Irresistible Error. [+18] ✔(P...

By KayurkaRhea

76M 3.6M 13.7M

《C O M P L E T A》 ‹‹Había algo extraño, atrayente y oscuramente fascinante en él›› s. Amor: locura temporal c... More

Irresistible Error
ADVERTENCIA
Capítulo 1: La vie en rose.
Capítulo 2: La calma antes de la tormenta.
Capítulo 3: In vino veritas.
Capítulo 4: Rudo despertar.
Capítulo 5: El placer de recordar.
Capítulo 7: La manzana del Edén.
Capítulo 8: Mejor olvidarlo.
Capítulo 9: Tiempos desesperados, medidas desesperadas.
Capítulo 10: Damisela en apuros.
Capítulo 11: Bona fide.
Capítulo 12: El arte de la diplomacia.
Capítulo 13: Leah, eres un desastre.
Capítulo 14: Tregua.
Capítulo 15: Provocaciones.
Capítulo 16: Tentadoras apuestas.
Capítulo 17: Problemas sobre ruedas.
Capítulo 18: Consumado.
Capítulo 19: Conflictos.
Capítulo 20: Oops, lo hicimos de nuevo.
Capítulo 21: Cartas sobre la mesa.
Capítulo 22: Efímero paraíso.
Capítulo 23: Descubrimientos.
Capítulo 24: Compromiso.
Capítulo 25: El fruto de la discordia.
Capítulo 26: Celos.
Capítulo 27: Perfectamente erróneo.
Capítulo 28: Salto al vacío.
Capítulo 29: Negocios.
Capítulo 30: Juegos sucios.
Capítulo 31: Limbo.
Capítulo 32: Rostros.
Capítulo 33: Izquierda.
Capítulo 34: Bomba de tiempo.
Capítulo 35: ¿Nuevo aliado?
Capítulo 36: El traidor.
Capítulo 37: La indiscreción.
Capítulo 38: Los McCartney.
Capítulo 39: Los Colbourn.
Capítulo 40: Los Pembroke.
Capítulo 41: Mentiras sobrias, verdades ebrias.
Capítulo 42: El detonante.
Capítulo 43: Emboscada.
Capítulo 44: Revelaciones.
Capítulo 45: La dulce verdad.
Capítulo 46: El error.
Capítulo 47: Guerra fría.
Capítulo 48: Cautiva.
Capítulo 49: Aislada.
Capítulo 50: Puntos ciegos.
Capítulo 51: La lección.
Capítulo 52: Troya.
Capítulo 53: Deudas pagadas.
Capítulo 54: Caída en picada.
Capítulo 55: Cicatrices.
Capítulo 56: Retrouvaille.
Capítulo 57: Muros.
Especial de Halloween
Capítulo 58: Punto de quiebre.
Capítulo 59: Resiliencia.
Capítulo 60: Reparar lo irreparable.
Epílogo
AGRADECIMIENTOS
EXTRA: La elección de Alexander.
EXTRA: Vegas, darling.
EXTRA: Solo para tus ojos.
ESPECIAL 1 MILLÓN: El tres de la suerte.
EXTRA: El regalo de Leah.
EXTRA: El balance de lo imperfecto.
Extra: Marcas de guerra.
ESPECIAL 2 MILLONES: Waking up in Vegas.
ESPECIAL 3 MILLONES: The burning [Parte 1]
ESPECIAL 3 MILLONES: The burning [Parte 2]
ESPECIAL 4 MILLONES: Entonces fuimos 4. [Parte 1]
ESPECIAL 4 MILLONES: Entonces fuimos 4 [Parte 2]
ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 1]
ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 2]
ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 3]
LOS VOTOS DE ALEXANDER
COMUNICADO IMPORTANTE
Especial de San Valentín
Especial: Nuestra izquierda.
Especial: Regresar a Bali
¡IMPORTANTE! Favor de leer.

Capítulo 6: Podría ser rabia.

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By KayurkaRhea

Alexander

Martes.

Habían transcurrido diecisiete días desde que me había follado a Leah.

Aunque había mantenido una prudente distancia por la salud mental de ambos, mi paciencia ya estaba colmándose y el tiempo que me habían concedido para entregar el dinero agotándose.

Ella continuaba partiendo el mar de estudiantes igual que Moisés cuando caminaba por los pasillos, seguía pavoneándose como la niña creída y apretada que era, riendo con su círculo de amigos y mostrándose afectuosa con Jordan, como si nada hubiera pasado entre nosotros. Como si nunca hubiésemos follado. Como si no estuviéramos casados. Como si ignorándome lograría desaparecer el problema que amenazaba con aplastarnos a ambos.

