Penumbra

By RubalyCortes

433K 35.9K 21.4K

LIBRO I «Uno no se enamoró nunca, y ése fue su infierno. Otro, sí, y ésa fue su condena». ... More

Prefacio
Antes de leer...
1. Las pesadillas
2. Alucinación
3. Invocación
4. Esencia del alma
5. El pacto
6. Límites
7. Primer contacto
8. El Ars Goetia
9. Eminente
10. Muestra de poder
11. Algo maligno
12. Alma
13. La evasión
14. Frente a frente
15. El guardaespaldas
17. El misterio
18. Renacidos
19. Impulsos incontrolables
20. Euforia
21. Cambio de planes
22. Calma arruinada
23. Punto de quiebre
24. La elección
25. Explicaciones
26. El colapso
27. Azazziel
28. El siniestro
29. Réquiem
30. Dolor liberado
31. Confesiones
32. Teorías inquietantes
33. El error
34. Las consecuencias
35. Temor
36. Fuego
37. La promesa
38. Espera tortuosa
39. Arrepentimiento
40. Ajuste de cuentas
41. Crueldad desatada
42. La expiación
43. Ilusión
44. Real
Epílogo
Agradecimientos | Nota de la autora
¡SEGUNDA PARTE!

16. Sin retorno

9.4K 724 450
By RubalyCortes

Mi atacante tiró de mí con la misma facilidad que si yo pesara un kilo, todavía tapando mi boca para evitar mis protestas. Intenté aferrarme más de una vez a alguna pared o a cualquier objeto, pero por más que traté de luchar, ella simplemente ejerció más fuerza y me arrastró por las sombrías calles, ennegrecidas por completo por la ausencia de luz en los postes; desconocía si es que había un corte general, o si acaso era obra de ella que estos tuvieran apagados.

No sabía qué hacer. No sabía cómo defenderme. La adrenalina, provocada por puro desespero, fluyó en mi sistema y, en uno de mis empujes, mordí sin titubeo la mano que cubría mi boca. El siseo de mi atacante me hizo creer, por un segundo, que tenía una oportunidad de escapar.

Sin embargo, en ese momento sentí un golpe seco al lado de la cabeza, tan fuerte que me hizo oír un ensordecedor pitido y enturbió mi vista al instante.

Y entonces, junto con cada uno de mis sentidos, la oscuridad envolvió ese fugaz atisbo de esperanza.


Mis párpados comenzaron a abrirse poco a poco, lastimándome los ojos por la iluminación del sitio en el que me hallaba. La cabeza me dolía horriblemente, y a mi alrededor, todo daba vueltas. No estuve segura de cuánto tiempo tardé en estabilizarme, aunque mi cráneo continuaba doliendo cuando logré, con dificultad y torpeza, incorporarme en la superficie blanda y mullida en la que estaba recostada.

Cuando por fin pude fijar la vista, el miedo me hizo abrir los ojos de hito en hito, mientras examinaba mi entorno.

No era mi recámara. Ni el tono amarillo de las paredes, ni la cama o los muebles, nada me era familiar. Fuera cual fuera el sitio al que me habían llevado, no lo conocía en absoluto. ¿En dónde diablos estaba?

Jadeé cuando los recuerdos me golpearon, todos a la vez. El dolor palpitante en mis sienes aumentó, y los sucesos encajaron con tanta rapidez en mi mente que me volví a marear.

—¡Oh! Ya despertaste, qué bien.

Me sobresalté cuando la voz femenina llegó a mis oídos. Giré la cabeza, encontrándome directo con la figura de la diablesa de largo cabello oscuro y ojos violetas, sentada en una especie de taburete.

—Te juro que estuve a punto de lanzarte agua helada encima... —empezó a decir con la misma naturalidad que si fuéramos íntimas amigas—. Aunque igual pensé en darte bofetadas, eso hubiera sido más divertido.

La sonrisa cargada maldad en su rostro pálido me hizo retroceder hasta que sentí el cabezal metálico de la cama en mi espalda.

Ella se levantó y yo tuve deseos de hacer lo mismo, de salir huyendo de ese lugar, pero el miedo consiguió paralizar cada parte de mi cuerpo. Lo único que logré, fue sentir cómo mi respiración y mis latidos se disparaban en ritmos irregulares. Se acercó a mí lentamente, haciendo sonar los tacones en el suelo de madera. Aterrada hasta la mierda, no atiné a hacer nada más que fijar la vista en su rostro ovalado, ausente de cualquier tipo de emoción.

Se detuvo a los pies de la cama y cruzó los brazos sobre su pecho, torciendo el gesto con cierto aire que me pareció muy altivo. Sus ojos se movían inquietos de arriba abajo, y yo hice puños sobre la tela de la frazada ante la incomodidad que me produjo su intenso escrutinio.

—No hablas mucho, ¿eh? —dijo manteniendo su expresión impasible.

Tragué duro, frunciendo el ceño. ¿Qué se suponía que debía decir?

—¿Q-qué quieres? —Mi voz se oyó débil a causa del miedo.

Me detesté por eso.

La tipa entrecerró la vista y guardó silencio. Mi respiración se agitó mientras pasaban los segundos, hasta que alzó una mano para rozar su mentón con los nudillos en un ademán pensativo.

—¿Qué se supone que eres tú? —preguntó tranquila, arrugando el entrecejo y haciendo otra mueca, como si lo que tenía en frente de ella no era algo agradable de ver.

Tensé la mandíbula, y entonces el profundo miedo se mezcló con la rabia y el dolor.

—¡¿Y cómo diablos voy a saberlo?! —grité exasperada—. ¿Por qué no me dejan en paz de una maldita vez?

Un silencio sepulcral les siguió a mis palabras, hasta que una media sonrisa estiró las comisuras de sus labios.

—¿Quién te crees que eres para hablarme en ese tono, mocosa? —Avanzó dos pasos lentos—. ¿Acaso piensas que eres muy especial?

—Me golpeaste en la cabeza, lunática —siseé, animada exclusivamente por la ira que se detonó en mi interior.

En menos de lo que dura un parpadeo, su rostro enfurecido se encontró frente al mío. No me dio ni tiempo de procesar lo cerca que estaba de mí. De inmediato su brazo se elevó y, por un instante, creí que me golpearía en la cara, pero su puño se estrelló en la pared, haciéndola crujir por la fuerza del impacto, a tan solo a unos pocos centímetros al lado de mi cabeza.

Automáticamente, me congelé.

—¿A quién le dices lunática? —masculló. El pavor corrió por mis venas como hielo al notar el brusco cambio en su expresión, ahora por completo irascible. Comencé a hiperventilar—. No creas que Azazziel va a protegerte de mí sólo porque hiciste un pacto con él —dijo con los dientes apretados por la rabia—. Puedes apostar lo que quieras a que, entre tú y yo, él me escogerá a mí.

Mis ojos se abrieron grandes ante la sorpresa de esa afirmación. Enseguida, casi de forma inmediata, los entrecerré.

Pude sentir una oleada de adrenalina y furia que se expandió por mi ser y, bajo el impulso de esa precipitada fusión, me incliné hacia delante, obligándola a retroceder levemente.

—¿Entonces por qué no se van los dos a la mierda? —repliqué en un susurro ronco. Le hubiera escupido en la cara, de no ser porque sentía la boca demasiado seca.

Su expresión apenas se alteró ante mi imprudencia. Únicamente, profundizó su ceño, que ya estaba contraído por la cólera. No calculé las consecuencias que mi arranque de ira pudo provocar.

Pero, de cualquier forma, jamás hubiera esperado la reacción que tuvo.

Vi su dentadura completa cuando dejó escapar una carcajada escandalosa. Pegué un salto y me volví a echar para atrás lo más que pude, aturdida y aterrada de pies a cabeza. Ella se apartó de mí y retrocedió unos cuantos pasos, al tiempo que no dejaba de reírse como loca, agarrándose el estómago con ambas manos.

Jadeé, incapaz de asimilar la escena frente a mí.

—P-pero ¿qué...?

Ay... —murmuró sin aire, cuando por fin se relajó y disminuyó la risa. Después de enderezarse, procedió a peinarse el largo cabello con los dedos, como si no quisiera desordenarse ni un poco. Rápidamente volvió a mirarme, con una enorme sonrisa pintada en el rostro—. Me caes bien, niña. Eres extraña. He visto a otros humanos mearse encima cuando los asusto de esa forma.

