Mi querido juguete

Oleh _Darkneko_

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Emi ha sido vendida por un mal hombre que está viviendo con su madre; su madre se encuentra muy enferma y no... Lebih Banyak

La subasta
El regalo de un niño caprichoso
La primera noche
Primer día de clases
El peligro del primer amigo
Un mes sin su juguete
Una dolorosa primera vez
Doble personalidad
Recuerdos maternales
Recuerdos que es mejor olvidar
Lo que no te puedo decir
Antes de las vacaciones
El plan
El rescate
Sol, bikinis y celos...
Una sorpresa al regresar a casa
Un mes más.
La despedida
Una promesa
Una persona impecable
Regreso sorpresa
Pinocho

Mi querido juguete

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Oleh _Darkneko_

- Podrías venir un momento... - se escuchó por el intercomunicador dentro de la gran oficina que ocupaba Max en esa compañía.

- Enseguida voy... - sonó nuevamente y antes de que se dijera palabra alguna dijo. – Enseguida le llevó su café también, con dos de azúcar.

- Gracias, por eso te quiero.

Emi mostró una sonrisa, siempre decía lo mismo, aunque estaba bastante acostumbrada a su rutina diaria, algo exhaustiva y demandante pero la hacía realmente feliz ver el rostro de sus dos amores con una sonrisa en los labios.

Preparó con esmero el café que tanto le gustaba a Max, aquel que tenía un leve sabor a canela y vainilla, gusto adquirido hace poco, puesto que a Max no le agradaba mucho el café; quizás porque su antigua secretaria únicamente añadía una cucharada de café, dos de azúcar y solo eso, demasiado café, poca azúcar, mal mezclado, en definitiva un café que pocos querrían probar. Acompañó el café con unas galletitas que ella misma había hecho en casa la noche anterior, mismas que Emily le dijo hacer juntas.

Entró a la oficina siendo observada por sus habitantes, Max en la enorme silla y aquel hombre bajito de lentes frente a él; sabía que Max tenía la mirada fija en el inexistente escote de su blusa, aquellos botones que le insinuaban tantas cosas le hacía tener ganas de regresar a casa y arrancarlos de tajo mientras devoraba esa piel blanca que tanto le fascinaba.

- Aquí tiene señor. – entregó la tasita al invitado.

- Gracias. – desvió la mirada, al parecer había visto piel o la cercanía le pareció inapropiada, Emi no pudo más que soltar una sonrisa, no lo había hecho a propósito.

- Aquí tiene señor, ¿Necesita algo más? – preguntó mirando a Max al rostro, sus ojos expresaban algo que su boca en esos momentos no podía pronunciar.

- Ah, sí, necesitamos que tomes dictado.

- Con gusto.

Era tan diferente trabajar con Max a con Diego, las primeras semanas Emi estaba aterrada de tomar dictados en la oficina de Max, pues tenía presente el miedo que le generaban los visitantes y la forma en la que Diego cerraba tratos. Pero después de un tiempo se fue acostumbrando, Max no era Diego, Max nunca haría nada que la dañara, porque la amaba y sin lugar a dudas la protegería de cualquier peligro, siempre lo había hecho y lo seguiría haciendo.

El visitante la miraba de forma extraña, cosa que le incomodaba un poco, pero podía resistirlo.

- Señorita, ¿Puedo hacerle una pregunta? – cuestionó, Emi dejó de tomar nota, Max guardó silencio, ambos esperaban pacientes a que su visita dijese algo de valor.

- Claro, señor, dígame.

- Su falda es muy corta, la postura de su cuerpo es incitante, ¿Acaso me está invitando a hacer algo? – Emi abrió los ojos sorprendida, era la primera vez que un cliente osaba decir semejante barbaridad, no deseaba ofenderlo, pero tampoco podía permitir que le hablaran de esa forma.

- Lo siento, no comprendo, mi falda no es corta, está tres centímetros debajo de la rodilla y mi postura es recta, no incitante, le suplicó de forma cortés que no se distraiga de lo que el señor Maxwell le está diciendo. Gracias.

