Memorias Perdidas

By KarasuDioniso

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Shiina, un legendario brujo encarnado en un enclenque cuerpo humano, es elegido por su monarca para investiga... More

Amanecer
Cuervo: El ave que protege el nido
Cuervo: Ilusionada
Shiina: Aves de amor
Shiina: Punto de quiebre
Shiina: Señuelo
Shiina: Días lejanos
Shiina: Cuervo
Shiina: Jaula de oro
Shiina: Emigrando
Shiina: Festival de enamorados
Shiina: Ave cantora
Shiina: Orgullo
Shiina: Egoísta
Shiina: Torbellino
Shiina: Tangente
Nadeshiko: Carta de despedida
Agradecimientos

Shiina: Desmintiendo

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By KarasuDioniso

Con el ánimo de poner en marcha mi plan, la mañana en que cumplía ocho días desde mi desencuentro con la líder Halcón, charlé con la dueña de la posada donde me alojaba. Tras dar algunos rodeos, le pregunté por el amo de aquella ave: Nadeshiko Izumi.

─ Ah, ese hombre... ─ comentó la señora sin mucho interés ─. Trabaja para el palacio, como uno de los comerciantes principales ─ tras una pausa en la que mantuvo el ceño fruncido, continuó ─. La verdad no es común verlo por el pueblo, pero si quieres contactarlo podrías dejar un recado en su residencia.

Muy lejos de aquella intención, medité por un momento la idea de conocer el sitio donde vivía un hombre tan importante para aquel proyecto. Probablemente encontraría alguna pista ahí.

─ Se lo agradecería mucho ─ dije esbozando una sonrisa. Luego de darme las indicaciones la mujer se retiró, justo cuando Kaede hizo su aparición en el comedor.

─ ¿Vas a salir? ─ suspiró, sentándose a mi lado. Parecía ser menos reticente que yo al hecho de sentarse en el piso ─ ¿Tienes algún plan?

─ Creo que sí ─ contesté. Desde nuestra última aventura, la brujita se mostraba histérica en cuanto a encontrarnos con los Halcones, así que tal vez era mejor no mencionarle mi idea ─. Puedes quedarte a descansar. Será un día pesado.

─ Por mí está bien, pero no te dejaré salir así ─ Kaede me rodeó el cuello con los brazos, melosa.

─ Me dijiste que eso es de mala educación aquí, detente... ─ alegué, apenado.

