Capítulo 34: Bonita pareja

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Estoy recostada sobre Diego, mi cabeza descansa a la altura de un pecho y siento que con su mano recorre mi columna lentamente, provocando algunos escalofríos. Su respiración se va haciendo cada vez más lenta al igual que la mía y levanto la cabeza unos centímetros solo para poder volver a besarlo.

Mi teléfono comienza a sonar más fuerte que nunca, rompiendo completamente el momento pero yo decido ignorarlo, estoy tan cómoda como estoy que nadie me sacará de aquí.

—¿No contestarás? —pregunta levantándose un poco pero no lo suficiente para que yo me mueva.

—No.

—¿Y si es algo importante?

—No lo creo.

Cuando ya suena por tercera vez, me preocupo y corro a buscarlo entre mi ropa esparcida por el suelo. Veo que tengo tres llamadas perdidas de papá, así que marco su número antes de volver a la cama, donde Diego me espera con los brazos abiertos. Me acomodo bien y él me rodea con ellos mientras escucho la voz de mi papá al otro lado de la línea.

—¿Qué pasa, papá?

—¿Por qué no contestabas? Te he estado llamando hace rato.

—Tú tampoco contestaste en la tarde y estaba en la ducha.

Mi acompañante me hace un poco de cosquillas al escuchar la mentira que acabo de decir y sin querer lanzo una risotada.

—¿Qué es tan gracioso?

—Nada, solo me acordé de un chiste que escuché en la tele.

Le hago un gesto a Diego para que deje las cosquillas si no quiere que mi padre sepa que estamos compartiendo la cama y no de una manera que a él le gustaría.

—¿Por qué me llamabas? —pregunta mi papá y parece preocupado.

—La reserva del hotel era para mañana, no había ningún otro hotel disponible así que vinimos a la casa de acá. Fue la única solución que encontré que no fuera dormir en el auto.

—Ya ves por qué te envié a ti —imagino que está sonriendo orgulloso, si supiera—. Sabes solucionar los problemas en un segundo.

—Sí, sí, lo que tu digas.

—Tu madre pregunta si arreglaste tus diferencias con Diego.

—No —intento con todas mis fuerzas parecer seria—, no me interesa arreglar nada, tiene suerte que no lo dejé fuera de la casa. Al menos eligió la habitación más alejada y así tal vez solo tenga que verlo lo necesario.

Vuelve a hacerme cosquillas por ser tan descarada esta vez pero alcanzo a evitar soltar una carcajada.

—Debo irme, papá. Estoy cocinando y creo que se quema. Saludos a todos. Los quiero.

Ni siquiera alcanzo a escuchar que se despide cuando corto el teléfono y lo lanzo hacia algún lugar. Golpeo a Diego en el brazo por hacerme reír mientras hablaba y luego me apego más a su abrazo.

—¿Qué pasa si no vamos a esa cena de mierda? —le pregunto luego de un rato, estoy demasiado bien entre sus brazos como para querer ir a cenar con gente desconocida y aburrida.

—Creo que tu padre nos mataría a ambos o tal vez me despediría. Créeme que no hay otra cosa que quiera más que quedarme aquí, así, contigo pero el deber nos llama.

Se intenta levantar pero yo se lo impido volviéndolo a besar, logrando que se olvide un poco de la cena pero solo por unos momentos porque después saca de algún lado una fuerza de voluntad enorme y se dirige a la ducha. En cuanto escucho el agua correr, una idea pasa por mi mente, me debato entre hacerlo o no pero al final decido que sí, no sería la primera vez que hago algo parecido.

Entro al baño lo más silenciosa que puedo, corro la cortina de la ducha y antes de que él pueda decir algo, estoy besándolo nuevamente mientras el agua comienza a caer por mi cuerpo. No quiero imaginar lo que será la cuenta del agua a final de mes ya que nos quedamos bastante tiempo ahí hasta que nos damos cuenta de que estamos muy atrasados y vamos a tener que correr.

Él se va a la que se supone será su habitación y yo vuelvo a la mía y saco el vestido de la maleta, papá me dijo que debíamos ir con ropa formal y mamá lo aprobó antes de que me viniera. Es completamente negro, llega hasta la altura de mis rodillas y tiene un escote bastante grande en la espalda pero no deja de ser elegante. Me maquillo y peino lo más rápido que puedo y luego me pongo el vestido y los tacones.

Cuando salgo, Diego me está esperando en el sillón vestido con un traje que le queda perfecto. Suelo verlo usar trajes ya que los usa en la oficina pero aun así, sigue volviéndome loca verlo así. Supongo que no soy la única que tiene debilidad al ver a un hombre vestido formal, y admitámoslo, Diego no está nada mal.

—Te ves preciosa —dice cuando me ve, se pone de pie y estira una mano.

—Gracias —tomo su mano y sonrío—. Tu también te ves bien.

Tira de mí hasta que no queda ningún espacio entre nosotros, lleva una de sus manos a mi nuca y acerca sus labios a los míos. Le respondo el beso hasta que recuerdo lo atrasados que estamos.

—Creo que debemos irnos volando —digo casi sin despegar nuestros labios.

—Lo sé, odio a quien inventó estas malditas cenas.

Lo entiendo perfectamente, me río al ver que tiene un par de manchas de lápiz labial y luego de quitárselas, voy un segundo al baño para ver qué tan mal quedó mi boca después del beso. Por suerte no tanto y lo puedo retocar.

Subimos al auto y nos vamos en silencio escuchando música hasta el hotel que no nos recibió, ya que en uno de esos salones se hará la cena. Lo increíble de todo es que el silencio ya no es incomodo como durante todo el viaje, me siento totalmente a gusto y de vez en cuando, me mira de reojo haciendo que las mariposas vuelvan a volar en mi estómago.

Llegamos y uno de los hombres de la entrada se ofrece a estacionar el auto mientras nosotros ingresamos, al parecer no llegamos tan tarde ya que solo está la mitad de la gente que debería. Llevo el brazo de Diego tomado pero no de una manera afectiva, no quiero que nadie se haga una idea equivocada.

—¿Elizabeth Grayson? —escucho a mis espaldas y veo a una señora que me parece conocida pero no sé de dónde.

—Sí.

—No puedo creer lo grande que estás, no debes recordarme pero te conozco de pequeña. ¿Él es tu novio?

—¿Qué? No, él es Diego Gassmann, abogado de Grayson's Company.

—Un placer, Diego. Yo soy Trinidad Fernández, trabajé en Grayson's Company en sus inicios. Lamento al confusión, pero déjenme confesarles que como pareja se verían increíbles.

Noto que mi cara comienza a tomar un tono rojizo y mis orejas arden, mientras mi acompañante sonríe ante el comentario como si él también lo pensara. Luego de saludar a más personas de las que hubiese querido y presentarme como la representante de los Grayson, junto con el abogado que no es mi novio como muchos también preguntaron, nos ubicaron en las mesas para la cena. La cena más aburrida de toda la historia. 

Cartas a BenjamínOnde histórias criam vida. Descubra agora