Esperando por ti (Dragon's Fa...

By LyluRys

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Dylan Kay sabe lo que fue crecer sin ningún tipo de afecto en su vida, pero aún consciente de ese hecho, él s... More

ANTES DE LEER
Sinopsis:
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48 (Editado)
Capítulo 49
Capítulo 50 (Editado)
Epílogo
Agradecimientos
Playlist
Extra | Editado
Extra
BookTrailer | Esperando por ti

Capítulo 43

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By LyluRys

Dylan

Ajuste de Cuentas 4

Dylan Kay, millonario-por-una-jodida-noche, desapareció. Cambié el caro esmoquin negro por un uniforme azul de técnico electricista. Sigo siendo yo, mecánico automotriz de profesión, pero no hoy. Miro a mis hermanos Dragones vestidos igual que yo, y luego miro el sencillo reloj en mi muñeca. 11:41 a. m. Y los segundos van avanzando. Anoche celebramos hasta las tres de la madrugada, pero hoy no estoy cansado. Estoy ansioso.

—¿Por qué diablos no aparece? —cuestiono a nadie en particular—. Está retrasado —quito mi gorra de manera brusca y paso los dedos por mi cabello. Estoy comenzando a preocuparme.

Se supone que nuestro contacto ya estuviera aquí, pero mirando a todos lados de este solitario callejón, no hay señales de su presencia. Si no viene, nuestro plan se irá a la mierda porque él es nuestro pase de entrada, es la llave maestra para acabar con nuestro último ajuste de cuentas.

—Dijo que a las once y media estaría aquí, pero dale tiempo, Dylan —dice con calma mi presidente—. Imagino que para un hombre como él no es fácil pedir un momento libre en su horario tan estricto, y mucho menos hoy.

Inhalo profundo para calmar la impaciencia y me coloco la gorra nuevamente. —Si no viene en cinco minutos, se acabó. Iré solo —anuncio a mis hermanos.

—Paciencia, VP —me aconseja Zach—. Hay gente esperando nuestra llamada también. No podemos echarlo a perder.

—Apégate al plan, hermano. No puedes ir solo, eso es prácticamente imposible y un acto suicida porque irás a la cárcel, de nuevo —niega Lucas y los demás lo secundan.

—Obsérvame y lo verás —contesto, mi actitud retadora—. No me importa si voy a la cárcel por allanamiento de morada. Esto tiene que hacerse hoy.

—Como la mierda que sí, pero no te dejaremos hacerlo solo, Dylan —añade Daniel, su tono firme—. Confiamos en ese hombre, cosa que no hacemos nunca con un desconocido, pero si no viene, entonces pensaremos en un rápido plan b, y jodidamente iremos allí contigo.

Asiento mirándolo, y luego inhalo de nuevo para calmarme y miro hacia el final de la calle. Seguimos esperando.

—No lo entiendo —Carl rasca su mandíbula—. Esta mañana cuando hablé con él por teléfono, me aseguró que ya todo está en marcha y que él estaría aquí a la hora acordada para llevarnos al lugar y dejarnos entrar. ¿Qué carajos pudo haber pasado? —murmura pensativo.

—Espero que no se haya arrepentido. —Mi tono es frío y amenazante—. Si caga nuestro acuerdo, iré por él.

—No creo que lo haga —objeta el prez—. Por lo que dedujimos, Albert estima mucho a Lorelle. Él quiere esto tanto o más que tú. —Se voltea hacia Carl y le ordena—: Llámalo. Dile que si en los próximos minutos no está aquí, lo estaremos cazando a él también.

—No hace falta, prez. Aquí viene —nos avisa Zach, y volteamos nuestras cabezas hacia el Land Rover modelo Holland & Holland que se acerca.

El mecánico en mí, y el amante de autos y motos, admite que es impresionante ver una máquina tan lujosa y malditamente cara como esa. No vemos muchos autos de ese tipo en el taller de mecánica Baxter, a excepción del Ferrari California de John Smith.

El conductor se detiene, apaga el vehículo, y luego se baja. Cuando cierra la puerta, nos mira a todos estudiándonos con atención.

Albert Evans, de él Lorelle tomó su apellido actual. Él es el chofer de la familia Donovan y nuestro contacto. Solo hemos hablado con él por teléfono.

El hombre de cuarenta y ocho años es alto, de cabello castaño y pocas canas. Tiene puesto su negro y elegante uniforme de chofer, junto con sus guantes blancos y gorra. En el lado derecho de su chaqueta tiene bordada la letra D en color dorado, y cuando termina de observarnos, sus pasos enfundados en lustrosos zapatos, se mueven hacia nosotros.

—¿Quién de ustedes es Dylan Kay? —pregunta con un distinguido acento cuando se detiene frente al grupo.

Me cruzo de brazos. —Ese jodidamente, soy yo. —Me quedo en mi sitio, y sus ojos se mueven hacia mí.

Después de asimilar que soy el hombre que está haciendo todo esto por Lorelle, su cabeza se mueve al asentir y dice: —Antes que todo tengo que saber, ¿cómo está ella? —Su pregunta está cargada de afecto sincero.

Dentro de mi caja torácica, los pulmones se llenan de aire, luego se vacían, y mi corazón late más deprisa cuando pienso en mi mujer. No importa si son días, horas o minutos sin ella, pero la cuestión es la misma, la extraño y la necesito condenadamente mucho.

—Lorelle está perfectamente bien —respondo con la verdad, y Albert se relaja y después se quita un guante y nos saluda con la mano a cada uno.

Él respira profundo. —Han pasado más de cinco años desde la última vez que la vi —comenta, y su gesto se vuelve nostálgico—. Ese día la recogí en el colegio Stanton Elite y la dejé en la entrada de la mansión. Ella estaba tan nerviosa y asustada, y tuve tantas ganas de decirle que no entrara porque sabía que algo no estaba bien, pero eso era imposible de hacer si no quería que me despidieran o me acusaran de secuestro —masculla descontento, y mi estómago se tensa al volver a pensar en una joven Lorelle con miedo—. Mi jefe, Frederick, estaba actuando muy raro. y eso es mucho decir porque así es él todo el tiempo, pero lo que nunca imaginé fue que Lorelle se escapara —concluye apesadumbrado.

—¿Qué pasó exactamente el día después de que ella se fuera? —pregunto. Quiero los malditos detalles para alimentar más mi desprecio hacia ellos—. Ya sabemos que sus padres adoptivos no llamaron a la policía ni la buscaron o contrataron a algún jodido detective. —Estoy molesto.

Tristemente, Albert niega: —No, no hicieron nada de eso, Dylan —confirma, y todo mi cuerpo se estremece con la fuerza de mi ira. Mi hermosa hada, echada al olvido por su familia adoptiva—. Frederick la castigó por hacerle pasar esa "vergüenza" de liarse con el enemigo, el chico Walker.

Resoplo. —Seh, ya tuvimos el placer de conocerlo —digo con frío desdén, y mis hermanos ríen sin humor también.

—Carl me dio una idea de lo que harían —replica asintiendo—. Gracias a ustedes, hoy todo Stanton sabe que Leonardo está vacacionando en una habitación de hospital, golpeado y con varios huesos rotos.

—Leímos la noticia en el periódico esta mañana, pero ese trabajo no lo hicimos nosotros. —le aclara Daniel—. Fueron los Korsakov.

Los ojos marrones de Albert se agrandan atónitos. —¿Los Korsakov? ¿Él también está ligado a ellos?

—Involucrado hasta el jodido cuello —afirmo—. Yo solo lo golpeé un poco y lo dejamos enterito en el estacionamiento subterráneo del club Vertex. No tuvimos nada que ver con lo que pasó después. A ese capullo, ya lo estaban vigilando desde hacía tiempo.

Albert silba todavía pasmado. —Si su padre se entera de que está metido con la mafia rusa, lo desheredará sin pensárselo dos veces. Para esa gente el honor y la reputación son importantes.

—Ese ya no es nuestro problema —me encojo de hombros.

Albert me analiza y luego nos mira a todos con admiración. —A mí tampoco me aflige ni un poco lo que le pasó. Ese cretino se merecía eso y mucho más por lo que le hizo a Lorelle. Bien hecho, Dylan —me felicita.

Afirmo. —Por ella, hago lo que sea.

