Una noche en el Sodoma

By NayraGinory

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El Sodoma es la mayor discoteca gay de la ciudad, y la de más dudosa reputación, no hay duda. Cada noche, a e... More

Introducción
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Epílogo

Capítulo 3

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By NayraGinory

Y ya van tres!!

Gracias a todos los que estáis siguiendo esta loca, loca historia, incluso aquellos que no conocen a todos los personajes que aparecen en ella!

Como siempre, pueden comentar el capítulo en la página de ATDS, o en Twitter, con el hashtag #UNEES.

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La ciudad pasaba rauda al otro lado de las ventanillas del coche. Demasiado rápido, de hecho. Noel hizo un esfuerzo por no interpelar al conductor del vehículo y se limitó a asegurarse de que su cinturón de seguridad estaba perfectamente ajustado. Miró hacia su acompañante, que conducía con rostro hierático y pulso firme. Noel confiaba en él, en su inquebrantable lealtad, en sus afilados instintos y sus finos reflejos, pero cuando se saltó un semáforo en rojo, decidió que era el momento de intervenir.

—Kato —dijo con voz calmada, a la vez que dejaba reposar su mano en uno de los férreos muslos del otro hombre—. Vas demasiado rápido.

—Mis disculpas —replicó en tono casi ausente, a la vez que levantaba perceptiblemente el pie del acelerador.

Noel volvió de nuevo su vista a la ventanilla del coche, por la que apenas veía desfilar desdibujadas figuras y luces demasiado fugaces, mientras se entregaba a sus pensamientos. Aún sentía cierto resquemor por la negativa de Karel a acompañarlo a la entrevista. Le habría gustado poder disfrutar de su compañía aquella noche, pero él se había cerrado en banda. Aunque aún a veces le sorprendía —y a veces, hasta le agradaba— la mojigatería de Karel, esa noche le había estropeado unos planes que él ya daba por sentados. Quizás había sido culpa suya, por ser lo suficientemente ingenuo como para creer que podía meter a Karel en una discoteca gay.

Kato tampoco parecía muy contento con las perspectiva de acompañarle, se dijo mientras lanzaba una mirada de soslayo al japonés. Desde que conociera el escenario que el representante de la revista  Homo había elegido como marco de su entrevista para dicho medio, no había hecho más que expresar su disconformidad al respecto, aludiendo a lo inapropiado de aquel lugar y otros de similar naturaleza, y a lo problemática que podría ser la presencia de una celebridad como el modelo en un lugar así. Sin embargo, a Noel le había parecido original, y hasta divertido, citarse allí con un periodista, a la vez que elucubraba en lo mucho que Karel y él podrían divertirse una vez la entrevista terminara, por lo que había instado a Kato a aceptar en su lugar. Que finalmente Karel se negara en redondo a ir le había quitado toda la diversión al asunto.

Lo más irónico de todo era que al igual que él estaba molesto porque su pareja no había querido acompañarle, Kato parecía estarlo porque la suya no había dejado de insistir en ir con ellos. Esbozó una sonrisa tensa al recordar las zalamerías con las que Morgan intentara convencer a Kato de que su presencia allí esa noche sería beneficiosa para él en uno u otro sentido, argumentos que el mismo Kato se encargó de desmontar con una facilidad pasmosa, a la vez que le recordaba a Morgan que para él la cita de aquella noche era puramente profesional y que la presencia de su amante allí sería tan innecesaria como incómoda. La tensa sonrisa de Noel se ensanchó al sorprenderse a sí mismo deseando que Karel tuviera al menos un poco del desparpajo de su mejor amigo.

—¿Por qué Karel no habrá querido venir conmigo? —se dijo.

Al darse cuenta de que había hablado en voz alta, volvió su mirada hacia el hombre que conducía, que no hizo ningún gesto que desvelara que le había escuchado, pero Noel lo conocía demasiado bien para saber que lo más probable era que no le pareciera conveniente expresar su opinión sobre el particular.

—Eso deberías preguntárselo a Karel-san —dijo tras unos instantes de silencio, durante los cuales los ojos del modelo no dejaron de escrutar su rostro.

Noel resopló, sorprendido hasta cierto punto de haber obtenido una contestación.

—¿Crees que él no querría venir por la misma razón por la que tú tampoco lo deseabas? —preguntó al final, animado por la anterior respuesta.

