Play with fire. [La Casa de P...

By VickyAri29

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Una regla, solo una regla fue la que el profesor le había pedido respetar, una y nada más, parecía sencillo... More

Sinopsis.
Capitulo 1: Rehen.
Capitulo 3: Crimen y castigo.
Capitulo 4: Culpas.
Capítulo 5: Sangre derramada.
Capitulo 6: Sentimiento de traicion.
Capitulo 7: Rompiendo reglas.
Capitulo 8: Desahuciado.
Capitulo 9: Fugaz.
Capitulo 10: Malheridos.
Capítulo 11: Punto límite.
Capítulo 12: Control de daños.
Capítulo 13: Pasado.
Capitulo 14: Explosivo.
Capitulo 15: Perdida de control.
1k, y el especial.
Recuerdo: Al límite de las reglas.
Capítulo 16: Hasta el final.
Capitulo 17: Perdida.
Capítulo 18: Fachada de cristal.
Capitulo 19: Dolor.
Capitulo 20: Amor.
Capitulo Final : [Parte1].
Capítulo Final: [Parte 2].
¿Aviso?
Aviso importante.

Capitulo 2: Numero 68.

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By VickyAri29

Mientras Berlín escuchaba las palabras de Arturo Roman, le dedicó una pequeña mirada a Samara y Denver, este último acercándose rápidamente al entender la señal, en su rostro una expresión de molestia al detenerse frente al rehén, y jefe de la fábrica de moneda y timbre. Los ojos azules de la muchacha fijos en el.

-Pero a ver, ¿Tu que te piensas que eres el puto Gandhi?.-Preguntó con furia, y Berlín sonrio tranquilizador, apartándose a un lado, la muchacha entre ellos conteniendo la divertida sonrisa que quiso escapar de sus labios.

-Calma Denver, que el el señor Arturo es un amigo mío. Compartimos una gran afición por el cine.-Con esas palabras, Berlín se alejó, y Denver dio un paso al frente, alzando frente a el, y contra la frente de Arturo la pistola que traía consigo, las exclamaciones de horror no se hicieron esperar, y cada rehén dio un paso atrás, temiendo que ellos fueran los próximos en salir heridos, sin embargo, esa no era la intención de Denver.

Entonces, y bajo la sorprendida mirada de los presentes, le dio vuelta al arma, poniendo la empuñadura en dirección al rehén de aterrada mirada, el mismo que ya casi temblaba del susto.

-Coge la pistola.-Le ordenó el atracador de los ojos azules, y el hombre casi sin respirar negó con la cabeza.-No te estoy preguntando que si quieres, te estoy diciendo coge la pistola, coge la pistola, coge la pistola.-Siguió repitiendo Denver ante cada negación del hombre, y sin más opción, terminó tomándola.-Y ahora me apuntas.

-No, por favor, no.-Rogó el hombre al borde del llanto, entre los sollozos de las personas que los rodeaban, y bajo la mirada de todos ellos.

-Te estoy diciendo que me apuntes. Es una puta orden, que me apuntes, coño.-Ante el rehén paralizado, el mismo tomó  la pistola por el cañon, directo a su pecho.-Aquí bien.

-No por favor.

-Y ahora me disparas.-Siguió diciendo el de ojos azules.

-¿Cómo?.-Preguntó estupefacto el hombre de nombre Arturo, y ante la orden del atracador.

-Que me dispares, disparame.

-Por favor, por favor no.-Murmuró, por que no quería hacerlo, no quería ser un asesino, sin embargo, Denver no estaba dispuesto a dejarle opción, y tomando otra arma, la apuntó directamente a su frente, entre más exclamaciones aterradas.-O me disparas tu, o te disparo yo. Te regalo diez segundos. Uno, dos, tres...-Comenzó a contar.

-Te daremos un arma real, ten cuidado en que no se te vaya a salir un tiro y te hagas daño en las manos, o en esa carita tan mona que tienes muñeca.-Soltó Berlín en un tono burlón sobre su oído, aprovechando la distracción de Denver, y que nadie estaba mirándolos, y la muchacha frunció el ceño al oírlo.

-No vaya a ser que se me escape un tiro directo a tu cabeza, si vuelves a decir algo así, Berlín.-Gruñó en un bajo murmuro, en un tono amenazador, en el mismo instante que Berlín sonreía levemente.

-Mm, como me encanta cuando dices mi nombre así.-Respondió, solo haciéndola enojar más, por un momento ambos olvidándose del lugar donde estaban, retandose el uno al otro en su pequeña discusión, hasta que fueron interrumpidos por el sonido del percutor al disparar que resono en las paredes seguido de la risa de Denver.

