2. Capítulo 20: Una mala, dos buenas (2ª Parte)

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Luego de que lo liberara de mi abrazo, Gideon me siguió a la barraca en que estuve antes, dejando a Castiel con el control de los asombrados espectadores de nuestro exabrupto.

La reacción de los pacientes fue de estupefacción, nadie habló salvo para llamar la atención de quiénes, estando despiertos, no habían notado la nueva visita. Lo que no era sorpresa, pues entendía a la perfección el asombro de la gente; yo había sido víctima del mismo. Llevaba tantos días viendo como más y más enfermos morían a mi cuidado, que temía haber llegado demasiado tarde, aun cuando confiaba que mis métodos eran los correctos.

Saber qué fue en el tiempo correcto me hizo feliz, no estaba todo perdido.

Los rostros de quienes estaban conscientes comenzaron a cambiar. Pasaron de estar expectantes y atónitos a bajar sus rostros con vergüenza, quizá por haberse percatado de que, después de todo, yo sí sabía lo que estaba haciendo.

Pretendía romper la tensión que se instauró, pero la voz del hechicero me lo impidió.

—Habitantes de Esselka, sé que muchos de ustedes, incluyéndome, dudamos de los métodos de la princesa Ilora de Normandia, quien se hizo llamar así misma una doctora. Pero aquí, de pie frente a ustedes, habiendo sanado del cólera gracias a ella, les digo que no duden de sus capacidades. Sé que están sufriendo, y que es difícil ver como algunos de nosotros mueren inevitablemente, pero tengan fe. Esta chica lo ha intentado todo por salvarnos —dijo, indicándome—, ha usado todos los métodos a su disposición y tiene más que claro lo que está haciendo. Confíen en ella, hagan caso a sus instrucciones, y sanarán.

Cuando hubo terminado, me miró y dijo: "Gracias".

Lo que pasó después no lo hubiera podido imaginar, ni en mis mejores sueños. Uno de los enfermos que estaba más próximo a Gideon me miró fijamente a los ojos y, con lo que parecía una sonrisa, murmuró un "Gracias". El hombre joven que se encontraba en la "cama" de al lado hizo lo mismo, al igual que la siguiente chica a su derecha. Todos los pacientes continuaron y, uno a uno, me agradeció, aun cuando les pedí que dejaran de hacerlo. Algunos entre lágrimas, otros algo reticentes, pero no me importaba su actitud. Lo veía en sus ojos y, por más que algunos intentaran ocultarlo, tenían esperanza... eso era más de lo que podía pedir hacía unas horas.

Los días posteriores a ello, y con la inminente incorporación del chamán al equipo de ayuda, las cosas se me hicieron mucho más fáciles. El hombre estaba lleno de conocimiento y tenía la confianza del pueblo, así que hasta los más reticentes aceptaron con gusto las soluciones hidratantes que se les preparaba y, poco a poco, algunos más se fueron levantando.

No puedo mentir y decir que pararon los decesos, pues tres personas más le siguieron a la madre de Fressia, pero esa vez la gente no me culpó en absoluto, y se siguieron tratando sin protestar, incluso exigiendo de manera más vehemente continuar el tratamiento.

A medida que los pacientes se recuperaban, todos quienes ayudaban en la barraca se relajaron. Trabajaban más alegres y transmitían su positivismo. Empero, se necesitaron otras dos semanas para que casi la totalidad de los enfermos se recuperara y el equipo de expedición que había partido rumbo a la tribu licántropa, responsable de la contaminación de las aguas, regresara con buenas noticias.

Los lobos habían dado su palabra de mejorar las cosas y, para sorpresa de las gentes del pueblo, mandaron —en compensación por los agravios— comida y pieles para superar el duro invierno, que empezaba a llenar las plazas de enormes capas de nieve. Además de un saludo personal para mí y buenos deseos en mi viaje, de parte de Set, el jefe de la tribu. La sonrisa en el rostro de Castiel y Haliee me dijo que quedarnos había sido una buena decisión y tal parecía que la mano negra del destino empezaba a retirarse sobre las cabezas de aquél desafortunado lugar.

CDU 3 - La elección de Cassiodora [BORRADOR COMPLETO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora