Penumbra

By RubalyCortes

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LIBRO I «Uno no se enamoró nunca, y ése fue su infierno. Otro, sí, y ésa fue su condena». ... More

Prefacio
Antes de leer...
1. Las pesadillas
2. Alucinación
3. Invocación
4. Esencia del alma
5. El pacto
6. Límites
7. Primer contacto
8. El Ars Goetia
9. Eminente
10. Muestra de poder
11. Algo maligno
12. Alma
13. La evasión
14. Frente a frente
15. El guardaespaldas
16. Sin retorno
17. El misterio
18. Renacidos
19. Impulsos incontrolables
20. Euforia
21. Cambio de planes
22. Calma arruinada
24. La elección
25. Explicaciones
26. El colapso
27. Azazziel
28. El siniestro
29. Réquiem
30. Dolor liberado
31. Confesiones
32. Teorías inquietantes
33. El error
34. Las consecuencias
35. Temor
36. Fuego
37. La promesa
38. Espera tortuosa
39. Arrepentimiento
40. Ajuste de cuentas
41. Crueldad desatada
42. La expiación
43. Ilusión
44. Real
Epílogo
Agradecimientos | Nota de la autora
¡SEGUNDA PARTE!

23. Punto de quiebre

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By RubalyCortes

Los ojos grisáceos del demonio se encontraron con los míos durante un instante eterno. Un instante que hizo estragos en mi pecho, mientras veía la incongruente imagen de sus labios sobre los de ella.

En el siguiente segundo, con la mente en blanco, giré sobre mis talones.

No reparé en la gente. Quité con el brazo a toda persona que se me cruzó, a todo aquel que me impedía lo único que quería hacer en ese momento. No podía escapar por la entrada de la casa, no sin pasar por el lado de ellos y presenciar lo anterior a una excesiva y repulsiva cercanía. Así que atravesé la cocina a empujones y salí al patio trasero, que seguía atiborrado de gente, chicos y chicas bañándose y otros sólo conversando o bailando alrededor de la piscina. Eso simplemente me desesperó aún más.

Avancé a zancadas hasta que abrí la puerta de esa engorrosa área cercada. La música seguía sonando tan alta que resonaba en mis oídos y en mi caja torácica, y, de algún modo, parecía empeorar ese extraño sentimiento que estrujaba mi pecho de una forma dolorosa. Solo quería salir de ahí. Necesitaba escapar de ahí. Alejarme de él lo más rápido posible.

En ese momento, alguien haló de mi brazo y me sobresalté. Sin embargo, di un ligero suspiro al distinguir el rostro de Khaius. Hubiera supuesto un alivio inmenso el encontrármelo justo ahora, y haberme podido desahogar con él, de no ser por el pánico que tenía grabado en su expresión.

—Vámonos —dijo tirando de mi brazo, en un tono tan alterado que ni siquiera parecía ser consciente de que me causaba un poco de dolor.

¿Irnos? ¿Pero qué...?

—¡Espera! —exclamé. Lo miré ceñuda y confundida—. ¿En dónde está Nat?

—La dejé con un muchacho —replicó de manera precipitada. Echó un rápido vistazo hacia la casa, y me percaté de que su respiración estaba agitada—. Ella está bien.

—¿Con un muchacho? ¿Con quién exactamente?

—¡No tenemos tiempo, Amy! —Jaló de mi brazo y me obligó a avanzar con él—. ¡Debemos irnos ahora!

—K-Khaius, ¿qué está pasando? Porque acabo de ver...

—Tenemos que irnos, ¿de acuerdo? ¡Ahora! —me interrumpió. Su tono alterado me hizo sobresaltar—. Hay alguien ahí dentro a quien no quiero ver, no contigo aquí.

Percibí su miedo, lo destilaba tanto en la voz como en cada parte de él. No creía haber visto a Khaius así de alarmado antes, y eso hizo que una oleada de pavor invadiera mi sistema.

Comencé a caminar a pasos largos, aunque por la forma en la que continuaba tirando de mi extremidad, no parecía ser suficiente velocidad para él.

—¿Te refieres a la rubia? —insistí—. ¿Quién es?

—¡Amy, maldición, solo vámonos!

Di otro respingo ante su tono, con los ojos bien abiertos, pero asentí y entonces los dos nos echamos a correr por la acera. Agradecí en mi fuero interno el que hubiera decidido no usar tacones.

No tenía la menor idea de hacia dónde me llevaba, pero Khaius no parecía estar en sí mismo en ese momento, por lo que no objeté cuando giramos bruscamente en la esquina de la calle. Para entonces, yo estaba bastante cansada. En verdad debía mejorar mi condición física. Khaius se percató de mi fatiga, arrugó el ceño y apretó la mandíbula en un ademán hartado. Redujo su paso hasta que volvimos a caminar a zancadas, todavía con su mano sobre la mía como si estuviera tirando de un objeto. O para evitar que me cayera, quizás. Desconocía la hora exacta, pero apostaba a que era casi medianoche, a juzgar por las pocas personas que transitaban a nuestro alrededor.

Estaba completamente perdida. No reconocía las calles que estábamos recorriendo, y mucho menos distinguí el enorme parque en el que nos adentramos. El demonio tampoco parecía estar muy convencido de adónde dirigirse; giraba la cabeza de un lado a otro con una arruga entre las cejas, y eso sólo incrementó mi ansiedad. El camino de tierra por el que andábamos, los arbustos y el suelo teñido de verde oscuro a nuestro alrededor me hizo recordar los senderos que iniciaban la vasta reserva del Parque Forestal.

—¿Adónde quieres que vayamos? —inquirí por lo bajo, a la espera de otro grito de su parte.

Pero él respondió en un tono tan reducido como el mío:

—Por ahora, me conformo con irnos lo más lejos posible.

—Khaius, necesito saber qué ocurre —demandé con la angustia destilando en mi voz—. ¿Quién es ella?, ¿qué es lo que quiere?, ¿es peligrosa?

Khaius apretujó más la mandíbula y fijó la mirada el frente. Su semblante se mantenía contraído por un temor cuyo motivo yo no conocía.

—Ella es... —No terminó de explicar. Cerró los ojos con fuerza y agitó la cabeza bruscamente—. No estoy seguro de lo que pretende exactamente, pero no quiero que estés cerca de ella para averiguarlo. Por lo menos, ahora está con Azazziel y él logra calmarla un poco.

Algo en mi interior ardió y no fue agradable, por lo que decidí concentrarme solo en él. Y en por qué mierda parecía que estábamos huyendo de una catástrofe terrible.

—¿Y qué rayos quiere conmigo?

—No estoy seguro —dijo con los dientes apretados—. Ella ni siquiera suele venir a la Tierra, lo detesta. Siempre envía a sus subordinados en su lugar. No entiendo qué carajos quiere... —Se detuvo y exhaló de forma extenuada.

—Pensé que lo que sintió Azazziel fue la presencia de Mabrax... —El pronunciar su nombre provocó un pinchazo doloroso en el centro de mi pecho, pero hice un esfuerzo colosal por mantenerlo a raya—. Me equivoqué.

—No, no te equivocaste —espetó bajando la mirada seria hacia mí—. Mabrax sí estuvo ahí.

Me tensé de inmediato. No pude evitar abrir los ojos con temor.

Oh, mierda...

—¿Crees que están trabajando juntos? —El miedo en mi tono fue palpable—. ¿E-ella y Mabrax?

—Es lo más seguro —soltó un gruñido de frustración—. El desgraciado debió hablarle sobre ti, y ella quizás quiso comprobarlo. O tal vez quiere... —No completó la idea, como si el decirla en voz alta fuera por sí sola demasiado malo.

—Bueno, pero Azazziel está con ella ahora. —Esas palabras trajeron otra punzada dolorosa, y apreté los dientes. Fui consciente de lo hosco que sonó eso, por lo que sólo rehusé de su mirada cuando él volvió a fruncir el ceño. No dijo nada al respecto, se limitó a continuar observando a nuestro alrededor.

