CDU 3 - La elección de Cassio...

By litmuss

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Cuando todo lo que amas amenaza con destruirse, ninguna elección debería ser juzgada. Con la partida de dos m... More

La elección de Cassiodora ©
Eternos
Parte I
1. Capítulo 1: Everard (1ª Parte)
1. Capítulo 1: Everard (2ª Parte)
1. Capítulo 2: Manjar de dioses (1ª parte)
1. Capítulo 2: Manjar de dioses (2ª parte)
1. Capítulo 3: El corazón de Cassie (1ª parte)
1. Capítulo 3: El corazón de Cassie (2ª parte)
1. Capítulo 4: Destino (1ª parte)
1. Capítulo 4: Destino (2ª parte)
1. Capítulo 5: Kelium & Nenúfar (1ª Parte)
1. Capítulo 5: Kelium & Nenúfar (2ª Parte)
1. Capítulo 6: Feliz cumpleaños, princesa (1ª Parte)
1. Capítulo 6: Feliz cumpleaños, princesa (2ª Parte)
1. Capítulo 7: Eliden (1ª Parte)
1. Capítulo 7: Eliden (2ª Parte)
1. Capítulo 8: Desesperación (1ª Parte)
1. Capítulo 8: Desesperación (2ª Parte)
1. Capítulo 9: No perder la esperanza (1ª Parte)
1. Capítulo 9: No perder la esperanza (2ª Parte)
1. Capítulo 9: No perder la esperanza (3ª Parte)
Parte II
Fragmento especial de Lía
2. Capítulo 10: Corte de las flores (1ª Parte)
2. Capítulo 10: Corte de las flores (2ª Parte)
2. Capítulo 11: De prioridades y abrumadoras verdades (1ª Parte)
2. Capítulo 11: De prioridades y abrumadoras verdades (2ª Parte)
2. Capítulo 12: Una confesión apresurada (1ª Parte)
2. Capítulo 12: Una confesión apresurada (2ª Parte)
2. Capítulo 13: Poderosa e inestable (1ª Parte)
2. Capítulo 13: Poderosa e inestable (2ª Parte)
2. Capítulo 14: Suficientemente fuerte (1ª Parte)
2. Capítulo 14: Suficientemente fuerte (2ª Parte)
2. Capítulo 15: Movens (1ª Parte)
2. Capítulo 15: Movens (2ª Parte)
2. Capítulo 16: Legado de horror (1ª Parte)
2. Capítulo 16: Legado de horror (2ª Parte)
2. Capítulo 17: Un desafortunado lugar (1ª Parte)
2. Capítulo 17: Un desafortunado lugar (2ª Parte)
2. Capítulo 18: Monstruos interiores (1ª Parte)
2. Capítulo 18: Monstruos interiores (2ª Parte)
2. Capítulo 19: Toska (1ª Parte)
2. Capítulo 19: Toska (2ª Parte)
2. Capítulo 20: Una mala, dos buenas (1ª Parte)
2. Capítulo 20: Una mala, dos buenas (2ª Parte)
Epílogo
Extras #CDU

2. Capítulo 18: Monstruos interiores (3ª Parte)

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By litmuss

—Aquí está mi parte del trato, Señora —dije y tendí el cuenco de sopa que había cargado por alrededor de diez cuadras antes de llegar a la pequeña carreta de artesanías.

El aire ya era bastante helado y la mayoría de los viandantes iban cubiertos. No podía jurar que la comida no estuviera fría, pero se me imposibilitaba hacer algo por ella, ya que mis amigos me habían pedido de manera reiterada que no mostrara ninguna de mis potencialidades en ese lugar, pues no queríamos llamar la atención. Según ellos, ser un damnare en un lugar como Esselka podría ser una bendición.

La pequeña y regordeta mujer de risos plateados, protegida por una espesa capucha violácea y bastante gastada, me sonrió y recibió lo que le daba. Todo lo que sabía de ella era que le llamaban Heria y que se valía de sus manos para crear figuras de barro que daba a buen precio. No tenía idea qué clase de criatura era ella, pero descartaba que fuera un elfo, dragón, sirena y ogro por no poseer ninguno de los evidentes rasgos de estos. Me quedaba con hechicera, licántropa y hada, por aquello de que sus alas podían permanecer ocultas. Sin embargo, todo ello seguiría siendo especulación porque no tenía intención alguna de cuestionarla. Al menos no sobre ello, y ya había obtenido una negativa cuando insistí acerca de Normandia.

—Disculpe que sea sopa otra vez, pero es que no podemos hacer mucho cuando solo uno de nosotros parte de caza y no tenemos dinero para comprar más carne —me excusé, viendo que retiraba la tela que protegía la vasija y se acercaba a olerla.

