Penumbra

By RubalyCortes

437K 36.1K 21.4K

LIBRO I «Uno no se enamoró nunca, y ése fue su infierno. Otro, sí, y ésa fue su condena». ... More

Prefacio
Antes de leer...
1. Las pesadillas
2. Alucinación
3. Invocación
4. Esencia del alma
5. El pacto
6. Límites
7. Primer contacto
8. El Ars Goetia
9. Eminente
10. Muestra de poder
11. Algo maligno
12. Alma
13. La evasión
14. Frente a frente
15. El guardaespaldas
16. Sin retorno
17. El misterio
18. Renacidos
19. Impulsos incontrolables
20. Euforia
21. Cambio de planes
22. Calma arruinada
23. Punto de quiebre
24. La elección
25. Explicaciones
27. Azazziel
28. El siniestro
29. Réquiem
30. Dolor liberado
31. Confesiones
32. Teorías inquietantes
33. El error
34. Las consecuencias
35. Temor
36. Fuego
37. La promesa
38. Espera tortuosa
39. Arrepentimiento
40. Ajuste de cuentas
41. Crueldad desatada
42. La expiación
43. Ilusión
44. Real
Epílogo
Agradecimientos | Nota de la autora
¡SEGUNDA PARTE!

26. El colapso

8.3K 802 793
By RubalyCortes

—¡Eres un pésimo amigo, Dave! —Mi voz se sonó extraña, de un modo en que jamás me había oído. La risa de David al otro lado de la línea apenas fue perceptible entre el ruido de la movida música del bar—. ¿Me rechazas la invitación y ahora te burlas de mí?

David volvió a soltar una carcajada fuerte, lo que, por alguna razón, hizo que yo riera también.

—Perdón, no quise reírme, pero es que nunca te había oído borracha, Amy.

—¡No estoy borracha! Bueno..., aún no. —Volvimos a reírnos al unísono—. Solo... solo estoy feliz. Eso es muy raro eso, ¿no? La felicidad. Te hace olvidarte de los problemas.

—¿Qué? —se burló más alto—. ¿De qué rayos estás hablando? ¿Qué estás bebiendo?

—¡Vamos, Dave! ¡Ven!

—Mujer, deja al chico en paz —intervino Nat con una enorme sonrisa, a mi lado en un taburete.

—Pero es que quiero que te conozca... —insistí, aún con el celular pegado a mi oreja.

—Lo siento, Amy, pero no puedo ir —se lamentó de David en mi oído—. Tengo que estudiar para los exámenes de la próxima semana... Quizás otro día.

Di un suspiro antes de rendirme.

—Bien, tú te lo pierdes. —Dave estaba comenzando a disculparse de nuevo, cuando colgué precipitadamente, sin querer. Abrí los ojos con cara de espanto—. Ups...

Nat negó en silencio, simulando decepción.

—Concuerdo con tu amigo nerd —dijo esbozando una sonrisa cargada de júbilo—: estás oficialmente borracha.

—Mira quién lo dice.

—Yo soy el juez aquí —intercedió Tyler, con una fingida voz de autoridad, mientras que agitaba entre sus manos un vaso metálico con tapa—. Y digo que las dos son un par de ebrias incorregibles.

—¿Y a ti quién te hizo juez? —cuestionó Nat. Ella se oía con voz poco clara y aguda a causa de la alegría, similar a como sonaba yo ahora mismo.

—Bueno, soy el único aquí que no ha bebido. —Tyler le sacó la lengua.

Ella se rio al tiempo que le levantaba el dedo medio.

—Ya avisaste a tu casa que salimos, ¿verdad? —me preguntó de repente—. Porque no pienso que te largues de aquí en toda la jodida noche.

—Le envié un mensaje a mamá —confirmé, agitando el celular en el aire—. Todo bien.

—Genial, no quiero tener mal rollo con tus padres —dijo mientras se llevaba la copa de margarita a la boca—. Que me conozcan antes de juzgarme.

Echó la cabeza hacia atrás para beberse lo que quedaba del contenido. Me reí fuerte cuando se inclinó demasiado y tuvo que afirmarse de la barra para no caerse.

—Creo que nunca te había escuchado reír tanto como hoy, Ams —expresó Tyler.

No estuve segura de cómo responder a eso, así que le dediqué una sonrisa. Uno de los camareros le pidió a Tyler otro trago, y tuvo que alejarse un momento de nosotras.

Nat aprovechó que él no podía oírnos y se acercó aún más a mí.

—Oye, Amy —murmuró, muy cerca de mi oreja—, todavía no puedo creer que hayas follado con un demonio.

Casi me ahogué con mi trago. Unas pocas gotas del líquido se derramaron encima de mi uniforme. Dejé escapar un gruñido de fastidio.

—Que no fue así —farfullé mientras estiraba mi brazo para alcanzar el servilletero—, ya te lo dije.

—Está bien, entonces... ¡no puedo creer que NO te lo hayas follado! —Sonrió, con más regocijo que malicia—. Con lo bueno que está...

—¿Puedes dejar de hablar de eso? —mascullé, sintiendo una punzada de ira y algo más, algo que no supe identificar—. Creí que querías que olvidara todo eso por hoy.

—Cierto, cierto —asintió—. Perdón, es solo que..., vamos, es difícil de procesar.

Me mordí el labio mientras trataba de alejar de mi mente cualquier pensamiento que no fuera otro que pasar un buen rato junto a ella y Tyler. Estaba casi segura de que, en cualquier otro momento, me habría ruborizado de pura vergüenza por lo inoportuno de su comentario, pero ahora parecía que todo rastro de inhibición se había esfumado de mi sistema.

Tyler regresaba con nosotras cada vez que se desocupaba; servía un trago y continuaba charlando con nosotras. Su compañía, junto a la de Nat, era algo tan agradable que daba la impresión de que todo aquello por lo que estaba pasando empezaba a desaparecer. En esos momentos, todo parecía ser nada más que un simple sueño... Una pesadilla.

Hacía mucho tiempo que no me sentía así de bien. De hecho, no recordaba la última vez que me divertía tanto, así como tampoco recordaba la última vez que me sentí normal, que me sentí incluida. La chica de vestimenta gótica y melena acaramelada, y el chico tatuado que servía tragos fueron mi alivio. Fueron el respiro que necesitaba para que no perdiera la cabeza. Ni siquiera me di cuenta del momento en que la opresión que laceraba mi pecho disminuyó a tal punto que dejé de sentirla. En el fondo era consciente de que mi alegría no era por el alcohol en sí; era debido a la compañía en la que me encontraba.

Y en realidad, me pregunté si Tyler estaba haciendo los tragos demasiado suaves, ya que no me provocaron casi nada... sino hasta veinte minutos después.

Mi vista pronto se tornó tan nebulosa, que cada cosa a mi alrededor se veía cómica; no podía parar de reírme de todo.Cada vez que Nat me hablaba, sus labios parecían moverse más lento de lo que salían sus palabras y ese simple hecho me mataba de risa. Cuando Tyler se dio cuenta de mi estado, dijo que debía parar por un rato.

—¡Pero si estoy perfectamente! —protesté, aunque no pronuncié bien ninguna palabra.

—¡Dios, estás muy ebria! —exclamó Nat. De repente, buscó apoyo en la barra y se puso de pie—. Ya vengo.

—Ya saben —dijo Tyler sonriendo—, la primera que vomite paga todo.

—¡No perdí! Solo voy a hacer pipí.

—No quería saber eso.

Una risa escandalosa me asaltó.

—Juro que no voy a vomitar... —Nat se afirmó de la barra y pasó por mi lado para dirigirse al baño, pero antes de alejarse más, se dio la vuelta y me dedicó una sonrisa de complicidad—. No aún.

Tyler había vuelto a agitar el vaso metálico en el que preparaba los tragos. El movimiento rápido y la destreza con la que servía en más de una copa a la vez me sorprendía y hacía reír al mismo tiempo. Él sonrió cuando se percató de mi escrutinio. Alcé mi vaso vacío, en el que quedaban los restos de limón y hierba buena del mojito, y lo agité en el aire, pero él agitó la cabeza.

—Ya estás bastante mal, ¿eh? —comentó.