—Noel, eso deberías...

—... preguntárselo a Karel-san —terminó el modelo por él, con un asomo de burla en su voz, ganándose con ello una breve pero elocuente mirada por parte de su asistente—. Entiendo que a ti ese lugar te parezca... inadecuado —continuó, escogiendo cuidadosamente sus palabras, consciente de que tocaba temas de índole tan íntima que Kato no tenía por costumbre comentar ni siquiera con él—, pero... ¿no debería ser Karel más abierto respecto a estos sitios?

Kato no dijo nada y Noel susurró:

—Será mejor que se lo pregunte a él cuando vuelva al hotel.

—Noel, si tan molesto estás con la situación, quizás...

—No, déjalo —murmuró, sintiendo de repente que se comportaba como un crío—, olvida lo que he dicho.

—Como quieras —dijo el japonés con complacencia, pero Noel no pudo sacudirse de encima aquella estúpida sensación de desilusión.

Al fin y al cabo, se dijo, Karel no tenía por qué acompañarlo si no quería. Que él hubiera hecho planes nada más recibir la noticia de que tendría oportunidad de visitar el Sodoma en su apretada agenda de aquella semana, y lo hubiera interpretado como una oportunidad para sobar al publicista en medio de una sudorosa pista de baile, no quería decir que Karel debiera acoplarse a sus deseos, sobre todo cuando sus deseos tenían una naturaleza tan lasciva y escandalosamente pública como la que resultaron tener. Quizás las insinuaciones del propio Noel acerca de lo que podía o no podía pasar aquella noche habían tenido mucho que ver con la decisión final de Karel; en todo caso, no podía culparle por querer mantener al menos cierto nivel de intimidad, intimidad que la abarrotada atmósfera de la famosa discoteca se encargaría de destrozar.

Hizo entonces un esfuerzo en imaginar a su asistente y amigo en semejante ambiente y no le costó lo más mínimo visualizar su profunda incomodidad ante tal despliegue de inmodestia, su intensa mirada de reprobación ante lo que él consideraría comportamientos fuera de lugar, su pose rígida y forzada, intentando mantener la compostura en medio de una marea de hombres que luchaban por perderla. Podía entender a Kato, entonces ¿por qué no podía entender a Karel? ¿Sentiría el publicista un rechazo parecido al de su amigo o su negativa se debía a una razón completamente distinta?

Perdido como estaba en sus pensamientos, apenas se percató de que el vehículo se había detenido, y no reaccionó hasta ver a Kato delante de él, abriéndole la puertecilla para que se apeara. Al hacerlo, se encontró en un callejón sin salida, tan sólo iluminado por una farola cuya bombilla zumbaba peligrosamente, como si su luz estuviera a punto de extinguirse. Un gato maulló con agresividad, antes de saltar hasta el suelo desde el contenedor en el que estaba agazapado, para perderse en las sombras. Desde donde estaba, podía escuchar el sordo retumbar de la música que sonaba al otro lado de la pared de ladrillos junto a la que Kato había aparcado el coche.

Su asistente se acercó a una oxidada puerta de metal y dio dos rápidos toques con los nudillos. Cuando la puerta se abrió, Noel percibió en todo su esplendor el estruendo de la música que sonaba allí dentro, a la vez que un hombre fornido y vestido de negro se asomaba por la abertura e intercambiaba unas rápidas palabras con Kato. Tras consultar algo a través de su walkie-talkie, los hizo pasar, y Noel comprendió que estaban entrando en el Sodoma desde una puerta de servicio, ahorrándoles el escándalo que supondría hacerlo por la entrada principal.

—Síganme —les dijo el hombre una vez que, aparentemente, obtuvo el visto bueno por parte de sus superiores.

Y así, guiado por uno de los porteros del local desde una modesta entrada lateral, Noel se internó por primera vez en su vida en el Sodoma.

