aunque yo también pude haberme arrebujado más contra Jordan para eliminar el contacto de nuestras piernas, la dejé ahí, justo al lado de la suya, solo para molestarlo o para satisfacer mi repentina necesidad de hacer lo que me diera la gana.

Él tampoco movió su pierna cuando sintió la presión que yo estaba ejerciendo y, sin querer, pude percibir el calor que irradiaba su cuerpo estando tan cerca.

Aunque claro, no me prestó la mínima atención a pesar de ello. Se concentró enteramente en Sara y Matt, que contaban una experiencia en algún club en el que habían terminado el fin de semana pasado, donde no supieron identificar si era estilo grunge o la sede de alguna secta satánica.

Era la centésima vez en esos tres días que me repetía a mí misma que no me importaba en lo más mínimo que Alexander hubiese decidido parar de una vez por todas aquello que nosotros hubiésemos empezado. Aunque no tuviera ni una maldita idea de qué era aquello exactamente.

¿A qué estaba jugando ahora?

No me gustaba sentirme tan maleable, pero una parte de mí sabía que estaba cayendo en sus jueguitos.

Más tarde ese día, me armé de valor y lo intercepté en una mesa de la biblioteca para obtener un poco de claridad en esa ridícula situación.

—¿Qué dem...?

Estaba por formular la pregunta cuando él se puso en pie, tomó su mochila, me miró por un pequeñísimo segundo—que era el tiempo más largo por el que me había mirado esa semana y abandonó la estancia sin ver atrás, dejándome pasmada, confundida y ofendida.

¥

Jueves.

Alexander estaba enfureciéndome. Exasperándome.

Me preguntaba seriamente si lo estaba haciendo a propósito. 

Había analizado todo una y otra vez los últimos días, desde su tono de voz hacia los demás, su lenguaje corporal, hasta la forma en que me miraba por un milisegundo de manera casi accidental, cuando no podía evitarlo y tenía que pasar el infierno de tener que posar sus ojos en mi impía e indigna persona.

Inconscientemente, buscaba en esos rasgos pistas que me ayudaran a deducir qué era lo que él estaba sintiendo o pensando, pero no había nada que él demostrara que yo pudiera tomar como un hecho o una conclusión. Estaba comenzando a pensar que el momento en la biblioteca hacía unos días atrás había sido solo un lapso de inconsciencia e insensatez de su parte y que ahora había entendido cuál era su papel en todo ese desastre de nuestro matrimonio—el de un error reparable.

Tal vez debería simplemente olvidarme de todo aquello y concentrarme en lo que realmente era importante—resolver todo esto y recuperar mi relación con Jordan.

Excepto que no podía hacerlo. Yo había estado con otros chicos antes. Otros me habían besado y tocado; sin embargo, por más que tratara, no podía evocar una memoria donde me sintiera de la misma manera que lo hacía estando con él. No estaba segura si era la manera en que me había besado, o por quién era él, o por quién era yo. Había algo muy mal en todo esto y muy excitante a la vez, y estaba gustándome.

Alexander era un misterio para mí. No sabía si todo esto se debía a que él así era, porque no quería tener nada qué ver conmigo o si esta era su manera de molestarme. Los tres escenarios eran muy probables.

Así que cuando nos topamos en uno de los pasillos para ir a clase, me concentré lo suficiente para cerrarle el paso, moviéndome a la par de él. Si Alex iba a la derecha, yo también lo hacía. Si iba a la izquierda, también lo hacía. Y lo seguiría haciendo, hasta que se dignara a hablarme.

Se detuvo estático cuando coincidimos por tercera ocasión, mirándome detenidamente por primera vez en días.

—¿Voy a tener que moverte yo mismo?—habló con voz contenida.

—Podrías moverte , pasarme por un lado y seguir con tu camino—dije con altivez.

—¿Siempre eres tan inmadura?

—¿Siempre piensas que el mundo tiene que funcionar a tu manera?—contraataqué alzando una ceja.

