Penumbra

RubalyCortes द्वारा

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LIBRO I «Uno no se enamoró nunca, y ése fue su infierno. Otro, sí, y ésa fue su condena». ... अधिक

Prefacio
Antes de leer...
1. Las pesadillas
2. Alucinación
3. Invocación
4. Esencia del alma
5. El pacto
6. Límites
7. Primer contacto
8. El Ars Goetia
9. Eminente
10. Muestra de poder
11. Algo maligno
12. Alma
13. La evasión
14. Frente a frente
15. El guardaespaldas
16. Sin retorno
18. Renacidos
19. Impulsos incontrolables
20. Euforia
21. Cambio de planes
22. Calma arruinada
23. Punto de quiebre
24. La elección
25. Explicaciones
26. El colapso
27. Azazziel
28. El siniestro
29. Réquiem
30. Dolor liberado
31. Confesiones
32. Teorías inquietantes
33. El error
34. Las consecuencias
35. Temor
36. Fuego
37. La promesa
38. Espera tortuosa
39. Arrepentimiento
40. Ajuste de cuentas
41. Crueldad desatada
42. La expiación
43. Ilusión
44. Real
Epílogo
Agradecimientos | Nota de la autora
¡SEGUNDA PARTE!

17. El misterio

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RubalyCortes द्वारा

Azazziel tenía los brazos cruzados sobre el pecho y estaba arrimado a la sombra de un árbol, como si la misma noche no le proporcionara suficiente oscuridad. Cambió su expresión a una mucho más severa cuando su vista osciló entre los demonios que me acompañaban. Mis latidos aumentaron su ritmo, en respuesta a los nervios que me atacaron.

No comprendí mi reacción. Debía estar molesta a causa de que mi presentimiento no me advirtió de su presencia, o porque ni Khaius ni Akhliss lo hicieron. Debía estar furiosa porque no respetó su palabra y regresó de forma imprudente, interfiriendo en un momento que no era para nada desagradable. Pero en vez de eso, estaba más allá de lo inquieta. A mis costados, la pareja de demonios parecía encontrarse igual de alterados que yo.

Tal vez, incluso más.

—Busquen qué hacer —les ordenó Azazziel con un movimiento de cabeza tosco, sin siquiera saludarlos o realizar algún gesto afable. En seguida, dirigió la mirada hacia mí sin el menor atisbo de emoción—. La quiero para mí ahora.

Por alguna razón, mi estómago se apretó.

Akhliss fue la primera en ponerse de pie. La miré con el pánico escrito en mi rostro, pero ella me guiñó un ojo y me dio unos golpecitos en la espalda.

—Nos veremos otro día —me dijo en un murmullo, y luego una sonrisa llena de picardía se extendió en su rostro antes de acercarse y susurrarme al oído—: Suerte, la necesitarás.

Tragué saliva.

Se dirigió directamente hacia Azazziel y elevó una mano para tocar el brazo de él con suavidad. No pude evitar fruncir el ceño.

—¿Ya no estás molesto? —le preguntó ella con alegría.

Lejos de expresar cualquier ademán afectuoso, Azazziel se limitó a mirarla fijamente sin alterar su semblante severo.

—Largo —murmuró con voz ronca. Me sorprendí ante su frialdad con ella. Me pregunté si es que estaban peleados o algo así.

Atisbé que ella esbozó una ligera sonrisa y se acomodó el cabello, haciéndole caso omiso, antes de comenzar a alejarse tranquilamente.

Me sobresalté cuando me percaté de que Khaius se había puesto de pie y ya estaba avanzando. Giró la cabeza para mirarme sobre el hombro y dedicarme una pequeña sonrisa. Yo le devolví al gesto de forma nerviosa.

Los dos demonios se miraron por un instante. Únicamente le veía la espalda a Khaius, pero Azazziel mantuvo una expresión que no pude identificar.

—Hablaré contigo luego —le dijo con la voz más enronquecida de lo normal. Por un segundo, me pareció que lo estaba reprendiendo por algo—. Se suponía que tenías que cuidarla, no hacerte su amigo.

Los hombros de Khaius parecieron tensarse. Sin responderle, imitó a Akhliss, que lo estaba esperando varios metros más lejos. Me quedé ligeramente más tranquila cuando los vi empezar a caminar juntos...

... Hasta que le devolví la mirada a Azazziel.

La alarma me invadió de golpe. Sin embargo, su semblante inflexible se relajó visiblemente en cuanto consideró —sin siquiera voltear— que se habían distanciado lo suficiente.

Abrí la boca para decir algo, pero mi mente se había quedado en blanco. Una sonrisa perversa elevó las comisuras de sus labios.

—¿Qué te pasó, Lynn? —inquirió con aire burlón—. ¿Acaso te has quedado sin palabras?

Apreté los labios y los puños al mismo tiempo. Necesitaba aquel fervor que me otorgaba la ira para poder responderle, pero no conseguía hallarlo. El aturdimiento había consumido cada parte de mí.

Mas no podía quedarme viéndole como idiota. Me puse de pie de un movimiento austero.

—Creí... —Mi voz brotó débil, como un susurro—. Creí haberte dicho que no quería volver a verte.

Él abandonó la oscuridad del árbol para acercarse a mí.

—Ah, ¿no te lo dijeron tus nuevos amigos? Soy terrible cumpliendo promesas.

Inspiré fuerte por la nariz. Por fin, comencé a sentir cómo la rabia aumentaba de a poco.

Elevó una mano hacia mí. Me congelé en cuanto percibí cómo su dedo pulgar rozó la arruga que se había formado en mi entrecejo, sintiéndose ardiente al tacto. El pasmo de recién fue insignificante comparado con el que me embargó en ese instante.

—Admite que me extrañaste —dijo sin dejar de sonreír.

Me eché hacia atrás para evitar el contacto.

—¿Por qué mentiría? —Mi respuesta no suprimió su sonrisa.

—Yo sé que sí.

—No es cierto —porfié. Aproveché la ligera valentía que había ganado y agregué con cierta mala intención—: Tú no puedes saber qué pienso.

