Somos polvo de estrellas

By AnissaBDamom

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¿Alguna vez has deseado retroceder en el tiempo? Ojalá fuese tan sencillo como cerrar los ojos con fuerza, de... More

Importante
SOMOS POLVO DE ESTRELLAS
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2. Parte 1
Capítulo 2. Parte 2.
Capítulo 3. Parte 1.
Capítulo 3. Parte 2.
Capítulo 4. Parte 1.
Capitulo 4. Parte 2.
Capítulo 5. Parte 2
Capítulo 6. Parte 1.

Capítulo 5. Parte 1.

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By AnissaBDamom

He pensado en la muerte y en el dolor cada día desde aquella noche. Supongo que la obsesión es una de las fases no oficiales de la aceptación. Obsesión por entenderlo, obsesión por creer que de verdad hay "Otro lado",... Obsesión por aferrarte a algo para no hundirte en el abismo. El dolor es un larguísimo túnel sin luz y sin final, un lugar desértico y oscuro que se cierne sobre ti y te aísla de todo, incluso de ti mismo. La gente dice que hay que avanzar por él, aprender a orientarse para llegar al otro lado. Insisten en que siempre hay un final. La mayor parte de las veces es gente que nunca ha estado en él, personas que se mantienen al otro lado, ese en el que hay esperanza pero en el que tampoco están a salvo, inconscientes aún de su propia vulnerabilidad. Si embargo, yo sentía tanto miedo que me había quedado ahí, en medio de la oscuridad, agazapada, esperando sin éxito a que la luz regresara o con la esperanza de acostumbrarme a esas tinieblas y volver a vislumbrar algo entre las sombras.

Creo sinceramente que tenemos un sistema de defensa natural contra el sufrimiento que nos impide sentir el dolor o, incluso recordarlo, cuando llegamos al límite. Exactamente igual que cuando uno se desmaya porque tiene una fractura abierta o demasiada fiebre. El cuerpo, que es sabio, en su afán por sobrevivir, desconecta.

No tengo ni idea de cómo se mide el dolor. Supongo que cuando sientes que una mole de cemento te aprisiona el pecho sin dejarte respirar o cuando por mucho que gritas no sientes ningún alivio.

No, no tengo ni idea pero, sea como sea, el corazón sabe cuándo llega al límite y, entonces, se endurece. Desconecta de la única manera que le permite seguir latiendo. Yo creía que lo de las corazas era algo que quedaba bien en los chicos malos de las películas o los libros pero no se trata de algo poético, sino de supervivencia. ... Te vuelves insensible para protegerse. Aprendes a vivir en la oscuridad del túnel. Y ese estado catatónico en que solo eres un espectro que no vive, ni disfruta, es mucho peor. Al fin y al cabo, somos lo que sentimos. Cuando llegas a la fase en la que tu corazón no siente, una parte de ti muere, se apaga... Y eso es peor que el dolor en sí. El dolor, al menos, te recuerda que estás vivo. Yo recuerdo perfectamente cuándo llegué a ese límite y fue la mañana siguiente a descubrir que mi mejor amiga había muerto, de repente. No fue al ver la calle cortada, la cinta amarilla de la policía, cuando vi su pelo y su mano inerte y grisácea asomando por el marco de la puerta de su casa bajo la sábana blanca, o cuando el sanitario me impidió pasar y sus labios pronunciaron esas dos palabras: "Ha muerto".... Ni siquiera cuando mi propio grito partió mi pecho. No. Fue el horrible día posterior, cuando desperté y me di cuenta de que todo aquello era real y no una terrible pesadilla y la verdad cayó a plomo sobre mí. La terrorífica certeza de que no había esperanza, de que ella nunca regresaría,.... Ese día mi mundo se hizo añicos desparramando los pedazos por toda mi realidad, y mi desgarro se transformó en granadas que destrozaron todo alrededor. Aquel día, y muchos otros después, deseé arrancarme la piel a tiras, literalmente, pedazo a pedazo, segura de que ese dolor aliviaría el de la llama que me atravesaba, feroz e inagotable. Quise golpear todo, incluso a mi misma, para despertar de ese sueño... Pero no lo hice. No desperté... Entonces, la impotencia amenazó con volverme loca, la impotencia por encima de todo por no entenderlo y no poder cambiarlo... Ese fue mi máximo. Pasé por casi todas las fases, hasta que, finalmente, mi corazón entró en hibernación o en coma auto infligido y, desde entonces, aunque yo no era consciente de ello totalmente, me convertí en un espectro. En un dementor que pululaba por ahí absorbiendo la energía de mi familia que, desesperada, ya no tenía ni idea de qué hacer para ayudarme...

— ¿Qué te ocurrió ayer?—me preguntó Harry al día siguiente, después de varias horas practicando, mientras metíamos "a la de tres" los pies en sendos cubos de agua con hielo. Llevaba evitándole todo el día pero en ese momento, no había forma de huir de aquella conversación.

