—¿Cómo dices? —mamá se aparta de mí de golpe y se mira de pies a cabeza como si buscara algún signo de algo, cosa que claramente no encontrará—. Creo que te he escuchado mal.
—Me has escuchado perfectamente.
—No, estoy segura de que pasó un coágulo por mi cabeza mientras hablabas.
—¿De verdad me harás repetirlo?
—¡Sí!
—¡Estoy embarazada, mamá! —exclamo exasperada, pero de todas formas siento un mínimo peso menos encima. No puedo dejar de llorar—. Lo siento, ¿sí? Yo no... no quería, no lo planee y te prometo que he sido cuidadosa siempre desde que tuve a Cassia. Con Diego siempre nos cuidamos, no sé cómo pasó.
—Deberías saber, como futura profesional de la salud que ningún método es cien por ciento efectivo.
—Ya, pero hay que tener muy mala suerte como para que tomando pastillas anticonceptivas y usando preservativo pase.
—Las cosas pasan cuando tienen que pasar.
—¿De verdad crees en eso?
—Sí, pero eso no significa que esto no me tome desprevenida.
—Papá me va a matar.
—¿Cuántos meses tienes?
—Yo... no lo sé. Deben ser más de dos meses, no lo sé. Lo supe hace solo dos días, todo ha sido un poco borroso desde entonces y creí... —me detengo sin saber si continuar o no, si lo que voy a decir a continuación terminará por desatar la furia de mi madre que hasta el momento está bastante tranquila aunque sus ojos brillan con algo que no es precisamente felicidad—. Necesitaba hablar contigo. No podía... no podía volver a pasar por todo esto sola. Ni siquiera sé cómo fue que pude hacerlo antes.
—Espera aquí.
Sale de la habitación, lo que me desconcierta un poco. Esperaba que me gritara, que me abofeteara o me dijera lo decepcionada que está de mí, pero no que me dejara sola después de que le confesara que no me sentía capaz de hacer todo esto sola. Intento controlarme, pero mi llanto se vuelve más desconsolado cuando me doy cuenta de eso, no sé qué esperaba pero claramente no era esto.
Cuando mamá regresa unos diez minutos después, estoy hecha un ovillo en su cama sin dejar de sollozar. Ella me levanta con facilidad a pesar de ser una persona menuda, supongo que sus años como enfermera han ayudado a mejorar todo lo que significa movilizar a sus pacientes, en este caso a mí. Se sienta a mi lado y me seca las lágrimas con delicadeza.
—No sirve de nada seguir llorando y no le hace nada bien al bebé, así que te vamos a secar esas lágrimas, vas a ir a lavarte la cara y a prepararte porque iremos al médico.
—¿De qué hablas? Es viernes por la tarde, supongo que sabes lo imposible que es conseguir una hora con un médico.
—Claro que lo sé, pero también sé que en este país todo funciona mediante contactos y resulta que trabajar en salud te abre muchas puertas —se encoge de hombros—. Llamé a una ginecóloga conocida, era amiga de Edith cuando estudiábamos en Santiago y lo seguían siendo, solo tuve que pedirle un pequeño favor y no pudo negarse, después de todo no es solo mi nieto o nieta que viene en camino, también es de Edith. Tenemos que comprobar que todo está bien.
—¿No estás enojada conmigo?
—Enojada no estoy, tal vez un poco asustada y preocupada pero creo que sabes que eso viene en el paquete de maternidad. Desearía con toda mi alma ponerte a ti y a tus hermanos en una burbuja y que sean niños para siempre pero sé que no será posible, sé que los tres ya están grandes y no hay nada que pueda hacer para detenerlo —me rodea con sus brazos y besa mi frente—. Sé que eres capaz de hacer esto sola como la primera vez, pero no lo harás. Mamá siempre estará a tu lado, me alegra que me lo hayas contado enseguida.
—Eres la única persona que lo sabe hasta ahora.