Habría jurado que eso alteraría su humor, pero no dio señales de ello.

—No siempre lo necesito. —Sus ojos se entornaron, y un cariz saturado de suficiencia se apoderó de él—. Puedo ver en tu rostro cuánto deseas sonreír en este momento.

Aprecié otra punzada de alarma. Algo andaba mal. ¿Dónde estaba mi ira? ¿Por qué no estaba lo bastante molesta de verlo aquí? Sólo entonces, fui consciente de que mi corazón y respiración se habían acelerado en formas inhumanas.

Clavé la vista en el suelo y me crucé de brazos, esperando que un milagro aplacara la intranquilidad que hacía estragos en mi interior.

—¿Cómo sigue la mordida? —inquirió en son de burla.

Me encogí de hombros. La verdad era que a ratos olvidaba que estaba ahí, únicamente esa parte de mi brazo se sentía entumecida. Había pasado los últimos días untándome cremas con la esperanza de que la marca desapareciera con más rapidez, pese a que todavía lucía horrible.

—Supongo que has visto a Claire —continuó con el mismo tono—, y que te dio las gracias por el inmenso sacrificio que diste a cambio de salvar su vida.

Le dediqué una mirada cargada de rencor. Hasta ahora, lo que más había podido saber de Claire era que estaba descansando por todo lo que no lo hizo en meses, y ganando un poco más de peso debido a que, sin el demonio dentro de sí, por fin se estaba alimentando bien.

Cerré los ojos con fuerza por un segundo, y respiré hondo.

—Por favor dime que viniste para algo más específico que fastidiarme.

—Ven —dijo... Más bien ordenó.

Pero me quedé ahí, estática. Apenas avanzó dos metros antes de detenerse y mirarme por encima del hombro. Negué con la cabeza y él enarcó una ceja.

—Preferiría quedarme en terreno neutral —resolví.

Ladeó la cabeza, mirando con cierto desdén a nuestro alrededor, hacia las otras cinco mesitas cuadradas de madera que rodeaban el foodtruck, todas obstruidas por distintos números y géneros de personas. Pude identificar algo de incomodidad en su semblante.

—No me gusta estar rodeado de gente —murmuró con tono amargo.

Cambié el peso de mi cuerpo a la otra pierna.

—Quiero quedarme aquí —insistí.

Le escuché dar un profundo suspiro colmado de tedio.

—Tengo que hablarte sobre algo. ¿Podríamos ir a otro sitio? —Mantuve mi actitud taciturna y él giró el torso hacia mí, y entonces sostuve su mirada por un rato hasta que agregó con aspereza—: Por favor.

Profirió la palabra con dificultad, como si el sólo hecho de emitirla en voz alta supusiera un trabajo odioso y conflictivo para él.

Me detesté a mí misma, pero me fue imposible ignorar la tenue súplica que se manifestó en el gris claro de sus ojos.

Suspiré profundo, antes de recoger los desperdicios que quedaron sobre la mesa para depositarlos en la basura. No me importó haber botado lo que quedaba de mis papas fritas puesto que, de todos modos, mi apetito ya estaba arruinado. Mi estómago se sentía demasiado apretado como para ingerir cualquier otra cosa.

Demoré más de lo debido adrede, por puro afán en fastidiarlo, y finalmente lo alcancé, mientras me volvía a cruzar de brazos como haciendo un berrinche. Conservé mi metro de distancia segura y me negué a levantar la vista hacia él. Aun así, fui capaz de percibir la leve risa que emitió.

Esto era demasiado raro... Él no estaba molesto, como de costumbre. Ni tampoco se mostraba hostil. Volví a sentirme insegura.

Dado que él había arruinado nuestra salida, y que ni siquiera estaba segura de adónde ir o de cuánto duraría la conversación —considerando que gran parte del tiempo nos dedicábamos exclusivamente a discutir—, decidí que seguir el camino que me dirigía a mi hogar era la opción más favorable.

Estar con él era distinto a estar junto a Khaius o Akhliss. El aire gélido que rodeaba el ambiente era disímil, pero no conseguía descubrir de qué manera. Él emanaba una corriente de electricidad que se expandía hacia mí y me hacía sentir como si un escalofrío recorriera mi espina dorsal en todo momento. Era imposible relajarme a su lado.

—¿Ya... hallaste a Mabrax? —musité. El interés y temor a conocer esa respuesta eran igual de desmedidos.

Él negó con la cabeza, con el entrecejo arrugado y la vista fija en el asfalto. Parecía encontrarse sumido en algún pensamiento en concreto, y la curiosidad por saber de qué podría tratarse nubló mi nerviosismo previo. Me mordí el labio.

—Dime a qué viniste —pedí.

Todavía sin dignarse a hablarme, metió una mano en el bolsillo de su chaqueta oscura, sacó una pequeña foto como de credencial y me la entregó. Sostuve la fotografía entre mis dedos, examinándola con el ceño fruncido.

Un hombre de pelo y ojos oscuros, con expresión muy seria, parecía mirarme fijamente. No lo conocía, pero había algo en sus facciones que se me hacía familiar y no sabía por qué.

—¿Quién es él?

—Joseph Barton —replicó en tono indiferente—. Tu abuelo.

Mis ojos se abrieron de hito en hito.

¿Qué? —musité. La sangre abandonó mi rostro cuando caí en la cuenta del por qué me parecía conocerlo. Había ciertos rasgos de él en el rostro de mi padre, sobre todo en la parte de la nariz y las cejas. De súbito, me sentí algo mareada—. ¿L-lo encontraste? ¿P-pero cómo...?

—Tengo mis trucos —respondió rápidamente—. Y no puedo revelártelos.

Me pareció que había sonreído, pero no lo miraba, así que no pude estar segura.

—¿Y? —susurré con temor. Alcé la vista, indecisa de querer enterarme en realidad—. ¿Hay... hay algo fuera de lo normal en él?

Su ánimo pareció decaer con un solo suspiro.

—No —replicó tensando los labios.

Esa respuesta me sorprendió quizá más de lo que debía, dado que en verdad una fracción de mi mente había relacionado que, encontrándolo a él, hallaríamos la resolución a todo este asunto. Y que, por fin, el enigma terminaría.

Por lo visto, me equivocaba.

—¿Nada? —Mi voz destiló parte de mi decepción.

—Nada —replicó por lo bajo, irradiando un viso de frustración—. Es sólo un humano más, que cometió muchos errores en su vida, pero no tiene nada de anormal. Ni siquiera tienes los mismos ojos que él. Los suyos son completamente corrientes.

—Sí, mi abuela ya me lo dijo. —Mi entrecejo se arrugó—. ¿Hablaste con él o algo así?

Algo así. —La forma en la que torció el gesto me hizo preguntarme de qué modo había logrado conseguir aquella información.

Le devolví la foto, pero él se negó a recibirla con un movimiento corto de cabeza, por lo que me vi obligada a guardarla en mi bolsillo, haciendo una mueca de desdén. En el fondo, no sabía si quería mantenerla conmigo, puesto que no sentía la menor empatía hacia ese hombre. Para mí, él era un completo desconocido, y así lo quería mantener.

—¿Y ahora qué? —inquirí mientras alzaba el mentón—. ¿Se te acabaron las opciones?

—Encontré algo... muy curioso en Seattle.

—¿Estuviste en Seattle? —Fruncí el ceño. ¿Para qué iría a la ciudad en la que nací? Ladeé la cabeza, con la pregunta revoloteando en mis pensamientos hasta que la voz insidiosa propuso una respuesta algo mezquina pero que, viniendo de él, probablemente fuera acertada—. Azazziel, no te atreviste a visitar a mi abuela, ¿cierto?

—¿Por qué mentiría? —repitió mis propias palabras, burlándose.

Pero a mí no me causó la menor gracia.

Me detuve en seco y me coloqué frente a él.

—¡Mi abuela tiene sesenta y cinco años! —exclamé espantada—. ¡Pudiste matarla!

Él rodó los ojos al cielo, provocando que la cólera de mi interior ardiera. Enterré las uñas en las palmas de mis manos en un vano intento por aplacarla.

—Pero no lo hice.

—No... —La ira se extendió a cada parte de mi cuerpo, volviendo mi rostro rojo en el proceso—. No puedes hacer esto.

Entornó la vista con aire desafiante.

—Te advertí que no iba a abandonar esto.

—¡Pero no metas a mi familia! —bramé—. ¡Lo prometiste, dijiste que ellos no te interesaban!

—Prometí que no les haría daño —repuso, y negó con la cabeza—. Pero desde un principio te dije que tendría que indagar también en su pasado. —Me miró con un sentimiento que no pude reconocer—. Y ya que tú no quieres ayudarme, estoy obligado a hacerlo yo mismo.

Le dediqué una mirada cargada de veneno. Él no pareció inmutarse, y de hecho a una diminuta parte de mi mente le extrañó que, a estas alturas, no me estuviera gritando de vuelta como acostumbraba a hacer.

—Ella está bien, Amy —continuó, aun con la voz serena—. No le hice absolutamente nada malo. Te aseguro que ni siquiera se dio cuenta de que estuve allá.

Espiré por la nariz. El calor de la sangre acumulada en mi rostro todavía no me abandonaba, pero su semblante impasible consiguió mitigarlo en gran medida con el pasar de los minutos. No me quedé del todo tranquila, pero finalmente asentí. Me recordé a mí misma llamar a mi abuela más tarde para aseverar lo que decía.

—¿Y qué fue lo curioso que encontraste en Seattle? —pregunté con tono áspero.

Él sacó otra cosa de sus bolsillos. Era un pedazo de papel algo viejo y bastante arrugado. Cuando me lo entregó, vi que era el extracto de una noticia antigua. Le puse mucha atención, pero a medida que leía comencé a sentir como si mi sangre se colmara en mis pies.

El texto describía la vivencia de unos recién casados que habían tenido a sus primeros hijos, una pareja de mellizos. El niño, quien nació primero, logró llegar al mundo sin ningún problema, pero a la niña no le detectaron latidos. Mi pecho reaccionó de forma extraña cuando leí que, un par de horas de haberla declarado muerta, y luego de llevarla a la cámara mortuoria, oyeron que la bebé comenzó a llorar.

Los nombres de los padres de dichos niños eran Evelyn y Frank Masters.

Las manos me comenzaron a temblar. La prisa de mi respiración sacaba a relucir el descomunal pánico que embargó todo mi sistema, y sentí un ligero sudor frío en mi frente.

—¿Sabías algo de esto? —preguntó Azazziel en voz baja y ronca.

Sacudí lentamente la cabeza, sin poder apartar la vista del arrugado pedazo de papel.

—Mis... —carraspeé y tomé aire—. Mis padres jamás me hablaron de esto.

—Necesito inspeccionar un poco más en la mente de tus padres. —Elevó una mano para tocar el papel con la punta de un dedo—. Ese parece ser un recuerdo suprimido.

Lo miré ceñuda.

—¿Me estás pidiendo permiso?

—Te estoy avisando —replicó sin alterarse.

Tensé la mandíbula.

—No te quiero cerca de mis padres —advertí, pero mi voz no tuvo la fuerza que yo quería.

Él hizo un gesto despreocupado con los hombros.

—Pues no me dejas otra opción.

—¿Por qué haces esto? —Mi aliento se agitó más mientras estrujaba el pedazo de papel entre mis manos—. Y-yo no... No necesitaba saber esto.

—¿De verdad? —Pareció despistado—. Yo pensé que te interesaría saber que estuviste muerta por dos horas.

—Eres un imbécil... —mascullé con los dientes apretados, sin poder evitarlo.

Frunció el entrecejo.

—¿Por qué demonios estás molesta? —inquirió, cambiando automáticamente de tono a uno mucho más irritado.

Al final, sí logré sacarlo de sus casillas.

—¿De verdad lo preguntas?

—He visto... —Apretó los labios, contrariado—. Vi cómo te comportaste estos días con Khaius y Akhliss.

Di un respingo, pero me rehusé a parecer intimidada.