Parpadeé varias veces con la boca abierta, y luego agité la cabeza.

—¿Qué...? ¿Qué pasa contigo? —inquirí en un susurro inestable—. ¿Esto es un jodido juego para ti?

—En parte sí —confesó al tiempo que se miraba las uñas con toda serenidad—. Quería ver qué tanto conseguía asustarte. Aunque, pensándolo bien, ya deberías estar algo amortiguada, considerando por todo lo que ya has pasado. —Se alejó otro poco, mientras alzaba la vista hacia el techo en otro ademán distraído—. Oh, y siento haberte aturdido antes. Hubiera sido más fácil si pudiera dormirte, pero como no puedo meterme en tu cabeza...

Se encogió de hombros.

—¡¿Es un chiste?! —bramé, apreciando un torbellino de ira acumulándose en mi interior—. ¡Estás loca!

—Ah, sí, pero eso no tiene nada que ver con lo que hice.

—¿Qué rayos quieres de mí? —exigí, sin importarme en lo más mínimo el hecho de estarle gritando a un demonio.

—Bueno, resulta que eres una humanita muy peculiar —replicó con aire despreocupado—. Y necesito saber qué carajos fue lo que te pasó, el por qué eres así.

—No me vengas con eso —mascullé—. Si en verdad conoces a Azazziel, entonces ya estás al tanto de que él no ha podido descubrir nada hasta ahora. —Entrecerré la vista y apreté los labios, sin poder menguar mi rabia—. Soy humana, punto.

—A ver, Amy —suspiró, rodando los ojos, y yo quise estremecerme al oír cómo pronunciaba mi nombre—, no sé si lo tengas claro o no, o si es que acaso sabes algo sobre las almas, pero ten por seguro que la tuya no es normal. No es natural, y tiene que haber una explicación —aseguró y negó con la cabeza—. No es posible que hayas aparecido en el mundo así, de la nada.

Mi ceño se frunció todavía más.

—Tenía entendido que eso era algo que le quitaba el sueño a Azazziel —rebatí, aún desconcertada—. Pero ¿y a ti qué te importa?

—Bueno, es que el muy idiota cree que tú eres una criatura completamente indefensa e inofensiva. —En ese instante sus ojos violetas se entornaron, cargados de una suspicacia casi amedrentadora—. Y yo no pienso que sea tan así.

Tragué saliva y esperé que ella no notara mi miedo por completo.

¿Qué diantres quería decir con eso? No entendía de qué iba su curiosidad por mí. Antes había conseguido comprender, o al menos imaginar, el por qué Azazziel se interesó tanto, y sus intentos manipuladores y hasta intimidantes me parecieron incluso justificables —de cierto modo—, en su momento. Pero la explicación de esta demonio no encajaba en mi cabeza, no hasta que volví a reproducir cada una de sus palabras con cuidado. Y entonces pude encontrar el significado oculto en ellas.

—Quieres protegerlo —aventuré en un murmullo débil, abriendo un poco los ojos por el asombro.

Alcancé a atisbar que se tensó tenuemente, pero, casi de inmediato, una sonrisa forzada se dibujó en su rostro en un intento por parecer indiferente.

—Vaya, es verdad que existen humanos listos —repicó en son de burla.

Pretendí no enfocarme en su comentario, aunque la amorfa mezcla de emociones que trataba de contener me obligó a estrujar los puños, sintiendo el dolor de mis uñas clavándose en mis palmas. De repente, ella dio un respingo y volteó a la derecha, hacia la entrada de la ajena recámara.

Entonces, bufó de forma dramática, poniendo los ojos en blanco.

—Oh, mierda... —murmuró con visible tedio—, ya llegó el aguafiestas. ¿Ves?, ¿por qué te tardaste tanto en despertar?

La miré ceñuda, incapaz de entender a qué se refirió.

En ese momento, se oyeron fuertes golpes, insistentes y bruscos. Como si alguien llamara a la puerta con bastante ímpetu.

Mis ojos se abrieron por la ansiedad de quien sea que tocaba con tal brío, pero la tipa frente a mí ni se inmutó. No alcancé ni a mover un solo músculo, cuando un estruendo resonó en el cuarto, como de madera rompiéndose.

El corazón golpeteó desesperado contra mi pecho, un reflejo del terror que estalló en mí.

«¡¿Y ahora qué?!»

Busqué con la vista algo que me fuera útil, cualquier cosa que me sirviera para golpear o atacar al desconocido que entró, aunque ningún objeto de ahí me perteneciera, al tiempo que escuchaba unos pasos toscos acercarse.

El grito de terror se quedó atorado en mi garganta, en cuanto pude ver a Khaius asomarse por la entrada.

Solté un suspiro de puro alivio. Sin embargo, él apenas me dirigió una mirada rápida, antes de enfocarse en la chica de pelo oscuro delante de mí. Sin ningún miramiento, avanzó a zancadas hasta ella y la tomó con brusquedad de su chaqueta de cuero para levantarla, aunque sus pies apenas abandonaron el piso. Sus rostros quedaron muy cerca uno del otro, el de él crispado por una intensa ira, y el de ella totalmente relajado.

No pude esconder el pánico que me atacó, porque de pronto éste no parecía ser el mismo Khaius con el que conviví por toda una semana. Se veía como alguien por completo distinto.

—¿Qué crees que estás haciendo? —gruñó él.

La diablesa no dio señales de temor alguno, sino que esbozó una sonrisa socarrona.

—Quería hacer una pijamada con Amy, es todo —replicó con serenidad, encogiéndose de hombros—. ¿Por qué no te relajas?

—¿¡Relajarme?! —bramó Khaius, y di un respingo—. ¿Tienes alguna idea de lo que Azazziel podría hacerme si le pasa algo a esta chica?

Una punzada de desconcierto y curiosidad me surcaron al escuchar eso último. A ella le importó muy poco su palpable enfado.

—Oh, por favor —bufó, todavía manteniendo su sonrisa—, no la preferiría antes que a ti o a mí.

Él la liberó de un movimiento tosco, más que iracundo.

—No estés tan segura. —Negó pausadamente con la cabeza—. No sabes lo que ha arriesgado por ella.

—¿Que no sé? ¡Hizo un jodido pacto sin saber qué mierda es ella! —Y de repente, así sin más, la tipa igualó su tono irascible—. ¿Quién carajo hace eso? Si tanto quiere su alma, ¿por qué no la mata de una puta vez y ya?

Abrí mucho los ojos, tan perdida en la conversación que sólo atiné a oscilar la vista entre uno y el otro. Ambos parecieron olvidar que yo estaba ahí y que oía todo.

—¡Ese es problema de él! —exclamó Khaius—. Yo sólo cumplo una orden. Pero sé que, si no fuera algo importante, no estaría tan pendiente de ella ni me habría enviado a cuidarla.

Las pupilas de ella adoptaron un brillo malicioso.

—Ah, pero ¿que no eras su sirviente?

—Cierra la boca —masculló el demonio, repentinamente más afectado, apuntándola con un dedo justo sobre su rostro.

Ella apartó su mano de un movimiento brusco.

—Oblígame —replicó entre dientes, y luego lo empujó. Khaius contrajo el rostro en una expresión de pura ira.

Y eso me aterró.

—¡Basta! —exclamé.

Los dos giraron hacia mí al mismo tiempo. No me percaté del momento exacto en que me levanté; sólo fui consciente de que el estar de pie me provocó otro ligero mareo, a causa del dolor que todavía calaba en mi cráneo.

Y no fue sólo por eso. En ese instante, al observarlos juntos y notar los llamativos y sobrenaturales colores de sus ojos, me pareció reconocer que ambos habían sido protagonistas de mis sueños, en más de una ocasión, aunque realmente no estuve segura. Aun así, tuve deseos de gritar por el sentimiento de pánico que me embargó.

Clavé la vista en Khaius, porque me era más fácil mirarle a él que a la extraña chica, incluso con esa rabia que ahora traía grabada en el rostro.

—D-deténganse —pedí, extendiendo una mano temblorosa—. Explíquenme qué rayos sucede, porque ella acaba de secuestrarme y tú vienes aquí hecho una furia, y yo no entiendo una mierda.