-Son falsas arturito, pero lo has hecho muy bien, los ha hecho muy bien. te la regalo puedes quedartela.-Le dijo al felicitarlo poniendo un beso en la frente del tembloroso rehén, ese que no era más que un monton de nervios aterrados y que ya había perdido cualquier rastro de la valentía que tuvo al apretar el gatillo, y dándole una último mirada a la muchacha, Berlin se alejó.

-Ahora les vamos a repatir algunas armas falsas.-Habló en voz alta, para que cada uno de los presentes pudiera oírlo en el lugar.-En unas horas precisaremos su colaboración. Como han visto lo único que tienen que hacer es obedecer, confiar en nosotros y obedecer. Ahora, quitense la ropa.

Samara negó con la cabeza al comenzar a quitarse la chaqueta, tomando el mono rojo que Helsinski le entregó, sus ojos permaneciendo puestos en Berlín sólo un fugaz segundo mientras dejaba caer la chaqueta, y bajaba el cierre de la sudadera, quitandosela encima y solo quedando con los jeans y la camisa, entonces, desabrochando su camisa, ignorando lo mejor posible a todos a su alrededor, sin hacerle ninguna gracia el tener que desvestirse frente a tantas personas.

Berlín apretó las manos a sus costados al mirarla un instante, siendo el quien estaba deseando hacer eso, quitarle cada una de las prendas que llevaba encima, y aunque eso quisiera, lamentablemente lo único que podía hacer, era disfrutar del espectáculo en un discreto silencio, por que ella era una rehén, y por ello, y las reglas, estaba fuera de límites.

Sin embargo, no fue el único en mirarla, y para desgracia de aquel chico de la escuela que estaba frente a la pelinegra, Berlín pudo verlo.

Molesto, y mientras Samara comenzaba a quitarse los pantalones negros, tomo al estudiante y lo tiró de la chaqueta para despabilarlo, y sacar su mirada de la muchacha, los ojos asustados de el alzándose a los suyos, sintiendo incluso más miedo ante la fría sonrisa que Berlín le dedicó.

-Ojos quietos, vamos a tener un poco de respeto por la señorita.-Dijo en un molesto gruñido, y asintiendo rápidamente con la cabeza, el aparto la mirada, siendo soltado entonces por Berlín, quedándose a su lado, asegurándose que no volviera a posar sus ojos en ella, la expresión asustada en el rostro del chico causándole mucha gracia a Denver, haciéndolo reir mientras continuaba repartiendo la ropa.

Y cuando todos estuvieron vestidos iguales, comenzó la primera noche dentro de la fábrica.

Cerca de la pelinegra, una rubia comenzó a discutir con Arturo Roman en pequeños murmuros, y para callarlos Nairobi se acercó, en silencio, la pelinegra escuchó la conversación, sobre un embarazo y un hombre cobarde que no quería hacerse cargo, quedándose con las palabras de su compañera a la mujer.

"No es fácil decirle adiós a un bebé".

Nairobi le dedicó una fugaz mirada, y ella bajo los ojos al suelo, una pequeña y amarga sensación apareciendo en su pecho, lamentando escuchar que la mujer dijiera que iba a abortar a ese pequeño niño dentro de ella. De pronto, el teléfono comenzando a sonar, Berlín apresurandose a contestar, luego de unas palabras, volviéndose hacia los rehenes.

-¡Señores, es la hora!, ¡Ha llegado el momento de seguir mis ordenes!.-Se movió, y junto a los demás, se pusieron las caretas de Dali, los rehenes imitandolos antes de seguir sus pasos.-Con nosotros.-Ordenó.

Bajo las ordenes del profesor  y siguiendo sus pasos, fueron a la parte trasera de la fábrica, con las armas falsas en manos de los rehenes, solo una de ellas manteniendo un arma real, una que no sería utilizada, siempre y cuando la policía no disparara primero sus armas, sin embargo, y como el profesor habia predicho, solo entro el periscopio, y al ver lo que habia dentro, y escuchar a Alison Parker dando el aviso a la policia de que, al no saber quienes eran los rehenes, y quienes los atracadores, no tuvieron más opción que retirarse.

Entonces, y cuando ganaron la primera batalla dentro de la fábrica, las máquinas comenzaron a moverse y trabajar, fabricando dinero bajo la vigilancia de una alegre y entusiasmada Nairobi, quién para decirlo de manera simple, se sentía como niña en dulceria. Cuando los rehenes comenzaron a caer dormidos en sus sacos de dormir, Samara se escabulló entre ellos, yendo rápidamente por las escaleras y a la oficina donde se encontraban Río, y Berlín.

-¿Como estan los rehenes?.-Preguntó sin interés alguno el mayor de los tres, y la muchacha puso los ojos en blanco mientras Nairobi entraba en el lugar, una amplia sonrisa en su boca, en su momento de felicidad abrazando efusivamente a la pelinegra, haciéndola reír.