Había intentado interceptarla un par de veces desde que regresamos, pero era una maldita arpía escurridiza. Cada vez que nuestros ojos conectaban y caminaba hacia ella para hablar, salía huyendo, como si fuera la peor de sus pesadillas persiguiéndola.

Siempre que estaba a punto de atraparla, giraba en una esquina para desaparecer; cuando por fin lográbamos coincidir, nunca estaba sola y no podía solo llegar y pedir hablar sobre nuestro matrimonio, porque conociéndola, me ahorcaría allí mismo.

Era verdad, sí, necesitábamos solucionar el problema de nuestra indeseable unión lo más pronto posible, pero para mí, era más urgente resolver el problema de Rick, y para ello, necesitaba de Leah.

Si tan solo pudiera encontrarla a solas un momento...

Salí de mis cavilaciones cuando alguien dio un golpe en la parte trasera de mi cabeza y alcé la mirada para observar al idiota que me había golpeado.

— ¡Deja ya de pensar en tantos coños!—gritó Ethan alejándose de mi lugar y saliendo del aula— ¡Se te requiere en el pasillo de salchichonería, guapo!

Sonreí mordaz y le hice una grosería con el dedo, que él correspondió lanzándome un beso.

Me levanté a regañadientes para ir hasta los vestidores—léase pasillo de salchichonería según Ethan— y prepararme para el entrenamiento. En definitiva, no estaba de humor para ningún juego, pero sabía que los chicos me colgarían de los huevos desde lo más alto del asta bandera si decidía no asistir a este juego, incluso si no representaba más que eso, un entrenamiento.

Ese año todos estábamos muy determinados en ganar, y el entrenador más que nadie, a juzgar por las miradas matadoras que nos dedicaba siempre que fallábamos los lanzamientos.

Lo seguí hasta los vestidores y me resigné a pasar las próximas dos horas bajo el sol abrasador del campus.

¥

—Bonito tatuaje—mencionó Jordan una vez estuvimos de vuelta en los vestidores y me tensé de inmediato.

Mierda. Había olvidado por completo que ahora estaba marcado como una vaca.

¿Lo decía en serio, o era que ya había visto el tatuaje que tenía Leah en su tobillo y estaba controlándose para no romper mi bonita nariz?

Como si estuviera en una película de terror, me giré para encararlo y respiré aliviado cuando me di cuenta que tenía una sonrisa divertida en el rostro.

—¿Te lo hiciste en Las Vegas?—se colocó los pantalones y se dispuso a hacer lo mismo con su camiseta.

—Sí.

—Es un poco cursi, ¿no crees?—dijo con burla, pasándose una mano por el cabello castaño que estaba alborotado por la ducha—. No sabía que eras de los que se hacían ese tipo de cosas. ¿Quién tiene la otra pieza?

Un amago de sonrisa jaló de mis labios.

‹‹Tu novia››

Por un instante, me pregunté cómo reaccionaría Jordan si se enterara que había probado del festín que era Leah y peor aún, que en mi gran estupidez la había hecho mi esposa.

—Nadie—dije disipando el pensamiento enseguida y terminando de abotonar mi camisa—. No he encontrado a la afortunada todavía.

—Tal vez no es la afortunada, sino un el afortunado—enfatizó Ethan a mi lado, también húmedo por la ducha y aún con la toalla en torno a su cintura—. Ya es hora de que salgas del clóset, Alex, muchos hombres se mueren por ti.

Me dio un apretón en el trasero, al tiempo que yo rodeaba su cuello con mi brazo y le revolvía el cabello con el puño. Si no supiera su sucio historial, podría jurar que él bateaba en otras ligas. A veces era tan raro.

—¿Eso te incluye a ti?—dije a modo de broma—. Ya es hora de salgas. Lamento decirte, amigo, que aunque yo fuera gay, no tendrías ninguna posibilidad conmigo.

Ethan se deshizo de mi agarre con rudeza y se acomodó la toalla en torno a la cintura.

—Preferiría cogerme una cabra, te lo aseguro—dijo el moreno siguiendo la broma y se retiró la toalla, pavoneándose por el vestidor como si verlo desnudo fuera mejor espectáculo que el Cirque du Soleil.

Jordan soltó una risita baja ante nuestras estupideces y me palmeó la espalda, saliendo junto a mí del vestidor para dirigirnos a la cafetería y comer algo antes de la última hora de clase.

Tenía tanta hambre que podría comerme una res entera. Sin embargo, el entrenamiento demandaba siempre una dieta estricta, así que me deshice de mi sueño de alimentarme sólo de proteína y opté, igual que Jordan, por una escueta ensalada—que en mi humilde opinión sabía a mierda— y que tenía sólo cinco tiras de pollo. Querían matarnos de hambre.

Aquello no era una dieta, era tortura, pura y cruda.