Los ojos color miel del demonio seguían irradiando cólera. Sin embargo, luego de escucharme juntó los párpados por un breve momento y respiró profundo, antes de volver a mirarme, ahora ligeramente más calmado.

—Akhliss piensa que puede averiguar qué tiene de diferente tu alma —explicó él en tono bajo y algo arisco.

Pestañeé, primero por conocer al fin el nombre de la demonio, y segundo, por sus palabras; por un instante sentí que perdí el aliento. Ella, a su lado, le dedicó una mirada envenenada por haber revelado esa información.

—¿Cómo? —inquirí.

Ese es el problema —replicó entre dientes.

—No es ningún problema —intervino la diablesa, mirándole sólo a él, al tiempo que se cruzaba de brazos—. Bien, entiendo que tú no estés de acuerdo porque siempre has sido un blandengue, pero ¿y Azazziel? ¿Por qué no lo ha intentado? ¡Lo desconozco!

Khaius agitó la cabeza en una negativa obstinada.

—Es que ese no es asunto tuyo.

—Lo es si lo involucra a él —repuso ella, y enseguida me apuntó con un dedo—. ¿Qué pasa si esta chica no es tan inofensiva como él cree?

—Akhliss —dijo él, suavizando ligeramente su tono y su semblante—, tú no eres su niñera.

—E-esperen —interrumpí indecisa, cuando ya no aguanté la confusión—, ¿cómo se supone que ella quiere averiguarlo?

Miré con recelo a la tipa. Ella me echó un vistazo y una sonrisa pícara se extendió por su rostro.

—Con algunos experimentos —dijo.

Abrí los ojos de par en par. Retrocedí de forma involuntaria hasta chocar con una cómoda de madera. Mi respiración comenzó a agitarse de nuevo.

—De ningún modo, Akhliss —gruñó Khaius en su dirección.

—Para nada —coincidí.

Ella puso los ojos en blanco, como si él y yo estuviéramos exagerando.

—¡Vamos! —exclamó en dirección a él—. ¿Por qué no? No le causaré mucho dolor.

—No es la forma correcta —porfió el demonio.

—¿Y cuál sí lo es? —La chica dejó escapar una breve risa, sin verdadero humor—. ¿Pasar tiempo con ella a ver qué la hace diferente?

—Escúchame —murmuró Khaius, acercándosele de forma lenta y casi amenazante—, esta chica no se merece lo que le estamos haciendo, no es justo. Ella no pidió nada de esto, ni a ti, ni a mí, ni a Azazziel.

Sabía que no lo mencionó con mala intención, pero no pude evitar sentir una punzada de lástima por mí misma al oír eso.

—Esta maldita vida no es justa para nadie —espetó ella, y sus facciones delicadas se tornaron ligeramente más sombrías—. Que se acostumbre desde ya.

—Akhliss... —La voz de Khaius adoptó un tono de advertencia.

La de ella, por el contrario, se volvió más amena.

—Piénsalo, ¿somos los peores demonios con los que se pudo haber topado? —Pareció como si tratara de calmarlo.

Khaius dudó, y me miró por el rabillo del ojo. No estuve segura de cuál era mi expresión, pero él tensó los labios.

—¿Qué... —intervine, tratando de que el exceso de información no me alterara— qué es lo que quiere hacer ella?

La aludida dio un respingo y me observó pensativa por un segundo, antes de cruzar los brazos sobre el llamativo escote de su pecho y sonreír.

—Bueno, no es nada exacto —me dijo, manteniendo ese molesto cariz relajado y seguro de sí, muy parecido al que emanaba Azazziel—. Pretendo ver qué clase de cosas te hacen daño, y cómo reaccionas a ciertos... estímulos, no lo sé —dijo sesgando los labios con indiferencia—, a objetos que a otros humanos podrían dañar, pero que quizás a ti no.

Eso se parecía mucho una alusión de la tortura.

—Suena demencial —repliqué, llena de miedo.

Ella arqueó una ceja.

—Akhliss —la llamó Khaius, y ella lo miró con expresión cansina—, Azazziel no ha abandonado este asunto. Él sigue viendo por su cuenta cómo lo resuelve, y yo cuido de que ningún demonio vuelva a atacarla. Así que no te metas más.

El semblante de ella se volvió burlón.

—Yo sí pude.

—¡Me tendiste una trampa! —El cuerpo de Khaius se tensó una vez más.

—Pues eso demuestra que no puedes solo —replicó la diablesa con cierto aire despectivo—. Si no me dejas experimentar con ella, entonces ayudaré a cuidarla.

Inmediatamente sentí que la sangre huía de mi rostro.

—No —interrumpí—. ¿Ustedes dos siguiéndome a todos lados?

Negué con la cabeza, incapaz de siquiera concebir esa idea. Los ojos de Khaius adquirieron un brillo de... ¿nostalgia? No lo supe, pero no me esforcé por observarlo a detalle; simplemente absorbí la desagradable imagen que se formó en mi mente.

—No nos la vamos a quitar de encima —me aseguró él, torciendo el gesto en una mueca de disculpa—. Esto es lo mejor que podemos conseguir.

Agité la cabeza y fijé la vista en el suelo, apreciando cómo el desespero me aceleraba la respiración.

No podía creer lo que estaba a punto de decir.

—Si... Si es así... —musité con voz ronca y tragué saliva, apretando los puños a más no poder, sintiendo un cúmulo desagradable de ira e impotencia creciendo en mí—, entonces, hablaré con Azazziel... Él dijo que me dejaría vivir una vida tranquila, y esto —destaqué, haciendo un gesto con la mano hacia los dos—, está muy lejos de ser una vida normal.

El demonio suspiró y dio un paso hacia mí.

—Amy, no pretendo desanimarte —murmuró, esbozando una mueca de disculpa y movió la cabeza de un lado a otro—, pero es muy probable que ya no exista esa posibilidad. De cierta forma, y aunque deteste admitirlo, puede que Akhliss tenga razón: pudiste encontrarte con algún otro demonio... mucho peor.

Pensé que mi cabeza explotaría. Llevé una mano a mi frente, sintiéndola arder. Una breve risa de pura ironía se me escapó.

—¿Hay alguno peor que Azazziel? —Alcé una ceja.

Los hay —aseguró la diablesa.

Quise protestar que fue ella quien me dijo que Azazziel fue el peor de todos los demonios con los que me pude topar, pero decidí no discutir con ella.

Suspiré. Un poco más aplacada del calor de su discusión, estudié bien el sitio donde me hallaba. Parecía ser un departamento bastante reducido, y a juzgar por la apariencia un poco desordenada, sin ningún adorno o toque delicado, me pareció que pertenecía a un hombre, tal vez a un soltero.

Fruncí el ceño.

—¿Por qué rayos me trajiste aquí? —le pregunté a ella, viéndola con desconfianza.

La demonio, Akhliss, hizo un gesto despreocupado

—La verdad no tengo idea de a quién le pertenece este lugar —dijo con evidente desgana—. Pero el dueño no estaba, así que sólo lo tomé prestado.

—¡Eso es allanamiento! —exclamé alarmada hasta la médula.

Ella puso cara rara.

—¿Y?

Vi de soslayo cómo Khaius rodaba los ojos. Gruñí, ignorando la reacción de ambos.

Miré hacia los lados y vi mi bolso tirado en el suelo. Lo recogí y me lo colgué del hombro, antes de girar sobre mis talones y empezar a caminar hacia la entrada, no poniendo demasiada atención en el recibidor ni en ningún lado del departamento en sí. Por alguna estúpida razón, me sentía culpable, como si hubiera sido yo quien irrumpió en la vivienda sin permiso.

—¿Amy, a dónde vas? —Le escuché preguntar a Khaius, pero tampoco lo tomé en cuenta.

El pestillo de la puerta principal había sido destruido, y sentí un enorme impulso de dejar dinero al dueño para que lo reparara, pero resolví que lo mejor era alejarme de ahí lo más rápido que pudiera.

Salí del departamento, encontrándome en un largo pasillo con varias puertas con números correlativos. Avancé a zancadas, aunque me dolía la cabeza y el cuerpo por la lucha de antes.

