Una noche en el Sodoma

By NayraGinory

83.8K 4.5K 629

El Sodoma es la mayor discoteca gay de la ciudad, y la de más dudosa reputación, no hay duda. Cada noche, a e... More

Introducción
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Epílogo

Capítulo 9

2.9K 200 30
By NayraGinory



No crean que me he olvidado de #UNEES a causa del revuelo ocasionado por la publicación de #ATDS (espero que vosotros tampoco os hayáis olvidado). Pues aquí llega el capítulo 9, como ya va siendo costumbre, ilustrado por la genialosísima Rosa Petrea. Les adjunto el enlace de la imagen para que puedan verla http://www.4shared.com/download/RrKIn8K2ba/IMG_0652.JPG?lgfp=3000 Como siempre, estará disponible para descarga en Epub, Mobi y PDF. Aprovecho para comentar (para el que no se haya enterado ya) que mi novela, A través del sexo, será publicada en breve por Ediciones Babylon, les dejo el enlace de la página por si quieren más info. https://www.facebook.com/novela.atds?ref=hl Muchas gracias por leer y por vuestro apoyo! Sin más, les dejo con el capítulo.

_____________________________

Todas las esperanzas que Kato había albergado sobre marcharse rápida y silenciosamente del Sodoma se evaporaron en el momento en el que Noel distinguió a Karel en medio de la multitud. El modelo había salido precipitadamente del reservado en el que habían estado para bajar con bastante apuro las escaleras de metal que llevaban hasta la zona principal de la discoteca. Kato, que no podía hacer otra cosa que seguirle, lo hizo, sintiendo que con cada escalón que le acercaba al nivel de suelo aumentaba su desasosiego, incomodidad y enfado.

No debería haberse sorprendido tanto al ver allí a Morgan, a pesar de la insistencia con la que le había pedido que no acudiera. La continua incapacidad de ese hombre para ponerse en sus zapatos era sólo comparable a su talento para incordiarle. Y sin embargo, Kato había sido tan iluso de pensar que por una noche —una sola noche— Morgan sería lo suficientemente maduro para entender que había en el mundo cosas más importantes que sus infantiles caprichos. Por una décima de segundo se sintió mal consigo mismo, mal por no haber sido del todo sincero con él, por haber intentado imponer su voluntad sobre la de Morgan, por esperar de él que no se comportara de acuerdo a su propia naturaleza, pero apartó esos pensamientos rápidamente al alcanzar el rellano.

Noel le esperaba al pie de las escaleras, poniéndose de puntillas para intentar ver de nuevo a Karel, y haciendo evidentes gestos de impaciencia. Deseando terminar cuanto antes, Kato volvió sobre sus pasos para ascender unos cuantos escalones, esperando que la altura le ayudara a encontrarles. Se apoyó con ambas manos en la barandilla y escudriñó la multitud sin ningún éxito. No había señal de Karel... ni de Morgan. Kato no supo si sentirse frustrado o aliviado. Por un lado, no tenía el más mínimo deseo de encontrase con su amante en ese momento y lugar, pero por el otro, era consciente de que no podría salir del local hasta que Noel no se reencontrara con Karel. Frunciendo levemente el ceño a causa de tal dilema, Kato volvió a descender, para ver que Noel le esperaba impaciente, al percatarse de lo que su asistente estaba haciendo.

—¿Los has visto? —preguntó con apremio en cuanto se puso junto a él.

—No —fue la lacónica respuesta. Kato se ajustó las gafas con el dedo índice—. Quizás deberías llamar a Karel-san por teléfono.

—Oh, claro —respondió el modelo, sonriendo—. Menos mal que al menos uno de los dos piensa con claridad.

Noel sacó su teléfono móvil del bolsillo trasero de los pantalones, y sin perder un momento, marcó un numero y se lo puso junto al oído. Mientras tanto, Kato volvió a escanear sus alrededores en busca de los dos amigos, de nuevo sin ningún éxito. Una extraña sensación de anticipación le produjo un leve cosquilleo en la nuca y se giró, esperando encontrarse con el rostro moreno y franco de Morgan, pero sin embargo, no fue a él a quien vio. En su lugar, se encontró con que a pocos metros de él un joven lo miraba intensa y descaradamente. Kato creyó reconocerlo como el mismo con el que había tropezado un rato antes. El muchacho vestía ropa muy ceñida y tenía los labios entreabiertos, en una clara invitación. No desvió la mirada de Kato ni siquiera cuando descubrió que este le miraba, sino que le sonrió, dejando que su carnosa y húmeda lengua se colara fugazmente entre sus dientes al hacerlo. Decidiendo ignorarlo, Kato desvió la mirada. Había conocido a demasiados hombres como aquel como para saber lo que una mirada prolongada podía significar.

