¡Yo Voy Arriba! [Gay] [PAUSAD...

By 20_KYRIEL_20

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[PAUSADA INDETERMINADAMENTE] El hijo del rey del Infierno se ve obligado a ayudar por primera vez a una manad... More

BIENVENIDOS
SINOPSIS
PRÓLOGO
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4.
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 1

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By 20_KYRIEL_20

881 milenios después.

Dimensión Saeva.

Jackson Abdiel

La gran figura escamosa se mueve con fuerza causando oleadas en la espesa neblina, sus rugidos retumban entre los árboles, logrando agitar mi corazón. Mis manos arden por la fricción de las cadenas cada que el Trox se arrebata empujando y gimoteando.

Llevo un par de horas luchando contra esta fuerza monumental, su cola prominente y puntiaguda ya me causó un par de heridas, este Trox forma parte de mi corta lista de bestias que me hacen sudar con su tamaño y furia. Sus gruñidos a voz gutural me hacen estremecer, definitivamente no era nada muy agradable.

El sabor insípido se extiende por mi lengua recordándome la evidente resaca que hace estragos en mi cuerpo. Tengo hambre y sed abismal, una tripleta perfecta, la explicación de mi mal humor.

Desearía retroceder el tiempo lo suficiente para rechazar la propuesta tentadora del ridículo gordiflón con parafernalia dulzona.

«Tengo sueño»

Se vislumbra en mi mente esa encantadora imagen de una acolchonada superficie como si se tratara de una ninfa, me distraje lo suficiente como para aflojar ligeramente mi agarre y terminar yendo de frente, consecuencia de la fuerte envestida del Trox.

Hebras de cabello caen hacia adelante por mi rostro y se adhieren a mis mejillas y mentón, mi ropa se sacude y se pega a mi piel de manera incomoda. Vine preparado, pero no contaba con una bestia de este tamaño. Luchando con mi dolor de cabeza, agito aún más mis alas sobrevolando las copas de los arboles manchados de blanco azulado gracias a la espesa nieve. Con rapidez rodeo el árbol más cercano y firme que encontré, lanzo con fiereza el extremo de la cadena haciéndola dar varias vueltas por la anchura del árbol. Abro mis ojos como platos cuando el grueso tronco se estremece amenazando con romperse, consecuencia de los movimientos ariscos del feroz animal.

«Mierda»

Adentro mis alas amoldándolas a mi espalda. Corro lo más rápido que puedo arreglándomelas para sacar de mi bolsillo una jeringa plateada de aguja gruesa. La criatura alza su cola bailándola en el aire y abriendo sus escamas platinadas en un espectáculo encantador de no ser por las púas afiladas que cuelgan de esta. Salto rezando a todos los dioses por que ninguna de esas espinas rosara mi lindo rostro. Si eso llegara a suceder las chicas no me mirarían más, bueno, al menos no mi rostro, pero si mi pantalón.

Solo pienso en bobadas, por muy feo que me volviera hasta las ancianas me voltearían a ver. Mi encanto es de familia.

El Trox comienza a lanzar ataques a la diestra y siniestra con una amenaza implícita. Caigo al suelo en un pésimo intento de esquivar sus púas, al agacharme resbalo con un monto de hojas y mi barbilla golpea fuertemente contra la fría superficie.

Maldigo y alardeo sobre esta bestia en el interior de mi cabeza. Trato de calcular hace cuanto una captura me costaba tanto, pero no hallo los números. Suelto una ligera risa que se esfuma en cuando vi una de sus afiladas púas ir directo a mi cabeza. Creo que a el Trox no le agrada tanto la idea como a mí.

Muevo rápidamente mi rostro y alcanzo a divisar el color marfil de la púa con una pequeña y trasparente gota en su punta. Alguna clase de veneno o paralizante que definitivamente debo evitar si quiero llegar con vida a mi cumpleaños. El Trox ondea su cola por debajo buscando dar con mis pies, brinque, pero como consecuencia de su movimiento montos de tierra se elevan y colisionan directamente con mi rostro. Esta bestia no me tiene ni un ápice de piedad.

