Penumbra

By RubalyCortes

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LIBRO I «Uno no se enamoró nunca, y ése fue su infierno. Otro, sí, y ésa fue su condena». ... More

Prefacio
Antes de leer...
1. Las pesadillas
2. Alucinación
3. Invocación
4. Esencia del alma
5. El pacto
6. Límites
7. Primer contacto
8. El Ars Goetia
9. Eminente
10. Muestra de poder
11. Algo maligno
12. Alma
13. La evasión
14. Frente a frente
15. El guardaespaldas
16. Sin retorno
17. El misterio
18. Renacidos
19. Impulsos incontrolables
20. Euforia
21. Cambio de planes
22. Calma arruinada
23. Punto de quiebre
24. La elección
25. Explicaciones
26. El colapso
27. Azazziel
28. El siniestro
29. Réquiem
30. Dolor liberado
31. Confesiones
32. Teorías inquietantes
33. El error
35. Temor
36. Fuego
37. La promesa
38. Espera tortuosa
39. Arrepentimiento
40. Ajuste de cuentas
41. Crueldad desatada
42. La expiación
43. Ilusión
44. Real
Epílogo
Agradecimientos | Nota de la autora
¡SEGUNDA PARTE!

34. Las consecuencias

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By RubalyCortes

Hacía mucho frío.

Un dolor lacerante y sordo golpeteaba una y otra vez contra mi cráneo. Pero lo que más me lastimaba, desde aquella perspectiva negruzca de la que no podía salir, era el descomunal frío que me envolvía...

La oscuridad de la inconsciencia todavía se ceñía a mí cuando, poco a poco, comencé a percibir lo que estaba ocurriendo a mi alrededor.

Se oía un llanto. Un sonido débil y apenas perceptible. Había alguien más que estaba insultando, una voz masculina pero llena de miedo. Una tercera voz, una que no pude reconocer en mi estado de dolor y letargo, llegó a mis oídos como un quejido inestable y bajo. Un lamento que en realidad era mi nombre.

Alguien me estaba llamando.

Hice un esfuerzo desmedido por separar los párpados. Apenas pude, solo fui capaz de percibir un paisaje borroso y poco claro por un breve lapso. Me percaté de que sentía el derecho más dolido e hinchado que el izquierdo, y no lo podía abrir correctamente.

Mi vista tardó un par de segundos en estabilizarse, y logré por fin distinguir todo a mi alrededor.

Me hallaba sentada en un suelo de concreto, con la espalda pegada a algo frío y duro. El sitio en el que estaba era muy amplio y olía mal, como a basura, y me atrevía a decir que apestaba a una nauseabunda y extraña mezcla entre cigarrillos, alcohol y marihuana. Había unas cuantas estructuras metálicas que iban desde la base del piso hasta el alto techo, como columnas. Parecía que nos encontrábamos en una clase de caja gigantesca; debía de ser una especie de bodega industrial, abandonada, probablemente, a juzgar por el visible descuido del lugar. Tal vez era utilizada para hacer cosas ilegales, por la peste. Fuera lo que fuera, eso era lo de menos ahora.

Lo que realmente hizo que el letargo se disipara de mi cuerpo fue distinguir, en medio de la oscuridad del lugar, a Diana y Dave atados a una columna a un par de metros lejos de mí. Y en otra, estaba Claire, amarrada del mismo modo que ellos.

Instintivamente quise inclinarme hacia delante, pero no conseguí moverme ni un centímetro porque algo me mantenía fija en mi lugar. De hecho, el movimiento me provocó un dolor agudo en varios lugares del cuerpo. Bajé la vista hacia mí misma, y pude advertir las sogas gruesas que oprimían mi torso sin ningún cuidado contra una columna, también.

El jadeo lejano de alguien me hizo reaccionar.

Amy... —La voz cargada de temor de David llegó a mis oídos, y levanté la cabeza para mirarlo.

—¿Qué carajos está pasando? —preguntó Diana, a nadie en particular. Solo giraba la cabeza hacia todos lados, viendo a su alrededor con ojos grandes, llorosos y asustados—. ¿Quiénes eran esos tipos? ¿Qué es lo que quieren? —Fijó la vista en mí. El miedo que vi grabado en su expresión me hizo sentir impotente.

Quise responderle, quise decirle lo que fuera con tal de aminorar aquel semblante, pero cuando traté de hablar, sentí la vibración de mis propias palabras sofocadas contra algo que me impedía mover los labios. El sopor me hizo tardar en percatarme de que había una especie de cinta adhesiva en pegada a mi boca.

En ese momento, pude darme cuenta de que el lamento bajo y angustiado provenía de Claire. Su cabeza estaba tan agachada que no podía ver su expresión, sólo noté cómo sus hombros se sacudían por los espasmos de su llanto.

Un murmullo ahogado por la cinta adhesiva de mis labios fue todo lo que pude proferir, y la impotencia ganó más terreno en mi pecho. Traté de luchar contra las cuerdas gruesas que envolvían mi cuerpo, pero lo único que logré fue que el roce del material áspero con el que estaban hechas me hiciera daño.

—Nos van a matar... —Diana también comenzó a sollozar—. Esos tipos nos van a matar. Van a vender nuestros órganos. Nos van a asesinar...

—N-no, Dee... —A su lado, Dave trató de consolarla, pero su voz tembló tanto que dudé que tuviera un efecto positivo en ella—. V-vamos a escapar... T-tenemos que... —Su respiración era muy agitada, el rostro estaba empapado en sudor, y ambos tenían las mejillas y las ropas algo sucias, como si los hubieran arrastrado por el suelo o algo así. Uno de los cristales de los lentes de David estaba partido por la mitad.

¿Cuánto tiempo llevábamos ahí? ¿Cuánto tiempo llevaban mis amigos en esas condiciones? ¿En dónde estaban ellos...?

Solo entonces, cuando pude prestar más atención en derredor, me fijé en que había alguien más ahí, mucho más alejado de lo que estaban los chicos. Sentí como si me hubieran arrojado un balde de agua fría encima, en el segundo en que agudicé la vista y pude reconocerlo.

Nunca lo había visto sin camisa antes, pero de todas formas no tuve problemas para saber a quién pertenecía ese cabello rubio oscuro que caía apelmazado sobre su rostro. El cuerpo de Khaius estaba tirado en el suelo, con la espalda en la pared y los brazos inertes a sus costados. Su cabeza caía hacia delante, tan lánguida que parecía profundamente dormido. Pero nada de eso fue lo que me dejó helada, sino en lo que reparé después: un acero brillante, alargado, muy similar a algo así como un sable grueso que atravesaba la parte derecha de su pecho.

Algo dentro de mí reaccionó de forma que no debía.

Otro murmullo ininteligible intentó salir de mis labios, pero fue sólo un intento vano y desesperado por pronunciar su nombre.

