Warrior | l. t. |

Da NephilimGirl

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~Falling in love can be a dangerous game ~ ❝ En un pueblo donde los secretos, el pasado y la venganza son pro... Altro

Demons.
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 34
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71

Capítulo 40

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Da NephilimGirl

1988

Cuando el sol naciente comenzó a despuntar en el horizonte, Victoria ya estaba despierta, con la vista clavada en la pared frente a ella.

De hecho, no se había despertado de madrugada por pleno placer; directamente, no había podido pegar ojo en toda la noche.

Aunque, claro, ¿cómo iba a hacerlo después de los fatídicos sucesos de la noche anterior? No solo habían sido sin duda desafortunados por la monumental bronca entre John y su hija. Lo peor había venido después, cuando, incluso habiendo John advertido a Devi de que debía presentarse de nuevo en la fiesta cuanto antes, su hija no había aparecido. Y cuando Victoria fue a buscarla a su habitación, pensando que la hallaría aún allí, más destrozada que las hojas de sus libros de poesía, se había encontrado con la habitación vacía y el ventanal abierto de par en par, el frío viento de la noche meciendo las cortinas como en una continua danza. Cuando John se había enterado de ello, sorprendentemente no se había mostrado todo lo colérico que Victoria se había esperado. Simplemente, apretó las mandíbulas con fuerza y, con una frialdad capaz de erizarle el vello a cualquier persona, dijo: "Ella sabrá lo que hace. Ya veremos qué ocurre cuando vuelva mañana". Y, sin más dilación, había hecho oídos sordos de la situación y, como si no hubiese ocurrido nada, volvió a la fiesta tan sonriente como siempre, poniendo la excusa a sus invitados de que se encontraba con una migraña terrible y se había marchado a descansar. Sin embargo, Victoria vio que, al otro lado de la sala, Phil, el hijo de los Robinson, observaba a John con cierta suspicacia. ¿Acaso sabría algo de lo que había ocurrido?

Y a pesar de la aparente indiferencia de John, Victoria se pasó toda la noche con un horrible nudo de ansiedad en el estómago, preocupada por Devi y por su paradero desconocido. Pero sobretodo, sentía que otro sentimiento la mordía incluso con más fuerza: una aterradora culpabilidad por saber que había decepcionado a su hija, y que no había estado allí para ella cuando más la había necesitado.

Victoria era consciente de que, en el momento en el que John había comenzado a romper en las narices de Devi todo lo que significaba para ella, tendría que haber defendido a su hija y haberle plantado cara a John, tal y como habría hecho en el pasado.

Pero ya no quedaba nada de la Victoria fuerte, indomable y decidida del pasado, esa Victoria que había sido a sus diecisiete años. Sus diecinueve años de matrimonio con John la habían drenado de todo lo que alguna vez había sido y, en su lugar, habían dejado a una mera copia de la muchacha que había sido una vez, solo que tan pasiva, conformista e indiferente que ni si quiera ella se atrevía a admitirlo.

Sin embargo, ni si quiera eso era excusa para su actitud para con su hija. Ella no tenía por qué pagar todos sus errores del pasado.

Y precisamente por todos aquellos pensamientos tan venenosos, Victoria había permanecido toda la noche desvelada.

Hasta que la luz entró por las cortinas y, casi como un autómata, decidió incorporarse.

Porque por primera vez en veintitrés años, decidió repentinamente, iba a luchar contra esa Victoria pasiva que se había apoderado de ella.

Por ello, y sin apenas dirigirle una mirada a John, que continuaba durmiendo plácidamente en la cama gigante que compartían, Victoria buscó su bata de seda negra y salió de la gran habitación de la forma más sigilosa posible, de camino hacia aquella habitación que servía de vestidor única y exclusivamente para ella.

Una vez allí, actuó apenas sin pensar en lo que hacía. Pasó la mano por la numerosa ropa que tenía, tanta que apenas podía caber en aquella enorme habitación, hasta que encontró el conjunto que iba a ponerse aquella mañana en la que, sin duda, cualquier cosa podía pasar. Después, buscó un par de zapatos de tacón a juego y, finalmente, se dirigió hasta su gran tocador, que estaba repleto de todo tipo de productos de maquillaje de la mejor calidad.