—Juntas saldremos adelante, no será fácil pero lo haremos.
—Gracias, mamá. No sé qué sería mi vida sin ti.
—Sí, sí lo sabes pero por el momento, prefiero que sigas necesitándome de vez en cuando.
***
La consulta está casi vacía, supongo que por eso pudieron darme la hora tan rápido. Ya sé que fue suerte que mamá conociera a una ginecóloga pero no siempre es posible que te vean unas pocas horas después de que mamá llamara.
Conozco a la doctora Freire, ha estado en mi casa y fue a la primera ginecóloga que fui en la vida, cuando apenas tenía doce años y todavía ni siquiera me llegaba mi periodo. A medida que fui creciendo, comencé a ir a otra ya que no me sentía demasiado cómoda con una mujer que me conocía desde pequeña y que era amiga de mamá.
De todos modos, sé que me recuerda y me recibe con un abrazo luego de haber hecho lo mismo con mi madre. Nos sentamos frente a su escritorio y comenzó a tomar mis datos, el motivo de mi consulta y todo eso que preguntan los médicos aunque saben muy bien por qué estás ahí. No tengo ánimo de ser demasiado conversadora, por lo que voy al grano de una vez.
—Estoy embarazada.
—¿Sabes cuándo fue tu último periodo?
—Creo que hace unos dos meses, pero no lo noté hasta hace unos días. Estoy pasando por mucho estrés últimamente y creí que era por eso.
—¿Cuándo hablas de mucho estrés, te refieres a la universidad?
—Entre otras cosas —me encojo de hombros—. Supongo que sabe que tengo ya una hija de casi tres años.
—Sí, lo sé. No sé si esto te incomode, pero ¿el padre sabe que estás embarazada?
—Está en coma así que no, no puede saberlo.
Me mira sorprendida pero sin cambiar su cara seria, definitivamente no se esperaba esa respuesta y yo tampoco esperaba decirlo así, tan fríamente cuando por dentro me quema las entrañas y casi no me deja respirar con normalidad.
—¿Es una especie de broma?
—Desearía con toda mi alma que lo fuera. Tuvo un accidente, ha pasado un mes y dos días y no parece querer despertar. Parece una maldita novela dramática, ¿no? La pobre chica a la que se le muere el novio pero le deja un recuerdo viviente de él dentro de ella. Poético.
Mamá y la doctora se miran por varios segundos, incomodas y sin saber cómo continuar. Creo que me excedí un poco.
—Lo siento, no pude evitarlo. A veces hablo sin pensar.
—No pasa nada, siento mucho lo que estás pasando y sé que es difícil pero de alguna forma tenemos que cuidar a ese bebé que viene en camino. ¿Estás viendo algún terapeuta?
–Sí, veo periódicamente a un psiquiatra y a veces tengo sesiones con una psicóloga. Aunque... —me quedo en silencio un momento porque sé que esto molestará a mi madre— no he ido el último tiempo, la verdad es que mi vida está dando vueltas entre tres cosas, mi hija, Diego y la universidad y no encuentro tiempo para nada más.
—Es importante que te des un tiempo para ti, para sanar porque nadie puede solo, menos con toda esta carga emocional que llevas sobre la espalda. Por el bien de tu hija y de tu bebé que viene en camino, debes retomar el tratamiento completo, y con eso no me refiero solo a los medicamentos.
—Lo sé, lo haré.
Miro a mamá para que se tranquilice pero sé que esto será motivo de una larga charla cuando vayamos de camino o cuando lleguemos a la casa. Sé que me he descuidado a mi misma y por lo tanto, también he descuidado a mi hija porque si yo no estoy bien, ¿cómo puedo cuidarla de la forma correcta?
—Muy bien, creo que ya hemos hablado demasiado —la doctora se levanta con una sonrisa y apunta la camilla al otro lado de la sala—. ¿Qué te parece si hacemos las presentaciones formales con tu bebé?
—Está... Está bien.