Desde mi distancia no podía advertir si estaba respirando, solo veía los espesos hilos de sangre emanando de la herida, tan profunda que debía de traspasar por completo su torso. No sabía si una lesión así de grave era capaz de matarlo, ni tampoco si podía recuperarse de algo como eso. No tenía idea de nada, y tampoco podía hacer nada para salir de ahí. La desesperación, el miedo y la angustia ascendieron tanto dentro de mí que la respiración se me entorpeció.

David se fijó en lo que yo observaba y dejó escapar un jadeo de sorpresa.

—¿E-ese tipo... está muerto? —inquirió, destilando horror puro en su tono.

—¡Claro que está muerto! —exclamó Diana, colmada de desespero. Esas palabras la volvieron a hacer derramar lágrimas—. ¡Tiene una puta espada atravesada!

A su vez, una punzada lacerante y horrible me atravesó el centro del pecho.

¡No podía ser cierto! ¿O sí? Algo como eso no podía matarlo, no... ¡Khaius no podía estar muerto! Contrario a mis deseos —quería mantenerme fuerte por los chicos—, sentí cómo en mis ojos comenzaba a formarse una capa de lágrimas ante esa sola posibilidad.

En ese momento, un sonido arrastrado, como de metal chirriante y molesto hizo eco en todo el lugar. Me encogí, sintiendo una punzada de dolor en los oídos. Unos pasos lentos y pesados, acompañados de otros que se escuchaban como tacones, se oyeron a los lejos. Diana y Claire dejaron escapar unos sollozos particularmente fuertes casi en sincronía.

El miedo me estrujó las entrañas como una violenta fuerza invisible, justo en el instante en que Mabrax y Naamáh aparecieron en mi campo de visión.

Los ojos amarillos de él se clavaron en mi rostro en un solo movimiento seco, y la opresión en mi estómago aumentó cuando una sonrisa lasciva se deslizó en sus labios.

—Ya despertaste —murmuró con serenidad y con un dejo de decepción—. Qué mala suerte. Naamáh quería ver con qué dolor te despertabas más rápido: si con electricidad o con fractura de huesos.

Tragué saliva con dificultad.

—Por favor, libérenos —musitó Diana, entre sollozos y de forma atropellada—. S-si quiere dinero, mi familia tiene bastante, pero no nos hagan...

—Deja que se vayan —la interrumpió David, dirigiéndose al demonio con su voz quebrada—. Haz conmigo lo que quieras, pero a ellas déjalas ir.

—¡Cierren la maldita boca! —gritó Mabrax, y su voz retumbó en todo el espacio en el que nos hallábamos.

Diana se encogió en su lugar, volviendo a llorar con fuerza y desamparo; David también tenía los ojos llorosos detrás de sus lentes rotos. Las visiones de ambos así sólo hicieron que la cólera hirviera dentro de mí.

—Naamáh... —murmuró Mabrax. La diablesa a su lado, como si supiera exactamente lo que él quería, avanzó a pasos seguros. Un quejido ahogado reverberó en mi pecho y me removí frenéticamente entre la columna y la cuerda que me envolvía, cuando ella estuvo a un escaso metro de ellos dos.

Diana y David jadearon de puro miedo a la vez, intimidados por la cercanía de Naamáh. Cerraron los ojos con fuerza cuando ella estiró una gruesa cinta plateada que colgaba de su mano, y la cortó de un tirón para después cubrir sus bocas.

Cuando empezó a acercarse a Claire, Mabrax estiró un brazo para indicarle que se detuviera.

—A ella no —le dijo, sonriendo en un gesto insidioso—. Siempre me ha gustado el llanto de Claire.

Claire lo miró con un brillo de desprecio y horror en sus ojos húmedos, con la respiración agitada por los sollozos.

Entonces, cuando se aseguró de que mis amigos no iban a volver a pronunciar palabra alguna, Mabrax se aproximó a mí. Pegué la espalda al material rígido y helado de la columna, como si con eso pudiera alejarme de él.

El demonio se clavó delante mío y se agachó para quedar más a mi altura, apoyando los antebrazos sobre sus muslos. Un viso desconocido centelleó en el extraño color de sus pupilas mientras escudriñaba mi semblante, y luego esbozó una sonrisa perversa.

—¿Cómo va todo, Amy? —soltó con voz tranquila y alegre—. ¿Te gusta lo que he preparado para ti?

Exhalé con fuerza por la nariz, sintiendo un remolino de humillación y pavor. Me removí entre las cuerdas, emitiendo un gruñido.

—Fue algo muy espontáneo, en realidad —continuó, como si yo pudiera responderle—. Tuvimos que ser rápidos. Me hubiera gustado que fuera un poco más elaborado, pero atraparte fue un poco más difícil de lo que pensaba. Azazziel en verdad se tomó en serio eso de no dejarte nunca sin guardia.

El terror que se ceñía a mí me hizo prestarle muy poca atención a sus palabras. Mis ojos se desviaron hacia el demonio que yacía en el suelo, con un gigantesco acero atravesando su tórax. Mabrax volteó hacia lo que yo veía, y me dedicó otra sonrisa.

—Ah, no te preocupes. Khaius no está muerto, sólo está en shock por el dolor —replicó, y un ligero alivio templó mi pecho—. Aunque no me molestaría matarlo. Además, créeme que nadie en el Infierno va a echarlo de menos. Muchos allá lo desprecian.

Otro gruñido de ira reverberó en mi pecho.

—Ansío hablar contigo, Amy —dijo con serenidad—, pero como no quiero que llames al hijo de puta de Azazziel... —Levantó una mano y chasqueó los dedos.

Los quejidos ahogados de Diana y Dave sonaron al unísono en el instante en que Naamáh sacó una daga que parecía haber ocultado en la manga de su chaqueta de cuero. Un nudo se formó en mi garganta cuando vi cómo ella situó la punta filosa del arma en el cuello de Diana, quien cerró los ojos con fuerza mientras las lágrimas caían por sus mejillas.

Mi corazón se estrujó.

—Te voy a quitar la cinta —me advirtió Mabrax—, pero si lo llamas, Naamáh usará su daga con cualquiera de ellos. Y por muy rápido que él pueda llegar, créeme que ella les abrirá la garganta a tus amigos con mucha más velocidad. Tú pronuncias su nombre y ellos se mueren, ¿entendiste?

Asentí, incapaz de hacer otra cosa más que mirarlo.

—Así me gusta. —Su sonrisa se realzó, y acercó su mano a mi rostro. Sus dedos tomaron una esquina de la cinta gruesa que cubría mi boca, y luego, de un solo movimiento, la quitó completamente.

El dolor estalló en mi piel, y de inmediato sentí como si mis labios ardieran.