Tomamos asiento en una de las mesas de la cafetería, que, como siempre, estaba atestada y Jordan se dedicó a comer como si la ensalada fuera un orden de alitas.

—Aún no me has contado los detalles—dijo una vez tuvo el plato casi vacío.

—¿Sobre qué?—tomé un sorbo de agua y volví a dejarla sobre la mesa.

¿Cómo podía tener el plato a la mitad en quince segundos? Yo aún seguía peleando por masticar la asquerosa tira de pollo.

—La chica con la que te fuiste de la discoteca—me dio un empujón a modo de juego y casi me atraganté con la maldita tira—. ¿Era buena? ¿Tenía buen culo?

Me miró de manera sugerente y quise soltar una carcajada.

«Si tan solo supieras...»

—Pues...

Antes de que pudiera formular una respuesta, Ethan se sentó con nosotros cargando su bandeja, acompañado por Edith y Leah, que como siempre, tomó su lugar junto a su novio.

—Les he dicho que esperaran por mí—refunfuñó el moreno, indignado.

—Tardaste demasiado en tu desfile—se quejó Jordan, dedicándose enseguida a depositar tiernos besos en la mejilla de su novia.

Leah me miró por un instante, dura y penetrante, casi como si emitiera una amenaza muda y yo la ignoré olímpicamente, sólo para demostrarle que pese a sus intentos por intimidarme, no estaba haciendo un buen trabajo.

—¿De qué estaban hablando?—preguntó Edith, una sonrisa enorme surcando sus labios y tan cerca de mí que podía percibir su intenso olor a vainilla.

—Le preguntaba a Alex sobre su aventura tierras inexploradas—podía ver la broma brillando en los ojos de Jordan.

—¿Eso qué significa?

— ¡Por Dios, Edith! ¿En qué caverna vives? ¡Pon atención mujer!—Ethan puso los ojos en blanco dramáticamente y después sonrió con picardía—. Se refiere a la chica con la que estuvo en Las Vegas, y ahora que lo menciona, yo tampoco he escuchado bien los detalles, ¿cómo fue? ¿Cómo era la chica?

—¡Tienes razón!—la rubia abrió la boca impresionada.— Yo también quiero saber—me dio un codazo en el costado.

—Aunque a juzgar por las marcas que te dejó en el cuello, ya puedo imaginarme la respuesta—los orbes oscuros de Ethan no perdieron su brillo de travesura. — Quería comerte vivo.

Todos fijaron su vista en mí, expectantes; sin embargo, yo clavé mis ojos en Leah, disfrutando enormemente de la manera en que me perforaba con la mirada a modo de advertencia y del tono un poco más pálido que había adquirido su piel.

Aquello podía resultar muy divertido.

—Fue muy interesante—esbocé una sonrisa lentamente, asegurándome de que mostrara la satisfacción que sentía por dentro y regodeándome en que ella siguiera cada uno de mis movimientos—. Aunque en realidad no hablamos mucho, básicamente nada.

—Ése es mi hombre—Jordan me dio una palmada en la espalda con orgullo y mi maléfica sonrisa se ensanchó al reparar en Leah con diversión sádica, su rostro yendo del color rojo al verde y después al blanco para terminar con el rojo otra vez.

—Fuiste quien más aprovechó ese viaje—bufó Ethan.— A mí no se me acercó ni un perro.

—No te imaginas cuánto, y sé que ella lo disfrutó también. Me encargué de ello—dije con tono malicioso y sorbí de mi botella de agua sin perder detalle de mi volátil esposa.

Si las miradas mataran, yo ya estaría enterrado tres metros bajo tierra hacía mucho tiempo. Era un talento.

Leah carraspeó entonces para desviar la atención.

—¿Podemos cambiar de tema?—me miró con displicencia—. No todos somos tan vulgares para contar ese tipo de cosas y créeme, no me interesa escucharlas.

Contuve una carcajada, permitiéndome disfrutar de las reacciones que le causaba y de su desesperación por abandonar el terreno tan peligroso que habíamos pisado.

—Tranquila reina del hielo, sabes bien lo mucho que nos gustan los chismorreos—dijo Edith mordaz y todos rieron en la mesa, a excepción de nosotros dos.

Si ella iba a seguir escurriéndose igual que arena entre mis dedos, al menos haría de este juego algo divertido y entretenido para los dos.

¥

Fue cuando salía de la última clase del día que la miré girando en uno de los pasillos y me apresuré a seguirla. Antes de poder pensar mejor la manera en que debía abordarla, la tomé del codo con brusquedad y la giré, deteniendo su andar y estampándola sin mucho cuidado contra una de las paredes del pasillo.

Si seguíamos así, eso se iba a convertir en una costumbre.

Leah me miró sorprendida por un instante, aterrada incluso, antes de que el hastío se adueñara de su semblante y retomara una de sus actividades favoritas en la vida: clavarme estacas con sus ojos.