—¡Oye, niña! —La voz de la tal Akhliss llegó a mis oídos, pero me negué a darme la vuelta para encarar a ninguno de los dos. Una furia osada se había apoderado de mí, y no podía permitir que el pavor la redujera. Tenía que seguir caminando.

En ese momento, una sombra densa hizo aparición frente a mí, obligándome a detenerme en seco. En menos de lo que dura una fracción de segundo, el humo negro se transformó en la chica demonio, provocándome un jadeo de asombro. De haber parpadeado, no lo habría podido ver.

Tragué una bocanada de aire, abriendo enormemente los ojos al encontrarme directo con su semblante irritado, justo delante de mí.

—Mira, niña —masculló, entrecerrando la vista—, me agrada que tengas agallas, pero tampoco te pases de lista. Al menos responde si te estoy llamando.

—¡Déjame en paz! —espeté, aguantándome las ganas de empujarla—. ¡Lárgate! No quiero tener nada que ver contigo, ni con Azazziel de nuevo. Si tanto te preocupa ese idiota, ve y cuídalo, no me entrometas a mí.

Su expresión se colmó de ira en un santiamén, apretó los puños y los labios al mismo tiempo. Casi pude jurar que comenzó a temblar. No obstante, mi temeridad no disminuyó y la rodeé para continuar avanzando. Alcancé a oír que Khaius intervino, y que de inmediato empezaron una nueva discusión.

Bajé por las escaleras de sólo dos pisos y finalmente llegué a la entrada del edificio. Un hombre de avanzada edad dormía encima de un escritorio, y pasé de largo con cuidado de no despertarlo, agradeciendo la pisca de suerte que tuve. Pronto me hallé en una calle que no se me hizo familiar en lo más mínimo, y temí estar perdida. Había una hilera de departamentos de diferentes alturas, la mayoría con las luces prendidas, y todavía quedaban personas transitando por la acera. Así que las imité, y comencé a caminar con cautela, con las manos metidas en los bolsillos de mi chaqueta y observando en derredor.

Escuché que me seguían, mas no quise mirar hacia atrás porque supe que se trataba del par de demonios. Hablaban en murmullos, algunos más altos que otros, pero estaba perdida en su conversación... Hasta que reconocí el nombre de Mabrax.

Un escalofrío recorrió mi espalda, pero, de todos modos, estaba demasiado furiosa como para prestarles verdadera atención. También tenía algo de miedo, al no estar segura del lugar en el que me hallaba. Tenía que alejarme de ellos. Ahora mismo, no soportaba estar cerca de ninguno de los dos.

—Déjala ir a casa. —Le oí susurrar a Khaius, y supe que estaban más cerca—. Trabajó todo el día, maldición.

—Salir un rato no le hará mal —objetó ella con serenidad—. Tengo entendido que lo único que hace es estar en casa.

—Son unos idiotas —mascullé para mí, aunque estuve segura de que ellos pudieron oírme perfectamente.

Alguien haló fuerte de mi mano izquierda y de inmediato sentí una corriente dolorosa. Giré la cabeza, sólo para encontrarme con la mirada encolerizada de la diablesa, esta odiosa chica que bien podía ser la novia de Azazziel.

Hice un movimiento brusco para liberarme, pero ella no cedió.

—No vas a ningún puto lado —siseó con un tono amenazante. Casi pude sentir que los vellos de todo mi cuerpo se erizaron.

—¡Suéltame, lunática!

—Akhliss, déjala ir. —Khaius puso un brazo sobre su hombro, cosa que ella ignoró.

—No —masculló con los dientes apretados—. No hasta que averigüe qué es. No hasta que sepa porque ninguno de nosotros puede indagar en su jodida mente ni controlarla... —Sin dejar de mirarme en ningún momento, sus orbes violetas centellearon con lo que percibí como inseguridad—. Y, sobre todo, no sin entender por qué su maldita alma no es visible, ni por qué huele tan... —Se detuvo y apretó los labios.

Yo me sacudí una vez más.

—¡Eso a mí me importa una mierda! —bramé, mientras la ira era lentamente consumida por la desesperación.

¿Por qué simplemente no me dejaba ir a casa para fingir que mi vida seguía siendo igual de corriente, como siempre había sido?

—¡Pues debería importarte! —Su tono me hizo sobresaltar—. Llevas toda una vida pasando inadvertida de nosotros, y luego ¿qué? —Sus ojos se movieron inquietos por mi rostro. Frunció el ceño en una expresión más pesarosa—. ¿Cuántos demonios has conocido en este corto tiempo, Amy? ¿Cuántos quisieron asesinarte para arrebatarte tu alma? ¿Cuántos crees que vendrán más adelante?

No pude estar segura del momento en que el tono de su voz se aminoró. Sin darme cuenta, dejé de forcejear, y sólo podía escuchar el matiz agradable que había adoptado.

—Akhliss —siseó Khaius, destilando pura rabia—, maldita sea, ¡suéltala!

Ella siguió haciéndole caso omiso.

—Mientras ninguno de nosotros lo sepa —me dijo—, no podremos hacer nada para evitarlo.

—¿Y ahora quieres ayudarme? —pregunté con amargura—. Por si no lo recuerdas, Azazziel marcó mi maldita alma. Ya no pueden intentar arrebatármela.

—Te equivocas —repuso, negando con la cabeza—. Muchos le tendrán respeto a su marca y no te tocarán, pero otros querrán arriesgarse de todos modos. Es que te juro que no tienes la menor idea de cómo... —Torció su labio, como si de repente no encontrara las palabras—. La esencia que emanas es tan...

—Akhliss... —le advirtió Khaius, sacudiéndola. Ella parpadeó y rápidamente volvió en sí.

Sus ojos aún no abandonaban mi rostro.

—¿Y si te encuentra Mabrax? —porfió.

Tragué saliva. No podía pasar por alto esa advertencia.

—P-para eso enviaron a Khaius —repuse, pero no me escuché convencida para nada.

Soltó una ligera risa y negó con la cabeza.

—Conozco a Mabrax. —Sonrió con seguridad—. Y Khaius es un imbécil. En ese caso, yo podría protegerte mucho mejor.

—No confío en ti —repliqué sin dejar pasar un segundo—. ¡Me secuestraste!

—Mi error. —El tono violeta de sus pupilas transmitió una disculpa que no fue dicha en palabras—. No acostumbro a tratar con humanos. No se me ocurrió otro modo.

—Y-yo... —titubeé.

—Sé que eres curiosa —insistió, bajando más el tono de voz—. ¿No te gustaría saber de qué va todo esto? No eres un bicho raro, o un error de la naturaleza, Amy. Esto fue obra de alguien, ¿no te gustaría averiguar de quién? ¿No quieres saber quién fue el hijo de puta que hizo que pasaras por todo esto?

De pronto, mi garganta se sintió muy seca. No entendí qué ocurrió conmigo, pero caí en la cuenta de que el enojo de antes se había esfumado a una velocidad alarmante, y que su presencia ya no me molestaba, ni tampoco quería salir corriendo de ahí.

Súbitamente, las palabras de Akhliss eran para mis oídos lo que era la miel para mi paladar. Estudié su semblante, ahora sereno, tal como ella hacía conmigo. Sus facciones, tan perfectas como si hubieran sido hechas con un objetivo específico, resultaban obsesionantes; tenía un rostro tan bonito, que sentí que podía mirarlo por mucho tiempo sin cansarme. De algún modo, me sentí aturdida y mareada.

Vi cómo levantaba su mano, la que no me sostenía, y rozó mi pómulo con la yema de sus dedos. No pude apartarme, no conseguí mover un solo músculo. Lo único que hice fue quedarme totalmente quieta y recibir el contacto, que se sintió como una curiosa y extraña mezcla entre seda y corriente eléctrica.

—Basta, Akhliss. —La voz de Khaius pareció oírse muy lejana, como si no se encontrara al lado de nosotras, sino bastante más lejos.

Él se oyó muy severo, pero ni ella ni yo le hicimos caso.

—¿Qué tengo que hacer? —susurré.

No lo pensé; fue como si las palabras brotaran de mi boca sin que yo las pudiera detener.

—Amy... —Escuché la advertencia de Khaius—. Esto es mala idea.

Los ojos violetas, del color de la piedra amatista, se desviaron hacia otro lado, liberándome bruscamente de esa prisión invisible e inexistente en la que me habían confinado por ese indefinido lapso. Sea lo que sea que ella vio en él, la hizo sonreír y regresar a mirarme.