Mi respuesta lo complace, luego suspira con pesar y empieza: —Contestando a tu pregunta, no pasó nada después de que ella huyó. —Mi mandíbula se aprieta—. Todas las empleadas de la mansión la estimaban mucho y le brindaban más afecto que su propia familia. Desde niña, Lorelle siempre fue amable y dulce con ellas y con todos, pero lo hacía a escondidas porque sus padres no la dejaban interactuar con la servidumbre. Esa mañana, cuando las chicas no la encontraron por ningún lado de la casa, muy preocupadas, ellas le avisaron a los Donovan sobre la desaparición de Lorelle. Yo no estuve presente, pero según ellas, Frederick no se alteró y no se levantó de su silla. "No tiene dinero. Ya regresará", dijo sin más y siguió desayunando tranquilamente en el comedor.

Mis chicos murmuran con desprecio y en total desacuerdo. Yo quiero estrangular al malnacido.

—¿Y su madre? —escupo con acidez.

Albert resopla disgustado. —La mujer trofeo de Frederick, sí que se molestó porque ya ella estaba empezando a planificar la boda de Lorelle con el hijo de Douglas Van Den Bosch, muy amigo del señor Donovan. Según se comentaba, ese iba a ser el acontecimiento del año.

—Mierda —mascullamos Daniel y yo al mismo tiempo.

—Sí, una verdadera catástrofe y aún lo sigo creyendo —concuerda Albert—. Ellos iban a presentarla ante el heredero de los Van Den Bosch, William, en la fiesta anual de caridad de la compañía bancaria de Frederick. Ya todo estaba planificado, sería un frío acuerdo de negocios y nada más. Nada de amor como Lorelle se merecía. Fue bueno que escapara de esa vida que le esperaba. Fue valiente.

Maldigo, paso ambas manos por mi cara y después respiro hondo para calmar la furia.

Sí, mi chica hizo bien. Hizo lo que le dictaba su conciencia y su corazón, y gracias a esa decisión, ella ahora está conmigo. Sin mencionar nombres Lorelle, escribió sobre ese matrimonio arreglado, sobre ese infierno que querían hacerle pasar.

—Sí, lo hizo. —Le doy voz a mis pensamientos—. Escapó y le fue mejor de lo que su "querida familia" le tenía preparado para ella. El destino la puso en mi camino, y que me jodan si no voy a cuidarla y a protegerla hasta el día en que me muera.

Albert sonríe. —Tus palabras, además de tus acciones, me demuestran que verdaderamente la amas.

—Lo hago y lo haré —declaro con firmeza—. Haré hasta lo imposible para mantenerla feliz. A ella y a mi hijo.

Esa noticia lo sorprende a lo grande. —¿Lorelle está embarazada?

—Sí, nos enteramos hace poco —confirmo y mi voz sale emocionada, no puedo evitarlo.

La sonrisa del hombre se agranda y sus ojos marrones se humedecen. —Enhorabuena para ambos. —Me felicita, y tomo de nuevo su mano extendida y le doy un amistoso apretón.

—Gracias —replico con mi media sonrisa.

—Si alguien merece ser feliz después de vivir tantos años en soledad y sin amor, esa es mi pequeña Lorelle. Siempre la vi como la hija que nunca tuve —explica con emoción en su voz—. La vi crecer, la llevaba al colegio y de vuelta a la mansión, y siempre que hablábamos se me arrugaba el corazón al ver la inmensa tristeza que había en esos ojos bonitos todo el tiempo, y que ella trataba de ocultar.

Trago de repente y miro al suelo. No tiene ni que explicarme nada sobre sus sentimientos paternales por Lorelle porque los veo. Me alegra saber que al menos ella tuvo gente que la quiso y que cuidaron de ella.

—Por eso estoy haciendo esto, Dylan, traicionar la confianza que Frederick depositó en mí por tantos años, pero ya no me importan las consecuencias —declara Albert, su tono determinado—. Ella lo vale. Me alegra saber que esa hermosa criatura está bien, que es cuidada y amada, pero sobre todo, me siento tranquilo de comprobar que eso seguirá siendo así.

—Infiernos, sí —afirmo vehemente—. Y cómo te dijimos por teléfono, puedes ir a visitarla en cualquier momento.

—Eso me gustaría mucho —contesta conmovido—. Acepto la invitación porque después de hoy las cosas cambiarán, y ya tengo mi equipaje listo —dice, y asiento poniéndome ahora serio.

—Gracias por acceder a esto, Albert —le digo honestamente—. Cuando te contactamos teníamos nuestras dudas, pero cuando nos dijiste lo que recién encontraste sobre ella y que contáramos contigo cien por ciento porque estimabas mucho a Lorelle, pusimos en marcha nuestro plan, y ahora estamos a punto de desenmascarar a los Donovan.

—Las gracias sobran, Dylan —concede con firmeza Albert, y luego mira su reloj—. Debemos irnos —nos urge—. Lo siento por llegar con unos minutos de retraso, pero con los preparativos para la fiesta de esta noche, no pude escabullirme tan fácilmente como pensé.

—No hay problema, Albert. Lo entendemos —le dice Daniel—. ¿Estás listo para esto?

Su cara se endurece. —Llevo años preparado para ver caer a los Donovan, específicamente después de que Lorelle huyera —afirma convencido y sin ningún miedo—. George, el que fue mayordomo por muchos años, se retiró al fin, y yo estoy haciendo su trabajo también hasta que contraten a uno nuevo. Así que le dije al señor Donovan que ustedes "técnicos electricistas", estaban perdidos y que salí a buscarlos. En unos minutos, Frederick y Margaret estarán en el salón tomando el té. El momento es ahora, Dragones.

—Entonces, ¿qué carajos estamos esperando? —espeto, y todos gruñen, mascullan, y nos movemos hacia la camioneta del club.

Lucas y Zach se encargaron de convertirla en una camioneta que brinda reparaciones del servicio eléctrico. Colocaron pegatinas con el logo y el nombre Dragon's Electric Services, y junto con nuestros uniformes y falsas credenciales, nadie sospechará que somos un club de motoristas en busca de justicia.

Albert se monta en su Land Rover, y luego de encenderla lo seguimos. Justo antes de llegar a la mansión, nos estacionamos para hacer un poco de magia cortando unos cuantos cables de servicio telefónico, y luego arrancamos y llegamos sin problema alguno a la mansión-jodida-Donovan.

Hay varios guardias de seguridad en la verja de entrada, pero estamos preparados porque Daniel les muestra nuestros papeles falsos y nuestras identificaciones. Si ellos todavía dudan y llaman al número de "nuestra compañía", pues muy amablemente Ben les responderá. Gracias a la mierda que no lo hacen, y ellos abren el portón y nos dejan entrar.

Todos soltamos el aire que estábamos conteniendo porque hasta ahora, todo va marchando según lo planeado.

Seguimos al Albert por el camino empedrado, y al mirar alrededor todos silbamos impresionados ante la vista. Pensaba que las propiedades de mis padres biológicos eran imponentes porque sí lo eran, ¿pero la de estas personas?

Carajo.

No hay nada de humilde en la alta y ancha estructura gris y blanca hecha de piedra. Albert nos dio todos los detalles de cada rincón de este lugar, junto con fotos, pero las imágenes y las descripciones no le hacen justicia.

Sabemos que en la planta baja se encuentran el salón, el comedor, la cocina, tres baños y una enorme biblioteca. Imagino a una pequeña Lorelle allí metida leyendo todo el día. Haciendo de los personajes de sus libros sus amigos ya que esos hijos de putas no la dejaban tener ninguno.

Lorelle y yo tuvimos una niñez tan triste y tan malditamente solitaria, pero enseguida aparto tales recuerdos del pasado porque nuestro futuro será diferente. Infiernos, sí.

En la planta superior de la mansión están todas las habitaciones, cada una con sus propios baños. Allí también está la habitación que Frederick usa como oficina, y allí también es donde el bastardo guardaba los documentos que sin querer Albert encontró.

Aparcamos, el prez apaga el motor, y rápidamente nos bajamos de la camioneta. Contengo otro silbido al ver el jardín. ¡Es jodidamente enorme! Hay una gran fuente, y empleados aquí y allá trabajando, encargándose de mantenerlo bien cuidado. Miro más allá de la fila de árboles, y veo un espacio para practicar el hipismo rodeado de vallas de madera blanca. Desde aquí no la veo, pero hay un área para jugar tenis, y también sé que en la parte trasera de la mansión está la piscina.

Mis hermanos no paran de murmurar maldiciones de asombro. Están atónitos ante tanto lujo y riqueza, pero Daniel y yo, ya somos inmunes a todo eso.

—Basta, hermanos —ordena el prez, siseando entre dientes porque algunos empleados nos miran con curiosidad—. Acuérdense de lo que estamos representando. Recuerden que nuestra compañía ya está acostumbrada a trabajar con gente jodidamente rica.

