Una Segunda Oportunidad

By apbooks9

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COMPLETA. Abigail Henderson es una muchacha casadera, que en su segunda temporada en Londres es aclamada po... More

Aclaración
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Epílogo
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Capítulo 10

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By apbooks9

"Soy mitad agonía, mitad esperanza"

Jane Austen

Como cada día apenas el sol asomaba sus primeras luces, cuando aún la mañana estaba en penumbras, golpearon a su puerta, pero Abigail había pasado la noche entera con sus ojos abiertos, clavados en el techo de su habitación en LightHouse y con sus pensamientos perdidos en cierto capitán de una fragata inglesa de quién dependían tantas cosas. Se sentó en la cama sin pestañear. Los ojos le ardían del cansancio y apenas tenía fuerzas para mover su cuerpo, se le hacía imposible pensar que tenía que cargar cepillos y estropajos. Cerró sus ojos irritados de tanto llorar y una lágrima se escurrió de ellos mientras alguien volvía a golpear su puerta con mayor intensidad. Se cambió, colocó el pañuelo sobre su cabeza para sujetar su cabello y se apuró a llegar a la cocina. Tomó su lugar como cada día de la última semana.

—Bonita cara traes hoy Gillian... —acotó Laura, obligándola a dirigirle una corta mirada.

—¿Has estado desvelada por el capitán? —lanzó Cora y las risillas cómplices de Harriet y Laura colmaron la cocina.

—¡Qué guapo es! —deslizó Harriet y todas las mujeres de la mesa asintieron al unísono, salvo Abigail, que no recordaba ni su rostro, o al menos, nunca lo había mirado lo suficiente como para opinar. En aquel momento, Andrew Vane no era para ella más que su verdugo, uno que de saber que ella estaba allí, pondría su cabeza en la guillotina y sin dudarlo lanzaría la afilada hoja sobre ella.

—Señoritas... vamos, vamos... compórtense como es debido —espetó Gilbert que hacía su ingreso en aquel momento, mientras Dorothy reía por lo bajo.

Tomó su lugar en la mesa para el desayuno y luego, mientras todos iban terminando el suyo, se puso de pie y repartió las actividades.

—A partir de hoy, ustedes —dijo a las criadas— se turnarán semana a semana para vaciar los orinales de las habitaciones del segundo piso. Hoy comenzarás tú Cora —hizo una clara mueca de disgusto —De las habitaciones y su limpieza se turnarán en grupos de dos como han venido haciendo. Una semana cada grupo. La limpieza de la sala, sala de té, recepción, biblioteca y demás, lo hará el grupo restante. Por la comida Dorothy, ten presente hablar con el patrón para saber sus gustos y armar el menú. Hay que ir al pueblo a comprar lo que haga falta y terminar de llenar la despensa. Ten en cuenta que luego de la inspección de las tierras que hará hoy el señor, me ha informado que irá al pueblo a buscar jornaleros para trabajar, por lo que debes contar su comida también. —Dorothy asintió — Muy bien... a trabajar... y no olviden por favor ningún detalle. Es importante que el señor Vane conserve de nosotros la mejor imagen, sobre todo si quieren quedarse aquí.

Abigail continuaba mirando a Gilbert con los ojos como platos, estaba agotada, sus ojos ardían y su cuerpo le repetía a su mente: «cama, cama, cama, cama... » pero había quedado suspendida ante la orden de vaciar los orinales, la sola idea de volver a meterse en su habitación, la de un hombre soltero y mientras durmiera, tener que tomar su orinal y vaciarlo cada día, le parecía una completa locura. Había pasado infinidad de cosas y su reputación en Londres estaba por el suelo, pero tenía bien claro que no era su comportamiento impropio el que la había mancillado, sino el de su hermana. Siempre había guardado las maneras, la decencia y el recato. No sabía si sería capaz y finalmente agradeció que no fuera ella quien tuviera que hacerlo aquel día.

Se levantó con pesar de la silla y avanzó en busca de los cepillos de libros y de tapicería para ir con Laura a limpiar la biblioteca.

Cuando entró allí, el polvo que había en los libros le hacía picar la nariz y estornudar. Tomó el primero de la estantería, y al pasar el cepillo,  comenzaron sus ojos a lagrimear y no podía parar de estornudar y toser. Laura la miró detenidamente y puso sus ojos en blanco.

—Válgame Gillian, ser de tu grupo de seguro me dará doble trabajo...

—Lo siento... es el polvillo... no sé... no puedo parar... —un nuevo ataque de estornudos la invadió.

—Vete, vete a la sala del té y comienza allí mientras yo sigo en esta parte... tendrás que acostumbrarte, porque la biblioteca es muy grande para una sola.

—Gracias Laura. —alcanzó a decir mientras los estornudos la alcanzaban nuevamente y de manera más estrepitosa.