*

Los sentidos de Kato se pusieron en alerta nada más traspasar el umbral, y se tensaron como las cuerdas de un arco, vibrando intensamente ante la tensión de una flecha recién disparada. Mientras seguía a aquel hombre que los guiaba hasta la zona VIP, reservada para ellos esa noche con el fin de llevar a cabo la entrevista, Kato miró con ojos escrutadores el espectáculo que se desplegaba ante ellos. A medida que se internaba más y más en la multitud, precediendo a Noel, más y más incómodo se sentía. Mirara a donde mirase no veía más que actos de una ostentación sensual y vana que, dadas las circunstancias del momento y el lugar en el que se encontraba, le resultaron sumamente desagradables. Cada pocos pasos miraba hacia atrás para asegurarse de que Noel le seguía, pero este parecía sentirse a gusto en aquel ambiente. Sus ojos ambarinos y vivaces aprehendían cada movimiento, cada imagen que llegaba a su retina, y mostraba una sonrisa que rallaba la diversión.

No le resultaba difícil imaginar para qué quería que Karel le acompañara, al igual que tampoco le resultaba difícil imaginar para qué Morgan había querido acompañarle a él. Su ceño se frunció instantáneamente al recordar la insistencia de este último, poniéndole las más diversas excusas y presentándole absurdas y muy hipotéticas situaciones en las que Kato podría necesitar su presencia. Había hecho bien en negarse tajantemente a que su amante le acompañara, pues no le costaba mucho imaginar cómo su mera presencia en ese lugar no haría más que empeorarlo todo.

Tan concentrado estaba en sus propios pensamientos que no vio al chico que avanzaba a trompicones hacia él hasta que no lo tuvo prácticamente encima. Puso las manos ante su cuerpo, a modo de defensa involuntaria, y el chico casi cayó entre sus brazos. Cuando consiguió que se enderezase hasta quedar de pie, pudo ver que se trataba de un chico mayor de lo que en un principio había supuesto, y casi tan alto como él, de estrafalario aspecto, cabello ensortijado y ropa ajustada, que lo miraba con ojos llenos de una franca lascivia.

—Hola —le dijo con voz melosa, aún aferrado a sus brazos.

Lenta pero implacablemente, Kato se desembarazó del muchacho, siendo plenamente consciente de la divertida y burlona mirada que Noel debía de estar lanzándole a su nuca.

—Discúlpeme —pidió a la vez que hacía una leve inclinación de cabeza.

—Estás disculpado —dijo el otro al tiempo que esbozaba una franca sonrisa.

Kato se recolocó sus gafas y esperó. Aquel chico no parecía tener la más mínima intención de apartarse de su camino, como si no fuera consciente —o no le importara en lo más mínimo— la posibilidad de estar importunándole.

—Discúlpeme —volvió a decir, moderando su voz para que la impaciencia que sentía no trasluciera en ella—. Llego tarde a una cita.

—Claro, cariño —dijo el otro, apartándose por fin.

A punto estuvo de hacerle algún comentario al desconocido para reprobarle las familiaridades tomadas, pero la risita que oyó detrás de sí le convenció de lo contrario. Noel ya se estaba divirtiendo bastante sin que él tuviera que ponerse más en evidencia. Buscó con la mirada al portero que hacía las veces de guía, y lo vio, esperando unos pasos más adelante.  Se apartó del joven y avanzó hacia él. No había dado más que dos o tres pasos, no obstante, cuando sintió a Noel colgándose de sus hombros a la vez que dejaba escapar una sonora y argentina carcajada.

—¿Qué dirá Morgan-kun cuando sepa que nada más entrar ya estás ligando, mi querido Kato?

Le lanzó al modelo una lúgubre mirada, con la que no consiguió más que hacer que este volviera a estallar en carcajadas.

*

Pablo se quedó unos segundos de pie en mitad de la realidad nebulosa y confusa de la pista de baile, viendo a aquel hombre trajeado y atractivo alejarse de él. Sobre la oscura espalda de su abrigo hecho a medida podía ver la larga y lisa coleta que llevaba atada a la nuca con un sencillo nudo, y pudo visualizar, en medio de la bruma etílica que le dominaba, cómo aquel nudo se deshacía y una oscura cortina de cabello caía sobre un rostro de impoluta piel de porcelana y unos ojos rasgados y oscurecidos por el deseo, a la vez que sentía un pinchazo en la ingle de pura impaciencia.

—Pero qué tío más bueno —se dijo, mientras se disponía a seguirle para ver a dónde se dirigía, siguiendo la estela de olor afrutado que desprendía—. Siempre he querido follarme a un chino de esos.

         Y sin más propósito que aquel lúbrico instinto, se perdió entre la multitud siguiendo a Kato.


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