Penumbra

RubalyCortes tarafından

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LIBRO I «Uno no se enamoró nunca, y ése fue su infierno. Otro, sí, y ésa fue su condena». ... Daha Fazla

Prefacio
Antes de leer...
1. Las pesadillas
2. Alucinación
3. Invocación
4. Esencia del alma
5. El pacto
6. Límites
7. Primer contacto
8. El Ars Goetia
9. Eminente
10. Muestra de poder
11. Algo maligno
12. Alma
13. La evasión
14. Frente a frente
15. El guardaespaldas
16. Sin retorno
17. El misterio
18. Renacidos
19. Impulsos incontrolables
20. Euforia
21. Cambio de planes
22. Calma arruinada
23. Punto de quiebre
24. La elección
25. Explicaciones
26. El colapso
28. El siniestro
29. Réquiem
30. Dolor liberado
31. Confesiones
32. Teorías inquietantes
33. El error
34. Las consecuencias
35. Temor
36. Fuego
37. La promesa
38. Espera tortuosa
39. Arrepentimiento
40. Ajuste de cuentas
41. Crueldad desatada
42. La expiación
43. Ilusión
44. Real
Epílogo
Agradecimientos | Nota de la autora
¡SEGUNDA PARTE!

27. Azazziel

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RubalyCortes tarafından

Azazziel barrió con la vista a nuestro alrededor, con una mueca de desdén pintada en el rostro.

—¿Sabes? —murmuró—. Cuando me dijiste que querías ir a un sitio más privado, admito que pensé que iríamos a otra clase de lugar. No a un parque.

Fruncí el ceño.

—¿Qué pensaste?, ¿que te llevaría a un motel o algo así?

—Habría estado mejor —dijo encogiéndose de hombros, sin exponer la menor culpa.

—Nunca iría a un motel contigo, Azazziel —repliqué con amargura, pero mis latidos ya habían tenido una reacción anormal ante esa mención.

Su vista se encontró con la mía, y una sonrisa maliciosa se le dibujó en los labios.

—Nunca digas nunca.

El gesto travieso hizo que el centro de mi pecho diera un vuelco extraño. No podía evitarlo; desde que me dijo que yo causaba algo en él, mi corazón no había dejado de palpitar desbocado ni un solo segundo. La única razón por la que había podido caminar a su lado tanto rato sin desmayarme era porque, en el fondo, no podía creerle. En mi interior, no era capaz de asimilarlo.

Simplemente no conseguía creer que yo pudiera hacerle sentir de verdad.

—Solo necesitaba que nos alejáramos un poco de la gente —aclaré, esforzándome por sonar firme.

Aquello no le hizo abandonar su gesto ladino y burlón.

—Pero si lo que de verdad quieres es que estemos solos, esa me parece una opción perfecta.

Clavé la mirada en el sendero de tierra por el que estábamos pasando, únicamente porque necesitaba ver algo que no fuera a él.

—Voy a llegar a la conclusión de que, para ser un demonio, te distraes con facilidad.

—No es así —replicó en un súbito tono arisco—. Lo que pasa es que intento hacer que te olvides de este maldito asunto.

Di un suspiro. Era cierto, llevaba todo el camino oyéndole decir cuan arrepentido estaba de haberme revelado esa información: «Que no era nada importante», «que lo olvidara», «que el estar al tanto de su historia solo me haría tener más dudas sobre él...» Y era consciente de que, en otra ocasión, le habría creído. O, al menos, no hubiera insistido tanto. Pero hoy me sentía lo suficientemente mareada, acalorada y relativamente valiente como para fastidiarle hasta conseguir saberlo por fin.

Hasta lograr conocer la verdad de una vez por todas.

—Si no quieres decírmelo, no lo hagas. —Me encogí de hombros.

—¿En serio? —Pude detectar el leve matiz de esperanza en su tono.

—No, por supuesto que no. —Mi respuesta le hizo abrir un poco los ojos—. No puedes soltar algo como eso y después pedirme que lo olvide, Azazziel. Tienes que decírmelo, por favor.

Entrecerró la vista con suspicacia.

—Eres más cruel de lo que tu dulce rostro aparenta.

Dulce rostro...

Respiré hondo, sintiendo otra vez una aceleración ajena en mis latidos. Sin embargo, me negué a especular sobre eso; no podía distraerme. No iba a dejar que lo hiciera.

—No me cambies el tema. Dime cómo rayos fue que tu padre, que sé que era un demonio, terminó con un... ángel —pronuncié la palabra despacio, con cautela.

—Y yo qué sé —masculló casi con repulsión, negando con la cabeza—. Supongo que tenía buena labia, porque el desgraciado era feo como la mierda.

—¿De verdad? —pregunté escéptica, y se encogió de hombros, restándole importancia. ¿Cómo pudo su padre haber sido poco agraciado, si Azazziel era...? Bueno, como él era. Muy a mi pesar, decir que era guapo era quedarse corto, no podía negarlo. Sacudí la cabeza en una negativa pausada—. Pero... ¿cómo? ¿Cómo fue que pasó?

—No tengo idea —replicó, claramente reacio. Luego agregó con una extraña voz de burla—: Quizás él le dijo: «Oye, angelito, ven y engendremos un monstruo que no encaje en el maldito Infierno, pero que tampoco lo quieran en el puto Cielo».

Fruncí el ceño. Más allá del hecho de que intentaba mostrarse jovial —hasta idiota—, el significado implícito en su broma hizo que una nueva punzada de curiosidad reaccionara en mí. «¿Un monstruo que no encajaba en el Cielo ni en el Infierno?» ¿Así era como él se veía a sí mismo?

—Por favor... —musité.

Él bajó la vista hasta mi rostro y sus labios esbozaron una tenue mueca de desdén. Hinchó el pecho mientras inhalaba profundo, al tiempo que se pasaba ambas manos por el pelo en un gesto exasperado.

—No lo sé, Amy —respondió en tono cansino, cerrando los ojos—. De verdad no sé qué sucedió. Jamás me lo contaron, ni a mí ni a nadie. Zeross y Aeriele nunca revelaron cómo comenzó todo.

«Zeross y Aeriele...» Ambos nombres hicieron eco dentro de mi mente.

Azazziel se talló el rostro con las manos en un ademán tosco. Alterado. Como si estuviera a punto de sacarlo de quicio o de llevarlo al borde del colapso de nuevo. El vago pensamiento de que hacía un corto tiempo atrás esa simple acción me hubiera inquietado —incluso aterrado—, y que ahora no lo consiguiera igual, era un poco desconcertante. ¿En qué momento había dejado de temerle?

—Trata... —pedí en un murmullo, hundiendo el ceño.

Azazziel escondió las manos en los bolsillos de su chaqueta y desvió la vista a lo lejos. Su entrecejo estaba arrugado, pero no podía descifrar si estaba enfadado, a punto de pegar un grito de ira, o si solo estaba frustrado.

Nuestros pasos eran cada vez más pausados. Era probable que en cualquier momento fuéramos a quedarnos ahí, de pie, en medio de un parque adyacente a la costa del río Willamette, desolado ya a esas horas. Ni un alma parecía atreverse a pasar cerca.

Le vi apretar los labios.

—Jamás he hecho esto, Amy —dijo en voz baja y ronca, sin mirarme aún—. Nunca se lo he contado a nadie.

—¿Fue... tan malo?

Vacilé cuando Azazziel resopló en un gesto exasperado. Tensó la mandíbula con fuerza; hasta podía jurar que estaba apretando los puños dentro de los bolsillos de su chaqueta oscura. Suspiré y, por primera vez durante la noche, comencé a sentir que el cansancio me estaba ganando. Además, el efecto de los tragos me hacía sentir más aletargada y torpe de lo normal.

—Bien, tú ganas —murmuré, haciendo un ademán de rendimiento con las manos—. No puedo forzarte. Si no quieres decirme, no voy a obligarte.

Pero la desilusión, de algún modo, se sintió agobiante. Tal vez se debía al hecho de que, en esos momentos, cada sentimiento parecía volverse abrumador. Como si, gracias a la bebida, no pudiera asentar esa barrera que siempre solía imponerme a mí misma para no ahondar en mis propias emociones. Ahora me sentía muy aturdida para eso.