—Nada —oyó que decía Noel a la vez que volvía a guardar su teléfono—. Tiene el móvil encendido, pero seguro que no lo oye con todo este ruido.

—¿Quieres que vayamos al coche? Podemos esperar allí y a lo mejor...

—Ni hablar, no pienso salir de aquí sin Karel —espetó el modelo, para a continuación proseguir con un tono más dulce—: Lo siento Kato. Si lo deseas, puedes esperarnos tú en el coche. O puedes irte al hotel, yo cogeré un taxi con Karel para volver.

Esta vez fue el turno de negarse de Kato.

—No. Me quedaré contigo hasta que encuentres a Karel. Luego ya veremos.

Ninguno de los dos mencionó que encontrar a Karel implicaría también encontrar a Morgan. Lo más seguro, pensó Kato, era que su enfado sería notorio para el modelo y este no querría meter el dedo en la llaga.

—Pues vamos —dijo al final, en tono resignado—, no nos queda más remedio que recorrernos este lugar.

*

Pablo observaba la escena con atención y sin el más mínimo disimulo. Después de haber intentado colarse tres o cuatro veces en la zona VIP sin ningún éxito, y de haber estado rondando la escalera de acceso durante algo más de una hora, ya no tenía ni ánimos ni paciencia para andarse con sutilezas. En cuanto vio que el Chino y el Rubio, como él los había bautizado con una sorprendente falta de originalidad, bajaban por las escaleras, se había apostado cerca del rellano, como un depredador acechando a su presa. El Rubio bajó primero, casi a trompicones, sin dejar de mirar hacia la multitud, como si buscara a alguien. El Chino iba detrás de él, bajando despacio y sin apartar la vista del frente, con la espalda erguida y recta como una vara de sauce y una indescifrable expresión en su rostro, que podía interpretarse como disgusto, hastío o tristeza, según cómo se mirara. Tras unos segundos, volvió a ascender algunos escalones, para buscar desde la altura lo mismo que el Rubio, y con el mismo decepcionante resultado. Una vez que volvieron a reunirse en el rellano, Pablo se recreó en mirarlos. El Rubio era alto, asquerosamente guapo con su brillante melena, su perfecta sonrisa de anuncio, y su hermoso rostro, frustrantemente familiar. Irritado por no conseguir ubicarlo, Pablo se convenció de que seguramente se lo habría tirado en algún momento y se concentró en el Chino. Era evidente de que el moreno no igualaba en encantos a la Reina de la Belleza que tenía por compañero, pero atrapaba la mirada de Pablo irremediablemente.

«Qué bueno está, el jodío», se dijo mientras se lo comía con los ojos. No sabía qué le atraía más de él: sus ojos rasgados y fríos, su largo cabello negro, pulcramente atado en una coleta, el cuerpo delgado y maravillosamente tonificado que se intuía bajo su traje hecho a medida, o la manera en la que lo había tratado cuando tropezaran, con aquella gélida educación que rozaba el desprecio.

En ese momento, sus miradas se cruzaron. Pablo le dedicó una de sus sonrisas más provocativas, y de nuevo, lo único que obtuvo de él fue la más absoluta indiferencia. Sintiendo un impaciente pinchazo en las ingles, Pablo se dispuso a seguirlos cuando por fin se pusieron en camino.

Era obvio que esos dos estaban tan perdidos en el Sodoma como aquel —o aquellos— a los que buscaban tan infructuosamente. Planeando cómo entrarle, vio la oportunidad perfecta al verlos pasar junto a la barra de cócteles tropicales. Moviéndose como pez en el agua en medio de la marea humana que se arremolinaba allí, rodeó la barra como rapidez para aparecerse justo delante de ellos.

Dejó pasar de largo al Rubio, que caminaba delante, para interponerse en el camino del Chino en cuanto este apareció.