— ¿Qué demonios está mal contigo?—escupió, recuperándose de la impresión. — ¿Quién te crees que eres para tomarme así? Casi me matas del susto.

Alzó la barbilla altiva y desafiante, y en respuesta, yo apreté su brazo con fuerza, tomando un paso más cerca de ella.

—Tenemos que hablar.

—Primero, suéltame en este momento—espetó, tratando de zafarse, sin lograrlo—. Segundo, tú y yo no somos iguales, así que respétame.

Sonreí con burla.

—Ya, y yo que pensaba que el Papa vivía en Vaticano. ¿No quieres que me arrodille también?

—Pues si reconoces tu lugar...

—Leah—la corté y fue en ese momento que caí en cuenta de la poca distancia que había entre nosotros.

Era lo más cerca que habíamos estado desde el fiasco de Las Vegas y podía percibir claramente su aroma. Era el mismo que me había intoxicado cuando follamos en ese feo motel.

Desde esa corta distancia, aprecié con mayor claridad sus ojos, pero no pude otorgarles un color en concreto. Siempre pensé que eran negros, no obstante, en ese momento reflejaban un gris más profundo, pigmentados, enmarcados por unas largas pestañas. Reparé simultáneamente en la forma de su cara, la curva de su nariz y lo rellenos e incitantes que lucían sus labios, levemente partidos.

Estábamos tan cerca que sólo tenía que inclinarme un poco para eliminar la escasa distancia que había entre nosotros, estaba tan, tan cerca...

—Suéltame, no pienso repetirlo—dijo con voz tan fría como el hielo y la obedecí de mala gana, porque, pese a su mala actitud, su cercanía no me desagradaba del todo.

Se masajeó la parte donde la había tomado y después se puso un largo mechón de cabello oscuro tras la oreja.

— ¿Y bien? Habla. No quiero que las personas nos vean juntos y se hagan ideas erróneas.

— ¿Erróneas?—enarqué ambas cejas, divertido—. Yo más bien diría que estarán en lo correcto.

Ella se cruzó de brazos, mirando a ambos lados del pasillo, que estaba desierto.

— ¿Has hablado ya con tu padre?

Me miró como si le hubiese pedido que regalara todas sus bolsas Gucci.

— ¿Eres idiota o sólo pretendes serlo?—dijo incrédula—. ¿Beber tanto te ha fundido el cerebro?

Me erguí y volví a tomar otro paso cerca de ella, buscando intimidarla, pero se mantuvo firme.

—No puedo decirle a mis padres lo que he hecho, me matarían—se pasó una mano por el cabello, preocupada y negó—. Pero creo que tengo otra solución.

— ¿En serio?—Leah alzó el rostro para mirarme y nuevamente, estábamos tan cerca el uno del otro que incluso podía notar su leve temblar—. Porque te he visto tan feliz los últimos días que he llegado a pensar que te gusta ser la señora Colbourn.

Sonrió con desdén y con el reflejo del sol, sus ojos adquirían un color azul oscuro, no gris.

—Créeme, no hay nada que desee más que terminar con esta pesadilla.

—Para ser alguien que quiere terminar con esto tan ansiosamente, yo esperaría que ya tuvieras una solución sobre la mesa.

—Me importa una mierda lo que tú esperes, Alexander.

Diablos, estaba prácticamente encima suyo. Sólo tenía que inclinarme unos centímetros para tomar su incitante y maldita boca. Quería ver sus labios tan hinchados como aquella vez en el motel.

Y entonces, cuando estaba a punto de cometer la mayor estupidez de mi vida—por segunda vez, debía añadir—, Jordan apareció entre nosotros, aclarándose la garganta.

Ambos dimos un respingo y tomé unos cuantos pasos de distancia por instinto.

— ¿Interrumpo algo?—mi amigo se colocó junto a Leah, quien, como siempre, me mandaba miradas de advertencia. Yo simplemente negué sin perder la compostura.

Parecía receloso y un poco descolocado por lo que acababa de presenciar.

—No, sólo le pedía a Leah un bolígrafo de punta fina, ya sabes, el señor Dott odia que tracemos con punta gruesa—expliqué rápidamente, antes de que ella pudiera decir algo distinto.

—Le he dicho que no llevo uno—completó y Jordan se apresuró a sacar uno de su mochila, que yo acepté buscando parecer convencido de lo que estaba haciendo.

—Gracias, amigo.

No dijo nada más, pero continuó mirándome suspicaz. Me di la vuelta y me dispuse a salir del lugar sin mirar a ninguno de los dos.