-¡Estamos imprimiendo nuestro propio dinero!, ¡Que seremos ricos, tía!.-Soltó felizmente, y olvidando todo lo que podia salir mal, la policía tras la puerta, y lo peligroso que era estar ahí, se permitió por un momento sonreír ante la esperanza de un feliz futuro, uno donde jamás tuvieran que volver a preocuparse por el dinero, donde todos sus deseos se cumplirían.

En ese momento, viendo como sus sueños estaban tan cerca de cumplirse, las reglas volvieron a aparecer en su mente, esas que de no cumplirse acabarían con su plan, pensando en lo estúpida que había sido con la tontería del teléfono, y al no saber mantener la boca cerrada, mantenerse lejos de Berlín como debía.

Entonces los ojos azules encontrándose con los suyo, y estos dirigiéndose a la cámara en la habitación, hablando unos segundos con Nairobi y Río antes de caminar fuera del lugar, teniendo que volver con los rehenes antes de que alguno despertara.

-Tenemos que hablar.-Escuchó su voz a su espalda, y sus pasos se detuvieron en el pasillo vacío y frío, cruzándose de brazos, y frunciendo el ceño al voltearse.

-¿De que?.

-De lo que paso anoche.-Respondió seguro, en un murmuro, y al verlo acercarse, se puso tensa, poniendo una mano en su pecho para detenerlo de acercarse demasiado, sintiendo su pulso acelerarse, y las palabras estancarse en su garganta un instante.

-Anoche no ha pasado nada.-Se esforzó por pronunciar sin que le temblara la voz, queriendo sonar más segura de lo que se sentía, y dando un asentimiento, Berlín retrocedió.

-Olvídalo si quieres, yo no lo haré.-Aseguró, y sin saber que decir, solo lo miró en silencio, viéndolo darse la vuelta y marcharse por el pasillo antes de hacer lo mismo y bajar las escaleras, yendo hasta donde estaba su saco de dormir, y esa fue probablemente una de las pocas ventajas de su papel, no debía hacer guardia toda la noche, ni trabajar toda la noche, por unos instantes, podía descansar.

Sin embargo, con los recuerdos de la noche anterior torturando su mente, ni siquiera parecía capaz de hacer eso.

Las lágrimas cayeron por su rostro mientras dejaba las llaves de la motocicleta sobre la mesa, el miedo y el dolor apretandole el corazón, los sollozos sofocados llamando la atención de quien cruzaba el pasillo, empujando la puerta, viendo los ojos azules cristalizados, y las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas, cualquier distancia que pudo todavía haber mantenido con Berlin, rompiéndose por completo esa noche.

-Samara...-Pronunció suavemente su nombre, y ella paso sus manos en un brusco movimiento por su rostro, quitando las lágrimas.

-Lo siento si he hecho mucho ruido, Berlin yo...-Se acercó un paso, interrumpiendose sin saber cómo continuar hablando a través del nudo en su garganta, y en silencio el mayor se acerco, tomando su mano y halando de ella más cerca, cerrando la puerta a su espalda antes de rodearla con cuidado por los hombros.

Sus ojos se abrieron sorprendidos un momento, un instante antes de romper en llanto, sus manos apretandose en puños en su chaqueta, aferrándose a el para seguir respirando.

Ni siquiera pudo recordar o saber cuánto tiempo la sostuvo, el solo dejo que llorara sobre su hombro hasta que su respiración volvió a ser la misma, y se aparto un poco, su corazón doliendo enseguida ante la perdida de la calidez de sus brazos, al retroceder, encontrándose con sus ojos sumamente cerca, su respiración rozandole los labios.

Su corazón se disparó, sus ojos se cerraron, y en ese momento solo quiso que la besara, que se quedara, cada parte de su cuerpo le rogaba que se quedara, y que borrara la soledad que se aferraba a sus huesos, sin embargo, y con toda la fuerza que le quedaba se apartó, sintiéndose extrañamente fría.

-Deberías dormir, Berlín. Que mañana ya es el gran día.-Murmuró con una triste sonrisa, y Berlín le sonrió al asentir, sólo un instante, si aquel rechazo le dolió, sin demostrarlo antes de tomar el pomo de la puerta y abrirla.

-Hasta mañana entonces, muñeca.-Se despidió, y ella solo se quedo con la mirada en la puerta cerrada, quedándose sólo con un profundo vacío en el pecho, y el sonido de su voz repitiéndose en sus oídos.

