Engendrando el Amanecer I

Da emesan

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Engendrando el Amanecer es una Novela de ficción histórica ambientada en Francia, varias décadas antes de la... Altro

Prólogo
Capitulo I Destinados a encontrarnos
Capítulo II La Primera Sonrisa Que Fue Mía
Capítulo III Su Manera de Decir Adiós
Capítulo IV Siendo Recreado Por Ti
Capítulo V Inmersos en la Oscuridad
Capítulo VI Deslumbrado por su Fulgor
Capítulo VII Un Idilio Sin Florecer
Capitulo VIII Forjando Lazos
Capitulo IX En El Nido De Las Serpientes
Capítulo X El Veneno de Sophie
Capítulo XI El Palacio de las Ninfas -Parte I-
Capítulo XI El Palacio de las Ninfas - II Parte
Capitulo XII El Fin de la Ceguera -Parte I-
Capítulo XII El Fin de la Ceguera -Parte II-
Capitulo XIII Amar es una Agonía Parte I
Capítulo XIII Amar es una Agonía Parte II
Capítulo XIII Amar es una Agonía Parte III
Capítulo XIV Desplegando las Alas Parte I
Capítulo XIV Desplegando las Alas Parte II
Capítulo XV El Cielo de un País Lejano parte I
Capítulo XV El Cielo de un País Lejano Parte II
Capítulo XV El Cielo de un País Lejano Parte III
Capítulo XVI Destruir Lo Que Se Ama - Parte I
Capítulo XVI Destruir Lo Que Se Ama. Parte II
Capítulo XVI Destruir Lo Que Se Ama - Parte III
Capítulo XVII Equivocándome con Alevosía Parte I
Capítulo XVII Equivocándome con Alevosía Parte II
Capítulo XVII Equivocándome con Alevosía Parte III
Capítulo XVIII Las Huellas De La Crueldad Parte I
Capítulo XVIII Las Huellas de la Crueldad. Parte II
Capítulo XVIII Las huellas de la crueldad. Parte III
Capítulo XIX Sobrepasando los Límites Parte I
Capítulo XIX Sobrepasando los Límites Parte II
Capítulo XIX Sobrepasando los Límites Parte III
Capítulo XX La Calle San Gabriel. Parte I
Capítulo XX La Calle San Gabriel. Parte II
Capítulo XX La Calle San Gabriel. Parte III
Capítulo XX La Calle San Gabriel. Parte IV
Capítulo XXI Madres Sin Entrañas. Parte I
Capítulo XXI Madres Sin Entrañas. Parte 2
Capítulo XXI Madres Sin Entrañas Parte III
Capítulo XXII Vientos de Cambio Parte I
Capítulo XXII Vientos de Cambio Parte II
Capítulo XXII Vientos de Cambio. Parte III
Capítulo XXIII El Duque de Alençon. Parte I
Capítulo XXIII El Duque de Alençon Parte II
Capítulo XXIII El Duque de Alençon. Parte III
Capítulo XXIV El Corazón Agitado. Parte I
Capítulo XXIV El Corazón Agitado. Parte II
Capítulo XXIV El Corazón Agitado Parte III
Capítulo XXV Pecado. Parte I
Capítulo XXV Pecado. Parte II
Capítulo XXV Pecado. Parte III
Fanart
Capítulo XXVI Elegir es Renunciar. Parte I
Capítulo XXVI Elegir es Renunciar. Parte II
Capítulo XXVI Elegir es Renunciar. Parte III
Final
Epílogo
Gracias
Historias Extra
Antes del Infierno Parte I
Antes del infierno Parte II
Antes del Infierno Parte III
Antes del Infierno V
Antes del Infierno VI
Aviso Importante

Antes del Infierno IV

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Da emesan

Miguel quiso hablar con Raffaele, pero este se escabulló. También lo evadió durante el baile. Lo siguió con la mirada mientras recorría majestuoso el salón, como si aquella fiesta fuera en su honor. Al verlo bailar con la más hermosa de las damas allí reunidas, sintió deseos de golpearlo, pero se contuvo y decidió disfrutar de la velada.

No pudo hacer mucho. Mientras bailaba con algunas de aquellas nobles y exquisitas mujeres, se sintió frustrado y en cuanto tuvo oportunidad, escapó del salón y buscó refugio en otra estancia que encontró vacía. Mirando las estrellas por la ventana, se imaginó vestido como una de aquellas damas y siendo cortejado por apuestos caballeros, entre los que Raffaele destacaba por encima de todos.

—Soy patético —murmuró.

¿Cuántas veces había preguntado al cielo por qué se sentía así y no había obtenido respuesta? Aquella noche no tenía fuerzas para pensar en su situación. Las ganas de llorar lo asaltaron, pero ni siquiera era libre de expresar su dolor. Tenía que volver con los demás antes de que su padre lo echara de menos.

Al salir al corredor, encontró a Raffaele, parecía estar buscando algo. El corazón le dio un vuelco y no supo qué hacer, retrocedió y se encerró para evitar que lo viera. No pasó un minuto cuando oyó que tocaban a la puerta, su primo lo había descubierto.

—¿Qué haces aquí? Te estaba buscando.

—Salí a tomar aire. ¿Mi padre te envió?

—No. Me preocupé cuando no te vi en el baile. ¿Te sientes bien?

Le tocó la frente para comprobar que no estuviera enfermo, fue un ademán instintivo. Miguel se estremeció por aquel contacto, ¿Qué le estaba pasando?

—Estoy bien —respondió—. Es que los bailes me aburren.

—Antes te gustaba bailar.

—Eso fue hace mucho, cuando éramos niños y todo parecía sencillo.

—Volvamos a esa época entonces.

Raffaele abrió la ventana y el sonido de la música se acrecentó. Luego hizo una reverencia ante Miguel invitándolo a bailar. El joven español titubeó un instante y extendió su mano lentamente; sintió cómo su primo lo sujetaba con fuerza y lo atraía hacia él.

Lo que siguió, fue un sueño. Por unos minutos, se convirtió en lo que siempre quiso ser. La sonrisa renació en sus labios al sentirse cobijado por los fuertes brazos y la mirada llena de cariño de su primo. Deseó que el tiempo se detuviera para siempre.

Estuvieron bailando una pieza tras otra, hasta que la música se extinguió y escucharon a los demás nobles retirarse a sus habitaciones. Raffaele besó agradecido la mano de Miguel para despedirse, este esperó que se incorporara, se puso de puntillas y depositó en sus labios un rápido beso. Después sonrió como un niño travieso y se marchó corriendo.

El mundo giró sin parar para Raffaele. Se dio cuenta de que por más que lo intentara, la relación con su primo iba a cambiar. Se había arrepentido de su comportamiento de esa tarde, no quería arruinar su amistad, recordaba las advertencias del padre Petisco sobre reprimir sus deseos oscuros y no volver a tocar a sus primos. Aquellos juegos que Maurice quería olvidar y que Miguel nunca mencionaba, eran un pecado que no debía volver a cometer.

Pero no pudo resistirse a buscarlo durante el baile y al adivinar lo que sufría, quiso animarlo. Ahora su primo echaba por tierra sus buenos propósitos, con un beso, ¿Qué hacer? Una amplia sonrisa apareció en su rostro, ¿desde cuándo se pensaba tanto las cosas? Miguel lo estaba esperando en su habitación, de eso no tenía duda.

Efectivamente, así era. Miguel lo esperaba sin querer hacerlo, convencido de que estaba mal esperarlo, que era mejor si no llegaba y a la vez, que moriría si no lo veía entrar. Caminó de un lado a otro, luego colocó una silla frente a la puerta y se acurrucó en ella abrazando sus rodillas. Al verlo aparecer, unos minutos después, se puso de pie y ya no pudo moverse.