¥

Los mensajes no se detuvieron ese día, ni me dieron tregua durante la noche, así que decidí presionar un poco las cosas. La sutileza y amabilidad con Leah no iban a funcionar, debía insistir hasta que la estirada arpía me prestara atención y ya tenía un plan para conseguirlo.

Al día siguiente, me senté en la misma mesa de los chicos dentro de la cafetería durante una de las horas libres y me regocijé en la satisfacción que me generó percibir la tensión inmediata en el cuerpo de Leah al sentarme junto a ella.

Sabía que no le era totalmente indiferente, porque si así fuera, entonces no demostraría ninguna emoción teniéndome tan cerca; sin embargo, las reacciones que ella tenía eran obvias y me atrevería a decir que incluso intensas.

Nadie pareció prestarle importancia a que hubiese hecho algo tan fuera de lugar como sentarme junto a la princesita de los McCartney, así que aproveché el poco espacio que había en la mesa redonda para pegarme a ella, a tal punto que nuestros brazos se rozaban.

Estaba tan tiesa como una tabla y resultaba tan, tan divertido.

—Estoy harto de Dodders, lo juro—se quejó Ethan, negando enérgicamente—. La próxima vez que vea a esa chica detrás de mí, voy a aventarle una silla.

Todos reímos en la mesa.

— ¿Por qué?—preguntó Edith comiendo de un engrudo tan asqueroso que ni siquiera soportaba mirarlo, pero según ella, era avena. Odiaba la avena.

—Hoy en la mañana parecía que el edificio se estaba incendiando, porque el pasillo principal estaba lleno de gente tan lenta—espetó Ethan, negando—. Si la escuela realmente se hubiese estado quemando, ya nos habríamos muerto diez veces por culpa de esos idiotas.

Otra ola de carcajadas inundó la mesa y Leah se removió incómoda junto a mí, buscando pegarse más a Jordan, que permanecía sentado a su lado izquierdo.

—¿Pero qué tiene de malo Isabella Dodders?—inquirió Jordan aún sonriendo—. Siempre te desvías del tema, Ethan.

—Eres un asco para contar historias—comenté, negando.

Él me respondió con una mueca mordaz y volvió a pasarse la mano por sus rizos oscuros.

—Sí, sí. El punto es que mientras caminaba miserablemente para llegar a clase en ese montón de idiotas, Isabella. No. Paraba. De. Pisarme. El. Talón. Estuve así—hizo una seña con la mano para demostrar su poca paciencia— de girarme para darle una bofetada.

No pude contener la carcajada que salió de mi garganta. Definitivamente mi actividad favorita entre clases era escuchar las estupideces que le sucedían a Ethan. No tenía idea de qué brujería le habían hecho para tener tan mala suerte.

—Pero claro, como soy un caballero—se irguió dándose importancia, al tiempo que Leah, Sara y Edith soltaban un bufido—, no lo hice, y en cambio, me giré para decirle que la próxima vez que volviera a pisarme el talón iba a romperle el pie.

Mientras todos reían y trataban de recuperar el aire con las tonterías que contaba Ethan como si fueran la mayor tragedia de su vida, coloqué mi mano sobre el muslo de Leah, rozándolo apenas. Ella reaccionó al tacto de inmediato y su sonrisa se desvaneció al instante. Miró mi mano cautelosa y le di un leve apretón sin despegar la vista del frente y fingiendo prestar atención a la próxima idiotez que saldría de la boca de nuestro amigo.

Trató de apartar mi palma con disimulo, sin éxito y en un rápido movimiento, tomé sus dedos hasta que estuvieron prácticamente entrelazados, regalándole otro apretón. Todavía asegurándome de que nadie nos prestaba atención suficiente, me las arreglé para entregarle una nota depositándola en el interior de su mano, el tacto tan suave y cálido como lo recordaba, para después dejarla ir y ponerme en pie con brusquedad.

—Tengo cosas que hacer—me disculpé y miré a Leah bajo la excusa de despedirme de cada uno de los ocupantes, quien apretaba en un puño la nota que le había dado—. Nos vemos luego.

Salí de la cafetería sin darle importancia a los alegatos de los chicos.

Media hora después, mientras estaba en clase de tecnología y sistemas de producción con el señor Robins, quien no paraba de balbucear sobre un tema que hizo a mi cerebro desconectarse a los seis minutos, recibí un mensaje.

Vibró y lo extraje del bolsillo de mi pantalón. Miré el celular lo más disimuladamente posible—porque podía jurar que ese hombre tenía ojos en la espalda y un radar para los celulares—. Contuve la respiración, pensando que sería otra amenaza.

Arpía: ¿Por qué no puedes ser una persona normal y mandar un mensaje por aquí?

Una sonrisa se deslizó por mi rostro incluso antes de que pudiera notarlo y respondí el mensaje de Leah.

Alex: ¿Dónde está la emoción en hacer eso?