—Hola —le dijo con voz sugestiva y una media sonrisa.

El hombre le lanzó una brevísima mirada y una inclinación de cabeza a modo de saludo, y a punto estuvo de escurrírsele, pero Pablo, insistente, volvió a plantarse delante de él.

—¿Puedo invitarte a una copa?

—Se lo agradezco, pero no será necesario.

Ante un nuevo intento del Chino por avanzar, Pablo hizo un persistente intento por detenerlo.

—¿Estás seguro? Mi compañía puede ser más agradable de lo que piensas.

El oriental se detuvo el tiempo suficiente para ajustarse las gafas al puente de la nariz con un elegante y pausado movimiento de su dedo índice.

—No pongo en duda las cualidades de su... compañía —Dedicó una mirada rasgada y desdeñosa a la indumentaria de Pablo—. Pero no preciso de ninguna en este momento, gracias.

En un último y desesperado intento por evitar que el Chino se fuera, Pablo le agarró por el brazo y le susurró al oído.

—Vamos, lo podemos pasar muy bien juntos.

El hombre le dedicó una prolongada mirada esta vez, una mirada que hizo a Pablo sentirse expuesto, desnudo y terriblemente cachondo. Pero el efímero momento de aparente entendimiento mutuo duró apenas unos segundos. Con un delicado pero firme gesto, soltó su brazo del agarre de Pablo y le replicó con voz gélida:

—Le agradezco sus atenciones, pero le informo de que no preciso de servicios profesionales en este momento. Si me disculpa.

Atónito, Pablo dejó que se fuera, mientras repasaba mentalmente las palabras que el hombre le dedicara: «¿Servicios profesionales?»

Aún algo aturdido, dio un par de pasos hasta verse frente a los baños, cuya puerta abrió con violencia mientras el entendimiento le golpeaba. «¡Servicios profesionales!»

—¡Será cabrón! —gritó una vez las puertas se cerraron tras de sí—. ¡Me ha llamado puto en toda la cara!

Miró al frente para encontrarse con una pequeña multitud de caras estupefactas que le miraban desde el interior de los aseos. Evidentemente, Pablo no había esperado que los habitualmente concurridos baños del Sodoma estuvieran vacíos en aquel momento, pero en todo caso sí que no había supuesto que su exabrupto captara tanta atención. Uno había interrumpido la tarea de peinarse su tupido cabello castaño con las yemas húmedas de sus dedos. Otro, se subía la bragueta a la vez que se separaba de uno de los orinales, y lo miraba con cierta antipatía. Un tercero, cabizbajo, alto y terriblemente atractivo, lo miró de reojo por entre los mechones de largo cabello castaño que le cubrían el rostro. Reuniendo todo el aplomo del que fue capaz, Pablo se dirigió hacia uno de los lavabos, y los chicos que había allí dejaron de prestarle atención en cuanto vieron que no diría nada más. Todos menos uno.

—¿Y se puede saber qué problema tienes tú con los putos?

Pablo se giró para encararse con su interlocutor. Era el jovencito delgado y con pinta de guaperas que se repeinaba el cabello. Enarbolaba una fastidiosa mirada de autosatisfacción en el rostro y hablaba con voz lo suficientemente alta para que todos le oyeran.

—¿Es que acaso eres uno? —replicó Pablo, intentando no dejarse amedrentar.

—Sí, y uno muy bueno —respondió el joven, elevando la barbilla con altivez.

Pablo lo miró con renovado interés. No era más que un bravucón, pero estaba como un queso, y Pablo empezó a sentir de repente cierta curiosidad por saborear las delicias de un «servicio profesional».

—¿Cómo de bueno, cariño? —ronroneó.

—Tan bueno que tú no podrías pagar el precio, muerto de hambre —le respondió. Pablo arqueó su labio superior, en un evidente gesto de desagrado—. Además —continuó el prostituto, quizás queriendo suavizar la situación—, se supone que no puedo aceptar clientes fuera de mi lugar de trabajo.

––¿Trabajas en un puticlub?

—Algo así —sonrió con condescendencia—. ¿Conoces el Fallen Angels?

Pablo negó con la cabeza.

—No me extraña. Ya te dije que estaba fuera de tu alcance.

—¿Y no te has planteado nunca trabajar por tu cuenta? —intervino el segundo, el joven moreno que acababa de orinar. Ahora se lavaba las manos con calma—. Yo no soportaría que alguien se lucrara con mi esfuerzo.