Avancé casi dos metros, hasta que me di cuenta de que estaba caminando sola. Volteé para ver qué lo detuvo, pero solo se había quedado de pie, mirando el suelo. Entonces, cerró los ojos y noté cómo su nuez de Adán se movió cuando tragó saliva. Sacudió la cabeza en una negativa obstinada. De alguna forma, su expresión se veía... atormentada. Como si verdaderamente le resultara arduo hablar de aquel asunto con alguien más.

Y, al mismo tiempo, daba la impresión de querer hacerlo, o de otro modo ya me habría gritado furioso para que me callara. O simplemente evadiría el tema como solía hacer siempre. Quizá no hallaba las palabras. Tal vez, él realmente no sabía cómo hacerlo.

Respiré hondo para darme valor... y armarme de paciencia.

Di un par de pasos vacilantes, y después caminé con más confianza hasta llegar a él. Sus párpados seguían juntos cuando levanté un brazo para agarrar el material rígido de su chaqueta de cuero y tirar de él. Azazziel abrió los ojos y me miró con la confusión escrita en el rostro. Se mantuvo estático por unos cuantos segundos, pero luego cedió.

Lo arrastré de la prenda hasta una banca de madera que estaba cerca. Me miró muy serio mientras me sentaba, y tardó más de lo normal en decidirse a hacer lo mismo. Incluso cuando lo hizo, no fue de la forma arrogante y llena de confianza de siempre, sino como si cuidara de cada movimiento suyo. Como si no estuviera al lado de una débil humana que nada podía hacer contra él, sino que se hallaba junto a un enemigo peligroso. Por primera vez, en su semblante vi un atisbo de... ¿miedo? No estuve segura de cómo proceder, o siquiera de cómo sentirme al respecto.

Transcurrieron unos minutos bajo un silencio tenso, logrando que la ansiedad, el nerviosismo y la curiosidad acrecentaran de forma inusual dentro de mí.

Hasta que mi paciencia se agotó.

Respiré profundo antes de mirar fijamente su perfil.

—Háblame de Zeross —sugerí en voz baja.

Su rostro se ladeó un poco hacia mí, todavía con expresión severa. Inhaló lento y hondo. Y, entonces, con una exhalación igual de pesarosa, por fin habló.

—¿Recuerdas que una vez me preguntaste si yo era importante en el Infierno? —inquirió en un murmullo quedo, tanto que tuve que acercarme más a él. La pregunta me sacó de balance, pero asentí porque lo recordaba perfectamente—. Bueno, como te dije esa vez, no lo soy. El Infierno no va a desmoronarse, ni causaría gran revuelo si me pasara algo o si yo llegase a morir. Así que no, no soy importante allá... Pero Zeross... —pronunció con cierto desaire y tragó saliva—, mi padre, sí lo era.

—¿Tú... puedes morir? —pregunté, en un tono más alto de lo que debía. Por alguna razón, esa sola idea hizo que una punzada repentina y ajena me surcara.

—Sí —replicó y se encogió de hombros, como si no fuera algo sustancial—. Te aseguro que podemos morir.

Una emoción incierta me estrujó el pecho, pero antes de que me desviara del asunto, agité la cabeza y me obligué a no centrarme en ese hecho. Después de todo, yo ya sabía que eso era algo posible.

—Continúa —demandé con urgencia.

Él dio otro suspiro.

—Supongo que ya debes saber, con todo lo que has leído, que existen jerarquías entre los demonios —dijo con tono bajo y relajado, casi con parsimonia. Asentí pese a que no me miraba directamente—. Allá el clasismo es intrínseco. Las castas demoniacas, que supongo que entre ustedes sería algo así como las «familias», se rigen por esa misma jerarquía. Zeross pertenecía a una de las castas más valoradas en el Infierno. No se comparaba con los Espíritus Superiores, pero sí tenía un estatus bastante alto.

—¿Qué son los Espíritus Superiores? —pregunté, quizá con demasiado interés para su gusto porque de inmediato me miró feo. O tal vez solo fue por haberlo interrumpido.

—Son los demonios que gobiernan todo el Infierno: Astaroth, Belcebúu y, por supuesto, Lucifer.

—P-pero... —titubeé, algo aturdida— yo creía que Lucifer era quien reinaba allá.

Negó con la cabeza.

—Hace ya muchos siglos que Lucifer no gobierna en solitario —explicó con desinterés.

—¿Y de verdad el Infierno es... es como lo describe Dante?

Frunció el ceño un segundo, pero en seguida dejó escapar una leve risa y sacudió lentamente la cabeza.

—Claro que no —afirmó, un tanto más sereno—. Aunque sí es similar en ciertos aspectos.

—¿Cuáles?

Él volvió a soltar otra risita breve y apagada.

—Está dividido en niveles, o círculos.

—¿Y cómo es entonces? —Hice un esfuerzo colosal por mantener mi rostro tranquilo a medida que él hablaba. Lo que menos quería era mostrarme espantada para darle el gusto de burlarse, o de detenerse por considerar que me estaba asustando demasiado. Y menos ahora que por fin me estaba hablando de aquel lugar.

—El Infierno se divide en ocho sectores, o niveles, como lo prefieras —explicó. De repente, tomó una de mis manos, que estaba tensa en un puño apretado, y la levantó hasta que quedó frente a mi rostro. Con la punta de su índice, fue tocando varios puntos en diferentes partes de mi puño, de forma desordenada. En total, me dio nueve roces con su dedo—. Nueve, si cuentas lo que ustedes conocen como el Purgatorio, pero no tenemos acceso ahí. En cada uno de esos niveles, hay dos demonios que lo gobiernan: uno, que es el Rey; y otro, que es quien rige el Pecado que predomina en el nivel específico. Cada círculo es así, menos éste —dijo, tocando un punto en medio del dorso de mi mano.

—¿Qué pasa con ese?

—No es gobernado por dos, como los demás. Solamente uno rige todo en este nivel: un demonio llamado Asmodeo.

Mis ojos se abrieron de par en par. Había leído ese nombre en casi todos los libros de demonología. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal, porque en algún sitio recóndito de mi mente, aquel nombre, de alguna forma inexplicable, despertó un ajeno sentimiento de... ¿familiaridad?

—¿Es muy poderoso? —pregunté en un susurro inestable.

Azazziel asintió, pero no pareció darse cuenta de cuánto me había afectado.

—Zeross tenía una rivalidad desmedida con Asmodeo. Él aspiraba a ser Rey del nivel que Asmodeo rige —expresó, y mis ojos volvieron a abrirse de pura impresión. Él esbozó una sonrisa y movió la cabeza en un asentimiento condescendiente—. Sí, para que entiendas qué tan fuerte era el desgraciado. Él pretendía que Asmodeo se mantuviera como dominante de la Lujuria, mientras que él quería ser el Rey de dicho nivel. Hazte una idea de cuánto se detestaban entre sí, porque a Asmodeo nadie, absolutamente nadie lo reta —agregó con amargura, frunciendo más el ceño—. Como verás, Zeross era ambicioso. Ése era su plan, lo que anhelaba y lo que, tal vez, hubiera podido conseguir... Pero, en algún momento, ese deseo se vio afectado cuando encontró a Aeriele.

Su rostro se contrajo levemente cuando mencionó el último nombre. El nombre de su madre.

—¿Los ángeles también tienen jerarquías?

Asintió con aire ausente.