Aprovecho y corro sobre su escamosa piel buscando llegar a su espalda al menos. El Trox al sentir mis manos sujetando sus escamas, rodo sobre su espalda y por poco quede apresado bajo su peso, su pansa blanca quedo expuesta a la vista y sus patas cortas pero pesadas se apegan a su cuerpo. Vuelve a dar vueltas en la misma dirección buscando aplastarme. En algún momento de todo este ajetreo desapareció la jeringa de mis manos.

«Justo ahora, carajo»

En un abrir y cerrar de ojos siento mi espalda colisionar contra un troco y veo mi destino llegar cuando por poco me convierto en alfombra. Mi cuerpo se mueve solo, me tiro hacia un costado logrando sujetar la jeringa resbaladiza del suelo. Aprovecho sus rotaciones y de un movimiento conciso clavo la aguja en su columna observando como poco a poco deja de mover su cola y sus grandes y brillantes ojos son cubiertos por sus parpados coquetos. Esas perlas coloridas que adornaban su rostro son de un hermoso rosado con pequeñas motitas azules. Siempre eh dicho que la belleza de las bestias es única e inigualable.

Respiro por fin colocando mis manos en mis caderas, miro mi ropa sucia y mi camiseta blanca tiene algunos agujeros. Primera vez en años que me coloco una camiseta blanca y pasa esto, una señal del destino tal vez.

«Botare todas las que tengo cuando llegue a casa»

Me senté sobre una raíz descansando por unos instantes antes de llamar a otro futuro muerto para que venga por su mascotita. Ese gordiflón, lo asaré y se lo daré de comer a los pobres, con toda esa carne comerán un año. Abro el colligationem preparándome para escuchar su irritante voz.

"Venga por su mascota, el trabajo ha sido terminado" — comunico con dureza y brevedad.

"Enseguida cariño" — contesta con ese tono cantarín que hacia querer arrancarme las orejas.

Me estremezco de solo pensar en ese "cariño", el gordiflón tiene una tendencia por los jóvenes, le encanta su sangre y por eso busca cualquier método para clavar sus jodidos colmillos en mi cuello.

Un pitido ensordecedor me obliga a cubrir mis orejas con fuerza, un cubo mediano aterriza en el suelo bajo la sombra distorsionada del animal que tengo por amigo. Beez desciende con una sonrisa bobalicona y más de un Burí en sus brazos. Esos pequeños cubitos que a la gente estúpida les gusta tener de alarma son tan molesto que incluso jure deshacerme de todos los que estuvieran en Koi, aunque se lo tuviera que arrebatar a un niño de dos años.

Sin importar las represalias que tendría al dejar objetos fabricados en un habitad natural, tomo el Burí y lo lanzo tan lejos como mi brazo me lo permite. Atraviesa las hojas blancas y las zarzas extensas haciendo que las coloridas aves salgan volando despedidas.

— Que carácter tan feo, busca ayuda. Yo te pago las peleas, para que te liberes — se burla al ver mi rostro enojado.

— Cállate — replico — Definitivamente no debí confiar en ti con tu dichosa mezcla de tragos milagrosa.

— Eres un quejica, te has vuelto manso. Antes llenabas los termos del gimnasio en el entrenamiento con baba de arce, emborrachando a una tropa entera. Ahora no soportas ni una bromita — sonriente de oreja a oreja me repasa con sus ojos azules.

— Cállate por favor, nunca más te hare caso, mierda — sujete mi cabeza — Voy a cambiarme, te veo en el campo.

— De acuerdo, no llegues tarde o Dalila te matara, está enojada contigo — me advirtió colocando sus manos en su cintura.

— ¿Por qué razón estaría enojada? Solo le ahuyente los perros sarnosos que querían morderla — declaro fingiendo un rostro de lamento.

— Esos perros sarnosos era el chico que le gustaba y su hermano. Y no los ahuyentaste cabron, sujetaste al pobre chico del cuello y lo amenazaste de muerte mostrándole los colmillos — alza sus cejas mientras habla enfatizando cada uno de los hechos.