—Depilación gratuita —dijo Naamáh en son de burla, y sólo eso bastó para que pudiera sentir el calor de la ira recorrer mi sistema.

Con la furia impresa en ellos, mis ojos se clavaron en ella durante un instante, antes de fijarlos en Mabrax.

—Déjalos ir —repliqué entre dientes, en un tono roto que se me hizo ajeno en mí—. Esto es entre nosotros.

—Soy consciente de eso —coincidió Mabrax, moviendo la cabeza en un asentimiento—. Tus amigos sólo estuvieron en el lugar y momento equivocado. Pero, como parece que lo que le sucede a los demás te afecta más que lo que pueda ocurrirte a ti, me son muy útiles. —Giró la cabeza hacia donde estaba Claire—. Pero, igualmente, esa perra sí que me debe una.

—Ella no te debe nada —mascullé.

—Corrió en tu ayuda. De no haber sido por ti, yo ya habría corroído su alma por completo a estas alturas. —Se acercó más a mí; su semblante ahora era visiblemente irascible—. De no haber sido por ti y ese malnacido de Azazziel, yo no sería un jodido hazmerreír en este momento. ¿Cómo crees que reaccionaron todos allá cuando se enteraron de que me habían expulsado de un cuerpo humano? ¿Qué mierda crees que dijeron? ¡Por su culpa ahora soy una maldita burla en todo el Infierno!

Su grito de rabia me hizo encogerme en mi lugar y tragué saliva.

—¿Piensas que pueden salirse con la suya? —escupió entre dientes—. ¿Creen que pueden ir por ahí interrumpiendo el trabajo de un demonio solo porque sí y no pagar las consecuencias? Pues éstas son, Amy.

—N-no lo llamaré, te lo juro —musité—. Pero deja que ellos se vayan. Por favor.

Mabrax entrecerró los ojos.

—Tienes una mente muy extraña, Amy. El querer descubrir tu particularidad ha sido la obsesión de esos idiotas por ti. —Hizo un gesto de desdén, negando con la cabeza—. A mí sólo me repugnas. ¿Dar la vida por tus amigos? Yo leo sus mentes, y te aseguro que ninguno de ellos haría lo mismo por ti.

—No me importa. —Cerré los ojos con fuerza—. Sólo hazlo, te lo suplico.

—No lo creo. —Una sonrisa se dibujó en su rostro cuando volví a mirarlo—. Adoro ver cómo su sufrimiento parece afectarte el doble, así que se quedarán un poco más.

Me puse rígida cuando él alzó una mano para acariciar mi mejilla. Un escalofrío de repulsión me recorrió al sentir su tacto áspero y ardoroso. Él suspiró.

—¿Sabes? Soy consciente de lo mucho que he retrasado esto —admitió—. Tuve una que otra ocasión para hacerlo antes, pero como sé que es probable que Azazziel trate de asesinarme después de lo que te voy a hacer, me he visto en la circunstancia de demorarlo un poco.

—Él va a acabar contigo —susurré, pero no había un rastro de seguridad de mi voz—. Te vas a arrepentir de esto.

Se rio.

—¿Arrepentirme? Claro que no —aseguró—. No tienes idea de lo contento que estoy en ese momento. Es una satisfacción que no había sentido en muchísimo tiempo. Incluso si no te mato, el trauma que sé que te quedará será suficiente para darme placer por un buen tiempo más. Y tienes que considerar, además, que Naamáh no está aquí sólo para mirar. —Sonrió con ganas—. Ella también quiere ser parte de la función.

Mis ojos se desviaron de su rostro al de ella, y el júbilo anticipado la hizo sonreír de pura emoción. El terror se sintió palpable en mi interior.

—¿E-en serio vale la pena torturarme si saben que después los van a matar?

—¿Que si lo vale? —Otra risa de auténtico humor escapó de sus labios—. Esta es la única forma que tenemos de sentir, Amy. Es lo único que hace que nos sintamos vivos. ¿Tú que crees? Además... —agregó con un dejo extraño—, confía en mí cuando te digo que no durarás demasiado tiempo con vida, porque les tengo otra sorpresa preparada a ti y a tu amante.

La alarma se encendió en mí.

¿Qué?

—Ya lo sabrán —prometió con calma—. Se enterarán cuando todo esto acabe. Por lo pronto, sólo quiero que seas consciente de una cosa. —Entornó la vista, y en ella vi un cariz extraño, que no supe identificar pero que me provocó un cúmulo de inseguridad—. Verás, quiero preguntarte algo: ¿sabías que lo que les ocurrió a tus padres no fue un azar del destino?

Abrí los ojos de hito en hito. Esas solas palabras me bastaron para sentir que el mundo a mi alrededor se detenía.

—¿A... a qué te refieres? —susurré con un hilo de voz.

—A que fue un pequeñito desquite contra ti. —Sonrió, y yo sentí que no podía respirar—. Hubiera sido mucho mejor que tú también estuvieras en esa tienda, pero igual me agrada ver todo lo que has sufrido con su muerte.

Mis pulmones dejaron de funcionar. Una bruma lóbrega se expandió a mi alrededor, y por varios segundos, no fui capaz de ver ni concebir nada más que la sensación como de que algo dentro de mí se había roto.

—N-no... —vacilé, incapaz de mirarlo, y luego empujé la sensación de vértigo lejos de mí, aferrándome a mi enfado—. Eres un maldito mentiroso.

Sus labios esbozaron un gesto suspicaz.

—También traté de separar a tus padres —confesó—, pero por más que tenté a tu padre con mujeres, él no se atrajo por ninguna. Creo que heredaste la fuerte voluntad de él, Amy —asintió y, en seguida, la satisfacción se apoderó de sus facciones—. Así que no, no pude lograr corromper a tus padres... pero sí a los criminales que se morían por conseguir el dinero, a tal punto que no les importara si terminaban con un par de vidas en el proceso.

Apreté los labios, con la vista ligeramente nublada por una capa de lágrimas.

—¿Por qué lo hiciste? —musité, sintiendo horrible un nudo en la garganta—. Yo te habría dado lo que fuera para evitarlo.

Una risa escapó de sus labios, al tiempo que negaba con la cabeza.

—Yo no quiero nada de ti —dijo, y se encogió de hombros—. Solo quería que sufrieras... Aunque, pensándolo bien, tal vez sí hay una cosa que podrías darme.

Me congelé en el instante en que sentí cómo sus manos se deslizaron sin miramiento por debajo de mi falda para acariciar la parte más alta de mis muslos.

—¿Es en serio? ¿Ahora? —Le escuché murmurar a Naamáh con tedio y un claro dejo de repulsión—. Pero hazlo rápido, ni que me gustara ver cómo te coges a esa mocosa.

