Amigos Incondicionales

By computer_writer

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💜📙 Novela destacada en el perfil @WattpadNovelaJuvenilES en junio del 2020 para la lista de lectura #JovenC... More

01 | Nada se mantiene siempre igual
02 | Inesperado reencuentro
03 | Quietud que esconde violencia
04 | Juventud bañada en superficial oro
05 | Propicio secreto
06 | Realidad y sueño
08 | Color esperanza
09 | Memorable cumpleaños
10 | Sombrío porvenir
11 | Fotografías y libros
12 | Cuando el amor duele bien
13 | Cosas de adultos
14 | Inconsistentes anhelos de libertad
15 | Celos
16 | Promesas sin cumplir
17 | Cosas malas en nombre del amor
18 | Orgullo
19 | Edades muy diferentes
20 | Cámaras y bicicletas
21 | Su chico
22 | Un amigo más joven
23 | Oportunidad de redención
24 | Todavía hay mucho por lo que seguir
25 | Los adolescentes son impredecibles
26 | Con calma, pero de prisa
27 | El destino de una vida no depende de terceros

07 | Ideales

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By computer_writer

Mudarse a La Vega con sus padres no representó el nuevo comienzo que Félix necesitaba cuando fue expulsado de Nueva República. Las vacaciones de verano nunca habían sido igual de melancólicas, estaba avergonzado de sí mismo. Durante esos días vivió despreocupado e indiferente, ni siquiera hizo el más mínimo esfuerzo en salir de casa. Se mantuvo a la expectativa creyéndose inmune a la hipocresía de sus padres, ellos firmaron los papeles del divorcio sin darle importancia a cómo se sentía.

La infidelidad de Francisco destruyó mucho más que el matrimonio de Irene, también dañó a su único hijo de una manera irremediable. El final de esa unión también fue la ruptura del vínculo de Félix con Francisco.

El antiguo amigo de Ruth nunca quiso hacerse ilusiones que lo dejaran solo y decepcionado. Sin ningún reproche aceptó que quizá no era lo más importante en la vida de sus progenitores. Al igual que muchos hijos de parejas divorciadas, él pasó a un segundo plano. No tardó en aceptar su nueva posición, después de todo, sabía que muchas personas se vuelven desagradables al enfrentar grandes cambios.

Francisco afirmó, con tremenda insensibilidad, que el matrimonio era un desperdicio y la única culpable del fracaso en el suyo fue Irene. Félix presenció cada lágrima y palabra hiriente que ellos se dedicaron al fondo de un tribunal tan desconocido como quienes estaban a su alrededor. Supo de inmediato que su madre estaba destruida y que debían seguir adelante solos.

Otro cambio tocó a su puerta cuando regresó a la capital junto a Irene. La gran sonrisa de Milagros lo liberó de innumerables miedos. El vecindario y la humilde residencia de su abuela materna lucían igual a como los recordaba; fueron de las pocas excepciones en medio de insostenibles vicisitudes.

Dio lo mejor de sí para acostumbrarse a vivir bajo el mismo techo que Milagros. Durante su correspondiente «descanso estudiantil», Irene trató de independizarse económicamente, pero el único trabajo que consiguió sobrepasaba las ocho horas laborables. Su pasatiempo preferido de era escuchar historias sobre los bisabuelos y cómo Milagros conoció a su difunto abuelo. De vez en cuando recibía las visitas de primos y tíos, ellos cubrían los principales gastos de la casa.

Tan pronto el año escolar inició, estuvo solo otra vez. El empleo de Irene no tenía un horario flexible, así que Félix se encargó de muchos deberes domésticos. Milagros se llevó el mérito de ser quien estuvo ahí completamente para él. Su abuela no entendía los reproches, relacionados con la velocidad del Internet, pero sabía mucho mejor que Irene lo que significaba ser una verdadera madre.