—Ridículo—masculló y me pasó de largo golpeándome el hombro con fuerza, haciéndome trastabillar por un momento.

Mis sentidos se agudizaron para perforarlo con los ojos mientras se alejaba sin importarle un carajo.

Bien. Era suficiente. Efectivamente me estaba comportando de manera ridícula y estaba a un paso de perseguirlo. ¡Yo! ¡A él!

Había perdido la razón completamente, por Dios.

Si él quería parar todo esto y aceptar por fin que no éramos más que un error, por mí perfecto. Es más, debía estar agradecida porque me hiciera ese gran favor de borrarse a sí mismo de mi vida. No iba a ser una de esas chicas que se posaban a sus pies desesperadas por su atención, o por él; yo valía mucho más que cualquier maldito hombre en esta Tierra.

Si él ya no tenía ningún interés en mí, bien. Perfecto. Me negaba a que me importara una mierda.

¥

Viernes.

Cuánto más tiempo pasaba, cuánto más se acercaban el uno al otro, más cerca estaba yo de que mi cabello se prendiera en fuego.

Alexander estaba en una de las mesas de la cafetería—a unos cuantos metros de distancia, coqueteando abiertamente con Susan Reed. Colocaba su mano encima de la de ella y le mostraba esas...esas estúpidas y nada atractivas sonrisas que en algún punto me había dedicado a mí.

¿Cómo se atrevía a faltarme el respeto de esa manera?

Mi boca se abrió con sorpresa e indignación antes de que pudiera evitarlo cuando le acarició un mechón de cabello rubio—asquerosamente teñido, por cierto— y lo colocó tras su oreja con delicadeza, con aquella maldita zorra sonriendo como una estúpida.

Estaba a una sonrisa más de su parte de ir hasta allá y separarlos.

O, en su defecto, de arrancarle a ella el feo cabello de estropajo que enmarcaba su cara.

—Pero, ¿qué veo?—dijo Ethan sentándose en nuestra mesa acompañado de Jordan y Matt, que no perdieron detalle de la escenita.

—Ha perdido el juicio—se mofó Matt, negando con diversión.

—Tal vez le ha llegado el momento de sentar cabeza—Jordan se encogió de hombros a mi lado y le dediqué una gélida mirada antes de poder detenerme.

Ciertamente no con alguien tan indeseable como ella pensé, pero me detuve antes de que mis pensamientos viajaran más allá.

—Lo dudo—Ethan soltó una risita—. Pero me sorprende que coquetee tan abiertamente, normalmente mantiene a sus conquistas tan guardadas que ni siquiera yo sé en las piernas de quién se mete.

Hice una mueca de asco ante la perspectiva.

—Tal vez ella lo conquistó a él—dijo Sara y Edith le dedicó la misma mirada de perplejidad que yo—¿Qué? Tienen que admitir que ella es bastante bonita.

—Tiene razón—intervino Jordan y lo fulminé con los ojos. Él sonrió y se apresuró a depositar un beso en mi sien. Instintivamente quise ver si Alex estaba mirándome, pero como era de esperarse, estaba demasiado concentrado contando las feas pecas de Susan o qué mierda sé yo, porque estaban tan malditamente cerca—. Tú eres más hermosa que todas.

Sonreí ante el halago con Edith poniendo los ojos en blanco.

—Claro que él no sentó la cabeza. La única persona con la que podría hacerlo es conmigo—dijo mi amiga dándose importancia y Ethan soltó una carcajada.

—La verdad no sé quién de los dos ha tenido más revolcones de una noche, si tú o él—Edith hizo cara de pocos amigos—. Serían una combinación explosiva, ustedes dos.

—Eso suena muy excitante—sonrió a su vez la rubia y me desconecté cuando empezaron a hablar de otra estupidez.

Jordan entrelazó sus dedos con los míos bajo la mesa y lo observé cuando dio un leve apretón.