Raffaele cerró con llave, supuso que los sirvientes entenderían la indirecta y caminó hasta quedar a unos centímetros de su primo. La mirada encendida que los dos se dedicaron, la respiración cargada de fuego y la piel, que casi parecía gritar suplicando el anhelado contacto... No hacía falta decir una palabra, los dos sabían que querían lo mismo.

—Son juegos prohibidos, Miguel —señaló Raffaele evocando viejos recuerdos.

—No me importa.

—No empieces a llorar porque te vas a ir al infierno como antes.

—Era un niño tonto en ese tiempo.

—Si tu padre se entera...

—Raffaele, tienes que aprender cuando debes quedarte callado.

Miguel sujetó a su primo por la nuca y lo atrajo para besarlo. Fue un besó torpe pero tan demandante que Raffaele se regocijó. Lo abrazó y correspondió con la misma intensidad hasta dejarlo sin aliento.

—¡Oh, Raffaele, esto es lo que he deseado tanto!

—No, querido mío, lo que deseas es más que un beso. Vamos a la cama.

Volvieron a besarse mientras caminaban, Raffaele le quitó la casaca y la chupa. Miguel se apresuró a liberarse de la corbata y la camisa. Cuando sintió las manos de su primo recorriendo su pecho desnudo, se estremeció y su entrepierna se tensó hasta casi doler.

—Acuéstate —le pidió Raffaele—. Voy a hacerte sentir bien.

—Antes quiero verte desnudo —exigió hambriento sentándose en la cama.

Raffaele sonrió con malicia, el dulce Miguel tenía poco de recatado. Decidió darle lo que quería, se despojó de su ropa y se paró con los brazos abiertos ante él. Se dio una vuelta para que lo contemplara por completo.

— ¿Satisfecho?

—Has crecido mucho —celebró Miguel ante la vista del cuerpo lleno de vigor y fuerza de su primo.

—Déjame ver cuánto has crecido tú.

Raffaele llevó sus manos a los calzones de su primo y los desabrochó. Éste se puso de pie para quitarse toda la ropa. Se miraron el uno al otro, conteniéndose, saboreando con anticipación lo que esperaban devorar.

Miguel volvió a besarlo y los dos se dejaron llevar por un violento e irrefrenable deseo. Se echaron en la cama, no sabían cómo tocarse o qué hacer. Por más experimentado que aparentaba ser Raffaele, la verdad era que no tenía mucha práctica. Sus flirteos hasta ese día nunca habían pasado de besos y caricias, tendrían que aprender sobre la marcha.

Raffaele se recostó junto a su primo y empezó a masajearle el miembro mientras seguía besándolo. Miguel sintió que su cuerpo se transformaba, que se convertía en llamas y quemaba las cuerdas que lo habían aprisionado toda su vida, al fin estaba siendo liberado.

De repente, Raffaele se detuvo y quiso cambiar de posición.

— Por favor, sigue — suplicó el español.

—Es que necesito tu ayuda...

Entendida su petición, sujetó el miembro de Raffaele. Los dos se excitaron el uno al otro mientras se miraban a los ojos, sin pestañear, jadeando sus nombres cada vez con mayor intensidad.

Cuando un latigazo de placer azotó a Miguel, su primo lo besó para que no gritara y suplicó que no se detuviera, el joven español esperó a recuperar el aliento y siguió moviendo su mano hasta que consiguió que Raffaele experimentara también el orgasmo. Lo vio al fin estremecerse y esconder el rostro en su hombro, donde se quedó respirando con dificultad por unos segundos.

—Raffaele —lo llamó. Cuando este se incorporó para verle a la cara, sonrió—. ¡Gracias!

—No tienes nada que agradecer. Lo he disfrutado tanto como tú.

Raffaele cubrió sus cuerpos con una manta y pronto se rindió al sueño. Miguel no pudo dormir, su corazón no quería detener el violento palpitar que lo poseyó desde el primer beso. Estaba feliz por lo que habían experimentado. Besó en el hombro a su primo y se acercó más a él, le resultaba imposible sentirse culpable, era un ave que al fin podía abrir sus alas.