—Luces cansada —dijo con un matiz aterciopelado. Tomó un mechón de mi pelo y deslizó sus dedos por mis cabellos. Me dio un escalofrío—. ¿Por qué no seguimos otro día?

Moví la cabeza en un asentimiento perezoso, completamente incapaz de hacer otra cosa. Ella se apartó de mí dando un paso hacia atrás.

—Que este tarado te acompañe a casa —dijo haciendo un movimiento de cabeza hacia Khaius, y luego me dedicó una sonrisa cálida—. Nos veremos pronto.

El demonio a nuestro lado la miró con los ojos entornados, colmados de cólera.

Akhliss giró sobre sus talones y comenzó a alejarse a pasos largos de nosotros. Y así sin más, cruzó la calle, sin siquiera fijarse si algún vehículo pasaba. Me pregunté por qué se desvió de esa forma y a dónde iría, hasta que vi su objetivo: un hombre de buen aspecto, quizá de unos treinta y tantos, bien vestido y que hablaba por teléfono mientras fumaba un cigarrillo.

Una ligera alarma creció en mí cuando vi que ella le quitaba el celular y, sin ningún aviso, comenzó a besarlo. Inexplicablemente, el hombre no hizo nada por apartarla, sino todo lo contrario. ¿Pero qué carajos...?

Miré a Khaius con los ojos muy abiertos cuando él puso una mano sobre mi hombro. Me devolvió una mirada cargada de reprobación.

—Vámonos —dijo por lo bajo, irradiando un aire de hastío casi palpable, y yo tuve un presentimiento extraño.

No lo comprendí. ¿Ella no estaba con Azazziel? ¿O quizá las parejas de demonios no funcionaban como nosotros? ¿Tenían algo así como una relación abierta? Consideré la última pregunta al recordar el beso que él me dio, y bajé la vista al suelo, sintiendo cómo la sangre se acumulaba en mi rostro ante esa imagen en mi mente.

Dejé que Khaius me guiara, porque yo me encontraba todavía un poco turbada. Me obligué a no mirar hacia atrás, puesto que no era asunto mío. No estuve segura de cuántos minutos pasaron, pero sabía que él trataba de serenarse mientras avanzábamos por la acera, sin prestar atención a nada más que el piso.

—Al parecer, alguien sí consigue meterse de cierta forma en tu mente. —Su tono serio, cauteloso y pensativo llamó mi atención.

Lo miré ceñuda, pero no fue hasta que sus palabras hicieron eco en mi cabeza, que el miedo me colmó.

—¿D-de qué hablas?

—Lo que te hizo Akhliss —explicó, sin dirigirme la vista—. Es lo que ella hace, en lo que se especializa.

¿Lo que me hizo?

—No comprendo.

—¿Qué sentiste recién? —inquirió con interés severo, volteando hacia mí.

—Um, no estoy segura —vacilé—. P-por un instante, fue como si me desconectara de mi cuerpo...

—¿Sólo un instante? —Levantó las cejas. Pareció sorprendido—. Vaya, aun así, eres muy resistente. No quiero ni imaginar qué hubiera pasado si fueras como el resto de las personas. Tal vez, en el fondo eres más fuerte de lo que Azazziel cree.

—¿Quieres decirme qué diablos sucede? —exigí con súbita irritación.

—Sucede que Akhliss usó su habilidad en ti —aclaró, y detecté un viso desconcertado en sus ojos ambarinos—. Ella es un súcubo, Amy.

Arrugué más el ceño, con confusión.

—¿Un qué?

—¿No sabes qué es un súcubo? —cuestionó con cierto dejo que me pareció decepcionado.

Alcé una ceja.

—¿Debería?

—¿Cómo lo explico? —dudó, echando la cabeza hacia atrás para mirar al cielo—. Bueno, en muy resumidas cuentas, es un demonio del sexo.

Mi cuerpo entero se tensó. Sentí deseos de gritar y salir corriendo de ahí.

Entonces... ¿ella me había manipulado? ¿Ella logró... meterse en mi cabeza?

—Q-quiero ir a casa —dije rápidamente.

La sola idea de que ella pudiera continuar cerca de mí me puso los pelos de punta. Él advirtió el repentino miedo que sentí, y asintió.

Anduvimos apresurados un par de calles, hasta que empecé a reconocer el centro. Cuando divisé un taxi, alcé una mano y lo detuve. Abrí la puerta del vehículo, pero en ese momento vi que Khaius comenzaba a alejarse.

—¿A dónde vas? —le pregunté. Él se giró para mirarme extrañado—. Ven aquí.

Levantó las cejas, sin ni siquiera hacer un mínimo esfuerzo por esconder su asombro.

—¿De verdad?

—No, diablito, es que me encanta hacerte bromas. —Rodé los ojos—. Súbete ya.

Él vaciló, oscilando la mirada entre el automóvil y yo.

—¡Vamos! —continué, ya medio molesta—. Eres un jodido demonio, no puede darte miedo un simple taxi.

Y, como si con eso hubiera herido su orgullo, Khaius tensó los labios hasta convertirlos en una fina línea, e ingresó al auto sin decir nada. Yo lo imité.

El viaje fue silencioso... y algo incómodo. Esperaba no haber molestado a Khaius ni nada por el estilo, dado que el mantenía la vista fija al frente, con una mano sobre sus labios en un ademán reflexivo. Le pedí al taxista que se detuviera a una calle de distancia de mi casa y, para cuando abandonamos el vehículo, Khaius continuaba taciturno.

No lo soporté más.

—¿Khaius? —pregunté con cautela.

Me miró por encima del hombro.

—¿Qué se supone que debo hacer ahora?

—¿A qué te refieres?

Me encogí.

—A todo —repliqué con inseguridad—. En lo de Azazziel, en que tú estés siempre aquí, el que Akhliss esté en esto también. Es decir, se supone que debo llevar una vida corriente, pero con todo esto es imposible. —Desvié la vista de él y me mordí el labio inferior—. A veces ni siquiera puedo trabajar bien, porque estoy demasiado distraída con lo que está pasando. En mi casa mi familia lo nota, me ven diferente. Y n-no puedo ni siquiera mirar a los propios clientes del café sin preguntarme si alguno de ellos no es un ser humano... Ya ningún lugar parece ser seguro.

Él sopesó mis palabras por un minuto.

—Amy... —dijo por lo bajo, y luego un suspiro cansino brotó de sus labios—, si te soy muy sincero, pienso que ya no podrás volver a vivir una vida común y corriente.

No lo adornó, y su voz ni siquiera adoptó ese matiz suave que solía tener. Mi estómago se estrujó de forma violenta, y un sentimiento casi doloroso ocupó gran terreno en mi pecho.

—No sé qué lo detonó —continuó, levantando la cabeza para mirarme serio—. No tengo la menor idea de por qué, de la noche la mañana, cambiaste y dejaste de ser como todo el mundo. Yo lo único que sé, lo único que te puedo decir, es que cuando la vida se pone difícil, tienes dos opciones: o te echas a morir, o luchas por sobrevivir.

—No quiero morir... —Y no fue sino hasta ese momento, que mis propias palabras se asentaron con un peso demoledor en mi interior.

Era cierto, no quería morir. Aunque aquel día le había dicho a Azazziel que me matara, en realidad, no quería terminar con mi vida.

No sabía con absoluta certeza qué esperaba de mí, ni de mis planes a futuro. No estaba segura de si anhelaba el estilo de vida que tienen muchos; eso de tener hijos, casarse y permanecer al lado de una persona hasta el final de los días no parecía un camino atractivo para mí. La verdad era que se me hacía muy complicada la idea de vivir con alguien así, mucho más la de cuidar de una criatura tan indefensa como un bebé, pero de lo que sí estaba segura, era de que quería vivir lo suficiente como para averiguarlo.

—Tampoco creo que merezcas la muerte de esa forma —concordó él—. Es decir, sé que eventualmente dejarás este mundo, algún día, pero no considero que el que tu alma sea devorada por demonios, por el simple hecho de ser apetecible, sea algo justo. Y menos si tú no lo pediste, si no hiciste nada para merecerlo.

—Necesito mi alma de vuelta —dije sin pensarlo.