Logré oír la risa baja y ronca de Mabrax muy cerca de mi oído. Antes de que pudiera darme cuenta, él soltó con diligencia los primeros botones de mi camisa hasta que mi descubrió un poco mi brasier. Un nudo de desesperación se construyó en mi garganta. Mi respiración dejó de funcionar.

Asqueada, y atemorizada a niveles incompresibles, me quedé estática, incapaz de poder reaccionar.

—¡NO! —El grito de Claire resonó en todo el lugar. Un grito muy alto, angustiado, cargado de temor.

Mabrax se detuvo justo cuando sus manos estaban a punto de alcanzar el borde de mi ropa interior, y giró el torso para mirarla con confusión.

—No lo hagas... —La voz de Claire se oyó estrangulada—. Te doy mi alma, te la doy en este momento si quieres, pero no te atrevas a hacerle daño...

—C-Claire... —musité, sintiendo unos intensos deseos de romper a llorar.

El demonio delante de mí arqueó una ceja oscura y, en un gesto casi distraído, sus manos se alejaron de mi cuerpo.

—¿Qué pasó, Claire? —inquirió con una inflexión de burla—. ¿Te pusiste celosa? Ah, ya sé, extrañas lo que hacíamos cuando me aburría y salía de tu cuerpo, ¿verdad?

De inmediato, el rostro de ella se crispó por la pena y la impotencia. Sin embargo, se las arregló para levantar la cabeza y volver a mirarlo.

—Me habías poseído a mí y ella interfirió —replicó con la voz quebrada, pero, aun así, en un ademán casi desafiante—. Sólo termina lo que habías empezado y déjala en paz.

La respiración se me aceleró, y no fui capaz de mantener a la raya el miedo y la desesperación dentro de mí. Mabrax sostuvo la mirada de Claire por un par de segundos, hasta que sonrió.

—Temo que mi interés por ti ya se acabó, Claire —dijo, y después hizo un movimiento de cabeza hacia mí—. Ahora estás aquí solamente porque a esta tipa le importa más el resto que ella misma.

Escuché cómo Claire susurraba «Por favor» una y otra vez mientras unas nuevas lágrimas descendían por sus mejillas, pero él ya había dejado de mirarla.

Clavé la vista el rostro del demonio frente a mí, buscando cualquier atisbo de mentira, cualquier cosa que me indicara que lo que me había dicho sobre mis padres no era más que un engaño. Lo observé fijo, y él se limitó a devolverme una mirada tranquila y fácil.

No pude distinguir en sus pupilas algo que me revelara lo contrario. Solo logré ver la malicia y la satisfacción grabadas en ellas, la suficiencia escrita en sus facciones.

—S-sí fuiste tú... —dije con un hilo de voz.

Él entendió en seguida a qué me refería, y sonrió con alegría.

—Oh, yo no fui. Fuiste tú, Amy. —Se puso de pie y me miró fijamente—. Y quiero que tengas siempre presente, por todo lo que te queda de vida, que, al haber hecho una buena obra por Claire, sellaste el destino de tus padres.

El nudo en mi garganta se hizo insoportable. Mabrax parecía contentarse con cada una de mis reacciones.

—Debiste ver la cara de tus padres —expresó—, cuando se dieron cuenta de que estaban a punto de morir. Oye, ¡tienes que darme crédito! Yo orquesté todo para sucediera en el momento justo. Aunque también tú ayudaste bastante, es decir, ¿pelearte con ellos precisamente antes de que salieran? Eso fue perfecto. —Algo en mi rostro le hizo comenzar a reír como un desquiciado, y luego hizo un ademán de alegría con los brazos—. ¡Eres libre de sentirte tan culpable como desees!

Un ardor insoportable en el centro de mi torso agitó nuevamente mi respiración. Verlo ahí, de pie en frente de mí, sonriendo como con suficiencia y soberbia, fue demasiado.

De pronto, lo que sentía ya no era miedo.

Era una terrible combinación nociva entre la pena y la ira.

—Eres un maldito... —susurré. Cada palabra hizo arder mi garganta por el nudo que tenía, pero no importaba. Entonces, mi furia estalló y grité—: ¡Eres un desgraciado! ¡Bastardo! ¡Grandísimo hijo de put...!

No pude continuar, puesto que Mabrax me propinó una patada justo en la boca del estómago. El dolor descomedido viajó desde ese punto hacia el resto de mi cuerpo como una corriente lacerante.

Me incliné hacia delante, sintiéndome repentinamente mareada y con terribles deseos de vomitar. Fui vagamente consciente de los gritos sofocados y desesperados de David y Diana.

—Vamos, continúa —pidió él, con una emoción enfermiza destilando de su voz—. A ver, ¿qué otro insulto te sabes?

—¿Ya es mi turno? —La demanda de Naamáh llegó a mis oídos como una queja cargada de tedio.

—Desde luego, hermosa —le respondió Mabrax, y luego hizo un movimiento como de invitación con la mano—. Ven aquí, diviértete.

Todavía sentía el intenso dolor en todo mi estómago, cuando me obligué a levantar la cabeza.

Por un tortuoso instante, pensé que mis amigos ya no eran amenazados por su daga. Sin embargo, un jadeo de puro pasmo se me escapó cuando vi el arma flotando en el aire, apuntando a la garganta de Diana, como si ella misma todavía lo sostuviera en sus manos. No sabía ni un poco de cómo funcionaba eso, pero estaba segura de que no alucinaba.

Ni siquiera podía concebir cuán confundidos y aterrados debían sentirse Dave y Diana en esos momentos, puesto que, a diferencia de Claire y de mí, ellos no tenían idea de absolutamente nada de lo que estaba ocurriendo.

Las ganas de vomitar aumentaron.

—¿Qué le hiciste... a Khaius? —inquirí con voz quebrada.

Naamáh se detuvo delante de mí, con sus brazos colgando a sus costados en una posición relajada, y sonrió.

—Lo que merecía —replicó ella con altivez—. Es más, no lo maté únicamente porque haré que lo torturen como nunca cuando volvamos allá. Haré que pague por su insubordinación.

Apreté los labios.

—Lo tratas como un esclavo.

—Lo es, maldita. Es mío. Todo Renacido tiene un vínculo con su creador y él debía obedecerme. —Ella acentuó su gesto—. Y como tú no estabas cerca hoy, él no se resistió como aquella vez en el parque. —Su sonrisa se desvaneció, tornando su rostro muy serio—. Pero lo que yo quiero saber es cómo demonios hiciste ese día para que te obedeciera a ti en vez de a mí.

—No me obedeció. —Negué con la cabeza.

—Mientes... —Vi cómo, lentamente, de la manga de su chaqueta volvía a sacar otra daga.

La sangre huyó de mi rostro cuando la acercó a mí.

—N-Naamáh, no tengo ningún poder en especial —hablé con cautela, plenamente consciente del arma muy cerca de mi mejilla—. Yo no lo obligué a nada. Simplemente no me atacó porque no era lo que él quería.

—¿Y por qué él te obedecería? —Sus ojos azules se entornaron con un cariz que parecía ser resentido—. ¿Por qué Akhliss y Azazziel te hacen más caso a ti que ningún otro? ¡Esa perra me golpeó sólo por defenderte!

—N-no tengo la menor idea, te lo juro.

Ella espiró fuerte por la nariz en un ademán irritado. Alejó el cuchillo de mi rostro. Entonces, se agachó frente a mí del mismo modo en que lo había hecho Mabrax y, dejándome atónita, pegó su nariz a mi pelo y aspiró profundo antes de apartarse de nuevo.

—Todavía hueles a virgen —dijo, y una sonrisa burlesca se deslizó por sus labios—. No te lo ha hecho, ¿verdad? ¿Sabes por qué? —Acercó su rostro al mío de forma intimidante—. Porque en verdad tú no le gustas. Te está engañando, mocosa. Todos ellos te mienten, los tres. En el Infierno todos saben que él sigue conmigo, ¿no es así, Mabrax? —inquirió, mirándolo de reojo.

Él asintió, con una sonrisa maliciosa.

No estuve segura de por qué sentí un dolor sordo en el pecho, siendo que en esos momentos lo que menos importaba era si él tenía o no un romance con ella, no cuando mi vida y la de mis amigos peligraba de ese modo.

—Él te va a destrozar —musité, sin fuerza en mi voz.

Naamáh se rio, muy poco convencida.

—No me digas. Él no me puso un dedo encima ese día, Akhliss me atacó en su lugar porque él no se atreve a hacerme nada. ¿En serio eres tan ingenua para creer que me ha dejado por ti? ¡Por favor! —Sonrió con socarronería, haciendo un ademán con la cabeza hacia mí—. Mírate, apenas si tienes tetas. ¿Por qué te preferiría a ti antes que a mí?

Por alguna razón, pese a que realmente sus palabras sí lograron calar hondo en mí, me las arreglé para contestar en un susurro ronco:

—Tal vez porque eres una zorra...

Uno de sus zapatos de taco alto me dio de lleno en el rostro. El dolor que estalló en toda mi cara fue tan grande, que unos puntos negros me nublaron la vista por un breve lapso. A mi alrededor se oyeron unos lamentos, pero no pude identificar a cada uno por separado.

Aprecié el sabor metálico de mi propia sangre.

—Conque muy valiente, ¿no? —gruñó entre dientes.

—Naamáh... —Sentí el filo helado de su daga en mi mejilla, pero no me detuve—, s-si los dejas ir, te juro que no le diré a él que tuviste que ver en esto.

—No —espetó, con la respiración agitada por la ira—. Quiero que tus amigos vean todo lo que te haré.

Naa...máh...

En ese instante, un gemido ronco y lejano se oyó con dificultad en el lugar, pero giré la cabeza porque reconocí quién lo emitió.

Algo despertó dentro de mí cuando pude ver cómo Khaius intentaba removerse.

—Naamáh —repitió él, con la voz áspera, débil y entrecortada—, déjala... Resolvámoslo allá...

—Cierra la boca —masculló ella, estirando un brazo en su dirección. Entonces, el acero alargado que traspasaba el cuerpo de Khaius se incrustó todavía más en él, haciendo que los hilos de sangre negruzca brotaran de su herida.

Un gruñido de dolor escapó de los labios del demonio.

—No le hagas eso, por favor —pedí—. Deja de hacerle daño.

Ella fue más rápida que mi vista. Sentí otro golpe en la boca del estómago, pero fue tan veloz que no supe si me lo propinó con su puño o con el pie. Un fuerte mareo hizo que dejara caer la cabeza, sintiendo cómo si todo el mundo se removiera, a pesar de que estaba estática, atada al pilar.

A mi alrededor, todos hacían ruidos, incluido Khaius que, ahora despierto, parecía querer hablar con Naamáh. Yo no fui capaz de distinguir a ninguno por separado, puesto que un letargo se ciñó a mí como una espesa bruma. Había dolor en todos lados, no existía ningún lugar de mi cuerpo que no me lastimara.

Un breve lapso transcurrió muy lento, hasta que levanté la cabeza y pude advertir que Mabrax estaba peligrosamente cerca de Claire, quien cerró los ojos con fuerza para no verlo. Él se agachó frente a ella y ahuecó su rostro con una mano en un movimiento brusco. Desde mi distancia —aunada al mareo— no pude escuchar lo que él le decía, pero Claire rompió en llanto una vez más, antes de que él la obligara a alzar la cara para darle un beso a la fuerza.

Un gruñido de impotencia, de desconcierto y temor me hizo forcejear contra las cuerdas, ignorando mi dolor. Esto era un absoluto horror, porque no solo me estaban torturando a mí, sino a mis amigos, y no conseguía diferenciar qué era peor. Era una agonía real, verdadera.

Un relampagueo de ira pura y cruda emergió en mi interior.

—Son unos cobardes... —mascullé. Vi cómo Mabrax giraba el rostro rudamente hacia mí, al tiempo que Naamáh alzaba las cejas al cielo—. Nos tienen atados porque no pueden con nosotros libres.

—¿Qué? —espetó Naamáh, con un dejo de burla como si eso le hubiera parecido absolutamente ridículo—. ¿Crees que si te desato vas a poder conmigo?

Me obligué a mirarla.

—Pruébame...

Por supuesto que no. Estaba al tanto de que no podía luchar contra ella, mucho menos con Mabrax. Era consciente de su fuerza y rapidez sobrenatural, pero la idea de que, tal vez, si ellos estaban concentrados en mí, Dave y las chicas sufrieran en menor medida de sus acosos y torturas.

Pude oír a la perfección el gruñido irritado de Naamáh.

—¡¿Qué haces, perra?! —bramó Mabrax en su dirección.

—¡Cállate! —escupió ella sin mirarlo, sin hacerle el menor caso, al tiempo que cortaba la cuerda que me mantenía unida al pilar de un solo movimiento. Sentí cómo mis pulmones podían respirar sin obstrucción en el instante en que vi liberada—. Vamos, hija de puta —me dijo con la mandíbula tensa y la respiración alterada por la furia desmedida—. ¡Levántate!

La observé fijamente, sin tener la menor idea de cuál era mi expresión en ese momento. Hice un esfuerzo colosal por ponerme de pie, y, cuando finalmente lo conseguí, sentí cómo su mano se aferraba a mi cuello.

—¿Quién te crees que eres, mocosa? —En el siguiente segundo, Naamáh me volvió a dejar en el suelo. Azotó mi espalda contra el material duro y frío, y el relampagueo de dolor me aturdió los sentidos.