—Ellos no me han hecho nada malo —dije envalentonada—. Incluso... me sorprende que sean demonios.

No podía creer que yo había dicho eso. Sin embargo, en mi fuero interno sabía que era cierto. Pese a que era consciente de cuál era la actitud que debía de tener hacia ellos, no se sentía así para nada. De hecho, podía llegar a admitir que me agradaban más que muchas otras personas que eran humanos comunes y corrientes.

De un segundo a otro, Azazziel pareció aún más molesto.

—Akhliss te secuestró, te noqueó y te hirió. —Enumeró con los dedos; de su mano se originaban unos leves temblores por la ira que estaba acumulando—. Y recién hiciste una lista de los errores que cometió Khaius. Y, además, tú no conoces nada sobre ellos.

—¡Lo de Khaius era en broma! —espeté, casi soltando una risa de pura incredulidad—. Y Akhliss se disculpó por lo que hizo, y se ha portado muy bien desde entonces.

—También me disculpé —murmuró con la voz enronquecida. Le vi apretar los puños—. Y no sabes lo difícil que eso fue para mí.

Me mordí la parte interna de mi mejilla, deseando ansiosamente poder golpearlo, o hacer cualquier cosa para provocarle daño. Esperaba que mis ojos entornados manifestaran, al menos, una fracción de la tremenda cólera que estaba sintiendo.

Una risa corta, amarga, brotó de él. Negó con la cabeza.

—Es normal que todo jodido mundo me vea de forma diferente —dijo casi en un susurro, con un matiz hosco que no supe identificar. Sus ojos grises se movieron de arriba abajo por mi rostro—. Y tú no eres la excepción.

Dio rápidamente media vuelta y comenzó a alejarse.

Mi mandíbula se abrió, pero la cerré de inmediato y, sin detenerme a pensarlo, forcé a mis piernas a alcanzarlo, aunque sus pasos eran más largos que los míos.

—¡No! —grité, dado que no conseguía llegar a él—. ¡No puedes venir a aquí, decirme toda esta mierda y después irte haciéndote el ofendido!

Volteó de forma brusca, casi provocando que mi rostro chocara con su pecho.

—Siempre has actuado temerosa conmigo —masculló, y la confusión me invadió—. Y creí que lo entendía, porque esa era una actitud normal en respuesta a lo que soy. —Su mandíbula se apretó y sacudió la cabeza en una negativa tenaz—. Pero veo que con ese par no es lo mismo. En el fondo, no te importa qué son ellos.

La arruga de mi entrecejo desapareció. Eso consiguió sacarme de balance. ¿Y ahora por qué le interesaba mi relación con ellos?

—S-sí les temo también. —Me aclaré la garganta, pero la mentira en mi tono fue evidente—. Traigo... el rosario y el agua bendita conmigo todo el tiempo, incluso con ellos.

—Oye, no soy imbécil —soltó, respirando cada vez más acelerado—. No puedo saber lo que realmente piensas, pero los vi hace un rato. Vi cómo te reías con ellos y... —replicó con los dientes apretados y desvió la vista de mí— esa confianza que les tenías. Conmigo no es lo mismo.

De repente, su semblante iracundo se había suavizado a tal punto que no supe reconocer la nueva expresión de su rostro. Tragué saliva, sin entender por qué el verlo de esa forma causó una opresión incómoda en mi pecho. Entonces, pude registrar cómo la inmensa confusión que sentía se formó como un torbellino pesado en mi interior.

No entendía nada de esto. ¿A qué se suponía que había venido? ¿Simplemente a jodernos la noche? ¿A ver qué tanto habíamos podido averiguar por nuestra cuenta? ¿A hablarme de Joseph o de lo que me pasó? ¿O acaso quería...?

Respiré hondo, y aproveché el coraje que aún me embargaba para tratar de ser sincera.

—N-no es lo mismo porque... —musité con la voz temblorosa—. Porque tú me pones nerviosa.

El desconcierto se apoderó de sus facciones durante un segundo, pero luego volvió a negar en silencio.

—Por supuesto —dijo riendo irónicamente.

Asentí mirándolo fijo, en un intento de que me creyera. Aunque, a juzgar por la mirada hostil que me dedicó, no pareció que lo estuviera haciendo.

—No te entiendo —murmuré, aturdida hasta la mierda. Él alzó una ceja—. Tampoco soy tan estúpida, ¿así que por qué no sólo me dices la verdadera razón de por qué viniste? ¿Por qué no sólo... me pides que vuelva a ayudarte? ¿Tan orgulloso eres?

La irritación en su semblante se esfumó. Su rostro se tornó severo, como si mis palabras le hubiesen enajenado. Oprimió su mandíbula con tanta fuerza que vi un músculo sobresalir de ella.

—¿Por qué estás aquí? —insistí.

—¡No lo sé, ¿de acuerdo?! —exclamó, causando que me echara hacia atrás de puro pasmo—. Yo... —titubeó, y yo me quedé perpleja de ver la inseguridad grabada en su expresión—. ¡Por la misma razón que esos dos imbéciles! ¿O es que de verdad crees que están interesados en descubrir qué te hace diferente?

Un leve jadeo se me escapó, aunque me repuse al siguiente segundo; pero igual esto era algo insólito. Muy rara vez podía ver a Azazziel titubear.

Agité la cabeza, reaccionando rápidamente con molestia.

—No, no harás esto —le advertí—. No lograrás que piense mal de ellos.

—Claro que no. ¿Cómo podría? —inquirió, soltando otra risa de sarcasmo—. Si te has vuelto tan amiga de ellos en tan poco tiempo.

—¿Cómo puedes ser así? ¿Por qué intentas ponerme en contra de tu novia?

De súbito, su ceño se frunció. Por un segundo, lució sumamente perplejo, e intuí que quizá fue por el hecho de que yo lo supiera.

Y después, de la nada, empezó a reír. Pero no como sus risas cortas y sarcásticas de recién, sino a carcajadas, como si le hubiera ocasionado gracia de verdad. Me percaté, en ese momento, de que jamás lo había escuchado reír así antes.

La sorpresa casi igualó a mi ira.