Max sonrió por el hecho, le encantaba Emi en todas sus facetas, no sabía a ciencia cierta todo lo que había pasado Emi por tantos años de estarlo esperando, pero se alegraba de que no hubiera cambiado su esencia, esa de la que se enamoró hace ya tanto tiempo y por la que estuvo peleando con su madre, con su padre, con la sociedad y Jaqueline, ésta última era la más reticente a que Max estuviera con Emi, siempre diciendo cosas horribles, siempre haciendo que su imaginación volará a lugares alejados de la chica, siempre con los peores panoramas; pero se mantuvo firme, porque conocía a la niña, porque la adoraba a pesar de la distancia, porque sin importar que Jaqueline estuviera con él, siempre estaba pensando en Emi, cada minuto del día se preguntaba qué estaba haciendo su chica adorada, si estaba comiendo bien, si le iba bien con las clases; estaba consciente de que probablemente Emi ya no sintiera lo mismo que sintió en ese entonces, pero no podía simplemente botar sus sentimientos, la amaba más que a nada. Precisamente su amor por Emi hizo que su primera y quizás única hija llevará el nombre tan parecido, para intentar olvidarla, sin embargo, solo incrementó sus ansias de volverla a ver.

Jaqueline estaba en contra de todo, reclamaba, chillaba y hacía berrinches de manera alarmante, Max, siempre caballero, nunca colocó una mano encima de su esposa, hasta que esta, finalmente aceptó firmar aquellos papeles de divorcio, liberando una parte del alma de Max, la misma que clamaba con desesperación ver una vez más a Emi, sentir el calor de su cuerpo, estar siempre con ella, besar esos pequeños labios que siempre temblaban con el mínimo contacto, eso le daba gracia y hacía sonreír. Simplemente la amaba.

No pensaba que las cosas hubieran cambiado de tal forma, al principio Emi estaba renuente a sus caricias, si bien aún no consumaba nada en la cama puesto que Emi se ponía realmente nerviosa y en ocasiones comenzaba a llorar, se conformaba por el momento en sostenerla entre sus brazos y descansar, con aquel embriagante aroma que la chica ofrecía, porque ya era una chica, había dejado de ser su niña y se reprimía mentalmente por eso.

Observó a aquel hombre pequeño, encogido sobre su asiento, con la cabeza gacha, mirando sin reparó el cuello de la blusa de Emi, observaba sus curvas, esas que solo le pertenecían a él; veía con atención como su vista se paseaba por la anatomía de Emi sin reparo, hasta terminar sobre sus labios, mismos que se movían sin que ella pudiera evitarlo cuando tomaba dictado; estaba embelesado en aquel precioso color caramelo que brillaba por el labial que se había colocado, las pestañas de Emi eran lo bastante largas para destacar por debajo de sus gafas, mismas que desconocía cuándo había empezado a usar pero que se le verían extremadamente bien a su persona. Sintió ira al mirarle de esa manera tan descarada, podía ser quizás que aquella fachada de mojigatería había sido solo una tapadera para descubrir la forma de cerrar un trato, no lo pensó mucho tiempo para saber que así era; ese hombre había sido un enviado por parte de su hermano, pero no le daría el gusto a Diego de verlo enojado.

- Es por esta razón que si ambos ponemos de nuestra parte, será extremadamente gratificante para ambos. Además, solo por ser socio de mi hermano, le añadiré un 5 % extra. ¿Qué dice? ¿Trato hecho? – pronunció Max, sabía que aquel hombre no le había prestado atención, carraspeo un poco la garganta para llamar su atención, lo que consiguió a duras penas. Extendió su mano para estrecharla con la del contrario, sabía que no había escuchado la mitad de las cosas por pensar en quién sabe cuántas barbaridades con la pequeña Emi, pero no cedería, el placer te tocar a Emi era solo cosa suya.

- Eh, ah, sí, sí, ¿Dónde firmo? – estaba ansioso y podía verse en su tono de voz, sus manos sudorosas y la forma en la que pasaba saliva con dificultad.