Todos se recomponen rápidamente, abro la puerta corrediza de la camioneta, y cada cual saca el equipo y las herramientas de trabajo.

Albert, con actitud altiva y mirada severa, se acerca y luego nos hace señas para que lo sigamos. Sé que está actuando para no delatarse y caminamos tras él. Obviamente, no accedemos a la mansión por la lujosa entrada principal. Eso es para gente rica y con clase como ellos. Nosotros, "los plebeyos", entramos por la cocina.

Cuando llegamos allí, el ambiente es agitado, y los aromas de comida, el ruido de sartenes y ollas, y el chef ladrando órdenes en francés, llenan todo el lugar. Las empleadas están de aquí para allá envueltas en los preparativos para la fiesta de esta noche. Una fiesta que no se llevará a cabo.

Sonrío maliciosamente.

Salimos de la cocina, y Albert nos lleva hacia un pequeño y lujoso recibidor. Está tan lleno de plantas y flores para decorar la fiesta, que el fuerte olor me hace estornudar.

—Mierda —mascullo por lo bajo, limpiando mi nariz con la manga de mi uniforme.

—Esto parece un maldito bosque —se queja Carl, tapando su nariz. El prez, Lucas y Zach hacen muecas de disgusto también.

Cinco empleadas jóvenes entran de repente, imagino que para llevarse los arreglos florales para seguir decorando el interior de la mansión. Al fijarse en nuestra apariencia, ellas se sorprenden, se sonrojan como colegialas y ríen por lo bajo. Las miramos con indiferencia, primero porque nosotros ya estamos acostumbrados a no pasar desapercibidos, y segundo porque ya estamos tomados. Miro a Zach, y en su mirada hay anhelo masculino por esas chicas bonitas, pero también hay concentración porque sabe que no venimos aquí a follar con ninguna. Ellas murmuran y siguen dándonos miradas de interés femenino.

Con voz firme, Albert las amonesta: —Chicas, no se distraigan. Hay mucho que hacer hoy y por nada del mundo entren al salón hasta que les diga que pueden hacerlo.

Las empleadas con uniforme gris y rojo, asienten, y luego se van hablando entre ellas.

—Caballeros, ustedes esperen aquí —su tono sigue firme—. Iré a avisarle a los Donovan — su boca se curva con desdén—, que ya llegaron a reparar la lámpara de araña del techo del salón. Es un hecho lamentable que se dañara esta mañana.

Nosotros sabemos que él fue quien fundió las luces para luego nosotros poner las de repuesto.

—De aquí no nos moveremos, señor —sentencio, y él asiente, listo, y después se gira y desaparece por un pasillo.

Trato de parecer calmado, pero por dentro, la sangre en mis venas comienza a calentarse. En unos minutos veré cara a cara a los padres adoptivos de Lorelle. Me gustaría que ella estuviera aquí conmigo para que viera como ellos caen y pagan por lo que le hicieron, pero enseguida niego.

No quiero verla angustiada frente a estas personas tan frías, sin alma ni corazón que le causaron mucho sufrimiento. No quiero ponerla en riesgo a ella, ni a mi hijo. Eventualmente, ella lo sabrá, todo, pero yo estaré allí para consolarla porque el impacto será jodidamente duro.

—Estamos contigo, Dylan —Daniel apoya a su mano en mi hombro—. No vamos a ningún maldito lado hasta que esto termine —susurra. Él sabe que mi mente corre rápido.

—Lo sé, prez —los miro a todos, a mis hermanos Dragones y solo les digo—: Gracias.

Ellos asienten, preparados, demostrándome que están conmigo si todo sale bien o si todo se va a la misma mierda.

—Siempre, hermano —asiente Carl.

Lucas añade: —Contigo hasta el puto final, Dylan.

—Somos jodida familia —dice solemne Zach, y todos concordamos.

—Será difícil verlos y no querer mandarlos a la mierda rápido a ambos, pero sé que podrás controlarte lo suficiente hasta que ese momento llegue.

Gruño en respuesta hacia mi presidente, listo para lo que sea. —Estoy jodidamente furioso sí, pero no pienso joder esto, hermanos.

Ellos asienten, y todos nos preparamos al escuchar unos pasos rápidos que se acercan.

Albert regresa y se detiene frente a nosotros con su rostro lleno de determinación.

—Síganme —anuncia después de una corta pausa, y esa sencilla palabra activa nuestra adrenalina.

Lo seguimos cargando nuestro equipo hasta que llegamos al salón.

Mi vista se arruga al ver tanta y jodida opulencia en tonos grises y rojos. Las alfombras persas cubren todo el piso, los muebles traídos de Europa adornan gran parte de este lugar, y a mi derecha, hay un piano de cola color blanco. Aquí solo se respira riqueza y poder.

Al fondo de la sala, hay una chimenea rodeada de dos sofás y una butaca negra. Aprieto mi mandíbula al imaginarme al señor de la casa bebiendo coñac y fumando puros cómodamente sin saber, ni importarle un carajo el paradero de su hija adoptiva durante cinco jodidos y largos años.

Imbécil.

Entonces mi mirada se mueve al fondo de esta habitación y allí los veo.

Frederick y Margaret Donovan, sentados en una mesa cerca de la ventana de cristal y tomando tranquilamente el té en su fina vajilla de porcelana, sin saber el infierno que les viene encima.

Albert nos da instrucciones sobre lo que hay que arreglar, pero las escucho muy lejos porque no puedo apartar la mirada de estas dos escorias vestidas con ropas de diseñador. Ellos hablan y nos ignoran, claro está, y al sentir el codazo de Daniel en mis costillas, me espabilo y coloco la escalera doble debajo de la lámpara que cuelga del techo. La jodida lámpara con cristales más grande que he visto en mi puta vida.

Contengo un resoplido, y después de que Lucas me pasa una de luces, me subo a la escalera hasta que llego arriba y comienzo a quitar la que está fundida, y después coloco la que tengo en la mano. Son cinco de estas las que estaré reemplazando.

Cuando bajo por la segunda, escucho por primera vez la voz del señor Donovan: —Inspecciona bien ese trabajo, Albert —le advierte sin tan siquiera levantar la vista de su periódico. Al igual que Walker, su voz tiene un matiz extraño y odio ese tono—. La mansión Donovan recibirá a gente importante, socios de negocios, y todo debe quedar impoluto para la celebración de esta noche.

¿Impoluto? ¿Qué carajos es eso?

—Lo haré, señor —replica nuestro aliado—. Solo contraté a los mejores, y le informo que hasta el momento todos los preparativos están marchando a la perfección.

—Tal y como deben ser las cosas —replica con fina superioridad y pasa una página del periódico. A su lado, su esposa toma un sorbo de té sin despegar los ojos de una revista—. No me gustan los imprevistos de último momento —continúa diciendo—. Estoy tan molesto de que se haya descompuesto esa lámpara en específico. ¡Es una reliquia invaluable, por Dios! —exclama, y su cara estirada no se ve molesta en lo absoluto. Creo que usa Botox o alguna mierda...

Disimuladamente, Zach pellizca mi brazo y dejo de mirar a Frederick. Siento los ojos de mi presidente taladrándome la espalda, pero lo ignoro y tomo otra de las luces y subo la escalera.

—Estará lista y funcionando para esta noche, señor Donovan —le asegura Albert, y él lo despacha con un gesto de su mano derecha.

Capullo arrogante.

Sigo trabajando mientras ellos conversan en voz baja y no escucho un carajo de lo que están hablando. Tengo muchas ganas de lanzarles a la cabeza este foco fundido que tengo en mi mano, pero me contengo para poder intervenir en el momento adecuado.

De repente Frederick hace un sonido incrédulo y lo miro de reojo.

—Mira esto, Margaret —dice con sorpresa—. ¡Hoy la sección de sociales del Stanton Times trajo dos excelentes noticias! —Él ríe con delicada malicia, y la euforia es tanta que ahora habla en voz alta sin importarle quien lo está escuchando.

—¿Sí? ¿Cómo cuáles? —pregunta Margaret, y su voz refinada se escucha aburrida y pesada.

—La primera era un secreto a voces, el escándalo Lexington salió a la luz. —Él niega y su boca hace un chasquido de desaprobación—. No entiendo como un hombre tan respetable como Richard pudo caer tan bajo.

—Tampoco lo comprendo, pero tarde o temprano todo Stanton se iban a enterar porque no se hablaba de otra cosa en el club de golf que de su infidelidad con esa bailarina de dudosa reputación. —Ella hace una mueca de horror y después le da un gran sorbo a su taza de té.