Por la mañana, y sin recordar el momento en que se quedó dormida, Samara despertó sobresaltada por sonido de las puertas de las fábrica abriéndose, viendo a Berlín poniéndose la máscara, y caminando con la mujer que se llamaba Monica hacia la puerta, saliendo junto a algunos rehenes, Denver, Tokio, y un megáfono.

-Tranquila. Mensaje.-Le dijo Helsinski al ver su mirada preocupada, y aunque asintió ya que lo sabía, su preocupación no se fue, por que a esa altura, sabía que habrían francotiradores y policias apuntando a sus cabezas, y nada le aterraba más en ese momento que pensar en que Denver, Tokio, o Berlín, fueran heridos.

Al salir, todas las armas apuntaron en su dirección, todas las miradas y las cámaras fueron para ellos, y bajo las órdenes de Berlín, Monica se saco la careta de Dali, y comenzó a hablar por el megáfono.

-Les pido por favor que no disparen, me llamo Monica Gaztambide, solo vengo a leer un comunicado.-Escuchó la lejana voz de Monica, los rehenes a su alrededor comenzando a despertar por el ruido.-Les hablo en nombre de los atracadores, somos 68 rehenes, todos en perfecto estado de salud, y bien atendidos, no hay víctimas ni heridos, vamos vestidos todos iguales y es imposible distinguirnos de los atracadores. Así que cualquier intento de asalto puede costar la vida de los rehenes...-No pudo seguir escuchando, los nervios provocandole un zumbido en los oídos que no le permitió oír nada más.

Se obligó a calmarse, rogando por verlos entrar, cada segundo volviéndose una tortura y un profundo dolor en su pecho, solo logrando volver a respirar en el momento en que la puerta de la fábrica volvió a cerrarse, con ellos dentro, a salvo de las balas de la policía, solo en ese momento logrando darse cuenta, de que todos sus intentos fueron inútiles, solo entonces dándose cuenta de lo mucho que le importaban aquellas personas.

Berlín rápidamente los hizo ponerse de pie, eligiendo entre los hombres a aquellos que harían la tarea de cavar el túnel, la pelinegra dedicándose a calmar a una muchacha de la escuela que apenas podía respirar, ayudándola hasta que se sintió mejor, y pudo recuperar el aliento, frunciendo el ceño al escuchar la voz de Arturo Roman replicar a su espalda, por alguna razón, el solo escucharle comenzando a molestarle.

Luego, preguntó por los medicamentos que podrían necesitar, para luego llevarse a aquellas personas enfermas o que se sentían mal, a la oficina de Arturo para que estuvieran más tranquilas, ya que tampoco era la idea de ponerlas tan nerviosas que les diera un paro al corazón o algo.

-Pediremos sus medicamentos, de momento, y si tienen algun problema, pueden decirnos y le diremos a la señorita Isabel Benavidez aquí presente, quien cuenta con conocimientos médicos para atender cualquier emergencia.-Berlín habló en voz alta, apuntando a Samara, quien solo bajo la mirada ante la presentación, ante ese nombre extraño que no le pertenecía, sintiéndolo tan ajeno a ella como todos los anteriores.-Es una suerte tenerla con vosotros.

-Si, es una suerte que la tomaran de rehén.-Soltó uno de los muchachos de la escuela en un sarcástico tono, callandose ante la mirada de Berlín, y los hombres se fueron con Nairobi.-¿Eres médico entonces?.-El muchacho preguntó a la pelinegra cuando estuvieron en silencio, cambiando de lugar con uno de sus compañeros para tomar asiento a su lado, y comenzando a pasarse las botellas de agua.

-Enfermera en realidad.-Asintió, incluso cuando ya había cambiado su profesión de salvar vidas, a quitarlas, con la rapidez de un segundo, el mismo que había tardado en halar de nuevo del gatillo, un día ya demasiado distante.

-Perdona que lo pregunte. Pero, ¿Eres española?.-Preguntó confusamente, y creyendo que no haría ningún daño en realidad, por que aquello estaba incluso en los registros de la policía, respondió.

-He vivido mucho en España, también en otros lugares, pero no, no soy de aquí.

-Venga, eso explicaría lo de tu acento, aunque sea muy leve, y que no hables como nosotros. Entonces de...-Trató de hablar, interrumpiendose cuando la voz de Berlín sonó fuertemente en el lugar.

-¡En pie!.-Gritó, y todos se levantaron bajo sus órdenes, ojos asustados viéndolo moverse entre ellos mientras hablaba.-Siempre hay un héroe que cree que puede salvar a los demás. Que piensa, que nadie se va a dar cuenta que esta planeando una estrategia para contactar con la policía.-Aplaudió, el sarcasmo en cada golpe, tomando una pausa antes de mirarlos fijamente.-Enhorabuena, por que uno de ustedes lo ha conseguido.

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Gracias por leer.

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