- Aquí y aquí, ponga sus iniciales en esta línea y su huella por favor en el espacio en blanco. – Emi había sacado la esponja con tinta, colocó cerca del hombre, quien sin dudarlo y de forma rápida hizo todo lo que Max había señalado, ahora que los tratos habían terminado, era el momento gratificante para el cliente.

Cuando Emi estaba cerrando el estuche de la esponja entintada aquel hombre le tomó por la muñeca, Emi se asustó, ese hombre lo había visto en alguna parte, pero no estaba segura de eso, esa mirada lasciva le recordaba a algo que pasó cuando trabajaba bajó las órdenes de Diego y por esa razón de daba escalofríos estar en la oficina de Max por mucho tiempo. Observó al hombre, se relamía los labios de forma grotesca, ¿Cómo alguien tan pequeño podía tener semejante fuerza?

- ¿Podría soltarme, señor? – dijo intentando ser cortés, esperaba que esa petición fuera bastante para persuadirlo de hacer cualquier cosa que tuviera en mente.

- Señor Max... - dijo mientras sonreía, su mirada se afilaba bajo sus lentes. – Sé de buena fuente que esta mujer es un Pet, ahora que las negociaciones han terminado, ¿Puedo...? – no terminó la frase, Emi sintió un escalofrío recorrerle sin piedad la espalda, una pregunta se formó en su mente, ¿Volvería a ocurrir? Era probable, después de todo solo era un juguete.

- ¿Podría soltar a Emi? Desconozco cómo hace mi hermano negocios, pero si hace ese tipo de tratos solo por estar con una mujer, ¿Le parece si le hablo a una profesional? – preguntó con sorna levantando el teléfono, estaba intentando calmar toda su cólera, pero era casi imposible no estrellarle el puño en la cara, la muñeca de Emi comenzaba a teñirse de rojo.

- ¿De qué está hablando? Soy un hombre respetable.

- ¿Y por respetable se refiere a eso? Suéltala de una vez o la poca paciencia que tengo se acabará. Si ya no tiene más asuntos, ¿Podría retirarse? Su presencia me resulta extremadamente vulgar e incómoda. – Max estaba bufando, molesto, cómo era posible que Emi tuviera que soportar esto durante toda su estadía en el extranjero, debía disculparse por todos los problemas que causó su ausencia.

Aquel hombre chasqueo la lengua, estaba molesto, era la primera vez que después de cerrar un trato le trataban de esa forma, incluso los más recatados torcían el rabo si les decía que iba a retirarse de inmediato sino le concedían su deseo; tenía un fetiche por las secretarias, pero Emi en especial ya la había probado una vez y se había quedado con ganas de más; en aquel tiempo solo pudo tocarla, su piel suave y blanca, sus expresiones entre asustada y nerviosa, los sonidos involuntarios que salían de sus labios, ese olor exquisito que desprendía su piel al sudar, simplemente necesitaba estar nuevamente con ella y terminar lo que en ese momento no pudo.

- Sino lo hace entonces no tendremos trato, cancelaré inmediatamente. – pronunció como último recurso, sin embargo, a Max no le importaba tener un trato con aquel hombre imprudente, tomó el contrato con sus manos y lo rasgo en miles de pedazos; tomó después la libreta de Emi y arrancó las páginas que contenían la conversación de esa cita, igualmente las hizo añicos.

- ¿Qué está haciendo?

- No tengo interés en hacer tratos con gente como usted, eso es todo, le acompañó a la puerta. – se levantó con elegancia felina de su asiento, abrió la puerta y esperó a que su invitado saliera por ella.

- Está no será la última vez que sepas de mí, mocoso engreído. – escupió palabras con un sabor amargo, esperando que recapacitará y pidiera perdón con el cuerpo de esa chica, sin embargo, no sucedió. Max azotó la puerta antes de que pudiera añadir algo más.

Molesto, regresó rápidamente a su escritorio, levantó el teléfono y presionó el código que lo comunicaba directamente con los escritorios de orientación, lugar por donde todo el mundo tenía que llegar y registrarse.