Y cuando se miró en el espejo, apenas se pudo distinguir a sí misma. Sí, era el mismo rostro que le había devuelto la mirada durante toda su vida, los mismos rasgados ojos aguamarina, solo que más cansados y, sin duda, ojerosos, por la noche en vela que había pasado, pero no parecía ella misma.

¿Quién eres tú y que has hecho con la verdadera Victoria? Pensó, apretando los dientes con fuerza. Ya ni si quiera sabía quién era esa persona del espejo.

Tragó saliva con fuerza y a continuación, con una precisión casi mecánica, comenzó a aplicar una buena base de maquillaje sobre su rostro, tratando de ocultar los estragos de aquella noche en vela.

Al fin y al cabo, aquel día en particular quería ocultar de verdad aquella desconocida en la que se había vuelto.

***

Treinta minutos más tarde, Victoria bajaba por las escaleras principales tan deslumbrante como siempre, tan hermosa y al mismo tiempo letal, con sus tacones repiqueteando contra el suelo y sus carísimas gafas de sol sobre los ojos.

Cuando Thomas, el mayordomo de la familia, y que ya comenzaba sus tareas de cara al nuevo día, la vio, no pudo más que pararse de golpe y observar a Victoria estupefacto, al verla a aquellas impetuosas horas.

-¿Qué hace despierta a estas horas de la mañana, señora? – Preguntó, con toda la cortesía posible. – Son solo las seis de la mañana.

-Lo sé. – Dijo ella, con su habitual tono cortante. – Voy a ir a dar una vuelta, necesito despejarme un poco. Si John pregunta, díselo. – Thomas asintió, aún anonadado, y Victoria continuó con su camino como si aquella breve conversación no hubiese tenido lugar.

Sin embargo, cuando estaba a punto de llegar a la entrada, se giró y, antes de que a Thomas le diese tiempo a seguir con sus tareas, se giró y, dejando mostrar una parte de su ansiedad interior, dijo:

-¿Thomas?

El mayordomo volvió a detenerse y, con su habitual y agradable sonrisa, dijo, con un leve asentimiento:

-¿Sí, señora?

Victoria tragó saliva con fuerza y, tratando de dotar a su voz de la mayor determinación posible, dijo:

-¿Por algún casual... viste a Deborah antes de que se fuese de la fiesta?

Durante unos instantes, una expresión contradictoria cruzó el rostro de Thomas, y Victoria tan solo necesitó aquel breve gesto para saber la respuesta a su pregunta.

-Me alegro de que la dejases marchar. – Dijo Victoria, dejando incluso más atónito al mayordomo, que no podía explicarse cómo había podido saber la respuesta. – Si vuelve... por favor, dile que la he estado esperando toda la noche. Que no me he olvidado de ella.

Y sin decir ni una palabra más, y terriblemente avergonzada por aquel efímero momento de vulnerabilidad, Victoria se giró y salió por la gran puerta principal de camino al garaje, donde guardaban sus numerosos coches.

Y mientras lo hacía, trató de dejar la mente lo más en blanco posible, pues sabía que, si pensaba en ello, se echaría para atrás.

***

Cuando finalmente llegó a su destino, estuvo unos buenos diez minutos con las manos aferradas con fuerza al volante de su plateado Porsche, con el corazón latiéndole tan ferozmente que casi podía verlo palpitar bajo su blusa y un nudo de ansiedad en la garganta. Durante unos instantes incluso había pensado que iba a echarse para atrás, pero entonces lo supo: puede que ella fuese muchas cosas, que hubiese cambiado casi hasta el punto de no reconocerse a sí misma, pero si había algo que no era y que nunca había sido era una cobarde.

Y no iba a serlo en ese momento.

Por eso, finalmente se armó de valor, se enfrentó a sus demonios y, sin más dilación, salió del coche. Y abrigada por la soledad de la calle que le proporcionaba la primera luz de la mañana, se dirigió hacia el taller de coches que tenía frente a ella, pensando que, tal vez, aquella era una decisión que más tarde iba a lamentar.

Pero no podía continuar con su vida sin intentarlo al menos una sola vez. Tan solo una.

