Tenía un corazón
que por poco
era alquilado,
pero
aún pudiendo conseguirlo,
quisieron robarlo.
Escuché su llanto desolado.
¿Por qué lloras
cuando lo regalabas
por dos centavos?
Cuando me sentaba contigo a hablar,
una parte de mí
se encargaba de escuchar,
la otra parte en pensar
y, la última,
en desconfiar.
Te seguí escuchando llorar
la semana pasada.
Y, sí,
ésta mañana
tus lágrimas aún estaban en mi almohada.