— Mentira, me hablo de su jodida mascota y yo le dije que me importaba una mierda, ¿Qué tiene eso de malo? — miro mis uñas como lo más interesante sobre el planeta Abbaton.

— La realidad es que, si no lo asustabas tú, lo asustaba yo — confiesa y extiende su mano — Di tres.

— De algo tiene que servir ser tan intimidante — hago di tres con él y luego Beez alza vuelo.

El di tres es un agarre de manos que consiste en enredar los dedos pulgares, índice y anular mientras que el corazón y el meñique chocan unos con otros. Representa hermandad y sinceridad. Es más común entre guerreros que en la comunidad del Infierno.

Espero pacientemente unos minutos al fastidioso gordiflón mientras limpio un poco las pequeñas heridas sobre la piel escamosa de este Trox que por poco me mata. Pero no es nada, el bebé solo estaba jugando.

Me siento en el suelo y recuesto la espalda contra un troco mirando el lindo paisaje nevado de principios de invierno. En Koi siempre hace frio, pero no uno tan lindo como este, lleno de nieve o como en los mares, llenos de lluvia. Es un simple frio seco, aburrido y estresante.

Jugueteo con mis anillos en cuanto empiezo a perder la paciencia. Tengo otras cosas que hacer y atrasarme por un cliente impuntual y sin respeto era lo último que necesitaba. La puntualidad es esencial para altos cargos como yo. Esto era indignante.

Empiezo a contemplar la tentadora idea de quedarme con el Trox y mandar al gordiflón a ordeñar las tetas de alguna viejita, cuando por fin apareció el susodicho contoneando sus caderas dentro de esas mallas ralladas y camisa estampada. Con una mano regordeta acariciando su ridículo bigote puntiagudo y con la otra sujetando su bastón con fuerza. Sobre su rostro sudoroso y agitado se encuentra plasmada una expresión retorcida, pero sus ojos color ámbar me gritaban: «¡Lujuria!».

Lo miro con algo de rabia cabe admitir, estoy sumamente estresado y no tengo tiempo que perder con este tarado, por lo cual sin esperar tan siquiera un saludo le entrego la correa en la mano y desato mi habilidad lingüística con maestría en ofensas. Estoy a nada del doctorado en palabras malsonantes nivel cien.

— Toma, jamón con patas. La próxima vez que dejes escapar a esa bestia te cortare en rebanadas y te enviare al mercado Malit para que termines siendo el lindo bolso de mano de alguna desafortunada. Es la cuarta vez que se escapa, más te vale sacar hasta los más míseros y arrugados billetes que tengas bajo el colchón o entre las tetas porque este trabajo te salió caro, quiero ver el billón de argentis en mi colligationem dentro de una hora, de lo contrario prepárate para hacer una visita a el Mortuus Est que durara el resto de tu existencia — limpio mi ropa mientras lo observo procesar mi bella y romántica declaración de amor.

El tipejo no hace más que mirarme encantado por mis palabras, e incluso empieza a sonreír descaradamente revelando sus dientes amarillos y chuecos. Ya sabía yo que en otra vida fui poeta.

— Si me dejas beber, aunque sean unas gotitas de tu sangre, juro por los dioses que te dejo en paz — declara observando mi pálido cuello con descaro.

— Sigue intentándolo en tus sueños, quizás lo logres ahí, porque de mí no vas a obtener más que un par de palizas. A ver si se te caen esos palos de madera vieja que tienes por dientes — hago una expresión asqueada y planeo vuelo tan rápido que el tipejo cae al suelo cuando trata de atraparme por los pies.

— ¡No te olvides de mí pichoncito! — grita esparciendo el eco de su vos hasta lo más recóndito de bosque. Ojalá le salga un mostro y se lo coma, aunque... quizás lo escupa por tan asqueroso sabor a brillantina y calcetines sucios.