Tomó la salida hacia la sala de té y se detuvo en el camino pues los estornudos no la dejaban ni respirar. Apoyó ambos brazos en la mesita con flores, en un intento de sujetarse y tomar fuerzas para recuperarse. Sus ojos ya irritados por el cansancio y la falta de sueño, comenzaron a soltar las lágrimas y cerró su boca conteniendo aquel estornudo tratando de que el aire volviera a ingresar y que se le pasara. Apretó su nariz y cerró sus ojos.

—¿Se encuentra bien? —La voz de Andrew la sorprendió por detrás y se volteó al tiempo que terminó lanzando el estornudo contenido de una manera sumamente estrepitosa, y sobre él específicamente.

Se quedó pasmado y ella con sus ojos bien abiertos, mientras que nuevos estornudos y aquel picor en su garganta amenazaba con generar una nueva catástrofe. Sus piernas temblaban en aquel segundo en el que se debatían entre pedirle mil disculpas y salir huyendo. Llevó su mano a su boca intentando contenerse y emitir alguna palabra.

—Lo- lo siento.

Fue lo único que pudo decir y salió huyendo de la sala hacia el jardín, tosiendo y estornudando.

Caminó rápidamente hacia el cerco de piedra e inspiró profundo aquel aire fresco y salado del mar.

Cerró sus ojos y contuvo su pecho para tranquilizar a sus pulmones. Sus ojos vertían infinidad de lágrimas y estaban tan rojos como su cabello.

«Hay Dios... sí que es guapo» se dijo mientras inspiraba y exhalaba lentamente por la nariz.

Luego de unos minutos, cuando pudo respirar con normalidad se volvió a mirar la casa, pensando en que finalmente parecía que no la había reconocido, de ser así, estaría parado allí mismo lanzándole sus pocas pertenencias para que se largara inmediatamente de su casa.

Retomó el camino y volvió a presentarse en la sala de té para hacer sus labores, agradeció no volver a encontrárselo por allí.

****

Andrew lavó su rostro que había quedado terriblemente, luego de aquel estornudo. Tomó la toalla y al secarse se quedó pensativo.

«Aquellos ojos, ese cabello... » Eran claros como el agua de una laguna y resaltaban en aquella piel clara, enmarcados por ese mar de puntitos que sobrevolaban su nariz y sus pómulos, haciendo de aquel rostro un paisaje hermoso con un cielo rojizo. «Son tan parecidos... No, no... no puede ser, es imposible» se dijo a si mismo totalmente convencido.

Se colocó el sombrero y fue hasta los establos a buscar a su caballo. Lo sacó fuera y le colocó la montura mientras acariciaba sus crines y su cuello.

—Vamos Macario... hoy tenemos trabajo.

Se montó y recorrieron todas las tierras que había comprado. Eran amplias y bastas, aptas para la agricultura. Cuando las miró, mientras el sol les daba de lleno haciendo que el verde de la hierba fuera más refulgente, se sintió el hombre más afortunado. Tenía la hermosa casa, las extensas tierras frente al mar y en el sur de Inglaterra. Había cumplido su sueño, sólo le faltaba formar su hogar. Pensó en Julianne y sonrió al saber que faltaba tan poco para volverla a ver. Pediría su mano, no esperaría más.

Luego de varias horas, llegaron a las caballerizas. Dejó a Macario sin la montura y se tomó el tiempo se cepillarlo y darle de beber. Caminaba de regreso a la casa y Charles salió a su encuentro.

—Hey Andrew, pensé que iríamos juntos.

—Lo siento, salí temprano y no quise interrumpir tu descanso. No sabía si te apetecía andar en labores de campesino. —sonrieron.

—Sabes que sí...

Entraron a la casa y se sentaron en la sala.

—Las tierras son hermosas y se nota que serán productivas, pero necesito mano de obra, semillas, herramientas... —Charles asintió mientras bebía un poco de limonada.

Andrew hizo sonar la campanilla y Harriet apareció por allí.

—Sí señor.

Se volvió hacia ella y se detuvo un breve instante mirándola. «No es ella...» pensó mientras fruncía el ceño al darse cuenta que había estado esperando a la criada de los estornudos.

—¿Podría llamar a Robert?

—Sí señor, enseguida. —hizo una breve reverencia y salió.

—¿Qué te pasa?

—Nada... es que hoy me sucedió algo muy extraño y me quedé pensando en eso...

—¿Qué será?

—No me hagas caso... es mi mente que se empeña en engañarme. —sonrió divertido y Charles lo acompañó.

—Señor Vane, ¿me necesitaba?

—¿Ha podido conseguir el encargado para las caballerizas?

—Sí señor. Mañana  llegará del pueblo.

—Muy bien. Prepara la carreta porque a primera hora quiero ir a comprar las cosas que necesito y buscar trabajadores.

—Sí señor Vane. Sé perfectamente donde podrá encontrarlos.

—Entonces vendrás conmigo. —Robert asintió.

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