Sus dedos apretaron mi garganta con mucha más fuerza.

—¡Recuerda que no puedes matarla! —rugió Mabrax—. ¡Él la quiere viva!

La diablesa gruñó, antes de sentarse a horcajadas sobre mí. Su puño se estrelló contra mi rostro y sentí que ya estaba al borde de perder el conocimiento.

—¡Mírame! —exigió ella, pero la dolencia era tan grande que no podía enfocar la vista en nada—. A ver si todavía le pareces una muñeca de porcelana con un par de cortes en la cara —dijo en un susurro colmado de una profunda ira.

Entonces, un dolor intenso, diferente y desconcertante, me hizo reaccionar y dejé escapar un grito ahogado.

Comencé a sentir con toda claridad cómo el filo de su daga me estaba cortando la piel de la frente, más precisamente, sobre mi ceja derecha. Mi instinto, acelerado puramente por la adrenalina del dolor, no tardó en deducir que ella pretendía ampliar la herida hasta los párpados y el resto de la mejilla.

Pero no pudo.

No lo consiguió porque, en ese momento, en medio de mi alarido, algo que no fui capaz de ver claramente, como una especie de pequeña sombra negra que llegó de quién sabía dónde, golpeó a Naamáh en la cara con tal fuerza que logró apartarla un par de metros de mí de forma súbita y asombrosa.

Respiré hondo cuando por fin me vi liberada, pero no perdí demasiado tiempo. Con esfuerzo, giré la cabeza para ver que una bola negra se había aferrado con recelo al rostro de la diablesa mientras ella gruñía salvajemente.

Y, en el siguiente segundo, ella pegó un grito ensordecedor.

—¿Qué mierda es eso? —escupió Mabrax, acercándosele.

Naamáh agarró a el bulto negro y se lo quitó de un tirón impulsivo, para después lanzarlo con una fuerza sobrehumana contra una de las paredes. Sólo cuando lo vi caer al suelo, desde mi distancia, pude reconocer a mi cachorro.

—A-Alexander... —musité.

Sin embargo, Naamáh no dejó de gritar. Se cubrió la mitad de su cara con las manos; un espeso flujo de sangre negra descendía por sus mejillas, manchando su pecho y ropa, hasta llegar el suelo en forma de gotas. Mabrax llegó hasta ella para examinar su lesión.

Un hielo escalofriante recorrió mi sistema cuando yo también pude verla.

En la parte izquierda de su rostro, justo donde antes había un hermoso ojo azul, ahora había una herida a carne abierta, del tamaño de un puño, derramando un líquido negro y denso. Una herida que deformaba su perfecto cariz.

—La voy a matar... —siseó ella, pero rápidamente Mabrax rodeó su torso con los brazos para evitar que se abalanzara contra mí.

—¡La necesitamos viva! —le exclamó el demonio.

—¡Suéltame! ¡Voy a arrancarle la piel a la maldita...! —Entonces, con los dientes apretados, su amenaza quedó interrumpida por algo más. Algo externo al sitio en el que estábamos nos hizo reaccionar a todos y cada uno de nosotros, tanto a los humanos como a los demonios.

Un sonido horrible. Un golpe estridente, tan enérgico que bien pudo haber sido un rayo que cayó del cielo, demasiado cerca de la bodega abandonada. Por un segundo tormentoso, reinó el silencio posterior al eco que dejó.

Hasta que un grito que vino del exterior tronó en todo el lugar.

—¡MABRAX!

Un asomo en mi interior se agitó con violencia cuando reconocí su presencia.

Parte de mí sintió una indescriptible oleada de alivio, porque podía reconocer esa voz donde fuera..., pero también me otorgó un miedo excepcional, ya que nunca lo había escuchado así de furioso antes.

Vi cómo Naamáh se liberó de los brazos de Mabrax, y comenzó a retroceder.

—Dijiste que no iba a venir... —musitó en dirección a él.

—Eso se suponía —masculló Mabrax, tensando la mandíbula.

La diablesa esbozó una mueca furiosa, y lo empujó con arrebato.

—¡¿Y qué hace aquí entonces?!

—¡No lo sé!

Otro impacto, que también se oyó como si fuera un irascible relámpago, retumbó entre las paredes. La estructura del techo soltó una nube de polvo y unas diminutas partes del material del que estaba hecho.

—Las runas no lo van a detener —susurró Naamáh, y por primera vez vislumbré el miedo en sus facciones, que ahora estaban teñidas de negro por su sangre.

—Quédate aquí —le ordenó Mabrax, aferrándose a su brazo, pero ella se apartó de un movimiento brusco y negó frenéticamente con la cabeza.

—¿Estás loco? ¡Mira a esa perra! —exclamó, haciendo un ademán hacia mí con una mano—. ¡Me va a matar cuando vea cómo la dejé!

—Escúchame, tienes que...

Un nuevo golpe furioso, esta vez proveniente del techo, pareció debilitar la estructura. Me dio la impresión como que el sitio se iba a derrumbar en cualquier momento.

El ahora único ojo de Naamáh se fijó hacia arriba, por encima de su cabeza, y estuve segura de que sus labios temblaron. Ella miró a Mabrax por todo un instante, luego a mí, y a él una vez más.

Solo entonces el miedo se borró de su rostro, y aprecié la determinación adueñarse de ella.

—Estás por tu cuenta, Mabrax.

Antes de que cualquiera de nosotros se diera cuenta, la figura de Naamáh se transformó en una espesa bruma negra. Logré advertir que Mabrax avanzó hacia ella con la velocidad de un rayo, pero incluso así, estirando hasta los brazos, no alcanzó a tocar la oscura nube antes de que se disipara completamente en el aire.

Todo su rostro se crispó en una mueca de furia, para en seguida soltar un gruñido y proferir un insulto hacia ella.

Y ya no tuvo tiempo de nada más.

Un nuevo impacto en el techado consiguió abrir definitivamente la estructura.

Polvo e incontables pedazos del material del techo cayeron muy cerca de Diana, Dave, Claire y Khaius. En el siguiente segundo, apenas pude ser consciente de cómo alguien tiraba con brusquedad de mí para levantarme del suelo; pero, muy a mi pesar, supe de inmediato que se trataba de Mabrax.

Tosí a causa de la polvareda que se arremolinó a nuestro alrededor, y pude escuchar el grito espantado de Claire y los gemidos sofocados de Dave y Diana. En el segundo en que el humo comenzó a dispersarse, una figura alta e imponente descendió desde el techo y cayó de pie en un movimiento seco y airoso. Lo primero que pude distinguir, incluso entre la nube gris de polvo y escombros, fueron sus enormes alas negras.