Aleteo mis alas por los aires, escucho atentamente el silbido del viento colándose entre pluma y pluma, mis cabellos azabaches se desordenan siendo la última pieza que se requiere para armar un cuadro perfecto. Entre el paisaje nevado, el atardecer de cálidos tonos rojizos y avasallantes tonos negros, el clima perfecto y por último el antes mencionado viento, cumplen las cuatro caras más indicadas en este instante.

Pero todo se va al carajo cuando recuerdo que debo ir al D.M.E (Departamento de Misiones Extracurriculares), para entregar el reporte de esta semana. Y donde una Dalila bien encabronada me espera para arrancarme las bolas con un sacacorchos. ¿Qué culpa tengo yo de que se enrede con puro tarado? Ninguna, exacto. Es mi pequeña cara de culo con carácter de ogro.

No tardo demasiados minutos cuando ya estoy surcando entre rascacielos en busca de la entrada de la maldita D.M.E, a veces no soporto estos reportes. Sé muy bien que debo redactar a detalle cada maldito trabajo que hago relacionado con criaturas especiales o en peligro de extinción, pero joder, podrían dejar de pellizcarme los huevos por un rato. Lo agradecería.

La noche cubre los paisajes brillantes de Koi, llenando hasta el más mísero espacio de cielo con pequeños puntos blancos, sesgados por nubes oscuras esponjosas e iluminados por tres bellas lunas redondas haciendo ver aún más atractiva la infraestructura del distrito y las luces de los susurus que planean por los aires. Mis ojos se pierden en los alrededores vibrantes.

Mi hogar, un hogar para muchos y un infierno para otros. Callejones colmados de toda clase de seres chocando unos con otros, lanzando improperios a lo alto, algunos incluso peleando y otros sacando su lado más agudo tratando de embaucar a algún idiota. Entre ese gentío iban mentes atormentadas, algunos emocionados, preocupados, pero solo unos pocos felices. Pues a nadie le gusta moverse cuidadosamente sobre pilares débiles con un cuchillo en el cuello.

Así se siente vivir como vivimos, con la respiración cálida y amenazante del enemigo tras la nuca, esperando cualquier momento de descuido para cortarnos la yugular.

Atravieso las altas edificaciones hasta sobrevolar un extenso campo abierto. Sobre mis ojos se alzan las cinco torres de control desde las cuales me iluminan para el reconocimiento. Cuando notan de quien se trata, un pitido retumba por la soledad del terreno y las barreras eléctricas bajan dejándome entrar a la propiedad.

Las luces se apagan en cuanto toco tierra firme y empiezo a caminar guardando mis alas donde corresponden. Las pequeñas piedras suenan bajo mis pasos y mis ojos se adaptan a la oscuridad del camino. El aire es más pesado por esta zona por lo que mis inhalaciones son más profundas de lo normal.

El sonido de las aves del otro lado del campo es hipnotizaste, es época de apareamiento, por lo cual sus cantos son más agudos y seductores, al menos los animales tienen una mejor noche que yo. A mí solo me espera un sermón y seguramente una jalada de orejas por parte de una bruja de mano dura.

Respiro profundo subiendo los escalones de la entrada de uno de los edificios, en su interior todo es completamente distinto, la luz de las lámparas blancas era tenue, pero es chocante cuando ya te acostumbras a la oscuridad del exterior. Una minimalista sala de espera con muebles negros y un par de periódicos sobre una mesa son parte del lado derecho del recibidor. Del lado contrario un escritorio de vidrio para secretarios de doce puestos, que en este momento está vacío. Y a su lado tres ascensores de uso exclusivo para los habitantes de esta caja de metal y cristal que algunos les gusta llamar rascacielos.

Para mí es un asesino de aves, cuando era adolecente y apenas aprendía a volar en más de una ocasión me estrelle contra uno de estos. Quizás tantos golpes me atrofiaron la cabeza.

Le tengo bastante resentimiento a esas bigas de metal.