—Así es —murmuró, con cierta hosquedad de la que no pareció darse cuenta—. Es distinta, porque su mugroso Cielo no se divide igual que el Infierno. Al menos, eso tengo entendido. Pero sí tienen una jerarquía muy estricta, inclusive, más que la nuestra... Aeriele, al contrario de Zeross, no pertenecía a un estrato alto, sino al más bajo. Ese que todos los ángeles detestan, y en el que duran muy poco tiempo porque luchan para subir de rango rápidamente. Porque es el que tiene más interacción con los humanos: los Custodios. O, como ustedes les dicen, un Ángel Guardián. —Hizo una breve pausa para suspirar con ligera frustración, y torció el gesto—. Supongo que se habrán encontrado en algún momento en lo que ambos se encargaban de sus propias labores, no lo sé. No tengo idea. Ni siquiera estoy al tanto de por cuánto tiempo lo ocultaron, aunque se presume que fue bastante. Los pocos que hablan de ello piensan que pudieron, de alguna manera, esconder ese antinatural romance suyo con éxito... —pronunció la palabra con una leve nota sardónica, arqueando las cejas. Pero, un segundo después hundió el ceño con una emoción que no fui capaz de distinguir, y añadió con amargura—: Hasta que llegué yo.

Le vi volver a apretar los labios y tragar saliva. Dio un suspiro ahogado y, acto seguido, se puso de pie para alejarse a zancadas.

Me levanté y caminé rápido para darle alcance, viendo cómo se dirigía hacia el barandal que rodeaba la orilla del río y que impedía el acceso más allá. Sus manos se aferraron al material metálico y pude notar, cuando me acerqué lo suficiente, cómo la tensión se acumulaba en sus espalda y brazos.

Llegué a su lado, pero decidí mantener algo de distancia.

—Yo creía que los ángeles... —vacilé y me aclaré la garganta—, que ellos no podían tener hijos.

—No los tienen —afirmó, con la voz más enronquecida—. No andan cogiendo y concibiendo otros ángeles. Ellos no pueden procrear, pero no porque no sean capaces, sino porque está prohibido. —Una risa corta y sin verdadero humor escapó de sus labios, al tiempo que negaba con la cabeza—. Te imaginarás, entonces, el escándalo que Aeriele causó en el Paraíso cuando se enteraron de que ella había engendrado un hijo con nada más y nada menos que un demonio.

Fruncí el entrecejo cuando una duda me cruzó la mente.

—¿Cómo hicieron para ocultarte de ellos? —inquirí.

Él fijó la vista en las aguas oscuras y tranquilas del río, iluminado por el reflejo de las diferentes e incontables luces de las calles y los edificios.

—Supongo que encubrir un amorío prohibido al Infierno y al Cielo era algo complejo, pero lo consiguieron. Lo que no pudieron hacer, fue ocultarme a mí también. —Hizo una pausa mientras inhalaba y levantaba la vista hacia el firmamento, cargado de unas espesas nubes grises—. Desde luego, yo no podía habitar en ninguno de esos lugares, así que me ocultaron en el que era imparcial. En el que ninguno de los dos tenía jurisdicción. —Bajó la cabeza, y sus ojos grises se encontraron con los míos—. Soy el primer y único demonio de mi clase nacido aquí. En la Tierra.

Un jadeo escapó de mis labios, dejándome sin aire en los pulmones. Él rio ligeramente por mi reacción, pero en seguida su rostro volvió a tornarse serio.

—Amy, yo... —dudó por un segundo y desvió la mirada hacia otro lado. Me pareció detectar algo en su expresión, pero no logré descifrar qué fue—. Nací en una época en la que ustedes estaban estrictamente regidos por su fe. La sociedad estaba dominada por la religión y su libertad, su estilo de vida y sus decisiones derivaban de lo que pensaban que Dios quería de ustedes. Apegados a un supuesto plan divino que ustedes mismos interpretaron; tanto así, que aplicaron castigos físicos duros y crueles a todos aquellos que consideraron profanos y que no vivían del mismo modo, tratando de aplicar una justicia errónea.

Azazziel negó con la cabeza en un ademán de cólera, manteniendo su semblante austero. Yo, en cambio, me limité a conservar el mío impasible para que no viera el pasmo que sus palabras habían provocado en mí.

—Zeross y Aeriele no podían mantenerme oculto y encima continuar con sus propias existencias como habían hecho hasta entonces. Necesitaron el apoyo de otro para poder hacerlo. Tuvieron que recurrir a alguien más para que me vigilara cuando ellos no podían. Entonces, Zeross tomó la decisión de involucrar al único individuo que sabía que podría ayudarlo, porque era el único ser en todo el Infierno que no se sentía cómodo con su propia naturaleza. Que detestaba lo que era y el mundo en el que había nacido, y que anhelaba seguir sus propias reglas...

—Kaspiel... —musité sin poder evitarlo, interrumpiéndolo. Tragué saliva, incapaz de tener el valor de agregar otra cosa.

Azazziel me miró con detenimiento por un par de segundos, como evaluando mi expresión.

—Kaspiel fue como un hermano mayor para mí —continuó, en un murmullo áspero y anodino—. Yo crecí bajo su cuidado, cuando ellos no estaban. Él y Aeriele compartían un sentimiento de admiración por los humanos, por lo que recuerdo que tenían muy buena relación. Kaspiel intentó, al igual que Aeriele, transmitirme su apego hacia los mortales. A temprana edad, ambos trataron de que viera a la humanidad con la misma simpatía que ellos les tenían. —Sacudió la cabeza de forma pausada, sesgando los labios en una tenue mueca de desagrado—. Pero nunca pude. Únicamente los toleraba... por ellos. Así fue cómo, en medio de una zona boscosa y solitaria, tan densa que ningún humano se atrevía a cruzarlo y dominada por una naturaleza que ustedes todavía no masacraban, ahí Zeross construyó una cabaña para Aeriele y para mí. Cuando ambos debían estar ausentes, Kaspiel cumplía el rol de... guardián. Y fue de ese modo, por unos cuantos años.

Pude notar cómo sus manos se apretaban todavía más sobre el barandal metálico. A su lado, yo continué inmóvil, sin mover un solo músculo.

—El tiempo que conocí a Zeross fue muy limitado, así que los recuerdos que tengo de él son bastante escasos... ¿A qué edad sus infantes comienzan a tener consciencia? ¿Como a los cinco años? —inquirió haciendo un gesto de ligera apatía. Yo asentí, aunque en realidad no estaba cien por ciento segura de eso—. Bueno, los de nosotros no. La nuestra es inmediata, poseemos recuerdos desde el primer momento en que nacemos, incluso desde antes. De igual modo, nuestro desarrollo es más apresurado, no tan lento como el suyo... Debido a ello, al estar ausente por largo tiempo, Zeross se perdía de las etapas mi crecimiento. Inclusive, yo vine a conocerlo un par de meses después de que había llegado al mundo.

Apretó la mandíbula y se calló. Cerró los ojos y agitó la cabeza, como si un recuerdo o un pensamiento enfadoso hubiera arribado su mente sin querer.

Continuó observando el río a lo lejos, con los ojos entornados y el semblante severo. Por mi parte, trataba de entender y crearme la imagen de él de pequeño, con un anormal crecimiento acelerado, y cuyo padre al parecer no estuvo presente durante su nacimiento. ¿A qué se pudo deber su ausencia?

—¿Qué recuerdas de él? —pregunté con tacto, en un intento por animarlo a seguir.

Azazziel estrujó los puños y respiró hondo.

—Que era alguien duro, como individuo y como padre... Veo cómo tus padres son entre ellos, Amy. Percibo cómo, con el pasar de los años, han logrado mantener intacto ese sentimiento que los unió... Pero yo nunca aprecié a Zeross ser afectuoso con Aeriele. Él no demostraba emociones por ella, ni por mí. —Su mandíbula se volvió a apretar con arrebato y bajó la cabeza—. Jamás los noté como si fueran una... pareja. Y, por lo mismo, llegué a pensar que ellos en realidad no sentían el menor apego por el otro. Que quizás solo cometieron una locura y que yo fui el precio que tuvieron que pagar por ello. O que, tal vez, quisieron experimentar... —Arrugó el ceño con un aire dubitativo e innatamente mezquino—. Que quisieron crearme a propósito, por puro morbo, para ver qué clase de ser podían concebir. Mi crecimiento era tan rápido como el de cualquier demonio, pero yo estaba lejos de ser una criatura sana y fuerte. De hecho, era bastante débil. Recuerdo que había ocasiones en las que tosía sangre, y llegué a escucharlos a ambos decir que era posible que mi esperanza de vida era poca. En esos tiempos, no sabía que era diferente. No tenía idea de que no existían otros seres como yo. Tampoco entendía que Zeross y Aeriele eran «opuestos». Para mí, lo que ellos eran no tenía nada de malo. Recién cuando llegué al Infierno, fue cuando me di cuenta de lo distinto que era yo respecto de los demás.

Fui capaz de notar cómo mi pecho se oprimía en respuesta a eso último. Asentí con lentitud mientras continuaba estudiando su rostro, que había vuelto a adoptar una expresión abstraída.

—¿Y cuándo...? —Fruncí el ceño, dudando seriamente si hacer o no la pregunta—. ¿Cómo se enteraron de ti?

Sentí una punzada de arrepentimiento en cuanto él soltó aire despacio por la boca, a la vez que juntaba los párpados, no con rabia ni exasperación, ni como cuando yo lo hacía enfadar, sino con verdadera pesadumbre. Vislumbré cómo las facciones se le contraían levemente en un gesto cargado de aflicción, pero se las arregló para cuadrar los hombros y continuar mirando al frente como si nada.

—Donde vivíamos, a un par de kilómetros, había un pequeño poblado rural —explicó con aparente indolencia—. Aeriele solía ayudar a las personas que lo habitaban. Ahí era donde ella y Kaspiel me obligaban a interactuar con los humanos. Eran tiempos distintos, Amy, las personas no se atrevían a poner en duda nada que tuviera que ver con el Cielo o el Infierno. Así que en cuanto unos pocos empezaron a notar que éramos diferentes, que vivíamos alejados, que apreciaban una sensación extraña cuando estábamos cerca..., comenzaron a sospechar. —Hizo una breve pausa y vi que convirtió las manos en puños, tan apretados que pareció que la piel de los nudillos iba a rompérsele en cualquier instante—. Un día, mientras nos hallábamos en la aldea, nos topamos con un niño que fue atacado por un lobo. Había un pequeño grupo rodeándolo, pero su estado era tan grave que ellos no podían hacer nada por él. Aeriele se les acercó y, sin pensarlo dos veces, lo curó... En frente de ese diminuto e insignificante montón de humanos, expuso sus poderes a costa de salvar la vida de ese niño. —Una risa corta y amarga brotó de sus labios—. ¿Cómo crees que ellos reaccionaron? ¿Piensas que se alegraron? ¿Que se emocionaron porque Aeriele había salvado a ese mocoso inútil? —Negó con la cabeza, al tiempo que convertía sus labios en una línea tensa que, en menos de un tris, se colmó de una rabia que parecía estar contenida desde hacía quién sabe cuánto tiempo—. Se espantaron. Enloquecieron por completo. Creyeron que ella era una bruja y comenzaron a apedrearla... Así que los ataqué.

Mis ojos se abrieron de par en par.

—Azazziel...

—No iba a dejar que la lastimaran —me interrumpió con brusquedad—. No maté a ninguno, solo los asusté. Pero lo que hice alteró a Aeriele, así que escapamos y nos apresuramos a volver a la cabaña. Escúchame —expresó por lo bajo, con cautela, aunque en realidad yo no había dejado de prestarle atención ni un instante—: desde hace siglos, existe un grupo muy selecto de humanos que tienen contacto directo con los ángeles, llamados Celadores. Ellos los ayudan a mantener a raya nuestros mundos, a conservar el orden entre ustedes cuando ocurre algo fuera de lo normal para que no haya caos. Alguno de los del grupo que vio los poderes de Aeriele y los míos, debió de advertir a uno de ellos... Y ese miserable uno, invocó a los malditos ángeles.

» Al día siguiente, vinieron tres de ellos. Tres ángeles, que lo único que hicieron fue destituir a Aeriele de su cargo, no sin antes exponer la gravedad de sus acciones y dejarle claro que era una traidora, una deshonra. Prácticamente que era lo peor que le había pasado al Cielo después La Rebelión. Quemaron la cabaña, la única... casa que alguna vez tuve. Nuestro hogar. La destruyeron por completo y no pudimos hacer nada para evitarlo. Un poco más tarde, finalmente llegó el desgraciado de Zeross. Después de que a ella la humillaron, después de que la hicieron pasar por toda esa mierda. Porque así era él: jamás estaba cuando se le necesitaba.

Atisbé un ligero temblor en la comisura de sus labios. Sus ojos estaban clavados en un punto especifico lejano que yo no fui capaz de identificar, y su respiración estaba ligeramente acelerada. A todas luces un fuerte sentimiento de ira había reemplazado todo lo demás en su rostro. Algo en mi pecho se estrujó al verlo así de afectado, pero no hice ni un ademán por acercármele. Estaba demasiado sumida en su historia, demasiado aturdida.

Estuve a punto de pedirle que siguiera, pero entonces él habló:

—Cuando vieron cuál era el demonio que estaba involucrado, los ángeles invocaron a un demonio de alto rango para que se encargara de nosotros. Él dictó que nuestro caso se debía llevar a cabo en el Infierno, puesto que no se trataba de cualquiera, sino del mismísimo Zeross... El «Ambicioso y sanguinario Zeross». El mayor rival de Asmodeo —dijo usando un tono antipático de burla, y rodó los ojos en un gesto cansino—. Y recuerdo dos cosas con mucha claridad. La primera: que los ángeles que vinieron le indicaron a Aeriele ya no pertenecía al Estrato Divino. Que el cielo ya no era su hogar y que, por ende, el Infierno podía hacer lo que quisiera con ella... Y la segunda: que miré a lo lejos, a un pequeño y miserable grupo de humanos curiosos escondidos entre los árboles, unos espectadores que estaban satisfechos con la decisión de los ángeles, como si fuera lo correcto. Como si nos mereciéramos lo que nos estaba por suceder. Miré a los mortales, los mismos a los que Aeriele había salvado y ayudado durante esos años, y puedo recordar con exactitud lo que ella me dijo en ese momento... —Noté cómo su cuerpo entero, especialmente sus brazos y hombros, se tensaba dominado por completo por un sentimiento tan vehemente que fui incapaz de reconocer—. Me dijo: «No los mires así, solo están asustados. Prométeme que no los vas a odiar».

Azazziel movió la cabeza en una negativa pausada y austera, y pude imaginar qué fue lo que le respondió. En mi mente, lo visualicé con esa misma expresión colmada de una ira desmedida, pero en un rostro y cuerpo más pequeños, incapaz de hacerle esa promesa a su madre.

—Tuvieron que abrir un portal al inframundo, porque Aeriele y yo no sabíamos cómo llegar por nuestra cuenta —continuó, con la voz cada vez más ronca de rabia—. No teníamos ese poder. Al menos, yo no lo tenía en aquel tiempo. Y entonces llegué al Infierno... El verdadero Infierno. Como Zeross pertenecía a la corte de Asmodeo, fuimos juzgados por ellos. Fue la primera vez que vi a otros demonios... Demonios peores que Zeross porque, aunque él era un desgraciado, no recuerdo nunca que me haya puesto una mano encima. A ellos, sin embargo, no les importó en absoluto. Y mientras resolvían qué hacer con nosotros, Asmodeo decidió ponernos en celdas separadas. Puedo recordar el momento exacto en que Asmodeo me llevó con un grupo de demonios y les dijo: «Diviértanse con el pequeño fenómeno». Y me dejó ahí, con ellos.

Un resuello involuntario escapó de mis labios, pero ahora Azazziel estaba tan enfrascado en sus propias palabras, su mente por completo trasladada a aquel tiempo, que no notó lo espantada que estaba y prosiguió:

—Me torturaron por puro gusto. Por pura maldad, no porque hubiera un verdadero motivo para hacerlo. No sé cuánto habrá durado exactamente, pero para mí... para mí fue interminable. —Se apuntó a sí mismo con una mano, hacia su espalda, en un ademán airado y de desprecio—. Fue cuando me hicieron estas cosas. Usaron armas especiales, creadas en el Infierno y que nos causan daño permanente, para que recordara siempre lo que me hicieron. Las heridas tardaron mucho en cerrar, y me acuerdo de que no dejaba de sangrar. Como te dije, en aquel tiempo era muy débil...

El entumecimiento de mis manos me despistó. No fue sino hasta ese momento que me percaté de que yo también estaba apretando el barandal, tan fuerte que cuando solté el metal, mis dedos hormiguearon. Volví a observar a Azazziel, pero él seguía mirando persistentemente a lo lejos, casi como si no fuera consciente de mi presencia ahí.

—Cuando los volví a ver, Aeriele también estaba muy malherida. Tanto ella como Zeross, pero él no me interesaba. Para mí, él se merecía todo lo que le hicieron. Entonces, Asmodeo dio a conocer su sentencia: la ejecución. —Un nudo me atenazó el estómago, y de repente sentí unos intensos deseos de vomitar. Me puse una mano en la boca para tratar de evitarlo, un gesto del que él no pareció ser consciente—. Fue entonces cuando Kaspiel irrumpió en el Castillo de Asmodeo. Hasta ese momento, nadie tenía idea de que él estaba involucrado, porque ni Zeross ni Aeriele lo habían delatado; él decidió entregarse por su cuenta. Estaba furioso, como nunca lo había visto antes... —Se detuvo por un minuto, como para ordenar sus ideas, y luego negó—. Como sea, te dije que mis padres eran poco demostrativos. Incluso Aeriele, a pesar de lo amable era, también solía estar muy ausente. Sin embargo, en ese momento, fue la primera vez que vi que Zeross hiciera algo por nosotros. La primera vez que noté que en verdad le afectara lo que nos iba a suceder... Y ofreció su vida a cambio de la nuestra.

De pronto sentí que no quería continuar oyendo. Quise pedirle que se detuviera, pero no pude hacerlo. No fui capaz de otra cosa además de hacer un desmesurado esfuerzo por no vomitar. Me quedé congelada, sin poder ni siquiera mover los labios para protestar.

—Pero Asmodeo no estaba satisfecho con la oferta —expresó en un murmullo—. Él quería que todos sufriéramos por el alboroto que causamos en su Nivel. Quería que pagáramos por nuestra traición. Aeriele también pidió que la mataran para salvarnos, pero Asmodeo estaba totalmente convencido... Hasta que Kaspiel propuso que hicieran lo que quisieran con ellos. Es decir que, si querían torturarlos de las formas más violentas y atroces posibles, a él incluido, que así fuera. Que podían hacer cuanto desearan con ellos con tal de que me dejaran solo a mí con vida... —Cerró los ojos por un segundo y agitó la cabeza con consternación—. Y si hay algo que Asmodeo adora más que el sexo, es la tortura. Así que aceptó. Pero, antes de que comenzaran, Zeross obligó a Asmodeo a pactar con él para que no pudiera romper su palabra. Un pacto muy específico entre dos demonios, uno que es inquebrantable. Uno con el que, si se falta, se paga con la vida... Asmodeo aceptó con tal de torturar y humillar a su mayor rival, al que quería destronarlo. Para él fue todo un placer.

Pese a que no me miraba, logré apreciar cómo un sentimiento tan oscuro como desconocido le había teñido las facciones, hasta el punto de hacerlo ver peligroso y amedrentador... Pero de igual forma me hacía anhelar saber qué era eso otro que no lograba percibir.

—No estoy seguro de cuánto duró. Asmodeo me encadenó a un pilar en su arena de tortura para que lo viera todo... Reconocí en su rostro, cada vez que golpeaban a alguno de los tres, la satisfacción que eso le causaba. A Aeriele y a Kaspiel le hicieron toda clase de bestialidades, y yo no tenía la fuerza para nada. Ni para ayudarlos, ni para huir de ese maldito sitio. Había un millar de demonios dispuestos a ver y participar. Incluso a Zeross, con su enorme tamaño y su imponencia, lo humillaron y redujeron su orgullo a nada... Su interminable martirio solo acabó cuando Asmodeo se aburrió de ellos, y prendió sus cuerpos en fuego. No uno cualquiera. Existe un fuego especial, uno que solamente unos pocos son capaces de conjurar, llamado Fuego Sagrado. Y es mortal tanto para los ángeles como para los demonios. Asmodeo los hizo arder a los tres, cuando ya no tenían fuerzas para luchar ni para escapar. Y ni siquiera fue instantáneo... —Su voz se quebró, y en ese instante me percaté del temblor involuntario de sus puños apretados sobre el barandal—. Su muerte fue tan lenta como la misma tortura que sufrieron.

Abrió la boca para seguir hablando, pero ninguna palabra salió de su boca, por lo que la cerró de golpe y apretó la mandíbula hasta un músculo sobresalió de ella. Sacudió la cabeza, y de repente lo vi tan consternado, que no supe qué pensar. No estaba segura de si en verdad quería continuar escuchando.

Pero, al mismo tiempo, necesitaba saberlo.

—¿Qué pasó contigo? —pregunté con un hilo de voz.

Él se tomó un minuto para relajarse, antes de volver a hablar.

—Debido al pacto que había hecho con Zeross, Asmodeo no podía asesinarme. Pero decidió que otros sí podían. No permitió que volviera a la Tierra. Me dejó ahí, a la deriva. A mi suerte. Me abandonó en un mundo en el que estaba seguro de que no duraría demasiado. Así que las humillaciones, las torturas y el martirio continuaron. Llegó un punto en el que me sacaron la mierda en conjunto y me dejaron al borde la muerte. Fue entonces cuando Akhliss me encontró. Sé que ella fue a verme con la intención de liquidarme, de vengar a su hijo. Pero creo que algo cambió en ella al verme. —Su ceño se frunció, como si la duda lo hubiera invadido—. Y en lugar de acabar con su cometido, ella tomó la decisión de cuidar de mí hasta que tuviera las fuerzas para defenderme solo. Su pareja, el padre de Kaspiel, no lo aceptó. Él no soportó que ella eligiera salvar la vida del responsable de la muerte de su hijo, y la abandonó. Lo que tenían, acabó por mi culpa también.

Le vi bajar la cabeza un poco, pero se recompuso de inmediato, como si se hubiera convencido de algo rápidamente. Quise saber en qué pensó y preguntar por el padre de Kaspiel, pero quizá él lo advirtió antes de que siquiera pudiera decir una palabra, así que se apresuró a continuar:

—Con el paso del tiempo, y contra todo pronóstico, superé las expectativas de vida que todos tenían de mí. Y me volví fuerte. Más fuerte en un mundo que me veía como si yo fuera la cosa más asquerosa con la que se podían topar. A donde iba, me miraban con repudio y me atacaban cada vez que tenían oportunidad. Aun así, debía encontrar mi lugar ahí, sino iba a volverme loco. Necesitaba encajar. Demostrar que sí era como ellos, que no había nada diferente en mí, nada que me limitara solo por ser híbrido... No obstante, sí lo hacía. Sí había ciertas cosas que me hacían distinto al resto, y eso me frustraba como no tienes idea. —Esbozó una mueca de aversión. Sin embargo, luego, una tenue sonrisa sospechosa se dibujó en su rostro—. Pero también tenía otras habilidades que ellos no poseían. Y traté de usar mi diferencia como una ventaja. Como que, por ejemplo, yo tenía mucha más resistencia a los objetos religiosos que cualquiera en el Infierno. Y con el tiempo aprendí que, al igual que los ángeles, también tenía la capacidad de curar heridas físicas. Todas las habilidades que nadie más tenía las usaba a mi favor. Y fue así como, poco a poco, me fui haciendo mi espacio.

Se encogió de hombros. Le vi girar la cabeza levemente hacia mí, por primera vez en lo que se sintió como mucho tiempo.

