Mi querido juguete

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- Podrías venir un momento... - se escuchó por el intercomunicador dentro de la gran oficina que ocupaba Max en esa compañía.

- Enseguida voy... - sonó nuevamente y antes de que se dijera palabra alguna dijo. – Enseguida le llevó su café también, con dos de azúcar.

- Gracias, por eso te quiero.

Emi mostró una sonrisa, siempre decía lo mismo, aunque estaba bastante acostumbrada a su rutina diaria, algo exhaustiva y demandante pero la hacía realmente feliz ver el rostro de sus dos amores con una sonrisa en los labios.

Preparó con esmero el café que tanto le gustaba a Max, aquel que tenía un leve sabor a canela y vainilla, gusto adquirido hace poco, puesto que a Max no le agradaba mucho el café; quizás porque su antigua secretaria únicamente añadía una cucharada de café, dos de azúcar y solo eso, demasiado café, poca azúcar, mal mezclado, en definitiva un café que pocos querrían probar. Acompañó el café con unas galletitas que ella misma había hecho en casa la noche anterior, mismas que Emily le dijo hacer juntas.

Entró a la oficina siendo observada por sus habitantes, Max en la enorme silla y aquel hombre bajito de lentes frente a él; sabía que Max tenía la mirada fija en el inexistente escote de su blusa, aquellos botones que le insinuaban tantas cosas le hacía tener ganas de regresar a casa y arrancarlos de tajo mientras devoraba esa piel blanca que tanto le fascinaba.

- Aquí tiene señor. – entregó la tasita al invitado.

- Gracias. – desvió la mirada, al parecer había visto piel o la cercanía le pareció inapropiada, Emi no pudo más que soltar una sonrisa, no lo había hecho a propósito.

- Aquí tiene señor, ¿Necesita algo más? – preguntó mirando a Max al rostro, sus ojos expresaban algo que su boca en esos momentos no podía pronunciar.

- Ah, sí, necesitamos que tomes dictado.

- Con gusto.

Era tan diferente trabajar con Max a con Diego, las primeras semanas Emi estaba aterrada de tomar dictados en la oficina de Max, pues tenía presente el miedo que le generaban los visitantes y la forma en la que Diego cerraba tratos. Pero después de un tiempo se fue acostumbrando, Max no era Diego, Max nunca haría nada que la dañara, porque la amaba y sin lugar a dudas la protegería de cualquier peligro, siempre lo había hecho y lo seguiría haciendo.

El visitante la miraba de forma extraña, cosa que le incomodaba un poco, pero podía resistirlo.

- Señorita, ¿Puedo hacerle una pregunta? – cuestionó, Emi dejó de tomar nota, Max guardó silencio, ambos esperaban pacientes a que su visita dijese algo de valor.

- Claro, señor, dígame.

- Su falda es muy corta, la postura de su cuerpo es incitante, ¿Acaso me está invitando a hacer algo? – Emi abrió los ojos sorprendida, era la primera vez que un cliente osaba decir semejante barbaridad, no deseaba ofenderlo, pero tampoco podía permitir que le hablaran de esa forma.

- Lo siento, no comprendo, mi falda no es corta, está tres centímetros debajo de la rodilla y mi postura es recta, no incitante, le suplicó de forma cortés que no se distraiga de lo que el señor Maxwell le está diciendo. Gracias.

Max sonrió por el hecho, le encantaba Emi en todas sus facetas, no sabía a ciencia cierta todo lo que había pasado Emi por tantos años de estarlo esperando, pero se alegraba de que no hubiera cambiado su esencia, esa de la que se enamoró hace ya tanto tiempo y por la que estuvo peleando con su madre, con su padre, con la sociedad y Jaqueline, ésta última era la más reticente a que Max estuviera con Emi, siempre diciendo cosas horribles, siempre haciendo que su imaginación volará a lugares alejados de la chica, siempre con los peores panoramas; pero se mantuvo firme, porque conocía a la niña, porque la adoraba a pesar de la distancia, porque sin importar que Jaqueline estuviera con él, siempre estaba pensando en Emi, cada minuto del día se preguntaba qué estaba haciendo su chica adorada, si estaba comiendo bien, si le iba bien con las clases; estaba consciente de que probablemente Emi ya no sintiera lo mismo que sintió en ese entonces, pero no podía simplemente botar sus sentimientos, la amaba más que a nada. Precisamente su amor por Emi hizo que su primera y quizás única hija llevará el nombre tan parecido, para intentar olvidarla, sin embargo, solo incrementó sus ansias de volverla a ver.

Mi querido jugueteWhere stories live. Discover now