—Que noooo... —insistí con obstinada alegría—. Ya lo dije, estoy perrrfectamente.

Él se acercó un paso y, desconcertándome, puso una mano encima de mi cabeza en un ademán que se me hizo... cariñoso.

—Tranquila, recupérate un poco —dijo con suavidad—. Además, pueden venir cualquier otro día a seguir emborrachándose. Me encanta que tú y Nat estén aquí, me alegran la noche.

Bajé la cabeza al tiempo que esbozaba una nueva sonrisa.

—Pues ustedes alegraron la mía hoy. —Vi cómo él servía con casi una gracia admirable tres diferentes bebidas en copas que tenían distintas formas, y tardaba lo mismo para que salieran todas a la vez—. Eres bueno en esto.

—Practico bastante —aseguró—. Vivo con dos compañeros que se la pasan ebrios, deberías ver cuántas veces al día me piden tragos. —Me reí, y él levantó la vista hacia mí—. Podrías ir un día de estos.

Ladeé la cabeza, solo porque no estuve segura de haberle oído bien.

—¿A tu casa?

—Ellos estudian y trabajan, casi nunca están —repuso, pero la tranquilidad que expresaba hacía un segundo atrás comenzaba a desvanecerse—. Podríamos ver una película, y te prepararía el trago que prefieras... Si quieres, claro.

Parpadeé, preguntándome si es que el alcohol no me había afectado demasiado.

—¿Como... una cita?

Una risa corta y nerviosa lo asaltó. Volvió a bajar la mirada para rehuir de la mía.

—Bueno, no exactamente, pero...

Una camarera intervino y él tuvo que apartarse por un lapso en que pude apreciar que la gracia de antes ahora se veía un tanto turbada por mi nerviosismo.

Podía deberse a las primeras cervezas y al par de mojitos que ya llevaba, pero por alguna razón había una idea que no podía quitarme de la mente. Aunque estaba un poco lejos, me le quedé mirando un rato y caí en cuenta de que, en realidad, Tyler era bastante apuesto. Desde luego, no tenía una belleza impresionante como la de Azazziel o hasta Khaius; él simplemente era guapo, como podía serlo cualquier persona cuyo rostro fuera agradable de mirar. Sus tatuajes y el ceño fruncido que tenía cuando se concentraba lo hacían lucir un poco arisco, pero al momento de hablar con él todo eso se olvidaba. No sabía si iba al gimnasio o si practicaba algún deporte, pero se notaba que cuidaba de su físico. Igual sin prestarle atención a ninguna de esas cosas, sin duda su mejor atributo era la sonrisa cálida y amigable que tenía.

Pero, ni con todo ello, además de considerarlo un buen amigo, lamentablemente no provocaba nada más en mí. No aceleraba mi corazón ni me hacía sentir ese cosquilleo en el estómago, ni tampoco hacía que los nervios me atenazan tanto que perjudicaran mi habla... Y esa idea era decepcionante. No dejaba de darme vueltas el por qué no podía verlo de otro modo. ¿Por qué no podía sentirme atraída hacia él?

Nat me tocó el hombro para buscar apoyo y poder tomar asiento en el taburete a mi lado. Me sobresalté, debido a que ni siquiera la vi llegar. Quizá sí necesitaba calmarme después de todo.

—No vomité —anunció con alegría.

—No me interesaba saber —murmuró el chico tatuado detrás de la barra.

Le sonreí a Nat, haciendo un esfuerzo por desviar mis pensamientos hacia otra dirección y recuperar la alegría de recién.

—Oye, una foto —propuse. Saqué el teléfono del bolsillo de mi chaqueta, pero de inmediato mi sonrisa decayó al verlo, porque lo había olvidado.

Nat también se fijó en la ruptura que cruzaba la mitad de la pantalla.

—Caray —se sorprendió—, ¿qué pasó? ¿Se te cayó del segundo piso?

Un dejo de amargura me surcó al recordar ese día. El momento en que seguramente se quebró la pantalla... Durante mi disputa con Naamáh.

—Me senté encima —mentí, pero en seguida agité la cabeza. No se suponía que me acordara de nada de eso por ahora. Hoy debía olvidarlo todo.

En realidad, solo estaba trizado por una línea en el frente y me imaginé que igual no afectaría la foto para después pasarlo a mi laptop.

Apunté con la cámara hacia ella, pero Nat me miró ceñuda.

—Sola no —objetó—. Las dos, o si no, no.

Esbocé una ligera mueca. Sinceramente, no me gustaba sacarme fotos. Me encantaba tener de las personas que quería en la galería de mi teléfono y mi laptop, guardaba de toda mi familia, hasta algunas de Diana. Jamás las revelaba; solo me gustaba tenerlas ahí.

Antes de negarme, Tyler llegó a nosotras.

—Yo les tomaré una. —Él me quitó el celular y lo sostuvo entre sus manos, apuntando hacia nosotras—. Sonrían, a ver, hagan «boca de pato».

Nat se pegó a mi costado y dejó descansar la cabeza sobre mi hombro. Lo único que alcancé a hacer fue reírme como tonta cuando el flash me encegueció.

—Maldición, Tyler, cerré los ojos —se quejó ella.

—Son pésimas modelos —dijo él, alzando las cejas—. Que bueno que no eligieron esa carrera, porque morirían de hambre.

—O tú eres terrible fotógrafo —repliqué, sin evitar sonreírle.

—Pero aún así son las borrachas más encantadoras que han pisado este bar. —Me devolvió el celular mientras me miraba fijamente.

Me limité a soltar una breve risa.

Nat puso los ojos en blanco.

—Has de ligar mucho por aquí, Ty —le comentó.

—Más o menos —admitió él encogiéndose de hombros, sin el menor dejo de presunción, sino más bien con cierta timidez.

Alcé mi celular con la cámara abierta y traté de enfocar a Tyler. Se dio cuenta de mi intención y sonrió.

En ese momento, la pantalla de mi celular parpadeó y la imagen de Tyler se puso completamente negra. Fruncí el ceño, extrañada. Habría jurado que todavía le quedaba la mitad de la batería, pero con mi vista nublada por el alcohol, no pude estar segura. Entonces, cuando me disponía a guardarlo, el teléfono volvió a la vida por sí solo, y el menú de mensajes se desplegó sin que yo me hubiera metido ahí.

Mis ojos se abrieron de par en par en el instante en que un nuevo mensaje se abrió. Mis dedos ni siquiera habían tocado la pantalla.

—¿Amy? —La voz de Tyler sonó ligeramente alterada, pero no pude dirigir la vista hacia él. Toda mi atención estaba centrada en el mensaje de texto.

Un mensaje corto, sin número de teléfono visible. Un mensaje que hizo que un escalofrío recorriera mi espina dorsal:

«Ese idiota tiene razón, Lynn. Eres encantadora cuando estás borracha».

Mi estómago se estrujó con violencia, y me incliné hacia un lado cuando todo a mi alrededor dio vueltas. De inmediato me cubrí la boca, pero conseguí no vomitar.

—¡Gané! —exclamó Nat con emoción.

—No, no lo hiciste —repuso Tyler, y sonó preocupado.—. Amy, deberías ir al baño.

Sacudí la cabeza mientras cerraba los ojos. Me arrepentí de haber bebido tanto. No podía centrar la vista, cada cosa a mi alrededor daba vueltas, y entonces lo que hacía pocos minutos atrás me daba risa y me alegró, ahora me causó pánico.

—N-no... —balbuceé.

—¿Qué te pasó? —inquirió Nat. Sentí que su mano pequeña comenzó a sobar mi espalda en un ademán consolador—. Tranquila, ¿quieres ir al baño? Te sostendré el pelo.

No podía verla a la cara. No podía mirarla y decirle que todo estaba bien, porque no era así. Justo en esos momentos, el bar completo dejó de ser seguro.

Hice un esfuerzo descomedido y me erguí. Enfocarme resultó un trabajo , pero aun así barrí con la mirada la extensión del local, distinguiendo las distintas siluetas de las personas que bebían, de aquellos que reían o conversaban, hasta que me detuve en la mesa que estaba en la esquina. El corazón me dio un vuelco impetuoso cuando los vi.

En efecto, podía tener la vista algo borrosa por el alcohol en mi cuerpo, pero definitivamente a ellos los reconocía como fuera.