—Pasó casi un siglo, cuando decidí volver a la Tierra —dijo por lo bajo—. Y vi que ustedes no habían cambiado en nada. Que seguían siendo egoístas, desgraciados, perversos. No eran mucho más viles que los mismos demonios... Así que concluí que quería verlos sufrir. Que quería verlos arder a todos ustedes en el Infierno. Y me esforcé por amparar su destrucción. Cuando todos se enteraron de que estaba tan dispuesto a aniquilar a la raza humana, fue cuando se podría decir que las cosas mejoraron. Solo entonces, cuando exhibí fidelidad hacia los demonios y que en realidad estaba de su lado, Asmodeo se mostró condescendiente conmigo. Cuando demostré lealtad hacia él y el Infierno, las cosas fueron más sencillas para mí. Como vio que yo no tenía la menor intención de desplazarlo, sino que alababa su fin, Asmodeo me dio un lugar en el Infierno. Me entregó mis propias legiones y me dio un cargo en su casta. De pronto, ya no me miraban con asco, sino como uno más de ellos. El resto de los demonios ya no me humillaban, tanto como porque yo podía ser capaz de matarlos, como también porque comenzaron a respetarme. Y fue solo entonces que pude sentir que en verdad pertenecía ahí... ¿Quieres saber qué es lo que hago en el Infierno, Amy? —Bajó la mirada hasta que se encontró con la mía. Sus ojos grises adoptaron un brillo desconocido, lóbrego. Siniestro. Un brillo que hacía bastante tiempo no veía en ellos—. Comando las Legiones de demonios encargadas de pelear en el Apocalipsis. Entreno a los Renacidos y a los novatos, para la guerra final entre el Cielo y el Infierno... Eso es lo que hago.

—¿Tú estás encargado... del Apocalipsis? —pregunté sin aliento.

—No —replicó con más serenidad, encogiéndose de hombros—. Nada más represento un papel insignificante en ello. Hay varios otros con el mismo puesto que yo, con sus propias hordas de demonios a su cargo. —De la nada, una risa corta y nerviosa lo asaltó, sacándome de balance—. Aeriele no quería que los odiara, y en cambio lo que hice fue unirme a la causa para su destrucción. —Se rio otro poco, hasta que su sonrisa comenzó a desvanecerse lentamente. Entonces, el entendimiento se apoderó de sus facciones, como si recién ahora, después de todos estos siglos, se hubiera percatado de este hecho. Y agregó en un susurro—: ¿Qué pensaría ella de mí si aún siguiera con vida?

El nudo que se había formado en mi garganta debido al miedo repentino de su confesión me impidió hablar de inmediato, y tuve que carraspear. Aunque en realidad él no parecía estar esperando por una respuesta, dado que su vista volvió a clavarse en el río.

—Hiciste lo que debías para sobrevivir —musité, con apenas fuerza en mi voz—. Nada de eso fue tu culpa.

—¿Sabes lo que significa Azazziel? —inquirió, ignorando por completo mis palabras—. Aeriele mezcló dos nombres bíblicos: Azareel y Uzziel. El primero significa «La ayuda de Dios», y el segundo «Dios es mi fuerza». ¿Puedes imaginarte toda la mierda por la que tuve que pasar solo por eso? —Apretó los labios y negó con la cabeza—. Todavía no entiendo por qué hicieron lo que hicieron. ¿Por qué me tuvieron cuando era mucho más sencillo deshacerse de mí? Se hubieran ahorrado todo el sufrimiento, tanto el suyo como el mío. Seguirían vivos de haber sido así. ¿Qué era lo que pretendían al traer al mundo a un ser como yo?

—O-oye... —titubeé, sin saber exactamente qué responder.

—Los ángeles ni siquiera se molestaron en tomar alguna decisión sobre mí. No les importó en absoluto lo que los demonios hicieran conmigo, porque me consideraron una aberración. Algo que jamás podría encajar con ellos. Y luego, en el Infierno, trabajé duro para adaptarme, pero aun así... Aun así, después de tanto tiempo y de lo que me he esforzado, sé que no lo he conseguido del todo. Sé que todavía hay quienes me miran como si fuera un monstruo —rio con cierta hostilidad, meneando la cabeza—. Hay unas bestias horripilantes allá, deberías verlas. Son tan repulsivas que ni siquiera puedes estar cerca de ellas... ¡pero los malditos demonios me ven a mí como un monstruo! —exclamó, con la respiración agitada y los puños apretados de nuevo.

Todo su semblante denotaba ira.

—Azazziel... —dije en un intento por calmarlo, pero no me atreví a acercarme.

Él no me hizo el menor caso.

—¿Por qué lo hicieron? ¿Qué era lo que Zeross y Aeriele pretendían con todo esto? Con su sacrificio por mí... —masculló con los labios tensos y destilando ira—. Entiendo a Kaspiel, porque él estaba chiflado, quería ser diferente y apoyaba a todo el que lo fuera. Pero ellos... ¿qué ganaban?

—Eran tus padres —musité.

—Se murieron por haberme tenido a mí —replicó entre dientes. Él no parecía estar escuchándome—. Me dejaron en ese despreciable mundo. Me abandonaron en el peor sitio en el que pude haber terminado.

—Intentaron protegerte. Fue todo lo que pudieron...

—¿Y cómo lo sabes? —me interrumpió con brusquedad—. No puedes saberlo. Nadie lo sabe porque ellos jamás dijeron por qué empezaron esa anómala y enferma relación, y mucho menos por qué me tuvieron a mí. ¡Engendraron un monstruo! ¡No encajo en ningún maldito lugar! ¡No tengo la menor idea de qué mierda soy!

—Eres su hijo.

—¡Soy un fenómeno! —Su puño se estrelló contra el barandal y el material metálico se dobló hacia abajo ante el golpe, provocando un ruido ensordecedor.

Tragué saliva.

—N-no, no es verdad. —Traté de sonar firme, pero no lo conseguí ni de cerca—. Ellos te hicieron creer que lo eras, pero no es así.

—No lo entiendes. —Agitó la cabeza y su rostro se crispó en una expresión colmada de frustración—. Zeross y Aeriele también me veían igual. Cada vez que mostraba alguna habilidad que ellos no esperaban, me miraban extraño. Zeross nunca se empeñó en demostrar algún afecto por mí, y Aeriele escasamente lo hacía. Sé que ellos aceptaron que los torturaran hasta la muerte para salvarme, pero no conozco la verdadera razón de su decisión. No dijeron por qué lo hicieron, no me dieron ninguna explicación. Ni siquiera se despidieron... —La voz le falló al final.

Cada uno de sus músculos se veía tenso y todo su cuerpo emanaba ferocidad. Y, al mismo tiempo, parecía tan... vulnerable. A pesar de su altura, de la anchura de sus hombros y esa imponencia propia suya, en esos momentos lucía como si cargara con una pesadumbre descomunal. Con una aflicción que, se suponía, un ser como él no era capaz de sentir.

Tuve unos deseos enormes y aterradores por dar un par de pasos en su dirección y rodear su torso con mis brazos. Pero no lo hice. Me rehusé de seguir mis instintos, porque una voz insidiosa en mi mente alegó que lo más probable era que me rechazara o que reaccionara con ira.

—Es cierto, no tengo idea —admití en un susurro inestable—. Y no puedo saberlo de ningún modo... Pero tú tampoco lo sabes. —Negué con obstinación—. Solo queda asumir que lo hicieron para mantenerte con vida, fuera por el motivo que fuera.

Él sacudió levemente la cabeza con porfía, poco convencido. Antes de que volviera a agregar otra cosa, me apresuré a decir:

—Pero yo creo que el verdadero motivo era porque te amaban, Azazziel. No hubieran soportado todo eso de no ser así.

Le vi arrugar el entrecejo y mover la cabeza en otra negación terca. Sin embargo, un par de segundos después, una media sonrisa apenas perceptible se dibujó en su rostro, aunque fue fugaz.

Azazziel elevó la vista hasta que sus ojos enfocaron mi rostro.

—Deja de mirarme así —masculló con amargura—. No necesito que me tengas compasión. Solo te lo conté para que dejaras de fastidiarme de una maldita vez.

Fruncí el ceño. No era consciente del modo exacto en que lo estaba observando, pero en seguida me erguí y me crucé de brazos mientras miraba hacia otro lado.

—No te compadezco —mentí, tratando de mostrar desdén.

—Siento que debo disculparme por lo del bar —soltó. Casi me pareció que recurrió a ello en un acto desesperado por cambiar de tema y olvidara todo lo anterior. En parte funcionó, porque de inmediato giré la cabeza hacia él por la ligera sorpresa, pero luego me confundí cuando no continuó.