Aún me costaba digerir que me tocaba permanecer en casa, mientras el elfo y mi leona —más suya, si éramos honestos— iban al bosque. Y no es que creyera que podía hacerlo mejor, pero es que no me fiaba en que Castiel no me quisiera en la caza, pues, en sus palabras, podría hacer más ayudando a Haliee, y luego empezando el proyecto de herramientas para Umbrarum.

—De ninguna manera te disculpes, cariño. Me reconforta probar buena comida y no me quejaré porque sea una y no otra —Asentí, sabiendo que mi tiempo se agotaba y estaba dispuesta a partir de no haber sido llamada nuevamente—. Espera, muchacha...

Volví la mirada y me encontré con un rostro lleno de sorpresa en donde antes hubo uno agradecido. Tuve que apretar mis manos para mantenerme quieta y no salir huyendo. Las ideas que venían a mi cabeza no ayudaban a mis miedos y considerar que me hubiera descubierto me aterraba sobremanera. Hasta dónde sabía, solo Cainán, el jefe del lugar, sabía mi identidad, pero sí él supo, ella también pudo haberlo hecho.

—¿Sí? —cuestioné.

Mi voz salió rasposa y sentí que los papeles bajo mis brazos se deslizaban un poco a causa de mis nervios.

—Lo que traes allí, ¿me dejarías ver esos papiros? —pidió, contario a lo que esperé.

Dejé salir todo el aire que no sabía estaba conteniendo y completé de nuevo mis pasos hasta estar frente a la carreta.

—Son solo dibujos —indiqué, tomando los dos pliegos que llevaba conmigo y abriéndolos con cuidado sobre algunas de sus artesanías.

Como esperaba, Heria no entendió mis dibujos, porque giró ambas hojas con un poco de rudeza. La mujer estaba evidentemente confundida, si esperaba entender mejor los dibujos al mirarlos en la parte de atrás. Decidí intervenir.

—No creo que pueda enten...

—Es un uróboro —murmuró emocionada, cortando mis palabras y tuve que bajar la mirada para comprender a qué se refería, pues me estaba perdiendo.

Con sus dedos y completamente inclinada sobre la carreta, la mujer señalaba el pequeño dibujo que había retratado en la esquina de uno de los papeles, luego de haber despertado de aquél sueño en que vi a mi madre feliz por haber encontrado un sello con esa imagen.

La miré con curiosidad, entendiendo poco o nada de su entusiasmo.

—¿Eres uno de ellos? ¿Eres de los marcados?

La ilusión y devoción en su mirada me sorprendió, pero más lo hizo el que relacionara aquél dibujo a los marcados que tanto repetían en ese lugar. Había una especie de religiosidad alrededor de lo que fueran ellos y empezaba a asustarme el que alguno de los transeúntes escuchara a Heria y la medicina fuera peor que la enfermedad, cuando mi falta de sinceridad sobre mi nombre me convirtiera en algo que desconocía.

—Le aseguro que no tengo idea a qué se refiere —aseguré en voz baja, tratando de llamar lo menos posible la atención, pero de reojo alcanzaba a ver como empezaba a aumentar el rumor de voces.

Quizá imaginaba cosas, pero a nuestro alrededor de verdad empezaban a ponerse las cosas extrañas. Había gente caminando apresurada y se sentía un poco de tensión en el aire. No estaba segura de que se tratara de gente escuchando las afirmaciones de la mujer frente a mí, pero supuse que si ella seguía insistiendo no sería agradable.

Tragué en seco, sabiendo que solo siendo honesta la convencería y empujé a Castiel de mi consciencia antes de revelarle lo que pasaba.

—Soy vidente, Heria —susurré, inclinándome para que nadie más que ella escuchara—. Continuamente tengo sueños confusos con cosas que no alcanzo a comprender y ese dibujo llamó tanto mi atención que quise plasmarlo, pero le juro que no sé de qué me habla.

Por un momento creí que no aceptaría mis palabras, pero entonces ella retrocedió como si lo que le comunicaba empezara a cobrar sentido en su cabeza. Y una vez más, Castiel tuvo razón.

—No eres elfo y, considerando que no has leído mi mente en todo este tiempo, no eres un hada —Comenzó, y solo tuve que darle unos segundos más para que lo comprendiera—. Eres ella...

Oh, por Lilith —juré, cubriéndome el rostro y lo siguiente que escuché fue los grititos de Heria, corriendo a un par de curiosos.

