Una dama indomable (Saga Los...

By sofiadbaca

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No había persona en la tierra que no se preguntara: ¿Quién es Giorgiana Charpentier? Y es que bueno, nadie te... More

IMPORTANTE
Prólogo
1. Simplemente, Giorgiana
3. Un nuevo camino
4. Los diarios de hace trece años
5. El niño en el pozo
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Epílogo

2. Hombres con cerebro de pez

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By sofiadbaca

Giorgiana salía a todas prisas de la tienda de la señorita Fanny. La mujer le había permitido confeccionar el vestido ahí mismo con tal de ser la primera en ver la creación de la joven, lo cual había sido perfecto, su madre la hubiese asesinado si la veía tomar una aguja para algo que no fuera hacer un bordado de flores.

Había dejado la entrega a Celio y Antoine para poderse ir a cambiar a su casa, no estaba vestida para ir a una fiesta tan elegante como en la que se exhibiría su vestido. Tenía la esperanza de llegar a esa casa y que la señora Ginebart estuviera encantada.

Tuvo que ajustarse mejor el sombrero extraño y afelpado y los guantes para combatir con la nieve y el viento congelado que le quitaba el aliento cuando corrió como desquiciada hacía un pub donde los hombres le gritaban y chiflaban mientras tomaban cerveza.

—¡Nelson! —le tocó el hombro al joven mozo que reaccionó estupefacto al verla ahí.

—¡Lady Giorgiana! —se inclinó ante ella.

—Tranquilo chico —sonrió la mujer—, tienes que llevarme a casa cuanto antes, ¡Se me ha hecho terriblemente tarde!

—Por supuesto, señorita —el hombre la escoltó lejos de toda esa bola de ebrios, sorprendiéndose de que la mujer se sorprendiera poco por tal recibimiento, parecía acostumbrada a lidiar con ello.

Giorgiana prácticamente dio un brinco fuera de la carroza y saludó rápidamente al mayordomo que le abría la puerta con una mirada divertida.

—Llegas tarde —dijo William cuando ella ya subía las escaleras a todas prisas, levantando su vestido desvergonzadamente.

—¡Lo sé! ¡No me presiones!

—Solo te lo estoy diciendo —se inclinó de hombros y fue a sentarse mientras esperaba a su hermana.

Giorgiana parecía un torbellino entre su ropa, aventaba cosas por doquier y no encontraba lo que estaba buscando. ¿Por qué era tan difícil ser una persona ordenada? Después de quince minutos y con ayuda de una doncella que su hermano sabiamente le había mandado, se encontraba lista, tan lista como una mujer podía estarlo con quince minutos; la pobre doncella seguía intentando acomodarle unos risos y colocarle los guantes de seda mientras bajaban las escaleras.

Su hermano la esperaba pacientemente en el vestíbulo. Estaba sentado en una de las sillas del vestíbulo mientras leía un libro y fumaba un cigarro con tranquilidad.

—Sigues teniendo ese mal hábito —se quejó Giorgiana, tomando el cigarrillo en sus manos y apagándole en el cenicero que descansaba en la mesita de junto.

—Solo cuando me hacen esperar —la miró con una ceja levantada—. ¿Tú con qué derecho me reclamas? Sí tú también lo haces.

—En reuniones con amigos, no en casa leyendo un libro.

—Pero lo haces, así que no tienes palabras para decirme nada.

Después de un tortuoso camino, en donde Giorgiana no se pudo estar en paz, llegaron a casa de la señora Ginebart, la cual seguía en un silencio sepulcral, la fiesta comenzaría en menos de media hora. Daba gracias a Dios que a William le importara poco llegar antes con tal de complacerla, seguro se iría a meter a la biblioteca hasta que su presencia fuera requerida.

—¡Llegué! —abrió la puerta de las habitaciones de la dueña sin permitirle al mayordomo hacer su trabajo.

—¡Oh, querida Gigi! —sonrió Celio con nerviosismo—. Qué bueno que llegas, tenemos un problema.

—¿Problema? —frunció el ceño— ¿Qué problema?

—Esto es verde, señorita Charpentier —dijo enojada.

Giorgiana evaluó con la mirada su diseño. Era perfecto, acentuaba la figura de la mujer, la hacía lucir elegante, estilizada y realzaba sus cabellos y ojos.

—Lo sé madame —le tomó los hombros y la colocó frene al espejo—, pero vea que hermosa se ve.

—¡Pareceré una anciana! —se quejó.

—Se verá elegante. Le aseguro que quedarán prendados de usted a lo largo de esta noche.

La mujer parecía poco convencida con el trabajo. Aunque el diseño era hermoso, el color no decía nada, era tan triste que hasta ella podría deprimirse. El rosado siempre había sido su color, no entendía por qué esa chiquilla creía saber más que ella.

—Señora —llamaron a la puerta—, sus invitados la esperan.

La mujer mostró una cara de horror y se miró al espejo desesperada.

—No hay tiempo —se quejó y miró a Giorgiana—: espero que esté contenta, acaba de arruinar mi noche.

—Le aseguro que no lo he hecho.

—Bien, que así sea —dijo enojada, arreglándose el cabello.

