Capítulo 79: Vuelve a mí

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Mi plan de leer la respuesta en la cara del médico se va al diablo porque su mirada es tan severa y su cara tan seria que no estoy segura de si eso es algo bueno o malo. Me acerco más de lo que debería, sin importarme el espacio personal y lo lleno de preguntas antes de que sea capaz de responderme alguna de ellas hasta que finalmente, me doy cuenta de que estoy hablando incoherencias y me quedo en silencio.

—La cirugía salió bien dentro de toda la gravedad del accidente —suelto todo el aire que no sabía que estaba conteniendo y lo miro fijamente con mis ojos llorosos, esperando la mala noticia porque después de lo que vi hace unas horas es imposible que todo haya salido perfecto. He visto tantas cosas en mis años de estudiante, que no puedo ilusionarme.

—¿Pero?

—Tiene un daño interno demasiado severo, además, recibió un golpe muy fuerte en la cabeza en el accidente lo que hizo que aumentara su presión intracraneana —no, por favor no siga—. Lo hemos sometido a un coma inducido mientras lo mantenemos monitorizado, supongo que entiende que esto es necesario para proteger a su cerebro de una lesión secundaria que esta alta presión interna podría provocar, ya que si no es reducida...

—Su cerebro dejará de recibir sangre oxigenada —termino la frase por él, porque sé muy bien lo que eso significa. Me demoré más de un mes en comprender todo lo relacionado con el sistema nervioso pero lo logré.

—Exacto. Este coma inducido, le da tiempo al cuerpo para recuperarse, se reduce el flujo de la sangre y el metabolismo del cerebro, se necesita menos oxígeno y glucosa también, los vasos sanguíneos se adelgazan, disminuye la hinchazón y con esto, que exista un potencial daño cerebral secundario.

La cabeza me da vueltas por toda la información recibida, no es lo mismo que si me estuviera contando este de cualquier otra persona, un paciente al que tenga que cuidar; me está hablando de Diego, de mi compañero del vida, del padre de mi hija, de una parte de mi vida.

—¿Puedo verlo?

—El horario de visitas de la mañana terminó y todavía no comienza el de la tarde pero puedo hacer una excepción —supongo que en mi cara solo ve desesperación y por eso es que me ayuda pero no lo voy a cuestionar—. Sígame.

Comienzo a caminar detrás del médico con el corazón latiéndome a mil por hora, mi cabeza no deja de pensar y no sé cómo reaccionaré al verlo. Sé que debe estar conectado a un ventilador mecánico y que ver eso me provocará algo por más que intente hacerme la fuerte. Lo único que intento pensar es en que está bien, que sobrevivió a lo peor y ahora su cuerpo tiene que sanar internamente, tiene que pelear por su vida y por nosotras pero... ¿qué pasa si luego del coma inducido ya no despierta nunca más? ¿Si al estar sin actividad, contrae alguna infección letal para su estado o algo por el estilo? ¿Qué pasa si nunca más puedo decirle que lo amo mirándolo fijamente a esos hermosos ojos color avellana que tiene?

El médico se detiene frente a una de las puertas transparentes de la unidad de cuidados intensivos y mi corazón da un vuelvo y mi estómago se revuelve. Miro al médico para buscar su aprobación para poder ingresar y solo asiente con la cabeza.

No parece él y no puedo dejar de mirarlo, el tubo endotraqueal que sale por su boca y lo conecta al ventilador mecánico es como un recordatorio de lo frágil que puede llegar a ser la vida, de que un segundo vas conduciendo y al siguiente estás conectado a una máquina que respira por ti. Él no se merecía esto, nadie se lo merece y creo que nunca voy a entender por qué estas cosas pasan.

—Solo puedo darte quince minutos —se disculpa el médico y yo asiento—. Después tendrás que salir pero el siguiente horario de visitas es dentro de una hora y media.

Cartas a BenjamínWhere stories live. Discover now