—¿Y?

—Y nada. —Se encogió de hombros—. Dije que sentía que debía hacerlo, no que lo haría.

Puse los ojos en blanco.

—Supongo que eso es lo mejor que puedo esperar de ti. —Alcé la vista hacia el cielo anubarrado cuando unas gotas de agua ligeras y apenas apreciables cayeron sobre mi rostro. Azazziel dejó escapar un suspiro largo, cargado de tedio—. Ya es bastante tarde —farfullé, abrazándome a mí misma en un intento por conservar el calor.

Por el rabillo del ojo, le vi asentir con desgana.

Estuve a punto de despedirme, cuando él hizo un movimiento con la cabeza y comenzó a caminar sin esperar respuesta de mi parte. Arrugué el entrecejo y dudé unos instantes, hasta que opté por seguirlo.

Atravesamos el parque por el sendero de tierra y entre los árboles, hasta que volvimos a toparnos con la acera. Azazziel avanzaba a pasos largos, sin tomar en cuenta que a ratos me dejaba atrás.

De pronto, se detuvo de forma abrupta frente a un auto de color negro. Lo miró detenidamente por unos segundos, ladeando la cabeza con expresión calculadora, y luego paseó alrededor del vehículo hasta la puerta del conductor.

—¿Qué pasa contigo? —espeté de inmediato, alarmada—. ¿Acaso eres cleptómano?

—No lo creo —replicó despreocupado, al tiempo que abría la puerta del vehículo sin necesidad de una llave—. ¿Prefieres esperar un taxi bajo la lluvia?

—No me subiré, Azazziel. Eso no está bien.

Arqueó una ceja. Me crucé de brazos, y él apretó la mandíbula mientras respiraba hondo. Por segundo, cerró los ojos y casi pude jurar que logré ver que murmuró algo para sí mismo.

—Amy —dijo, volviendo a mirarme—, te prometo que lo devolveré aquí mismo. Pero no dejaré que camines bajo la lluvia para tomar un taxi a esta hora, por favor... —De repente, la tenue amabilidad con la que acababa de hablar desapareció—. Y si no te subes al maldito auto, te aturdiré y te subiré a la fuerza.

Rodé los ojos, sin darle importancia a la amenaza. Fui capaz de percibir cómo la leve llovizna había empezado a caer con más fuerza en ese corto lapso. Fulminé al cielo con la mirada, como si la naturaleza tuviera la culpa de mi mala suerte.

Vi cómo Azazziel volvía a levantar las cejas en un ademán impaciente. Y entonces, dando un suspiro y a regañadientes, abrí la puerta del copiloto.

Me deslicé en el asiento con incomodidad, sintiendo curiosidad por inspeccionar el interior del vehículo, pero mi consciencia y el lance de que de por sí ya estaba haciendo algo malo —sin mencionar que era un delito—, me lo impidió. Por lo que me limité a ponerme el cinturón, cruzarme de brazos y mirar por la ventana, mientras trataba de ignorar el atemorizante hecho de que Azazziel encendió el automóvil únicamente poniendo una mano en el lugar donde debían ir las llaves.

No estaba segura del momento exacto en que mi vista se estabilizó, o cuándo dejé de sentirme tan alcoholizada. Sin embargo, hice ejercicios de respiración porque algo me decía que en cualquier instante podía vomitar. Y lo que menos quería era darle más problemas a quien fuera el dueño del vehículo.

El viaje se sentía tenso. Incómodo. Tanto porque estaba preocupada por no devolver los mojitos, como por la conversación que habíamos tenido. Era imposible no darle vueltas a todo lo que me había dicho, y más en esos momentos en que mi imaginación parecía estar demasiado activa.

—Amy... —Su voz me hizo pegar un pequeño salto, pero de algún modo agradecí que dijera algo.

—¿Sí?

—No me retracto de lo que te dije hace un rato. No mentía. No jugaba contigo, y lo que menos quería era que pensaras eso. Es solo que... me dejé llevar. Y no reparé en las consecuencias que podrían significar para ti. —Le vi apretar las manos sobre el volante, y de repente una sensación vertiginosa comenzó a crear un nudo en mi estómago—. Sé que te dije que hacías que sintiera algo, y es cierto. Pero soy consciente de que hoy, especialmente, cometí una idiotez al haber ido a ese bar. Una estupidez impulsada por...

—¿Celos? —inquirí cuando no completó la oración.

—No —replicó, con toda convicción y algo de dureza—. Yo jamás he sentido celos por nadie.

—¿Y cómo se le dice la escena que armaste?

—Soy egoísta, como dijiste. —Movió la cabeza en un asentimiento colmado de certeza—. Es eso, nada más. No quiero que te confundas, ni que te hagas ilusiones.

Una punzada aguda surcó mi pecho, pero me negué a dejar que él lo percibiera. Asentí mientras mis ojos regresaban a la ventana, viendo cómo las gotas de lluvia golpeaban contra el vidrio.

—Como digas —murmuré, agradeciendo que mi voz no se quebrara ni demostrara ninguna emoción, y pidiendo para mis adentros que no volviera a tocar el tema.

Pero él continuó hablando.

—Lo que trato de decir es que... a pesar de lo extraño que me haces sentir, y de que por alguna razón no puedo actuar contigo igual que lo hago con el resto del mundo, no pretendo tener una relación. No quiero eso. No sé qué es tener un amorío con una humana, y tampoco me interesa averiguarlo. —De soslayo, le vi apretar la mandíbula y negar con la cabeza—. Y, de cualquier forma, yo no podría darte lo que necesitas, Amy. Te detesto y peleamos la mayoría del tiempo, pero soy consciente de que eres buena persona. Y que te mereces alguien que pueda quererte. Que puedaexpresar ese sentimiento. Y créeme si te digo que yo soy el sujeto menos romántico que existe. No sabría qué demonios hacer con alguien tan delicada como tú.

¿Alguien tan delicada como yo? ¿Y eso qué carajos significaba?

Fui capaz de sentir cómo un relampagueo de ira recorrió mi sistema como veneno. Apreté los puños, que descansaban sobre mis piernas, apreciando la cólera en mi interior y otro sentimiento, desconocido, pero igual de dañino.

Sin embargo, en medio del caos de mi cabeza, una chispa fortuita y extraña me dio una perspectiva distinta, y me turbó por un instante. En realidad, y aunque me dolía de alguna forma, él no estaba diciendo nada que no fuera cierto.

Éramos seres diferentes. Disímiles en cada partícula de nuestros cuerpos, en esencia misma. Ilusionarme con una idea boba dominada por unos sentimientos pasajeros y que ni siquiera era capaz de identificar aún, habría sido de las decisiones más estúpidas que podría haber tomado.

Incluso si aquella ilusión me brindaba algo de felicidad, eso no significada que fuera bueno para mí.

—Creo que yo tampoco podría darte lo que tú necesitas —coincidí y luego, quizá con algo de cizaña, agregué—: Además, estoy segura de que Naamáh quiere que regresen...

«Y no quiero pasar por el drama de la exnovia vengativa», quise añadir, pero decidí callarme.

—No me interesa lo que ella quiera —replicó con tono hosco, rozando lo agresivo—. ¿Y podrías dejar de mencionarla de una puta vez?

Por alguna razón, solté una ligera risa ante su reacción alterada. Me encogí de hombros, rogando para que creyera que no me importaba en lo más mínimo.

—Esforcémonos para que esto sea estrictamente para averiguar lo que soy, entonces —murmuré, sin ánimos de continuar discutiendo.

No respondió, pero tampoco me di el trabajo de girar la cabeza hacia él para comprobar alguna reacción de su parte. Mi vista se mantuvo clavada en la ventana, aunque no podía ver con claridad lo que había ahí afuera debido a la lluvia.

De repente, el asentamiento de que yo de verdad provocaba en él algo similar a lo que yo sentía se cernió sobre mí, y me envolvió como una bruma de incertidumbre. No obstante, y aunque lo anterior me pareció aterrador, también tomé en cuenta su posición. Y se sintió como si fuera la primera cosa en la que estábamos de acuerdo en mucho tiempo. Irónicamente, en lo único que armonizábamos, era que ninguno de los dos era bueno para el otro.