Termino de colocar la maldita bombilla y bajo con cuidado por la escalera.

—De todos modos, ese ya no es mi problema. —Él habla ahora con desdén—. Me alegra haber cortado los lazos con él y su empresa hace años. De lo contrario, hoy ese escándalo hubiese afectado nuestro apellido y mis negocios.

—Eso sería imperdonable y una verdadera vergüenza para nuestra familia —replica un poco agitada la señora, y luego de que Daniel me pasa otra de las luces, subo para seguir con mi trabajo.

—Lo sé, querida —Frederick suspira—. Confío en mi instinto. Siempre lo he hecho y desde el principio supe que Richard, con esa actitud de mujeriego, terminaría muy mal y mira nada más. No me equivoqué. —Él toma su humeante taza y bebe un sorbo.

—Siempre estás un paso por delante, Frederick —lo alaba ella con voz sedosa, pero no hay nada de cariñoso en sus palabras, y enseguida noto que ella ni siquiera mira a su esposo con amor. No hay complicidad ni química entre ellos, punto.

Veo claramente como fue la vida de Lorelle junto a estas dos estatuas de hielo, y mi enojo se renueva. Bajo por otra de las luces.

—Debo hacerlo, Margaret —dice él con firmeza—. Si no investigo a fondo a mis socios y lo que me pertenece, entonces fracaso y todo mi imperio se derrumbaría. Por nada del mundo puedo permitirlo. Hace mucho tiempo que aprendí mi lección. —Ahora sí que él luce molesto. Mucho.

—Cinco años para ser exactos, cariño —susurra ella muy bajito, pero yo sí la escuché, y enseguida me quedo quieto porque la señora Donovan se refiere a lo que sucedió con Lorelle. Jodidamente no hay duda de ello.

Los miro con disimulo.

El hombre asiente mientras la observa fijamente, y entre ellos hay una comunicación silenciosa. A cada paso que doy por la escalera al subir, la tensión en mí se incrementa. Quiero tanto ir allí y sacar el infierno fuera de ellos.

Después de unos segundos, Frederick murmura satisfecho: —Lo que me lleva a la segunda noticia y mejor que he leído en mucho tiempo. El hijo de mi enemigo, Walker, está muy mal herido en el hospital.

Ella trata de recordar a quién se refiere su esposo y cuando lo hace, exclama: —¿Leonardo? ¿Qué le pasó a ese niño codicioso? —pregunta con desprecio, y ahora está muy interesada.

—No dan muchos detalles —niega insatisfecho su marido—. Muy mal por parte del periódico no indagar más sobre esa buena noticia, pero aquí dice que unos enmascarados lo golpearon bastante fuerte en el estacionamiento subterráneo del club Vertex, y que la policía sigue investigando.

Ella jadea con una mano en su pecho.—¡Qué horror! Cuanta violencia, aunque se lo merecía —comenta con saña y encogiendo sus delgados hombros.

—Se merecía algo peor que solo unos cuantos golpes —comenta con rencor Frederick, y deja de manera brusca el periódico encima de la mesa—. ¿Peleas en discotecas? Seguro que estaba borracho y drogado. Esa es una muy mala publicidad para su banco, pero una muy buena para el mío —sonríe satisfecho—. ¿Cuántos socios van a confiar ahora en un hombre de su calaña?

—Ninguno, y con esa noticia, su banco perderá muchos clientes y vendrán a ti, ya lo verás. Ese tonto arruinó nuestra reputación, pero mira cómo la vida se lo cobró. —Ella se regocija también—. Estoy segura de que anda en algo turbio. ¿Qué más dice? ¿Se sabe quiénes fueron los atacantes?

—No, las cámaras de seguridad fueron manipuladas y no se vio nada, lo que no me extraña. Han de ser delincuentes profesionales. —Su mano toma la taza y se la lleva a la boca.

Rio por dentro. Ah, eso sí que fuimos nosotros. Carl manipuló las cámaras porque no íbamos a arriesgarnos a que nos vieran. Hicimos un trabajo limpio y luego salimos de allí, pero no sabíamos que los Korsakov llegarían después y que iba a joder a Walker.

—Al igual que su padre, ese cretino avaricioso nunca me gustó, y sinceramente, esta noticia ha alegrado mi día por completo. —Frederick luce visiblemente feliz.

Maldito malnacido.

—Tampoco me gustó, querido, e hiciste lo correcto al alejarlo para siempre de nuestras vidas.

—Margaret —le advierte en voz baja y su cabeza nos señala. Tan concentrado y a gusto estaba con esa noticia que nos ignoró totalmente.

Sigo trabajando como si no me importara de lo que están hablando, pero que me jodan si no lo hace. Cuando bajo la escalera con la luz fundida en mi mano, noto en los rostros de Albert y de mis hermanos que ellos también escucharon la conversación ajena.

—Ups, lo siento, cariño —se disculpa ella, riendo como una niña y luego tapa su boca con una mano—. Pero tienes que admitir que eso nos afectó grandemente y para toda la vida. Todavía lamento que el trato entre tú y Douglas Van Den Bosch no se haya consumado...por culpa de ya sabes quién —masculla con frialdad—. ¡Tengo esa espina clavada aquí, envenenándome cada vez que la recuerdo! —chilla, y señala su pecho—. Y no creo que ese aguijón tóxico salga nunca. —Hay amargura en sus palabras y sé por qué.

Lorelle.

Ella es la espina, el mal recuerdo que la atormenta, y ellos también hablan del maldito acuerdo de negocios. El matrimonio no celebrado entre mi chica y el tal Williams porque ella huyó, y eso arruinó sus planes y los enojó a ambos. Ahora entiendo mejor porque no movieron ni un jodido dedo para buscarla. Por venganza.

Hijos de puta.

Pongo un pie en la escalera, pero no subo porque el espeso y gélido silencio que se siente alrededor, me hace girar mi cabeza para mirar hacia ellos.

—Ya basta, Margaret —sisea enojado Frederick—. Todos los días te quejas y hablas de lo mismo y ya estoy harto. Te tengo estrictamente prohibido hablar sobre eso —la regaña, apretando sus dientes y luego señala la taza—. Creo que esta vez le echaste demasiado brandy a tu té, querida —dice burlón—. Espero que estés sobria antes de que lleguen nuestros invitados.

Ella se enoja enseguida. —¡Hablo de lo que yo quiera! —le grita con voz borracha y se levanta de su silla—. Sabes que después de que esa malagradecida se fue, fui el hazmerreír de mis amigas, y luego de tantos años aún no puedo superar la vergüenza. La odio. ¡Maldita, maldita sea en donde quiera que esté! —solloza tambaleante y agarrándose de la mesa.

Y eso es todo.

Se supone que terminara de arreglar la lámpara para después pasar directo al plan y enfrentarlos, pero a la mierda todo porque nadie, ¡jodidamente nadie, maldice a mi mujer!

La bombilla en mi mano se hace añicos al caer en el suelo, y el estrepitoso sonido los hace voltear sus cabezas hacia nosotros.

Mis puños están tan apretados que no me extrañaría que las venas en mis brazos reventaran ahora mismo. ¡Estoy malditamente encabronado!

—¡Qué diablos creen que están haciendo, bola de ineptos! —grita Frederick perdiendo totalmente la compostura mientras se levanta de su silla y viene hacia nosotros—. ¿Tienen idea de cuánto cuesta cada foco de esta lámpara antigua? No la tienen, por supuesto. —responde con altanería a su propia pregunta y luego se gira hacia su chofer—. Albert, despide a estos incompetentes de inmediato y contrata a otros técnicos para que vengan ahora mismo. ¡Y limpia todo este desastre!

—No. —Esa negación de Albert sonó como un latigazo.

Frederick lo mira por largo rato como si lo hubiera abofeteado. —¿Qué dijiste? —le cuestiona.

—Dije que no haré una soberana mierda. —Albert responde alto y claro, y su pronto exjefe lo mira sin dar crédito.

—¿Pero a ti qué es lo que te sucede? ¿Acaso te volviste loco? ¡Cómo te atreves a hablarme de esa manera tan vulgar y a desobedecer mis órdenes! —explota.

—Me atrevo porque ya es el momento de que alguien te ponga en tu sitio, Frederick —contesta Albert con calma engañosa.

Donovan ríe sin humor y su cabeza niega como si eso fuera algo absurdo. —No puedo creer esto de ti, Albert —murmura—. Y el valiente que hará eso posible eres tú, imagino —su ceja derecha se levanta en gesto de interrogación.

—Lo soy, junto con mis nuevos amigos —responde Albert señalándonos, y no puedo quitarle los ojos de encima a este imbécil.