Camino directo a uno de los ascensores y con mi colligationem selecciono el piso. El aparatejo no tarda ni diez segundos en dejarme en el piso setenta y ocho. Aun me pregunto cuándo será el día en que no tendré que hacer tanta mierda después del trabajo. Apuro el trote por los pasillos buscando alguno de los vestidores con ducha en donde pueda retirarme la tierra y el olor a mierda de la piel. Algunos se cruzan conmigo y me dan un leve asentimiento, otros mantienen la cabeza baja y ni me miran. No me interesa, siempre que no me encuentre con la bestia con cola que se hace llamar Dalila.

Cuando encuentro uno de esos vestidores, gracias a todos los dioses, me deshago de mi ropa y la tiro a algún lado, no tengo pensado conservarla, la voy a quemar de seguro. Durante este exhaustivo baño descubrí que, en ocasiones, la tierra puede meterse en lugares inimaginables. No lo hagan en casa niños.

Me visto con algo ligero, un jogger negro con un hoodies de el mismo color. Si no estoy con alguno de mis uniformes, estoy con ropa deportiva y punto, más nada. De un tiempo para acá en Saeva se empezó a usar ropa mundana, pero los uniformes oficiales son un caso distinto.

Me coloco frente al espejo y respiro hondo preparándome para la paliza verbal —espero que sea verbal— de mi vida. Analizo mi rostro, mi piel, mis ojos, mis labios, mi mentón y mi cabello. Tomo una respiración profunda y me inclino hacia delante ligeramente.

— No hay duda, no hay duda en lo absoluto — le digo a mi reflejo — ¿Por qué soy tan sexy?

Sonrío y posteriormente salgo.

Camino por los pasillos blancos con mucha paciencia, si ya la hice enfurecer como el demonio, ¿Qué tiene que la haga enojar un poco más? Voy silbando campantemente hasta llegar a la oficina de reporte, un lugarcito lleno de raros que se encargan de manejar los datos y la información de la sucursal. Abro la puerta, llega rápidamente a mí el olor a frituras, limpiador para sangre y tinta de impresión.

Largas y delgadas láminas de papel vuelan por todos lados como rollos de baño lanzados al aire, se escucha el sonido tintineante de una palanca una y otra vez, llamadas de colligationem por todos lados y seres con enormes gafas leyendo cosas raras. Si, este es el departamento de clasificación de datos en el D.M.E.

En realidad, toda la sucursal de D.M.E es para datos y nada más, hacen que las misiones lleguen a los encargados y entregan los reportes a las personas que solicitan las misiones, puede ser alguien de la línea gubernamental, o puede ser un cliente con contactos. Se supone que vengo a reportar la captura que realice hace algunas horas por el encargo que el gordinflón dejo en el departamento, única y exclusivamente para mí. Que privilegio...

No es mi único trabajo, pero, me da mucho dinero. Aunque nada se iguala a torturar almas. Al fin y al cabo, esto es lo que los humanos conocen como el Infierno.

No es la primera vez que me hace perder el tiempo con cosas ridículas, pero espero que sea la última, si no quiere terminar siendo un bello filete a término medio en el plato de alguna criatura extremadamente hambrienta.

Puedo sentir una mirada maligna observándome de lejos, se me erizan los vellos de la nuca en el instante. Miro lentamente hacia la dirección de donde proviene y casi doy un traspié.

Unos peligrosos ojos verdes brillan desde una esquina oscura donde solo puedo observar la silueta esbelta y alta de la mujer de mis pesadillas, tiene sus brazos cruzados, su larga y delgada cola menea lo que parece ser un vaso con algún liquido dentro. Me acerco muy lentamente hasta lograr distinguir su rostro serio y su frondoso cabello castaño que caía sobre sus hombros como cascadas. Viste un pantalón entallado azul oscuro y una camisa negra arremangada con algunos botones desabrochados, al parecer acababa de salir de una junta con gente extranjera o algo así.

— Hola... — estaba preparado para soltar una sarta de excusas cuando levanta su mano con los dedos extendidos interrumpiéndome.

— Ahórratelo. Dale el informe a Ri mas tarde, tú y yo tenemos que hablar. — ahí fue cuando caí en cuenta de que su expresión no era precisamente molesta, sino más bien, pensativa e irritada.

