Un mes más.

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- Max... cariño ¿Dónde estás? – la voz de Jaqueline resonaba por las habitaciones de la casa chica, estaba un poco nerviosa, se encontraba en la casa chica, habían hecho que durmiera en la misma habitación que Max y sin embargo, él solo se la pasaba pegado a esa niña, no lo entendía, ella tenía el cuerpo desarrollado por completo, sus pechos eran grandes y sus caderas prominentes, su rostro era lindo, suave, su nariz era pequeña, sus glúteos redondeados; en otras palabras era una chica guapa por donde se le mirara. Sin embargo, Max no comprendía eso, prefería estar a un lado de una chiquilla cuyo cuerpo aún no estaba formado bien, era un desperdicio.

Emi comenzaba a despertarse, un dolor en la cabeza le vino de repente, siempre ocurría cuando se dormía llorando, hace bastante tiempo que no le pasaba, pero el día anterior no pudo hacer nada más que soltarse en llanto en los brazos de Babilas, no sabía que iba a hacer de ahora en adelante, Max quizás ya no desearía pasar más tiempo con ella y todas las cosas a las que le había acostumbrado serían reemplazadas por miradas frías, por lo menos eso era lo que pensaba. Intentó levantarse, acto totalmente infructuoso debido a unos brazos que le sujetaban desde la espalda, los reconocía, ese calor que emanaba el cuerpo contrario solo podía ser de una persona, Max.

- Quédate en silencio hasta que me levante... - se escuchó susurrar entre sueños, deseaba ser abrazada por él, así que sin hacer el menor ruido, espero a que Max finalmente terminará de descansar, era sábado, así que no tenía que preocuparse por la entrada al nuevo ciclo escolar.

- Max, cariño ¿Dónde estás? No puedes dejar a tu prometida botada cual florero. Max... - la voz de Jaqueline se escuchaba cada vez más cerca, a cada paso se acercaba más y más a su habitación, el corazón de Emi comenzó a latir con fuerza, no sabía que iba a pasar; su madre le dijo, hace mucho tiempo ya, que las prometidas o las esposas de los hombres eran sagradas y debían respetarse, cosas como los besos, abrazos o más eran actos horribles que una mujer hace en traición a otra; eso se lo dijo cuando comenzaron a correr los rumores de que una vecina estaba saliendo con el marido de otra; le pidió que nunca le faltara el respeto a otra mujer de esa manera e inevitablemente gracias a Max lo estaba haciendo.

- ¿Estás aquí? – Jaqueline abrió la puerta, aquel ruido molesto, ocasionó que Max se aferrará más a Emi, colocando sus manos en su cintura y por encima de su pecho, apretándolo un poco, su nariz se clavó en su cuello y olfateó aquel agradable aroma, sus piernas se enroscaron sobre las de Emi, impidiendo cualquier movimiento por parte de la pequeña que solo supo ponerse roja de la vergüenza.

- ¡¿Qué crees qué estás haciendo?! Maldita mocosa... - Jaqueline estaba completamente molesta, era cierto que su compromiso lo habían pactado sus padres por el bien de ambas compañías, para poder acrecentar el mercado y fortalecer a ambas empresas en una cooperación mutua, sin embargo, fue ella quien le dio la idea a su padre, porque conoció a Max durante una fiesta de negocios y quedó perdidamente prendada a él a pesar de que aún era pequeño tenía una visión muy grande del futuro.

Jaqueline rápidamente se acercó a la cama, furiosa, tomó la mano de Emi y la haló fuertemente para sacarla de la cama, una intrusa 9 años más pequeña que ella, sin experiencia en muchas cosas, cómo podía quitarle lo que por derecho le pertenecía, era inaceptable, alzó su puño en alto, comenzaría a demostrarle a esa infeliz lo que le sucedería si seguía así de cerca.

- Maldita me las pagarás... - su puño comenzó a descender con una rapidez sorprendente, sin embargo, no alcanzó a tocar a la niña que solo cerró los ojos esperando el contacto, Jaqueline estaba impactada, Max le había tomado por la muñeca para evitar que golpeara a Emi, por qué la protegía, no tenía sentido, un sirviente malcriado debe ser corregido, entonces por qué.

Mi querido jugueteحيث تعيش القصص. اكتشف الآن