Le vi torcer el gesto, al tiempo que escondía las manos en los bolsillos delanteros de su pantalón.

—Bueno, ese es un tema más complicado.

Lo miré con el ceño fruncido.

—¿Por qué lo dices?

—Es que... —murmuró, apretando los labios y arrugando el entrecejo con incertidumbre—, en realidad, desconozco la verdadera razón por la que Azazziel marcó tu alma. No sé si lo hizo porque de verdad desea, algún día, quedarse con ella... O si lo hizo en un intento por... protegerte.

Detuve mi caminar hacia el jardín de mi casa secamente, y no me esforcé por ocultar la expresión de pasmo que esa revelación me provocó.

—¿Qué dices? —susurré, y de repente sentí que me faltaba el aliento.

—Oíste lo que dijo Akhliss —replicó, con los ojos fijos en el suelo, adoptando un aire pensativo—. Muchos le tendrán respeto y no te atacarán sabiendo que has sido marcada por él. Y eso podría reducir el número de demonios que quieran asesinarte.

¿Hablaba en serio? No. No podía ser. ¿Acaso estaba jugando conmigo?

—No —dije tajante—. Ya dejó muy claro que el día en que yo muera por mi propia causa, él se va a quedar con mi alma, Khaius.

—Es que ése es el asunto —matizó, bastante convencido de lo que decía—. Azazziel jamás espera por nada; si quiere algo, hace lo que sea por conseguirlo de inmediato. —Dio un suspiro pesaroso—. ¿Cómo es lo que siempre dice?

—¿La paciencia no es lo suyo? —aventuré.

Arrugó el ceño, mirándome de soslayo. Un atisbo de asombro surcó sus facciones.

—Exacto. Entonces, le interesa saber cómo es que tu mente es inaccesible y por qué tu alma no se puede ver, y está haciendo lo posible por averiguarlo. —Sacudió la cabeza—. Pero ¿posponer el quedarse con tu alma?

De pronto, sentí la necesidad de apoyarme en algo para no perder el equilibrio.

—D-dijo... que era buena persona y que no merecía irme tan rápido al Infierno.

—¡Pero es que el nunca haría eso!

—No, no, no... —Moví la cabeza de un lado a otro, en un vago intento por aminorar la intolerable desesperación que amenazaba con volverme loca—. S-si fuera así, ¿por qué simplemente no me lo dijo y ya?

—¡Porque Azazziel está desquiciado! —exclamó, como si el desespero también lo estuviera consumiendo—. Ni a mí ni a Akhliss nos dice las cosas del todo. El desgraciado ese no confía en nadie al cien por ciento. De todo lo que dice, siempre debes creerle sólo la mitad.

—P-pero ¿por qué? ¿Por qué es así?

Khaius no respondió. Desvió la vista de mí e hizo un leve encogimiento de hombros. Sus pasos retornaron de nuevo, y yo adelanté el paso para caminar junto a él, pero no pude quedarme callada.

—Déjame adivinar —dije con sarcasmo—: no me lo puedes decir.

Él se mordió el labio y se rehusó a devolverme la mirada.

—Lo lamento —murmuró con genuino matiz de disculpa—, pero ése es un asunto... más personal. Si de verdad llegas a enterarte algún día, es mejor que sea por parte de él.

Suspiré.

—¿Puedo saber al menos por qué sus alas y las de Mabrax no son iguales?

Se quedó callado de nuevo.

—¡Khaius!

—¡Es que no puedo decirte! —bramó, deteniéndose frente a mí de forma brusca. Me sobresalté—. Mira, en el fondo, nada de eso importa, ¿de acuerdo? Da igual cómo haya llegado al Infierno, Azazziel sigue siendo un demonio, ¿entiendes? No lo subestimes, y mantente al margen con él. Es el mejor consejo que puedo darte.

Asentí, sin decir otra palabra.

Él soltó un suspiro exasperado, e hizo un gesto para que entrara en la casa. Cuando el ligero miedo por su arrebato se esfumó, una oleada de ira colmó mi sistema y lo miré feo, casi con un ligero desprecio. Apreté los puños, y me apresuré a ingresar a mi hogar. De acuerdo, tal vez estaba siendo un poco inmadura, pero no pude evitarlo. No entendí por qué él también se empeñaba en envolver a ese idiota de tanto misterio. ¿Qué era eso tan grave que yo no podía conocer?

No supe si él se quedó ahí, o si se fue al sótano a descansar. En mi estado de cólera, tampoco me importó mucho saberlo.

El día siguiente lo pasé en casa, y lo agradecí en mi fuero interno, ya que pareció un día absolutamente normal, para variar. No hablé con Khaius, no lo busqué en el sótano ni lo vi esperando en el patio. Decidí que tampoco iba a hacerlo. Estaba algo molesta con él por haberme levantado la voz, pero también entendía que yo a veces podía resultar muy irritante. Resolví que debíamos darnos un respiro uno del otro, y estuve con mi familia todo el día, con mi madre principalmente, cuidándola de su resfrío.

Durante toda la jornada del lunes, me hallé algo nerviosa, pues no vi en todo el día al demonio de pelo rubio oscuro afuera de mi trabajo. Tampoco sentía su presencia cerca, y eso me traía inquieta. Me recordé por enésima vez que, si necesitaba verdadera ayuda, si llegaba a estar en problemas podía usar el brazalete, aunque en el fondo no lo quisiera.

Cuando llegó la hora de irme, me decidí a zanjar —o por lo menos aminorar— cierta parte de todos mis temores. Y me desvié de las calles del centro para ir a conseguir algo en específico.

Llegué en poco tiempo a pie a la iglesia a la que asistía mi madre y su amiga Joane, un sitio al que yo frecuentaba antes hasta que decidí imponerme a no hacerlo más; de altos muros de color blanco y llamativa arquitectura ligeramente gótica. Lo cierto era que jamás me agradó asistir ahí porque me hacía sentir incómoda y extraña, pero ahora necesitaba conseguir agua bendita. Necesitaba, de algún modo, sentirme segura por mí misma. Sin ellos. Le pregunté al padre Kenae —un hombre de avanzada edad, el mismo que no se topó con nada anormal cuando visitó a Claire— si sabía dónde podría conseguir un rosario, y él me indicó un local a tan solo una calle más al sur.

Luego de encontrar la tienda y comprar el rosario, imaginé que lo mejor era ir de inmediato a casa, aunque en el fondo no quería llegar tan temprano. Pero no tenía nada más qué hacer. Como solía ocurrir seguido últimamente, empecé a pensar en Diana, y cómo habíamos dejado de hablar al punto de ni siquiera saludarnos. Mientras vagaba por la acera a paso lento y mi cabeza divagaba pensando en que mi amistad con ella se marchitaba, que era como si cada día perdiera un poco más a la persona que yo consideraba mi mejor amiga, mi celular vibró. Cuando lo saqué de mi bolsillo, vi que tenía un par de mensajes de Nat desde hacía varias horas, y uno de David, que fue el que acababa de distraerme de esos sombríos pensamientos. La primera decía que, sin falta, quería que nos viéramos la semana siguiente, y el segundo preguntaba cuándo sería la próxima vez que podríamos salir.

Les estaba respondiendo los mensajes a ambos, apoyada en el tronco de un árbol en una pequeña área verde frente un gigantesco edificio de ventas, cuando un escalofrío ajeno a la atmósfera del ambiente me sacó de mi ensimismamiento. Un curioso... hielo en torno a mí me indicó que había algo fuera de lo normal.

Me bastó con mirar hacia la derecha para encontrar a dos seres de piel muy clara, un hombre y una mujer de aspecto joven, casi como de mi edad. Unos ojos violetas y otros ambarinos se fijaron en mí en ese instante, pero fingí que no los había visto. Continué moviendo los dedos sobre la pantalla de mi celular. Nada sacaba con echarme a correr, no si ellos ya se encontraban en el mismo lugar que yo.

Pese a que no los miraba, fui consciente del momento en que empezaron a acercarse. Guardé mi teléfono y me mantuve estática, sin elevar la vista hacia ellos.

—Interesante elección de compras —habló la diablesa en voz baja.

—Son sólo unas cositas para mantener alejados a unos insufribles demonios —murmuré mirando mis pies, sin ganas de enfrentar su semblante.