—¿Qué te parece si para celebrar que hemos sobrevivido a esta masacre, vamos a cenar hoy?

Enarqué las cejas, sorprendida.

—¿No tienes planes hoy?—negó, sonriendo—. ¿Alguna cena con tus padres? ¿Una inauguración? ¿Un evento de beneficencia? ¿Salvar perritos o algo?

Soltó una risita ronca.

—No, hoy soy todo tuyo—sus ojos brillaron con devoción y no pude reprimir la sonrisa de idiota que surcó mis labios.

—Me encantaría. ¿A dónde planeas llevarme?

—Lo vas a adorar, créeme. ¿Paso por ti a las ocho?

—Perfecto.

¥

El mozo del aparcamiento me abrió la puerta con parsimonia y me tendió la mano para ayudarme a bajar del BMW de Jordan.

Agradecí el gesto con una sonrisa cortés al tiempo que él me colocaba una mano en mi cintura, con sus dedos entrando en contacto con el pedazo de piel desnuda que dejaba la abertura ovalada en mi vestido por la espalda.

Como no tenía idea de a dónde tenía planeado llevarme ni tampoco quiso proveerme de ninguna pista, opté por ir lo suficientemente elegante sin llegar a lo extremadamente formal y supuse que un vestido negro arriba de las rodillas y unos tacones del mismo color nunca fallaban para cumplir la misión—aunque había tenido que utilizar base de maquillaje para cubrir el tatuaje que adornaba mi tobillo. 

Cuando entramos al edificio caí en cuenta de que era un restaurante que aunque estaba en unas de las mejores zonas de la ciudad y dentro de los sitios que solía frecuentar, era la primera vez que reparaba en él.

El edificio que custodiaba The Lafayette se alzaba alto e imponente, destacando entre la mayoría de los otros complejos. Cuando entramos, un delicioso olor a comida inundó mi nariz e hizo a mi estómago rugir.

Me sentía como si estuviera a punto de tener una cena en el castillo de alguna princesa: el piso del recibidor era de mármol para dar lugar a un sobrio piso alfombrado ahí donde se asentaban las mesas y los comensales. Dentro de la estancia se alzaban imponentes columnas de mármol que sostenían la edificación, dotándolo de un aire victoriano, con pesadas cortinas que estaban corridas para dejar al descubierto enormes ventanales a través de los cuales podía apreciarse la ciudad; los miles de edificios brillando como luciérnagas en la oscuridad.

El maître nos condujo por el lugar y no perdí detalle de los elaborados y ostentosos candelabros que adornaban el techo e iluminaban la estancia, ni de las mesas adornadas con pesados manteles y un sinfín de cristalería.

Era en verdad un lugar con mucho glamour y las velas sobre la mesa en la que tomamos asiento—justo frente al ventanal—dotaba al ambiente de un tinte romántico y cálido.

Jordan se había lucido, en definitiva.

Nuestra camarera le tendió a él una carta de vinos y no tardó en ordenar alguno sin pensarlo mucho.

—¿Cómo sabías de este lugar?—pregunté curiosa cuando la chica se retiró.

—Una vez escuché hablar a Ethan y Alex de este lugar. Dijeron que era perfecto para citas—dijo con orgullo y tuve que resistir el impulso de poner los ojos en blanco ante la mención de su nombre.

Alexander no iba a arruinarme esta noche, no señor. Ya había hecho suficiente con mi semana.

Así que evaporé el pensamiento y me concentré en Jordan, en pasarla bien con él como en los viejos tiempos.

La camarera no tardó en servir el vino, demasiado cerca de mi novio y demasiado atenta con él. Le dediqué una de mis mejores miradas matadoras para hacerle saber que no venía solo y la chica no tardó en largarse asustada como un perrito con la cola entre las patas.

Adoraba ese rasgo que había heredado de papá.

A veces olvidaba lo guapo que era Jordan y lo atrayente que podía resultar con sus pómulos marcados, sus ojos afables, su actitud amena y ese cuerpo que era muy buen plus.