Arpía: Yo apostaría más bien a que tu cerebro no tiene la capacidad suficiente para usar un teléfono correctamente.

Siempre a la defensiva. Tuve que luchar horrores para no soltar una carcajada.

Alex: Te sorprendería saber de lo que mi cerebro es capaz.

La respuesta llegó un segundo después.

Arpía: Lo dudo. Te veré en ese café que escribiste a las seis. Llega puntual.

Alex: Tu TSOE siempre a tus órdenes.

Arpía: ¿Mi qué?

Alex: Tu Siempre Obediente Esposo.

Una sonrisita maliciosa se extendió por mi rostro, que se ensanchó cuando Leah mandó un emoji dejando en claro que no le había hecho gracia la broma. Podía imaginarla gruñendo y con los cabellos de punta, como toda la energúmena que en realidad era.

Había descubierto en los últimos días que me gustaba desequilibrarla, desconcertarla y hacerla bajar de su inmaculado pedestal de superioridad para que mostrara su vulnerable lado mortal.

Alguien estrelló un libro fuertemente sobre mi mesa y di un respingo. El señor Robins me miraba desde su altura con sus redondos anteojos de botella y su cabeza calva que reluciendo bajo la luz como una fea bola mágica que solo predecía desgracias para el futuro.

Me sacó de la clase antes de que pudiera decir algo. ¿No había dicho que tenía un radar?

¥

El café donde la había citado estaba prácticamente vacío.

Lo conocía de las veces en que había los ayudado realizando un par de sesiones para promocionarse y, aunque era bastante conocido, a esas horas de la tarde la clientela bajaba considerablemente porque los estudiantes que asistían a la preparatoria de enfrente terminaban sus actividades temprano.

Podía resultar pequeño y silencioso, pero era más difícil hacerte notar en un lugar como ése, y nosotros, por el tipo de personas que éramos, necesitábamos evitarlo lo más posible.

Así que ahí estaba yo, sentado en una mesa para dos personas en una esquina, con una taza de café en las manos y esperando a una chica que no debería representar nada para mí.

Diablos, en un día normal ni siquiera debería estar esperando por ella.

Leah McCartney debería ser irrelevante para mí, pero no lo era. Sí, parte de ello se debía a que ahora éramos esposos sin siquiera planearlo, pero sabía que eso no era todo. No tenía idea de porqué ella representaba algo más.

No sabía porqué sentía la necesidad de hablar con ella, pelear con ella y saber más de ella, pero la sentía. Así que por ello permanecía esperando, confiando en mis instintos.

O algo por el estilo.

Ya había pasado media hora desde lo acordado y seguía sin aparecer. Resoplé. ¿Por qué había insistido en que yo llegara temprano si ella iba a aparecerse hasta el día siguiente?

— ¿Necesitas algo más?—preguntó la mesera, afable. Su complexión era menuda, sus ojos brillantes y su clara cabellera estaba recogida en una larga cola de caballo.

—Estoy esperando a alguien—sonreí con la misma emoción.

Ella me sonrió a su vez.

—Oh, en ese caso—se acercó para abrir la carta en mi mesa y señalarme un postre, su cuerpo a una muy corta distancia del mío—puedo recomendarte la tar...

Alguien se aclaró la garganta con demasiado dramatismo y ambos levantamos la vista al mismo tiempo.

Oh por Dios.

Tuve que luchar horrores por no partirme de risa en ese momento.

Leah se bajó un centímetro los enormes lentes oscuros que cubrían sus ojos y le lanzó una mirada asesina a la camarera, pero no supe si lo hizo para alejarla o porque aquélla era la manera en que miraba a todo el mundo.

—Iré por un menú para ti—se disculpó la muchacha tomando más distancia, repentinamente nerviosa—. Los atenderé en un momento.

Salió corriendo como un perrito asustado un segundo después. ¿Y cómo no iba a asustarse si Leah parecía una versión renovada de Cruella de Vil?

La miré divertido mientras se quitaba la pesada gabardina negra para dejar al descubierto una blusa manga larga del mismo color con un escote muy revelador y se acomodó el enorme sombrero de ala negro sobre la cabeza, sin retirarse los anteojos.

—Veo que no pierdes el tiempo—dijo cortante.

— ¿Yo? ¿De qué hablas?—apenas podía contener la risa para hablar.

—Tienes el agua hasta el cuello y sigues ligando como si nada.

— ¿Te molesta?—le sonreí de manera sugerente, pero no pude ver sus ojos por los lentes.

—Puedes hacer de tu culo un papalote, Alexander. No me importa en lo más mínimo—sentenció y mi sonrisa de ensanchó.

—Gracias, lo tendré en cuenta—sorbí del café y la miré largo y tendido. Se veía tan ridícula con ese atuendo—. ¿No crees que llamas más la atención yendo así vestida?

