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By vianna_rain

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🎓En Storm Hill los horrores son humanos. Y se esconden tras sus muros. --- En lo alto de la montaña, se eri... More

*ADVERTENCIA DE CONTENIDO* Importantísimo.
¿Qué encontrarás en esta historia?
Himno del colegio Storm Hill
Personajes
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Epílogo
EXTRA: Escenas eliminadas o modificadas.
Buenas noticias!
DISEÑOS ARTÍSTICOS
¿Les gustaría La cima en físico?
PELIS Y LIBROS DARK ACADEMIA

Capítulo 20

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By vianna_rain

Elián se había vuelto demasiado evasivo con Alexander. Y no solamente con él. Desde que le conoció, tenía momentos así, en los que se volvía autista, y ajeno a las pláticas con Leopold y André. Era como si desapareciera. Solo sus ojos seguían abiertos y paranoicos, como si vieran a través de lo invisible cosas que nadie más podía mirar. Con el correr de los días, volvería a ser la misma persona de siempre. Intentó una vez en vano acercarse a él, pero inmediatamente, Elián sin siquiera mirarlo se marchó de allí. ¿Acaso estaba enojado con Alexander? ¿Cómo llegaría a decirle la verdad? Aunque aspirara a ello, no podía hacerlo, se reconoció a sí misma, cobardemente.

André había notado cierta distancia entre ambos, y Leopold, ajeno e imperturbable, seguía impartiendo su tutoría sin dejar que aquello le afectara. Pero su alumno no conseguía concentrarse lo suficiente, pues su mirada estaba deambulando de a un punto a otro dentro de la biblioteca. Elián se había apartado de ellos. Al joven rubio no le extrañó, ya que su amigo solía tener ese tipo de actitudes. Para él, era lo más normal del mundo.

Alena estaba tan concentrada en la lejanía que Elián estaba estableciendo, que había olvidado decirle a Leopold sobre Giovanna. Le comentó que trataría de verla y ver cómo estaban las cosas de su parte para con él.

—Te conviene que me digas la verdad, novato.

—¿Por qué mentiría?

—Pues para quedarte con ella.

Alexander se sacudió temblequeando su cuerpo, con aquella idea tan desagradable. Como si aquello fuese posible alguna vez en su vida. Admiraba el efecto completamente ciego que tenía Leopold sobre Alex. No era capaz de sospechar nada.

Mientras los alumnos almorzaban, la Directora se puso de pie, y al momento las voces se acallaron, pues no era común que se levantara a menos que quisiera hacer algún tipo de anuncio. Como el baile.

Se escuchó un leve dejo de cubiertos sobre la vajilla. Y reinó el silencio cual emperador.

—Aquellos alumnos que se han eximido de sus exámenes, podrán bajar al pueblo este fin de semana —exclamó con una sonrisa.

Los alumnos la aplaudieron entre vítores. Y Alexander se removió en su asiento inquieto, pues obviamente, no estaba entre los aprobados. André le dio una palmadita de consuelo. Luego, todos marcharon a sus clases en tropel.

Giovanna le había dicho que bajara en cuanto pudiera, que tenía novedades. Sus notas no le permitirían cumplirlo. Pensó entonces, en lo más recóndito de su cerebro, en una forma en la cual pudiera escapar de noche, como lo hacía Leopold, saltando los muros y usando sus piernas para bajar los escasos kilómetros que los separaban del pequeño poblado.

Faltaba aún todo un interminable día para que la orden se cumpliera dentro de los húmedos muros de Storm. Los alumnos estaban casi todos expectantes y ansiosos. Hacía bastante que no se les permitía una salida. Entre corredores y patios, el único tema de conversación de los muchachos era solamente ése y lo que harían.

—Me quedaré en el hotel de siempre —dijo André de camino al cuarto junto con Alex.

—Qué suerte tienes, André. Yo no volveré a bajar a menos que escape —se lamentó Alena, con sus manos dentro de los bolsillos. Al levantar la vista, distinguió entre todos los estudiantes del patio, rápidamente la figura de Elián, observándolo desde lejos, apoyado contra el muro. En cuanto ella le dirigió una mirada, se dio la vuelta y se encaminó hacia otra parte.

—Ya se le pasará, sea lo que sea —lo confortó su amigo.

Alena calló lo que pudiera llegar a hablar en contra de sí misma. Nadie sabía de sus besos en secreto. Ni siquiera su amigo. Continuaron su camino y se cambiaron con velocidad para la hora de deportes. Ascendieron todos los alumnos por la rivera del río en una agotadora corrida.

Mientras todos los alumnos estaban haciendo una rutina de ejercicios, de a dos personas, y Alena intentaba conseguir los abdominales pedidos, sostuvo el aliento, cuando notó en la distancia la presencia de Käthe Beckerly Frank, que observaba a la clase completa, erguida seria,  y en particular, la observaba a ella. Tenía una presencia mucho más intimidante que su hijo, una mirada tan fría como los restos cristalinos que cubrían el agua en algunos sectores. Aquella mirada inquisidora y atenta solo podía significar una cosa, André también se dio cuenta de que la estaba mirando.

—¿Me habrá descubierto? —se preguntó Alena en voz baja, intentando esconder sus ojos de los de la directora.

—No lo creo, Alena. Aunque tendrás que afrontar las consecuencias de lo que sea que quiera contigo... —contestó André, observando cómo la figura de la directora se volteaba y se alejaba hacia Storm nuevamente, con las manos entrelazadas en la espalda, en medio del susurro del viento y las nubes grises y pesadas que llenaban el cielo como manchas.

—Nunca me había prestado tanta atención.

—Excepto cuando haces de las tuyas —le dijo André.

—No he hecho nada, lo juro —mintió. ¿El secreto de su género estaría en juego? ¿O es que había hecho algo fuera de las abominables reglas del colegio otra vez?

A la hora de la cena, Alena estaba tan cansada del día que solamente esperaba que todo terminara para acostarse. Elián se había sentado un poco más cerca de ellos, pero todavía no se unía al grupo, sino que comía apartado, inmiscuido en sus pensamientos aislados.

Cuando pasó la directora, con dirección a su mesa, se detuvo delante de André y Alexander, bajó la vista, y observó sus platillos. Rápidamente, Alena se acomodó la servilleta sobre el pantalón y ajustó sus lentes, nerviosa. Käthe le dedicó una intensa mirada y se encorvó repentinamente entre ellos dos para hablar.

—Bizancio, lo espero en mi despacho después de la cena.

Elián, quien hasta ese momento se había mantenido ajeno a cualquier proximidad con sus amigos, levantó sus enloquecidos ojos azules de su lugar, abriéndolos más de lo pertinente, con incredulidad. Había escuchado cada palabra que esa mujer había dicho.

—S-sí, señora —tembló Alexander, muerto de pena, sin haberse percatado de la atención del joven. 

Después,  la mujer siguió su enérgico camino hasta la mesa junto con los otros docentes. Extrañado y temeroso, Alexander volvió a su cena, pero ya no fue capaz de tragar un solo bocado más. Estaba segura de que había descubierto la verdad sobre el alumno becado. Cuando finalizó, se escurrió del banco, y allí notó por primera vez la mirada de Elián sobre ella. La siguieron en silencio hasta que dejó su bandeja para lavar.

—¿Quieres que te acompañe? —le preguntó André, caminando tras ella.

—Solo puede ser porque sabe quién soy, tengo miedo André.

—No la creo alguien capaz de castigarte como lo hace Luckás.

Alena apretó los labios, y trató de serenarse cuando llegaron frente a la puerta de Dirección. El pasillo estaba apenas iluminado, y vacío. El vacío sonoro era tal, que Alena podía escuchar latir con fuerza su corazón, de miedo. Los toques en su puerta resonaron en todas partes, y los pasos de André se perdieron a medida que se alejaba de allí.

Empujó la pesada puerta y la cerró tras de sí. "El Director", se encontraba de su lado del escritorio, con su masculino traje marrón, y el cabello tan rubio y recortado, estaba emparejado recientemente hacia atrás, Alena notó el cambio repentino, en la cena lo tenía más natural.

—Toma asiento, Bizancio —le indicó, con su voz gruesa.

Tímidamente, Alexander hizo crujir el cuero del sillón al aplastarlo con su peso, y apoyó sus codos sobre los brazos de madera calada, luego entrecruzó sus dedos nerviosamente, sin dejar de moverlos de un lado para otro, sin estar plenamente consciente de eso. Esperaba una sentencia directa.