—Por nosotros—dijo levantando su copa en ademán de brindis—. Por todos nuestros planes y sueños.

Choqué su copa con la mía, mostrando mi sonrisa más natural—la mejor que pude construir— y di un sorbo.

Besó mi mano y una calidez me invadió.

Se dispuso a leer la carta y yo me avoqué a hacer lo mismo.

—Leah—habló él y despegué la vista del elegante menú para centrarme en su persona. No habló de inmediato, así que escaneé el lugar buscando ver más sobre él, porque era precioso.

Estaba esperando pacientemente a que Jordan me dijera lo que había empezado, admirando absorta la exquisita decoración del recibidor, con columnas de mármol y unos enormes floreros de cristal a cada lado y...

Mi corazón se detuvo por un segundo. Había dejado de latir, en serio.

Joder maldije una y otra vez, observando cómo Alexander Colbourn entraba a la estancia con una tipa colgando del brazo. Cuándo miré más de cerca, caí en cuenta de que era Susan Reed.

Me tienes que estar jodiendo pensé, con la furia emanando de cada poro de mi piel.

—Te amo, lo sabes, ¿no?

Vagamente escuché a Jordan diciendo algo, pero yo estaba demasiado concentrada mirando cómo Alex le retiraba la silla a la cara de avestruz para que ella pudiera sentarse.

¡CRETINO!

—¿Leah?—me costó horrores despegar la vista de la grotesca escena para mirar a Jordan, quien al parecer no había reparado en ellos o había decidido ignorarlos.

—Sí...—sonreí lo más brillante que pude—. Yo también te amo—tomé su mano entre las mías y le planté un beso, lento y deliberado, sin importarme una mierda quién nos mirara, porque me sentía tan enojada que podría romper algo.

Él sonrió contra mis labios para después llamar a la camarera y ordenar la cena.

Miré a Alex disculpándose y dirigirse a lo que yo asumí era el baño, así que antes de que mi sentido común pudiera salvarme de hacer otra estupidez garrafal, me puse en pie de un salto.

—Voy al baño, ya regreso.

Caminé por el iluminado y ornamentado pasillo por el que había visto desaparecer a Alex hasta que llegué al baño de hombres. Un señor me observó con curiosidad al toparse conmigo en la puerta pero no dijo nada.

Cuando entré, Alex estaba concentrado lavándose las manos y cuando alzó la vista, dio un respingo.

—¿Podrías dejar de aparecerte de la nada? Un día de estos harás que me dé un infarto—se quejó para girarse jovialmente y yo tuve que recordarme que debía permanecer molesta e indignada y que no podía permitir que su atrayente físico nublara mi buen juicio.

Dios, es divino habló mi consciencia, pero la acallé, ignorando olímpicamente lo bien que se veía con ese saco, esa camisa levemente abierta y esos pantalones que se ceñían la perfección a su cincelado cuerpo.

—¿Estás siguiéndome?—hablé con voz tensa, cruzándome de brazos.

—¿Disculpa?—sonrió sin comprender—. Yo no soy el que se metió al baño del sexo equivocado para hablar.

—No estoy de humor para tus bromas—espeté y él se encogió de hombros, sin importarle.

—Como quieras—se dispuso a salir, pero bloqueé la puerta.

—¿Qué haces aquí?

—Teniendo una cita. ¿Qué no es obvio?—dijo con naturalidad y quise arrancarle esa sonrisita divertida que surcaba sus apetecibles labios.

—Ya sé que es una cita, imbécil. Lo que quiero saber es por qué.

—Porque quiero—me miró desde su altura—. Y puedo.

—¡No puedes!—alcé la voz, sintiendo el enojo borbotear bajo mi piel.

—¿Por qué no?—enarcó una ceja, fingiendo inocencia.

¡Porque es una falta de respeto!

—¿Qué?—me miró perplejo—. ¿Falta de respeto hacia qué?

