A través del Cristal

By MarianaAnderson

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¿Alguna vez te preguntaste, como seria vivir dentro de una pecera, una jaula, o incluso dentro de una caja? Y... More

0. Claustrofobia.
1 - Un día no tan común.
2. Una Tarde Caótica
3. Del otro lado
4. El niño a través del cristal.
5. Restos de un pasado lejano
6. Exaltado.
7. Tempestad Existencial.
8. Despertar.
9. Al igual que tu.
10. Susurro.
11. Consejo.
12. Si tenemos suerte.
13. Un Incentivo.
14. Juegos del Pasado.
15. Entre espasmos y lágrimas.
16. Sin piedad.
17. El tercer motivo.
18. Número de Ciudadano.
19. La vie en Rose
20. Claro de Luna Artificial.
21. En la mira.
22. Descontrol.
23. Encerrado.
24. Tu idea de Misericordia.
25. Quiebre Suicida.
26. Lo primero y lo último.
27. Miriam.
28. Y ¿Quién es...?
29. El llanto del Caos.
30. Salida de Emergencia.
31. El Consuelo de la Luz Roja.
33. Realidad o Sueño. (1/2)
34. Realidad o Sueño (2/2)
35. Expediente.
36. Roto

32. El Escape.

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By MarianaAnderson


Los pasos de Vicente eran rápidos y contundentes. Sus órdenes fuertes y claras. Su mirada penetrante. Era como si cualquier resto de temor e impotencia en él, hubiera quedado enterrado entre los escombros del edificio. Caminando frente al grupo de hombres que liberó, iluminaba los angostos pasillos de las celdas subterráneas donde todos los reos eran, hasta hace minutos, custodiados con recelo. Pero, curiosamente, las habitaciones que debieron ocupar sus compañeros de encierro se encontraban vacías. Ni una mirada de desasosiego, recelo, o suplica. Ni una mancha de sangre. Ni un último aliento surcando los aires enterregados y caóticos. Sus pasos apresurados junto al palpitar de sus corazones era todo lo que podía percibirse en ese sitio.

Pasaron por cuatro secciones diferentes, donde los presos que les antecedían solían habitar allí, ya que eran de un carácter regular y más manejable que el de su sección, donde los argüenderos, gritones y – aunque no violentos- agitadores eran llevados. Sin embargo, todas las habitaciones estaban completamente vacías.

Dos puertas reforzadas daban a la quinta sección, en la cual, para llegar a ellas, tuvieron que virar hacia la izquierda, donde el acceso los miraban sospechosamente, mientras Vicente, revolvía el manojo de llaves que estaba entre sus manos para dar con la llave correcta. La segunda puerta – la cual daba a la quinta sección- a diferencia de las otras que fueron abiertas con gran facilidad, estaba trabada. La ventanilla en la parte superior rota, y una abolladura sobre está relataba el inicio de un suceso que no esperaban encontrar al otro lado. Con ayuda de otro hombre, Vicente empujó con su hombro aquella barrera que les impedía continuar, abriendo al inicio, una pequeña brecha que con empujones y patadas, cedió por fin.

El joven cruzó el umbral sin pensárselo dos veces a paso rápido y con la lámpara de neón que mantenía sobre su cabeza, con su mano extendida, e iluminó un sendero de caminos destruidos y cadáveres cruelmente mutilados, ocultos bajo enormes escombros. La sangre que emanaba de sus cuerpos y manchaba los suelos, brillaba con una tonalidad especial gracias a la tenue luz roja, mientras la piel se les erizaba a los sobrevivientes que intentaron reprimir el reflejo del vómito, saltando los cadáveres de sus compañeros de encierro. Uno de ellos, el más anciano, se santiguo y levantó la mirada hacia la espalda del joven oficial que, sin embargo, permanecía ajeno a la tumba que acababan de profanar con ansias de vida y esperanza. Más de uno miró al compañero de al lado y celosamente observaban a su guía y salvador, envolviéndose en dudas y temores de origen desconocido. Otros, sin embargo, estaban tan asustados, que no les dio tiempo de procesar la información ni mucho menos, de suscitar dudas y recelos.

Lo aterrador ahí era, que no todos habían muerto víctimas de la explosión. Con una bala incrustada en sus cráneos, quizás habían muerto antes de que la segunda explosión cercana a ellos comenzara. Las celdas se habían aplastado un poco en la parte superior, al igual que sucedió con la puerta que tuvieron que forzar, y una cantidad razonable de escombro había caído sobre esas cabezas, aplastándolas al instante. Sin embargo, por el simple hecho de que su techo aun permanecía en pie, era claro que solo unos pocos habían muerto por un mal golpe en la cabeza.

—Estamos cerca. Debe ser por aquí. — anunció Vicente sin detener su paso, ignorando las miradas que se encajaban en su nuca.

A la mitad del pasillo, justo donde una encrucijada se encontraba, el muchacho giró hacia la derecha, y como si leyera los pensamientos de aquellas pobres almas, respondió a sus preguntas mientras se adentraba en el menudo cuarto de limpieza:

—Quiero que me escuchen atentamente— ordenó Vicente con fuerte tono de voz, sacando trapeadores, cubetas, baldes y demás del pequeño cuarto a toda prisa —Ustedes no lo saben pero, al entrar a la zona subterránea, esta comienza a deslizarse hacia los lados; propagándose así en tamaño y permitiendo al edificio albergar más inquilinos, ocultar y resguardar los laboratorios y lo que sea que quieran tener en este sitio. Gracias a esta egoísta construcción y a esos cuantos metros de distancia que los separaron del destino que a ellos les tocó, es que ustedes siguen respirando. Hubiese sido más inteligente dejarlos donde estaban, ya que estaban bajo más de setecientos metros de las calles de esta bella zona y el derrumbe no llegaría a afectarles de momento. Pero como sabrán, estar bajo tierra, sin la administración de oxigeno que recibían día con día por parte de las instalaciones que acaban de explotar, es algo agobiante y hubiesen muerto ahogados aquí abajo antes de que los refuerzos llegasen; Y si les soy sincero, creo fielmente que esa, es una muerte peor que ser aplastado y morir al instante. En fin, en estos momentos, solo parte del piso superior – ya que ahora estamos bajo lo poco que queda en pie del edificio,- nos resguarda; eso sin contar que los cimientos naturales que nunca fueron removidos nos mantienen un poco más a salvo que a ellos. — señaló con la cabeza a la fila de cuerpos que se extendía en ese pasillo. — pero esto, mis estimados, no durara mucho, ya que en cuestión de minutos todo el patrimonio de esta zona se vendrá abajo por completo.

Y con esas palabras, se puso en cuclillas y comenzó a dar leves golpecitos al suelo que había despejado durante su explicación—Debo decir que nos dejaron lo más deficiente en el menú, pero...es mejor que nada. — Vicente sonrió con gran alegría cuando escuchó el eco esperado en el suelo. Del bolsillo de su pantalón sacó una navaja y la clavó con fuerza en el suelo, traspasándolo inesperadamente. —Tengo excelente puntería, ¿verdad? Al igual que los desgraciados que asesinaron nuestro material— escupió con desprecio hacia un rincón del pequeño cuarto y con ayuda de la misma navaja, escarbó un poco en las profundidades del suelo hasta que por fin, logró su cometido; levantar la tapa oculta y abrir pasó a la libertad.

Un camino de escaleras de mano incrustadas a la pared fue iluminado por el joven que sin deshacerse de su gesto divertido, se adentró gritando: — ¡Síganme si no quieren morir! ¡No se queden atrás!

Con un sinfín de preguntas en mente, los hombres no tuvieron más opción que seguirlo y buscar sobrevivir un día más. Ya habría tiempo para las preguntas y las respuestas. El más anciano, fue el siguiente en bajar.

—Muchacho— lo llamó Tulio. — pronto bajaremos por unas escaleras. Te diré dónde están e iras primero. Me esperas una vez llegues y toques el suelo... Asiente si me escuchaste. — a sus espaldas, aferrado a la camiseta del uniforme de Tulio, el chico asintió. — Muy bien. Solo no tardes demasiado.

Acostumbrados a realizar múltiples tareas donde la rapidez y eficacia debían ser casi perfectas, los reos se dispusieron a bajar en orden. Sin perder tiempo ni enredarse. Abajo, Vicente los esperaba impaciente, mirando el reloj de su celular. —Falta poco. — susurró con una calma inquietante.

— ¿Lo sientes, muchacho?, está aquí. — Tulio tomó la mano del joven y la guió hacia la abertura. Palpando la zona, pronto dio con el tubo de la escalera, asintió con la cabeza, se acomodó y cuando estuvo seguro, comenzó a bajar, con las piernas temblando y las manos bien aseguradas a los tubos. —Apúrate muchacho, vamos. — lo alentó uno de los hombres de mediana edad, que acarreaba a los compañeros y les recordaba que estaban a contrarreloj. Cuando el chico estuvo a su alcance, lo sujetó de las axilas y lo bajó al suelo. Era tan delgado y ligero, que el movimiento fue inmediato. Tulio pronto llegó a su encuentro y nuevamente se dispuso a guiarlo.

Vicente, quien ya iba un poco adelantado, gritaba a lo lejos indicando el camino que tomaría. Era una sección de túneles naturales que subían poco a poco hacia el exterior, pero al no ser creación del hombre, sus caminos se volvían confusos y serpenteantes si te equivocabas y tomabas el incorrecto. Terriblemente seco, ese túnel carente de toda instalación humana, parecía cobrar vida propia con cada paso que daban en sus profundidades. Temerosos de perdedor de vista al joven Vicente, los reos los alcanzaron al instante, justo después de que este, había girado a la derecha y seguido de frente.

Tenían cinco minutos solamente. Los pasos que daban se convirtieron en zancadas mientras el túnel parecía aún más ascender con cada paso, haciendo más difícil la trayectoria. El aire les faltaba y el sudor les perlaba la frente. Las órdenes de Vicente se hacían cada vez más reacias y demandantes. Sus gritos les crispaban los pelos y el miedo en su voz, finalmente, fue el detonante de un pánico indescriptible para ellos. Encerrados en un túnel natural que parecía hacerse cada vez más estrecho, patalear y gritar, estirar sus brazos y deshacerse de esa terrible sensación era entonces, su único deseo. ¿Explotar? ¿Arder en llamas? ¿Morir asfixiado? En ese momento, esas opciones eran un deleite para ellos. La claustrofobia que los carcomía les cosquilleaba terriblemente en las extremidades. Cuando Vicente hecho un último vistazo a su celular, sus pies se volvieron tan inesperadamente ligeros que en un pestañear, su silueta comenzaba a correr con gran desapego:

— ¡Corran!— gritó entonces. Y en ese simple grito de guerra que giró en su última curva, la más empinada de todas, un torrente de electricidad rodeó los cuerpos de los reos que no dudaron y corrieron a su señal. «Nos abandona» «Se aleja» « ¡Las paredes se cierran!» esos pensamientos, de haber tenido voz, se habrían apoderado de los oídos de esos pobres hombres, ensordeciendo y entorpeciéndolos mucho más.

Fue entonces que, al girar, una luz blanca y enceguecedora iluminó sus aterrados rostros. Su techo tembló e hilos de tierra comenzaron a caer sobre sus cabezas, volviéndose en cuestión de nada cascadas de granos marrones. La tierra rugió y la vista saltaba de lado en lado. Era el suelo removiéndose bajo ellos. Aceleraron desesperadamente la carrera, chocando unos con otros e intentando saltar, tumbar y pisotear a cualquiera que les impidiera el paso. — ¡Muchacho!— gritó Tulio por encima de los clamores de desesperación. — ¡Salta!

Confundido y aterrado, acató la orden cuando se la repitió el gran hombre que lo guiaba. Su delgado cuerpo fue rápidamente atraído hacia el gran lomo de Tulio, al que se aferró con fuerza. Lo entendía, en esa condición, era totalmente inútil y no podía hacer más que aceptar la ayuda que le era ofrecida. Los pequeños fragmentos de roca chocaban contra su máscara, recreando un leve rumor por parte del metal. Sintió las prendas de los demás rozar contra sus piernas mientras el cuerpo de Tulio zigzagueaba entre los cuerpos que faltaban por salir. Las enormes manos de Tulio sostenían sus piernas y de no haber tenido la máscara, estaba seguro, habría sentido el aire de la libertad acariciando su rostro. Ese aire celestial, que iba de la mano con una bella luz que él jamás podría apreciar en su total y cegador esplendor.

— ¡Vamos! ¡Vamos!— escuchó a alguien gritar desde fuera. Pero ese alguien no era Vicente.

El leve ronroneo de una camioneta sobresalió, entonces, ligeramente entre el sonido del derrumbe que sucumbía a sus espaldas y comenzaba a agravarse con cada segundo que pasaba. La puerta trasera de la camioneta se abrieron entonces invitándolos a abordar y donde, encimados, podían caber perfectamente diez de ellos. Todos subieron sin siquiera preguntarse qué ocurría allí, aturdidos por el clamor de la tierra, el cemento, los ladrillos y las vigas que comenzaban a caer por completo desde lo alto de su reinado. Tulio, quien aventajó a un gran número de presos, siendo así uno de los primeros en salir, aventó instintivamente el cuerpo del joven a la camioneta que comenzaba a arrancar y de un salto, segundos antes de que diera marcha, este arribó entre jadeos.

— ¡Ya estoy viejo para esto!— exclamó como gritó de victoria entre suspiros de alivio.

Pronto, vio como otra camioneta de aspecto no muy similar a la que ellos abordaron, acogía a los pocos hombres que quedaban y arrancaba tras ellos. — ¿No habías dicho que te largarías si no llegaba a tiempo? — preguntó Vicente desde atrás, abriéndose paso entre los hombres que respiraban con dificultad y con sonrisas en sus rostros.

—No te emociones. Que solo fue un contratiempo con el motor de esta porquería. — dijo Gary esbozando una sonrisa, mientras pisaba el acelerador con fuerza y se alejaba lo más posible del derrumbe, que pronto los envolvería en humo y tierra.


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