Por ello, y con su habitual porte casi arrogante, se dirigió hacia el interior del taller, donde una única persona trabajaba.

Una persona de pelo rubio que en ese momento estaba encorvada sobre el capó de un coche abierto.

Y en cuanto Victoria le vio, sintió como si una fuerza mayor le arrancase todo el aliento del pecho y no pudiese respirar, y sus piernas comenzaron a temblar de tal forma que en vez de huesos parecía que tenía finos palitos de madera.

Entonces, tragó saliva con fuerza y, dejando que de nuevo su fachada volviese a cubrirle el rostro, dijo, con un cierto tono pícaro:

-Vaya, parece ser que no soy la única madrugadora del pueblo.

En cuanto escuchó su voz, Alex se detuvo en su tarea y, con el corazón deteniéndosele momentáneamente dentro del pecho, durante unos instantes se quedó completamente inmóvil, preguntándose si se había imaginado aquella voz o si realmente ella estaba allí, después de veintitrés años.

Con el corazón en un puño, Alex inspiró hondo y, finalmente, se giró, solo para descubrir que su imaginación no había conjurado aquella voz, porque Victoria se encontraba ahí, a unos metros de él, y mirándole con aquella intensidad que, incluso veintitrés años después, sus ojos aguamarina no habían perdido.

Y seguía tan bella como la primera vez en que ella le había hablado, en aquella fiesta, hacía ya tanto tiempo que el recuerdo parecía irse disipando poco a poco de la mente de Alex.

Durante unos segundos, lo único que Alex pudo hacer fue quedársela mirando anonadado, sin poder creer lo que realmente estaban viendo sus ojos. Y lo único en lo que podía pensar era en acercarse a ella y rozar su pómulo con los dedos, para comprobar si era real.

Y tan solo pudo decir, con voz ahogada:

-Victoria.

Y fue en ese momento cuando todo el rencor, odio y desprecio que Alex había podido sentir por Victoria en el pasado por todo lo que había pasado... cuando todo terminó, parecieron disolverse por completo, como si nunca hubiesen existido.

Como si, hace veintitrés años, ella no le hubiese roto y pisoteado el corazón hasta que solo quedaron cenizas.

Como si, hace veintitrés años, ella no le hubiese traicionado hasta el punto de que Alex se pensó si algún día llegaría a superarlo.

Pues todo ello pareció dejar de tener importancia cuando la vio frente a él, haciéndole sentir como la primera vez en que la había visto.

Ante la mención de su nombre de labios de Alex, Victoria sintió un estremecimiento de placer que no sentía desde que tenía diecisiete años. En ese momento, su mente la traicionó y de repente recordó la sensación al sentir a Alex mascullando su nombre contra su cuello desnudo en una de aquellas muchas noches robadas que ni si quiera parecían pertenecerles.

Tratando de alejar aquel pensamiento de su mente, Victoria hizo acopio de todas sus fuerzas para volver a dejar caer el velo de su fachada sobre su rostro, pero simplemente no pudo. Porque con Alex le era imposible fingir ser alguien que no era. No había podido hacerlo cuando era joven y, desde luego, ahora tampoco.

-Hola, Alex.

Alex tragó saliva con fuerza y, aún sin poderse creer que Victoria realmente estuviese frente a él, dijo:

-¿Qué... qué estás haciendo aquí?

Durante unos instantes, Victoria permaneció completamente en silencio. Se mordió el labio inferior (un gesto que la hacía increíblemente parecida a su hija mayor) y, tras unos segundos dubitativa, se encogió de hombros en un gesto de rendición y respondió, con el corazón latiéndole tan fieramente que temía que le fuese a explotar:

-Sinceramente... no lo sé. Esta mañana me he levantado y, simplemente... sabía que tenía que venir aquí. Que necesitaba verte.

Ante sus palabras, Alex negó con la cabeza, se pasó una mano por su pelo rubio en un gesto de frustración y, finalmente, dijo:

-No deberías estar aquí.

Victoria trató de que su rostro no mostrase lo mucho que le habían dolido aquellas palabras, que habían sido como una flecha clavándose en su pecho, e intentando mostrar la mayor calma posible, repuso:

-Lo sé. Ha sido... totalmente inapropiado. Sé que no tengo derecho a tratar de verte después de veintitrés años, pero...

-No, Victoria, no lo digo por eso. – La interrumpió Alex con suavidad.

Victoria abrió los ojos con estupefacción, sorprendida por la respuesta de Alex, pero decidió permanecer en silencio. Por su parte, Alex soltó un suspiro y, finalmente, y sin poder contener por más tiempo a esa especie de cuerda que parecía no dejar de tirar de él, decidió acercarse a Victoria, que observaba cada paso que cada con tal intensidad que Alex sentía que podía deshacerse ante aquella mirada que aún no había perdido nada de su brillo. Y cuando se encontraba a tan solo un palmo de distancia de ella, Victoria alzó la mirada hasta su rostro. Preguntándose si más tarde se arrepentiría de ello, alzó la mano y, con una delicadeza infinita, le acarició el pómulo con los dedos, sin apartar la vista de su perfecto rostro en ningún momento.

Victoria dio un respingo cuando una arrolladora sensación que no había sentido en veintitrés años se expandió por todo su cuerpo como en una ardiente ola de lava. Y sin aliento, susurró:

-¿Entonces?

Alex pasó su vista por el rostro de Victoria, tratando de no perderse ni un solo detalle, y entonces dijo:

-No deberías haber venido porque... sabes que, cuando estoy contigo, soy capaz de hacer cualquier cosa. Sabes que soy incapaz de decirte que no, y que haría cualquier cosa que me pidieses.

Victoria apretó con fuerza los dientes y, finalmente, alzó su mano para cubrir la de Alex en una caricia que les quitó el aliento a ambos.

-Si quieres que me marche, tan solo dilo y lo haré; sé que no tengo derecho a estar aquí. – Dijo Victoria, con total sinceridad.

Y ante sus palabras, Alex sintió como si le hubiesen dado un fuerte calambrazo. Porque las palabras de Victoria le dejaban a él en completo control de lo que pudiese ocurrir más adelante.

Porque la verdadera pregunta que en ese mismo instante pasó por su mente fue: ¿sería capaz de destruir todo lo que tanto le había costado construir en veintitrés años por ella?

Aunque lo cierto era que ya sabía la respuesta.

***

2016

El siguiente minuto que pasó tras aquel inesperado giro de los acontecimientos fue el más largo de mi vida. Definitivamente.

Aquel minuto en el que el abuelo de Louis claramente me confundió con mi abuela y, como consecuencia, el resto de personas se me quedaron mirando fijamente como si de repente la piel se me hubiese vuelto de color verde fue uno de los más incómodos que había vivido hasta ese momento.

Joder, hasta Louis se quedó estupefacto, que era mi cómplice y socio en esa tal vez absurda gesta en la que nos habíamos embarcado para desenterrar el cada vez más misterioso pasado de nuestras familias y, supuestamente, debía esperarse cualquier cosa que tuviese que ver con nuestras familias.

Y no fue hasta que la abuela de Louis (si no recordaba mal, se llamaba Martha) apareció desde el jardín trasero que aquel extraño momento se disipó. Repentinamente, apareció por la puerta y, con una expresión incluso más estupefacta que la de sus familiares, dijo:

-¿Qué está pasando aquí?

Y fue entonces cuando todos comenzaron a salir de su ensimismamiento y, gracias a Dios, dejé de ser el completo centro de atención.

Pero entonces descubrí que preferiría eso a la mirada increíblemente fría que me lanzó la abuela de Louis, una de esas miradas que, si matasen, causarían muchos estragos; tampoco es que hubiese matado a su perro o algo.

Y tras lanzarme aquella glacial mirada, se dio la vuelta con la barbilla bien alta y volvió a salir prácticamente espantada al jardín trasero, solo para ser unos segundos más tarde seguida por la madre de Louis.

Y antes de que a mí misma me diese tiempo a reaccionar, Louis me aferró del brazo con suavidad y me arrastró tras él hasta el pasillo de la casa, donde quedábamos completamente a salvo de cualquiera de las miradas de sus familiares.