Azazziel y Khaius estaban sentados en la mesa más apartada de Nat y de mí, en una esquina algo alejada también del resto de los clientes, como si hubiera sido movida a propósito para que nadie que estuviera lo bastante cerca ni los tocara.

La sangre abandonó mi rostro, y una fría como el hielo me recorrió las venas.

Lo primero en lo que pude fijarme fue en el gesto severo de Azazziel, en el ceño fruncido y sus labios apretados. Sus ojos grises estaban clavados en mí, e incluso en mi estado de embriaguez podía ser capaz de percibir el brillo de ira en ellos. A su lado, Khaius me miró con una expresión que destilaba inquietud. Algo en mi interior se removió con incomodidad y la nostalgia me surcó al recordar la última conversación que tuve con Akhliss, cuando me habló de cómo mi decisión lo había dejado.

—Amy, ¿qué pasa? —preguntó Nat, con un matiz más alarmado en la voz, trayéndome de vuelta a la realidad.

Desvié la vista de ellos y cerré los ojos con fuerza. Fui consciente de que mi respiración y mis latidos se aceleraron de sobremanera.

¡¿Qué mierda estaban haciendo aquí?!

—N-no es nada —musité.

—Vamos, dilo...

—Amy, ve con Nat al baño —sugirió Tyler—, te sentirás mejor.

—Estoy bien —repuse, abriendo los ojos para tratar de regalarles una sonrisa tranquilizadora, aunque probablemente me salió un gesto muy raro.

—Oye, Ty... —Lo llamó uno de los camareros, insistiendo en un pedido que él no estaba preparando.

—Sí, en seguida —replicó él, pero continuó inclinado hacia mí—. Amy, estás pálida. Anda, por favor.

Sacudí la cabeza.

—Ve —le dije—, no descuides tu trabajo.

Él me miró con la intranquilidad grabada en el semblante, pero asintió y nos dió la espalda a Nat y a mí. Entonces, cuando se alejó de nuevo, ella se apegó a mí.

—Oye, dime qué pasa, en serio —suplicó en un susurro.

—E-en la esquina —musité con un hilo de voz, incapaz de mirarla al rostro.

No tenía caso ocultárselo. Ya no.

—¿En la...? —Ella levantó la vista por encima de mi hombro. Pude ver el cambio en sus facciones, que pasaron de la confusión al horror en un santiamén—. Oh... —Tragó saliva de forma ruidosa—. Mierda.

Llené mis pulmones de aire, en un intento torpe por darme algo de valor.

—Espérame aquí —le dije, pero mi voz sonó tan débil que más pareció una súplica—. Veré qué quieren.

—Bien —murmuró, volviendo a desviar la vista hacia esa esquina—, vamos.

—¿Qué? ¡No! —exclamé poniendo una mano encima de su hombro, quizá con más brusquedad de la que quise—. Tú te quedas aquí.

—No, Amy. —Nat se levantó de golpe, sin buscar apoyo de la barra esta vez—. Soy tu amiga, y aunque estoy que me cago del miedo, no te dejaré sola.

Algo me atenazó tan fuerte el estómago, que el mareo de recíen volvió y sentí el impulso de devolver lo que había ingerido poco antes. Nat enganchó su brazo al mío y me obligó a levantarme y avanzar, a pesar de que mis piernas se rehusaron a obedecer a mi cerebro en un primer instante.

En cuanto me di la vuelta, mis ojos se enfocaron en el par de demonios que parecían hablar en voz baja sin sentir el menor remordimiento, aislados en el rincón más apartado. Una media sonrisa lasciva y cruel se dibujó en los labios de Azazziel cuando nos miró. Khaius, por otro lado, se limitó a apoyar los codos en la mesa, sin prestarnos atención.

A medida que Nat y yo esquivábamos las mesas y nos acercábamos a ellos, un sentimiento abrasador y mezquino empezó a armar un torbellino dentro de mí. La incertidumbre y la ira se arremolinaron en mi fuero interno e hicieron que el temor anterior se evaporara. Para cuando me di cuenta, había dejado atrás a Nat un par de pasos.

Me planté frente a la mesa de Azazziel y Khaius. El primero no cambió la expresión burlona de su rostro, sino que acomodó la espalda en el respaldo del asiento y su sonrisa se extendió aún más. El segundo, por el contrario, apretó los puños que descansaban sobre la mesa, al lado de un vaso con líquido marrón claro y un par de hielos flotando en él.

—¿Qué carajos se supone que hacen? —solté sin más.

—¡Ustedes me mintieron! —les acusó Nat, desde detrás de mí—. Tú no eres Aiden, y tú no eres Jon.

Azazziel puso los ojos en blanco con visible fastidio, pero no nos respondió. Khaius, sin embargo, alzó un poco la cabeza, y un tenue brillo de curiosidad resaltó en sus ojos ambarinos.

—Y tú no eres «Nat» —replicó tranquilamente el demonio.

No pude ver bien la reacción en el rostro de Nat, pero sentí que se acomodó para ocultarse todavía más a mis espaldas.

—¿Qué crees que estás haciendo? —inquirí, mirando fijamente a Azazziel.

Él levantó una ceja de forma arrogante.

—¿Acaso estás ciega? —expresó arrastrando un tono amargo e indiferente—. Solo vinimos a servirnos un trago a este miserable y patético bar.

Un relampagueo de cólera me surcó y los fulminé con la mirada.

—Déjenme en paz —repliqué entre dientes y, exclusivamente porque ahora estaba tan fuera de mis cabales que no pude evitarlo, le di un golpe con el puño a su mesa—. Solo por hoy, ¿bien?

—Amy... —habló Khaius, pero Azazziel levantó una mano y él se calló al instante, bajando la cabeza.

—Dime, Khaius —le pedí, ignorando a Azazziel, pero el demonio sacudió la cabeza, como adiestrado para no desobedecerle.

—Involucraste a tu amiga en esto —intervino Azazziel, con la voz enronquecida. De repente, la socarronería parecía haber desaparecido de su semblante—. Te di una orden. Te dije que nadie más debía saberlo.

—Pues yo no soy tu subordinada —espeté—. Y no tengo por qué obedecerte.

Entrecerró los ojos con aire desafiante.

—Así que te pones valiente con un poco de alcohol —murmuró. No pasé por alto el dejo amenazante en su voz.

—Azazziel... —musitó Khaius con cautela, como si le estuviera advirtiendo de algo, pero él apenas lo miró.

—¿Por qué no te devuelves al Infierno? —escupí. Las cejas de Azazziel se alzaron por la impresión, pero no me detuve. No podía hacerlo—. Quiero que me dejen tranquila.

La amalgama de tonalidades grises en sus pupilas se oscureció. Sin embargo, lejos de provocarme temor —como siempre sucedía—, una risa breve se escapó de mis labios; los suyos, en cambio, se torcieron en una mueca cargada de rabia.

—Amy... —No lo miré, pero Khaius usó el mismo tono de admonición que antes con Azazziel.

Alguien agitó mi brazo con un movimiento suave, pero urgente. Ladeé la cabeza para encontrarme con los ojos bien abiertos y asustados de Nat. La imagen me impactó como si me hubieran golpeado con un martillo, y me hizo reaccionar de inmediato.

No podía portarme temeraria, no ahora. Tenía que controlarme por ella. Por mucho que quisiera enfrentar a Azazziel, no podía ponerla en riesgo por ello... O a cualquiera de los clientes que se encontraban ahí.

Volví a observar al demonio delante de mí, cuya anatomía completa parecía destilar un aura oscura y densa. De pura ira. Antiguamente, aquello habría hecho que mis piernas temblaran de miedo, hubiera estado aterrada hasta la mierda. Pero ahora solo quería que se largara de este lugar.

—Solo váyanse —repliqué, tratando de sonar serena, muy a mi pesar.

El rostro de Azazziel no mostró ningún cambio. Por su parte, Khaius hizo un leve movimiento de cabeza y bajó la vista, pero tampoco respondió. Hablar con él en presencia de Azazziel parecía ser algo inútil, por lo que decidí no insistir. Tenía más que claro que lo más probable era que ninguno me hiciera caso, pero justo ahora no contaba con mis sentidos al cien por ciento y discutir con ellos ahí, rodeados de personas, era algo que debía evitar. Sin importar que no comprendiera qué estaban tramando.