Me pongo de pie y me dirijo a la camilla, un pequeño recuerdo de la primera vez que hice esto viene a mi mente y se me forma un nudo en la garganta. La primera vez que vi a Cassia, la primera vez que oí latir su corazón fue la primera vez que sentí esperanza, que creí que la vida podía al fin darme algo por lo que seguir adelante, algo por lo que vivir. Tengo mucho miedo de no sentir lo mismo con este bebé, todavía no siento que lo lleve dentro de mí, todavía es para mí un accidente y me siento terrible por eso.
Me acomodo y me subo la camiseta, un escalofrío me recorre al sentir el gel frío en mi abdomen y luego el transductor que enseguida proyecta una imagen en blanco y negro de lo que sería mi hijo pero que no logro distinguir. La doctora lo mueve de un lado a otro antes de sonreír y apuntar un punto pequeño que no alcanza a ser más que un poroto.
Estrangulo la mano de mamá que está a mi izquierda cuando lo veo y sin poder evitarlo, comienzan a caer un par de lágrimas por mis mejillas cuando escucho el primer latido de su corazón. Tan fuerte y firme como el de Cassia, tan lleno de vida, tan lleno de esperanza.
—Todo está en perfectas condiciones, Effie. Tienes apenas diez semanas pero todo parece en orden.
—¿Diez?
—Sí, diez.
Sigo llorando silenciosamente porque tengo miedo de que un mínimo ruido opaque ese hermoso sonido. Se me pone la piel de gallina de un momento a otro y miro hacia mi mano derecha, parece vacía pero en el fondo de mi corazón siento que Diego me la está sosteniendo y estrangulando levemente como sé que haría si estuviera físicamente aquí.
Luego de un par de recomendaciones y palabras de ánimo de parte de la doctora, con mamá nos vamos al auto más silenciosas que nunca. Ella nunca tuvo la oportunidad de ver una ecografía de Cassia hasta que ya tenía casi dos años, pero a este nuevo bebé lo está conociendo desde el principio y eso la emociona y a la vez le duele, me hace sentir tan egoísta por haberle ocultado algo tan importante siendo que yo también la necesitaba a mi lado.
Mientras voy mirando la foto impresa de mi ecografía, pensando que es lo más bonito de la vida y que la guardaré junto a las que tengo de Cassia, mi teléfono suena más fuerte que nunca y mi estado de alerta se activa de inmediato al ver que es Consuelo. Puede que no sea nada como puede que sea todo, esa llamada puede significar que despertó o que ya no lo hará más, pero también puede ser que llame solo para saludar y aunque deseo con toda mi alma que sea eso, por alguna razón sé que no lo es.
—¿Qué ha pasado?
—Di-dicen que ha sufrido un paro cardio... cardiorrespiratorio —no modula demasiado bien pero entiendo perfectamente lo que dice. Se detiene un momento y mis nervios comienzan a colapsar—. Llevan reanimándolo unos diez minutos.
—¿Está vivo?
—N-no lo sé. Me sacaron de la sala y no sé que está pasando ahora.
Se me cae el teléfono de las manos y la felicidad de hace un momento me parece demasiado lejana, ahora en lo único que pienso es que tengo que volver a Santiago, tengo que volver antes de que se vaya, necesito poder despedirme, necesito estar a su lado si decide dejarnos. No debería haber salido nunca de la ciudad, si solo hubiese estado ahí... Probablemente no hubiese podido hacer nada pero estaría a su lado y eso era suficiente.
Doy un golpe a la puerta del auto mientras mamá me mira preocupada sin entender nada pero eso no me importa. No puedo creer que la vida sea tan hija de puta, justo cuando me estoy cuestionando que me tiene preparada alguna cosa buena, viene y se ríe en mi cara, me pone en situaciones que cada vez me van consumiendo una y otra vez, sobretodo por el hecho de pensar en que el primer latido de nuestro hijo tal vez haya sido al mismo tiempo que el último suyo.