Mi pavor aumentó cuando me pareció que nos estábamos alejando demasiado.

De pronto, Khaius se detuvo en seco. Habíamos llegado a un sitio más rodeado de árboles grandes, un par de bancas de madera y, un poco más lejos, había una fuente de agua. Ni un alma andaba por los alrededores y el ambiente, a esa hora, daba cierta ilusión un poco tétrica. Dejé escapar un jadeo cuando varios faroles que estaban cerca de nosotros parpadearon. Oí una palabrota escapar de sus labios. Su diestra me empujó detrás de él y mi cerebro se quedó completamente en blanco. Entonces, pude sentir claramente cómo cada uno de los vellos del cuerpo se me erizaba por el hielo que caló en mis huesos.

La misma presencia fría y pesada que percibí en la fiesta, de algún modo, ahora estaba ahí con nosotros.

Me estiré para poder ver en el preciso instante en que una nube negra y densa se arremolinaba delante de la fuente, girando en el aire para condensarse y tomar forma. La chica de cabello cenizo se manifestó a varios metros de nosotros, con ese cortísimo vestido rojo y las botas del mismo color que superaban la altura de sus rodillas. Desde mi distancia, no logré ver bien su expresión por el largo flequillo que cubría su rostro.

Solo alcancé a atisbar la sonrisa maliciosa que se dibujó en su rostro.

—Khaius, querido —dijo ella, con ese odioso matiz aterciopelado—, no ocultes a la mortal esa de mí. No le haré nada malo. —Pude advertir cómo la espalda de Khaius se tensaba. Él no le contestó en lo que se me hicieron segundos eternos, y ella pareció perder la paciencia mientras daba un largo suspiro—. Oh, por favor —resopló—, ¿por qué la protegen tanto? Ni que fuera la gran cosa.

No pasé por alto el matiz de desdén en su voz.

—No tienes idea, Naamáh —masculló Khaius.

El nombre de la diablesa resonó en mi cabeza, aunque ella no lució alterada en lo más mínimo de que él lo pronunció.

—Si es tan especial, ¿por qué no da la cara? —Eso me atizó una extraña emoción. Sentí cómo la ira comenzaba a crecer rápidamente en mi interior. Intenté salir a la vista de ella, pero Khaius volvió a empujarme detrás suyo con su brazo. Pude escuchar el gruñido bajo que él emitió—. Vamos, déjame hablar con ella —insistió la tipa, y me pareció que su voz venía de un lugar más cercano—, yo también quiero entender qué es eso que les llama tanto la atención.

—Naamáh, eso es innecesario —zanjó Khaius, con un matiz que parecía de súplica más que otra cosa—. Sabes qué la hace diferente.

—Sus cualidades solo me llevan a pensar que esta niña no debería existir. —Ante esa declaración, no pude evitar tragar saliva y aferrarme al brazo de Khaius.

—Por favor, no hagamos esto —musitó él.

Asomé la cabeza por sobre el brazo del demonio que me protegía. La diablesa se había acercado bastante.

—¿Hacer qué? Sólo quiero hablar. —Una sonrisa sospechosa se extendió en el rostro de ella—. ¿Cuál era tu nombre? Es Amy, ¿verdad? —Di un respingo al caer en la cuenta de que se dirigía directamente a mí. Aun así, apreté los labios y me negué a seguirle el juego—. ¿No vas a responderme? Qué decepción. Mabrax dijo que eras muy interesante, pero a mí no me lo pareces.

Apreté los dientes para luego levantar la mirada hacia Khaius. Él lucía desencajado, demasiado serio, inclusive, hasta su respiración estaba apresurada.

¿Por qué parecía temerle tanto?

—Ah, ya sé —asintió ella, y pude notar cómo la malicia se apoderó de sus facciones—. Estás sensible porque Azazziel me besó, ¿cierto? —La reacción de asombro de mi rostro la hizo reír. Inmediatamente, una combinación de dolor y de ira invadieron cada rincón de mi ser, tanto que sentí el fuerte impulso de salir de mi escondite, pero Khaius puso el brazo frente a mí de nuevo para impedirlo. Me limité a enterrar las uñas en la piel de mis palmas—. No seas ingenua, niñita, ¿qué te hace pensar que él está realmente interesado en ti, cuando me tiene a mí?

Mi cólera se vio eclipsada por la forma dolorosa en la que mi pecho se apretó. Ella pareció notarlo, ya que la burla en su sonrisa se realzó.

—Suficiente, Naamáh. —El tono de Khaius ahora fue ronco e imperativo, sin rastro de temor en él, como no lo había oído antes.

Ella le dedicó una mirada severa.

—¿Y tú por qué la defiendes? —espetó con una inflexión violenta. La vi entornar los ojos—. No me digas que esta mocosa significa algo para ti también.

—Eso no es de tu incumbencia.

—Ah, ¿no? —Ella se cruzó de brazos, pero volvió a sonreír con toda confianza—. Eso no me gusta. Sabes que tu instinto es obedecerme a mí. Todo lo que eres me pertenece por derecho.

Tragué aire de forma brusca al oír eso. Alcé la vista hacia él, pero la única reacción de Khaius fue tensarse y perder aquel atisbo de seguridad que había ganado.

Las palabras de la diablesa hicieron eco en mi mente y fruncí el ceño.

Tardé un par de segundos en entenderlo, mientras recordaba la conversación que tuve con Khaius frente al río: cuando me habló de su origen. Cuando me contó la clase de demonio que era, y quién había sido responsable de ello. Dijo que «una chica» se apareció frente a él.

Y entonces comprendí por qué Khaius se veía tan asustado, la razón de que no quisiera estar cerca de ella conmigo ahí. Algo reaccionó en mi cabeza, y de repente lo supe. Supe quién era.

Esta tipa... La tal Naamáh era la asesina de Khaius.

Una oleada intensa de rabia consumió como fuego los sentimientos anteriores, incluido el dolor.

... —mascullé con los dientes apretados, sin poder evitarlo. Mi cuerpo se inclinó hacia delante de forma instintiva, pero él brazo de Khaius no me dejó avanzar ni un centímetro. Él me miró con el pánico grabado en los ojos—. ¿Es ella? —pregunté en dirección a él—. Ella lo hizo, ¿verdad?

El demonio apretó la mandíbula. No respondió, pero no importó tampoco. Ya sabía que yo estaba en lo correcto.

—Khaius —lo llamó Naamáh, exigiendo su atención—, te diré esto una sola vez y espero que, por tu bien, lo cumplas, ¿de acuerdo? —A pesar de que le hablaba a él, sus ojos azules estaban enfocados en mí, y yo le devolví una mirada de recelo—: Quiero que la mates.

La sangre de mi cuerpo se agolpó a mis pies. El calor abrumante de recién se disipó y sólo pude sentir el frío que me rodeaba.

—Naamáh... —dijo él sin aliento.

—Khaius, no quiero repetirlo.

Me percaté de cómo la respiración de él se aceleraba.

—Por favor, Naamáh —susurró él, tan bajo que apenas pude oírle—. Ella no, por favor.

—¿Vas a desobedecer?

Naamáh entornó la vista en su dirección, con el ceño fruncido y los puños apretados a sus costados. Y, en ese momento, Khaius se agarró la cabeza como si, de la nada, le hubiera dado una terrible migraña.

Él se inclinó hacia delante y profirió un gruñido de dolor.

—¡Khaius! —me alarmé. Puse una mano en su hombro, pero él se sacudió de forma brusca. Escuché la risa socarrona que emitió la diablesa, y no pude evitar alzar la vista hacia ella—. Eres una... —repliqué entre dientes, fulminándola con la mirada. Sin embargo, Khaius se aferró a mi brazo con fuerza y me interrumpió. Su mano me apretó tanto que en verdad comenzó a hacerme daño. Solté un quejido mientras trataba de librarme de su agarre—. O-oye...

Él no pareció oírme. Apretó la mandíbula con los ojos cerrados, afirmando su cabeza con una mano como si le doliera demasiado, y con la otra estrujaba mi brazo.