Giré sobre mis talones y arrastré a Nat del brazo. Esa sola vuelta sobre mi eje hizo que el mundo se viera difuso y trastocado, por lo que tuve que respirar hondo antes de caminar de regreso al nuestro sitio.

—¿Y ahora qué hacemos? —inquirió Nat en un murmullo nervioso.

—Nada —suspiré con un matiz rendido—. No hay mucho que pueda hacer contra él. Así que limitémonos a ignorarlos.

Sentí la mirada pesada de Azazziel en mi espalda durante todo el trayecto por entre las mesas hasta llegar a la barra, donde Tyler nos miraba con una de sus cejas negras alzada. Él estaba limpiando unas copas con un pañuelo, y me pareció ver que suspiró en cuanto Nat y yo retomamos asiento en los taburetes.

—¿Ese tipo no estuvo la otra vez aquí? ¿En tu cumpleaños? —inquirió él con un tono que pretendía ser indiferente, pero una tenue curiosidad lo delató. Asentí, sabiendo que se refería a Khaius; él imitó mi gesto, pero de un modo más pensativo—. Ya veo... —Me entregó un vaso con líquido transparente—. Toma.

Fruncí el ceño, mirando el contenido cristalino, que no despedía ningún aroma.

—¿Agua? —pregunté.

—No, es un vaso sentido común.

—¿Disculpa?

—Así es, ya que es obvio que no lo tienes, porque te juntas con tipos como ese. —Hizo un movimiento de cabeza hacia el rincón.

La risita poco disimulada de Nat me hizo mirarla con cara de pocos amigos. Algo en mi interior reaccionó de forma ajena al comentario de Tyler, pero lo omití. Por supuesto, era claro lo que él debía de estar pensando.

—No es lo que crees —murmuré.

—No es asunto mío —replicó, encogiéndose de hombros—. Pero creo que tengo que retirar la invitación de antes.

—¿Por qué? —reclamé, extrañada.

—¡Porque quiero vivir! —De súbito, una risa visiblemente nerviosa lo asaltó—. Y el tipo de allá me mira como si quisiera azotarme el cráneo contra la barra.

—¿Invitación? —inquirió Nat, ladeando la cabeza. Yo le sonreí e hice un gesto con la mano porque, de repente, explicarle que Tyler me había invitado a su casa se me hizo algo... vergonzoso. Me encogí en mi asiento, pero ella era tan perspicaz que una leve mirada a Tyler y a mí le bastó para que el entendimiento se apoderara de sus facciones. Una sonrisa casi traviesa se extendió por su rostro—. Así que por eso está tan molesto... —murmuró para sí misma.

Observé a Tyler, que de pronto parecía haberse puesto taciturno. Había arrugado el ceño y no nos miraba, como si estuviera muy concentrado en sus pensamientos.

«Así que por eso está tan molesto». Las palabras de Nat hicieron eco en mi cabeza, y tardé un poco en entenderlas. Ya no podía mirar a los demonios que se encontraban en la mesa del rincón porque estaba volteada hacia Nat, y porque, en buena parte, no quería hacerlo. No tenía ganas apreciar el gesto furioso de Azazziel, o el semblante nostálgico de Khaius. A pesar de que podía seguir sintiendo el hormigueo en la espalda por sus miradas, me negué rotundamente a dejar que vieran afectada.

Pero, de igual modo, deseaba saber.

Me incliné hacia Tyler.

—¿Es cierto? —le pregunté—. ¿Cómo dices que te mira?

Las pupilas marrones de Tyler apenas se movieron para confirmar mi pedido.

—Como si quisiera matarme —confirmó.

—¿De verdad? —No tenía idea si ellos eran capaces de escuchar nuestros murmullos, pero, de todas formas, si lo hacían no importaba demasiado.

Tyler sonrió; de algún modo, parecía que lo que yo estaba haciendo le agradaba.

—Te lo aseguro.

—Oye, yo enserio necesito un trago por aquí, para mantenerme cuerda. —La demanda de Nat fue notablemente irritada—. Haz tu trabajo, después se hacen ojitos.

Tyler la miró feo antes de comenzar a preparar su pedido. Ella le sacó la lengua.

—No quiero que retires tu invitación. —Las palabras me salieron como en son de reproche mimado, así esbocé intencionalmente una ligera sonrisa para que se viera más convincente. Algo no estaba bien conmigo. Esa no era mi yo de todos los días y lo sabía, aunque nunca habría creído que un par de cervezas y mojitos podían causarme semejante cambio. El calor abrumante que me recorría todo el cuerpo, ese que estaba dándome más valor del que normalmente podría llegar a tener, era debido a nada más que el alcohol.

Pero, a pesar de que Tyler debía de ser consciente de ello, eso no parecía inquietarle. Otra sonrisa se deslizó por sus labios.

—Claro que no, lo decía en broma —afirmó—. Sigue en pie, si quieres.

—¿Por qué me estoy sintiendo como si fuera el mal tercio? —Nat acomodó los codos sobre la barra, entrecerrando los ojos con fingido resentimiento. O quizá no tan fingido.

Tyler la miró.

—Porque lo eres.

—Mierda —masculló ella, poniendo los ojos en blanco—, me echan de casa y encima me echan de aquí.

Inevitablemente, eso hizo que diera un respingo y que dejara de prestarle atención a Tyler y a la sensación que tenía de ser observada.

—¿Qué dijiste?

—Lo que oíste —dijo Nat, sin mirar a ninguno de los dos—. Ian me dio un ultimátum. Tengo hasta fin de mes para mudarme.

—Qué mal, pequeña —murmuró Tyler con ligera pesadumbre—. Te invitaría a quedarte con nosotros un tiempo, pero vivo con otros dos chicos y, bueno... —Se encogió de hombros—. No lo sé...

—No suena como una buena idea —coincidió ella. Tyler le entregó su trago y Nat, echando la cabeza hacia atrás, se bebió casi la mitad de la copa en un gran sorbo—. ¿Sabes qué sería genial? —Se volvió hacia mí, con un brillo extraño en los ojos que no supe interpretar—. Que viviéramos juntas.

Un nerviosismo vertiginoso me apretó la boca del estómago. No pude evitar que en mi cabeza se formara una tormenta de imágenes de lo que podría ser vivir con alguien tan alegre, divertida y comprensiva como ella. Desde que tenía la mayoría de edad, el pensamiento de independizarme había dado vueltas por mi mente en más de una ocasión, solo porque en realidad no aportaba nada productivo al hogar de mis padres, además de una suma ridícula de dinero.

Por un segundo, la idea de compartir vivienda con mi amiga... Con mi mejor amiga, no parecía algo tan descabellado.

—Sí... —Le devolví la sonrisa—. Sería genial.

Las comisuras de sus labios se estiraron con una calidez conmovedora. Sin embargo, sus ojos se desviaron de súbito hacia arriba y su expresión, antes relajada, se tensó. De inmediato, me di la vuelta en mi asiento y pegué un salto al toparme de frente con la figura de Khaius. Puse una mano en mi pecho, percibiendo cómo esa simple impresión había hecho que mi corazón se disparara.

Los ojos ambarinos del demonio se entornaron, y lo único que pude hacer fue sostener su mirada durante lo que me parecieron segundos eternos.

—Hola, amigo —lo saludó Tyler. No con alegría en sí, sino más bien por pura cortesía.

Khaius hizo un movimiento de cabeza en respuesta.

La ansiedad y el histerismo hicieron un nudo en mi vientre. Las ganas de vomitar regresaron en cuanto el demonio echó hacia atrás el taburete a mi lado, y se sentó. Pude ver, por el rabillo del ojo, que Nat se tensaba a mi otro costado; no obstante, no se puso de pie ni tampoco hizo ningún ademán de alejarse.

—¿Ahora sí tienes permiso para hablarme? —inquirí por lo bajo, solo para él.

Khaius torció el gesto y bajó la mirada.

—Yo no lo desafío como tú, Amy —murmuró—. No puedo.

—Y, por lo mismo, abusa del poder que tiene.