—¡Hacia mí!

—Yo no te debo nada, Leah. Ni respeto ni nada por el estilo.

—¡Claro que sí!

—No—alzó la voz al mismo volumen y yo estaba que me subía por las paredes.

—¡Sí!

—¿Por qué?

—¡Porque soy tu esposa!—rugí y me callé en el momento en que me di cuenta de lo que había salido de mi boca. Él me miró igual de pasmado, antes de que sus bellas facciones se endurecieran.

—¿Ahora usarás ese argumento contra mí? ¿Ahora eres mi esposa? No jodas—rió sin humor—.Qué, ¿la princesita se siente amenazada de que pueda perder a sus juguetes?

—¿De qué demonios hablas?

—¿No era esto lo que querías? ¿Qué te dejara en paz para que pudieras continuar con tu bonita relación, con tu vida? Bien, pues ahora te pido exactamente lo mismo—dijo tajante—. Tú no eres mi esposa, eres solo alguien que por error firmó un acta de matrimonio conmigo, nada más.

—Sí pero...

—Pero nada. Tú vas por ahí regodeándote con Jordan como la feliz pareja que son—masculló y me sentí repentinamente estúpida—. No veo por qué yo no puedo hacer lo mismo.

—Me importa un carajo las tipas que te cojas, o con las que tengas citas—dije con tono ácido—. Pero al menos ten un poco de respeto hacia...

—¿Hacia qué? Tú y yo no tenemos ninguna relación, Leah. No me gusta ser tratado como un juguete y yo no estaré disponible para alguien que no sabe lo que quiere.

¿Él se sentía un juguete? ¡Pero si él había estado jugando a su antojo conmigo toda la semana!

—Eres un cretino—siseé.

—¿Así le pagas a quien te salvó? Vaya, qué lindo detalle de tu parte.

—¡Si ibas a restregármelo así, tal vez deberías haber dejado que me violaran!

—¡Sí, tal vez debí haberlo permitido!

Nos miramos un par de segundos más, con un silencio sepulcral instalándose entre nosotros.

Salió haciéndome a un lado y quise darme de golpes contra la pared porque no tenía idea de cómo sentirme.

Permanecí unos momentos más en el baño, buscando colectarme lo suficiente de esa montaña rusa de emociones, hasta que otro hombre entró mirándome extraño por segunda ocasión.

Cuando salí, el alma se me fue a los pies y pensé que la noche no podría ir peor.

Pero sí que podía.

Localicé a Jordan sentado en la mesa de la maldita cara de avestruz y Alex, haciéndome una seña para que me sentara con ellos.

Mi indeseable esposo no se veía nada feliz ante la perspectiva de tener que compartir su espacio conmigo.

—Hola, Leah—me saludó Susan una vez tomé asiento junto a Jordan, frente a la asquerosa pareja.

Le sonreí forzadamente.

—¿Tú los habías visto?—me preguntó mi novio y fijé mi vista en Alex, que me miraba de vuelta y negué—. Fue bueno encontrarlos. Nosotros también tenemos poco tiempo que hemos llegado.

—¿En serio? Alex me ha invitado a este lugar y está de ensueño—se estrechó contra él y tuve que resistir las ganas de separarla de sopetón.

En cambio, bufé.

—Qué coincidencia, entonces.

Sus ojos azules eran oscuros.

—Es bueno saber que aún existen chicos con un poco de ingenio—hablé fríamente—. Hay quienes llevan a sus citas al mismo lugar, sin importarles en absoluto que los camareros los vean cambiar de pareja cada dos por tres.

Él me miró con desafío y algo más.

—¿A  qué viene ese comentario, Leah? ¿Crees que nosotros somos seres desconsiderados y estúpidos?

—Tú lo has dicho, no yo—batí mis pestañas con inocencia y noté la molestia tomando partido en su rostro—. Es obvio que no todos los hombres valen la pena.

