Salgo corriendo de la universidad para alcanzar a ir a buscar a Cassia a su guardería e irla a dejar a casa de mi abuela, pasar un poco de tiempo con ella y luego ir al nuevo trabajo que me conseguí hace un par de semanas. Mi horario se descuadró al salir veinte minutos más tarde de mi última clase, lo que disminuye el tiempo que paso con mi hija. Todo es un poco más complicado desde que Diego volvió a Viña tres semanas atrás mientras intenta conseguir trabajo, se acabó el sueño y nuevamente estoy en mi rutina de los últimos dos años.
Trabajo de mesera en un restaurant durante cinco o seis horas, dependiendo de la cantidad de personas que vayan que siempre suelen ser muchas. Con la universidad, el trabajo y mi hija me faltan horas del día para poder hacer todo lo que necesito, pero al menos me las estoy arreglando. Por primera vez, agradezco las noches de insomnio que me provocan los antidepresivos porque así puedo utilizarlas para estudiar lo que no pude hacer en el día.
Diego no ha podido encontrar trabajo allá, todos le preguntan por qué lo despidieron de su antiguo trabajo y al responder que es personal, solo le dicen que lo llamarán pero nunca lo hacen. Mi padre tiene demasiada influencia en esa ciudad, por lo que no me sorprendería que tuviera algo que ver en la mala suerte que ha tenido mi novio porque hasta algunos que le habían ofrecido un trabajo mejor antes, ahora le daban la espalda. Aun así, él no ha perdido la esperanza y sigue yendo a cada entrevista que se le presente, no está preocupado porque hasta el momento tiene con qué mantenerse. Esa es la razón por la que no ha querido aceptar los dos puestos que le han ofrecido aquí en Santiago, por más que quiere venirse a vivir aquí, no quiere dejar a su mamá sobretodo después de que el médico les aconsejó que pasaran el mayor tiempo posible con ella porque el tratamiento no dio resultados y se les acababan las opciones.
—Me muero de pena cada vez que la dejo —tengo a Diego en altavoz mientras me cambio a la ropa que tengo que usar para el trabajo en una especie de camarín que hay en el restaurant—. Me mira con esos ojitos como diciéndome que le mentí al irla a buscar y luego dejarla otra vez. Como en su primer día en la guardería.
—A los niños les cuesta adaptarse a estos cambios, con el tiempo creo que será un poco más fácil.
—¿Qué pasa si se le olvida que soy su mamá? No me ve más de tres horas al día, cuando la voy a buscar del trabajo ya está dormida.
—¿Y buscar un trabajo que te quite menos tiempo no es una opción?
—Es difícil encontrar trabajo sin un título universitario, supongo que no me queda de otra.
—Bueno, tampoco es fácil con un título a veces.
—¿Cómo te fue en tu entrevista de hoy?
—Igual que en todas. No sé para qué me esforcé tanto en ser uno de los mejores de mi generación, en hacer mi trabajo lo mejor que pude si a la hora de buscar trabajo todos olvidan eso por unos rumores de mierda.
—Lo siento —no puedo evitar sentirme culpable por eso, si yo no hubiese aparecido o si al menos hubiese tenido más cuidado con dejar mi teléfono cerca de mi papá, él seguiría conservando el trabajo que lo hacía feliz.
—No es tu culpa, ya te dije que habría dejado mil trabajos por ti. Solo estoy enojado con el sistema.
—¿Está buena la charla, Grayson? —pregunta mi jefe con voz irónica—. Será mejor que le cortes al señor «odio el sistema» y te pongas a trabajar porque tu turno acaba de empezar. Si no sales en un minutos me veré obligado a descontarte la primera hora.
—Ya voy —saco a mi novio del altavoz y me acerco el teléfono a la oreja—. Tengo que irme, ya lo escuchaste.
—No pueden descontarte por eso, estoy empezando a pensar que tu trabajo es abusivo.
—Sí, pero es lo que hay. Te llamo cuando salga, un beso. Te amo.
Mi jefe hace una mueca burlona y luego se va a hacer lo que sea que tiene que hacer. Yo me guardo el teléfono en el bolsillo luego de escuchar el «te amo» que me devuelve Diego antes de seguir corriendo al jefe.
La jornada comienza muy movida como todos los días y aunque estoy cansada no me quejo, al ser un lugar conocido y caro dejan muy buenas propinas y el sueldo que recibiré a final de mes tampoco está mal. Todo esfuerzo deja sus recompensas, eso es algo que sé muy bien.