—Igual que tú —respondió con tono amargo—. Sabes que contigo actúa distinto y por eso lo provocas.

Él arqueó una ceja cuando advirtió la sorpresa en mi expresión. Parpadeé y sacudí la cabeza, pero no respondí. No supe qué decirle.

Bebí casi la mitad del agua y, en seguida, me inquieté cuando divisé que Tyler estaba prestando demasiada atención a nuestra conversación. La complicidad de Nat se hizo presente de inmediato y comenzó a hablarle de una anécdota de su trabajo en el local de comida rápida, distrayéndolo. Quise abrazarla con todas mis fuerzas.

—No entiendo qué es lo que pretendes hacer —dijo Khaius, inclinándose sobre la barra, apoyando los codos sobre la misma para acercarse un poco más.

—Quiero disfrutar de una noche tranquila con mis amigos —expresé con sinceridad.

Le vi bajar la cabeza.

—Y, desde luego, yo no estoy incluido en esa categoría.

Sesgué los labios, apreciando un asomo de incomodidad. Pero, más que eso, me invadió un torrente de remordimiento al detectar una sombra de melancolía que surcaba sus facciones.

—Oye, lo siento, ¿sí? —solté, intentando sonar condescendiente—. Pero trata de ponerte en mi lugar. ¿Qué es lo que quieres que piense? ¿Que son como nosotros? ¿Que sienten como nosotros? Sé que no es así. —Desvié la vista hacia el vaso entre mis manos—. Ya me quedó claro que no es así.

—No... —concordó, en un tono apenas audible—. No somos iguales.

Le vi cerrar los ojos, sus hombros decayeron. De repente, lució como un niño desamparado, tanto que la culpabilidad y el sentimiento de protección hacia él hicieron estragos dentro de mí. Me maldije en mi fuero interno.

¿Por qué no podía verlo como el demonio que en verdad era? ¿Por qué tenía que cargar consigo ese constante aura de pesadumbre y nostalgia? ¿Y por qué a mí me afectaba tanto?

Mierda, te detesto —mascullé. Khaius me miró ceñudo, con la confusión grabada en su semblante—. No puedo estar enojada contigo. —El demonio dejó escapar una risa corta, y con eso se vio algo más relajado—. No retiro lo que te dije el día que me contaste tu origen; aún con lo que eres, te considero mi amigo.

—¿Entonces... somos amigos? —preguntó con inseguridad, y fue mi turno de reír por lo que extraño que sonó.

Por impulso, originado por mi momentánea valentía, me apoyé en su brazo. Él giró la cabeza para mirarme con atención, pero no hizo ademán por apartarse, ni dio señales de sentirse incómodo. La dureza de sus músculos, sin embargo, hacía que el gesto fuera poco confortable.

—Sí, lo somos.

—De acuerdo... —Su entrecejo volvió a fruncirse con indecisión—. Pues, como tu amigo, te pido que te detengas ahora mismo.

—¿Detener qué? —repliqué, más alto de lo que en realidad debía—. Claro que no. Estoy pasándola bien, y no me iré solo porque a Don Orgullo se le ocurrió venir y hacer un berrinche.

—Amy...

—¡Amy, nada! —exclamé, y pude oír las ligeras risas de Nat y de Tyler.

—No lo entiendes. —Khaius movió la cabeza en una negativa suave pero insistente—. Deja de abrazarme.

—¿Por qué?

—Bueno, ten en cuenta que aquí puedes discutir todo lo que quieras con él. —Ladeó la cabeza, apuntando el rincón donde Azazziel se encontraba—. Pero yo tengo que devolverme al Infierno con ese desquiciado, y tú no estás allá para defenderme.

Me envaré. Sentí una tentación desmesurada por girarme y ver la reacción que tendría Azazziel por estar tan cerca de Khaius, pero me negué a hacerlo. Quería ignorarlo de forma deliberada. Quería hacer como que en verdad él no estaba ahí, a unos cuantos metros de mí.

—Creo se aprovecha de ti —murmuré con amargura.

—No es como que tenga demasiadas opciones —señaló, como si eso no importara—. Solo tengo que obedecer y estaré bien.

Se encogió de hombros.

—¿Qué te sirvo, chico? —le preguntó Tyler, quizá con demasiado entusiasmo.

Sabía que iba a pedir whisky, porque era lo único que lo había visto beber hasta ahora, pero me sorprendió que estuviera dispuesto a compartir con nosotros.

—No creo que «chico» sea el término apropiado —murmuró Nat para sí misma, ocultando la mitad de su rostro en la copa. Le di un codazo y ella escupió un poco de su bebida, aunque Tyler no pareció escucharla —. ¡Oye! —protestó. Tomó unas cuantas servilletas y trató de limpiar su ropa al tiempo que me miraba con exagerado desdén. Entonces, respiró hondo y ladeó el torso para mirar a Khaius—. Hey, chico, como sea que te llames, lamento lo de la quemadura... No tenía idea de que fueras inflamable.

La fulminé con la mirada.

—No importa —murmuró Khaius en tono quedo.

—Oye, ¿por qué no le dices a tu amigo que venga? —le sugirió Tyler.

Khaius torció el gesto y negó lentamente.

—Él no es... muy sociable —expresó, sin dirigirle la vista.

Tyler rio y, en seguida, me miró con expresión divertida.

—Qué bien los buscas —se burló.

—Ajá, gracioso. —Le saqué la lengua—. ¿Por qué no me traes otro mojito mejor?

Nop, te dará un coma etílico —indicó con tenue severidad.

—¿Y eso a ti qué te importa?

—Claro que me importa, eres mi amiga. —Se encogió de hombros. Enseguida, con una actitud tan confiada que me dejó helada en mi asiento, Tyler tomó mi mano, la acercó a su rostro y depositó un casto beso sobre mis nudillos—. Y, si tengo suerte, mi futura cita.

Fue recién ahí, en ese segundo en que pude sentir la suavidad de su boca en la piel de mi mano, que algo inusual se removió en el centro de mi estómago. Una risa corta y nerviosa se me escapó, al tiempo que bajaba la vista y sentía que mi cara comenzaba a enrojecer.

Entonces pasó.

En ese momento, un ruido estrepitoso resonó en todo el bar. Un sonido alarmante, como de vidrio rompiéndose, causó un jadeo colectivo entre las personas del local.

Dirigí la vista hacia el rincón del que había provenido, solo para encontrarme con unos ojos grises enfurecidos. Una mirada peligrosa y amenazante, amedrentadora por sobre todo. Unos ojos que hicieron que toda mi sangre se agolpara a mis pies.

Mierda... —Le escuché susurrar a Khaius.

Me petrifiqué sin poder dejar de ver al demonio sentado en la mesa del rincón, con la respiración agitada y el semblante contraído por una furia insondable, con la vista clavada en Tyler.

Tragué saliva cuando uno de sus puños apretados se abrió y dejó caer unos pedacitos de vidrio de lo que debió haber sido un vaso. La música del bar continuaba sonando, pero el ruido anterior, las risas y las conversaciones de las personas que nos rodeaban, se habían detenido. Todo el mundo observaba a Azazziel con los ojos bien abiertos y pasmados. Asombrados por su expresión, por lo que había hecho. Asustados por él.

El demonio no tardó demasiado en percatarse de ello. Provocando otro jadeo por parte de los clientes más cercanos, se levantó de su asiento. Desvió la vista hacia mí durante un instante eterno, uno tormentoso, y un escalofrío recorrió mi espina dorsal porque, incluso de lejos, pude apreciar que el halo de ira que lo rodeaba le daba un aspecto amenazador. Las personas que estaban más próximos a él se apartaron cuando empezó a avanzar entre las mesas.

No pude pasar por alto cuando Khaius se tensó, a medida que Azazziel se acercaba. Sin embargo, él solo pasó por nuestro lado con la vista enfurecida fija en el frente, sin decir absolutamente nada. Cada una de las almas a nuestro alrededor lo siguió con la mirada acusadora hasta que salió del local, y junto con él, ese aura pesada y denso.

Cuando Azazziel se marchó del Ametsa's, los hombros de Khaius se relajaron. Los murmullos del resto de los clientes no se hicieron esperar.