- Carolina, por favor, toma imagen del hombre que está por salir y hazme el favor no de volver a dejarlo entrar. Gracias. – colgó el teléfono de su escritorio sin dar mayor información, estaba cansado, ese hombre, realmente deseaba golpearlo.

Emi se acercó, temerosa de lo que pudiera pasarle, ¿Estaría bien si le contaba a Max?

- Amo Max... - se aventuró a decir, Max quitó sus manos de su rostro, lo había cubierto intentando dispersar su molestia, sabía que Emi no tenía la culpa, pero imaginar a alguien más que no fuera él tocándola, lograba que su estómago se revolviera de manera descontrolada. – Lo siento por mi culpa...

- No es culpa tuya, tontita, ese hombre es un imbécil, detestaría tener un trato con su empresa aunque eso me cueste algunos millones; pero no vale la pena, ni uno, ni mil millones, el hecho de que alguien más te pueda tomar, ese es mi placer propio. – tomó gentilmente su mano, acariciando toda la palma hasta detenerse sobre los dedos, posó un besó ligero en su dorso, la amaba tanto; Emi se sonrojo por el contacto, Max sonrió, esa era su chica, la chica que llevaba años amando. No aguantaría hasta terminar el trabajo, había prometido no hacer nada en el trabajo, pero estaba en su límite, la necesitaba, con un movimiento rápido, tomó la nuca de Emi y la acercó a él, besó sus labios, inundándose de recuerdos, Emi colocó sus manos sobre su pecho, dispuesta a separarlo, sin embargo, no pudo, algo en su interior se lo impidió, ella también necesitaba de ese contacto.

"Señor, está en la línea el presidente de la compañía Chika, línea 2" se escuchó por el intercomunicador, el momento se rompió y regresaron a la realidad, estaban en el trabajo, cualquier cosa que desearán hacer, tendría que esperar a llegar a casa.

- Continuaremos después de que Emily se duerma. – depositó un beso sobre su frente, Emi, con las mejillas sonrojadas se marchó a su lugar, esperando las nuevas órdenes de Max a través de intercomunicador.

- ¿Planeas trabajar seriamente así? – pregunto cuando estuvo fuera, Emi observó quien le hablaba, se trataba de Karina, una chica que llevaba cerca de tres años trabajando en el lugar, según tenía entendido, nunca la habían dejado entrar a la oficina a llevar café dentro, tampoco le gustaba que le interrumpieran con preguntas triviales, sin embargo, Emi salía con una sonrisa en los labios y la ropa desacomodada, no era consciente de qué había ocurrido dentro, pero tampoco le importaba, Emi había pasado la línea.

- ¿A qué te refieres? – inquirió Emi sin saber el motivo de su pregunta sarcástica.

- Mira las fachas que tienes, ¿Siempre seduces a tus jefes? No eres más que una zorra, una cualquiera, mostrando las piernas, el pecho, haciendo ese tipo de actos obscenos, ¿No tienes dignidad? Lo repito solo eres una zorra.

- Soy un juguete... - susurro para ella misma, los ojos le escocían, Karina siempre solía ser así con ella, llamándole con nombres despectivos, siempre diciendo cosas dolorosas.

- ¿Qué? No te escuché... - Karina hizo el ademán de forma grotesca, pensó que se sentiría feliz si la humillaba un poco, tan solo se estaba desquitando con ella, siempre quiso ser cercana a Max, pero éste nunca de dejó.

Emi no respondió, solo se marchó al baño a lavarse la cara, no debía llorar, Max lo notaría y se preocuparía, se dijo a sí misma que no le causaría problemas a Max nunca más, sería cuidadosa de ahora en adelante, los clientes y futuros socios tampoco tenían la culpa, la culpa era meramente de ella, de eso estaba seguro.

Karina sonreía, feliz de haber hecho a Emi llorar, pero algo no estaba bien, las palabras de Emi, a qué se refería con juguete.