El Instituto Técnico Santo Domingo se convirtió en un escape que aprovechó al máximo. Aquella preparatoria técnico profesional era cercana al hogar de su abuela, allí le ofrecían carreras y sería técnico en el área que escogiera. En dicha estudiaba computación junto a otros treinta jóvenes. En ningún momento creyó que esos eran sus amigos, o que lograría establecer una sólida amistad de instituto. Ni siquiera lo consideró posible hasta que Sandra, una chica de cuarto año en el área de contabilidad, se convirtió en una gran amiga. De no ser por ella, adaptarse a ese centro educativo hubiera sido casi imposible. Mucho menos después de que Sandra le ganó en una competencia de ajedrez y fue menospreciado por muchos de sus compañeros. Los recreos y horas libres junto a ella transformaron en buenas vibras al mal genio de los pasados meses, su sonrisa volvió a ser tan memorable como antes del divorcio de sus padres, sin miedo o falsedad en su mirada, pude ser él mismo de nuevo.

Un lunes por la mañana Félix decidió ir en bicicleta al instituto. Era una costumbre que solo realizaba los viernes, pero que ese día retomó por pura modalidad. Pedaleó apresurado desde que presintió ser el último en llegar. Ver a su amiga, de ojos claros y larga cabellera negra, sentada en las escaleras que daban entrada al instituto le dio la esperanza de que no tendría una mala calificación por tardanza.

—¿Qué haces aquí afuera?

—Estaba revisando mi mochila para ver si no se me quedó mi cuaderno —contestó, poniéndose de pie—, hoy tengo examen del taller.

—Y yo una práctica.

—Lo lamento.

—Créeme que yo también.

Cuando pasaron el portón principal se encontraron solos en el área de recreo. La mala suerte estudiantil que compartían iba en serio. Llegaron muy tarde o el karma les jugó una broma pesada... Los dos corrieron a los respectivos salones de clases pasando por las escaleras como si no existieran. Tener los talleres en el tercer piso era pésimo, pero fueron más rápidos que los profesores. Ausentes de horas libres en sus horarios el recreo fue la necesaria calma en medio de la tormenta que tardó dos vidas en llegar, y un poco más por la asignación de proyectos extras.

Los amigos se volvieron a encontrar debajo de un árbol framboyán. Dejaron que el aire fresco les devolviera el aliento mientras compartían una dulce merienda. Sandra estaba feliz por su examen, en cambio Félix continuaba pensando en los pasos para desarmar la tarjeta madre de una computadora. Sin embargo, verla tan jubilosa alegró su día.

—Lo importante son los resultados, ¿no?

—Tienes razón. El viernes pasado te llamé para que fuéramos con mi hermano a comer helados, ¿dónde estabas? Me preocupé.

—En Coffee Queen.

—Fuiste a hablar con ella, ¿verdad? Recuerdo que lo mencionaste hace unos días.

—Sí.

—¿Cómo te sientes?

—No lo sé. Solo quería volver a verla y hablar como antes. No me despedí, pero esa fue mi despedida.

—¿En serio crees que así las cosas se solucionaran?

El grado de tranquilidad con el que ella hablaba incomodó a su amigo. Aunque Félix sabía que escuchó una pregunta que necesitaba responder.

—No quiero lastimarla de nuevo.

—Creo que eso no lo puedes evitar.

—Hago el intento.

—Y de todos modos te irás.

—Estoy decidido.

—Debiste decírselo. ¿Por qué dejarlo para más tarde si pudiste hacerlo cuando la viste en la biblioteca?

—No pude. Me asusté demasiado al verla. Si hubieras visto su rostro, estaba pálida, como si hubiera visto a un fantasma.

—En ese momento debiste serlo. ¿Cuándo te irás a la academia?

—Después de la graduación.

—Organiza todo antes aquí —aconsejó, señalando su cabeza—, y aquí —finalizó, apuntando hacia el centro de su tórax, en dirección al corazón.

—Así lo haré.

—Te voy a extrañar, aunque seas un tonto sin remedio —admitió dando un ligero golpe en su hombro derecho—, más te vale escribirme y llamar si no quieres que te mande a matar.

—Gracias por todo.

—Solo pórtate bien, por favor. No hagas nada para que te expulsen. No quiero que padrino me regañe por tenerte de amigo.

—No te voy a defraudar.

—Eso espero. Tengo por seguro que serás un gran piloto, pero antes, ¿qué tal si me agradeces dándome el Hershey que tienes ahí?

—Tienes dos chocolates, ¿por qué no lo dijiste cuando estábamos en la cafetería?

—Se me olvidó, y no quiero caminar de vuelta.

—Después dices que soy yo el holgazán.

—¡Pues porque lo eres!

Sus pláticas siempre eran igual de entrometidas e irritantes. Los dos sabían mucho el uno del otro, pero existía algo que era desconocido para Félix sobre su cercana amiga. Para Sandra era posible cambiar muchas cosas de sí misma, desde la apariencia hasta el estatus social. No obstante, había cosas que no podía cambiar, como el pasado y, por más que lo deseó, sus sentimientos tampoco cambiarían de la noche a la mañana.

Ella siempre se detenía con el fin de apreciar la sonrisa de Félix, pero él nunca prestó la debida atención.

En otro centro educativo había quienes no sabían nada sobre ella, Sandra sí los conocía. Antes de conocer a Félix ella tuvo la oportunidad de ingresar. Muchas veces anheló tener una máquina para viajar al pasado porque, aún a semanas de graduarse, no dejaba de pensar en que si hubiera ignorado el mérito que tendría un título de bachiller todo sería diferente. Pero incluso volviendo al pasado, ¿hubiera sido ella la chica que él elegiría? Nunca lo quiso admitir, y en su defecto, se mantuvo ciega a esa posible realidad. Una de la que ninguna otra persona sabía. Se guardó para sí miles de emociones porque consideró que los demás, cercanos y no cercanos a ella, tenían suficientes problemas como para preocuparse por amoríos juveniles.

Tal vez era una gran coincidencia que los períodos de descanso en ambos centros educativos fueran a la misma hora, pero así sucedió con los jóvenes ese lunes, ¿aquello se llamaría destino, casualidad o el karma hizo de las suyas otra vez antes de que Javier se encontrara con Naomi y Ruth?

—Estos chicos están tardando demasiado. ¡Me muero de sed!

—Deben estar por llegar.

—¡Eso espero!

—¿Esteban mencionó si aceptará la propuesta de la disquera? —cuestionó, ignorando la pequeña rabieta de Naomi.

—No dijo nada antes de irse.

—Tampoco si su mamá lo regañó por llegar tarde... Presiento que no les mencionó nada sobre la disquera.

—¿Eso crees?

—A lo mejor no quiso hacer las cosas más difíciles.

—¿Lo dices por la situación de sus padres?

—En serio no puedo creer como ellos aún siguen juntos.

—Ni yo. Ese hombre es un abusivo —indagó Javier, refiriéndose a Víctor.

—Cuando Esteban admitió que su papá le pegaba no lo podía creer.

—Por cómo nos ha dicho que se tratan no me sorprende en lo absoluto.

—Me da miedo. Siento que él y Carmen están en peligro.

—Si es difícil para él imagínate para ella convivir con un hombre violento.

—Debe ser horrible.

—Es un abusivo.

—Pienso lo mismo. No tienen que dejar de hablar por mí. Vamos, no me vean como si fuera el diablo.

—Nosotros no...

—No hacen falta explicaciones, Javier —interrumpió Esteban, dándole a Naomi la botella de agua que sostenía en su mano izquierda—, lo que sea que digan ya lo sé.

—¿Cómo está Carmen?

—Ella... Papá la golpeó anoche.

Los demás se quedaron sin palabras, tan solo se miraron entre ellos y presenciaron como los ojos de Esteban se cristalizaron.

Víctor era un hombre que pensaba en una sola cosa: obtener dinero. Para muchos era un hombre ejemplar que se esforzaba en darle lo mejor a su familia, para Esteban, quien hacía sufrir a Carmen. No lo veía como un padre, y a él parecía no importarle. Víctor maltrataba a su madre como si fuera una muñeca de trapo.

La violencia doméstica le atormentaba desde que tenía quince años, cuando su padre vio a Carmen conversando con un exnovio. No se encontraron palabras para explicar el hecho, tampoco intentos de serenar la situación. Víctor la abofeteó en vez de escuchar una explicación cuando la pelea inició. Una lucha sin sentido y un intento de divorcio fallido; fueron lo único que le quedó a Esteban después de presenciar tal acto de crueldad.