—¿Qué te causa tanta gracia? —gruñí.

—¿Eso fue lo que ella te dijo?

No entendí por qué, pero de pronto me sentí algo tonta.

—No, pero... —Volvió a reírse, y yo me mordí el labio inferior—. Khaius me dijo que era algo tuyo, y que era importante para ti.

Él asintió. Lo único bueno de mi comentario, fue que aminoró la tensión de la discusión.

—Es ambas cosas —replicó ya más sereno—. Pero ¿quién te dijo que yo tenía novia?

—Yo pensé... —Comenzó a reír otra vez, logrando aumentar mi rabia—. ¿Quieres dejar de reírte? Debí asumir que ella no era tu novia, es muy simpática como para estar con alguien tan desagradable, malhumorado e infantil como tú.

Su risa se detuvo. Por un corto lapso pensé que reaccionaria de forma agresiva, como siempre lo hacía. Pero, en lugar de eso, esbozó una sonrisa torcida.

—Sí, no estoy con nadie porque soy desagradable, malhumorado e infantil. —Se inclinó hacia mí—. ¿Cuál es tu excusa?

Apreté los puños, y la voz preventiva de mi mente me recordó que no debía volver a abofetearlo. No si quería vivir, al menos.

—¿Ves? Ellos no hacen esto —mascullé—. No intentan intimidarme o humillarme a cada rato.

Torció levemente el gesto.

—Yo no soy como ellos.

—Sí, es lo que me han dicho... Y lo que he notado. —Tragué saliva, y moví mi cabeza hacia los lados—. Pero ¿qué saco con preguntarte, si de todos modos no me dirás nada? Me pusiste «límites» como si fuera una niña. Y exiges confianza, pero tampoco confías en mí. ... —Entonces, recordé todas las razones que me habían llevado a tomar la decisión de antes. El por qué era mil veces mejor mantenerlo lejos y quedarme con la duda de mi enigma, antes que volver a ayudarle. Levanté la vista del suelo hacia él—. Tienes que resolver esto solo.

Giré sobre mis talones, otra vez sin despedirme ni pensar en alguna última palabra. De cualquier manera, estaba segura de que a él no le importaba si no teníamos una buena despedida, o si acaso volvíamos a vernos o no. Así que a mí tampoco debía interesarme. Ya vería después el modo de alejarlo de mi familia, y de protegerlos. Tenía que existir alguno. Si necesitaba fregar el piso de mi casa con agua bendita para que él no se acercara, lo haría.

Aun a mi distancia, alcancé a escuchar su voz.

—Amy... —murmuró, pero obligué a mis piernas a seguir avanzando, sin prestarle atención—, ¿quieres saber por qué Mabrax me llamó fenómeno?

Me detuve en seco. Algo en mi pecho reaccionó de forma que no debía. Ignorando la advertencia que gritaba en lo más profundo de mi mente, lo miré por encima del hombro.

Tampoco había logrado alejarme demasiado, aunque existía la leve posibilidad de que él me hubiera seguido, pero no medité eso. Mis pensamientos se desviaron a la tentativa dirección de la curiosidad.

—¿Me lo dirás en serio?

Un suspiro cansino le hizo hinchar el pecho y cerrar los ojos. En ese momento, me di cuenta de la manera en la que apretaba con tanta fuerza los puños, que habían vuelto a temblarle; pero no parecía que fuera por ira, sino por algo, quizá, igual o más impetuoso.

—Sé que te es arduo confiar en mí, por todas las cosas que te he hecho... Por el modo en que las he hecho —dijo con la voz desgarrada de una forma en que jamás lo había oído. Cuando abrió los ojos, un sentimiento abrumador brillaba en sus pupilas—. Pero ¿podrías entender que existen cosas de las cuales me es... complicado hablar? Cosas que son muy... difíciles para mí. Te las diré, si quieres, pero... ten un poco más de paciencia.

El pasmo que me invadió fue tan intenso como la demanda que él irradiaba.

Nunca lo había visto así, tan... afectado. No pude concebir la idea de que un ser como él pudiera fingir tales sentimientos. Tenían que ser ciertos. Quise creer que así era.

Me le acerqué dos pasos con cautela.

—Dime qué te pasó en la espalda —pedí a modo de prueba.

Otra vez, volvió a respirar profundo, como si eso le ayudara a calmarse.

—Sabes qué son —dijo en tono áspero.

—¿En verdad son... marcas de tortura? —Con la mandíbula muy apretada, asintió en un solo movimiento—. ¿Quién te las hizo?

Sus labios se abrieron ligeramente, casi imperceptibles. La incertidumbre pareció ser tan evidente en su rostro, que de algún modo se convirtió en una especie de súplica. La culpabilidad me golpeó como un garrote.

—Bien, entiendo —musité.

Y con esas palabras, la tensión que había en sus hombros se relajó.

—Gracias —dijo por lo bajo, aunque lució más irritado que agradecido.

Dejé pasar varios segundos, en los cuales ninguno de los dos agregó otra cosa, hasta que percibí en el frío del ambiente y el oscuro azul del cielo que ya era bastante tarde. Debía evitar el propio peligro de la ciudad, además de impedir encuentros con más demonios.

—Quizá sea mejor que me vaya —murmuré, pero antes de que me diera la vuelta, él dio un paso hacia mí.

—Te acompañaré a tu casa —replicó con una inflexión obstinada—. Necesito que lleguemos a un acuerdo hoy.

No oculté mi sorpresa. Sin embargo, el que consiguiera dejarme asombrada con esa petición, no quería decir que mi resolución de antes fuera errónea.

—Azazziel —suspiré—, no puedo confiar en ti. Tú... —Agité la cabeza, estrujando los puños—. ¡Maldición!, tú marcaste mi alma. ¡No puedo hacerlo!

Me mordí el labio con fuerza, casi provocándome una herida. Su semblante adoptó un viso irreconocible por un instante, pero de inmediato asintió en un ademán hosco.

—Ya veo —murmuró con sequedad. Le vi tragar saliva—. Te veré en un par de décadas entonces.

Sin comprender el motivo, su respuesta produjo un movimiento irregular en el centro de mi pecho.

—E-espera —musité—, ¿por qué rayos dijiste que Khaius y Akhliss en verdad no quieren ayudarme?

—Sí quieren. —Se encogió de hombros, con expresión impasible—. Pero esa no es la única razón.

—¿Y cuál es, según tú?

—Tú... —Torció el gesto, como si buscara las palabras adecuadas—. No sé por qué, pero estar contigo es como... lo que es para ustedes tomarse una pastilla para los dolores. Tú calmas el dolor, de cierta forma.

Fruncí el ceño, con el desconcierto grabado en mi rostro.

—¿Qué dolor?

—El que siempre sentimos —replicó con desgana, como si hablara de la sensación más normal del mundo—. Tú lo aplacas, y no sé a qué se debe. Al principio es difícil notarlo, pero mientras mayor es el tiempo que uno pasa contigo, más te das cuenta de ello.

Tragué saliva. Al parecer, había algo más que agregar a la lista de las habilidades que desconocía totalmente, y que no me beneficiaban en absoluto.

No fue lástima, o tal vez sí, no estuve segura. Con el mar destructivo e implacable del que se habían convertido mis sentimientos, haciendo toda clase de estragos en mi interior, mi resolución se ahogó sin la menor oportunidad de salvación. Al igual que mi cordura.

—Mira —dije en un suspiro derrotado—, si quieres que vuelva a ayudarte, tiene que ser sólo bajo mis términos.

Sus cejas se juntaron, pero luego pareció divertido.

—¿Tus términos? —se burló.

—Así es —repliqué sin titubear—. Nunca, nunca vuelvas a ahorcarme, ¿entendiste? —La diversión desapareció de su expresión en cuanto oyó eso—. Quiero que sigas manteniendo distancia con mi familia. Te ayudaré a averiguar todo esto, pero no vas a involucrarlos. No quiero que jamás se enteren de la existencia de los demonios. —Hice una breve pausa y él entornó la vista, pero se mantuvo serio—. Tienes que dejar de tratar de intimidarme; soy plenamente consciente de lo que eres, no tienes que recordarme a cada minuto que eres más fuerte que yo, ¿está claro? Y, además, debes respetar todas mis decisiones.

—Exiges mucho —replicó con la mandíbula apretada.

Me encogí de hombros.

—Tómalo o déjalo.

Él sopesó su respuesta, al tiempo que dirigía la mirada hacia otro lado.

—De acuerdo. —Fue lo único que dijo.

—Y, por último —suspiré, esperando que volviera a mirarme—, tienes que confiar en mí. Y yo... trataré de hacer lo mismo.

Todo su cuerpo pareció reaccionar, y no con serenidad. Por alguna razón, aquello fue como pedirle un enorme y excéntrico favor.

—Bien —murmuró de mala gana—. ¿Quieres pactarlo con sangre?

—Claro que no. —Tuve deseos de poner los ojos en blanco.

—¿Entonces confiarás en mí? —Una risa carente de humor lo asaltó—. ¿Confiarás en la palabra de un demonio?

—Y tú en la de una humana.

A él pareció afectarle más que a mí.

—Los humanos son muy traicioneros.

—Igual que los demonios —repuse.

Juntó los párpados por un segundo, al tiempo que el tamaño de su pecho aumentaba con una profunda respiración. Parecía estarse relajando.

—Lo acepto —dijo con la voz seria, mas no del todo molesto.

Dejé escapar el aire que había retenido —de forma inconsciente— en mis pulmones. Lo normal hubiera sido que sintiera la bruma intensa del arrepentimiento, pero en su lugar solo había sentimientos imposibles de determinar, como una inmensa neblina engorrosa. No me serenó, no obstante, tampoco sembró el temor que debí haber sentido. ¿Qué decía eso de mí? ¿Que no asimilaba las situaciones como era debido? ¿O que... en el fondo, en aquel abismo lóbrego del que venían mis decisiones, esperaba que algo como esto pasara?

—Bien —repliqué, y con eso, algo en el aire cambió y dejó de sentirse esa pesadez intolerable—. Ahora explícame, ¿qué es eso del dolor? —inquirí retomando la duda que hacía eco en mi mente.

Él hizo un movimiento de cabeza para que camináramos.

Continuamos el trayecto a mi casa, aunque no quedara demasiado lejos. No había mucho qué hablar, a menos que avanzáramos lento. Conocía tan bien la ruta, que no necesitaba mirar por dónde iba para guiarme, por lo que me limité a mirarle a él.

Había creído que, con toda la información que me reveló, ya no podría sorprenderme por este día, pero me quedé boquiabierta en cuanto él estimó que la noche se había vuelto lo suficientemente helada como para quitarse su chaqueta de cuero y ponerla sobre mis hombros. Me congelé. Quise devolvérsela y darle un golpe de paso, pero el calor inmediato que la prenda pesada me provocó fue bienvenido.

Y, de cualquier modo, era la primera vez que tenía un gesto amable conmigo. Me pareció estúpido arruinarlo por mi orgullo. Estuve a punto de darle las gracias, pero entonces él empezó a explicar en tono bajo:

—Todos sentimos dolor por una u otra razón. Si es por lo que somos, o por lo que hemos pasado, lo desconocemos. Pero aquí —dijo poniendo una mano en el centro de su torso—, siempre duele.

—¿Y cerca de mí... disminuye? —pregunté sin aliento, incapaz de creerle.

Él esbozó una media sonrisa.

—Un poco, sí.

—¿Pero por qué? —Se encogió de hombros, a la vez que yo fruncía el ceño. Resoplé al ver que no respondería—. Otro misterio, supongo.

Su rostro también manifestó decepción. Un silencio que, curiosamente, no resultó del todo incómodo para mí, reinó por un par de minutos en lo que caminábamos con lentitud por la acera.

—Averigua todo lo que haya pasado el día en que naciste —dijo de pronto. Levanté la vista y él pareció notar algo anormal en mi semblante, de modo que agregó a regañadientes—: Por favor.

Lo último me causó algo de gracia, pero me esforcé por no reír y asentí.

