Al abrir los ojos, toda la sala daba vueltas, el golpe que había recibido me había dejado totalmente inconsciente. Pude ver donde estaba. Tumbada sobre una cama, en una habitación con las paredes de madera y ventanas que dejaban ver el esplendoroso mar. Cuando intenté levantarme caí de bruces contra el suelo, estaba atada de pies y manos. Al caer, escuché como la puerta de la estancia se abría y alguien se reía mientras entraba.
-Al fin te has despertado, ya pensábamos que te habíamos matado por el golpe- dijo entre risas.
-¿Quién eres?¿Y por qué me has secuestrado?- pregunté, secante.
El hombre rubio, con ojos marrones, de unos cuarenta años aproximadamente se acercó a mí y me ayudó a levantarme del suelo, acto seguido me volvió a depositar sobre la cama.
-Que directa- dijo, sentándose a mi lado.
-No has contestado a mis preguntas- le contesté- ¿Quién eres?¿Y por qué demonios me has raptado?
-Tranquila muñeca, no tienes de qué preocuparte, no te haremos daño, si es eso lo que te preocupa- me miró con una sonrisa divertida y al ver mi cara seria continuó hablando.- Soy Nathan Harrow, un pirata no muy reconocido para mi desgracia. Cuando tan solo era un chaval mis padres me dejaron apartado de sus vidas, como si no existiese, y como todo niño que sabe de la existencia de Nunca Jamás, llamé a la sombra para que me alejase de mis padres- tomó aire y continuó.- Al llegar nada era como yo me esperaba, esa isla era un autentico infierno, y Peter Pan un chico despiadado y sanguinario que no dejaba títere con cabeza. Yo no era muy listo en aquella época, pero mi poca inteligencia me sirvió para sobrevivir en la isla durante casi veinte años. Conocí la existencia del polvo de hadas y del agua sanadora que le da vida a cada rincón de Nunca Jamás.
-¿Y qué tiene que ver todo eso conmigo?- pregunté.
-Bueno... continúo con la historia. Fui demasiado avaricioso, intenté apoderarme de todo cuanto Pan poseía, para convertirme en el nuevo Peter Pan de la isla, pero él se dio cuenta, y me expulsó de sus tierras, dejándome naufragando por el mar, a merced de las sirenas, que pueden parecer hermosas, pero son verdaderas expertas en el arte de la seducción, para luego alimentarse de tu alma y dejarte como aperitivo de los peces. Para mi suerte, un barco me halló en medio del mar y me rescató dándome cobijo, y otra oportunidad. Desde entonces juré que me vengaría de Pan, y le arrebataría todo el polvo de hada y el agua sanadora para convertirme en el pirata más poderoso de todos.
-Sigo sin entender que papel tengo yo en toda esta historia- dije, confundida.
-Es fácil preciosa, se ve a distancia que entre tú y ese muchacho diabólico hay algo, llámalo sentimiento, atracción, como quieras, pero sé que hay algo- me contestó, sonriente.- Tu solo eres el cebo que atraerá a Pan hasta mi trampa. Vendrá a salvarte, pero yo le tengo preparada una pequeña sorpresa.
-¡¿Qué?! ¡No le hagas nada! ¡No te atrevas a tocarle!
-Tranquila guapa, cuando despiertes podrás ver el espectáculo en primera fila- dijo, triunfante.
-¿Cómo?- pregunté, confundida y soñolienta.
Tras formular aquella pregunta mi cuerpo se volvió más pesado, al igual que mis párpados, que descendían, hasta que me quedé totalmente dormida, otra vez.
-¡¡Isabella!! ¡Despierta! ¡Despierta!- decía la voz de Peter mientras me zarandeaba para despertarme.
Al abrir los ojos, allí estaba él, con su pelo castaño claro revuelto y sus ojos verdes dedicándome una mirada de preocupación. Entonces caí en la cuenta, Pan estaba justo donde Nathan le quería, había caído en la trampa.
-¡No! ¡Tienes que irte! ¡Es una trampa Pan! ¡Vete!- le gritaba mientras me levantaba y le empujaba hacia la puerta. Alguien me había quitado las ataduras de los pies y las manos.
-¿Qué? No pienso irme de aquí sin ti, ni lo sueñes- me decía mientras me detenía.
Justo en ese momento la puerta del camarote se abrió de un portazo, y entró Nathan con algunos de sus tripulantes.
-Vaya, vaya, vaya... Mirad lo que tenemos aquí, que escena más bonita, ¿no creéis?- le preguntó a los hombres que estaban con él, estos se echaron a reír.
-Tu...- murmuró Peter, le había reconocido.
-Sí, soy yo, ¿te alegras de volver a verme?- le preguntó con una sonrisa sarcástica, y al ver que no contestaba, le formuló otra cuestión.- ¿Cómo has llegado hasta aquí?
-No eres el único que puede transportarse a través de la magia oscura- contestó mientras me acercaba cada vez más a su cuerpo, intentando protegerme.
-Que tierno... intentas salvarle la vida a tu amada, ¿me equivoco?- continuó el pirata, que esta vez no esperaba respuesta alguna por parte de Pan.- Tranquilo, si haces lo que yo quiero, el único que sufrirá serás tú, ella no corre peligro...- tras decir esto alzó la mano y dijo.- ¡Atrapadlos!
Sus esbirros nos cogieron de los brazos, separándonos al uno del otro, ninguno pusimos resistencia, sabíamos que era inevitable que nos hiciesen algo, no merecía la pena defenderse. Nos llevaron hasta las mazmorras del barco y nos introdujeron a cada uno en una celda diferente.
-Si quieres despedirte de ella, estás a tiempo... os dejo unos minutos tortolitos...- dijo Nathan mientras se iba de la sala, con sus secuaces a su espalda.
-Lo siento Isabella...
-No, soy yo la que debería disculparse- dije con lágrimas naciendo de mis ojos.
-¿Por qué dices eso?
-Siento haber sido tan estúpida, siento haberte metido en tantos problemas, siento haber venido a esta isla, siento haberte devuelto aquel beso, siento haberme enamorado de ti... Lo siento mucho Pan...- dije mientras lloraba desesperada.
-¡No tienes que disculparte por eso! ¡Tú no me has metido en ningún problema! ¡Todo lo contrario! He sido yo el que te ha mezclado en toda esta historia...
Levanté la cabeza para mirarle a la cara, pero los piratas ya entraban de nuevo en la sala.
-Muy bien, creo que ya os he concedido tiempo más que suficiente, ahora comencemos con lo importante- dijo abriendo la celda de Pan, al que tenían esposado con los brazos en alto y sentado en el suelo.- Me vas a decir dónde está el polvo de hada y el agua sanadora, ¿verdad?
-Ni en tus mejores sueños- dijo Peter con una sonrisa maliciosa.
-¿No? ¿Estás seguro?- preguntó cogiendo a Pan del pelo y tirando para hacerle daño.
-Nunca- contestó él, aguantando el dolor.
Nathan le soltó la cabellera y le asestó una patada en el estómago, haciendo que se retorciese y gritase de dolor.
-¡No!- grité yo desesperada.
-¿Y qué tal ahora?- preguntó Nathan, haciendo caso omiso de mis súplicas.
-Jamás lo tendrás- dijo Pan entre dientes.- Sigues siendo el mismo crío inseguro que no recibió amor en su infancia, das asco- le reprochó, jugando con su mente.
El pirata entró en cólera y comenzó a pegar a Peter en distintas partes del cuerpo, a cada cual más dolorosa.
-¡¿Y ahora?! ¡¿Me vas a dar lo que quiero?!
-Ya te lo he dicho... no te lo voy a dar...
Al ver que no conseguiría su propósito, le amenazó:
-Muy bien, parece que sigues siendo igual de fuerte, pero... ¿Y ella? ¿También lo es?- dijo refiriéndose a mi.- Cogedla.
Sus tripulante entraron en mi celda y me agarraron los brazos. Pan bajó la mirada sin decir nada.
-Está bien, no creí que debería llegar hasta este extremo, pero no me dejas otra opción Pan...
Levantó la mano y el hombre que me tenía sujeta me retorció el brazo, doblándomelo y haciéndome gritar de dolor.
-¡Parad! ¡Os llevaré hasta lo que necesitáis! Pero a ella dejadla... no le hagáis daño...
-Dinos donde está el polvo de hada.
-Solo yo sé donde está y solo yo puedo llegar, me tendréis que llevar con vosotros- dijo, cortante.
-Está bien, pero nada de trucos Pan, que nos conocemos.
Acto seguido nos desataron y nos llevaron al exterior, donde comenzaron a preparar los botes para regresar a la isla. Dos de los hombres de Nathan se acercaron a nosotros y nos liberaron de las cuerdas que nos tenían atados.
-No saltéis ni hagáis ninguna estupidez, si lo hacéis, el barco os alcanzará y moriréis ahogados- dijo uno de los hombre, amenazante.
Mientras esperábamos para montar en los botes, Pan daba vueltas por todo el espacio exterior del barco, mientras silbaba y daba golpecitos inaudibles en ciertos bordes del navío. Unos segundos después se acercó a mí y me susurró algo al oído:
-Cuando cuente tres, salta conmigo...
-Pero nos alcanzarán- murmuré preocupada.
-Tranquila, confía en mí y saldremos de esta con vida...
El corazón me latía demasiado rápido, me daba la impresión de que de un momento a otro se me saldría del pecho.
-Uno... dos... y tres- dijo Pan cogiéndome de la mano.
Acto seguido fuimos corriendo hacia el borde del barco y saltamos hacía el frío mar. Pude escuchar a los piratas gritar cosas que no fui capaz de entender, pero cuando subimos a la superficie entendí a que se refería Peter. Dos sirenas nos esperaban para ayudarnos a llegar más rápido hacia la orilla, él las había llamado.
-¡Maldito seas Peter Pan!- gritaba Nathan, enfurecido.
Al llegar a la isla estábamos totalmente empapados, y pudimos ver como el barco se dirigía de nuevo a Nunca Jamás, pero Pan extendió los brazos en dirección al navío y en un abrir y cerrar de ojos lo hizo desaparecer acompañado por una nube de humos verde.
-¿Por qué no has hecho eso antes?- le pregunté, atónita.
-No podía... tú estabas en el interior del barco... hubieses desaparecido con ellos...
Mi respiración se volvió entrecortada y las ganas de abrazarle aumentaban a cada segundo que pasaba, pero no podía olvidar lo que me había hecho, ese recuerdo se quedaría en mi mente para siempre.
Me di la vuelta para alejarme de él y reprimir mis deseos de lanzarme a sus brazos, pero fue Pan quien me cogió de la mano para detenerme.
-Isabella... necesito explicártelo...- dijo, con voz arrepentida.
-Tranquilo- dije con una sonrisa falsa, para no preocuparle.- Me quedó todo claro, no tienes de que preocuparte... no volveré a acercarme a ti...
Después de decir eso, solté mi mano de la suya y me introduje en el bosque, tenía frío, aún estaba empapada y el viento se hacía notar en la isla. Escuché unos pasos a mi espalda y supuse que era él. No me equivocaba, Pan venía detrás de mí, intentando explicarme lo que yo no quería oír. Antes de que me diese cuenta, me tenía acorralada contra un árbol y su brazo pasaba a lado de mi rostro.
-Por favor... escúchame...
No dije nada, solo guardé silencio para escuchar lo que me tenía que decir. Las lágrimas ya descendían por mi piel.
-Te quiero...- me dijo, mirándome a los ojos y elevando mi barbilla con su mano para poder besarme.
Nuestros labios se juntaron, y pude notar sus brazos rodeando mi cintura, mientras yo, únicamente, intentaba que mi corazón no se parase. Sus labios sabían a mar, estaban salados, y pude notar cada uno de sus pensamientos, cada uno de sus gestos, volví a sentirme plena y feliz, pero un miedo inundó mi mente y me hizo dudar. Me separé despacio de sus labios y le miré fijamente a los ojos.
-¿Esto ha sido otro impulso?- le pregunté, temerosa de recibir una respuesta que pudiese dañarme de nuevo.
-No, ahora sé muy bien lo que hago- me dijo y volvió a besarme, dándome a entender que todo lo que decía era cierto.
Me quería de verdad.