— ¿Qué sucedió? — mi actitud juguetona y relajada se esfumo en un instante, me tense inevitablemente y me prepare para lo peor.

Observó ligeramente a sus alrededores, toma el vaso que sostenía su cola y bebe todo su contenido en un santiamén.

— Subamos — guía el camino por unas escaleras casi ocultas dentro de la sala que dan a su oficina en el segundo piso. La oficina de la jefa.

El aroma que percibo en cuanto Dalila abre la puerta es totalmente distinto al de la sala del departamento, una mezcla de olor a hierbas y bosque deliciosamente reconfortante. Pero con un aroma aún más exquisito, el de una persona. Mi papá.

— Hola Abdiel — saluda.

— Hola papá — sonrió.

Esta sentado cómodamente en la silla de Dalila, viste su camisa color negro arremangada y su gabardina descansa en el espaldar de la silla, muy a pesar de que hay un perchero. Acaricia su espesa barba con los dedos, la camisa que se adhiere a su brazo se tensa con cada movimiento de sus bíceps.

Echa vistazos fugases a los papeles sobre la mesa.

Me tiro en la primera silla que vi y caigo en cuenta al instante de que trata de un tema de mucha importancia como para que mi padre, el rey del infierno, dejara el palacio y viniera al distrito Koi personalmente. Solo llevo tres días fuera del palacio y nunca permanezco más de cinco días lejos. Espero y no se trate de nada sobre mamá o mi hija, porque alas me van a faltar para volver al palacio.

"Siéntate bien" — me habla por el colligationem.

Suelto un gruñido bajo y enderezo mi espalda en el respaldar del asiento.

— Acabé de tener una reunión con especies de la dimensión Terra. Dalila me acompaño — señala — Un gobernarte de la especie licantropa nos contactó sin el respaldo del representante de la dimensión Terra por una situación de emergencia.

No me gusta por donde va esto, si contactó sin el respaldo del representante de la dimensión, quiere decir que es sobre algo que a los demás gobernantes no les importa o los perjudica. Pensando en el resultado más extremo, podría empezar otra guerra.

— ¿Guerra? ¿Por fin se van a disculpar? ¡Oh! ¡Por Abbaton!, creí que no viviría para ver esto — me pavoneo en puro sarcasmo.

— Deja el drama, diva — gruñe.

— Desembucha, me pones nervioso.

— Él es el líder de una de las manadas más grandes del planeta más habitado de la dimensión Terra, el planeta Tierra. Su manada es tan grande que abarca casi todo un país, además de que mantiene el control sobre otras pequeñas manadas del continente y ha podido mantener a su especie oculta de los humanos. Su influencia es tanta, que está sola manada se encarga del comercio entre los licántropos y otras especies ocultas de la Tierra, tiene tratos con los cambia formas de la tribu de las ballenas y mantiene control sobre naciones completas, aun incluso si su población solo llena un país grande y no un continente.

— Suena impresionante. ¿Qué problemas puede tener este gran señor? — elevo una ceja irritado. No me gusta esa dimensión, no me gustan sus habitantes y mucho menos me gustan los perros pulgosos.

— Han recibido ataques de unos años para acá, al principio pensaron que se trataba de los humanos, incluso sospecharon que habían descubierto sus identidades y esperaron un ataque político, pero en realidad todo se trató de pequeños ataques estratégicos a almacenes con alimentos que estaban destinados para las manadas en zonas infértiles o en temporadas de invierno. Después empezaron a desaparecer licántropos indiscriminadamente, hembras, machos y cachorros, pero todos Omegas, más tarde fueron los Betas y ahora incluso se han esfumado un par de Alfas. Hasta la fecha van ochenta y seis desaparecidos, solo se encontraron los cuerpos de nueve con rastros de muerte violenta.

— Empezaron con pequeñas provocaciones — señala.