—No. Imagina que alguien se dé cuenta que estamos aquí. He tenido muy malas experiencias con reporteros y lugares públicos y lo último que quiero es que saquen una foto de nosotros dos—se inclinó sobre la mesa, obsequiándome una preciosa vista del inicio de sus pechos—, porque entonces no tardarán en especular que tú y yo tenemos algo que ver.

—Pero sí lo tenemos, ¿no?

—No por mucho tiempo—dijo en tono frío.

La camarera llegó en ese momento con un menú, pero Leah ni siquiera se molestó en abrirlo.

—Quiero un americano, negro. Uno de azúcar, por favor—le regresó la carta y la muchacha obedeció al instante.

Yo la miré enarcando ambas cejas.

—Pensé que eras el tipo de chica que pedía un montón de especificaciones en su café, hasta que era todo menos café.

Leah amagó una sonrisa y seguí de cerca el movimiento de sus labios. Debía reconocer que tenía una sonrisa bonita.

—Soy una chica fácil de complacer.

—En eso estamos de acuerdo—me incliné colocando los codos sobre la mesa y el gesto se desvaneció.

—Ya tengo una idea de quién puede ayudarnos a salir de esto—mencionó de pronto, buscando cambiar de tema y yo la insté con una seña a continuar—. Debo hablar con él primero, pero creo que no va a negarse.

— ¿Un abogado?

Ella asintió.

—Veo que tienes mucha prisa porque esto termine—apunté con humor.

—Esto fue un error—acotó severa—. Y uno muy grande, lo mejor que podemos hacer es resolverlo lo más rápido posible.

— ¿Un error? ¿Tan mal estuve?—Leah se mantuvo en silencio, lo que me motivó a continuar—. Por lo que yo recuerdo, tú no dejabas de pedir más.

Se bajó los lentes oscuros para fulminarme con la mirada, se removió incómoda en la silla y se abanicó con la mano. La camarera depositó su café sobre la mesa en ese momento y se dispuso a beber.

—Deberías pedir algo más—comenté, solo para hacer conversación—. Eres demasiado delgada.

— ¿Quién eres tú para decirme eso?—inclinó su cabeza al lado, desafiante.

—¿Actualmente? Tu esposo—disfruté de la mueca de exasperación que compungió sus facciones.

—No por mucho tiempo. Entre más rápido termine esto, menos posibilidades hay de que mis padres me crucifiquen—sentenció y yo solté una risita baja.

—¿Por qué tanta prisa? Que nuestros padres se odien, no quiere decir que tú y yo no podemos ser amigos, Leah. Lo prometo, no muerdo.

—Viniendo de ti, yo diría que podrías pegarme hasta la rabia—me cortó displicente y se retiró los lentes, dejando sus vibrantes ojos al descubierto—. No quiero ser tu amiga, Alexander.

Una sonrisa maliciosa jaló de la comisura de mis labios.

—Entonces podemos ser más que amigos—rocé su pie con el mío bajo la mesa, un leve toque, casi inocente y ella lo retiró al instante, encuadrando los hombros.

—Lo único que quiero es divorciarme para ya no tener que dirigirte la palabra otra vez—escupió, ofuscada.

—Y yo lo único que quiero es que me montes igual que en ese motel de Las Vegas, pero no todo lo que deseamos se nos concede, ¿o si?

Pareció atragantarse con su café.

—No lo recuerdo, y si no lo recuerdo, entonces no pasó.

—Pero yo lo recuerdo.

—¿Así es como ligas?—parpadeó, fingiendo inocencia—. Porque si es así, no sé cómo consigues llevar chicas a tu cama.

—No lo sé—me recargué en la silla, ofreciéndole una vista más completa de mí, que sabía ella estaba bebiendo aun a pesar de no querer hacerlo—. Pregúntatelo frente al espejo—le regalé una de mis mejores sonrisas, y Leah la observó sin perder detalle.

Movía el pie bajo la mesa y tamborileaba los dedos sobre la superficie. No quería demostrarlo, pero estaba nerviosa. Nuevamente podía sentir la misma tensión que se había construido entre nosotros cuando la intercepté en el pasillo.

— ¿Estás coqueteando conmigo?—enarcó una ceja, incrédula.

—No—me acerqué más sobre la mesa—. ¿Quieres que lo haga? Porque podría no haber vuelta atrás, soy encantador.

—Yo más bien diría que eres idiota.

Me sonrió desdeñosamente y le correspondí. Aquel juego de estirar y aflojar estaba regalándome el tiempo de mi vida.

— ¿Y bien? ¿De qué querías hablarme?—dijo después de algunos segundos en silencio, volviendo a adquirir el mismo tono autoritario.