Él se mantiene en forma, su tez es blanca, y su altura lo hace lucir imponente, pero yo soy más alto, y a mí no me intimida. Su cabeza no tiene ni una maldita cana y ni un cabello fuera de lugar.

Estoy al frente de mis hermanos, y cuando Frederick me evalúa de arriba abajo con desdén, me enderezo en toda mi altura y lo miro con total desprecio.

Él me señala. —¿Un técnico electricista hará tu trabajo sucio, Albert? —niega, chasqueando con la boca—. Que cobardía y que bajo has caído. —El bastardo lo mira como si fuera un repugnante insecto y le espeta—: Nadie tiene que ponerme en mi sitio porque ya lo estoy, y en una posición más ventajosa que la tuya, pero tú —ahora lo señala a él con el dedo—, ya te quedaste sin empleo y sin referencias por ser tan insolente y malagradecido. Recoge tus bártulos y sal ahora mismo de mi casa.

—Ya escuchaste a mi esposo —balbucea ebria Margaret y se acerca a nosotros—. Nunca hemos tenido una queja sobre ti, ¡nunca! Y no puedo creer que hayas traicionado nuestra confianza después de años sirviendo a nuestra familia, dándote comida, un techo y un buen sueldo. ¡Estás despedido!

Albert ríe. —Con mucho gusto recogeré mis cosas y me iré de este maldito y frío lugar, pero no sin antes...

—¿Ponernos en nuestro sitio? —repite aburrido Frederick—. ¿Y cómo harás eso, mi estimado Albert? —se burla cruzándose de brazos—. Me conoces, y después de tantos años deberías saber que no puedes, ya que soy un hombre sumamente poderoso.

—Sé que lo eres y sé muy bien de lo que eres capaz para salirte siempre con la tuya. —Evans habla duramente—. Pero esta vez, ni tu dinero ni tus influencias podrán salvarte. No te burles de las desgracias de otros Frederick —le aconseja guasonamente—, porque después de hoy, es seguro que mañana serás tú el que aparezcas en la sección de sociales del Stanton Times.

El capullo lo mira fijamente. —¿A...a qué te refieres con eso? —titubea, y por primera vez, veo un atisbo de miedo en su oscura mirada.

—¿No lo sabes? ¿No eres tú el todopoderoso Frederick Donovan? —se burla nuestro aliado, y mis hermanos ríen con malicia.

El hombre está completamente tenso. —No bromees conmigo, Albert —lo amenaza con dureza—. Soy un hombre correcto, con una reputación intachable, y no sé lo que tengas contra mí, pero imagino que estás haciendo esto por dinero. Así que habla de una vez y callaré tu boca con un jugoso cheque...

—No. —Albert niega furioso—. Esto no es una maldita broma y ninguna cantidad de dinero será suficiente para pagar por todo lo que hiciste hace veintidós años atrás, Frederick.

Sus ojos parpadean, y luego de unos segundos hay reconocimiento en su mirada. —Veintidós años. La edad de la ingrata de Lorelle. ¿A ella te refieres? ¿Está viva todavía o murió de hambre cuando huyó como una pequeña rata después de su pataleta? —Su tono es puro veneno. A su lado, Margaret masculla palabras negativas dirigidas a mi mujer y voy a estrangularlos. A ambos.

—Ella está viva, y lo más importante de todo es que ahora es sumamente feliz —le espeta Albert, y esa noticia los pone jodidamente furiosos—. Por la dulce Lorelle es que estamos haciendo esto.

—No me interesa saber cómo está esa niña desobediente, pero ahora ya veo todo con claridad —dice con voz fría—. La encontraste, y ahora entre los dos quieren sacarme dinero. Oh, espera —alza su mano y su cara es de asco—, ¿acaso esa desvergonzada es tu amante? —escupe, y mientras gruño, mi puño se estrella contra su cara estirada de mierda.

El impacto lo hace retroceder y cae sobre su culo.

Al ver la escena, Margaret lanza un grito histérico y va a socorrerlo.

—¡Canallas! ¡Animales! —nos insulta desde el suelo—. ¡Fuera de mi casa!

Ignoro completamente a la bruja esquelética y me acerco a ellos.

—Levántate —le ordeno a él, mi voz mortal—. O voy a patearte tan jodidamente fuerte que estarás escupiendo sangre todo el puto día.

Toda su arrogancia se esfuma mientras acuna su adolorida mandíbula. Con su labio partido y rostro totalmente desencajado, nos mira uno por uno.

Con urgencia dice: —Margaret, llama a los de seguridad...

—No llamarás a nadie, Donovan —lo corto, y Daniel, Carl, Zach, Lucas y Albert los rodean a ambos—. De aquí no sale nadie hasta que admitas la verdad, y estamos ansiosos por saber si tu "querida esposa" está al tanto de lo que hiciste, porque si lo está, entonces ella pagará también.

—No sé de qué verdad hablas. ¡No he hecho nada más que hacer siempre lo correcto para mi familia!

—Y lo correcto no es siempre legal, ¿cierto Donovan? —Me cruzo de brazos mientras espero por su respuesta.

—No puedo creer que esto esté pasándome —murmura incrédulo—. Ustedes no son electricistas, ¡son matones profesionales! ¿Quién —traga—, quiénes son...

—Somos tu pase a la jodida cárcel. —interrumpo—. Pero personalmente, soy tu peor pesadilla viviente.

Sus ojos se agrandan. —¿P...por qué dices eso?

Gruño furioso. —Porque Lorelle, tu hija adoptiva ilegalmente, es mi esposa, y vengo a cobrarte por cada maldito día en que la hiciste miserable con tus estúpidas reglas de mierda cuando pudo haber tenido una niñez feliz junto a su verdadera familia.

Mis palabras dejan a ambos boquiabiertos y ambos palidecen. El silencio que nos rodea es tan denso que no se podría cortar ni con un jodido cuchillo filoso.

—Querido, ¿de...de qué está hablando este hombre? —le pregunta Margaret visible y verdaderamente aturdida, afectada, y ya tengo mi respuesta. Ella no tiene idea de lo que hizo su marido veintidós años atrás.

—No es nada, cariño. Es obvio que este malhechor y su pandilla de vagos mienten descaradamente para sacarnos dinero...—Lo tomo por su camisa y lo levanto del suelo de mala gana.

—Habla jodidamente ahora Donovan —le espeto en la cara—, y explícanos a todos sobre los documentos que encontró Albert en tu despacho. —Su garganta hace un sonido raro y su cuerpo comienza a temblar. Rio sin ninguna gracia al ver que no dice una mierda—. Eres el hijo de puta más grande de este jodido mundo —escupo—. Sabemos que pagaste mucho dinero por conseguir un bebé de la manera que fuera, ya que tu querida esposa trofeo no podía tener hijos y tu padre te exigió un heredero antes de morir —lo suelto bruscamente.

La aludida jadea conmocionada. —¿Qué...que significa todo esto, Frederick? —Ella le cuestiona y comienza a sollozar—. ¡¿Cómo supieron algo tan personal como mi infertilidad?! —chilla horrorizada.

—Esa información era privada. ¡¿Cómo osan investigarme?! —grita indignado Frederick.

—No te investigamos, "jefe" —dice Albert—. Por obra del destino, la información cayó en mis manos sin haberla buscado. ¿Recuerdas hace tres semanas cuando me enviaste a tu oficina por unos documentos? —Frederick cierra sus ojos y tensa la mandíbula, lo que significa que recuerda muy bien—. Estabas retrasado para ir al banco y también estabas inmerso en una conversación telefónica muy importante. —Él lo mira fijamente—. No quisiste bajarte del auto y me enviaste a mí a buscarlos. Me diste la llave del cajón superior de tu escritorio, y sin querer abrí la caja de Pandora. Te descuidaste, Frederick, y ese error será tu perdición...y tu tan temido fracaso —le informa Albert, y su gesto se endurece.

—Judas Iscariote se queda corto al lado tuyo, traidor —declara con odio—. Vas a pagar por todo esto...

—¿Qué información contenían esos papeles? —interrumpe Margaret, su voz mordaz.

Albert le responde con disgusto: —Una transacción clandestina y sin moral. La venta de una recién nacida por dos millones de dólares.

Ella se queda de piedra, Frederick maldice abiertamente, y mi estómago vuelve a jodidamente encogerse al pensar en Lorelle como una hermosa bebé inocente metida en todo este esquema fraudulento.