—No me encontraba bien—respondí con una mueca. En ese instante, el frío envolvía mis pies rojos, doloridos y algo hinchados. Había sido una mañana muy intensa física y emocionalmente. Habíamos dedicado horas a la técnica y esa misma tarde, empezaríamos con los primeros intentos de una coreografía.

—Estás horrible.

Me restregué la cara con las manos y pasé la mirada por el espejo que cubría la pared a mi derecha. Tenía razón. Estaba muy pálida. En mis ojos había claras muestras del insomnio y de las largas horas que había pasado llorando la última noche. La sudadera negra tampoco es que ayudaba mucho...

—No he dormido bien—respondí.

Él frunció los labios, en silencio. Se frotó un poco las rodillas y añadió:

—Podemos empezar mañana, si no te encuentras bien.

—No, no. Estoy perfecta—aseguré. Era cierto que me faltaban fuerzas en ese momento. Sin embargo, la alternativa suponía volver a mi cuarto y llorar. No, definitivamente ese era el único lugar en el que deseaba estar.

Estiré los pies en todas direcciones dentro del cubo. Poco a poco empezaba a sentir el alivio.

Harry no se dio por vencido. Ladeó el rostro hacia mí con una expresión preocupada.

—Pues no pareces estar bien.

Me encogí de hombros.

— ¿Por qué no iba a estarlo?

—Te vi hablar con una mujer. ¿Quién era?

—Nadie.

—Te fuiste justo después de hablar con "nadie" y no volviste.

Le lancé una de esas miradas que él sabía interpretar a la perfección.

—Estaba preocupado. Ni siquiera has respondido al teléfono.

—Perdona. No vi tu llamada.

—Fueron tres, Olivia.

—Ya he dicho que lo siento, ¿vale?

Soné desagradable y odiaba que fuera así, pero no estaba lista para contarle nada de lo que había pasado en las últimas veinticuatro horas.

—De acuerdo. Volvamos al trabajo.

***

— ¿Cómo lo ves?—le pregunté a Harry tres horas más tarde.

Era el primer intento de coreografía juntos. El sonido de la música de nuestro MP3 aún recorría los pasillos vacíos de toda la escuela. Llevábamos horas bailando sin descanso. Danza moderna, ballet, ... Tenía los músculos doloridos y los pies ardiendo. Por las enormes ventanas de la sala la noche había ido robándonos casi toda luz. Las lámparas del techo y su color frío acentuaban la sensación de cansancio que recorría mi cuerpo. No quedaba nadie ya en el edificio, a excepción del conserje y de nosotros mismos.

—Hay algo que no va bien.

— ¿Qué quieres decir? No me he equivocado y tú tampoco.

—No, ya sé que no. Tus movimientos están bien.

—Entonces, ¿cuál es el problema?

Harry se acercó al mp3 y paró la música.

—Que solo son eso, Livi—dijo al silencio de la sala—. Estás ejecutando, sin más. No hay sentimiento. No hay... corazón.

Abrí los ojos de par en par,, ofendida.

—¿Qué quieres decir?

—¿Qué quiero decir, Livi? —repitió, cansado— Que no hay rabia, ni amor, ni nada. Es como si te hubiesen programado.

Retrocedí un paso, dolida.

—Eso ha sido duro—respondí.

—Sí y perdona pero tengo que decirlo. Sé que estás bloqueada y lo entiendo. Es solo que... Mira, podemos ensayar todo el tiempo que quieras pero creo que presentarnos este año no es buena idea.

—Estamos empezando con esto. ¿No crees que es un poco pronto para ser tremendistas?

—Es que... La verdad, no sé si esto ha sido buena idea.

—Vuelve a empezar—pedí, intentando ignorar su comentario.

—No. Ha sido suficiente por hoy. Debemos descansar. Nos vemos mañana.

—¿En serio? —Solté indignada—Si no ibas en serio con esto, ¿por qué narices me has hecho perder el tiempo? —le grité.

—¿Perder el tiempo? Venga ya, Livi...

Él retrocedió hasta la esquina, cogió su bolsa, se la echó al hombro y salió de la sala sin mirarme.

Yo me llevé las manos a la cintura. Respiraba a toda velocidad por el esfuerzo.

De un manotazo, barrí las lágrimas que resbalaban por mis mejillas. Fui hacia el final de la habitación y volví a poner la música. Sacudí la cabeza, respiré hondo y volví a empezar...

Cuatro meses antes vivía en el internado de la Escuela. Allí siempre estaba rodeada de gente, riendo, estudiando o haciendo planes,... Sin embargo, una visita de mis padres al psicólogo después de lo ocurrido fue todo lo que necesitaron para arrancarme de allí y obligarme a regresar a casa bajo su atenta mirada. 

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