Entonces, dejó escapar un grito ahogado. Ese sonido, que para mí fue desgarrador, para Naamáh fue como si le hubieran contado un chiste.

—¡Khaius! —grité, tanto por él como por mi propio dolor—. ¡Escúchame! ¡Tienes que reaccionar! —Le vi tragar saliva, todavía con los párpados firmemente cerrados—. Por favor, Khaius, no le hagas caso —supliqué, pero él daba la impresión de ser incapaz de prestar oídos a mis palabras—. Tienes que soltarme, tienes que reaccionar.

—No... puedo... —me dijo a duras penas, con los dientes apretados y todo el rostro contraído por el dolor.

—Sí, sí puedes —porfié con un hilo de voz—. Ella es la responsable de que estés aquí, de que seas lo que eres.

—L-le... debo...

—¡No le debes nada! —lo interrumpí—. No eres un esclavo. Ni de ella, ni de Azazziel. ¡De nadie! ¡Puedes decidir por ti!

—Se acabó —habló Naamáh, con un tono arisco y autoritario—. Khaius, es una puta orden. Quiero que mates a Amy. ¡AHORA!

El demonio a mi lado profirió otro grito corto, al tiempo que envolvía mi brazo con más fuerza que antes. Un siseo de angustia se me escapó.

—Khaius, por favor...

Él se agachó hasta hincar una rodilla en la tierra, obligándome a descender con él. Abrió los ojos ambarinos, que parecían brillar con una ira que nunca había visto en él. Y, aun así, pude vislumbrar en ellos la lucha que se desencadenaba en su interior.

Tenía que apelar a ese lado.

—N-no le obedezcas, no tienes que hacerlo —dije en un susurro entrecortado, solo para él—. Puedes actuar por ti mismo, no debes obedecer a nadie, Khaius. No le debes nada, tú no pediste esto. Al único al que debes escuchar es a ti mismo.

Sus pupilas se clavaron en las mías, y entonces sus cejas se juntaron en una expresión de profundo desconcierto. Cerré los ojos cuando ya no pude con el dolor. Khaius tenía tanta fuerza que, por un segundo, creí que me iba a romper el brazo. Solté otro quejido mientras sentía cómo las lágrimas se acumulaban debajo de mis párpados. Comencé a dudar de que Khaius realmente me escuchara, o bien de que pudiera incumplir la orden de la diablesa.

Hasta ahora, no tenía idea de que él compartiera un lazo tan desalmado como el que ella mencionó, pero parecía ser algo incuestionable. Si ella fue la responsable de la muerte de su alma, y de su conversión a demonio, entonces quizá podía tener alguna especie de poder sobre él.

Apreté los labios, con la desesperación y la zozobra recorriendo cada espacio de mi ser. En el fondo sabía que nada podía hacer contra la fuerza física de él. Si realmente Khaius iba a obedecerla, pedí al cielo que fuera algo muy, muy rápido.

No obstante, los segundos pasaron, y lo único que sentí fue cómo los dedos que cortaban la circulación de mi brazo se relajaban.

Abrí los ojos y levanté la vista, topándome de frente con el rostro de él. Su semblante se había suavizado levemente, pero todavía tenía el ceño hundido y el martirio teñía sus facciones.

—Te pareces tanto a Lucy... —dijo en un murmullo.

Tragué saliva. No supe qué responder a eso, por lo que me limité a sostener su mirada. Mi brazo se sintió extraño y punzó cuando él me soltó.

—¡Oye, bastardo inútil! —bramó Naamáh en dirección a él—. ¡Obedéceme en este mismo instante! —Khaius tensó la mandíbula y siseó, volviendo a palpar su cabeza. A continuación, la vista de ella viajó hasta mi rostro, y el viso de un sentimiento oscuro centelleó en sus ojos—. Tú, hija de puta... —masculló, con la furia destilando en su tono—. ¿Qué carajos le hiciste?

Su cuerpo se desvaneció, dejando tras de su partida ese familiar humo oscuro, desapareciendo de mi campo de visión. El desasosiego me invadió de inmediato al no encontrarla por ninguna parte.

Pero, en ese instante, un brazo envolvió mi cuello y me dificultó la respiración.

Frente a mí, lo único que pude ver fue el rostro de Khaius transformarse en una expresión de espanto.

—Naamáh —dijo él en un susurro aterrado, mirándola por sobre mi cabeza—, no...

—Silencio, inservible —masculló ella cerca de mi oído, y luego se dirigió a mí—: Tal vez me haya equivocado contigo, Amy. Pareces tener más poder del que aparentas. —La extremidad alrededor de mi cuello se apretó más, y la garganta me dolió—. Y sólo por eso, no deberías existir.

Los ojos se me cerraron por pura inercia. Un desmesurado miedo y un torbellino de desesperación arrobaron cada uno de mis sentidos, y me fue imposible pensar. Mis pulmones quemaron pidiendo oxígeno.

Y justo en ese instante, lo escuché:

—Aleja tus manos de ella, Naamáh.

Mi corazón dio un vuelco, y entonces abrí los ojos.

Reconocí esa voz de inmediato.

Mi vista se topó con la imponente figura de Azazziel, con la mirada oscurecida y la ira grabada en cada una de sus facciones; y junto a él, la elegante silueta de Akhliss, quien tenía una expresión indescifrable.

Oí el leve gruñido de parte de Naamáh. De inmediato, su brazo dejó de estrangular mi cuello. Abrí la boca para tomar una bocanada de aire y acaricié mi garganta, pero en el siguiente segundo, sin darme tiempo de nada más, una de sus manos se aferró a mi pelo con fuerza y un quejido de dolor se me escapó. Me obligó a retroceder con ella, como si estuviera usando mi cuerpo de escudo.

—¡Es un chiste! —Naamáh soltó una risa incrédula—. ¿También tú, Akhliss?

—Te encanta vestirte como zorra, ¿no es así, Naamáh? —replicó ella, esbozando una sonrisa, mientras comenzaba a avanzar hacia nosotras—. Cúbrete un poco, ¿no te das cuenta de que me dañas la vista?

—Esperaba más de ti —masculló Naamáh.

—Apártate de esa chica ahora mismo, o te juro que lo lamentarás, perra. —El asombro me surcó al percibir el tono frío y amedrentador con el que habló Akhliss.

—¿Que lo lamentaré? —Solté un gruñido de dolor cuando otro tirón de mi pelo me obligó a dar pasos hacia atrás—. ¡No me hagas reír!

Desde nuestro lugar, fui capaz de escuchar un par de gruñidos bajos, guturales, pero no pude identificar quienes los profirieron.

Mi respiración se aceleró de sobremanera. Quería hacer algo, quería de verdad poder causarle daño, pero era consciente de que no podía, de que cualquier golpe de mi parte no le provocaría la menor dolencia. Además, la muy cobarde estaba totalmente escondida detrás de mí.

Un murmullo tenue e ininteligible, pero esta vez de parte de Naamáh, llegó a mis oídos. Un sonido ronco que pareció estar cargado de ira.

—¿Qué pasa con ustedes? —exigió ella en un tono alterado, y fui capaz de detectar el incremento de su respiración, debido a la escasa distancia que nos separaba—. No los entiendo. ¡Esta cosa ni debería existir! No es más que un maldito error. Va en contra de la naturaleza y aun así ustedes la protegen. ¿Qué mierda les hizo? ¡Es una insignificante humana! ¡Nada más!

Hubo un movimiento brusco a mis espaldas y por fin me vi liberada. No obstante, cuando me di la vuelta, vi cómo Khaius había afianzado el cuello de la diablesa. Su rostro estaba tan contrariado por la ira, que me pareció irreconocible, y ella le devolvía una mirada de aversión igual de voraz.

—¡Khaius, no! —le escuché exclamar a Azazziel.

No lo miré, pero eso hizo que la rabia que sentía aumentara.