Caray... —musitó Nat, agitando la cabeza, como queriendo quitarse una sensación desagradable de encima.

—Yo pagaré por eso —le dijo Khaius a Tyler. Él asintió, todavía con el semblante alterado.

Carraspeé, tratando de deshacer el nudo que se había formado en mi garganta.

—¿Crees que se haya ido a allá? —inquirió Nat.

Hice una mueca y negué en silencio. Lo cierto era que no lo sabía.

—¿Irás a hablar con él? —le pregunté a Khaius.

—Cuando está así, es mejor dejarlo solo —me aseguró, ya con un cariz más tranquilo. De pronto había abandonado todo atisbo de inquietud. Khaius conocía mucho mejor a Azazziel, y era probable que estuviera en lo correcto... Pero algo en mi interior no me permitió ganar la misma serenidad que él. Una urgencia por salir corriendo de ahí y ver hacia dónde rayos de había dirigido se apoderó de mí.

—Iré a buscarlo —anuncié.

—¿Estás loca? —intervino Tyler, viéndome como si hubiera dicho una estupidez del tamaño de un buque—. ¿No viste a ese tipo? Tenía cara como de querer matar a lo primero que se le ponga en frente.

—Tiene razón —concedió Khaius, dedicándome una mirada apacible—. Solo hay que dejar que se le pase, confía en mí.

—No, ve con él. —Al oírla, todos nos giramos para mirar a Nat. Su tono, aunque un tanto agudo por el susto, fue muy seguro. Lleno de convicción—. Si te apresuras, puedes alcanzarlo.

—¿Qué pasa contigo? —inquirió Tyler en su dirección—. ¿Que no ves que ese tipo podría hacerle daño?

Nat continuó mirándome fijo, omitiendo la demanda de Tyler.

—No te ha hecho nada en todo este tiempo. No lo hará ahora —afirmó, como si supiera algo de su carácter—. Ve y resuelve esta mierda. Averigua por qué carajos vino aquí y se atrevió a arruinar la noche que quería compartir con mi mejor amiga.

—Iré contigo —dijo Khaius, poniéndose de pie.

—No. Estaré bien —le aseguré, aunque no estaba del todo convencida de eso—. Puedes irte a casa, si quieres. O, bueno, allá...

—No, no vas a ningún sitio —interrumpió Nat. El desconcierto me atravesó y la miré con espanto, pero ella enfocó la vista en Khaius—. Te quedas aquí y te aseguras de que llegue bien a mi casa..., Jon —pronunció el nombre entre dientes, como con un ligero matiz de resentimiento.

El demonio frunció el entrecejo con confusión. Me miró un segundo, y yo sentí que mi urgencia por salir de ahí aumentaba.

—¿Puedes? —pedí, quizá sonando demasiado angustiada.

—Solo si no vuelve a quemarme —murmuró él.

Nat levantó una mano e hizo una señal de aprobación. Sabía que ella cargaba con la cruz de su padre en el cuello, y eso, de algún modo, me tranquilizó un poco. Y, bueno, ciertamente confiaba en Khaius, también.

Me levanté, sintiendo que todo me daba vueltas. Alcancé a ver que Tyler sacudía la cabeza y suspiraba, pero no dijo nada más por tratar de impedir que me fuera.

Sin agregar otra cosa, me dirigí hacia la salida a zancadas.

El frío del exterior me heló de golpe. El que estuviera usando aún la falda del trabajo tuvo bastante que ver, pero también el hecho de que tal vez llovería pronto. Comencé a caminar a paso rápido por la acera, volteando la cabeza hacia todos lados casi con desesperación, prestando atención a cada rostro a mi alrededor, a cada persona cerca. No obstante, no tardé mucho en darme cuenta de que esto era en vano. El mundo se percibía diferente en este estado, más difuso, más caótico y extraño. Lo que se suponía que debía verse a una velocidad normal, como los autos y las personas que pasaban, no lo hacía y eso rápidamente me asustó. Haber salido sola, así como estaba, fue una idea terrible.

Cuando vi que ya había avanzado hasta la mitad de la calle, el peso de las posibles consecuencias se cernió sobre mí como un garrotazo. Me detuve en seco.

¿Por qué estaba haciendo eso? ¿Por qué buscaba a un demonio enfurecido entre el gentío de la calle a esas horas de la noche? ¿Qué estaba mal conmigo? ¿Qué rayos importaba el que se haya marchado así del bar? De cualquier forma, eso no era nada malo, sino todo lo contrario. Por fin se había ido y yo podía estar tranquila. De haberme quedado en el Ametsa's, habría seguido riéndome como lo estaba haciendo. Hubiera continuado pasándola tan bien como lo había hecho hasta antes de darme cuenta de su presencia ahí.

Cerré los ojos y suspiré. Estuve a punto girar sobre mi eje y devolverme al bar, cuando sentí unas manos fuertes tomarme de los hombros. El corazón me dio un vuelco cuando alguien me obligó a voltearme con tosquedad.

Un jadeo escapó de mi garganta en el instante en que me topé de frente con unos irascibles ojos gris plata, en un rostro tan exasperado que hasta el mismísimo Lucifer habría arrancado del miedo.

—¿A qué estás jugando, Masters? —inquirió Azazziel entre dientes, con una voz ronca que me pareció irreconocible.

Sin embargo, el asombro por la cólera de su semblante fue fugaz. Apenas me permití sentirme temerosa un escaso segundo, porque en seguida la ira se detonó en mi sistema.

Me quité sus manos de encima de un movimiento brusco.

—¿Qué es lo que pasa contigo? —escupí.

—¿Conmigo? —Levantó las cejas, ligeramente turbado, y volvió a entornar la vista con rabia—. ¿Qué es lo que pretendías ahí dentro?

—¿Y qué pretendías tú viniendo aquí, en primer lugar?

Él apretó los labios y respiró por la nariz.

—A diferencia de ti, yo puedo ir a cualquier maldito lugar que quiera cuando lo desee.

Eso avivó mi ira. Enterré las uñas en mis palmas, solo porque sentí unos deseos inmensos de estrellar mi mano contra su rostro y, en el fondo, sabía que debía controlarme. No podía tentar mi suerte.

—¿Quién mierda te crees que eres? —solté—. No puedes llegar y hacer semejante escándalo, arruinar mi noche y luego irte así. No eres absolutamente nada mío.

De un movimiento rápido, agarró mi mano con firmeza y me acercó a él. Inmediatamente un ardor febril comenzó a recorrer mi brazo, desde mi muñeca, extendiéndose hasta el centro de mi pecho. Mis ojos se abrieron de par en par, incapaces de asimilar la marca que ya había visto antes en mi piel: esa que parecía un enorme tatuaje de espinas.

—Te recuerdo que tu jodida alma es mía —susurró—. Me perteneces. Puedo hacer contigo lo que se me antoje.

—Cuando muera —puntualicé, con la voz enronquecida y temblorosa por la cólera que me embargaba—. Solo ahí podrás hacer lo que quieras con mi maldita alma. Hasta entonces, haré lo que se me dé la regalada gana.

Un pasmo casi imperceptible deshizo su máscara creada por la ira, pero la recobró en un santiamén. Sus labios se entreabrieron cuando dejó escapar un gutural gruñido.

—No quiero que lo vuelvas a ver —masculló.

¿Que no qué? La expresión de rabia se esfumó de mi rostro, porque eso me sacó de balance. Siendo sincera, me costó un par de segundos comprender a qué se refirió, hasta que por fin un frívolo pensamiento se constituyó en un diminuto rincón mortecino de mi mente y me percaté de que se trataba de Tyler.

—¿Perdón? —El rumbo que tomó la discusión sus palabras hizo que soltara una risa corta, sin verdadero humor alguno, ya que pensé que, si no estaba bromeando, entonces estaba desquiciado. Sacudí la cabeza—. Vete a la mierda, Azazziel.

Pese a que no lo creí posible, un cariz aún más irascible se adueñó de su rostro.

—Vuelve a reírte, y regresaré a ese sitio para dejar parapléjico a ese maldito barman.

Tragué saliva. La tenue sonrisa desapareció de mi expresión y lo único que pude hacer fue mirarlo, sin comprender una mierda de lo que estaba sucediendo.