—Explícame esto, Frederick —le exige con voz plana su esposa, su borrachera olvidada—. Explícame cómo llegó Lorelle a nuestras vidas porque fuimos juntos a una agencia de adopción legal y no entiendo por qué estas personas te están acusando de lo contrario.

Un silencio sepulcral se extiende por todo el salón.

Nadie habla.

Nadie se mueve.

Nadie respira.

Y ahora sí que estos dos parecen estatuas de frío mármol.

Su flamante marido suspira con pesar, y malditamente empieza a hablar al fin.

—Me estaba quedando sin tiempo —le explica, cabizbajo—. Mi padre se estaba muriendo y necesitaba ver ese heredero con sus propios ojos —sus brazos se levantan—. Necesitaba cargarlo en sus brazos y comprobar que el legado Donovan continuaría. Así que le mentí —su cara se arruga con dolor—. Le dije —su voz se quiebra—, le dije que ya estabas embarazada de ocho meses...y me creyó. —Margaret escucha con atención, pero no reacciona. Él continúa—: Como sabes, después del primer derrame cerebral, él no aceptaba visitas porque no quería que nadie viera su lado izquierdo muerto y su dificultad al hablar. Quería que lo recordaran como el hombre fuerte e imponente que siempre era, así que por eso, solo te llevé a visitarlo cuando ya teníamos al bebé en nuestras vidas.

—Entonces...Charles murió pensando que Lorelle era nuestra hija biológica —su mano cubre su boca—. Jesús.

—Sí —admite con tristeza.

—Pero recuerdo que él quería que fuera un varón —le comenta confundida ella—. Y Lorelle...

—Lo sé...lo sé, maldita sea —susurra desesperado—. Quería un niño, pero todo salió mal y lo que me consiguieron fue una niña. La casa de adopción a la que fuimos era legal, sí, pero el proceso y el papeleo tardaban demasiado, y mi padre tenía el tiempo contado, sufriendo por sus otras condiciones de salud. Así que le pregunté a la empleada de la agencia que si había alguna manera rápida para conseguir un bebé...a cualquier costo...y ella me dijo que sí. Para cuando supe para quién verdaderamente ella trabajaba...ya era demasiado tarde para echarme para atrás.

—¿Quién fue...? Por Dios, ¿con quién hiciste estos tratos ilegales, Frederick?

Él duda en confesarle y lo presiono: —Díselo —siseo con rudeza. Todos estamos ansiosos por saber la respuesta.

Su manzana de Adán se mueve cuando traga, luego abre su boca, pero vuelve a tragar en seco. —Con los Korsakov —admite al fin y se atraganta con el nombre. Las piernas de Margaret se debilitan y busca a tientas el sillón más cercano y se sienta allí totalmente pálida—. La mujer de la agencia trabajaba para ellos y preparó todo para que la adopción pareciera legal y así fue —continúa Frederick, acercándose a ella—. Me llamó y me dijo que la niña ya estaba ahí, en una cunita esperando por nosotros. Así que te llevé allí, y juntos firmamos los documentos y luego nos fuimos los tres a casa de mi padre. —Su voz se endurece—. Es cierto que mi padre quería un niño, pero al final, le dio igual y se contentó con la niña. Yo al fin pude respirar tranquilo, y volvería hacer todo de nuevo si eso significaba ver la cara de alivio de mi padre al saber que el legado Donovan iba a continuar.

—Eres tan jodidamente patético y cruel —le espeto con desdén.

—Usted no se atreva a juzgarme, insolente —me señala con arrogancia—. No tienes idea de nuestro estilo de vida y de la presión que ejerce la sociedad...

—¿Y eso justifica lo que hiciste, eh? —le doy un empujón y él tropieza hacia atrás—. Eres basura de cuello blanco. ¿Cómo en el infierno permitiste que sacaran a una recién nacida de los brazos de su verdadera madre? Hicimos llamadas, hablamos con gente, pagamos dinero por información, y lo sabemos todo.

—¿Y qué? —me reta—. Ya todo está dicho y hecho...

Apenas conteniéndome, le espeto: —No todo. No le has contado a tu esposa que los Korsakov controlan tu banco y controlan casi toda esta maldita ciudad —declaro, y ella creo que se desmaya de la impresión, pero yo sigo—: Ellos tienen gente trabajando hasta en hospitales, y cuando supieron de una mujer de escasos recursos dando a luz, no perdieron tiempo y fueron por ese bebé para jodidamente entregártelo a ti. ¡Los doctores les dijeron a los verdaderos padres de Lorelle que su hija nació muerta! Luego intercambiaron el supuesto cadáver por uno real de la morgue y se lo entregaron a ellos, que estaban destrozados. Cristo...¿Cómo en el infierno pudiste hacer una mierda tan atroz como esa? —Dentro de toda mi furia, mi pecho duele un jodido infierno por saber esta información del nacimiento de Lorelle, mi hermosa y dulce chica.

No puedo permitir que se entere todavía. No como está ahora mismo, tan delicada, tranquila y descansando para que nuestro hijo pueda lograrlo.

—Eran ellos o yo —explica sin rastro de arrepentimiento, y aprieto mis puños y respiro agitadamente—. Así que me escogí a mí mismo y a mi familia. Lorelle debería agradecerme por haberle dado una vida llena de lujos, la mejor educación, y así no crecer en la maldita y asqueante pobreza. La muy ingrata me salió tan cara, y luego me pagó mal, dejándome en la estacada y dañando para siempre la relación con mi mejor amigo. ¡Ella debería haberse casado con William, no contigo!

Otro puño vuela a su mandíbula, luego otro conecta a su estómago, él se dobla y se gira gritando, y entonces golpeo su riñón y sus rodillas ceden, pero yo no lo hago. Yo sigo sacándole la mierda hasta que mis hermanos me toman por los hombros y me alejan de este hijo de perra.

—Basta, hermano.

—No, jodidamente no basta —respondo a mi prez—. Tiene que pagar —sentencio lleno de rabia.

—Sabes que lo hará —concede Daniel, conteniéndome—. Cuando le dé la orden, nuestro hermano hará la llamada, y los agentes que esperan, estarán aquí en minutos.

Gruño frustrado y halo fuerte de mi cabello.

—Nadie llamará a la policía —anuncia, y me volteo y mi mirada cae en Margaret, todavía sentada en el sofá mirando al vacío, y digiero lo que acaba decir tan tranquilamente.

¿Qué diablos?

La analizo con mi ceño fruncido y respiración desigual. Para una mujer que es una alcohólica y que su mundo acaba de cambiar, ella luce sobria y serena. Su piel está artificialmente bronceada, su cabello rubio está un poco despeinado por la agitación del momento y se nota que su cara está arreglada por el bisturí. Su cuello está rodeado por un collar de perlas y con una elegancia pasmosa, ella se levanta del sofá, alisa su cabello, luego su vestido color lavanda, y como si fuera una jodida reina importante, camina con su cuerpo recto hasta que se detiene frente a su marido que está quejándose en el suelo.

Él alza su amoratado rostro para mirarla y le suplica: —Margaret, por favor, p...perdóname.

Con la barbilla en alto, ella le responde: —No hay nada que perdonar. Hiciste lo correcto, querido.

¿Qué coño?

Todos murmuramos incrédulos.

—Sabes que siempre lo he hecho —dice él y ella asiente vehemente, luego se inclina para acariciar los cabellos de Frederick de manera robótica.

Carajo. No habrá amor entre ellos, pero están cortados con la misma maldita tijera.

—Haremos control de daños —explica ella como si nada, y luego se endereza para mirarnos—. Ustedes nos dejarán en paz. Aceptarán nuestro dinero, una suma bastante considerable con la cual podrán vivir cómodamente durante el resto de su vida, firmarán un acuerdo sobre ello, y luego se irán de aquí sin decir una palabra. A nadie.

¡¿Qué-coño?!

—Señora, está realmente loca si piensa que aceptaremos su soborno de mierda —replico, mi voz helada.

—Mencionaste que eres...esposo de Lorelle. —Ella dijo la palabra esposo con acidez y la taladro con la mirada—. Hazlo por ella entonces, ya que Frederick la desestimó completamente del testamento, y ese dinero le vendrá de las mil maravillas para su futuro contigo.

—¡Ella no necesita su maldito dinero! Y jodidamente, soy su hombre.

—Jesús, qué lenguaje tan grosero —me espeta enojada—. No lo permito en mi propia casa, así que haz el favor de controlarte. —Mi gesto se endurece. Nadie me dice cómo debo malditamente hablar—. Por más vueltas que le doy, no comprendo cómo una chica tan supuestamente inteligente como Lorelle, se relacionó con gentuza peligrosa y violenta como lo son ustedes. —Nos mira a todos como si fuéramos cucarachas.