-Vale, eso que acaba de ocurrir ha sido raro de narices. – Dije, en un murmullo, aún tratando de asimilar aquella escena.

-¿Eres consciente de lo que acaba de pasar? – Repuso Louis, que me miraba con aquella mirada de extrema emoción pintada en sus ojos azules.

Solté un sonido de escarnio y alcé los brazos, solo para después dejarlos caer a mis costados.

-Sí; tu abuelo acaba de creer que yo era mi abuela Victoria. Pensaba que me iba a morir de vergüenza.

Sin perder aquel brillo de emoción de sus ojos, Louis me tomó de los hombros con delicadeza y, con una sonrisa que parecía grapada en sus labios, dijo:

-Es la prueba que necesitábamos, escocesa, la prueba de que no eran imaginaciones nuestras. Voy a ir a ver si consigo recabar algo más de información.

-¡Oye! Pero...

Sim embargo, no pude decir nada más, porque antes de que me diese cuenta Louis había vuelto al salón a toda prisa, dejándome sola en el pasillo y con la palabra en la boca.

Solté un suspiro y, negando con la cabeza en un gesto de resignación, me apoyé en la pared tras de mí.

Fue entonces cuando me percaté de la fotografía enmarcada que tenía frente a mí. En ella, aparecía un Louis de unos diez años abrazando a una niña de unos seis años en un precioso parque con un lago de agua cristalina tras ellos.

Y en el pie de foto alguien había escrito: los pequeños Louis y Anna. 2002.

Me quedé mirando aquella fotografía durante unos instantes ensimismada, hasta que un pensamiento inundó mi mente por completo:

¿Quién era aquella Anna?

***

Vanessa salió al patio trasero, solo para encontrar a Martha, su madre, en el extremo norte, de espaldas a ella y con los brazos cruzados sobre el pecho, aparentemente observando la valla que tenía frente a ella como si fuese lo más interesante que había visto nunca. Pero Vanessa la conocía lo suficientemente bien como para saber que, probablemente, en su mirada prácticamente soltaban chispas de ira.

Por ello, soltó un suspiro y se preparó para aquella conversación mientras se acercaba hasta el lugar donde se encontraba Martha.

-Mamá, ¿a qué demonios ha venido lo de ahí dentro? – Le preguntó, confusa.

Martha se giró hacia ella y, con una mirada en la que se mezclaban la dureza y una frustración tan intensa que Vanessa no pudo evitar sentir un pellizco en el corazón, dijo:

-Ha dicho su nombre, Vanessa. Lo he oído. – Negó con la cabeza casi con desesperación y, pasándose las manos por el rostro, dijo: - No puedo volver a pasar por ello. Ya tuve suficiente con las dos ocasiones anteriores... - De repente, volvió a centrar su atención en su hija y añadió: - Ella no puede estar aquí. Nadie de esa familia es bienvenido aquí.

Vanessa frunció el ceño y tardó unos instantes en darse cuenta de a quién se estaba refiriendo Martha.

-¿Cómo puedes decir eso, mamá? – Preguntó Vanessa, casi escandalizada por la actitud de Martha. – Ella no tiene la culpa de lo que ocurrió entre nuestras familias. Y tú deberías saberlo muy bien.

Martha soltó una risita amarga y negó con la cabeza.

-Oh, vamos, Vanessa. Estoy segura de que, cuando la miras, lo único que puedes ver es a Deborah, la misma que jugó con el corazón de Jack hasta que se cansó de él y cuya madre fue la culpable de que esta familia estuviese a punto de romperse para siempre. Dime que no sientes ni un poco de odio cuando la miras.

-No seas exagerada, mamá. Y respecto a lo de Jack, tampoco sabemos qué ocurrió realmente. Él nunca ha querido hablar de ello, y desde luego no sabemos la versión de la historia de Deborah.

Martha enarcó una ceja y volvió a cruzarse de brazos, como si no pudiese creerse lo que acababa de escuchar. Y entonces, incluso con mayor amargura, repuso:

-Eso no es lo que decías hace veintiocho años, cuando ocurrió todo aquel desastre y, entre lágrimas, maldijiste el día en el que la conociste.