Los brazos a mi alrededor me apretaron con apremio cuando el remolino de polvo se disipó, y fue en ese momento que pude advertir una ira desmedida, grabada en unos ojos grises que conocía muy bien. Su furia siempre me descolocaba, pero no fue sino hasta ese preciso instante que supe que nunca lo había visto así de enfadado. Su semblante me causó un nudo en la boca del estómago, y me aterró incluso más que el mismo Mabrax.

Algo en él cambió levemente cuando se fijó en mi rostro, pero fue tan fugaz que no pude estar segura de ello.

Un chillido ahogado intentó escapar de los labios de Diana, y entonces sus ojos giraron en sus órbitas; su cabeza cayó hacia delante de forma lánguida. A su lado, los ojos de David se abrieron hasta la desmesura, y le sucedió lo mismo. Ambos se desmayaron, y no supe si fue por ellos o porque los obligaron a dormirse.

—Suéltala —expresó Azazziel, susurrando cada palabra con pesadez, de una forma increíblemente amedrentadora—. Ahora.

—¿Por qué será que siempre llegas a arruinar la diversión? —cuestionó el aludido en tono burlesco, pero incluso yo, que estaba toda adormecida de dolor, fui capaz de detectar el filo tenso en él—. Amy y yo la estábamos pasando muy bien, ¿verdad?

Una de sus manos envolvió mi mentón en un movimiento brusco y doloroso, y me obligó a levantar el rostro hacia él. Acto seguido, se acercó a mí a una excesiva proximidad, repulsiva, y sentí su lengua deslizándose por mi mejilla.

Un escalofrío de puro asco recorrió mi espina dorsal.

Fui capaz de escuchar el gruñido gutural y salvaje que profirió Azazziel.

—Ah, ah —murmuró Mabrax en una negativa divertida, pero que desapareció en seguida—. Te acercas y la asesino. ¡Si cualquiera de ustedes se atreve a dar un paso, la mataré, ¿escucharon?!

Entonces, la figura de Akhliss apareció en mi campo de visión. El alivio y el asombro recorrieron mi sistema en partes iguales, puesto que —al igual que Azazziel— desde su espalda sobresalían dos grandes alas oscuras, pero diferentes de las de él; las suyas eran membranosas y lisas como las de los murciélagos.

Sus ojos estaban entrecerrados en una sorprendente expresión severa, pero ni de cerca como la de Azazziel, sino más controlada. Casi analítica.

—¿En serio crees que vale la pena, Mabrax? —le preguntó ella—. ¿Torturar a esa chica vale que mueras?

—¿Me vas a matar? —preguntó Mabrax—. ¿De verdad van a asesinarme sólo por una insignificante humana?

—Tú lo decidiste así —replicó Azazziel, sin mostrar ni un ápice de piedad.

—Arriesgarás tu puesto... —le amenazó de vuelta—. Todos se enterarán de esto. No podrás salir invicto.

—No podría importarme menos —masculló Azazziel, casi emitiendo otro gruñido—. Quiero que la sueltes ahora mismo, hijo de puta.

Mabrax negó lentamente con la cabeza.

—Pues me temo que Amy se quedará conmigo otro rato —concluyó, y a continuación oí perfectamente un sonido de despliegue que me hizo mirar hacia atrás. Aprecié muy de cerca cómo crecieron las grandes y lisas alas negras en la espalda de Mabrax—. Lo siento, pero tardaron muy poco. No alcancé a divertirme con ella lo suficiente.

«A divertirse lo suficiente», repitió la voz de mi cabeza. En un santiamén, las imágenes de todo lo que había ocurrido, de las cosas que me había hecho esta noche, de todo este maldito martirio, surcaron mi mente con una rudeza imperiosa. Y no pude controlarme.

La rabia excedida me hizo apretar la dolorida mandíbula.

—No me toques, desgraciado... —siseé.

No supe si fue o no un descuido suyo, pero no importó; él pareció olvidar que me dejó un brazo libre, el cual estiré hacia delante y, con todas mis fuerzas, lo impulsé hacia atrás. Mi puño le dio de forma seca a una zona curiosa, un área que no tardé demasiado en identificar como su ingle.

Pude percibir cómo Mabrax dejaba escapar un siseo y se arqueaba ligeramente, conmigo aún entre sus brazos.

—Eres una zorra... —masculló entre dientes, antes de asestarme un golpe directo en el estómago. El dolor que explotó en el centro de mi torso me hizo marearme y perder el equilibrio. Habría caído al suelo de no ser porque Mabrax tenía un brazo alrededor de mí.

Escuché un par de gruñidos guturales, pero fui incapaz de identificar de quiénes vinieron exactamente. No podía oír ningún sonido que no fuera el pitido que resonaba en mis oídos.

Sentí, de manera muy vaga, cómo Mabrax me arrastró con él en un movimiento rápido y urgente. Ambos chocamos muy brusco con, lo que creí, era uno de los pilares, o tal vez la pared.

—¡Voy a asesinar a esta maldita! —bramó en un tono enloquecido—. ¡Dan un paso y de verdad que...! —Una de sus manos ahuecó mi rostro, ya entumecido de dolor.

Golpearlo pudo no ser mi mejor idea. Ahora, lo que único que podía mirar era el suelo, porque no tenía las fuerzas para levantar la vista hacia ellos.

—Mabrax... —Escuché a Akhliss hablar—, deja a esa chica. No tiene nada que ver en esto. Tan sólo déjala ir, y te juro que no tomaremos represalias contra ti.

Lo sentí hacer un movimiento de cabeza.

—Que el bastardo de Azazziel se aleje —exigió Mabrax.

—Ni siquiera lo pienses. —La voz de Azazziel se oyó enardecida.

—Yo lo controlaré —le instó Akhliss, y en mi casi inconsciencia pude reconocer el tono atrayente y armonioso que ella usar perfectamente para manipular—. Sólo libérala. Créeme, esto no vale la pena.

Percibí, no sin algo de dificultad, cómo el pecho desnudo, transpirado y ardiente de Mabrax se hinchaba y achicaba con su acelerada respiración. Percibí, aún en mi estado confuso y dolorido, el miedo que él destilaba.

—Nadie se va a enterar. Podrás volver a retomar tu vida, será igual que antes. —Los intentos de Akhliss por persuadirlo eran obstinados. Yo misma hubiera caminado a ciegas siguiendo sólo el sonido la voz que estaba empleando—. Anda, déjala caer al suelo.

La bruma lacerante que me había dejado su golpe ya comenzaba a desvanecerse cuando pude abrir más o menos bien los ojos.

Y justo en ese instante, pasó.

De un modo en que no supe cómo fue, alguien nos lanzó agua a Mabrax y a mí. El líquido únicamente me hizo despabilar un poco, pero por alguna razón al demonio le hizo proferir un grito hosco, tan alto y penetrante que sentí que se me reventaría el tímpano, a la vez que una de sus manos viajaba para cubrir su rostro. Cuando un denso humo blanco empezó a emanar de los lugares en donde el agua lo había alcanzado, supe qué cosa le habían echado encima.