—Ya, ¿y ustedes son perfectas, no?—objetó con sarcasmo puro, perforándome con sus ojos de un azul tan oscuro como el cielo de esa noche y le sostuve la mirada, negándome a perder.

—Está preciosa la vista, ¿no?—comentó casualmente Susan cuando percibió la pesadez en el ambiente.

—Totalmente—Jordan puso una mano sobre mi brazo aparentemente para tranquilizarme.

Pero me sentía demasiado furiosa con Alexander para pensar las cosas con claridad.

—Pues sucede que al menos nosotras sí podemos pensar sensatamente, a diferencia de ustedes, que cualquier cosa con un hoyo y dos piernas los hace perder el piso—el comentario salió rudo y crudo desde mi boca e hizo que Susan contorsionara su fea cara en una mueca de reprobación que no pudo importarme menos.

Alex en cambio, pareció entender perfectamente que me refería a su nada agraciada acompañante.

—Leah...—Jordan sonaba terriblemente incómodo.

—He conocido mujeres que pierden el piso, aunque no precisamente por hombres—se inclinó hacia adelante en su silla, recargando sus codos en la mesa—, sino porque su soberbia es más grande que su cerebro.

—¿No me digas? Yo diría que no es soberbia, sino más bien clase y seguridad, que viene de ser parte de una buena familia, porque he conocido hombres que son el doble de soberbios y el triple de idiotas.

Mi furia era tal que ya estaba comenzando a ver rojo, a respirar pesadamente y a no ser capaz de discernir lo que era correcto y lo que no.

Por su bien, esperaba que no dijera ninguna otra estupidez.

—Alexander...—intentó detenerlo la vocecilla de su acompañante, sin éxito.

—No estoy de acuerdo—objetó, severo—. He conocido mujeres que creen que solo por ser ellas, por ser parte de una buena familia tienen todo a sus pies, cuando claramente no es así—estrechó los ojos, retándome—. Mujeres que creen que solo por ser bonitas pueden tener al hombre que quieran babeando como un perro, pero eso solo demuestra lo inmaduraslo dijo lentamente, como si saboreara el insultarme—, caprichosas—para justo ahí le advertí con mis ojos como el hielo—superficiales—ni se te ocurra seguir, Alexander pensé— y busconas que son.

Antes de que el último vestigio de sentido común que habitaba en mi cerebro lograra detenerme, yo ya le había vaciado la copa de vino a Alexander en la cara, en venganza por todo lo que me había hecho pasar esa semana. Por hacerme dudar tanto, por haber jugado conmigo tan descaradamente, por hacerme sentir cosas que yo no quería ni debería sentir; por hacerme desearlo tanto y después, desecharme como si yo fuera una servilleta.

El silencio que siguió fue mortal.

¥

¡Hola mis niños!

¿Cómo están?

¿Qué les ha parecido el capítulo?

¿Qué creen que suceda en el siguiente?

¡Espero leer sus comentarios, que me motivan como no tienen idea para continuar!

Voten, comenten y den mucho amor.

El siguiente capítulo irá dedicado al comentario que más se acerque a lo que sucederá en el próximo.

Con amor,

KayurkaR.

Continue Reading

You'll Also Like

9.6K 269 20
la famosa actriz, modelo, cantante y empresaria Park T/N a regresado a corea des pues de 7 años en los estados unidos , sus fan la reciben con mucho...
86.5K 3.3K 50
Katie Wiley es una chica"normal" de 16 años aparentemente feliz, con un pasado que la atormenta todos los días de su vida, gracias a ciertas personas...
2.3M 191K 46
"En el bosque hay un psicópata suelto, ¿tú te atreverías a convivir con él?" Jade Greco se adentra a un bosque para llevar a cabo un curso de fotogra...
38.6K 1.7K 31
Bastian Bean es el mejor actor pagado del momento y con una carrera solida en el mundo de la música. Tiene todo lo que ha deseado en su vida pero lo...