Controlar el impetuoso carácter de su primo no fue tarea fácil para Raffaele; viajando de ciudad en ciudad, rodeados de nobles y sirvientes, vigilados de cerca por un resentido Giuseppe, debían ser muy cautelosos de día y de noche. Tuvieron pocas ocasiones para repetir sus juegos.

—Se supone que debo evitar que te metas en problemas —se quejó uno de esos días, después que Miguel le pidió que se alejaran de la comitiva mientras cabalgaban.

—Pero...

—Escucha, ya tendremos tiempo en Madrid para hacer lo que queramos. Tienes que ser prudente. No duraras dos días si no sabes cuidarte, recuerda lo que te he dicho, todas estas personas que sonríen ante ti, pueden estar intrigando en tu contra en cuanto les des la espalda.

—No sé porqué mi madre anhela tanto volver a la Corte —se lamentó consternado—, es un nido de serpientes.

—Tía Pauline debe sentirse muy cómoda entre serpientes. Perdona que lo diga, pero ella me da más miedo que Isabel de Farnesio.

—Mi madre tiene sus cualidades y defectos. Es una pena que tú no le agrades. Ella es muy cariñosa conmigo y con Sophie.

—Porque siempre le hacen caso en todo.

—¿Acaso tú no eres igual con tío Philippe?

Raffaele tuvo que reconocer que durante toda su vida lo único que había deseado era ayudar a su padre. Quería borrar la tristeza que reinaba en sus ojos desde la muerte de su madre y verle al fin sonreír con sinceridad. Lanzó un suspiró pesaroso, lo extrañaba y quería regresar a su lado cuanto antes, pero al mismo tiempo no quería separarse de Miguel.

Carlos III llegó a Madrid unas semanas después, en diciembre de 1759, pero la ceremonia de bienvenida oficial se celebró en julio de 1760. Durante ese tiempo, los dos primos se entretuvieron explorando los alrededores de la ciudad.

Se corrió entonces el rumor de que cortejaban a cierta condesa poco recatada y con un marido descuidado. Don Miguel agradeció que su hijo estuviera de boca en boca por mujeriego y no por otra cosa. Estaba seguro de que Raffaele era una buena influencia para él, lo menos que imaginaba, era que usaban a la mujer como una tapadera para sus juegos prohibidos.

Aquellos meses en Madrid ampliaron aún más el horizonte de Miguel. Pudo ser testigo de cómo se manejaba la política en uno de los reinos más extensos y poderosos del mundo; al principio no prestó mucha atención, pero como su padre y Raffaele se mantenían muy pendientes de todo, él no tenía más remedio que escuchar sus cuchicheos con otros nobles. Una simple conversación hizo que cambiara por completo de actitud.

—En Versalles ya se habla de otro pacto de familia —dijo Raffaele por lo bajo.

—Eso es de esperarse —afirmó Don Miguel—. Se podría decir que Francia está luchando dos guerras a la vez, necesita apoyo para no terminar arruinada.

—Mi padre quiere que se envíen más tropas para asegurar Pondichéry. Incluso se ha ofrecido para comandarlas, pero Choiseul no lo ve necesario. De seguir así, vamos a perder todas nuestras posiciones en la India.

—Si Philippe consigue que lo envíen, ¿qué harás?

—Le acompañaré.

El Duque de Meriño no estuvo de acuerdo. En su opinión, Raffaele debía evitar exponerse para no dejar a los Alençon sin cabeza, pero su sobrino no tenía intención de quedarse en un lugar seguro cuando su padre podía perder la vida.

Miguel no escuchó más, sus oídos empezaron a zumbar y los ojos se le llenaron de lágrimas; en otro tiempo, la idea de que su primo terminara envuelto en otra batalla le habría parecido una aventura envidiable, ahora, la sola posibilidad de que Raffaele muriera, era como una garra que le estrujaba el corazón sin piedad. Se excusó y fue a refugiarse en su habitación. Ahí dio rienda suelta a las lágrimas.

Raffaele se presentó poco después.

—¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras?

—¡No vayas! —le gritó—. ¡No vayas a la guerra nunca más!

—¿Qué dices? Ni siquiera sabemos si su majestad va a aceptar la propuesta de mi padre. No llores como un tonto.

—¡El tonto eres tú, que estás dispuesto ir a donde sea para que te maten!

—Ya te lo dije, así es como servimos a nuestros reyes. Además, no podemos perder más territorios y los ingleses se harán muy poderosos si no los detenemos ahora.

—¿No le tienes miedo a morir?

—Miguel, la muerte puede atraparte en cualquier lugar, incluso en una cómoda y segura habitación, en un lujoso palacio.

Miguel se estremeció. Entendió a qué se refería y sintió que lo golpeaba una terrible ola. Era la tristeza que sabía que Raffaele cargaba desde la horrenda noche en que presenció el suicidio de su madre. Lo abrazó queriendo protegerlo.

—¡Odio el mundo en el que nacimos! Es frío y oscuro... No debería ser así... ¡No quiero verte sufrir! —volvió a llorar.

—No digas tonterías, estoy bien. No tienes que preocuparte de esa forma, verás que...

—¡Raffaele puedo sentir tu dolor!, ¡Prefieres sonreír y conformarte con que las cosas sean como son, pero yo no puedo! ¡Quisiera que fueras libre y feliz de verdad!

—¡Mi dulce y hermoso Miguel, gracias a Dios sigues siendo el mismo! —exclamó sincero estrechándolo con más fuerza. Sintió que las amables lágrimas de su primo sanaban sus heridas y aliviaban la enorme carga que soportaba.

Por un buen rato, lo único que se escuchó fue el llanto de ambos jóvenes, los rayos del sol que entraban por las ventanas les parecieron un espejismo. Sentían que estaban rodeados de sombras y que la única luz, provenía de la persona que les sostenía en sus brazos.

Aquel día se salvaron el uno al otro. Al mismo tiempo, se condenaron sin saberlo. En adelante, la única manera de escapar de las tinieblas era permanecer juntos. Algo imposible. El final de los homenajes que la ciudad de Madrid le propició al Rey, marcó también el momento de la despedida.

—Te voy a extrañar —reconoció Miguel en la habitación de su primo, después de verlo dar instrucciones a los sirvientes para que sacaran su equipaje.

—Yo también.

—Seguramente me olvidarás en cuanto llegues a Versalles y te encuentras rodeado de bellas damas.

—Y atractivos caballeros. No lo olvides, yo no discrimino.

Miguel rió. Raffaele dejó su actitud guasona y mostró una expresión seria.

—Ten cuidado, no te fíes de nadie. No entregues tu corazón a quien no te pruebe que lo merece. O mejor aún, no te enamores. Sé que es duro, pero debes cuidarte. Eres una oveja en medio de lobos.

—Entonces quédate —dijo Miguel sin pensar.

—No puedo y lo sabes. Esta despedida será por un largo tiempo.

—Es muy amargo—susurró esforzándose por no llorar.

—No dejes que tu rostro triste sea el último recuerdo que me llevé de ti.

—Entonces bésame y que el sabor de mis labios se convierta en una cadena que te obligue a volver a mí.

—¡Oh, mi dulce y hermoso Miguel, no sé qué voy a hacer sin ti!

Lo besó. Fue un beso tímido al principio y después lleno de pasión. Cuando un sirviente tras la puerta anunció que era hora de partir, se separaron. Prefirieron guardar silencio, no sabían qué decir.

Una vez que Miguel se quedó solo, la voz de Raffaele siguió retumbando en sus oídos: "Mi dulce y hermoso Miguel..." Esa simple frase se convirtió en un arpón que lo atravesó y cambió por completo; entendió que ya no era la misma persona, que ahora carecía de corazón porque Raffaele acababa de robárselo.

Lo que habían considerado un juego, terminó convirtiéndose en algo más absoluto y terrible que no pudo definir

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