Capítulo 74: Medidas desesperadas

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Nuevamente no soy consciente de cómo es que llego viva hacia el departamento, cuando abro la puerta los veo a ambos en el sillón frente al televisor. Diego está vestido con unos jeans y una camiseta negra y mi hija con un vestido floreado que le compramos en México, la imagen es hermosa pero en estos momentos solo puedo pensar en una cosa.

—¿Cómo te fue? —es lo primero que pregunta Diego al verme abrir la puerta.

—Abrázame, por favor.

Me acerco a él y él se levanta con rapidez para llegar hasta a mí y rodearme con sus fuertes brazos. Hasta que no hundo mi cabeza en su pecho e inhalo su aroma, no soy capaz de tranquilizarme y una vez que lo hago, comienzo a contarle todo. Mis latidos se comienzan a acelerar nuevamente cuando termino de contarle mis mayores temores.

Diego se aparta de mí y comienza a dar vueltas por toda la sala, Cassia se queja un momento cuando pasa por delante del televisor y no la deja ver. Luego lo perdona porque se acomoda a su lado y la rodea con un brazo antes de pedirme que me siente también a su lado.

—No sé qué voy a hacer ahora, tengo mucho miedo.

—Lo que vamos a hacer ahora —hace énfasis en la palabra «vamos» confirmándome una vez más lo que ya sabía, que no me dejará sola— es tranquilizarnos, juntos vamos a encontrar una solución.

—¿Pero qué solución? En estos momentos lo veo todo negro.

—Bueno, podemos empezar convenciendo a todos de que Cassia es mi hija, que tuvimos una recaída hace tres años y quedaste embarazada. ¿Y qué mejor ocasión que el almuerzo de hoy en casa de tus padres? Estará lleno de gente, de gente chismosa que se debe llevar preguntando más de un año quién es el padre de tu hija, bien, pues se lo presentaremos.

—¿Harías eso por mí? ¿Por nosotras?

—Eso y mucho más —me da un beso en la frente y luego uno a mi hija—. Investigaré todo lo que pueda sobre cómo hacer que le pongan mi apellido, que en ningún registro exista que tiene algún parentesco con ese idiota, no la encontrarán ni aunque revisen todos los archivos posibles. Te lo prometo.

—¿Cómo puedes hacer eso? Supongo que ni siquiera es legal.

—Todos sabemos que en este país, lo legal es subjetivo y además, esto tiene un motivo importante. Pelearé por ustedes hasta el final, Lizzie, y creo que solo conozco a una persona que puede ayudarnos a hacerlo bien pero no creo que te guste.

—¿Quién?

—Tu padre.

Me quedo paralizada un momento. La relación que tengo con mi padre cuelga de un hilo, recién estamos olvidando ese pasado horrible y pedirle algo como eso es demasiado, no nos ayudará.

—No —es lo único que logro decir.

—Es la única opción que tenemos.

—No, debe haber otra.

—Tu padre tiene contactos que muy pocas personas tienen, es un hombre importante y a pesar de todo que ha pasado, el daría su vida si sabe que la tuya y la de Cassia podrían estar en peligro.

Me quedo pensando un momento y al final lo decido. Tiempos desesperados, requieren medidas desesperadas.

Supongo que no perdemos nada con intentarlo.

Nos ponemos en camino hasta mi antigua casa antes de la hora para poder hablar con papá antes de que llegue toda la gente. Diego estaciona frente a la entrada donde todavía no hay ningún vehículo extra y nos apresuramos en entrar a la casa.

Cartas a BenjamínWhere stories live. Discover now