La anfitriona salió poco convencida, pero pavoneándose en el vestido lo mejor que podía. Por su lado Giorgiana parecía confiada y segura de lo que había hecho, sería un éxito de eso no tenía duda.

—Te has arriesgado mucho Gigi —dijo Antoine a su lado.

—Tengo que marcar las diferencias, si hiciera lo mismo que todos, entonces no me reconocerán jamás.

—Bueno... ¡A la fiesta! —gritó Celio.

Los chicos se mezclaron rápidamente entre la algarabía de la velada. Como Giorgiana esperaba, la señora Ginebart estaba siendo alabada tanto por hombres como por mujeres; parecía un pavorreal, estaba feliz y agradecida con la mujer que había hecho aquel vestido.

—¡Señorita Charpentier! —gritó la señora Ginebart y se acercó—. Le he dicho cosas terribles, debí confiar más en su juicio.

—Gracias —ella sabía que la mujer volvería a ella.

—Te compensaré —le tomó la muñeca—. Ven conmigo.

—No necesito más compensaciones —trató de librarse—. Está bien con lo acordado.

Giorgiana fue jalada por la fiesta hasta posarla frente a un caballero de alta estatura y mirada arrogante.

—¡Oh, Damon! —sonrió la mujer, apartándolo de su conversación—. Ven, te quiero presentar a la señorita Charpentier. Es la mujer que ha hecho este vestido.

Giorgiana enfureció, no entendía por qué las mujeres pensaban que para ella sería gratificante estar siendo presentada con uno y otro caballero, como si buscara una relación.

—Señora Ginebart, no sé qué impresión le he dado —se soltó—, pero no estoy en busca de una pareja.

—Querida, él estará encantado de acompañarte —la mujer miró severamente a su sobrino, quién dejó salir el aire, aparentemente resignado y hasta fastidiado.

—Me será un placer —dijo forzado.

—¡Vamos chiquilla! —sonrió la mujer—. Qué no piensa comerte, los dejaré solos.

Cuando la mujer hubo desaparecido, Giorgiana forzó a aquel hombre a detenerse.

—Puede soltarme señor, no hace falta que siga fingiendo.

—Se lo agradezco —dijo pretencioso—. No es mi deseo acompañar a una mujer que se la pasa agachada con una aguja ante otra persona. Qué bajo han caído los nobles, ¿no?

—¿Cree usted que mi oficio es denigrante? —era claro que se burlaba de él por el tono de su voz.

—El que se tiene que inclinar ante alguien, no merece ni una pizca de mi respeto.

—Se nota que usted tiene el cerebro más pequeño que el de un pez. Es usted quién no merece mi compañía.

—Claro, lo dice la noblecita que tiene que coser para vivir, seguro que usted ni siquiera sabe leer como para hablar de cerebros.

—Me parecería muy gracioso que no supiera leer y de todas formas sea una persona más educada e inteligente que usted.

La pelinegra dio media vuelta para alejarse, pero nunca se esperó que el hombre la tomara del brazo con fuerza desmedida y la volviera hacia él con tan poca cordialidad.

—Suélteme —le dijo tranquila y amenazadora.

—No sé quién te crees costurera, pero venir a una casa de alta sociedad no te hace una de nosotros.

—No sabes lo afortunada que me siento de no ser como usted.

—¡Eres una maldita meretriz! —la zarandeó un poco.

—Espero que no le haya dicho eso a mi hermana —sonó una voz helada a las espaldas de Giorgiana—. No soy muy dado a perdonar estupideces.

El hombre soltó a la joven para enfrentar al valentón que intentaba dar la cara por la costurera. El pobre sobrino de lady Ginebart se llevó tremenda sorpresa al encontrarse con el semblante adusto de un importante caballero francés.

—Pero si es William Charpentier —intentó mostrarse seguro—. No sabía que tuvieras otra hermana.

—Ahora lo sabes —dijo con severidad—. Más vale que te disculpes con ella.

—No le he dicho nada.

—He dicho, que te disculpes con ella, a menos que quieras solucionarlo de otra forma.

—Tranquilízate, Charpentier —miró a Giorgiana—: lo siento señorita, no tenía idea de quién era hermana.

—No lo escuché, lo siento —sonrió la joven.

—Qué lo lamento —dijo con más fuerza para que todos los chismosos del salón escucharan claramente.

—Oh, está bien, solo porque me encanta ver esa cara de tonto —la joven pelinegra pasó de largo junto al hombre y tomó del brazo a su enfurecido hermano—. Gracias hermanito, has sido de mucha ayuda con ese bobalicón.

—Deja de meterte en líos Giorgiana —aconsejó William—. Solo ignora sus estúpidos comentarios.

—Es difícil cuando te están insultado —lo miró con reproche—, no me iba a quedar callada.

—Qué si lo sabré yo —negó William, llevándose a su hermana de ahí.

Giorgiana sonrió y se abrazó a su hermano. William jamás la cuestionaba, muchos hombres se sentirían humillados con una hermana como ella, pero no William, él siempre había sido bueno, había pocos hombres como él y su padre. De hecho, ella solo había conocido a otro además de ellos. 

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