—¿Qué haces aquí? ¿A qué viniste realmente?

—¿Tú qué crees? —espetó con tono furibundo—. Te cuido el trasero porque, al perecer, te olvidaste de que hay un demonio esperando el primer jodido momento en que te descuidemos para asesinarte.

Resoplé.

—Por favor, como si de verdad te importara lo que me pase. No seas cínico.

—¿Y por qué piensas que hago todo esto, Amy? —preguntó con la mandíbula apretada, con furia. Pero, a pesar de su ceño fruncido, de pronto la ira en su semblante ya no era tan palpable—. Descuido mi puesto y me expongo con tal de venir aquí, a este maldito mundo que detesto con cada parte de mí, y todo para mantenerte a salvo. —Entrecerró los ojos y me dedicó una mirada desdeñosa—. Y tú eres incapaz de verlo, maldición.

Agité la cabeza.

—No es verdad —porfié, negándome a creerle.

—Ah, ¿no? ¿Y entonces por qué es?

—¡¿Yo qué sé?! —exclamé, tan alterada que mi voz se oyó inestable—. Pero me dejaste muy claro que te importo una mierda.

—Nunca dije que me importabas una mierda. —Su tono siguió siendo hosco, pero algo había cambiado en él y no supe qué—. Dije que no sentía nada por ti, y eso es muy distinto.

—¡Es exactamente lo mismo!

—No, no lo es —replicó soltándome la mano por fin, solo para apretar los puños—. Y es que no puedo sentir nada por ti, ni por nadie porque, maldita sea —masculló—, soy jodido un demonio. ¿Qué parte no entiendes?

—¿Y entonces qué es lo que supuestamente te hace distinto del resto de los tuyos? —exigí, con la ansiedad y la confusión a flor de piel. Alcancé a vislumbrar que respondería, así que decidí soltar—: ¿Tiene que ver con Kaspiel?

Vi cómo la pregunta lo desconcertó. Sus ojos se abrieron un poco y la rabia desmedida se esfumó de sus facciones; sin embargo, dado que todas sus expresiones eran tan efímeras como un parpadeo, no me extrañó que volviera a lucir furioso en el siguiente segundo.

Apretó la mandíbula.

—Olvídate de él. Ya te he dicho que eso no tiene importancia.

—Pero yo necesito saber. —La angustia en mi tono fue evidente, no pude evitarlo—. ¿Kaspiel lo sabía? ¿Fue por eso que murió? ¿Me pasará lo mismo si también llego a saberlo?

—¡Kaspiel vivió toda su puta existencia confundido! ¡Por eso se murió!

Me eché ligeramente hacia atrás ante ese grito. Atisbé que llamábamos un poco la atención de las personas que iban pasando a esas horas, por lo que solo resolví intentar hablar más bajo. Su respiración había comenzado a agitarse. El desespero formó un halo pesado y denso sobre él.

—Murió por sus convicciones —aclaré en un tono más moderado, como si yo misma hubiera conocido al demonio—. Y tuvo que ver contigo, pero logro entender cómo.

Sus facciones duras se tornaron impasibles.

—Lo que le pasó no fue mi maldita culpa —murmuró con un matiz áspero.

—¿Y de quién fue? —Mis labios temblaron involuntariamente, y pude apreciar que la desesperación empezaba a hacer estragos en mi interior—. ¿En qué se supone que tú eres diferente? —Él agitó la cabeza, y una punzada de decepción me surcó—. ¿Por qué te es tan difícil decírmelo? Khaius me contó su origen. Akhliss me habló de su pasado... Eres el único que aún no me ha dicho la verdad.

—¿Y no se te ha ocurrido el por qué? —inquirió, esbozando una media sonrisa cruel y burlesca—. Es simple, Amy: no quiero hacerlo. No quiero abrirme a ti. —La socarronería casi fingida que delataba se esfumó de su expresión en ese instante—. ¿Es que no lo entiendes? Ya soy lo suficientemente débil contigo.

Mis cejas se juntaron por el absoluto desconcierto.

—¿Débil?

—No puedo acceder a tu mente. No puedo controlar tus acciones. Ni siquiera soy capaz de ver cómo mierda es tu alma. Soy un demonio... ¡y no puedo ver tu alma! —siseó colmado de frustración. De impotencia—. No quiero darte además el poder de saber de mí, de conocerme. La idea de que lo sepas y me veas distinto... —Desvió la vista hacia el piso—. De que me veas como el resto lo hace...

Sus labios se apretaron y cerró los ojos con fuerza, al tiempo que agitaba la cabeza. Ya no se veía molesto. Ya no había rastro de la furia de antes. Únicamente su semblante destilaba confusión e incertidumbre, como si enfrentara un caos de pensamientos e ideas en su mente.

Un jadeo escapó de mis labios al caer en la cuenta de lo que sus palabras escondían.

—¿En serio crees que intentaría lastimarte si lo supiera? —pregunté con un hilo de voz—. ¿Que lo usaría en tu contra?

—No lo sé —admitió en un susurro.

Mis dudas, mi curiosidad, mi deseo de saber qué era eso que parecía hacerlo distinto, eso que no quería que yo supiera, todo eso era inútil. Él no iba a contármelo, porque dentro de sí no existía el menor rastro de confianza en mí. A diferencia de Khaius y Akhliss, a Azazziel no le interesaba interactuar conmigo de otro modo que no fuera el de averiguar mi propio misterio. Mi rareza.

Solamente le importaba saber por qué, según él, yo lo hacía más «vulnerable». Porque para él, yo no era más que una debilidad. Algo que debía cambiar. Algo que tenía que resolver.

Era un obstáculo que él debía eliminar.

—Voy a volver al bar...

—No —dijo en tono seco, redirigiendo su vista hacia mi rostro.

El desconcierto me envolvió como una bruma lóbrega y espesa, y despistó mis pensamientos anteriores. Fruncí el ceño.

—¿Por qué? —demandé, aunque deseé haber sonado más decidida—. Dame una buena razón por la que no quieres que regrese.

—No lo harás —siseó.

—¿Por qué?

—Porque no.

—¿Por qué no?

—¡No lo sé! —Se llevó ambas manos a la cabeza y las cerró en puños apretados en un ademán enajenado. Cerró los ojos con fuerza, y de pronto pareció que estaba sufriendo una potente migraña.

Me quedé pasmada y un tanto temerosa, puesto que algo dentro de mí se removió al verlo sí.

—No puedes hacerme esto —musité, casi sin fuerza en la voz—. No vas a impedirme nada, mucho menos algo que puede alegrarme, que puede distraerme de toda esta mierda que estoy viviendo.

Me miró de nuevo, con el agobio y el tormento escritos en el rostro. Su pecho se hinchó cuando respiró profundo.

—Bien... —murmuró, desviando bruscamente la vista—. Lárgate, entonces.

Parpadeé. El pasmo volvió a dejarme la mente en blanco.

—¿Y ya? —inquirí, sin poder creer lo que acababa de decir. ¿Después de tal escándalo, así se rendía? ¿Se iría sin más? Negué en silencio—. ¿No piensas darme ninguna explicación?

—¿Qué quieres que te diga, Amy? —expresó con un matiz enervado—. ¿Que «te quiero»? ¿Que por eso no quiero que te estés con ese tipo? —Su cabeza se movió en una negativa obstinada—. No lo haré. No sé qué mierda es eso. No tengo la más puta idea de cómo se siente eso... Si quieres que te mienta, puedo hacerlo. —Le vi tragar saliva, y su mirada me recorrió de arriba abajo—. Puedo fingirlo. Pero debes estar consciente de que te estaré mintiendo.

Cerré los ojos y dejé escapar un suspiro.

—Yo no quiero algo así... —Mi voz se quebró el final, incapaz de mantenerme serena y firme—. No quiero hacerlo. No puedo confiar en ti, y tú tampoco confías en mí. —Alcé la vista hacia él, sintiendo claramente que una ligera capa de lágrimas se formaba sobre mis ojos—. Empiezo a creer que ni siquiera podemos averiguar esto juntos.

—Eso no tiene nada que ver —replicó de inmediato, con hosquedad.

—Claro que sí —insistí, pero ya no tenía ni de lejos ese tono prepotente de antes. Mi voz había perdido demasiada fuerza—. No sabes lo que quieres. Y ni siquiera sientes algo por mí. Solo quieres cumplir tu propósito, solo... solo eres egoísta.

Sus labios se tensaron mientras inspiraba fuerte por la nariz. Dio un paso hacia delante, inclinándose hacia mí. Nuestros rostros quedaron a escasos centímetros del otro y sentí el impulso de alejarme, pero el abismo de emociones que me embargaban era demasiado impetuoso... Y todavía me descomponían el mareo y la confusión del alcohol.

—¿Quieres que sea completamente sincero contigo, Amy?

—Sí —musité, sin dejar pasar un segundo—. Es todo lo que quiero.

—No te quiero, y jamás podré hacerlo —susurró en un tono ronco, pero de algún modo se las arregló para no sonar hiriente sino persuasivo—. ¿Por qué hago todo esto por ti? ¿Por qué quiero mantenerte a salvo de todo peligro? No lo sé. No tengo la menor idea... Pero mentí cuando dije que no me hacías sentir nada..., porque en realidad siento un montón de cosas por ti.

Se me abrieron los ojos por pura impresión, y de repente sentí como si estuviera alucinando, como si ya no estuviera en la calle sino en un espacio ajeno al nuestro, uno sombrío y solitario, a solas con él... O quizá solo era el alcohol, no lo supe bien. Pero algo en mi pecho se estrujó y agitó con violencia al escuchar eso. Él notó el cambio en mi rostro, y esbozó una muy leve sonrisa.

—Sí... He sentido algo por ti desde el maldito momento en que te encontré, Amy. No supe qué era, no pude comprender qué fue, pero estoy seguro de que sentí algo. Una cosa que me trastocó completamente, que me dejó confundido hasta la mierda; y ese fue, quizá más que por el resto de las otras razones, el verdadero motivo por el que decidí vigilarte... —Un jadeo que me dejó sin aire en los pulmones escapó de mis labios, entreabiertos de puro pasmo—. Se originó en mí un cúmulo de curiosidad por ti. Me acerqué, y tu prejuicio humano me hizo detestarte de inmediato. Pero no podía dejar de pensar en ti, maldición. Aun cuando hiciste el patético intento de echarme con agua bendita, no podía sacarte de mi cabeza. Cuando me invocaste... —resopló—, bueno, cuando hiciste ese frívolo ensayo, concebí un acopio indescriptible de alteraciones en mi interior. Y cada maldito día que te veía se agravaba... Y cuando tuve la brillante idea de besarte, nada más porque quería saber qué se sentía besar a una humana, fue el peor error que he cometido en mi jodida existencia... Porque quise más. —Apretó la mandíbula con tanta fuerza, que casi temí que se hiriera—. Incluso recién, cuando estabas coqueteando con ese hijo de puta, te juro que lo único que sentía eran deseos de estrangularlo. Y no lo entiendo. —Una exhalación de desasosiego lo asaltó, y un viso de profunda confusión tiñó su semblante—. No entiendo por qué estoy haciendo esto. No entiendo qué mierda está pasando conmigo. Eres una amenaza para mí, Amy. Estás cambiando todo eso que siempre he sido, todo aquello por lo que tanto he luchado por alcanzar.

Me quedé completamente en blanco. Mi temple se apagó tanto que me mantuve imposibilitada de cualquier palabra, porque nada llegó a mí. Todo mi cuerpo se congeló. No supe qué decir. No se me ocurrió cómo responder a sus palabras. Lo único que pude hacer fue quedarme ahí, inmóvil, sosteniendo esa penetrante mirada suya.

—¿Quieres volver allá? —murmuró severo, pero ya sin rastro de cólera—. Si quieres hacerlo, hazlo. Yo no puedo detenerte, jamás he podido impedirte nada. Dime que de verdad no quieres estar aquí, conmigo, y que quieres irte con él. —Entornó la vista con un cariz desafiante—. Pero dímelo. Quiero oírlo de tu boca.

Mi pecho se estrujó con un impulso vertiginoso. Un sentimiento abrumante y confuso arrasó con mi sentido común. Y tuve que ser sincera, no pude ni siquiera hacer el pequeño intento de mentir. No tuve las fuerzas ni los deseos de hacerlo.

—No quiero ir con él —respondí, en un tono apenas audible.

Un viso que no pude identificar surcó su mirada, y entonces una sonrisa sutil estiró las comisuras de sus labios.

—¿Intentabas ponerme celoso?

—No lo sé —admití porque, en realidad, en esos momentos no tenía idea de lo que estaba haciendo—. Estoy molesta por lo de Naamáh. Estoy furiosa porque me enteré de que el beso que yo vi no fue el único que le diste. —Vi cómo su sonrisa desapareció al escuchar eso, pero no me detuve—. Estoy herida, porque siento que lo único que querías era jugar conmigo.

—Trataba de convencerla de que se devolviera al jodido Infierno. No quería que estuviera cerca de ti. —Agitó pausadamente la cabeza, con el entrecejo fruncido por una leve confusión. Un segundo después, una risa carente de verdadero humor brotó de sus labios y desvió la vista hacia otro lado—. Ni siquiera debería tener que excusarme contigo. Ella es como yo. Se siente completamente natural...

—Y conmigo no —aventuré, y él apretó la mandíbula. Mi pecho volvió a estrujarse, pero esta vez de forma dolorosa—. Dijiste que no podías amar a nadie... ¿Ni siquiera a Naamáh?

—No siento y nunca he sentido nada por Naamáh —replicó al instante, dando un suspiro cansino—. Ya te lo había dicho.

—¿Y qué me dices del ángel?

Sus cejas se juntaron por el desconcierto.

—¿El ángel?

—Me dijiste que habías querido a un ángel —expliqué, pero no quise especificar que fue la noche en que me abrazó. El solo recuerdo de esa noche hizo que una punzada dolorosa me atravesara el pecho—. Por eso sé que mientes. Por eso sé que todo lo que me dices, eso de que no puedes sentir nada, es una mierda.

Azazziel se rio.

—Sí, la quise. Como nunca volví a querer a nadie. —Sus ojos se clavaron en un punto a lo lejos, para luego cerrarlos como si hubiera pensado en algo desagradable. De repente pareció sumirse tanto en sus propios recuerdos, que fue como si yo no estuviera ahí—. Pero me malinterpretaste... O creo que yo no me expliqué bien.

Y entonces, sin que tuviera que volver a presionarlo, sin que tuviera que llevarlo hasta su límite, me lo dijo.

Su ceño hundido ya no era por la ira. Sus labios apretados en una línea tensa, ya no eran por la cólera. Hinchó el pecho, respirando hondo, y dejó escapar un suspiro entrecortado, cargado de pesadumbre. Cargado de dolor. Pude ver cómo en sus facciones duras se manifestó el colapso de sus emociones, como si el muro interior que formó para protegerse a sí mismo se derrumbara y no le permitiera tener la fuerza para seguir ocultándomelo.

Algo dentro de él cambió al querer decírmelo, y algo dentro de mí cambió cuando lo escuché.

Lo detesté. Lo odié por sobre todas las cosas, porque tuvo razón: cuando mencionó que, si me lo decía, mi opinión de él ya no sería igual, era verdad.

Jamás pude volver a verlo de la misma manera.

—No fue de la forma en la que piensas —continuó—. La quería porque era mi madre.

Continue Reading

You'll Also Like

13.6K 526 31
sinopsis... _____ es una joven de 16 años y vive con su mamá en Los ángeles, cuando sus padres se separaron era una niña y no entendía, tenia 7 años...
4.5K 430 10
Omegaverse ➴Blindshipping [Atem x Yugi] ➴Gemshipping [Akefia x Ryou] ➴Puppyshipping [Seto x Joey] [Seth x Jonouchi] ➴Chaseshipping [Tristán x Duke] ➴...
196K 29.1K 39
Valeria fue llevada como esclava cuando el rey de Ahrimán conquistó su reino. Ella, apenas una simple princesa que jamás había salido de entre los mu...
15.3M 1.3M 37
TRILOGÍA DEMON #1 ¡A LA VENTA EN LIBRERÍAS! "El infierno está vacío. Todos los demonios están aquí." -William Shakespeare.