No me di cuenta de que habíamos llegado, sino hasta cuando él detuvo el auto, de la misma forma en que lo encendió.

Me quité el cinturón y me mordí el labio con incomodidad, sin saber si decir algo más o no. Azazziel tenía la mirada clavada al frente y, cuando me le quedé viendo, ladeó la cabeza para que ni siquiera pudiera verle el perfil.

—Gracias por traerme —susurré, pero no esperé su respuesta. Abrí la puerta del copiloto y salí del vehículo tan rápido como mi aturdida coordinación me lo permitió.

Cuando di un portazo sin querer, la sorpresa me invadió al advertir que salió del auto casi inmediatamente después de mí. Lo miré confundida, mientras que la lluvia comenzaba a mojar su cabello y sus hombros.

—Cuando esto termine... —dijo, alzando la voz para que lo oyera por sobre el repiqueteo de la lluvia—. Cuando toda esta mierda acabe y averigüe de una vez por todas qué diablos eres, voy a liberarte del pacto.

Parpadeé, incapaz de reaccionar por un segundo.

¿Qué...? ¿Oí bien?

Lo observé por un momento eterno, buscando en sus facciones algún atisbo de burla, o de algo que me indicara que estaba mintiendo. Que me estaba tomando el pelo, o que simplemente quería jugar conmigo un rato después de una conversación tan tensa. Sin embargo, él se limitó a mirarme fijamente, sin mover un solo músculo.

Tragué duro en un intento por disolver el nudo que, de súbito, se me formó en la garganta. El pasmo, la sorpresa y el desconcierto hicieron estragos en mi interior, y no supe qué responder.

Giré bruscamente sobre mi eje, dándole la espalda, y avancé por la calle a zancadas.

«Miente», susurró una voz malintencionada en mi mente. «Él no va a devolverte tu alma. No va a deshacer el pacto, no tiene motivo para hacerlo, no le importas una mierda».

Agité la cabeza para acallar la voz. Pero una sensación vertiginosa, más violenta y abrumante, atenazó mi pecho y me impidió seguir caminando. Me quedé inmóvil, de pie en medio de la calle, inundada tanto por la lluvia como por las imágenes que sacudieron mi mente.

Algo me invadió en ese momento. Algo desconocido, que vibró en el centro de mi pecho y tiraba de mí en la dirección de la que estaba huyendo. El peso de lo que había sucedido hoy me golpeó con más brusquedad que el frío del ambiente. Más demoledor, porque fue una traición de mí misma que no esperé.

El que Azazziel haya irrumpido en el Ametsa's con un arrebato impertinente y una excusa barata, su confesión de que yo le hacía sentir algo, y el hecho de que se había abierto a mí con algo que parecía haberlo atormentado por siglos y que no había hablado con nadie más... Todos y cada uno de esos sucesos hicieron añicos mi compostura.

—¿Amy? —Oí su voz cargada de confusión, más cerca que antes.

Me di la vuelta. Azazziel había rodeado el vehículo y avanzó varios metros, pero todavía guardaba cierta distancia.

Y fue en ese momento que mi decisión de hacía apenas unos minutos atrás quedó opacada por el abrumador sentimiento que se apoderó de mí.

Ahí, en medio de la acera, y mientras que él me miraba con desconcierto, como si se preguntara si me había vuelto loca, no pude distinguir al demonio que llevaba casi dos meses acechándome y enjaulándome en su juego. El demonio que me protegía y cuidaba por motivos meramente egoístas. El demonio al que, en un principio, le había temido tanto que su sola presencia me hacía temblar. Ahí, con su semblante cargado de confusión y las ondulaciones de su oscuro cabello marrón rojizo apelmazadas por la lluvia, no pude reconocerlo.

Lo único que pude ver, fue a un desafortunado niño al que le arrebataron sus padres y que tuvo que sobrevivir por su cuenta en un mundo mil veces más cruel, macabro y monstruoso que el nuestro.

Sin siquiera pensarlo, volví sobre mis pasos y me planté en frente de él. Y entonces, sin dejarle preguntar nada, rodeé su torso con mis brazos y escondí la cabeza en su pecho, sintiéndome aturdida e imprudente por mi propio acto.

—Lo lamento... —susurré, insegura de si me había escuchado. Quise añadir que lamentaba todo lo que tuvo que pasar, que sentía el que perdiera a sus padres de una forma tan horrible, y el que yo le haya insistido hasta llevarlo a su límite para que me hablara de algo tan delicado... Pero mi voz falló y, en lugar de eso, no dije nada más.

Azazziel no se movió ni un milímetro. No hizo ningún ademán para alejarme, ni para devolverme el gesto.

Mis brazos se apretaron todavía más alrededor de su torso, apreciando la dureza de su estómago contra la blandura del mío. Entonces, puso sus manos sobre mis hombros y, por un doloroso segundo, estuve segura de que iba a apartarme y que me miraría con rabia.

Sacándome de balance, una mano se apoderó de mi mentón y me obligó a levantar la cabeza. Lo primero que aprecié fueron las gotas de lluvia que golpearon y enfriaron mi rostro. Y, en el siguiente instante, sentí sus labios sobre los míos.

Su temperatura corporal no parecía alterada por el ambiente, porque su piel ardía como cada vez que había sido capaz de percibirla. El asombro y la sorpresa me hicieron soltar un jadeo, y él aprovechó para abrirse paso a mi boca. El sabor de su lengua me hizo saber de inmediato que había estado fumando, y también que debió de beber algo demasiado fuerte que no reconocí. Algo que seguramente a mí, en vez de emborracharme, me habría matado.

Sus labios se movían ansiosos e insistentes contra los míos, de un modo en que no los había sentido antes. La urgencia con la que me daba pequeños mordiscos y el ímpetu que descubrí en él, me dejó aturdida. Como si de verdad anhelara aquel contacto. Fue entonces que me di cuenta de cuánto lo había extrañado, de cuánto me había hecho falta el roce de su boca sobre la mía.

Mis manos viajaron hasta rodear su cuello y me puse sobre la punta de mis pies para acercarme más a él, como si la nula distancia que había entre nosotros no me bastara y necesitara tenerlo más cerca. A mi alrededor, todo se volvió borroso. Todo desapareció hasta transformarse en un paisaje difuso y extraño. Ni siquiera el frío del agua que caía del cielo era perceptible.

De súbito, su rostro se alejó del mío, pero no se apartó. Su frente quedó unida a la mía, respirando el aire del otro. Solo entonces me percaté de la forma agitada en la que su torso se hinchaba y disminuía.

—No hagas esto... —susurró, con la voz enronquecida y temblorosa. Casi irreconocible—. Jamás podría funcionar.

—No quiero que funcione —respondí, negando con la cabeza—. Solo quiero besarte.

Vi la incertidumbre en sus facciones, por lo que pensé en alejarme. Sin embargo, sus manos se ubicaron en la parte baja de mi espalda y me apretó contra él con brusquedad. Ese gesto me dejó sin aire en los pulmones y, sin darme oportunidad de decir nada más, su boca buscó la mía otra vez.

Fue en ese instante, situada en medio de la calle, sin preocuparme en absoluto que mi uniforme se estuviera empapando, que un sentimiento abrumante y abrasador comenzó a crecer en el centro de mi pecho. En ese lapso, mientras que me dejaba llevar por el impulso de mi momentánea valentía por al alcohol, al tiempo que me daba el gusto de enredar mis dedos en su cabello mojado, que comprendí cuáles eran exactamente los sentimientos que tenía por él.

Fue ahí, mientras sentía cómo mi corazón rugía con furia contra mis costillas, disfrutando de cada segundo de aquella unión, que entendí lo poco que me importaba lo que él era.

En ese momento todo encajó en su lugar.

Y darme cuenta de aquello fue tan aterrador, que agradecí infinitamente que la lluvia ayudara a disimular las lágrimas que comenzaron a resbalarse por mis mejillas.

Okumaya devam et

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