—¿Has tenido problemas para adaptarte, en lo que llevas aquí? —preguntó Käthe, con una extraña amabilidad.

—U-un poco —respondió Alexander con inseguridad.

—Sé que para un alumno como tú, que viene de otro contexto social diferente, que tiene otras libertades... esto debe parecer un reformatorio salido de la época de las guerras.

¿La estaba tuteando, es decir, a Alex? De pronto Alena comprendió que su identidad estaba resguardada por un pequeño lapso de tiempo más. Pero esa cortesía inesperada se sentía como si alguien le soplara frío en la nuca, le causó escalofríos.

—Es... un poco diferente, señora.

—Puedo comprenderlo, aunque no te parezca —sonrió fríamente.

—Disculpe, no quise ser... impertinente.

—No lo eres, Bizancio. Te cité porque he visto tus calificaciones.

Alexander bajó la mirada hacia el punto donde sus flacas rodillas se unían, intentando controlar el movimiento nervioso de sus piernas.

—Me sorprende que un muchacho con tan... excelente currículum escolar... simplemente no haya pasado siquiera un solo examen. ¿No te parece extraño?

Alena tragó saliva. Quizá sí, lo sabía. Sabía que ella era en realidad una chica.

Como no podía responder, pues se había quedado sin aire en los pulmones, la directora retomó la plática por sí misma. Contestándose.

—Por eso te pregunto, Bizancio... si es que tu adaptación ha sido... satisfactoria.

—Sí, sí lo ha sido —se apresuró a responder, hurgando dentro de su cerebro alguna perfecta excusa que le hiciera zafar la verdad irrevocable.

—Creo que estás en condiciones de comprender que sin esas calificaciones, no podrás bajar al pueblo, ni este fin de semana. Ni nunca, hasta que te gradúes —alegó la mujer, irguiéndose como un roble, para Alena, desde su lugar, la directora, al pararse, había crecido en kilómetros su tamaño. Imponente y despiadada le pareció. Y el objeto de sus burlas en las horas de soledad.

—Lo sé —asintió con un dejo de pena que no fue ajeno al oído perspicaz de la otra.

Nerviosamente, Alexander, que sentía como si su cabeza fuera a estallar, percibía los pasos que la rodeaban alrededor del sillón, de la directora que se paseaba de un lado a otro como si fuese un león encerrado en una jaula con su presa.

—Si pudieras elegir qué hacer... ¿qué es lo que más te gustaría? —indagó sugestiva. Su voz se había vuelto dulce, como un manjar a ser probado.

La sensación de la joven adolescente fue como si  cayera dentro de un tenebroso cuento infantil. La sonrisa que aquella señora estaba esbozando era completamente artificial y prefabricada, lejana y oscura, pero también atrayente, invitándola a darle una respuesta. Y Alena, si pudiera revelarlo, querría decir la verdad. En cambio dijo:

—Me gustaría bajar a Walddorf, como todos los alumnos.

Käthe Beckerly Frank se tronó los dedos de sus manos, e inesperadamente, se interpuso entre el sillón donde Alexander Bizancio se encontraba, y el borde de su escritorio, apoyándose en él.

—Si tú quieres... yo te puedo dejar —le dijo.

La voz aterciopelada de la directora pusieron nervioso a Alexander, se apretó los puños contra las piernas, sin levantar la vista ni una vez. Como si se hubiera vuelto un cobarde. Había oído de algunos alumnos que Alexander Bizancio no era como su currículo escolar decía, era mucho más impulsivo y animado, y el busca pleito preferido de su hijo Leopold, aunque ahora andaban juntos de aquí para allá, entre libros. Nada se le escapaba a la vista. Tenía voceros que le informaban de todo, que eran sus ojos dentro del refectorio, y dentro de las aulas. Ahora parecía un ratoncillo asustadizo, ansioso por huir de su oficina.

—¿Tienes ganas de ir a ver a tu familia?

Alena levantó sus ojos por primera vez, y con una mueca de asombro, le asintió con su cabeza, y sus lentes se le aflojaron un poco del puente de la nariz, pero los acomodó rápidamente en su lugar. ¿Estaba negociando una salida, pero a cambio de qué?