Vanessa cerró la boca de golpe ante las palabras de su madre, consciente de que, en ese sentido, debía darle la razón. Ella había sido la primera que había sido igual de dura que su madre con los Matthews, puede que incluso más. Pero por aquella época era tan solo una joven de dieciocho años que estaba pasando por el peor momento de su vida y, teniendo en cuenta todo lo que estaba ocurriendo entre su familia y la de Deborah, culparla a ella y a los Matthews había sido la salida más fácil para hacer frente a lo que estaba viviendo.

Pero, gracias a Dios, había cambiado, y sabía que no servía de nada seguir tratando de hurgar en la herida del pasado cuando no había nada para cambiarlo. Lo único que se podía hacer era tratar de mejorar el presente y el futuro.

-No voy a discutir más sobre esto, mamá. Ella y Louis son muy amigos y, por todo lo que me cuenta él, Deborah y Margaret le tratan de maravilla, y ella merece el mismo trato por nuestra parte. No voy a dejar que tus errores, los de papá y los de Victoria Matthews afecten ni a mi hijo, ni a la hija de Deborah.

Y, sin decir ni una palabra más, se giró y se alejó de su madre.

***

Cuando volví a salir al salón, me percaté de que todo el mundo se había desperdigado. Tanto la madre como la abuela de Louis seguían desaparecidas, pero lo que realmente me sorprendió fue ver que tanto el tío como el abuelo de Louis tampoco estaban.

Aunque, pensándolo bien, de Jack me lo esperaba; siempre parecía evitarme.

A pesar de encontrarme sola, en cierto modo lo agradecí. Desde que había llegado a aquella casa todo habían sido saludos, abrazos y... bueno, para qué hablar del momento Victoria. Me pregunté qué haría mi abuela en una situación así; a pesar de la poca relación que siempre habíamos tenido, de alguna forma la había admirado durante toda mi vida. Desde que era pequeña había tenido una imagen de mi abuela Victoria como de una mujer increíblemente fuerte y que, sin duda, no dejaba que nadie la pisase. Puede que no fuese la persona más empática del mundo, pero puede que tal vez parte de su entereza y fortaleza le viniese de ello.

Y puede que tal vez, desde la muerte de mi padre yo había tratado inconscientemente de ser como ella, tratando de alejar así al dolor.

Solté un suspiro y, al girarme, vi que la madre de Louis volvía a entrar en el salón por el ventanal que daba al jardín trasero. Al verme ahí de pie, esbozó una sonrisa (era una de esas personas para las que sonreír parecía algo totalmente natural) y se acercó a mí con una mirada casi maternal en sus ojos azules.

-Siento todo el revuelo de antes... - se detuvo unos instantes, lo que me hizo pensar que no sabía cómo me llamaba. No obstante, unos instantes después dijo: - ¿Prefieres que te llame Callie o Caledonia?

-Callie está bien. – Dije, inexplicablemente cohibida.

-Callie. – Dijo, con dulzura. – Es un nombre precioso. Me alegro de conocerte por fin; Louis siempre habla muy bien de ti, te tiene en muy alta estima.

-Oh... gracias. – Respondí, temiendo que mi inaptitud con las palabras se confundiese con mala educación.

-Eres muy especial para él, y todas las personas que lo son para él lo son para mí. Espero que te sientas como en tu casa. – Dijo, apretándome el brazo con cariño durante unos instantes.

Una sincera sonrisa (guau, ni yo misma me lo creía) se extendió en los labios y, sin poder contener a mi bocaza antes de poder detenerla, dije:

-Muchas gracias. Él también es muy especial para mí.

Vanessa (recordaba el nombre porque Louis lo había repetido miles de veces) me devolvió el gesto y, sin previo aviso, enroscó su brazo con el mío y, llena de un entusiasmo que sin duda admiraba, me arrastró con ella y dijo:

-Deberíamos salir fuera. Un poco de sol nunca le ha hecho mal a nadie.

No creo que un vampiro estuviese de acuerdo. Pensé.

Y entonces, sin decir ni una palabra más, la acompañé hasta el jardín trasero, aún tratando de asimilar todo lo que estaba pasando.