─ Si uno de esos monstruos te llega a encontrar no volveré a verte, déjame ser linda contigo una supuesta última vez ─ reprochó, soltándome ─. Me refería a que tengo un disfraz. Es perfecto para ti, y estoy segura de que esa horrible carroñera no te reconocerá si te encuentra.

~~~

Poco antes del medio día salí de la posada calzado en un vestido europeo amarillo. Los moños y el encaje no eran nada comparado a mi destrozada dignidad. Para otros no debía verme tan raro, después de todo aún conservaba un toque de esa infancia andrógina en mis rasgos; pero para lo que yo era realmente en el mundo de las brujas, me sentía humillado.

Nadeshiko Izumi vivía alejado del pueblo, siguiendo el sendero de una montaña por la que se distinguían varios sembradíos y una que otra residencia humilde. Era un sitio pacífico y sombreado por abundante bosque. Por lo que había entendido, al final del camino había un templo de su religión animista, pero hace años estaba abandonado. La penúltima casa, era la que yo realmente buscaba.

Estaba semi oculta entre setos descuidados y varios árboles, entre los que me asomé cuidadosamente para observar. A diferencia de las otras viviendas de la zona, esta era elegante y bien construida, pero muy abandonada: telarañas en las bigas, el techo lleno de hojarasca, y los maderos estructurales carcomidos por la humedad. 

Intentaba agudizar la vista para distinguir algo a través de la ventana abierta, cuando sentí un ligero tirón en la falda, y antes de que reaccionara, sonó una apagada voz en mi oído izquierdo.

─ Usas falda, pero tienes "cosita".

Tan rápido como pude me di la vuelta, encontrándome con una muchacha parecida a Cuervo, solo que no tan alta. De inmediato capté el filo de unos extraños cuchillos negros que salían de sus manos, enredados en jirones de tela amarilla muy parecida a la de mi vestido.

Grité espantado, cayendo de espaldas por los matorrales al interior de la residencia. La mujer me miró divertida, entrando por el hueco que había hecho sin querer. Lo que salía de sus manos eran sus propias uñas, de unos doce centímetros aproximadamente, muy parecidas a las de aves de carroña. El despeinado cabello gris le cubría parcialmente los ojos, contorneados por ojeras marcadas en una tez pálida y curtida por numerosas cicatrices y vendajes. Usaba una yukata negra simple, desarreglada. 

─ ¿Estabas espiando al petirrojo, pervertido? ─ inquirió con voz floja y un dejo de humor.

─ Por favor, tranquila, no entiendo...

─ ¿Qué haces, Aoi? ¿Quién es ella? ─ interrumpió una nueva voz, más aguda y potente.

─ Atrapé a un pervertido que te espiaba ─ se excusó con un puchero infantil.

─ Yo no espiaba ─ exclamé, rogando que entendieran mi pronunciación.

─ ¡Eres un niño...! Aoi, ¿eres idiota? ─ me molestó un poco que se refiriera a mi como a un menor, siendo que ya tenía dieciséis.

La nueva mujer se inclinó para ayudarme. Tenía el cabello atado en un moño castaño cobrizo, del mismo tono que sus llamativos ojos. Al igual que la otra era un poco mas alta que yo; con caderas y belleza prominentes, en un traje rosa y un delantal sucio de tierra. 

─ ¿Le rasgaste la ropa? La única pervertida aquí eres tú. Vete a cortar leña para la cena ─ ordenó a la albina, que le miró ofendida, para luego retirarse rumiando por lo bajo ─. ¿Te has lastimado? ¿Cuál es tu nombre, pequeño?

La castaña se llamaba Robin, y junto a Aoi formaban parte de las temidas Halcones. Eso lo tenía claro mientras me dejaba conducir por la amable petirrojo, que me dio un ligero traje japonés en reemplazo del vestido roto. Cuando me preguntó ─ algo avergonzada ─ porqué me vestía de mujer, fingí no entender su pregunta por alcance de idioma, y ella no insistió. En realidad, fue una excusa que usé durante gran parte de la charla, a pesar de comprender casi todo. 

Entre señas y medias frases, le afirmé a Robin que era un turista perdido que quería llegar al templo "al final de la villa", para justificar el haber estado husmeando. Dulcemente me corrigió, y me invitó a quedarme a descansar mientras le hacía compañía. Sin intención, la inocente muchacha me informó sobre las rutinas de su amo ausente y que vivía en esa casa junto a él y dos "hermanas".

Cuando caía ya la tarde apareció Aoi cargada con maderos notablemente arrancados por la fuerza, y uno que otro jirón de mi vestido aún entre sus uñas. Me fulminó con una mirada infantil durante un largo instante y luego se retiró al jardín en silencio.

Antes de regresar a la posada le pedí a la castaña que me dejara descansar en una habitación, sin dar demasiadas razones. La verdad necesitaba un momento para ordenar mis ideas, y la excusa del idioma me venía de maravillas frente a su hospitalidad. 

Tenía claro que estaba en un territorio enemigo muy peligroso, completamente solo en medio de una montaña. Para mi suerte ninguna de las dos chicas parecía ser muy cautelosa (probablemente porque, según los informes, ambas habían tenido poco contacto con otras aves o humanos), y Cuervo no había dado ninguna señal de estar por ahí. Por quien menos debía preocuparme era por el comerciante Izumi, pues sus viajes duraban meses, y precisamente ahora estaba en otra región de la península.

Escabullirme por los pasillos buscando algún tipo de pista era demasiado arriesgado, sobre todo porque incluso si encontraba un documento con toda la verdad, sería incapaz de leerlo. Congestionado en pensamientos, entonces, intenté buscar el modo de sacarle provecho a esa situación, pero antes de que hallara el modo, me quedé profundamente dormido sobre el tatami.