—Puedes ir, Bizancio. Será un secreto entre los dos. ¿Qué te parece?

—¿E-es en serio? —preguntó con inquietud.

—Es en serio —le sonrió —Comprendo tu soledad aquí dentro. Y quizá... eso te ayude a mejorar las notas. Cantar solamente en el coro no hará que termines el colegio. Necesitas aplicar otros conocimientos, mucho más necesarios, si quieres llegar a ser alguien brillante.

—No sé qué decir —Alena se sentía confusa, le había dado un premio inmerecido según las reglas de Storm, pero necesario para poder bajar a ver a Giovanna y a su hermano, antes de que regresara al colegio donde se había inscripto como pupilo.

—Ya me lo agradecerás más adelante —hizo una mueca con los labios finos apretados, y le observó ponerse de pie, cuando le hizo una seña —Ve a estudiar, querido. Los progresos se dan con ciertos sacrificios.

—Gracias, gracias —salió repitiendo Alexander con pequeñas reverencias, y desapareció por la puerta de la poco iluminada habitación, dejando a la directora entre penumbras.

Alena salió completamente desconcertada de su suerte. No pudo evitar una sonrisa de alivio, por un lado, y de sorpresa por otro. Sin quererlo, bajaría a Walddorf el fin de semana. Tenía ganas de ir, más desde que sabía que estaba prohibido. Y tenía que arreglar, como le había prometido a su amiga, su relación con Leopold, pero era cuestión de tiempo que volvieran a estar juntos los dos. Él era capaz de perdonarle cualquier cosa a esa chica. Y Giovanna era demasiado buena para enojarse. Le intrigaba mucho la urgencia de su último mensaje.

Las campanadas del reloj cantaron las once de la noche, lúgubremente. Las luces se apagaron a medio camino de que Alexander llegara a la puerta de su habitación, cuando fue interceptado por Elián en el corredor. Como siempre, estaba lejos de sus habitaciones, con su uniforme, y su cabellos tan despeinado que parecía que se había pasado los dedos constantemente por él, moldeándolo amorfamente.

—¿Qué te hizo? —le preguntó, interponiéndose en la puerta de Alex.

—¿Quién?

—"El director" ¿Qué te hizo?

—¿Para qué quieres saberlo? —se enojó de pronto Alena, bajando la voz para que no le saliera aguda —No me hizo nada, no es como Luckás —recriminó.

—Es peor que él, Alex —le refutó sombríamente, vagando sus ojos sobre todo el cuerpo del muchacho.

—Me hizo un favor, solamente. Podré bajar con los demás, mañana... —respondió con simpleza  —Eso es genial. No es tan mala como parece.

—Alex...

—¿Qué? —preguntó alterado, estaba molesto con él porque se le había acercado nuevamente sin explicación alguna. ¿Pero no era eso lo que deseaba? Ella solo quería saber por qué la volvía tan loca, y luego se evadía del universo a un mundo alternativo, como si fuese bipolar, aunque lo era con todo el mundo, no era siquiera el dueño de la exclusividad de su indiferencia, al menos.

—Nunca te quedes a solas con ella...

¿Por qué le decía algo como eso?

—¿Estás celoso? —cuestionó Alexander asombrado, atravesando su mirada en los paranoicos ojos de Elián.

El joven dio un paso débil hacia ella, e intentó rodearle el delgado cuello con sus dedos en una caricia, sintió temblar la piel de Alex, que con toda la fuerza de voluntad de la que fue capaz, se separó.  

—Discúlpame... —le pidió Elián indefenso, aunque cuando lo hizo, Alexander ya se había escurrido por la puerta de la habitación, dejándolo a solas en el corredor. Acarició la áspera madera mordiéndose el labio, recriminándose cosas para sí mismo, y se marchó.

°oOo°

Alexander y André cruzaban el patio del colegio, con una mochila a cuestas cada uno, envueltos por el rocío matinal, junto con otro montón de estudiantes. Algunos pusieron en marcha sus coches, pasando por los garajes del internado, otros, eran llevados por choferes particulares, y ellos irían a la parada del bus, desapercibidos de la pompa ceremonial de descenso. Vestían con ropas normales, y llevaban para lavar el uniforme.