—¿Y qué haces, trabajas en una esquina? —le inquirió el primero con desprecio, como si pensara que eso era una vulgaridad.

—Es mejor que tener que rendirle cuentas a un chulo —fue la respuesta.

A punto estuvo Pablo de meter baza en la conversación, pero mantuvo su silencio al escuchar una voz que provenía de su espalda.

Io pensare lo mismo. No sopportare a los ruffiani.

El espeso, cantarín y sensual acento italiano de esa voz le provocó un escalofrío, y Pablo se giró para ver que quien hablaba era el joven de la cabellera. Había levantado el rostro, para desvelar unos ojos grandes, tristes y llenos de determinación. El largo cabello rozaba sus hombros y enmarcaba un rostro de espectacular belleza.

—¿Tu también eres prostituto? —preguntó, cada vez mas flipado.

El italiano asintió casi imperceptiblemente.

—Eso de ir por tu cuenta está muy bien —dijo el primero, continuando la conversación a la vez que volvía a la tarea de retocarse el peinado—, pero a la hora de la verdad el que tiene las espaldas mejor cubiertas soy yo. —Le guiñó un ojo a Pablo y le tendió una tarjeta con el logotipo de su "empresa"—. Si algún día dejas de ser un muerto de hambre, ven a verme —dijo con voz melosa—. Lo podemos pasar muy bien.

Pablo apenas atinó a asentir antes de que el joven se largara.

—En el fondo tiene algo de razón —intervino de nuevo el segundo—. Menos mal que ya no tengo que preocuparme por eso. He dejado el negocio —informó—. Ahora estudio periodismo y salgo con un escultor de lo más mono, que me está esperando ahí fuera, por cierto —dijo señalando a la puerta—, así que si me disculpáis...

El italiano también se apresuró a excusarse.

Io... Debo occupare de un cliente—susurró, más para sí mismo que para Pablo.

Pablo lo siguió con la mirada, fascinado por el movimiento elástico y ágil de su cuerpo al caminar, y justo cuando traspasaba el umbral decidió que él sería su conquista de esa noche, así que salió tras él.

Pero el italiano había desaparecido, perdiéndose entre la multitud con asombrosa rapidez. Pablo dio unos pasos hacia ninguna dirección en concreto, aunque ya se había convencido de que sería casi imposible encontrarlo en aquella abarrotada discoteca. Dando un bufido de disgusto, al constatar que esa noche nada parecía irle bien, se dirigió hacia la barra más cercana, pero un objeto caído y olvidado en el suelo que pisó por accidente casi le hace caer.

—Joder, que casi me mato —resopló al recuperar el equilibrio. Mirando hacia el piso, vio que lo que le había hecho resbalar era una máscara de Pierrot.

Estaba algo descascarillada, probablemente por el pisotón que Pablo acababa de propinarle, pero sus ojos negros refulgían brillantes bajo las luces de neón. Una lágrima negra surcaba una de sus mejillas, y su sonrisa carmesí era indescifrable y macabra. Sintiendo una extraña sensación de precognición se agachó para recogerla.

—¿Y qué hago yo ahora con esto? —se dijo Pablo. Luego, mientras se encogía de hombros como si aquel objeto no tuviera la más mínima importancia, se la colocó en el rostro antes de internarse de nuevo en la oscuridad del Sodoma.

Continue Reading

You'll Also Like

19.5K 2.3K 12
«Mi corazón seguirá adelante» Park Sunghoon un joven clase alta abandono a su arrogante prometida por un chico humilde llamado Jake, la única person...
9.7K 819 20
Hola! Hoy ando publicando este fic porque, hablando con una amiga, tocamos a un personaje de este fic, que esta en otro que estoy publicando, en fin...
4.9K 327 25
¿QUÉ ERES CAPAZ DE HACER POR EL HOMBRE QUE AMAS CON LOCURA? POR UNA MENTIRA DE SUS PADRES INUYASHA TAISHO HA DECIDIDO CASARSE CON SESSHOMARU SHIRAYAM...
2.1K 169 6
An pasado 3 años desde lo ocurrido con ese profesor y Diego trata de seguir con su vida pero fantasmas del pasado lo persiguen y algo que se oculta e...