~~~

Desperté de sobresalto, después de un sueño extraño en que una Cuervo de 5 metros de altura, usando un vestido europeo amarillo, me sujetaba con sus garras de pájaro. Quería encerrarme en un templo abandonado que casi se caía de lo carcomido que estaba por la humedad del bosque, y se reía con una voz excesivamente ronca y apagada.

Cuando me calmé y asumí que había sido una tontería, me di cuenta de que ya había anochecido, refrescado, y me dolía horrores el cuerpo por dormir en el piso. A través de las puertas de papel oía el eco de la chillona voz de Robin, riñendo a alguien, y un graznido molesto y desganado que seguramente pertenecía a Aoi.

Me di cuenta de que mi situación había empeorado, pues me costaría mucho mas atravesar el oscuro bosque de regreso a la posada. Me sorprendí un poco de que las chicas no me hubieran despertado, tal vez pensando que no tenía dónde dormir.

Fingiendo naturalidad en aquella situación, me dirigí a la estancia principal, cayendo pronto en cuenta de que había olvidado el factor mas letal de todos: la misma Cuervo, sentada en la pequeña mesa que usaban como comedor. Llevaba el cabello recogido en una coleta alta, acompañada por un traje ligero, que dejaba a la vista una de sus torneadas piernas. Sus ojos cansados estaban perdidos en la nada, y aunque quedé paralizado, ella no me prestó la mas mínima atención.

Sobre la mesa había ocho pocillos, cuatro con arroz y el resto vacíos; y un pequeño recipiente con palillos de madera. Frente a Cuervo y a su lado estaban los espacios libres. El otro lugar lo ocupaba una Aoi irritada que trataba de coger los palillos con las garras.

─ ¿Has descansado? Puedes cenar aquí y dormir ─ me dijo Robin pausadamente, esforzándose en que le entendiera. Dejó sobre la mesa una fuente con verduras y otra de pescado.

─ ¿Porqué él sigue aquí? ─ reprochó Aoi, entornando los ojos.

─ Porque gracias a ti, el pobre se quedó sin ropa. Lo menos que podemos hacer es ser hospitalarias ─ levantó la voz Robin. Tenía tono de mamá regañona. Desapareció en la cocina y luego volvió con un último recipiente de bollos pálidos y apariencia esponjosa ─. Siéntate, pequeño.

─ Muchas gracias ─ musité, avergonzado. En el momento en que pronuncié aquellas palabras, los cansados ojos de Cuervo parecieron volver lentamente a la realidad, girándose de golpe hacia mi temblorosa figura.

─ Maestra Cuervo, él es Shiina ─ nos presentó Robin con tono sumiso ─. Es mi invitado porque Aoi rompió su ropa, ¿recuerda que se lo comenté hace un momento?

Cuervo me clavó los ojos con una mirada profunda, amenazante, y luego se volvió a la mesa. Un poco inseguro de si me había reconocido o no, la vi coger sus palillos, y servirse pescado.

─ Hmm ─ fue toda su respuesta. Me costaba sostenerme en pie, mientras mi ansiedad crecía oyendo el rasgar de las garras de Aoi contra la madera.

─ Toma asiento ─ insistió Robin, notablemente incómoda. El único puesto libre estaba junto a Cuervo, y durante un instante consideré la opción de simplemente salir corriendo... pero, ¿acaso no era mas seguro simplemente fingir demencia? Mi estómago protestó, aunque no supe si por nervios, hambre, o rechazo al arroz ─. Bien, ¡buen provecho a todos!

Robin juntó sus palmas al decirlo, y Aoi imitó el gesto con un solo palillo entre las manos. Kaede me había dicho que era un gesto común en esas tierras, y me apresuré a replicarlo. Según había entendido, era un acto de educación servirse la comida luego del agradecimiento, pero justo a mi lado estaba Cuervo, ya abastecida con verduras, pescado y dos de los cuatro panecillos al vapor. Ni siquiera había prestado atención a sus hermanitas.

Por encima de la mesa le extendió el plato de verduras a Aoi, quien lo cogió un poco dubitativa. Estaba seguro de que lo esparciría todo cuando le vi inclinando el pocillo para servirse.

Cogí los palillos como aún no sabía hacer, y traté con ellos de empujar un trozo de pescado sobre mi arroz. No tardé mucho en darme cuenta que ya no quedaban panecillos al vapor para mí, y Robin también lo notó.