—¿Por qué?

—Según él, mamá se le ofreció a su secretario. Eso es imposible, a pesar de todo ella nunca lo engañaría. —Cada palabra entrecortada que dijo alarmó de manera drástica a quienes le escuchaban—. Ese día cuando estaba haciendo mis tareas escuché a papá golpearla. Antes era un niño y no podía hacer nada. Ahora que puedo y tengo las fuerzas necesarias no permitiré que le haga daño otra vez.

Una diminuta lágrima cayó por la mejilla derecha de él. Se había derrumbado en carne y hueso.

—¿Por qué no se divorcian?

—Él no quiere firmar los documentos.

—Ella es abogada, ¿por qué no hace algo al respecto?

—Papá trató de enmendar sus errores muchas veces, aun así...

—Aquí estamos. —Ruth abrazó a Esteban buscando la manera de calmar el llanto—. Te prometo que saldremos de esto.

—¿Cómo sabes eso?

—Estaremos contigo.

—Habla con ella, hazla entrar en razón.

—Explícale cómo te sientes. Estoy segura de que ella reaccionará cuando vea en ti lo que nosotros vemos ahora.

—Debes intentarlo. Sabemos que es tu padre, pero no actúa como uno.

—Mamá lo ama.

—Él a ustedes no.

—Prométenos que hablaran. Lo que sea que pase después estaremos de tu lado.

—Yo, no sé si pueda.

—Debes hacerlo, por tu bien, y el de ella, deben denunciarlo.

—Él podría matarlos.

No era fácil, para nadie lo era. Esteban se sentía tan incompetente como los demás. Solo era un chico de diecisiete años intentado detener la violencia en su hogar, si se podía llamar de esa manera al lugar donde vivía. En su mente lo único claro era que las cosas nunca mejorarían, estarían bien por unos días para luego explotar nuevamente.

La supervivencia del líder de Teen Light no era vida, mucho menos para Ruth. Ella no sabía lo que significaba ver a padres discutiendo, era algo inimaginable porque su padre nunca estuvo cerca. Ponerse en los zapatos de Esteban era imposible, pero trató de comprenderlo tanto como la conciencia se lo permitía.

Javier estaba igual que su mejor amiga. Pese a que Nicolás no era el mejor padre del mundo, pero jamás levantó una mano contra Amanda. Siempre trabajó para darles lo mejor.

Por otra parte Naomi veía todo mal y también comprendía en carne propia el dolor de Esteban. Sus padres, como toda pareja, tenían problemas, pero rara vez discutían. Natalia y Miguel terminaban peleados aunque en cuestión de horas, o a veces días, se reconciliaban. Ellos superaban los disgustos en su relación por sus hijos, jamás destruirían lo que con amor y dedicación forjaron. Naomi, Daniel y Dariel eran lo mejor que les había sucedido. Al final sus hijos los unían más que las disconformidades matrimoniales.

Indira y David, los padres de Iván, se amaban como el primer día. Juntos emprendieron la cafetería que los amigos de él siempre frecuentaban. Dominican's Café staba llena del amor que sentían el uno por el otro. Iván no comprendía cómo dos personas se juraban amor eterno y luego se presentara maltrato físico o verbal entre ellos. Nunca vio nada parecido en su familia, creció en un ambiente de amor y comprensión, algo que Esteban desconocía.

Esa situación hizo que los minutos del recreo pasaran lentamente como si algo estuviera impidiéndole a los minutos correr. No hubo palabras de aliento, tampoco más intentos de retener las lágrimas, tan solo las dejaron ir.

Todos sabían a la perfección que determinadas cosas siempre podrían empeorar y que era un error pensar lo contrario. También que el tiempo no era un aliado, sino un conocido de las consecuencias de sus actos. Un factor activo que hacía que todo llegara un definitivo final. Esperar que los días mejorarían por sí solos, o que el propio transcurrir arreglaría los desgarradores tópicos de sus penas, fue una idea absurda.

Determinar cómo Esteban ganaría la guerra que le tocó vivir era una acción a la que nadie supo dar respuesta. Ni siquiera él mismo se consideraba capaz de darla.

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