- ¿Estás contenta? Emi está aguantando todo ella sola, sino sabes el pasado de la gente te recomiendo que te alejes, no haces más que hacer daño, ha pasado por tantas cosas que a ti no te incumben, no investigues más de la cuenta. – Babilas había llegado justo en el momento, era increíble que incluso estando cerca de Max, Emi la pasará mal, quizás debía decirle a Max acerca del pequeño altercado con Karina, pero eso debía decirlo Emi no él.

- Max, ¿Tienes un momento? – entró sin pedir permiso, después de todo, su trabajo estaba primero y sabía que sin importar si había visita o no, le atendería.

El trabajo termino para eso de las 18:00hrs aunque Max, Babilas y Emi salieron un poco más tarde, estaba arreglando las cosas para el día de mañana, Emi tenía que limpiar la oficina de Max, si bien, el aseo ya lo habían hecho, para Emi no era suficiente, siempre tenían fallos al hacerlo correctamente, precisamente por eso no le gustaba dejarlo así; de esta forma, una vez hecho el aseo de forma adecuada, solo faltaría el hermoso ramillo de flores frescas que cada día colocaba en la esquina derecha del escritorio de Max.

El automóvil estaba esperando su llegada a las afueras del edificio, siempre las mismas preguntas, siempre la misma conversación, ¿Cómo estuvo su día? ¿Todo fue bien? ¿A dónde lo llevo? Parecía que a su chofer le habían grabado las preguntas más molestas, a veces no era necesario decir las cosas para que estas sean comprendidas.

De camino a casa, Max y Emi junto a Babilas charlaban de cosas del trabajo, era la misión de todos los días, ellos tres tenían que tener todo preparado, no habían tenido una charla animada que no se tratara del trabajo desde hace mucho tiempo debido a los constantes atrasos del personal que había en la compañía.

- Entonces queda decidido, a María, Esther, Carlos y Mauro les despediremos mañana, ¿Ya encontraron a las personas que ocuparán sus puestos? – preguntó Max centrando su mirada en los papeles que acusaban a los nombrados como los más incompetentes, esto daría una lección al resto, la incompetencia no estaba permitida en las empresas Ferrer.

- Pues tenemos varias propuestas pero necesitamos que hagas las entrevistas correspondientes, la mayoría de las chicas piden empleo solo para poder acercarse a ti, como saben lo de tu divorcio... - Babilas, que siempre estaba sereno, se sentía realmente irritado con la mayoría de las chicas ya que solo miraban ese como su objetivo, cuando finalmente se daban por vencidas al ver la relación entre Emi y Max, volcaban toda su furia hacia Emi y eso no le agradaba a Emi la consideraba como una hermana pequeña y en cierta forma lo era.

No hubo mucha conversación, estaban hambrientos, el estómago de Max comenzó a hacer ruidos extraños, lo que hizo a Emi y Babilas reír; Max estaba avergonzado pero había desayunado poco y no tomó merienda, las galletas que Emi había llevado junto al café no fueron suficientes, solo habían incrementado su apetito que por supuesto estaba ocultando con gallardía.

- ¿Qué le gustaría de comer? – preguntó finalmente Emi haciendo espacio entre las risas que no dejaban de salir de sus labios sin que pudiera evitarlo.

- Lo que me gustes dar, todo lo tuyo es bien recibido. – tomó su barbilla y depositó un beso en sus labios, tenía hambre era cierto, pero el hambre que consumía a Max era de todas las formas posibles, corporal y carnalmente hablando, necesita devorar el delicioso néctar que solo Emi tenía entre las piernas, así saciaría la sed que llevaba su hombría desde hace tiempo.

Cuando el automóvil aparcó unos ojos de color café claro les estaban esperando con ansias, Katia tenía en sus manos a Emily, quien se esforzaba por no quedarse dormida, se había hecho habitual que los esperará para irse a dormir, Emi se preguntaba qué clase de trato le daba Jaqueline a la pequeña, puesto que a veces la escuchaba llorar por las noches, cuando se encontraba dormida, por lo que tenía que levantarse, cargarla, cantarle una canción para calmar sus perturbados sueños.

