32. El Escape.

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Los pasos de Vicente eran rápidos y contundentes. Sus órdenes fuertes y claras. Su mirada penetrante. Era como si cualquier resto de temor e impotencia en él, hubiera quedado enterrado entre los escombros del edificio. Caminando frente al grupo de hombres que liberó, iluminaba los angostos pasillos de las celdas subterráneas donde todos los reos eran, hasta hace minutos, custodiados con recelo. Pero, curiosamente, las habitaciones que debieron ocupar sus compañeros de encierro se encontraban vacías. Ni una mirada de desasosiego, recelo, o suplica. Ni una mancha de sangre. Ni un último aliento surcando los aires enterregados y caóticos. Sus pasos apresurados junto al palpitar de sus corazones era todo lo que podía percibirse en ese sitio.

Pasaron por cuatro secciones diferentes, donde los presos que les antecedían solían habitar allí, ya que eran de un carácter regular y más manejable que el de su sección, donde los argüenderos, gritones y – aunque no violentos- agitadores eran llevados. Sin embargo, todas las habitaciones estaban completamente vacías.

Dos puertas reforzadas daban a la quinta sección, en la cual, para llegar a ellas, tuvieron que virar hacia la izquierda, donde el acceso los miraban sospechosamente, mientras Vicente, revolvía el manojo de llaves que estaba entre sus manos para dar con la llave correcta. La segunda puerta – la cual daba a la quinta sección- a diferencia de las otras que fueron abiertas con gran facilidad, estaba trabada. La ventanilla en la parte superior rota, y una abolladura sobre está relataba el inicio de un suceso que no esperaban encontrar al otro lado. Con ayuda de otro hombre, Vicente empujó con su hombro aquella barrera que les impedía continuar, abriendo al inicio, una pequeña brecha que con empujones y patadas, cedió por fin.

El joven cruzó el umbral sin pensárselo dos veces a paso rápido y con la lámpara de neón que mantenía sobre su cabeza, con su mano extendida, e iluminó un sendero de caminos destruidos y cadáveres cruelmente mutilados, ocultos bajo enormes escombros. La sangre que emanaba de sus cuerpos y manchaba los suelos, brillaba con una tonalidad especial gracias a la tenue luz roja, mientras la piel se les erizaba a los sobrevivientes que intentaron reprimir el reflejo del vómito, saltando los cadáveres de sus compañeros de encierro. Uno de ellos, el más anciano, se santiguo y levantó la mirada hacia la espalda del joven oficial que, sin embargo, permanecía ajeno a la tumba que acababan de profanar con ansias de vida y esperanza. Más de uno miró al compañero de al lado y celosamente observaban a su guía y salvador, envolviéndose en dudas y temores de origen desconocido. Otros, sin embargo, estaban tan asustados, que no les dio tiempo de procesar la información ni mucho menos, de suscitar dudas y recelos.

Lo aterrador ahí era, que no todos habían muerto víctimas de la explosión. Con una bala incrustada en sus cráneos, quizás habían muerto antes de que la segunda explosión cercana a ellos comenzara. Las celdas se habían aplastado un poco en la parte superior, al igual que sucedió con la puerta que tuvieron que forzar, y una cantidad razonable de escombro había caído sobre esas cabezas, aplastándolas al instante. Sin embargo, por el simple hecho de que su techo aun permanecía en pie, era claro que solo unos pocos habían muerto por un mal golpe en la cabeza.

—Estamos cerca. Debe ser por aquí. — anunció Vicente sin detener su paso, ignorando las miradas que se encajaban en su nuca.

A la mitad del pasillo, justo donde una encrucijada se encontraba, el muchacho giró hacia la derecha, y como si leyera los pensamientos de aquellas pobres almas, respondió a sus preguntas mientras se adentraba en el menudo cuarto de limpieza:

—Quiero que me escuchen atentamente— ordenó Vicente con fuerte tono de voz, sacando trapeadores, cubetas, baldes y demás del pequeño cuarto a toda prisa —Ustedes no lo saben pero, al entrar a la zona subterránea, esta comienza a deslizarse hacia los lados; propagándose así en tamaño y permitiendo al edificio albergar más inquilinos, ocultar y resguardar los laboratorios y lo que sea que quieran tener en este sitio. Gracias a esta egoísta construcción y a esos cuantos metros de distancia que los separaron del destino que a ellos les tocó, es que ustedes siguen respirando. Hubiese sido más inteligente dejarlos donde estaban, ya que estaban bajo más de setecientos metros de las calles de esta bella zona y el derrumbe no llegaría a afectarles de momento. Pero como sabrán, estar bajo tierra, sin la administración de oxigeno que recibían día con día por parte de las instalaciones que acaban de explotar, es algo agobiante y hubiesen muerto ahogados aquí abajo antes de que los refuerzos llegasen; Y si les soy sincero, creo fielmente que esa, es una muerte peor que ser aplastado y morir al instante. En fin, en estos momentos, solo parte del piso superior – ya que ahora estamos bajo lo poco que queda en pie del edificio,- nos resguarda; eso sin contar que los cimientos naturales que nunca fueron removidos nos mantienen un poco más a salvo que a ellos. — señaló con la cabeza a la fila de cuerpos que se extendía en ese pasillo. — pero esto, mis estimados, no durara mucho, ya que en cuestión de minutos todo el patrimonio de esta zona se vendrá abajo por completo.

A través del CristalWhere stories live. Discover now