Alcé la vista, confundida y aterrada hasta la mierda, y entonces pude observar a Claire a una distancia escasa de dónde estábamos, con una botellita vacía en una mano. El temor de recién creció a niveles descomunales, porque no comprendí qué había pasado. ¡¿Cómo diablos fue que llegó hasta ahí?!

En seguida, Mabrax y yo nos movimos un par de pasos, en lo que él continuaba gruñendo de dolor. Y luego, sin que yo pudiera hacer nada para impedirlo, él levantó un brazo y golpeó a Claire en el torso con tal rapidez y fuerza que salió disparada. Su espalda dio con violencia contra una pared, para después terminar de costado en el suelo. El semblante se le crispó en una mueca adolorida.

Un grito horrorizado se construyó en mi garganta, pero no alcancé ni siquiera a proferir el nombre de la chica, cuando algo más sucedió de manera súbita. Algo que jamás hubiera esperado y, definitivamente, Mabrax tampoco.

Todo sucedió demasiado pronto.

Lo primero que percibí fue un sonido de desgarro, muy cerca de mí, e inmediatamente volteé y reparé en el grueso acero recto —alargado, brillante y filoso— que se asomó como un rayo justo a un costado de mi cuerpo, sobresaliendo desde el centro del tórax de Mabrax como si hubiera sido impulsado por alguien que vino desde atrás.

Esperé por el dolor, imaginando que el peligroso acero me había atravesado a mí también, pero no fue así. Moví la cabeza otro poco y, sintiendo que la sangre abandonaba mi rostro y el hielo recorría mis venas, vi cómo el arma traspasaba el estómago de Mabrax, abriendo su carne, apenas a unos centímetros de distancia de mí.

Levanté la vista por encima de mi hombro, solo para descubrir a Khaius detrás de nosotros dos, con la mirada fija en el demonio que me sostenía.

El brazo de Mabrax que me sujetaba con recelo por fin cedió.

Me dejé caer hacia delante, sin fuerzas para poder mantenerme de pie. Choqué con algo duro, pero supe de inmediato que no había sido el suelo. El suelo no podía tener ese aroma tan característico y atrayente que ya conocía de memoria.

Por primera vez en toda la noche, una impetuosa oleada de sentimientos recorrió mi sistema cuando sentí sus brazos estrecharme contra él.

—Lo lamento. —Lo escuché susurrar en mi oído—. Lo siento tanto, bonita.

Una maraña de emociones y pensamientos me invadieron en ese momento, y no pude distinguir si al fin estaba a salvo o si sólo estaba alucinando por el dolor. Quizá hasta estaba muriendo, y yo no lograba darme cuenta.

Un quejido como de intenso suplicio a mis espaldas me hizo reaccionar y, haciendo acopio de las pocas fuerzas que me quedaban, miré hacia atrás.

De inmediato, me arrepentí.

La expresión insondablemente violenta en el rostro de Khaius me hizo sentir como si no lo conociera. Así como tampoco podía concebir lo que estaba haciendo, porque nunca habría imaginado que él sería capaz de algo como eso. Con ambas manos sobre la empuñadura de la enorme arma, él la dirigió hacia los lados, cortando el torso de Mabrax de una forma horrorosa, cruel y ultrajante. El flujo espeso, de un olor fuerte y negro como el alquitrán, brotó de la gran herida como borbotones desbocados. Otro mareo me surcó al ver aquella escena.

La expresión de Mabrax era algo que jamás iba a poder olvidar... No había visto nunca a alguien darse cuenta de que iba a morir antes, sino hasta ese instante.

Sus párpados y labios temblaron, como si sufriera de un millar de emociones y padecimientos en un solo segundo. La sangre surgió de su boca con impulso, sin que él la pudiera controlar, al tiempo que Khaius continuaba haciendo movimientos circulares con la formidable arma, como asegurándose de hacerle una herida que no pudiera cerrar nunca.

Cuando el demonio de ojos ambarinos extrajo por fin el sable del cuerpo de Mabrax, se dejó caer al suelo y oprimió con sus manos su propia herida, como en un intento por no seguir sangrando, esbozando una mueca de dolor intenso.

Mabrax dirigió ambas manos hacia su estómago en un ademán desesperado, como queriendo retener la hemorragia y las pequeñas masas negras viscosas que brotaban de la abertura, con la boca bañada en sangre oscura y los ojos abiertos hasta la desmesura. Un borbotón de flujo salió disparado de su boca, y entonces él también se desplomó al suelo. Su cuerpo comenzó a tener espasmos, al tiempo que emitía extraños ruidos, como si se estuviera ahogando. Un oscuro charco espeso empezó a derramarse alrededor de él.

Yo no podía con eso. No me sentía capaz de digerir aquella espantosa imagen, incluso con todo lo que lo odiaba, con todo lo que ese desgraciado había hecho, no podía ver cómo agonizaba en el piso. Pero tampoco podía apartar la vista de él.

Estaba congelada.

Sus ojos, inyectados con algún tinte purpúreo alrededor, se clavaron en nosotros. Abrió la boca como queriendo decir algo, pero la cerró de golpe y crispó el rostro de puro dolor.

Nadie más se movió. Pude visualizar a Akhliss de pie, a un lado de Azazziel y de mí, no obstante, tampoco dijo nada. Los únicos sonidos que se escuchaban era la respiración dificultosa de Khaius, y los ruidos estrangulados que provenían de Mabrax.

—S-se... —Mabrax intentó hablar una vez más, pero no lo consiguió. No sabía qué era eso que tanto trataba de decir, y, de hecho, no parecía querer irse sin hacerlo.

Escupió otra profusión de sangre y tosió, como aclarándose la garganta. Hinchó el pecho, y pude reconocer el esfuerzo titánico que estaba empleando en esas simples acciones.

Finalmente, apretó la mandíbula con fuerza, y articuló cada palabra de forma entrecortada, con suma lentitud:

—Se lo d-dije a... A-Asmodeo... —A pesar de su estado tan grave, una sonrisa débil de satisfacción estiró las comisuras de sus labios, dejando entrever sus dientes manchados de negro—. El Rey... q-quiere conocerla.

Su gesto se desvaneció y sufrió unas cuantas agitaciones más, al tiempo que la gravedad de esas palabras se asentaba en mi mente aletargada.

Entonces, esos extraños ojos amarillos verdosos, que por mucho tiempo me torturaron en sueños y en la vida real, se tiñeron completamente de negro, tanto las escleróticas como las pupilas. Y con un último largo suspiro, el pecho de Mabrax dejó de moverse.

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