─ Maestra Cuervo, uno de esos era para Shiina ─ reprochó, pero no le hizo caso. La castaña me miró con ojos de súplica, a lo que le quité importancia con un gesto de la mano.

─ ¿Porqué no comes? ─ dijo Aoi con sorna. Al parecer había notado que no sabía usar los palillos.

─ Eso iba a hacer ─ contesté, un poco picado de que precisamente ella se burlara, estando en igualdad de condiciones que yo.

─ Coma primero y luego sírvase, por favor ─ dijo Robin a Cuervo, perdiendo la paciencia.

─ Veo que la casa está animada ésta noche ─ interrumpió de pronto una voz ronca, que hizo estremecer mi cuerpo en adrenalina.

─ Mi señor Izumi ─ canturreó emocionada la castaña.

Un hombre delgado y joven acababa de entrar en escena. Tenía el cabello largo atado, y su rostro inexpresivo con una mezcla de rasgos europeos. Dirigió rápidamente los ojos a mí y expuso una sonrisa vacía.

─ Creí que había educado bien a mis chicas, pero si dejan entrar a un brujo a espiar mi hogar con tanta facilidad, es que todavía me falta por enseñarles ─ casi se me escapa un jadeo, sintiendo el cosquilleo de peligro bajo su mirada. Aoi emitió un sonido extraño, y Robin me miró boquiabierta.

Con calma, el hombre avanzó por la estancia hasta plantar un suave beso en la frente de ambas chicas, y luego se sentó entre Cuervo y la petirrojo.

─ Eehhh... yo... ─ balbuceó la castaña, con ojos llorosos.

─ No es de importancia ─ la tranquilizó Nadeshiko con unas escuetas palmaditas en el hombro. No había besado a Cuervo, y sin embargo le robó de su plato un trozo de pescado, otra cosa que me habían dicho que era de pésima educación en ése país.

─ Yo no quería... Qué pésimo recibimiento..., de haber sabido que volvería esta noche me hubiera esmerado mas en la cocina ─ murmuró Robin, aún avergonzada ─. Quedó un poco de arroz, en seguida puedo hacer...

─ No hace falta.

La indiferente Cuervo sacó un par de palillos del recipiente y los acercó al recién llegado (sin mirarlo), pero él volvió a negar con la cabeza.

─ En realidad solo vine a buscar a mi hermosa Cuervo. Hoy toca trabajar  ─ Sentí un escalofrío al preguntarme de qué se trataría esa misión, y porqué Aoi había dejado escapar una risa tonta al oírlo ─. Cuando acabes de comer...

Cuervo dejó sus palillos en la mesa, y se dispuso a ponerse de pie.

─ Aún no has terminado ─ señaló Robin, con un hilo de voz.

─ Perdí el apetito hace mucho ─ contestó la ronca voz de Cuervo, dirigiendo sus ojos fieros hacia mí. Se levantó con gracia felina, y un caminar que balanceaba sus caderas venusinas ─. Vamos ─ apremió al señor Nadeshiko, que la observó con interés.

─ Buen provecho ─ se despidió el hombre pasando su vista por todos los presentes ─. Mi princesa Aoi, come despacio ─ agregó con dulzura falsa. Luego, desapareció por el pasillo tras Cuervo.

Durante un momento quedamos en un silencio que sólo fue roto por el suspiro agotado de Robin. Yo también me sentía agotado, y confundido. Dirigí la vista al frente, y vi como Aoi tenía desperdigado por la mesa arroz, algunas verduras y trozos de pescado. Estaba atascándose con el panecillo en ése momento, medio deshecho entre sus garras.

─ Yo... ─ solté, sin saber cómo continuar aquella frase.

─ Mi señor dijo que no era de importancia ─ me cortó la castaña, aunque con un ligero resentimiento en la voz ─. Casi ni tocó su comida... ─ musitó, observando el puesto vacío de Cuervo. Cogiendo el pocillo, se dirigió a la cocina.

─ Dicen que van a trabajar ─ rió Aoi tragando el pan que le quedaba ─, pero solo van a divertirse con las maikos. 

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