Resoplo furibundo. —Pues con la misma inteligencia que usó para escapar de gentuza asfixiante y sin jodidos sentimientos como lo son ustedes —le devuelvo el insulto y ella se enfurece más—. Y primero mire la paja de su ojo, señora, porque su marido tiene relaciones con gente más peligrosa que nosotros. ¿O teme usar y escuchar la palabra mafia?

—Canalla —me insulta entre dientes.

Rio secamente.

Lorelle creció en esta casa bajo las estrictas normas y modales de esta estirada y calculadora mujer ante mí, y estoy tan jodidamente agradecido de que mi hermosa chica no es para nada como ella. Mis pensamientos y mi risa cesan abruptamente al ver como Margaret transforma su cara en una desafiante, determinada y segura. Su cómoda risa me tensa todo el cuerpo. ¿Qué diablos está tramando?

—C, haz la llamada —ordena Daniel a Carl, para no mencionar su nombre. Él se dio cuenta también.

—Con todo gusto, hermano —Carl se aleja unos pasos para hacerlo.

Margaret deja de reír y comenta: —Somos los Donovan, una de las familias más respetadas y adineradas de Stanton.

—¿Y? —la reto sin miedo.

—Y estás completamente equivocado. No temo usar la palabra mafia, al contrario, la usaré para nuestro beneficio —concluye satisfecha—. Fue muy esclarecedor todo lo que me contó mi querido Frederick, pero no lo juzgo porque cuando me casé con él fue para lo bueno y para lo malo y hasta el final. Lo apoyo total e incondicionalmente. Así que, si no aceptan nuestros términos ahora, se irán de aquí con las manos vacías y con una denuncia por allanamiento de morada.

Su lealtad es graciosa como la mierda, y de nada le va a servir.

—No aceptaremos nada. Tenemos pruebas y los agentes ya vienen, señora —le recuerdo.

—Oh, y serán muy bienvenidos a mi casa —se regocija y eso me enfurece—. Mi esposo está golpeado y eso es suficiente evidencia. Le daremos una buena historia a la policía y adivinen a quienes les creerán. ¿A ustedes, un grupo de estafadores agresivos? ¿O a nosotros, personas íntegras con un apellido importante? —Abro mi boca para mandarla a la mierda, pero ella me corta arrogantemente—. A nosotros por supuesto, y si eso no es suficiente, entonces no tendremos problema alguno en pedir ayuda a los Korsakov.

Maldita bruja.

—Usted no está entendiendo la gravedad de esta situación —replico, mis dientes apretados—. Su esposo va a pagar por lo que le hizo a Lorelle y a su familia biológica. Déjeme iluminarla, Margaret, con los Korsakov no se juega, y a ellos les importa un carajo los problemas que ustedes puedan tener porque ellos solo velan por sus propios intereses. Así que ambos están jodidos. —Veo que mis palabras la asustan. Su arrogancia se fue al puto infierno—. Ah, y los que vendrán, son agentes especiales que no están en la nómina de los mafiosos rusos, y que luchan para sacar a esa escoria de las calles de Stanton —rio con satisfacción—. Después de hoy, eso será un hecho.

—No... —balbucea, blanca como un papel—. No, nada pasará...tenemos mucho dinero...lo negaremos todo. ¿Cierto Frederick? —le pregunta con firmeza, y lo ayuda a levantarse del suelo.

—Cierto, Margaret —contesta adolorido—. Les diremos que esos documentos son una falsificación y que estas ratas quieren chantajearnos. Llama de inmediato a Ernest, nuestro abogado —le pide, y ella lo deja en un sillón.

—Lo haré ahora mismo —dice con voz temblorosa, y toma el elegante teléfono que hay en la mesita a su lado y se lo pone en la oreja—. ¡No tiene tono! —chilla histeria, y cuando reímos astutamente, ella se da cuenta de que cortamos el servicio telefónico y nos mira con odio—. ¡Miserables! —nos grita, tirando el teléfono y luego camina iracunda hacia Albert—. ¡Tú eres el culpable de todo! —Lo golpea con sus puños en el pecho, pero Evans no la toca—. Conspirador. ¡Te odio! ¡Te odio!

—Sé que lo haces y desde hace mucho tiempo —dice con humor Albert—. Me odias porque nunca he correspondido a tus avances sexuales, Margaret.

Ella se queda petrificada y con los puños en el aire.

Miro a Frederick y él está igual de tieso y horrorizado.

Mis hermanos Dragones y yo, estamos sorprendidos también. Mierda, esto no lo vimos venir.

—¿Qué diablos está diciendo este cretino, Margaret? —Frederick reacciona primero, pero ella está muda al ser descubierta.

—Ah, todo parece indicar que no estás follando a tu mujer como se debe, amigo. —Ese es Carl, y ríe ante la mirada asesina de Donovan.

—Cierto —afirma sonriendo Albert—. Ellos no tienen sexo desde hace años. —revela, y la señora jadea y cubre su pecho con ambas manos, pero él continúa con voz inocente—: Tú misma me lo confesaste cuando te metías en mi habitación casi desnuda. —Albert hace una mueca de reprobación.

—¿Cómo te atreves a manchar mi reputación? —le espeta indignada, su cara sonrojada.

—Sabes que es verdad, no tengo porqué mentir y no soy el único. —Evans se gira hacia su ex jefe—. Tal vez también quieras hablar con el joven jardinero sobre esto...

—Jesús, Albert, ¡cierra la boca! —Ella vocifera.

—No...no puedo creer nada de esto —tartamudea Frederick, su mirada desquiciada—. No puedo creer que mi mundo se derrumba a mi alrededor a cada maldito segundo que pasa. —Él mira a su esposa—. ¡Eres una cualquiera! —la insulta lleno de furia.

—No es lo que parece, querido —ella ríe nerviosamente, delatándose—. Sabes que siempre te he sido fiel aunque no haya intimidad entre nosotros. —Ahora su tono es dulce—. ¡Este traidor miente! Créeme...

—¡Calla! —le grita y su cara hace un gesto de dolor, luego inhala profundo y dice—: Trae mi celular. Llamaré a Ernest para que me saque de este lío...y para que comience con los trámites del divorcio.

—¡¿Q...qué?! —ella está histérica—. ¡No puedes divorciarte de mí por una mentira! ¿No ves que él lo hace para separarnos? Albert es el que se me ha insinuado y yo lo he rechazado. ¡Soy una mujer casada, por Dios! Y tú y yo estamos juntos en esto y hasta el final —le recuerda.

—¡Despierta, tonta! —le grita—. ¿O sigues borracha? Porque si no lo has notado, ese final llegó hoy.

Ella se queda respirando agitadamente, pero mortalmente callada, y desde aquí veo los engranajes de su cabeza trabajando a toda velocidad... y me doy cuenta de que esta mujer es más peligrosa que Frederick.

—Buenas tardes. —Todos nos giramos hacia esa profunda voz.

Solo Daniel responde a su saludo, y la tensión abandona mi cuerpo y al fin respiro con normalidad al ver a los agentes y detectives entrar al salón. Son más de diez, y todos visten completamente de negro, están armados, y llevan insignias de la división Alfa, una unidad policial especial y secreta de Stanton.

El líder, Comandante Hunter, es un hombre alto, un maldito tanque, y mira a los Donovan sin rastro de compasión y con actitud dura. Ambos se encogen ante la presencia de la ley y sus caras están llenas de pavor, pero sabiamente eligen quedarse callados.

La oscura mirada del agente nos reconoce y dice: —Llevamos años reuniendo pruebas contra los Korsakov, pero ninguna tan contundente como esta, y sin ustedes no lo hubiésemos logrado. Así que gracias por contactarnos. —Asentimos ante sus palabras—. Solo necesitamos los documentos de la adopción y eso será todo. Nosotros y el ministerio público, nos encargaremos de lo demás y de hacer pagar a todos los implicados. Después de hoy, nadie los contactará de nuevo.

Albert saca un sobre amarillo del bolsillo interior de su chaqueta de chofer, y después de una inhalación profunda se los entrega a Hunter. Mis hermanos y yo, suspiramos de alivio.

—¡No! —grita Margaret tan fuerte que casi me rompe los tímpanos.

Ella se acerca al comandante y comienza su maldito espectáculo.

—Margaret —le advierte su esposo al ver sus intenciones—. No digas nada...

—Tú cállate, mentiroso. ¡Me has engañado por años! ¡Soy inocente! —suplica frente a Hunter con desesperación—. No sabía nada de esto hasta hoy, lo juro por Dios...