Las uñas de Naamáh arañaron el brazo de Khaius, mientras en su frente pálida comenzaba a ser visible una vena gruesa. El pánico ante la posibilidad de ver cómo el Khaius que conocía pudiera ser capaz de quitarle la vida a alguien, justo delante de mí, fue abrumador. Ni siquiera si era ella. La sola imagen había conseguido que mi corazón quisiera salir de mi pecho.

—Khaius... —musité, e inmediatamente él volteó a verme.

Sus ojos ambarinos se entrecerraron y oscilaron entre los otros dos demonios, y entonces soltó a Naamáh. Ella dio un traspié y una intensa furia se apoderó de sus facciones.

—Bastardo... —masculló Naamán, mirándolo con una aversión casi palpable. Khaius retrocedió mientras bajaba la vista al suelo—. Debí mandar a matarte cuando me di cuenta de que no me servías. Ni siquiera pudiste obedecer la simple orden que te di, pedazo de inútil, bueno para nada...

No pude terminar de escucharla. La cólera se me había acumulado a un punto insoportable, y, encima, el oír cómo ella denigraba a Khaius, me rebasó.

Fue más intensa que mi sentido común. Todo pasó demasiado rápido.

El instinto reaccionó y convertí mi mano en un puño apretado. Naamáh estaba tan cerca que apenas me adelanté un paso, y entonces mis nudillos se estamparon contra su nariz con toda la fuerza que la ira me permitió. De inmediato, sentí una punzada dolorosa en la muñeca.

Naamáh se cubrió la nariz y la boca con ambas manos y me miró, abriendo los ojos hasta la desmesura.

«¿Lo sintió?», me pregunté con asombro. «¿Realmente la herí?»

No pude estar segura, porque en el siguiente instante su mirada pareció oscurecerse, tornándose siniestra y atemorizante en un santiamén. Perdió ese aura hermoso, impecable y elegante que la envolvía, y lució como la clase de criatura que en realidad era. La parte blanca de sus ojos se pusieron de un rojo pálido, y vi al verdadero demonio que estaba en frente de mí.

En ese instante, agarró mi cabeza con su mano y levantó una pierna para impactar mi frente con su rodilla. Un ensordecedor pitido resonó en el interior de mi cráneo, mientras que un penetrante dolor se expandía. No pude con el peso de mi cuerpo y terminé en el suelo. Unas motas oscuras me nublaron la vista e impidieron que pudiera distinguir el caos que se desató a mi alrededor.

Estuve consciente de que alguien se abalanzó contra Naamáh, por las sombras difusas que chocaron delante mío, pero no pude saber quién fue.

Entonces, pasó algo anormal. En ese momento, algo cambió dentro de mí. Algo salió a florecer desde un rincón oscuro y olvidado de mi mente. Algo que jamás debió emerger, o que quizás —sólo quizás—, alguien quiso ocultar. No lo sabía. Lo único que tenía claro, fue que el golpe que me dio Naamáh provocó una ruptura en lo que fuera que mi cerebro escondía, y que permitió que pudiera ver un fragmento de lo que antes había sido incapaz.

Los párpados se me cerraron, y de repente ya no me encontraba en medio del altercado entre los demonios.

Estaba en un parque de juegos, repleto de niños a mi alrededor. Mi cuerpo no era el actual, sino el que coincidía a aquella época. Conocía el lugar, lo guardaba como uno de los recuerdos de mi infancia. Me encontraba en Seattle, la ciudad donde nací, y sabía que era del tiempo poco antes de mudarnos. Anthony —el niño pequeño de ojos azules con una gran sonrisa a mi lado— me hablaba y jugaba con unas figuras de acción sentado en el césped, pero yo no podía prestarle atención porque estaba pendiente de alguien más: un hombre que nos observaba fijamente desde el extremo del parque. Un hombre alto, de piel muy pálida, cabello oscuro y alborotado hasta los hombros, que llevaba puesto un abrigo negro largo. En ese difuso recuerdo, yo estaba desconcertada, pero no por su extraña vestimenta, ni por la forma interesada en la que me miraba, no.

Era por el intenso color negro de sus pupilas.

Di un parpadeo, y, haciéndome dudar de mi propia cordura, volví al presente.

Los puntos borrosos comenzaron a irse de a poco para permitirme apreciar la escena que se desenvolvía a varios metros más lejos de mí. Para visualizar la pelea que, en algún momento que no pude apreciar, se originó entre la diablesa rubia y la de pelo oscuro.

Mi respiración y latidos iban a un ritmo apresurado, tanto por el extraño recuerdo como por lo que observé. No estuve segura de cuánto tiempo me llevó reaccionar, para mí fue sólo un segundo, pero a juzgar por lo estropeadas que estaban las prendas de ambas, me llevó a creer que fue bastante y que me perdí buena parte de la contienda. Sus escleróticas estaban teñidas de rojo a causa de la imperiosa ira que las dominaba. Las dos parecían cansadas, pero Naamáh, que sangraba de la nariz y la boca, estaba mucho más herida. Su cabello había perdido totalmente las ondas suaves y perfectas, ahora parecía una maraña larga de color ceniza.

Nunca me había imaginado que Akhliss pelearía. Siempre la veía tan pulcra, tan arreglada y hermosa. Me fue difícil apreciar esa nueva imagen suya con la respiración apresurada por la cólera, la mirada feroz y la postura agresiva. Lució como una criatura violenta y salvaje cuando agarró a Naamáh del cuello e hizo estrellar su cuerpo contra un árbol.

—A-Akhliss... —musité.

—¡Amy! —El asombro de Khaius me hizo darme cuenta de que se encontraba a mi lado, sosteniéndome de los hombros. Me miré a mí misma, solo para comprobar que estábamos sentados en la tierra.

Azazziel estaba a mi otro costado, de pie, y contemplaba fijamente la pelea con expresión severa. Bajó la cabeza y me miró, pero yo regresé la vista hacia las diablesas. Sentía que debía estar alarmada por Akhliss; sin embargo, la forma en la que sus puños colisionaban con el rostro de Naamáh, y que ella no parecía tener idea de cómo defenderse, me dio a entender que era mucho más fuerte de lo que aparentaba.

O tal vez Naamáh era mala peleadora y Akhliss se aprovechaba de eso.

—¿Por qué... no la ayudan? —les pregunté con un hilo de voz, sin dirigirles la vista a ninguno.

—Akhliss puede sola —me respondió Khaius.

—¡Hija de puta! —gritó Naamáh desde el suelo, girando sobre sí misma para tratar de levantarse. Escupió un líquido espeso y negro. Akhliss se le acercó, le haló el cabello y la atrajo de vuelta hacia ella. El rostro de Naamáh se crispó en una mueca de dolor—. ¡Ya basta!

—¿Qué te pasa, linda? —inquirió Akhliss agitadamente, pero aun así una sonrisa perversa se dibujó en su rostro—. ¿Ya te cansaste?, ¿no quieres seguir jugando?

Vi cómo Naamáh se levantó a duras penas, con todo el cuerpo temblando y los ojos entrecerrados, fijos en Akhliss.

—No pueden proteger a esa rareza de nosotros —soltó ella entre dientes, con un tono irascible.

—Ese no es tu maldito asunto —masculló Akhliss, y levantó el puño en el aire una vez más.

Mi estómago se apretó ante la escena, al tiempo que sentía las manos de Khaius tensarse sobre mis hombros.

—¡Bien, bien! —exclamó Naamáh alzando los brazos para cubrirse el rostro—. ¡No tocaré a la mocosa! ¡Pero déjame ir, mierda!

Akhliss estiró un brazo para engancharla del vestido, y aproximó su rostro al suyo de forma ruda y amenazante.

—No quiero enterarme de que andas por aquí, maldita —le advirtió con un tono gélido.

Dicho eso, liberó a Naamáh de un movimiento tosco y esta dio un tropiezo hacia atrás, pero no llegó a caerse. Observó a Akhliss con la vista entornada, irradiando odio, y se alisó el vestido rojo con las manos, cuya tela estaba sucia y rasgada en varias partes, dejando ver su piel herida por golpes y arañazos.

—No pertenecen a este lugar, y lo saben —dijo Naamáh, esbozando lentamente una pequeña sonrisa—. Tarde o temprano, regresarán allá.

La curiosidad cruzó mi mente cuando vi al cambio en el rostro de Akhliss; su expresión, antes cargada de confianza, flaqueó y apretó la mandíbula. A mis costados, los dos demonios también parecieron reaccionar a sus palabras, pero no estuve segura.

Naamáh retrocedió varios pasos de Akhliss, quien no la detuvo. Dirigió una última mirada con esos extraños ojos hacia Azazziel, y luego a Khaius, una mirada que no pude interpretar, antes de transformar su lastimado cuerpo en un denso humo negro. En ese instante, esa insoportable presencia helada y pesada que cargaba el ambiente desapareció con ella.

Di un suspiro que no consiguió relajarme, y apoyé las manos sobre la tierra. Por alguna razón, el que se hubiera ido sólo hizo que mi inquietud acrecentara.

Vi cómo Akhliss se dejó caer de rodillas y le dio un golpe al suelo, como si la paliza que le dio a la diablesa no le hubiera bastado para descargar su rabia.

—Hija de perra... —farfulló ella entre dientes—. Si la maldita no fuera tan conocida, juro que... —Su oración se interrumpió por un gruñido que escapó de sus labios.

—¿Por... por qué la dejaste ir? —Mi voz salió en un susurro lento y perezoso.

—Naamáh es alguien muy influyente en el Infierno —replicó Azazziel por ella—. No podemos deshacernos de ella, así como así. Eso causaría demasiado revuelo.

—¿Y haberle sacado la mierda no? —inquirí con amargura, sin atreverme a alzar la vista hacia él.

—No tanto como crees —intervino Akhliss mientras se levantaba a regañadientes y limpiaba su vestido con las manos.

A mi lado, Khaius también suspiró. Giré la cabeza hacia él, pero sus ojos estaban cerrados. No estaba malherido, ni nada que demostrara que había participado en la pelea.

—Ella no estaba realmente interesada en ti —dijo de forma pensativa, más como para sí mismo—. Solo quería... eliminarte.

Mi ceño se frunció.

—¿Estás bien? —quise saber.

Él abrió los ojos de golpe para mirarme y su expresión se tornó confundida.

—Me duele la cabeza como la mierda. —Sus cejas se juntaron con pesadumbre—. ¿Y qué hay de ti?

—Lo mismo.

Solo entonces me percaté de que sentía la frente húmeda. Palpé la zona donde recibí el golpe con sumo cuidado, y al ver mi mano me di cuenta de que tenía sangre.

—Idiota —me reprimió Akhliss mientras se acercaba a nosotros. Un leve consuelo me surcó al notar que sus ojos habían vuelto a la normalidad—, casi te rompen el jodido cráneo. ¿Qué mierda te pasó por la cabeza al intentar golpear a un demonio?

Cerré los ojos, dejando caer la cabeza hacia delante. Dolía de forma indescriptible y me parecía pesada, como si me la hubieran reemplazado con un bloque de concreto; apenas la podía sostener por mí misma.

—No lo sé —admití en un susurro.

—¿Te doy una golpiza a ti también? —continuó ella. No pasé por alto el tono de reprimenda, pero al mismo tiempo suave y alarmado.

Negué en silencio, en un movimiento pausado.

—¿Alguno podría hacerme el favor de ver si Nat está bien? —musité para desviar el tema. Lo que menos quería era un regaño justo ahora—. La dejé sola en esa fiesta...

—Las cosas están bien allá —aseguró Azazziel. Su voz tenía un matiz arisco, como si estuviera conteniendo el enojo o alguna otra cosa.

Por favor —mascullé, apretando los párpados con fuerza al sentir una fuerte punzada en las sienes—, mi hermano también está ahí...

—Amy —interfirió Akhliss—, ¿no viste cómo quedó esa tipa? Ahora mismo debe estar hecha un ovillo lloriqueando. Puedes estar tranquila, a ellos no les sucederá nada.

—Pero Mabrax también estuvo ahí —insistí.

Escuché que la diablesa suspiró con tedio.

—Yo iré a ver que estén bien —se ofreció Khaius.

Al oír eso, una oleada de alivio entibió mi sistema. Hice un esfuerzo por alzar la vista hacia él, y le dediqué una media sonrisa.

—Gracias —musité.

Él asintió y se puso de pie.

—Ah, y, ¿Amy? —murmuró por lo bajo—. Te pido que jamás vuelvas a defenderme.

Tragué saliva, siendo consciente de lo seca que estaba mi garganta, y asentí con lentitud.

A continuación, la alta figura de Khaius se desvaneció frente a mí, dimitiendo la ligera humareda oscura que pronto se disipó.

Comencé a ponerme de pie con cuidado. Azazziel me ofreció la mano para ayudarme, pero la miré con el ceño fruncido. Le vi alzar las cejas, y al final la tomé, solo para dejarla ir en cuanto logré levantarme. Vi de soslayo que su semblante cambiaba, pero no le presté atención.

—Hay que curarte esa herida —le escuché decir.

—Estoy bien —murmuré con desgana—. No es grave. Me curaré en casa.

—¿Quieres dejarte de estupideces? —preguntó con los dientes apretados y estiró un brazo hacia mí, pero esta vez sí me alejé.

—Dije que estoy bien —mentí, con una voz que no reconocí como la mía. Sonó demasiado ronca. Demasiado cargada de sentimientos...

No supe qué vio en mi rostro que, por un segundo, hizo que su expresión severa se tornara sorprendida, pero se recompuso con rapidez.

—Amy, deberías ir a descansar —opinó Akhliss.

Una esquina de mi labio se torció. En realidad, estaba tan adolorida y cansada, que lo único que quería era recostarme y olvidar todo lo que vi. No obstante, también tenía un torbellino de pensamientos que me estaban torturando la psique, y que no sabía si aportaban al dolor de cabeza.

—No quiero ir a casa aún.

—No está en discusión —intervino Azazziel, con tono hosco—. Te llevaré a tu casa.

Clavé la vista en el suelo para evitar mirarlo a él.

—Preferiría que no.

—Oye, deja tus celos para otro momento —replicó Akhliss, aunque no sonó rigurosa, para nada—. Ahora ve a casa.

—¿Qué celos? —espeté con más brusquedad de la que pretendía.

—Bien, relájate —dijo ella, casi divertida, como si estuviera aguantando la risa—. Diablos, la atmósfera se puso pesada, ¿eh?

Respiré hondo. Me afirmé la cabeza con una mano, como si se me fuera a caer. El dolor era insistente, palpitante y me tenía algo aturdida, pero igual no quería que se fuera. Después de todo lo que pasó, lo que menos quería en esos momentos era estar a solas con él.

Tomé de la mano a Akhliss. Ella abrió los ojos grandes, y me percaté de la ligera capa de sudor que la cubría.

—Quiero irme contigo —pedí, sintiendo cómo la sangre me envolvía ligeramente la cara. Fui consciente de que soné como una niña desesperada, pero no me importó.

Sus pupilas violetas escudriñaron mi expresión.

—Amy, Akhliss está exhausta —dijo Azazziel—. Yo voy a llevarte...

—No —lo interrumpió ella, mirándolo—. Estoy bien, yo la acompañaré. Ha sido un día largo para todos. Vete, yo me encargo. —Le dedicó una sonrisa cálida y lo golpeó ligeramente en el hombro.

Azazziel la miró con desconcierto por un par de segundos. No supe cuál fue su siguiente reacción, dado que volví a bajar la mirada para no verlo. Estuve segura de que Akhliss susurró algo, tan bajo que ni siquiera yo, que me encontraba más cerca de ella, pude escuchar qué fue.

Entonces, sentí cómo la presencia de él se esfumaba del lugar. Y fue una sensación muy extraña, como si algo en mi interior se hubiera agitado para, inmediatamente después, sentir un agudo pinchazo.