- Papi, mami... - bajó presurosa de los brazos de Katia, echó carrera para llegar a su objetivo, tropezó, pero Max fue más rápido y la atrapó antes de que se estrellará contra el suelo.

- ¿Estás bien? ¿No te lastimaste? – preguntó presurosa Emi, temerosa de que se hubiera dañado, sin embargo, la pequeña Emily solo mostró una enorme sonrisa llena de satisfacción.

- Bienvenido. – saludo Katia a Babilas quien la recibió con un beso en la mejilla.

Las cosas habían cambiado demasiado desde la última vez que se habían visto, se encontraban más grandes, más maduros en muchos sentidos y sin embargo, seguían siendo los mismos, Max siempre caprichoso, celoso; incluso de su pequeña ya que podía permanecer muchas horas abrazada a Emi; sin embargo, siempre profesando amor hacía la chica que compró en una subasta de internet. Babilas siempre sereno, mostrando su rostro serio, lo único que había cambiado en él era el hecho de que Katia ya era su pareja, y gozaban de una vida familiar juntos, a pesar de que su madre les había hecho hincapié en que no deberían tener hijos hasta que Babilas alcanzara los 23 años como mínimo y lo estaban cumpliendo. Emi, en Emi lo único que había cambiado era su cuerpo, por dentro, seguía siendo esa niña temerosa a los castigos y obediente con los mayores, siempre atenta y dedicada a hacer las cosas con perfección, se habían vuelto la familia feliz que Max siempre había deseado y que solo podía ver en las series de televisión.

A veces recibían la visita ocasional de sus amigos, tanto de Max como de Emi y Babilas, seguía Rafael sin comprender el por qué Emi se había fijado en un tipo despreciable como Max, de la misma forma que Diego se cuestionaba del cómo había conseguido el permiso para quedarse con alguien como Emi, no había duda de que su mejor amigo tenía bastante suerte; Sora, aquella niña tímida de ojos dispar, llegaba a saludarla de vez en cuando, la última visita que había tenido de ella fue para anunciar su boda con un chico de nombre Fernando, mismo que había asistido en la universidad a la que ambas decidieron estudiar, Sora no era igual a los chicos ricos, ella había ido allí gracias a la generosidad de una persona que la había ayudado a escapar de casa, pero eso era agua pasada.

Esteban venía de visita después de que descubrió que era Emi la niña a la que había estado buscando, sin embargo, Emi rechazó toda ayuda puesto que no se encontraba en peligro alguno, simplemente la amaban con mucha fuerza, como ella misma había dicho una vez.

Ese día la casa estaba llena del olor a las flores recién cortadas del jardín, y un toque especial que provocaba el limpiador y el aromatizando con el que Katia hacía el aseo antes de que llegaran del trabajo, ayudaba cuando Emily tomaba sus siestas por la tarde, sin embargo no podía terminarlas a tiempo en ocasiones, ya que la pequeña despertaba de improviso.

- Katia... ¿Dejaste preparado lo que te pedí? – preguntó con Emily en los brazos.

- Por supuesto, la carne ya está descongelada y las verduras están cocidas, también está listo el arroz, ¿Qué vas a hacer con todo eso?

- Es una sorpresa... - dejó a la pequeña Emily con su padre y marchó a hacer la cena.

- Ah, Emi es una estupenda mujer, me da rabia no haberla visto cuando estaba desarrollándose así, pero me alegra saber que sigue siendo la misma. – Max tenía en sus brazos a la pequeña y estaba jugando con ella al caballito, cuando llegara el momento de dormir probablemente Emi le leería un cuento y después marcharía a la cama a servir como una esposa, no podía esperar para eso.

Emi se encontraba en la cocina preparando la cena, estaba encantada de poder hacer esa clase de cosas, a pesar de que a su edad, tiernos dieciocho años debería estar planeando en estar felizmente divirtiéndose con sus amigas y saliendo de compras, mirando escaparates por todas partes aún si no compraba nada, el simplemente hecho de estar caminando con sus amigas era un placer infinito; sin embargo, ella nunca tuvo esas expectativas, siempre estaba dispuesta a sacrificar sus años juveniles por el bienestar de su madre, puesto que no contaban con el apoyo de un padre que se hiciera cargo de todas esas cosas que, a veces, resultaban algo molestas.