—Negocios—acoté con la misma emoción.

—Te escucho.

—Necesito que no termines con el matrimonio inmediatamente—pedí y no pude descifrar la expresión que se asentó en su rostro.

—¿Por qué?

—Necesito que me ayudes en algo, Leah.

Suspiré y me preparé para el discurso que iba a darle.

—Tengo problemas, y necesito de ti para resolverlos.

—¿Qué tipo de problemas?—frunció el ceño.

—Debo dinero a unos tipos—lo dije lentamente para que ella comprendiera y esperando que no hiciera muchas preguntas.

— ¿Qué tipos? ¿Por qué? ¿Es mucho?—pareció interesada de pronto y se inclinó también sobre la mesa.

Ya, era mucho pedir que no hiciera preguntas.

—Eso no importa ahora. Lo que necesito es que me ayudes a conseguirlo.

Se dejó caer en la silla, con una expresión de incredulidad en el rostro.

—No me digas, y quieres que permanezcamos casados por bienes mancomunados para así poder robar mi fortuna, ¿no?—negó sin poder creérselo y yo la miré enfadado—. Hasta donde yo sé, tus padres también están pudriéndose en dinero.

—No, no necesito tu dinero—aclaré—. Escucha, puedo obtener el dinero que necesito de la parte de la herencia que mi abuelo tiene reservada para mí, lo único que tengo que hacer es cumplir con la condición que me impuso.

—¿Y qué condición es ésa?

La observé por un momento, calibrando su rostro para anticipar su reacción.

—Tengo que casarme y presentarle a mi esposa.

Se mantuvo impasible, para después palidecer de ira en un segundo.

—Así que realmente planeaste esto, ¿no? La idiota de Leah no se dará cuenta que la he hecho mi esposa solo para conseguir el dinero—estaba seguro de que en su mente estaba incinerándome vivo—. Sabía que tú me habías abducido.

—¡Yo no planeé esto!—levanté el tono de voz una octava y los pocos clientes en el lugar fijaron su vista en nosotros. Los ignoré y me centré en ella, acercándome lo suficiente para que me escuchara susurrar—. ¿Crees que yo quiero estar atado a una arpía obsesiva como tú? No lo he planeado, y daría lo que fuera porque esto jamás hubiese ocurrido, pero ya que estamos aquí, debo aprovecharlo, ¿no crees?

Me miró escéptica.

—¿Y cómo se supone que tu abuelo te entregará el dinero?

—Debes venir conmigo a Inglaterra.

Sus ojos casi se salen de sus cuencas tras la respuesta.

—Estás demente, ¿qué le diré a mis padres?—negó, cada vez menos convencida.

—No lo sé, cualquier cosa. Realmente necesito tu ayuda, Leah.

Se mordió el labio, pensando en sus posibilidades.

— ¿Cuánto dinero debes, Alexander? Tal vez yo pueda dártelo, con tal de no estar más tiempo en esta situación.

—No lo creo.

Clavé la vista en la mesa, considerando el decirle o no, pero al final, decidí arriesgarme.

—Debo cinco millones.

—Joder, ¿no quieren un riñón tuyo también?—se mordió una uña, pensativa.

—Lo mejor que puedes hacer es acompañarme y después te dejaré libre.

Alzó la vista de pronto, con su ceño profundamente arrugado y los labios muy fruncidos. No tuve que ser ningún adivino para saber que la había cagado a juzgar por su furioso semblante.

—¿Quién eres tú para imponerme condiciones? No necesito de tu consentimiento para divorciarme. Lo siento, Alexander, pero no voy a ayudarte con esa locura. El problema es tuyo, no mío, no me embarres en tu mierda. Iré a ver al amigo de mis padres con o sin ti y terminaré con esto cuanto antes.

Se puso en pie antes de que yo pudiera reaccionar, metió la mano en su bolso y dejó varios billetes para pagar la cuenta.

—Leah, escucha...

Me incorporé junto a ella y la detuve del brazo cuando estaba por irse. Inspiró profundamente.

—Tienes una manía increíble por tomarme como te plazca y eso me molesta muchísimo—se deshizo de mi agarre con brusquedad y salió del lugar envuelta en la pesada gabardina.

Permanecí de pie en el lugar mientras la contemplaba irse, con la presión en mi cabeza creada por los problemas amenazando con aplastarme en cualquier momento.

Mierda. ¿Ahora qué?

¥

Heeeeeey, volví.

¿Qué tal, cómo están? ¿Me extrañaron?

¿Qué creen que pasará en los siguientes capítulos? Estoy ansiosa por leer sus comentarios.

¿Ya les dije que me encantan los capítulos kilométricos?

El siguiente capítulo irá dedicado al primer comentario.

Con amor,

KayurkaR.

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