La mano de Akhliss tocó mi frente y me sobresalté.

—Tienes la cabeza muy dura, niña. —No supe si dijo eso a modo de broma, o con sorpresa—. Lo bueno es que no creo que necesites puntos.

—¿Y ahora qué? —pregunté, ignorando por completo mi herida.

Su entrecejo se arrugó. Sin embargo, entendió a qué me refería.

—No lo sé —musitó con clara aflicción.

—Estoy harta de esto —repliqué, apretando la mandíbula—. Detesto no saber qué hacer. No saber cómo defenderme de ellos...

—Para eso estamos nosotros. —Su tono intentó ser consolador, pero no lo consiguió. Aun así, me dedicó una sonrisa abierta—. Además, le diste un buen golpe a esa perra.

—Sí..., y también logré que casi me rompa el cráneo.

—Amy... —Torció el gesto, como si no supiera qué decir.

Suspiré otra vez, y ella envolvió un brazo alrededor de mi cintura para darme apoyo. Comenzamos a avanzar sin la menor prisa, y reparé en las partes de tierra hundida o rasguñada; la evidencia de su lucha.

Saqué mi celular cuando sentí que vibró, y quise dar un grito de frustración al ver una quiebra en la mitad de la pantalla brillante, pero que no afectaba a la imagen. Abrí con el dedo el mensaje de Nat y arrugué el ceño, extrañada, dado que no fue uno de esos mensajes largos llenos de información innecesaria que siempre recibía de su parte.

Solo fueron dos palabras: «Estoy bien».

No supe qué pensar al respecto. ¿Es que se había molestado? Me pareció lo más seguro, aunque sentí una punzada de preocupación, pero desconocí la razón exacta. Fue como un... presentimiento.

—Vamos, cariño —me dijo Akhliss con un matiz aterciopelado, que se me hizo... extrañamente maternal—. Busquemos un maldito taxi.

Akhliss me guio por el mismo sendero de tierra que había recorrido con Khaius, pero en esta ocasión fue a paso lento, como si tuviéramos toda la calma del mundo. Así era como debíamos vernos en el exterior, pero en mi fuero interno la angustia y la desesperación estaban haciendo estragos conmigo.

Ella se mantuvo taciturna incluso cuando logramos salir del parque. Mis latidos se calmaron un poco cuando vislumbré los altos edificios y el panorama urbano. Estuve segura de que a esas horas tardaríamos un poco en conseguir un taxi, pero la compañía de la diablesa lograba mitigar esa diminuta inquietud. No podía pasarme nada estando al lado suyo. Pero, así como el incesante dolor de cabeza, no alcanzaba para disminuir mi frustración.

La noche terminó totalmente diferente a cómo empezó.

Aunque ni en un millón de años se me habría pasado por la cabeza que Azazziel iría a esa fiesta, el hecho de verlo ahí me había entusiasmado a un grado que ni siquiera creí posible. Y ahora me arrepentía. No pude evitar preguntarme si esto se habría evitado si él no se hubiera aparecido ahí. O si, de lo contrario, tal vez, hubiera sido peor.

Un peso desconocido en el tórax comenzó a desesperarme, y de repente sentí que no podía respirar con facilidad. Akhliss notó mi arrebato y puso una mano encima de mi espalda mientras nos deteníamos en la acera. Tenía demasiadas cosas acumuladas en mi interior, tantas que no sabía diferenciar cada uno de los sentimientos que estaban dificultando mi aliento, y que causaban una opresión dolorosa en el centro de mi pecho.

—Respira, Amy —dijo en un murmullo consolador.

—Akhliss... —musité. Ella bajó la cabeza hasta que mi vista se encontró con la suya, pero entonces no supe cómo continuar. No estaba segura de si en verdad quería hacerle esa pregunta, o siquiera si deseaba oír la respuesta. Sus ojos del color de la amatista me estudiaron, como buscando algo, o tal vez para darme valor de seguir—. ¿Crees que fue tonto el que haya pensado, por un segundo, que él y yo podíamos...? —Mi garganta se cerró en un nudo doloroso, y no pude terminar.

Su rostro adoptó una expresión suave. La media sonrisa que esbozó, llena de nostalgia, traía consigo un ademán de condescendencia, pero eso sólo me hizo sentir más humillada. No era una niña pequeña, y no debía preguntar cosas cuyas respuestas estaban a la vista de cualquiera.

Había pensado que en verdad todo iba bien. Había pensado, de forma ingenua, que podría hacer a un lado nuestras diferencias. Que podía ignorar que era un demonio carente de sentimientos, que era la personificación misma del mal, y que olvidaría que yo no era más que una insignificante humana.

Fue algo muy estúpido.

Ella ni siquiera respondió. Se limitó a mirarme, y caí en la cuenta de que mis ojos se habían humedecido. Cerré los párpados con fuerza, en un intento por no llorar... Pero no pude. Por más que quise, no lo conseguí. Despreciando mi dignidad, las lágrimas calientes se deslizaron por mis mejillas. Akhliss guio mi cabeza hasta su hombro, y no me alejé. Me sentía tan débil, dolida tanto en cuerpo como en el alma.

Envolvió sus brazos alrededor de mi torso. Su contacto, el abrazo que me dio, aunque ella fuera una criatura oriunda del Infierno, un ser que supuestamente no era más que maldad, me mantuvo de pie e impidió que las piezas que amenazaban con romperse en mi interior se mantuvieran unidas.

Al menos, por algún tiempo más.


~*~*~*~


Mi pecho se apretó con fuerza mientras observaba la pantalla rota de mi celular. El mensaje de Nat era algo que no entendía. Era claro, sí; breve y preciso, de la forma en que ella nunca lo era al comunicarse conmigo. Y por eso no lograba asimilarlo.

No supe nada de ella sino hasta la mitad de la semana, cuando se dignó a contestarme. Y lo hizo con un único mensaje de texto. Uno que provocó que me surcara una punzada de dolor.

Fueron palabras simples: «Creo que no debemos volver a juntarnos».

Nada más.

Apreté los labios, que ya habían comenzado a temblarme. Los ojos me picaban por los deseos de ponerme a llorar ahí mismo, dentro del reducido cuarto de cocina, y no en el área de mesas donde usualmente trabajaba. Mi jefe me pidió que, por unos días, no atendiera a los clientes, sino que ayudara con la limpieza de los platos, tazas y demás, debido a que la herida que tenía en la frente llamaba demasiado la atención.

El arrepentimiento me envolvió como una espesa bruma mientras seguía mirando el celular como una idiota. No debí dejar sola a Nat en esa casa en la que había estado Naamáh y Mabrax. No debí permitir que se fuera con Khaius. En el fondo, dudaba mucho que él le hubiera hecho algo malo, pero, a fin de cuentas, él también era un demonio, y no podía descartar esa posibilidad. ¿O es que acaso era posible que ella haya visto algo? No percibí a ninguno de los demonios por casi cuatro días, por lo que no podía saberlo. Y no conseguía entender si eso me alegraba o si me afligía. No tenía idea de qué estarían haciendo ellos que no sentía la presencia de ninguno cerca, pero me inquietaba en demasía.

No esperé ni un minuto cuando mi turno terminó, me fui de ahí en cuanto llegó la hora de hacerlo. Ni siquiera me detuve cuando Diana quiso interceptarme para hablar sobre el «guapo chico que me besó en la fiesta». La ignoré de forma algo —bastante— grosera, y salí huyendo de la cafetería. Estaba al tanto de que cada vez que andaba sola era probable que me pasara algo malo, de que Mabrax pudiera encontrarme, o la tal Naamáh. Pero si ahora ambos me acechaban, para mí era preferible que lo hicieran estando sola que con mi familia.

Fui recorriendo las calles del centro a paso tranquilo, con los audífonos puestos. La música no conseguía distraerme del todo. El pesar por lo que estaba pasando, seguía ahí. Todo continuaba amontonándose y sintiéndose como una pesada carga. Temía porque quizá Nat se había enterado de algo y ya no deseaba verme, me afligía no saber nada de Khaius o de Akhliss. Lo de Azazziel...