—Lo haré —prometí. Él fijó la vista el frente, retomando su cariz altivo mientras cuadraba los hombros. Lo observé por un par de segundos—. ¿Sabes? He conocido más de ti en estas dos semanas por ellos que durante el tiempo que he estado contigo.

—Lo imaginaba. —Rodó los ojos, con irritación—. Son unos idiotas.

—Khaius es algo distraído —apostillé.

—Era algo a lo que me arriesgaba. —Dejó escapar un corto suspiro—. Pero sé que él no lastimaría a una humana como tú.

—¿Es especial o algo así?

Frunció el entrecejo.

—A su modo, sí.

—¿Qué me dices de tu nov... de Akhliss? —me corregí.

Torció el gesto casi con desdén.

—Eso fue descuido de ambos —dijo con tono molesto, todavía sin mirarme—. Se enteró de tu existencia por un desliz mío, y llegó a ti por negligencia de Khaius. Ella pensaba que tú podías resultar... peligrosa para mí.

—Entiendo. —No era del todo cierto, pero dejé pasar por alto mi duda—. Entonces, si no es tu novia, ¿quién es?

Respiró hondo, colmado de tedio.

—Ella es... —Apretó los labios y por un instante creí que no me lo diría, hasta que volvió a hablar—. Es hija del hermano de mi padre.

Un jadeo me abandonó.

—¿Es tu prima? —Alcé la voz de pura impresión.

—Nosotros no le damos esa importancia a los parentescos —replicó mirándome con hastío—. Pero en teoría sí, lo es.

«De su padre...», reprodujo la voz de mi mente, en reflejo a la intensa sorpresa que me invadió.

—¿Entonces ustedes... no han tenido algo antes? —quise saber, pero ya por simple curiosidad morbosa. Esperé no haber sonado como una loca.

Él me miró con una expresión rara.

—¿No escuchaste lo que te dije?

—Es que, bueno... —dije, sintiéndome un poco nerviosa—, supongo que el ser primos no los exenta de que hayan tenido algo, ¿no?

—Akhliss nunca me ha visto de ese modo, ni yo a ella —aclaró serio por un segundo, pero luego una esquina de sus labios se elevó—. Y a juzgar por ese pensamiento tuyo, me parece que tienes una mente más sucia de lo que yo creí.

Pude sentir cómo la sangre se acumuló en mi cara.

—O-oye, igual hay humanos que se involucran con sus familiares —expresé, aunque eso no era algo que yo aprobara—. Sólo pensé que viniendo de donde ustedes vienen, algo como eso podría ser normal.

—Lo es, de hecho. Pero no nosotros —aseguró y yo me asombré por ambas afirmaciones—. Akhliss sólo... cuidó de mí durante un tiempo en que fui más... vulnerable.

Arrugué el ceño. ¿Él vulnerable? Me fue imposible concebir aquello.

—¿Por qué siento que tampoco te gusta hablar de esto? —inquirí con suspicacia.

Él apartó la mirada de mí. Sus facciones volvieron a tornarse severas.

—Porque ella perdió algo muy importante por mi culpa.

Lo miré sin comprender. Él mantenía la vista fija a lo lejos, sin perturbarse por mi escrutinio.

—¿Qué cosa?

—Es... complicado.

Sesgué los labios, con frustración. Evoqué el consejo de que debía tener paciencia para satisfacer mi curiosidad.

—De acuerdo —farfullé.

No obstante, luego de unos segundos de molesto silencio, él habló con un tono casi gutural, y tan arisco que no me incitó a aspirar saber más.

—Un hijo.

Abrí los ojos de par en par, y tragué duro.

¿Akhliss había perdido un hijo? La idea de ella en el rol de madre fue algo complicado de imaginar, sobre todo porque se veía lo suficientemente joven como para aparentar mi edad.

Regresé la vista hacia él, y di un respingo en el acto. El tema había crispado su semblante a tal punto que lucía como si una herida física, una que me fue imposible de apreciar, se hubiera abierto en su cuerpo.

—Bueno, creo que es suficiente por hoy —decidí. Él se relajó visiblemente, y le dediqué una sonrisa en un intento débil por tranquilizarlo—. Gracias por tratar de... confiar.

Azazziel me miró por un segundo, y detecté la ligera confusión en sus ojos. Entonces, me devolvió el gesto, sin embargo, su expresión todavía no demostraba completa serenidad.

—Gracias... por entender. —El tono de su voz se tiñó de un matiz que no recordaba haber oído antes. Tan... cálido, ronco pero aterciopelado.

Agité la cabeza cuando di un traspié, producto de no poner atención en mi andar.

—¿Por qué pareciera ser que... cambiaste luego de la pelea con Mabrax? —musité, sin alzar la vista por la vergüenza que sentí.

A él le tomó un minuto ordenar sus pensamientos. O bien decidirse a ser sincero.

—Dijiste que arruiné tu vida —dijo por lo bajo.

Me sentí desorientada. Tuve que forzar a mi mente a evocar cada recuerdo de aquel día, hasta que, en el instante en que mis propias palabras resonaron en cada rincón de mi cabeza, reviví la imagen del momento en que él tenía una mano apretando mi cuello.

—Oh, yo... —Otra oleada de vergüenza y culpabilidad me surcaron—. N-no era... La situación...

—Creo que en parte es verdad —me interrumpió—. De cierta forma, es verdad, aún si no tengo nada qué ver con tus habilidades. Si bien asumo que me parece divertido torturarte psicológicamente, mi intención no era devastar tu vida, no hasta el punto en que me suplicaras que acabara con ella. —Se encogió de hombros, pero no quiso bajar la mirada hacia mí—. Aunque supongo que era algo inevitable.

El desconcierto se apoderó de mi rostro.

Sus palabras me orillaron a preguntarme cuál era la verdadera razón por la que él quiso hacer el pacto. ¿Acaso fue porque en realidad deseaba quedarse con mi alma? ¿O, como había dicho Khaius, fue en un intento por preservar mi vida? Él estaba en lo cierto, no tenía sentido lo que había hecho si al final decidiría que me dejaría vivir toda una vida de forma tranquila. Por otro lado, aunque tenía la oportunidad de averiguarlo, la respuesta me ocasionaba muchísimo terror.