Eso no me ayudó a sentir mejor, porque bien podría, en ese instante, estar alertando a la mitad de Esselka sobre quién era y, por más que aún no tuviera quejas del lugar —que no incluyeran su escasez—, me asustaba que las reacciones de la gente no fueran las mejores. Castiel había tenido un papel excelente creándome miedo acerca de normandios queriendo matar a la princesa que los abandonó.

Oh, y los lordinos, no podemos olvidar que quizá allí había enemigos de mi causa que no dudarían en mover un dedo en mi contra.

Sentí sus pasos al acercárseme, por lo que retiré mis manos de mi cara y me alejé por mero instinto.

—Mire, señora, le juro que no causaré problemas. Tomaré mis cosas y me iré por donde vine, pero por favor no arme un escándalo.

La esquivé, tomando y doblando mis papeles. Aún tenía que ir con el herrero y por cómo iban todo ahora tendría que ser más rápida en mi tarea. Haliee y Castiel me matarían.

—¡Lennark, te encargo el lugar! —gritó la mujer, siguiendo mis pasos apresurados en medio de la plaza.

No es como que quisiera armar un espectáculo siendo seguida por una casi ancianita, pero es que era eso o permanecer en aquél sitio cuestionada hacía la saciedad. Ya una vez la curiosidad me había pasado factura en Everard, no me pasaría de nuevo. Además, hasta ese momento la mujer solo recibía mi comida y me suministraba hojas, por lo demás, había sido tan reticente con la información, que empezaba a dudar que tuviera conocimiento alguno del que necesitaba.

—No, no te vayas... Disculpa mi actitud de antes, pero créeme que ambas de las posibilidades que me planteé me sorprendieron —explicó, siguiéndome un par de pasos, pero sin tocarme para impedir que siguiera desplazándome—. ¡Por Umbrarum, detente! Ya no tengo edad para esto.

Detuve mi andar y volví con cuidado para ver que Heria se encogía jadeando, para luego sostener sus manos sobre las rodillas. Era una imagen graciosa, si teníamos en cuenta que la contextura de la mujer hacía complicado que se encogiera. Sentí algo de pena por ella y, esperando no arrepentirme, me devolví para encararla.

—Muy bien, ya sabe quién soy —acordé, estando frente a ella y solo obteniendo una imagen de su espalda y de los ensortijados cabellos cayendo hacía adelante. No era largo, pero era lo suficiente abundante para ocultar sus manos de mi vista—. Debería empezar a decirme qué es usted y por qué no está armando un escándalo sobre mí.

Con renovadas energías, la dama se acomodó, dejándome ver ahora sus grandes ojos castaños. Heria era un poco más baja que yo, quizá unos diez centímetros o menos, lo que la hacía ver adorable en medio de todo el mar de risos oscuros que adornaban su rostro y aquella piel caramelo que me habría hecho pensar que era licántropa, de no ser porque fui corregida por Haliee al explicarme que no tenía que ver con su piel y que había lugares en que los lobos eran tan blancos como la nieve.

—Soy un damnare. Nací entre ogros, pero no me siento parte de ellos, así que vine buscando suerte hace casi diez ciclos y aquí fui acogida —Eso sí que me sorprendió, sin embargo, fingí que no, esperando que terminara de explicarse—. Solo me asombró saber quién eres porque, además de los nigromantes, queda una única vidente en los hechiceros y ellos, los de las marcas, repetían tu nombre cuando hablaban sobre el fin de su causa la vez que salvaron mi vida.

»El uróboro que pintaste es su símbolo; se supone que representa eternidad y se asocia a la alquimia. También es el tiempo y la continuidad de la vida. Un ciclo vital, donde no hay frontera clara entre inicio y fin.

Tuve que repetir sus palabras en mi mente para darle sentido a lo que significaban para mí. Todo lo que Heria me decía era nuevo y, por lo que sabía, hasta ese momento nunca pensé que existiera alguna relación entre lo que eran sus marcados y yo.

—¿Por qué les dicen marcados? —pregunté por mera necesidad de confirmación, porque entonces a mí mente llegó una imagen de Kim Eu Sung en ropa interior y frente al espejo de cuerpo completo en el baño.

Mi madre tenía uno de esos símbolos en su abdomen, justo al lado de la figura de un delfín que debía ser de nacimiento y responsable de su capacidad de comunicarse con esos animales, sin embargo, la primera marca no tenía una justificación y probablemente por ello es que lo cubría con un ungüento desconocido. Uno que borró toda huella de lo que vi frente a mis propios ojos.

Recordar a mi madre, agachándose junto a una versión mía de unos cinco o seis años, pidiendo que guardara su secreto, me asustó tanto que deseé que Heria no dijera lo que esperaba.

—Porque todos llevan el uróboro que viste en tus sueños tatuado en su piel.

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