—Lamento que no haya estado hoy —dijo Khaius, con un tono que me pareció algo desalentado.

Me encogí de hombros.

—Estoy algo cansada —farfullé y me animé a mirarlos, sólo para percibir sus reacciones—. ¿Por qué no hacemos esto otro día?

Fui consciente de que fue un muy débil intento por alejarme de ellos, pero existía una mínima expectativa.

Akhliss sonrió con malicia, derribando mi esperanza.

—No lo creo —replicó con toda seguridad—. Ahora, deberíamos ir a un lugar más privado.

—¿Por qué?

—Quiero hacer unos pequeños experimentos —dijo con una inflexión que pretendía ser traviesa—. Primero tengo interés en ver si es que tu sangre reacciona de forma anormal si la expongo a ciertos...

—¡Ni de broma! —exclamé, sin dejarla terminar.

Ella se cruzó de brazos y resopló. Vi de soslayo cómo Khaius la miraba con reprobación.

—Es sólo un poco de sangre —me insistió ella.

—No. Y no te atrevas a hacer lo del otro día —advertí tratando de referirme al incidente de su «control» sobre mí.

—Te dije que era mala idea —murmuró Khaius.

Lo ignoré y él me miró ceñudo por un momento.

—Mira, —amenacé dirigiéndome hacia la diablesa, esforzándome para sonar lo más severa que pude—, no hay nada malo con mi sangre. Y de ningún modo me vas a... —Ella fue más rápida que mis palabras.

Lo único que sentí, fue el dolor agudo de un corte en el dorso de mi mano derecha.

Me sobresalté, mirando cómo se abría una línea carmesí en mi muñeca. Khaius reaccionó de inmediato. Se acercó a mí para examinar la herida, pero yo no permití que me tocara. Pude notar cómo la diablesa guardaba el pequeño cuchillo con el que me había herido en un delicado pedazo de tela.

De pronto, una ira colosal se apoderó de cada espacio dentro de mí, en menos de un segundo recorrió mi sistema como un torrente férvido y abrasador. Fulminé a ambos con la mirada.

—Oh, vamos, Amy —dijo Akhliss, rodando los ojos en un ademán de tedio—. No te enfades. Fue sólo un cortesito.

—Cállate —repliqué con los dientes apretados—. Y aléjate de mí.

—Déjame ver tu herida —pidió el demonio, extendiendo una mano hacia mí.

—No —gruñí—. Tampoco quiero que me acompañes, ni que andes alrededor de mi casa. ¿Crees que es sencillo sentir tu presencia cerca todo el tiempo?

Él abrió los ojos y se vio confundido.

—Pero...

—¡No! —Mi propia voz me pareció ajena, pero no le di importancia en este momento.

El semblante de Khaius se volvió severo.

—Lo siento, Amy, pero ya te dije que no puedo irme.

—No me interesa qué te haya dicho Azazziel —mascullé—. No quiero a ninguno de los dos cerca de mí. ¡Estoy harta de todo esto! ¡Tú y esta súcubo, desaparezcan de mi vista!

Ambos me miraron con los ojos muy abiertos, mientras yo sostenía mi mano herida, apreciando la humedad cálida de mi sangre.

Me di la vuelta y caminé hasta encontrar la parada de autobús más próxima. Me era imposible no sentir que se encontraban cerca, pero decidí fingir que no podía hacerlo. Fingir que no me afectaban.

Y así tuve que hacerlo por los días que siguieron. Si se enfurecieron y decidieron dejarme a mi voluntad, no fue de mi importancia. Lo único que supe, fue que no volví a verlos cerca de mí.

Hasta la mitad de la semana, no se atrevieron a aparecerse por mi camino. El presentimiento de que estaban cerca era inevitable, sin embargo. A veces podía sentir sólo a Khaius, pues los distinguía porque la presencia de ella me hacía erizar los vellos; la de él, de algún modo, no tanto.

Me limitaba a simular que no era capaz de darme cuenta de sus energías, y pretendía vivir mi vida como de costumbre. Y, por seguridad, cada vez que estaba en el exterior envolvía el nuevo rosario en mi mano de la herida, por si a alguno de los dos se le ocurría enfrentarme. Como había dicho Khaius, si no podía hacer nada contra lo que me tocaba vivir ahora, entonces tendría que sobrevivir como pudiera. Lo único bueno de todo, era que por alguna curiosa razón ya no volví a tener pesadillas. Por fin tuve noches de tranquilidad y descanso, y eso mejoró visiblemente mi estado de ánimo, así como mi apariencia.

No obstante, el jueves me los topé, justo cuando me iba a casa.

Al traspasar la entrada del Monette's Coffee, me crucé con ambos demonios de frente, en plena acera. Nos miramos fijamente por unos segundos. Estrujé el rosario ceñido a mi muñeca, y estuve a punto de sacar el agua bendita de mi bolso, dispuesta a hacerles daño si hacían algo extraño..., hasta que vi que Khaius le dio un suave empujón a Akhliss, impulsándola ligeramente hacia mí.

Retrocedí unos pasos, desconcertada.

La diablesa se cruzó de brazos y dejó la vista clavada en el suelo; tenía los labios fruncidos y el entrecejo arrugado en una expresión de arrebato casi infantil. Pensé que en cualquier momento haría algo imprudente o peligroso, pero lo que hizo me sacó totalmente de balance.

—Lamento lo del corte, Amy —musitó ella, y yo alcé las cejas con sorpresa—. Y lo del secuestro... Ah, y también el golpe en la cabeza. —Torció el gesto mientras levantaba la mirada—. ¿Quieres que sea sincera? La verdad es que desconozco cómo tratar con humanos de un modo tan... cercano. Creo que eres la primera mortal con la que he interactuado tanto, ya sabes, sin haber tenido sexo.

Mi mandíbula se calló. Tuve que pestañear un par de veces y agitar la cabeza para poder ordenar mis pensamientos y decir algo.

—E-esa información era... innecesaria. —Carraspeé, y luché contra mí misma para darme ánimos—. Como sea, les dije que no los quiero cerca.

—Esto es importante. —Dio otro paso hacia delante con vacilación—. No puedes hacer como que no lo es y fingir seguir con tu vida, así como así.

—¿Y qué se supone que haga? —exclamé—. ¿Echarme a morir porque todo maldito demonio con el que me cruzo quiere matarme? Si de todos modos puedo morir cualquier día, ¿por qué no vivir de forma normal?

Bajó la cabeza. Fui capaz de captar una sombra de pesadumbre en su semblante.

—Porque ya no puedes vivir de esa manera —me aseguró.

Para ese momento, mi respiración se había vuelto irregular.

—¿Por qué hacen esto? —pregunté exasperada, oscilando la vista entre ambos—. ¿No se supone que son demonios? ¿No deberían ser los seres sobrenaturales más temibles del mundo? ¿Yo no debería estar aterrada con el solo hecho de que estén aquí? ¿No son quienes castigan a las almas que llegan al Infierno?

—Sólo de quienes lo merecen —repuso Akhliss, muy seria—. Y, personalmente, no me gusta ese trabajo.

—No los entiendo —murmuré, cerrando los ojos y negando en silencio.

Nada de esto tenía sentido. ¿Estos no eran los mismos demonios que aparecían en la biblia, los de antiguos textos? ¿Los seres viles que no sentían más que emociones relacionadas con el odio y que causaban toda clase de aberraciones? ¿No eran la encarnación misma del mal?

—No hay demasiado qué entender, Amy —apostilló Khaius y lo miré—. Muchos, por no decir la gran mayoría, son los demonios que dices. Los que odian a los humanos, los que hacen lo que sea por corromper sus almas para verlos sufrir en el Infierno... —Bajó la mirada, y un indicio de angustia surcó su semblante—. Y hay otros que lo hacemos de igual forma, pero sólo porque no tenemos elección.

Akhliss torció el gesto, casi con su misma expresión.

Así que no existía solo una clase de demonios. No pude evitar preguntarme cuál de ellos era Azazziel.

—Me interesa saber este asunto. Tu asunto —replicó Akhliss, y su vista se encontró con la mía. Fui capaz de notar que existía una especie de súplica en sus ojos—. ¿Crees... que sea posible? ¿Nos dejarías permanecer a tu alrededor hasta que lo averigüemos?