Por lo visto, yo no era el único misterio entre los dos.

Dejé de caminar cuando me percaté de que ya estábamos a unas cuantas casas de llegar a la mía. No quería arriesgarme a que algún integrante de mi familia pudiera vernos por cualquiera de las ventanas, por lo que no seguí avanzando. Me quité la pesada chaqueta y se la devolví. Él la tomó sin decir nada al respecto. Por alguna razón, volvimos a sumirnos en un silencio tedioso. Quise culpar a mi incompetente habilidad para continuar conversaciones, pero lo cierto era que había algo más, algo que no conseguía distinguir.

La carga de electricidad del ambiente pareció aumentar mientras suspiraba y me acomodaba los brazos sobre el pecho. Giré sobre mi eje para encararlo y ver que, al parecer, la única tensa era yo. Él se acomodó la chaqueta sobre un hombro con ademán relajado, casi sin interés, al tiempo que esbozaba una sonrisa torcida.

La incertidumbre deambuló en mis pensamientos por enésima vez, cuestionándome si podía ser verídico que alguien que parecía no conocer el sentimiento del dolor, viviera en permanente constancia con él.

Inducida por aquella curiosidad, estiré con vacilación mi brazo hacia él.

Fui plenamente consciente de cómo abrió bastante los ojos, al tiempo que todo indicio de altanería desaparecía de sus facciones. Retrocedió medio paso, con la confusión escrita en el semblante; sin embargo, yo no me retiré. Mi mano se situó en el medio de su pecho con ligereza. Por un doloroso instante, su expresión pareció transformarse en la imagen del miedo, para luego cambiar a la sospecha. La idea de mí, causándole temor, originó un conjunto extraño y abrumante en mi interior.

Ambos nos quedamos inmóviles, él como si se hubiera convertido en estatua, y yo esperando a que algo ocurriera; quizá sentir empatía, comprobar que fuera cierto. Tal vez, motivada ante la idea de que yo funcionara como un calmante, me atreví para ver si de este modo lo aminoraría más. Pude sentir la dureza de su piel por sobre la delgada tela de su camisa gris, e inmediatamente me pregunté cómo se sentiría si lo tocara directo. Fui consciente del ligero, casi imperceptible, golpeteo en su pecho.

Cerró los ojos. No pasé por alto la forma en la que apretaba los puños con fuerza. La confusión me surcó de nuevo, puesto que había vuelto a adoptar un semblante impávido y no sabía si el contacto le estaba haciendo daño o si, para mi contento, le aliviaba. Entonces me quedé aturdida, un asombro descomunal me embargó y me provocó un jadeo en el momento en que noté que el golpeteo bajo mi mano empezó a acelerarse.

De un movimiento brusco, abrió los ojos y tomó mi mano para alejarla de él.

—Ya deberías entrar —dijo en un murmullo áspero.

Me aclaré la garganta y asentí, dando un paso hacia atrás. De soslayo, le vi erguirse y cuadrar los hombros para volver a esa postura arrogante que lo caracterizaba.

—A propósito, tienes mejor aspecto —replicó, con una sonrisa engreída—. Parece que has estado durmiendo bien.

Parpadeé, levemente sorprendida.

—Ah, sí... —Había pensado que Khaius tenía un don especial o algo así, que él había sido el responsable. Estuve a punto de preguntar por él, hasta que reparé en la mirada divertida del demonio frente a mí. Entonces, lo vi con recelo—. ¿Qué hiciste?

Sin responder, avanzó hasta sobrepasarme y continuó alejándose por la acera, ya desierta a esa hora. Sentí el impulso de gritarle o seguirlo, pero decidí que era mejor quedarme donde estaba. Ya debía volver a mi casa, a mi realidad humana.

—Revisa tu cama —replicó en tono alto para que le oyera, sin girarse.

Fruncí el ceño y gruñí por lo bajo, al tiempo que alzaba la vista hacia el oscuro cielo nocturno. Avancé hasta llegar al jardín y, de pura porfía, volví a buscarlo con la mirada.

Él ya no estaba en la acera, ni en ningún lado de la calle.

Di un último suspiro antes de alcanzar el pórtico y mentalizarme para hacer que nada de esto había sucedido, para regresar a ser la persona normal, común y corriente que se suponía que era. Para mi familia, solamente una hija, una chica que se ganaba la vida siendo camarera en una mediocre cafetería, y nada más. Podía ser que el verme obligada a fingir lograra agotarme de formas que no comprendía, puesto que hubo un momento en que imaginé que sería un trabajo sencillo. Como en muchas otras cosas, no estuve en lo correcto.

Cuando el alivio llenó cada espacio de mi cuerpo, al encontrarme echada sobre la comodidad de mi cama, un impulso me obligó a levantarme nuevamente. No estuve segura de dónde se suponía que debía buscar, pero inspeccioné las frazadas y las sábanas, el colchón y cada rincón del mueble, esperando hallar algo raro, curioso... Paranormal. Lo que fuera. No fue hasta que examiné el cabecero que los descubrí.

Pasé los dedos con ligereza sobre el relieve de los extraños símbolos, similares a los que había dibujados en mi brazalete, tallados en la parte de atrás de la madera, como si los hubieran hecho con algún cuchillo.

La ofuscación me hizo fruncir el ceño. No podía concebirlo. Me costaba creer —por no decir que me era imposible— que Azazziel había hecho un acto amable por mí sin que me pidiera otra cosa a cambio. ¿Pero qué diablos le hizo comenzar a comportarse... tan distinto?

Me tiré sobre la cama de nuevo, sin molestarme en ordenar nada. Uno a uno, empecé a repasar los sucesos de la semana, absorbiéndolos de la mejor manera en que mi cerebro pudo para entenderlos y aceptarlos, sin lamentarme, sin preguntarme por qué era que todo esto me tenía que pasar a mí. Únicamente, reconociendo a la fuerza que ahora esta era mi vida.

Me gustara o no.

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