Porque, por sobre todo lo demás, me sentía muy sola.

El cielo se tiñó de un azul oscuro con tonalidades violetas, y las estrellas ya habían empezado a hacer su aparición mientras recorría la orilla del río. Un descubrimiento espantoso me hizo estremecer, cuando caí en la cuenta de que les estaba tomando demasiado... cariño, si es que podía llamarlo así. De que no me importaba si pasábamos horas hablando de cosas que eran relevantes con averiguar qué era yo. De que comenzaba a necesitarlos en un sentido que no tenía absolutamente nada que ver con lo que era capaz de hacer. Y eso era aterrador.

Debía separar las cosas, tenía que hacer que nos viéramos para lo que era necesario. No para que me consolaran, como había hecho Akhliss, ni para considerarlos amigos, como con Khaius. Mucho menos para que alguno fuera mi interés romántico..., como con Azazziel.

Especialmente, no con él.

Me sobresalté cuando visualicé una bola de pelos negra que venía corriendo hacia mí, justo cuando estaba por cruzar un puente peatonal que atravesaba un canal estrecho del río. Me había extrañado de no verlo en la cafetería, aunque no le di importancia; ahora me daba cuenta de que el pobre cachorro me estuvo buscando. Alexander jadeaba cuando me alcanzó, por lo que lo tomé en brazos y comencé a pasar por el puente con él. Sin embargo, me detuve a la mitad cuando me distraje con mi propio reflejo sobre el agua oscura, las luces de la ciudad daban color y vida, centelleando en la superficie que se movía suavemente. Pero mi imagen parecía opacar el paisaje.

No había notado lo afligida que me veía. Entendí por qué durante la semana mi madre cuestionó en tantas ocasiones si me encontraba bien, o si es que me había pasado algo malo en el trabajo. Fue algo difícil convencerlos de que la herida en la parte más alta de mi frente había sido por una caída durante la fiesta. Mi padre se enfadó cuando le mentí diciendo que bebí de forma exagerada y que por eso me caí tan feo. No obstante, un sermón era mil veces mejor que decirles la verdad.

En ese momento, mientras divagaba mirándome a mí misma en el agua, sentí una presencia gélida. Una que de inmediato recorrió mi espina dorsal como un escalofrío, pero que no me asustó porque la reconocí. Era familiar. Muy a mi pesar, mi pecho de inmediato realizó un movimiento irregular.

No tuve que mirar hacia atrás para saber que Azazziel se encontraba ahí, conmigo. Tampoco quería hacerlo, y caí en la cuenta de que, incluso con el pasar de los días, mi ira con él no había disminuido. Cuadré los hombros y fijé la vista hacia el frente, apretando al cachorro negro que descansaba en mis brazos.

—Bonitas piernas —dijo, y fruncí el ceño. Tuve que echar un vistazo a mí misma para percatarme de que lo decía por mi uniforme, específicamente por la falda, puesto que nunca me había visto así. En vez de sentir la sangre cubriéndome el rostro, lo único que pude percibir en mí fue una opresión desagradable en el pecho. Volví a mirar las luces resplandeciendo a lo lejos en toda la extensión del agua, no muy segura de qué responder. Pude escuchar un suspiro corto de su parte, antes de continuar—: ¿Cómo está tu herida?

Mis párpados se juntaron mientras que, a mi vez, respiraba hondo. No quería responderle. En verdad no quería hablar con él.

—Está bien... —murmuré con desgana—. A ratos me duele un poco, pero no es nada. —Oí sus pasos mientras se acercaba, y el corazón se me comprimió—. No he visto a los chicos —hablé de forma atropellada, sólo porque necesitaba desviar el tema. Procuré que mi voz demostrara desinterés, pero no creí haberlo logrado—. ¿Ya se aburrieron de vigilarme a cada hora o qué?

Él dejó escapar una leve risa, quizá porque llamé «chicos» a los demonios.

—Hallamos otro modo de mantenerte... cuidada —señaló la palabra de un modo algo raro—. Creímos que te haría bien estar un tiempo tranquila, con todo lo que sucedió.

—¿Cómo?

—No es importante. —De pronto, estaba justo a mi lado y vi de soslayo que apoyó las manos sobre el barandal metálico que impedía que cayera hacia el rio—. Es una forma menos incómoda para ti, aunque no tan segura, por eso no me agrada.

Su respuesta no me dejó satisfecha, pero lo dejé pasar.

—¿Han sabido algo de Mabrax?

Él se quedó en silencio, por lo que, luego de varios segundos, me atreví a levantar la mirada hacia él. La sola visión de su perfil hizo que mi estómago se estrujara. Su mandíbula se tensó, y permaneció con la vista al frente, sin voltear hacia mí.

—Mabrax ha disminuido su participación en todos los sentidos —replicó en tono bajo, cauteloso—. Nadie lo ha visto, nadie sabe dónde está. Se está escondiendo de todo el jodido Infierno y no sabemos por qué.

El peso de esas palabras se asentó en mi estómago. Casi pude sentir cómo la sangre abandonaba mi rostro.

—Está planeando algo. —Mi voz fue apenas un susurro. Él asintió, a pesar de que no era una pregunta. El miedo que sentía ante lo que sea que eso pudiera conllevar me hizo cerrar los ojos con fuerza. Las consecuencias de mis acciones podían ser fortuitas y desconocidas. La incertidumbre y el temor estaban destrozando las escasas esperanzas que aún albergaba de poder librarnos de todo esto—. ¿Y qué hay de Naamáh?

Lo miré. Él giró la cabeza hacia mí y frunció el entrecejo. Un viso de confusión se adueñó de sus facciones.

—¿Qué hay con ella?

—¿Debo cuidarme también de ella ahora? —inquirí con un tono amargo—. ¿O se asustó con la paliza que le dio Akhliss?

Clavó la vista en el agua otra vez y sopesó mis palabras por un minuto.

—No es seguro que vuelva a atacarte —dijo, aunque su voz no arrastró ni una nota de convencimiento—. Pero, de todos modos, no voy a bajar la guardia.

Asentí lentamente, regresando la mirada hacia el frente.

El cachorro en mis brazos emitió un leve gruñido, pero me despreocupé en seguida al percatarme de que estaba durmiendo. De reojo, vi que Azazziel lo miraba con extrañeza, aunque no dijo absolutamente nada sobre él. Supuse que alguno de los dos demonios debió habérselo mencionado ya, o que quizá solo no le interesaba saber.

Transcurrió casi un minuto —quizá más— bajo un silencio total. Un incómodo y tenso silencio. Era plenamente consciente de que yo no estaba haciendo el menor esfuerzo por entablar una conversación, y que me comportaba evasiva, pero no podía evitarlo. Más bien, no me importaba. De verdad, no lo quería cerca de mí ahora.

Estuve a punto de girarme hacia él para despedirme, cuando habló:

—Oye... —murmuró con un matiz muy bajo, casi con cautela. Lo miré en espera de que continuara, pero una arruga cruzó su entrecejo y apretó los labios. Volteó a verme en el instante exacto en que yo levanté una ceja con curiosidad—, ¿podemos hablar de lo que viste en la fiesta?

Eso no era común, verlo así de... ¿nervioso? No. ¿Por qué lo estaría? Estaba tan acostumbrada a que siempre destilara arrogancia y seguridad en cada poro de su ser, que me pregunté si no estaba malinterpretando su semblante.

Mi ceño se arrugó por un segundo, pero después bajé la cabeza hacia el reflejo de los edificios en el agua del río.

—No es necesario —zanjé.

Una voz en mi cabeza protestó, pero no le hice caso.