***

Sentado apartado de su familia en uno de los escalones del porche trasero, Louis no podía quitar los ojos de encima de Callie, que en ese momento, con una expresión a medio camino entre confusa y sin duda casi hasta feliz escuchaba a Emma mientras ésta hablaba con esa efusividad que tanto la caracterizaba.

Louis soltó una risita por lo bajo, ensimismado y, de alguna forma, casi hasta fascinado por Callie. Por alguna razón que ni si quiera él se podía explicar, no podía dejar de observar cómo la luz del sol incidía sobre su largo pelo negro como el azabache o cómo sus grandes ojos azules parecían brillar. Al igual que no podía apartar la mirada de los labios de Callie, que estaban curvados ligeramente hacia arriba en una ínfima sonrisa que, de no haberla conocido, no habría visto.

Al ver a aquella muchacha que parecía estar tan rota como él, Louis sintió un pellizco en el corazón, y una especie de agradable ligereza en el estómago que no sentía desde...

-¿Hay sitio en el porche para una mujer con un bombo más grande que el de Buda? – Dijo de repente una voz junto a Louis, sacándole de su ensimismamiento de golpe.

Soltó un respingo y, con el corazón latiéndole ferozmente, y casi hasta sonrojado por el temor de que su hermana le hubiese pillado observando tan embobado a Callie, esbozó una sonrisa y, tomando la mano de su hermana para ayudarla a sentarse, dijo:

-No seas exagerada, Nora. No estás tan, tan embarazada. – Bromeó Louis.

Nora soltó una risa y se pasó una mano por el vientre:

-Para estar tan solo de cinco meses, sí, lo estoy. Tengo miedo de que esta criatura me parta por la mitad cuando salga. – Repuso Nora, por lo que ambos hermanos se echaron a reír a carcajadas.

Louis apoyó su mano sobre el vientre de Nora y ella la cubrió con la suya propia.

-Creo que la pequeña Keira no va a ser tan pequeña, después de todo. – Añadió Nora, haciendo referencia a su hija nonata.

Entonces, ambos hermanos se quedaron en silencio, tan solo observando la escena familiar que se desplegaba frente a ellos como en una estampa. Hasta que Nora observó de reojo a Louis y le descubrió mirando de nuevo ensimismado a Callie, con una mirada tan abstraída que Nora estaba prácticamente segura de que se había olvidado de que ella estaba ahí.

Pero ella se lo recordó cuando, con una tierna sonrisa en los labios, dijo:

-Se parece mucho a ella, ¿verdad?

Louis desvió la mirada para mirar momentáneamente a Nora. Soltó un suspiro y, volviendo a clavar la mirada en Callie, dijo:

-Sí. Al menos físicamente sí. Son... son tan parecidas que a veces tengo la sensación de que estoy hablando con Marion y no con Callie. – Nora le apretó con fuerza la mano a su hermano pequeño ante la mención de Marion, pues era plenamente consciente de lo difícil que era para Louis incluso mencionar su nombre. – Pero entonces me doy cuenta de que no podrían ser más distintas. Callie no tiene nada del carácter pícaro, resuelto y desenfadado de Marion. Pero me alegro, ¿sabes? – Dijo, mirando de nuevo a Nora, que le observaba con una mirada de pesadumbre en sus ojos azules. – Eso es lo que hace que Callie sea tan única... al igual que hacía de Marion única.

Nora asintió y pasó una mano por el pelo de su hermano, solo para después acariciarle la nuca. Entonces masculló:

-Marion estaría muy orgullosa de ti si te viese ahora, lo lejos que has llegado. Si viese que has rehecho tu vida.

Louis tragó saliva y apretó las mandíbulas con fuerza, tratando de tragarse las lágrimas que intentaban subir hasta sus ojos, mientras Nora le rodeaba con sus brazos y apoyaba su cabeza sobre el hombro de Louis, por lo que él, a su vez, se recostó en su hermana.

Porque incluso después de casi seis años, aún no podía evitar sentir cómo su pecho escocía ante el recuerdo de Marion.

______________________________

Siento este mes de hiatus en el que no he publicado. De nuevo estoy aquí y publicaré con bastante asiduidad :)

Si os ha gustado, por favor, votad, comentad y compartid :)

Muchas gracias :)

-Alice. xx

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