Alena recorrió con su vista el espacio que le rodeaba, intentando encontrar a Elián entre los demás, pero no apareció ante sus ojos ni esforzando la vista en ello. Se sentía mal por la forma en que le había tratado, cuando él se acerco. Después de acostarse, había estado pensando que Alex era la única persona con la que volvió a tomar la palabra, pues ni siquiera a sus amigos les había esbozado un simple saludo. Y de allí se puso enferma, Elián era un ser sensible, y que escondía muchas cosas. Desde aquella noche, en el campanario, sus hormonas no la dejaban pensar con claridad, lo quería para ella, en su totalidad y eso le estaba afectando el cerebro y el alma, como un veneno cuyos síntomas primordiales eran los drásticos cambios de humor. Casi estaba como él. Solo que Elián se llamaba al silencio y a la ausencia.

Decepcionada, atravesó el portón del colegio, donde André ya lo esperaba con una sonrisa en el rostro, inquieto y ansioso con sus propios planes.

—Vamos, Prodigium.

—Solo quería ver algo —dijo Alena.

Elián había estado allí, apoyado contra una columna del campanario, siguiendo los pasos de Alexander, hasta que ya no pudo observarle más, y encendió un cigarrillo, escondido y libre, en el único lugar que era la jaula eterna de otros seres como él, que gorjeaban a coro el canto de la mañana.

Leopold cruzó el patio velozmente, aún con su uniforme del colegio, cuando el portón de Storm estaba cerrándose y ya no quedaban alumnos que quisieran pasar el fin de semana en Walddorf.

—¡No! —gritó enojado. Y luego corrió hasta los garajes, tomó una bicicleta antigua de algún empleado, y no dudó en treparse y pedirle al guardia que le volviera a abrir la puerta.

Disparado y en descenso, Leopold pedaleó en ella cuesta abajo, a lo largo de todo el camino, su cabello volaba sobre su cabeza, y sus mejillas se empalidecieron al contacto con el castigo que le profería el aire en su rostro, incluso llegó a ver mucho más adelante, el bus donde iban montados Alex y André a lo lejos. Sin medir las consecuencias de su extrema velocidad, el joven adolescente no se había accidentado en la bajada de milagro, ajeno a los contratiempos del asfalto ni a la falta de aliento.

Desde que la directora había otorgado el permiso para salir, la única idea que tenía en mente André, era una excusa perfecta que le permitiera concurrir a la iglesia de Walddorf para tener aquella minúscula posibilidad de ver a Alexander Bizancio como una aparición angelical deambulando silenciosamente por el templo con su sotana blanca. Estaba completamente absorbido por la idea, tanto que ni Alena se preocupó por su apatía, pues tenía sus propias ideas con respecto al fin de semana. Solo intercambiaron un par de frases durante el trayecto, y cuando el colectivo los dejó en el centro del pueblo, iban a separarse a seguir cada cual su camino.

En eso llegó Leopold, de improviso, causando la sorpresa de sus amigos, cuando frenó su vehículo violentamente, y derrapó contra el suelo. Consciente de la locura que lo había invadido, de pronto las facciones y los nervios del joven se pusieron en marcha más velozmente que su cabeza, y se descompuso, pálido y frío como un cadáver.

—¿¡Es que acaso estás demente, Leopold!? —gritó André corriendo hasta él, y trató de ponerlo en pie, pero estaba mareado. Entre Alexander y él lo sostuvieron —¡El hielo pudo haberte matado!

—Oigan, es la única vez que puedo salir legalmente, sin escaparme. Voy a recuperar a mi novia. Y no me importan las consecuencias.

Alena rodó los ojos, Leopold Frank era tan obstinado, pero consecuente.

—Leopold, no podrás volver al colegio hoy ¿lo sabes, verdad?

—¿Y qué problema hay? Puedo quedarme contigo ¿qué dices? Prometo pagar lo que gastes cuando volvamos a Storm.

Esos no eran los planes de André ni por asomo. Le miró horrorizado, imprevisto. Nunca había contado con que Leopold bajara, que se instalara con él, y le alejara de su idea de poder aunque sea, asomarse dos segundos por la puerta para ver si estaba él.

—¿Estás bien, André? Parece que hubiera dicho una mala noticia —le dijo su amigo prestándole más atención.

André negó, fastidiado, aunque lo disfrazó bien, tras una sonrisa. Alexander se despidió de los dos y se marchó haciéndoles un ademán.

—¡Novato no te olvides! —gritó Leopold con voz amenazante.

°oOo°

Cuando Alena llegó a casa de Giovanna, ésta estaba contemplando la calle tras el cristal de la ventana, solo podía apreciarse de lejos la intensidad del color de su cabello. Pero su piel blanca era como la de un fantasma que se asomaba difusamente. En cuanto vio a su amiga, aún con esa ropa de hombre, le hizo un saludo entusiasmado y desapareció de la ventana.

Había corrido a abrirle la puerta. Tenía una sonrisa muy alegre. Como si nunca hubiese ocurrido el incidente con Leopold Frank.

—Te ves radiante ¿Qué ocurre?

—Pasa amiga, pasa. Estoy tan feliz. Tengo algo que contarte.

Alena subió cada peldaño hasta la habitación de su amiga lentamente, considerando el tono alegre de su voz, y la actitud positiva que la inundaba. ¿Qué sería?

Cuando se encontraron a solas, en el interior de su habitación, saltaron a la cama y Alena se pudo relajar de todas sus actitudes masculinas. Giovanna ya tenía en su cuarto un desayuno para las dos, calentito y reconfortante, lo que su amiga necesitaba para olvidar aquellas paredes frías y oscuras del internado. Le sirvió una taza con un ceremonial digno de un catering refinado, sin dejar de lado aquella sonrisa bondadosa y la luz en sus ojos. La duda asaltó a Alena, quien se sintió desconfiada y asustada. Temió lo peor que podía ocurrir en casos así, bueno dependiendo de cómo le afectara a cada una la idea que cruzó su mente.

—¿Estás lista Alena? —le preguntó con ansiedad.

—Dime... ¿Qué es eso que tanto te alegra? Cuando me escribiste no sé... pensé cualquier cosa.

—Quiero que seas mi madrina —soltó con un suspiro de alegría.

—¿Cómo? ¿Madrina? —repitió desarmándose por dentro, descompuesta —¿Madrina de quién?

—¡Mi madrina!

—¿No estás... Leopold va a ser...?

Giovanna se sonrió aún con mucha mas felicidad que antes. Le tomó las manos y las aferró con fuerza. Negó varias veces con la cabeza, al comprender lo que su amiga estaba pensando.

—Entonces... ¿piensas casarte?

—¡No, amiga! Quiero que seas la madrina de mi bautismo. Voy a cambiar mi religión.

—Giovanna... —murmuró Alena anonadada —En verdad están los dos más que enamorados... —se detuvo a pensar en ella misma, sin comprender aún todo lo que estaba viviendo y lo que sentía por Elián, admiró a esos dos chicos jugando contra todo para estar juntos, a pesar de que estaban peleados, de momento, pero con la seguridad que nunca se separarían a pesar de todo —Claro que seré tu madrina.

Giovanna la abrazó con fuerza y dejó escapar un sollozo.

—Gracias Alena, significa mucho para mí. No reniego de la mía, pero si tanto problema nos causa a los dos, haré el sacrificio por Leopold.

Con esa respuesta, tan cargada de sentimientos puros, sinceros, y sin ninguna clase de remordimientos, Alena por dentro sintió que el pecho le iba a estallar de un dolor punzante que pinchaba su corazón, pues no entendía de qué iba su relación con Elián. Solo se besaban con furia en momentos en que él parecía buscar el cariño de Alexander, huyendo de algo que ella ignoraba. Pero de esa misma forma también, era capaz de alejarse y evitar el contacto. Y cada vez que él se distanciaba, Alena sentía que iba perdiéndolo de a poco en vez de conquistarlo. Si todos eran capaces de hacer sacrificios, ¿por qué ella no podía simplemente hacerse notar ante él como una chica, la chica que lo amaba, por más que su apariencia fuera la de un muchacho? Debía ser valiente y afrontarlo. Después del bautismo de Giovanna, cuando volviera a La Cima, estaba decidida a intentarlo.  

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La BSO que elegí para hoy, les puse cualquier tema, porque me gustó todo el cd. 

DATO: Si les gustan los internados, no dejen de ver la peli de la BSO, se llama CRACKS (2009), y es de chicas, pero es excelente. Después me cuentan q les pareció.

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© Luciana López Lacunza

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