—Es todo, señora Donovan. Ya veremos si estaba implicada o no después de que la interroguemos —le espeta Hunter y luego se gira hacia nosotros—. Nuestro trato terminó. Ya pueden irse. —Nos dice, pero me quedo en mi sitio aunque mis hermano me urgen para que los siga.

Miro fijamente y con satisfacción a los padres-adoptivos-ilegales-de-mierda de Lorelle.

Ellos se retuercen y mascullan resentidos ante mi presencia, pero luego se quedan como las estatuas de hielo que son cuando el comandante le lee sus derechos alto y claro: —Frederick y Margaret Donovan, tienen derecho a guardar silencio. Todo lo que digan puede ser utilizado en su contra en una corte. Tienen derecho a un abogado y si no pueden pagarlo, el estado le proporcionará uno de oficio. ¿Entienden ustedes los derechos que les acabo de leer?

Por orgullo, ellos no hablan, pero hasta que no escuche un jodido "sí", no me muevo de aquí, maldición.

—¿Entienden ustedes los derechos que les acabo de leer? —repite Hunter con una voz tan implacable que hasta casi me hace encoger a mí también.

—Sí —replican ellos al unísono y a regañadientes.

La pesada losa en mi pecho se rompe y giro mi cuerpo, y camino junto con mis hermanos y Albert hasta que salimos de la mansión jodida Donovan.

En silencio subimos todos a la camioneta y esperamos por Albert que fue a buscar sus pertenencias, escondidas en la Land Rover de sus exjefes. Cuando sube a la camioneta, arrancamos, y vemos a más agentes rodeando la mansión y en la verja de entrada. Al vernos, ellos nos dejan salir, y Daniel conduce en silencio por cinco minutos enteros, todos dándome mi espacio por mi último ajuste de cuentas terminado.

Cuando suspiro bruscamente, el prez me dice: —Podemos dejar lo de Hidden Park para mañana si no estás listo...

—Estoy listo, Daniel. Llévanos allí. —respondo simplemente, y él asiente y me analiza.

—¿Cómo te sientes? —pregunta, y por primera vez desde que todo esto comenzó, sonrío ampliamente.

—Malditamente, mejor que nunca.

En la parte trasera de la camioneta mis hermanos gritan aliviados y celebran.

—Qué señora —silba Carl—. Primero defiende a su marido, nos soborna para salvarlo, y luego lo manda al puto infierno para salvarse ella misma.

—Y no olvides la infidelidad por falta de sexo —bromea Lucas, y reímos al recordarlo.

—¿Qué diablos fue todo eso, hombre? —le cuestiona Zach a Albert, y me giro en mi asiento para verlos—. ¿Es cierto? ¿Ella se metía en tu habitación en pelotas?

—Lo hizo muchas veces —replica él con disgusto—. Era tan acosadora, ¡que tuve que poner varias cerraduras en la puerta!

Mierda.

—Estaba desesperada por que alguien follara el infierno fuera de ella, ya que su estirado marido no la atendía por estar lidiando con sus negocios veinticuatro siete —comenta Carl, y murmuramos en acuerdo con él.

—Lo vi todo de primera mano, Dragones —dice Albert—. Una esposa trofeo aburrida en su casa, es igual a problemas.

—Entonces, ¿también se lió con el jardinero? —pregunta el prez.

Albert asiente a su pregunta: —Con el jardinero, con el chef, con el estilista que simulaba ser homosexual, y no te diste cuenta Dylan, pero ella te estaba mirando con disimulado interés también. Parece que quería añadir un electricista a su colección de amantes jóvenes. —termina y todos ríen menos yo.

Carajo.

—Pues iba a quedarse bien frustrada porque jodidamente nunca miraría en su dirección. Nunca me han interesado las mujeres que me doblan la edad.

—Lo sabemos, Dylan —sonríe mi mejor amigo—. De todos modos, ya hemos terminado con ellos. Serán llevados ante la justicia y mañana todo Stanton lo sabrá.

—Cierto —acepto, y le digo a Carl—: Llama al reportero del Stanton Times y dile que ya puede ir a la mansión con su equipo y cámara en mano.

—Hecho, VP —asiente y marca números en su teléfono.

Rio cómodamente.

El hombre al que contactamos tendrá la noticia en exclusiva sobre la detención de los Donovan y el escándalo de la adopción ilegal. Mi risa se detiene al pensar en Lorelle y en la noticia agridulce que le espera, pero que me condenen si yo no estaré allí para sostenerla cuando se lo diga.

Seguimos conversando, riendo y bromeando mientras nos adentramos en los suburbios de esta ciudad. Después de una hora conduciendo, llegamos al fin, y mi adrenalina se dispara, pero de una manera diferente. No hay furia ni aprensión, es simple expectación.

Daniel comprueba la dirección por el GPS, aunque ya Albert sabe el camino porque él vino aquí primero, y cuando encontramos la casa, aparcamos, y nos quedamos quietos dentro de la camioneta, mirando alrededor.

Vaya injusticias de mierda.

Pasamos del lujo excesivo a la pobreza total, y mi estómago se anuda. Todas las casas están prácticamente pegadas una de la otra y están construidas en madera y zinc, y están casi cayéndose por el mal estado en que se encuentran. El camino es seco y polvoroso pues no hay carreteras de asfalto, y hay perros realengos y varios niños jugando felices con una vieja pelota de fútbol. Nunca había visto tanta pobreza en mi puta vida.

Dentro del vehículo reina un silencio reflexivo.

—Cuando quieras, Dylan. —Daniel me apoya, mis hermanos y Albert también—. Tómate tu tiempo.

Asiento y trago en seco, queriendo salir de este asunto lo más rápido posible para poder estar con mi mujer y de vuelta al club. A Delta.

Con determinación, me quito el cinturón de seguridad, abro la puerta y me bajo. Me quito la gorra y después de dejarla en el asiento y cerrar la puerta, acomodo mi cabello en un moño para estar más presentable. Mis pasos me llevan hasta la destartalada casita de madera con el número de buzón dieciséis. Al frente de la vivienda, hay un pequeño huerto casero bien cuidado y con varios frutos. Es obvio que ellos cultivan los alimentos que se comen. Sin pensarlo dos veces, toco a la raída puerta. Y espero.

Pasos se escuchan desde adentro, y cuando la puerta se abre...jodidamente no me preparé para el impacto de ver a la mujer frente a mí vestida con ropas de segunda mano...de tercera tal vez, y eso cambiará hoy, lo juro.

Ella es diminuta y delgada, y huele a galletas caseras desde dentro de la casa. Su cabello está despeinado, aunque lo lleva amarrado en un moño bajo, y es de un color rubio claro con dos o tres canas en las sienes. Sus ojos marrones son grandes y su cara tiene arrugas muy leves.

Cristo.

Ella es casi idéntica a mi Lorelle.

No cabe duda de que ella es su madre biológica.

Su ceño se frunce al ver mi expresión de total desconcierto. —¿Sí? ¿Qué desea, joven? —me pregunta, su voz amable y suave.

Abro mi boca para identificarme, pero un hombre alto se detiene a su lado.

Mierda.

Mi suegro.

Él es casi tan alto como yo, pero es de constitución delgada y sus ojos son azules.

—Buenas tardes —saluda, también amablemente.

Los miro. Paul y Holly Conrad. Los verdaderos padres de Lorelle.

Inhalo, exhalo, y como ellos esperan por mi respuesta, me apresuro a decir: —Soy Dylan Kay.

Ambos rostros se transforman al reconocer que soy el hombre que los llamó hace varios días atrás, y revolucionó sus vidas y su mundo para siempre.

El hombre que los llevará hacia su hija...viva y respirando.

Los delgados hombros de Holly se sacuden cuando solloza con tanto dolor y alegría al mismo tiempo, que trago duro el nudo que se forma en mi garganta. De repente, esta pequeña mujer se me echa encima sin dejar de llorar, y la rodeo con mis brazos para consolarla. Miro a Paul, y las lágrimas también caen libremente por su cansado rostro. Ambos luchan día a día para llegar a fin de mes, vendiendo galletas caseras en la calle.

Estiro mi brazo izquierdo y lo coloco sobre su tembloroso hombro. Él apoya su mano en el mío sin dejar de llorar, de agradecerme, y no puedo jodidamente esperar por sacarlos de esta ciudad para que junto a Lorelle, puedan vivir felices y sin más preocupaciones económicas ni de ningún tipo.

Voy a regresarlos a donde pertenecen.

Voy a llevarlos a casa.

Canción: Home, de Chris Daughtry

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