«Jodidamente no, carajo. Que no sea lo que estoy pensando»

— En un principio se sospechó de que se trataba de cazadores de licántropos que no conocían la magnitud de la manada. Más tarde, quedarían indicios de que los atacantes tienen el propósito de obligarlos a desocupar una zona en específico, desasiéndose también de los humanos del lugar poco a poco. Gracias a los nueve cuerpos encontrados se abre la posibilidad de que los atacantes sean vampiros y no cazadores. En conclusión, no se tiene certeza de si los atacantes saben que las víctimas eran licántropos o no, pero con las sospechas de que se trata de vampiros, lo más probable es que si lo supieran. Solo se conoce que sus integrantes son fuertes y sigilosos. Si esto continua así no solo será una amenaza para los humanos, si no para cualquier especie de la zona del continente.

— ¿Y eso nos importa por qué...?

«Que no sea lo que yo creo, que no sea lo que yo creo, que no sea lo que yo creo»

— Nos importa porque, se rumorea que un grupo de los representantes piensa que las criaturas del infierno somos los responsables por los resentimientos de la guerra de hace más de mil años. Pueden poner sus ojos en dimensión Saeva, en la dimensión Red, en especies y distritos específicos, incluso circula el rumor de que Abbaton despertó y nos ordenó realizar su venganza — contesta Dalila con la mandíbula tensa. La mirada de mi padre se ensombrece profundamente.

— Nuestra fuerza es mucho más grande y feroz que la dimensión Terra, somos una enorme telaraña llena de dimensiones, eso somos el Infierno, ellos son solo una dimensión con muchos planetas. Hemos estado desarrollándonos fuertemente para evitar un ataque de ellos, pero hemos evolucionado tanto que ni siquiera sus balas pueden hacernos daño — contesto bastante furioso — ¿Porque tenemos que ayudar a los que mataron a nuestra gente y acabaron con la tranquilidad en la telaraña del infierno?

— Piensa en los beneficios hijo, no podemos decir "no" de tajo, porque seriamos los más sospechosos, si resolvemos esto no solo limpiaremos nuestra culpa, si no que nos libraríamos de una futura amenaza para el infierno. Parece un simple caso de asesinato y robo para fastidiar, pero en realidad es más complicado que eso, no quisiera pensar de más, pero si se tratara de los cazadores, sería una fantástica oportunidad para acabar desde la raíz con esa historia del pasado. Además, los terranos nos deberían un gran favor, sería fantástico poder minar en sus tierras y extraer las bacterias que se necesitan para los cultivos, incluso, podríamos dejar de robar su sangre en secreto para la dimensión Red y los demás vampiros de infierno.

Lo último fue tentativo, lo admito. Como un hibrido vampiro demonio hijo del gobernante del infierno, uno de mis privilegios es tener sangre humana donde y cuando quiera, pero los demás vampiros que residen en Saeva solo pueden tener un litro por semana. La mayoría de la sangre va a parar a Red, una dimensión solo y únicamente creada para la comodidad de los vampiros, aunque sea hibrido comparto esas caracteristicas especiales con ellos; la incansable búsqueda de un silencio absoluto y un gusto indescriptible por la falta de luz además de mis capacidades relacionadas con la sangre, pero es cuento para otra historia.

— Te piden ayuda, pero, ¿Qué les hace pensar que el gran y poderoso Lucifer les tendera la mano? — pregunto con voz bobalicona.

— No seeeee — me contesta de la misma forma.

— Creo que sabes que realmente eres un blandito — digo la última palabra como si le hablara a un bebé.

— No me hagas reír — da rienda suelta a una estruendosa carcajada a la que me uno — ¡¿Blandito?! ¿Yo? Por favor.

«Tan blandito como una patada en los huevos»

Nos calmamos un poco y nos ponemos serios nuevamente.

— Y... ¿Por qué me dices todo esto? — pregunto rogando a todos los dioses que, por favor, tan solo por favor que no sea lo que yo creo.

«Voy a rezar todos los días, lo juro»

— Porque...— sonrió de esa forma maligna. Miro a Dalila y niega con la cabeza mientras se sujeta la frente — Tu dirigirás esta operación.

— Pero, pe-pero ¿Qué? — me falta realmente poco para saltarle encima.