Después de tres horas de atender mesas sin parar, comienzo a sentirme un poco cansada. Los ojos se me cierran solos y me siento mareada pero no me detengo, ya queda menos para volver a casa. La última bandeja que llevo casi se me cae, por lo que me gano una mirada mortal del jefe así que intento respirar profundamente y seguir haciendo lo que puedo de la mejor forma posible.
—¿Estás bien? —pregunta uno de mis compañeros al pasar a mi lado, me recorre completamente con la mirada.
—Sí, solo un poco cansada.
—¿Segura? ¿Por qué no vas sentarte unos minutos al camarín?
—No es necesario, estoy bien.
Comienzo a sentir que las piernas no me responde y durante lo que parece medio segundo, pierdo la consciencia hasta despertar en los brazos de mi compañero que por suerte alcanza a atraparme y no me golpeo.
—Ya veo que estás muy bien —pone los ojos en blanco y me carga en sus brazos—. Vamos, te llevaré dentro.
No digo nada porque no puedo hacerlo, toda la habitación da vueltas alrededor de mí y siento que si hago el mínimo esfuerzo vomitaré todo lo que haya en mi cuerpo que... no debe ser mucho. El chico me da un trozo de chocolate para subir el azúcar y me pregunta cuándo fue la última vez que comí, algo que claramente yo había olvidado hacer desde anoche porque hoy mi día se desorganizó completamente desde que me desperté tarde y no alcancé ni a desayunar.
—Grayson, ándate a casa —el jefe entra con su cara molesta de siempre.
—Aún me quedan horas.
—No voy a dejar que te andes desmayando otra vez en frente de los clientes, así que anda a casa y vuelve descansada mañana. Te descontaré estas dos horas, puedes recuperarlas otro día.
—Maravilloso —pongo los ojos en blanco para que se entienda el sarcasmo y comienzo a juntar mis cosas para salir rápido de ahí. ¡Já! Como si fuera muy fácil volver descansada de un día para otro, necesito dormir meses enteros para recuperar mis horas de sueño perdidas.
Espero sentada en el auto hasta que me siento un poco mejor y conduzco hasta la casa de mi abuela para buscar a Cassia. Para cuando llego ya me siento mucho mejor, lo que es una suerte porque si no mejoraba no habría subido a mi hija a un auto que yo conduzca.
Le aseguro a la abuela que estoy bien y acomodo a Cassia en su silla para bebés, por primera vez en semanas la veo despierta cuando vuelvo del trabajo y sonríe como siempre que me ve. Conduzco con precaución ya sintiéndome cada vez mejor y al llegar al departamento me pongo el pijama y a ella también, caliento agua para prepararme un café y por mientras, me siento en el sillón con ella en mis brazos cantándole para que se duerma porque a pesar de que salí temprano, sigue siendo tarde para ella.
Cuando por fin logro que se duerma, la llevo a su habitación. Estaba muy inquieta pero ahora descansa como un angelito, como me encantaría volver a tener esa edad cuando la mayor de mis preocupaciones era comer y dormir. Vierto mi café en una taza, me preparo algo rápido para comer y vuelvo a sentarme en el sillón mientras pienso en alguna opción para no terminar tan agotada todos los días antes de que colapse y arruine todo.
Mi teléfono suelta un sonido que reconozco enseguida y avanzo hasta la mesa en que está lo más rápido que puedo, si es lo que estoy pensando estoy más que arruinada. ¿Cómo se me pudo olvidar algo tan importante?
Ahí están, las letras de color rosado parecen como si me estuvieran felicitando, como si esto fuera una buena noticia y yo solo puedo pensar en que esto no puede estar pasando otra vez. No ahora.
Marco el número de Diego casi con desesperación y como ningún otro día, se demora mucho en contestar. Estoy perdiendo los nervios aunque intento controlar mi respiración para no verme vista nuevamente en esos horribles ataques de pánicos que me atormentaban en el pasado.
—Hola, amor —contesta al fin con voz relajada—. Lo siento, estaba en la ducha. ¿Cómo estuvo el trabajo? Sigo creyendo que te explotan ahí...
No puedo seguir escuchándolo, si no lo digo enseguida será peor así que antes de arrepentirme, cierro los ojos con fuerza y exclamo:
—¡Tengo un atraso!