Había sido una suerte el que Max le comprase en aquella subasta, había sido toda una aventura la que pasó con Max y Babilas hasta llegar al punto en la que se encontraba en ese momento, haciendo de madre para una niña pequeña cuya madre nunca le prestó atención y haciendo de esposa y amante para la persona a la que tenía guardada en su corazón, aquella por la que sentía debía esforzarse hasta caer rendida y volverse a levantar; era por ver la cara sorprendida de Max que no importaba lo cansada que se sintiera, siempre sacaba las fuerzas para seguir con todos y cada uno de los deberes que tenía que hacer.

Era de gran ayuda que Katia se encontrara cerca, ya que el trabajo a veces le quitaba algo de tiempo que podía estar utilizando para la cena o el aseo, por eso su ayuda era imprescindible. Ella ayudaba con la pequeña Emily en lo que regresaban del trabajo, también ayudaba con el aseo y los preparativos de la cena, así que solo Emi llegaba a terminar los detalles; hacía bastante tiempo que Katia formaba parte de la mesa en la que los señores de la casa chica se alimentaban; debido a que ya era oficialmente la pareja de Babilas, a pesar de que su padre no estaba muy contento con aquella decisión, su madre le había dicho que no interviniera en los asuntos del corazón puesto a que él mismo había hecho lo mismo; por eso y a su pesar el único que seguiría en una familia de linaje sería Diego.

A Diego le hicieron tomar nupcias con Jaqueline, no parecía molestarle ser la segunda opción, siempre había sido así, tanto con sus padres como con las personas, los amigos de los que Max se cansaba, terminaban jugando con él, sin embargo, con Jaqueline era un poco diferente, él la amaba de forma verdadera, por ella sus frustraciones de saber que no le correspondía las desquitaba con las personas, personas cercanas a Max. Se complacía de manera enorme cada vez que lastimaba emocionalmente a una persona; para vengarse de Max por robarle a Jaqueline, había grabado en la mente de Emi que ella no iba a ser amada nunca, ya que no era una mujer, sin su útero se había vuelto algo más que una simple muñeca, era un juguete interactivo que solo existía para ser violado o maltrecho por los hombres; también, añadió, que una vez que Max se cansará de ella la botaría cual basura. Y se encargó de recordarle una y otra vez cuando la tenía bajo de su cuerpo que no era una persona sino un simple juguete que entretiene con lo que tiene entre las piernas.

A pesar de eso, cuando se casó con Jaqueline cambio su comportamiento de forma radical, ahora sonreía y estaba feliz de tener a una mujer tan bella a su lado, se sentía realmente afortunado por la esposa que tenía consigo; para Jaqueline, sin embargo, era una historia diferente, ella no amaba a Diego e infinidad de veces cuando intimaban imaginaba en su mente a Max tomándola, con esas manos suaves y gentiles con las que siempre tomaba a Emi, no le importaba fingir, ya que realmente amaba a Max y si él era feliz ella también o por lo menos eso pretendería. Ahora estaban contentos de que la familia creciera de manera espectacular, a pocos meses de la boda, la cual se efectúo casi de inmediato a la fecha en la que regresaron con las buenas noticias de su divorcio, Diego pretendía dejar en cinta a Jaqueline lo más pronto posible, sin duda alguna, sus bebés serían mil veces más hermosos que los que había tenido con Max.

Cenaron de forma animada, el reloj marcaba las siete de la tarde, aún quedaba algo de luz solar para poder jugar un poco más con Emily, sin embargo, a la pequeña le gustaba escuchar a su madre; porque así le llamaba; tocar el piano, a veces el violín, cualquier cosa que su madre tocará era simplemente sublime para la pequeña, estaba encantada de que siempre tuviera tiempo para ella cuando se encontraba en casa, pronto iría a la escuela, aquel kínder que su abuelo había fundado, donde toda la élite estudiaba desde la guardería y Emi se encargaba de ayudarle a tener el mejor comienzo posible, enseñándole todo lo que a ella misma le faltó le enseñarán cuando era pequeña.