— Claro pequeñín pinguin, quien más que tú, mi hijo, para realizar esta importante tarea, eres general y eres cazador, eres excelente torturando — se le forma una sonrisa brillante — Y tu carisma... — se le borra la sonrisa — Bueno, no todo tiene porque ser excelente. Iras con Dalila, además de manejar toda la información también es hechicera de primera clase y lo sabes, también te acompañara el capitán Beez, irán solo ustedes tres por ahora para tratar de averiguar todo lo posible, pero tendrán tropas y especialistas esperando ordenes de este lado. Partirán en dos lunas y yo mismo los acompañare.

No me dejo ni la voluntad.

— Por favor, los humanos... — me estremezco — Son asquerosos, moquean y lloran, se quejan por todo. Son como pequeñas lombrices que van a las iglesias y se acuestan con los feligreses. Son traicioneros y... y ni su creador los quiere — lucho encontrando escusas hasta por debajo de las piedras.

— Ya — asiente — Como bebes tamaño jumbo.

— No solo eso, tienen muchas normas, muchas reglas y muchas leyes que querré romper, tienen muchos bancos que querré robar y no puedooooooo — ruego a lo último.

— Si te lo propones ni siquiera te atraparían, creí que te había enseñado a robar apropiadamente.

— Pero, pero, pero. Piénsalo, ¿Cómo así que los primos se casan y tienen hijos?

— Normal, hace unos cuantos siglos era entre hermanos y padres con hijos. Incluso entre abuelos y nietos.

— Pe-pero no tengo ni puta idea del mundo mundano, ni siquiera sé qué idioma hablan — me queja como un niño pequeño usando mi último recurso.

— Todo eso debiste verlo en el instituto — replica frunciendo el ceño con una sonrisa no muy alegre.

— Por favor, nadie iba a esa clase, todo el mundo se iba para el gimnasio a ver las peleas, o a espiar al instructor de combate mientras vivía su aventura desenfrenada con la secretaria del general al mando sabiendo que ambos estaban intimados con personas diferentes — digo frunciendo los labios.

— ¿Ibas a aprender, o a chismosear? — alza la ceja.

— Da igual — me libro de su cuestionamiento — Incluso si hubiera asistido, me gradué del Instituto Militar hace dieciocho siglos, como lo voy a recordar.

— ¿Pero si te acuerdas de las aventuras del instructor con la secretaria del general? — casi ríe Dalila.

— Ella era muy candente y el muy feo — justifico.

— En el amor la apariencia no cuenta — dice mi papá.

— Exacto, lo que cuenta es el dinero — lo secunde. Pone cara de tragedia — Pero él también era pobre.

— Pero tenía una buena herramienta — dice Dalila con una mirada picara.

— ¿Y tú como sabes? — cuestiona mi papá dejando las formalidades a un lado.

— Una vez los vi en los salones de manejo de grimorio del edificio central.

— Ey, quien quiera que fuese a esos salones no iba precisamente a estudiar, de ahí salieron muchas y muchos embarazados, ¿Qué hacías ahí loca? — la mire casi que amenazadoramente.

Dalila, Beez y yo hemos crecido juntos, la familia de Beez ha estado en la política por años, y después de la guerra, Beez se hizo cargo de liderar su casa familiar. Dalila hace parte de los hechiceros especialistas de infierno, su madre lucho en la guerra defendiendo las fronteras dimensionales. Nos conocemos desde bebes, pasamos un sin número de dificultades juntos, pero si hay algo que nunca superamos, son las relaciones amorosas de Dalila, o se los busca feos, o pobres o malolientes.

Veo que suda la gota fría bajo la mirada de los dos. Mi padre ha sido como un tío para ella igual que lo ha sido su madre para mí.

— N-nada.

Iba a interrogarla más a profundidad cuando la puerta se abre con brusquedad y entra un Beez atolondrado con la ropa manchada de labial rojo.

— Hola — saluda arrastrando las palabras — ¿Quién está listo para la fiestaaaaaa? 

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