«No...». Me aconsejó la voz de mi cabeza. «Niégate. No puedes creerles».

¿Y si las emociones que manifestaban sus rostros eran una treta? ¿Y si su naturaleza les permitía fingir así de bien? Al final, tantas ideas debatiéndose no sirvieron para nada.

Jamás pude entender qué fue lo que me obligó a asentir. Quizá Akhliss volvió a usar su habilidad conmigo, y no pude resistirme. Nunca logré saberlo.

Tal vez, aquel también fue otro error irremediable. El primero había sido aceptar ayudar a Azazziel. Y no porque alguno de ellos pudiera hacerme daño, porque no lo hicieron —al menos no físico—, sino porque el temor que, se suponía, debía sentir por estos seres, dejó de existir en ese momento. Así como mi absoluta creencia de que no podían tener sentimientos. Mi ingenuidad me envolvió en otra clase de engaño, uno que tenía forma indefinida, profundamente inmensa, peligrosa y sin retorno..., pero que fue tan encantador y fascinante como el mismo Infierno.

Y de ese abismo, nadie me pudo salvar.


~*~*~*~


—¿Qué me dices de la ouija? —preguntó Akhliss, mirando casi con asco el vaso de café entre sus manos—. ¿Alguna vez invocaste algo con eso?

Negué con la cabeza y bebí el último sorbo de mi té. A mi otro costado, Khaius no ingería nada, se limitó a poner los codos sobre la mesa cuadrada de madera, que pertenecía al foodtruck en el que estábamos.

La idea no fue del todo mía. Ellos me interceptaron cuando salía de mi trabajo e insistieron en que habláramos en un lugar público, uno en el que yo me sintiera cómoda. El invitarles a consumir alimentos humanos, sin embargo, sí partió por mi propia iniciativa.

—¿Nada, pero nada extraño antes de que Azazziel te encontrara? —inquirió Khaius a su vez.

—Jamás —afirmé—. Creo que hasta antes de eso era la persona más corriente del mundo.

—De eso no estamos seguros. —Él torció el gesto.

Me mordí el labio. Me pregunté si debía mencionar mis sueños, y que de hecho estaba segura de que había soñado con ambos antes de que aparecieran en mi vida. Pero me ganó la vergüenza y decidí no hacerlo.

—No lo comprendo —se quejó la diablesa, frotándose el rostro bruscamente, con frustración.

—Bueno —continuó Khaius—, hasta ahora tenemos el hecho de que eres ligeramente susceptible a Akhliss, pero ni locos nos arriesgaremos a comprobarlo con un íncubo.

—¿Qué es eso? —pregunté.

—Es lo mismo que yo —replicó ella, sonriendo abiertamente—, pero en versión masculina. Y, desde luego, no tan bonito.

Me estremecí de sólo imaginar a alguien así. Decidí cambiar de tema.

—¿Ya hiciste tus mórbidos experimentos con mi sangre?

—Sí —confirmó ella—. No vi nada particularmente extraño. Así que el asunto es que tu jodida alma que no se deja ver, y tus jodidos pensamientos no desisten a que los escuchemos.

—¿Cómo lucen las almas? —quise saber.

Se miraron fijamente y soltaron una pequeña risa al unísono. Ambos demonios, relajados, sin verse obligados al trabajo de causar temor, daban la impresión de encontrarse con dos personas totalmente normales. Existía cierto apremio por la extraña energía que emanaban, pero más allá no resultaba para nada incómodo o atemorizante.

—Son... —murmuró Akhliss, dudando—. Son como lucecitas.

Khaius puso los ojos en blanco. Lo observé, esperando una respuesta más esmerada.

—Las almas de los humanos tienen tonalidades distintas, dependiendo de qué tan corrompidas estén —explicó—. Las de un color neutro son más sencillas de envilecer y, por ende, más llamativas para nosotros. Asimismo, la intensidad de esa luz. Si brilla mucho, no tendemos a acercarnos porque quiere decir que esa alma es fuerte, que se resistirá, pero si emite una intensidad débil, entonces es más fácil.

Asentí de forma pausada, asimilando la información, tratando de imaginar cómo sería poder ver aquello.

—¿Y a ti quién te hizo experto en almas, pelele? —replicó Akhliss notablemente envidiosa, suprimiendo la seriedad del momento.

El demonio le lanzó una de mis papas fritas en la cara. Ella abrió la boca, pero no la atrapó.

—Inútil —se burló.

—Tarado —se defendió ella.

Esto me agotaba. Cuando estaban juntos, ambos tenían actitudes que se me hacían bastante inmaduras, y hasta infantiles. De cierta forma, era cansador estar con ellos, pues siempre discutían, peleaban, se burlaban uno del otro o hablaban con excesivas groserías, Akhliss más que Khaius, en eso último al menos.

Pero, al mismo tiempo, también era muy adictivo, así que no pude evitar soltar una ligera risa.

—Ustedes son peor que niños —dije sonriendo—. ¡Y son unos vagos! Si se tomaran algo en serio, ya podríamos haber resuelto esto desde hace mucho. —Fruncí el ceño y pretendí verme severa—. Debería castigarlos.

—Oye, eso suena interesante. —La diablesa apoyó los codos en la mesa y se mordió los labios.

No entendí por qué, pero eso me puso ligeramente nerviosa.

—¿Por qué a mí? —protestó Khaius—. He hecho las cosas bien.

—Mira, te haré una lista: Dejaste que Akhliss me secuestrara, me golpeara y me cortara la mano; me gritaste y no cuidaste de mí en casi toda la semana —dije, enumerando con los dedos. Khaius dejó la vista clavada en la mesa, con retraimiento. Yo sonreí, esperando el momento en que se diera cuenta de que estaba bromeando—. ¿Qué castigo te daría Azazziel por todo eso?

—El que tú elijas.

Los tres dimos un respingo y abrimos los ojos al escuchar esa voz. El tono ronco, arisco y poco amable, pero aun así suave y atrayente al oído, provocó un escalofrío que recorrió mi espina dorsal.

Quise creer que había sido mi imaginación, pero era absurdo pensarlo. Era imposible reproducir a la perfección esa voz en mi mente, y tampoco nadie la podía imitar. Un torbellino de sentimientos se arremolinó en mi interior y apretaron mi estómago, casi obligándome a devolver lo que había ingerido.

No quería voltear, no quería verlo. Asumí que aquel día iba a ser la última vez que me lo cruzaría; ya había forzado a mi mente a aceptarlo. No era justo que ahora decidiera aparecer de nuevo.

Levanté la vista. Los dos demonios a mis costados se veían algo nerviosos, la alegría se había esfumado de sus semblantes en un santiamén y ahora parecían más seres del Infierno que personas normales. Alertas, con las pupilas dilatadas y los hombros tensos. Ellos lo miraban. Él estaba detrás de mí. No estuve segura de sí mi curiosidad era suficiente para darme valor.

Me di la vuelta lentamente, sin pensarlo demasiado.

No pasó tanto tiempo, apenas fueron casi dos semanas sin verlo. Pero, aun así, mis recuerdos no le hicieron justicia. Mi inútil mente no podía duplicar sus facciones del mismo modo en que lo miraba ahora. Cada que lo veía de nuevo, era como verlo por primera vez, igual de impresionante.

La sonrisa de suficiencia que esbozó provocó una risa nerviosa por parte de Akhliss, y un vuelco anormal en el centro de mi pecho.

—Llegó el mandamás —susurró ella.

Continue Reading

You'll Also Like

147K 22K 65
De todas las novelas que leí, ¿por qué tenía que ser en una de zombies?! ¿Qué hice para merecer esto? ¿Habré destruido un universo en algunas de mis...
292K 4.6K 6
Al año del accidente, ya recordaba absolutamente toda mi vida. Ahora cinco años después, Emma, Abi, Sofi y yo somos cuatro exitosas modelos. Y estaba...
REBEL By Mel Baker

Teen Fiction

273K 14.8K 75
#12 en Novela Juvenil (16/06/18) #78 en Novela Juvenil (26/10/17) #131 en Novela Juvenil (19/10/17) #261 en Novela Juvenil (3/10/17) #305 en Novela...
6.5K 446 13
Izuku en una pelea contra la liga de villanos kurogiri le inyecta una sus tancia de dudosa prosedencia que lo teletransporta al infierno. Esta histor...