—Amy... —dijo en un susurro ronco. Giré la cabeza hacia él, sin poder evitar sentir recelo mientras lo escuchaba. Sus ojos se cerraron con fuerza, y una arruga de lo que aparentó ser consternación cruzó su entrecejo—. Naamáh..., ella dijo que iba a asesinar a cada persona en ese maldito lugar... ¡Tú estabas ahí! —profirió eso último con un ligero temblor en la voz, como con verdadera inquietud. Entonces, abrió los ojos. En sus pupilas grises chispeaba una emoción imperiosa, pero que no fui capaz de reconocer—. Mierda, incluso el idiota de tu hermano estaba en ese sitio. No podía permitirle algo como eso. Y no es tampoco como si hubiera sido una simple amenaza. Naamáh no tiene reparo alguno en exterminar humanos como se le dé la gana, Amy —aseguró, negando con la cabeza, con una seriedad absoluta grabada en el semblante—. Ella hubiera matado a todos y cada uno si no...

—Basta... —pedí, mis párpados se cerraron ante la idea que se formó con una velocidad inquieta en mi mente. Agité la cabeza para alejar las horribles imágenes que vinieron a mí—. Mira, Azazziel, no me debes ninguna explicación. No me importa lo que pasó, ¿de acuerdo?

Lo miré y advertí cómo sus ojos se abrieron por la impresión, para luego estrecharse con suspicacia.

—¿De verdad?

—De verdad —asentí, casi sin fuerza en mi tono. Me mordí los labios al apreciar un nudo en la boca del estómago, pero me obligué a seguir—. De hecho..., me ayudó a darme cuenta de que esto tiene que parar.

La sospecha en su expresión desapareció, y entonces la ansiedad se apoderó de su rostro.

—¿Exactamente qué tiene que parar?

Esto... —murmuré, bajando la vista y haciendo un leve movimiento con la mano hacia él y yo—. Lo que estaba pasando entre nosotros. Yo tengo que...

—¿Qué? —me interrumpió con brusquedad—. Pero si... ¡acabo de explicarte...! —Apretó los labios. Se pasó las manos por la cara y el pelo, y pude detectar cómo la exasperación comenzaba a notarse en su semblante—. Amy, por el jodido Infierno, no significó nada, ¿bien? Fue solo...

—Fue solo un beso —musité.

Le vi empuñar las manos con fuerza. Con tanta fuerza, que advertí cómo le temblaron, como si se aguantara las ganas de golpear lo que fuera que estuviera en frente. Sus párpados se juntaron y el rostro se le crispó un tris, al tiempo que respiraba hondo por la nariz.

—Mira —suspiró, dejando ir pesadamente el aire en sus pulmones y volviendo a mirarme—, no estoy seguro si debería decirte esto, pero lo haré. —El viso riguroso de su semblante decayó y fui capaz de divisar la duda en él. Sin embargo, apretó los labios con determinación y continuó—: Naamáh y yo... Hace mucho tiempo, tuvimos algo. Fue intermitente, tan banal que nunca llegó a significar nada para mí, como mucho nosotros solo nos veíamos para... —Se detuvo de forma abrupta en cuanto elevé una mano.

Sabía que quería explicar. Iba a confirmar algo que yo ya había presentido, pero que, de todos modos, no quería escuchar. Agité la cabeza de un lado a otro.

—No quiero saberlo —repliqué levantando la vista para sostener la suya, completamente convencida de eso—. No me interesa. Lo que sea que haya pasado entre ustedes... es asunto tuyo, ¿comprendes? No tiene nada que ver con lo que en verdad importa aquí. Yo... quiero que volvamos a estar como antes. Quiero que esto solo se trate de averiguar por qué mierda ustedes son incapaces de ver mi alma, ni de oír mis malditos pensamientos, y saber si es que hay una manera de evitarlo para que todo esto se termine de una jodida vez.

Abrió ligeramente la boca, y su expresión se alteró.

—Pero... —dijo por lo bajo, con el ceño hundido—. No lo entiendo...

—Tenías un objetivo claro al principio, ¿no? —lo interrumpí—. Apégate a él entonces.

Vi cómo volvía a estrujar los puños con una fuerza impulsiva. Su semblante estaba tan contrariado que me fue difícil reconocer si era por rabia o por algo más. Algo que no pude reconocer con exactitud.

—¿En serio estás haciendo esto porque le di un insignificante beso? —masculló.

Por alguna razón, escuchar eso fue como sentir otra clavada en el pecho. Pero, extrañamente, una risa corta, sin humor alguno me asaltó. Él movió ligeramente la cabeza, con el desconcierto escrito en sus facciones.

—No es solo eso —dije en un susurro ronco—. Azazziel, tú... Mierda, tú marcaste mi alma, por todos los cielos... —Y solo entonces, como si recién hubiese podido ser capaz de darme cuenta de ello y de la desmesurada gravedad que implicaba, musité para mí misma—: ¿En qué rayos estaba pensado?

—¡Te lo expliqué en el bosque! —espetó con brusquedad, la voz arisca y algo agitada. Su respiración también se aceleró por la ira que comenzaba a manifestar—. ¡Te dije por qué mierda lo hice! Fue lo único que se me ocurrió, maldita sea, yo... —Su arrebato disminuyó, y la inseguridad se adueñó de su tono—. Fue una forma de intentar ponerte a salvo.

Negué con la cabeza.

—Y, aun así...

Dejó escapar un suspiro profundo, para después pasarse las manos por el pelo, en un ademán exasperado. Cerró los ojos al tiempo que apretaba sus puños de nuevo.

—Amy, por favor. —La palabra salió con dificultad de sus labios, como si el solo pronunciarlas supusiera un esfuerzo terrible, insoportable para él. Abrió los ojos, y en ellos pude percibir algo ajeno, algo abismal y demoledor, pero que fui incapaz de identificar—. Por favor...

Una porción de mi pecho se estrujó tanto, que casi sentí como si se hubiera abierto una herida en mi carne. ¿Por qué estaba haciendo esto? ¿Por qué mierda lucía... así? ¿Como si de verdad le afectara?

—No... —No pude evitarlo; mi voz se quebró, y ahí le hice notar cuán devastada me sentía—. No quiero hacerlo. Y-yo... —musité y me aclaré la garganta para hablar más alto—. Que los chicos y tú me busquen sólo cuando sea necesario, o cuando tengan noticias de Mabrax. Si no, tampoco quiero verlos.

El desconcierto se apoderó de su expresión, pero en seguida tensó la mandíbula y me miró como lo hacía antes, cuando apenas nos conocimos: con desprecio, como si sintiera auténtica aversión hacia mí.

—¿Tampoco quieres estar con ellos? —Una sonrisa irónica, que a decir verdad se me hizo forzada, estiró las comisuras de sus labios—. ¿Ni siquiera con tu favorito?

Me tomó un segundo darme cuenta de que se refería a Khaius.

Bajé la vista mientras soltaba una risa corta. Sacudí lentamente la cabeza, medio molesta y medio divertida por su suposición.

—Simpatizo más con Khaius —admití—. Y sí, me agrada. En verdad me agrada mucho, pero no es mi favorito. —Usé la poca fuerza de voluntad que me quedaba, y me atreví a mirarlo—. Tú lo eras.

Algo en mi interior se rompió con mis propias palabras.

Su rostro pareció congelarse. No le vi abrir más los ojos ni hacer ningún otro gesto, pero tampoco esperé por ello. Me di la vuelta antes de permitir que sucediera otra cosa, antes de que pudiera responder o que me hiciera cambiar de opinión. Era consciente de que él podía aparecerse frente a mí y hacer que la distancia que yo intentaba interponer entre nosotros fuera, al final, inútil.

Pero no lo hizo.

Estreché entre mis brazos al cachorro de ojos rojos, apegándolo a mí, como si en vez de un ser vivo estuviera abrazando un muñeco de felpa. Como si él fuera mi consuelo, mientras me convencía de que estaba haciendo lo correcto.

Necesitaba hacer esto. Necesitaba poner distancia entre ellos y yo, sobre todo con Azazziel. Porque, si no, iba a salir herida, más de lo que podía llegar a imaginar. Tal como ese maldito beso me hirió en esa fiesta.

Y estaba segura de que, si continuaba, sería peor. Mucho peor.

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