Con los postres del día siguiente hechos, solo faltaba las horas de enfriamiento, Max comenzó a tener la idea de ponerle una pastelería, ya que a su hermosa mujer le agradaba tanto la repostería, pero el simple hecho de que no se encontrara cerca de él era algo impensable. Por lo que lo descartaba rápidamente, deseaba seguir a su lado por el resto de sus días, pero quizás, tanto trabajo terminaría debilitándola, logrando el efecto contrario; la amaba cabía repetirlo cuantas veces fuera necesario, pero su amor lo atontaba, le hacía volverse ciego a ciertas cosas.

Eran alrededor de la medianoche cuando finalmente Emi había terminado sus deberes, estaba cansada, pero se encontraba feliz; ahora iría a dormir al lado de Max, sabía que había una posibilidad extremadamente grande de que Max no deseará dormir todavía, así que había tomado unas pastillas para evitar el dolor de cabeza y no fallar a la única persona que más amaba en el mundo. Abrió las puertas del cuarto intentando no despertar a la pequeña que, para su sorpresa, no se encontraba en la habitación esa noche, sabía que algo así podría pasar.

- ¿Ya terminaste? – preguntó Max sentado en la cama, dejando a un lado aquel libro que sostenía en sus manos, se sacó los anteojos dejándolos sobre la mesa de noche, le observaba deseoso de pasar la noche con su amada.

- Sí, ya tengo todo listo para mañana amo Max... - contestó tratando de no parecer nerviosa, hace bastante tiempo que Max no la tomaba, ahora era una adulta así que el sexo no sería igual que en aquella época, sería más placentero y era precisamente a eso a lo que le tenía miedo, a gozar demasiado y desearlo cada hora del día.

- Deja de llamarme amo, sabes que no lo soy, soy solo yo Max, la persona que siempre te ha amado. – Max había dejado la cama para acercarse por la espalda a Emi, quien comenzaba a arreglarse para dormir, con aquel blusón que tapaba solo lo necesario en esa tela tan delgada que, quien le mirara a contra luz, vería a la perfección aquella silueta que tanto le fascinaba.

- Siempre serás mi amo, recuerda que me compraste, eso no cambiara por mucho que te amé y por mucho que me ames a mí, siempre seremos como un niño y su juguete. Para todos los demás siempre seremos eso. – los ojos de Emi estaban opacos, muchas veces, más de las que ella podía recordar, Diego y algunas otras personas le refrescaban que ella no podía estar con Max porque era mercancía, un juguete con una sola función, solamente podía esperar a ser la segunda en una relación con él, pero inclusive así, Emi solo desea estar con él.

- Realmente eres una tontita, no eres un simple juguete, eres mi querido juguete. Uno que se ha vuelto tan indispensable para mí como el respirar. No me importa lo que te hayan dicho antes, lo que importa es lo que yo te diga y si te digo que eres mi mujer, entonces ¿Qué más dan los demás? Mándalos a comer espárragos y ven a besarme. – las palabras sobraron, aunque Max sabía a la perfección que Emi no estaría satisfecha solo con eso, así que tenía planeado algo para su próximo cumpleaños, mismo que celebrarían en unos pocos meses, poco después de navidad, eso le daría tiempo para poder ordenar cada palabra que deseaba decirle. A ese tan y querido juguete, como ella misma se hacía llamar.

Por esa noche, las caricias, los besos y abrazos fueron la principal fuente de energía de dos amantes que se amaron hasta llegar el amanecer, no se preocuparon por Emily, puesto que dormía de forma tranquila en la habitación de su tío. Esa noche solo serían ellos dos, recordando cada momento que pasaron juntos y recuperando cada noche que estuvieron alejados el uno del otro.

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