Julio de 1975.
Narcissa siempre fue una amante del arte, en cualquier forma. Por eso, tras mudarse a la Mansión Malfoy, después de la luna de miel, la llenó de arte. Y allá donde posaban la vista, solo había arte.
Había arte en los cuadros que adornaban los pasillos, piezas exclusivas que conseguía en subastas de alta categoría. El que descansaba sobre la chimenea se lo había arrebatado ni más ni menos a Madame Greengrass por trescientos galeones.
Y libros. Muchísimos de ellos, en la biblioteca, cubriendo estanterías de arriba a abajo. Libros sobre magia de todas las clases.
Esculturas que ocupan los pasillos. Y auténticas obras maestras de jardinería que decoran el jardín.
Arte allá por donde mirara, en sus dedos en el piano, en el viento meciendo los árboles, en las elaboraciones gastronómicas que los elfos domésticos les servían a la hora de comer.