2. Capítulo 18: Monstruos interiores (3ª Parte)

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—Aquí está mi parte del trato, Señora —dije y tendí el cuenco de sopa que había cargado por alrededor de diez cuadras antes de llegar a la pequeña carreta de artesanías.

El aire ya era bastante helado y la mayoría de los viandantes iban cubiertos. No podía jurar que la comida no estuviera fría, pero se me imposibilitaba hacer algo por ella, ya que mis amigos me habían pedido de manera reiterada que no mostrara ninguna de mis potencialidades en ese lugar, pues no queríamos llamar la atención. Según ellos, ser un damnare en un lugar como Esselka podría ser una bendición.

La pequeña y regordeta mujer de risos plateados, protegida por una espesa capucha violácea y bastante gastada, me sonrió y recibió lo que le daba. Todo lo que sabía de ella era que le llamaban Heria y que se valía de sus manos para crear figuras de barro que daba a buen precio. No tenía idea qué clase de criatura era ella, pero descartaba que fuera un elfo, dragón, sirena y ogro por no poseer ninguno de los evidentes rasgos de estos. Me quedaba con hechicera, licántropa y hada, por aquello de que sus alas podían permanecer ocultas. Sin embargo, todo ello seguiría siendo especulación porque no tenía intención alguna de cuestionarla. Al menos no sobre ello, y ya había obtenido una negativa cuando insistí acerca de Normandia.

—Disculpe que sea sopa otra vez, pero es que no podemos hacer mucho cuando solo uno de nosotros parte de caza y no tenemos dinero para comprar más carne —me excusé, viendo que retiraba la tela que protegía la vasija y se acercaba a olerla.

Aún me costaba digerir que me tocaba permanecer en casa, mientras el elfo y mi leona —más suya, si éramos honestos— iban al bosque. Y no es que creyera que podía hacerlo mejor, pero es que no me fiaba en que Castiel no me quisiera en la caza, pues, en sus palabras, podría hacer más ayudando a Haliee, y luego empezando el proyecto de herramientas para Umbrarum.

—De ninguna manera te disculpes, cariño. Me reconforta probar buena comida y no me quejaré porque sea una y no otra —Asentí, sabiendo que mi tiempo se agotaba y estaba dispuesta a partir de no haber sido llamada nuevamente—. Espera, muchacha...

Volví la mirada y me encontré con un rostro lleno de sorpresa en donde antes hubo uno agradecido. Tuve que apretar mis manos para mantenerme quieta y no salir huyendo. Las ideas que venían a mi cabeza no ayudaban a mis miedos y considerar que me hubiera descubierto me aterraba sobremanera. Hasta dónde sabía, solo Cainán, el jefe del lugar, sabía mi identidad, pero sí él supo, ella también pudo haberlo hecho.

—¿Sí? —cuestioné.

Mi voz salió rasposa y sentí que los papeles bajo mis brazos se deslizaban un poco a causa de mis nervios.

—Lo que traes allí, ¿me dejarías ver esos papiros? —pidió, contario a lo que esperé.

Dejé salir todo el aire que no sabía estaba conteniendo y completé de nuevo mis pasos hasta estar frente a la carreta.

—Son solo dibujos —indiqué, tomando los dos pliegos que llevaba conmigo y abriéndolos con cuidado sobre algunas de sus artesanías.

Como esperaba, Heria no entendió mis dibujos, porque giró ambas hojas con un poco de rudeza. La mujer estaba evidentemente confundida, si esperaba entender mejor los dibujos al mirarlos en la parte de atrás. Decidí intervenir.

—No creo que pueda enten...

—Es un uróboro —murmuró emocionada, cortando mis palabras y tuve que bajar la mirada para comprender a qué se refería, pues me estaba perdiendo.

Con sus dedos y completamente inclinada sobre la carreta, la mujer señalaba el pequeño dibujo que había retratado en la esquina de uno de los papeles, luego de haber despertado de aquél sueño en que vi a mi madre feliz por haber encontrado un sello con esa imagen.

CDU 3 - La elección de Cassiodora [BORRADOR COMPLETO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora