8. Despertar.

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—Querido...te noto diferente ¿ha pasado algo?

Recordó la voz preocupada de Margarita cuando abrió la puerta del que era en aquel entonces su antiguo hogar. La silueta de aquella buena mujer estaba rodeada por la luz del fondo de la casa. Armando había perdido la noción del tiempo, dejando que la oscuridad cayera sobre él sin siquiera darse cuenta.

—Estás helado.—observó ella. —Entra, no te quedes allí. 

Ese recuerdo en el que Margarita lo mimó, lo abrazó y besó; le brindo calor, amor y comprensión, era el último que tenía de esa sensación tan hermosa que añoraría a lo largo de su vida. El Armando de antaño, le explicó lo sucedido en la casa de las rosas, no dando lujo de detalle ya que no quería asustarla ni mucho menos enfurecerla por el ataque repentino del señor Franz. 

—Él no hizo más que estar callado— concluyó, dando un último bocado a su cena.— Lo poco que obtuve fue gracias al señor que abrió la puerta. Aunque era aterrador al principio.

—Y, entonces ¿Qué fue lo averiguaste?— preguntó interesada en la respuesta.

—Muy poco. Me dijo que ''Geranium'' estaba escrito en latín. Y que su adapti...adapta...

—Su ''adaptación'' hijo.

—Gracias...su, adaptación, al español era Genaro.

−Oh, ya veo. Entonces, las personas que escuchaste hablaban ¿Latín? Eso sí que es nuevo.

—Sí... ¿Verdad?– Armando había olvidado por un momento la versión que le dio a Margarita sobre donde escuchó esa conversación y ese nombre en un dialecto tan raro. Se vio tentado a decirle la verdad sobre lo que vio detrás del cristal. Sin embargo, la observación tan racional que ese pálido hombre había hecho parecía tan absoluta, tan real, que no hizo más que dudar de sí mismo.

—Lo importante es que te has quitado de encima la duda.— Finalizó ella, recogiendo los platos sucios de la mesa. — ¿Ya tienes todo listo para mañana? ¿Tus útiles y tu uniforme?− el asintió con la cabeza. —¡Qué bueno. Ahora, te pido, que entres a bañarte. Que no te quiero ver bañándote a las seis de la mañana con este frío. Ándale, apúrate.

Con la imagen de Margarita lavando los trastos sucios mientras decía aquellas palabras, concluyó su recuerdo de esos días. Uno de tantos bellos momentos que lo embargaban en su continua soledad, que poco a poco se desvanecían nuevamente en el silencio de la oscurididad


— ¡Maldición! — exclamaron de repente, perturbando el silencio y absorbiendo por completo todo vestigio de oscuridad.   — ¿Puedes decirme cómo demonios terminamos aquí? —Era la voz de un hombre que, por el tono que utilizaba, parecía estar sumamente molesto.

—Claro, te lo diré. ¡Siguiendo tu estúpida orientación de mierda! ¡Demonios! ¡Nunca volveré a confiarte nada en la vida!—Otro hombre contestó aún más enojado. Ambos se gritaban entre sí, culpándose el uno al otro.

Estaba haciendo aún más frio que antes y Armando, estremeciéndose, abrió los ojos lentamente, sintiendo sus parpados pesados por las enormes ráfagas de viento que azotaban contra su rostro. Había vuelto a su presente.  

— ¡Oh! Mira, está vivo.— dijo uno de ellos, aliviado.

Conforme la imagen se hacía cada vez más nítida, pudo ver un par de enormes ojos marrones observándolo atentamente.

—¡Genial! ¿Ya viste Gary? ¡No lo matamos!—Comentó esbozando una gran sonrisa. Parecía emocionado, como un niño cuando le das su dulce favorito.

—Aléjate de él. Quizás tenga rabia.— contestaron a sus espaldas. La voz sonaba más calmada que antes y algo frívola. El chico se hizo a un lado, permitiéndole a Armando divisar a la otra persona.

—¿Quiénes son...ustedes?—susurró aun adormilado, no entendiendo la situación, pensando que solo era un sueño más.

—Yo soy Mirlet y él es Gary. —Dijo el de piel morena y por obvias razones, el más alegre. Ambos llevaban enormes chamarras negras y unos lentes para la nieve bien fijados sobre sus frentes.

Estos tipos...

— ¿Dónde estoy? ¿Qué ha...?.– se detuvo de inmediato, asombrado por lo que sus ojos veían.— ¡Qué demonios le hicieron a mi casa!—gritó enfurecido y confundido, volviendo a su realidad.

Se levantó del suelo e intentó caminar hacia el desastre, pero un fuerte dolor en las costillas lo arremetió de repente tumbándolo al suelo. Miró de nuevo, incrédulo: un camión de helados estaba atravesado entre su sala y el ventanal del patio. Escombros de parte de la pared y del techo en el suelo junto a una exagerada cantidad de nieve oscura.

—Linda historia—habló Mirlet, chocando ambas palmas de sus manos.—Veras...veníamos...nosotros...

—El imbécil que está a tu lado no sabe conducir y estampó el coche en tu sala. – Explicó Gary de repente mientras limpiaba sus lentes para la nieve.

—S-si...básicamente....así fue, pero-

—¡Están locos! ¡Salgan de aquí! Váyanse ahora o llamaré a la policía en este mismo, ¡Agh! ¿Por qué...porque me duele todo?

−Otra linda historia...

−El imbécil que está a tu lado no solo estampo el coche en la sala, sino que, de paso con su dueño, o séase tú. – volvió a explicar Gary, como si nada. Su tranquilidad molestó aún más a Armando, que sentía que la serenidad le era drenada fuera de su cuerpo a una velocidad alarmante.

—¿Cómo qué imbécil? ¿Eh, imbécil?—Mirlet dio un golpe en la cabeza de Gary. A lo que él reaccionó. Ambos comenzaron a soltar manotazos y a discutir entre ellos.

Armando, que no decía nada y solo observaba su hogar destruido y a esos dos extraños, sentía que su cabeza estaba hecha un lió, no sabiendo qué palabras escoger para gritarles a ese par.

Analizó la situación, calmando su mente.  Él se hallaba en desventaja viese por donde lo viese. Yacía sentado en el piso sin poder moverse del todo bien. Dos extraños faltos de sentido común charlando y discutiendo como si nada en medio de su sala, cuyas intenciones le eran desconocidas, con una camioneta sirviendo de adorno a mitad de la habitación. Notó cuatro enormes bultos a un costado de la ventana rota: grandes mochilas negras que llamaban la atención terriblemente.

Mientras ese par discutía, los escaneó meticulosamente. Aunque las chamarras estorbosas que usaban parecían ser de buena calidad, pudo observar el notable desgaste de estas; en los codos había parches negros, cocidos a mano más de una vez. Las botas de ambos estaban desgastadas y alcanzó a ver en alguna de ellas un ligero agujero en la planta del pie por donde entraba la fría nieve.

El más serio de ellos, Gary, usaba una bufanda tejida a mano ya muy desgastada y jaloneada en las costuras.

《 ¿Estos tipos podrían ser ladrones?》 pensó.《No...son demasiado torpes. Quizás...vándalos...de ese tipo de personas que aprovechan cualquier oportunidad para causar problemas....pero no, nunca ha pasado algo como esto antes en la ciudad...dudo que existan personas así de retorcidas...esas mochilas...bueno, independientemente de lo que sean, deben irse. Si están en malos pasos no es asunto mío. 》


—Oigan ustedes dos—habló por fin—N-no diré nada a nadie, solo, váyanse.—Armando se apoyó en la pared y se levantó a duras penas, realizando muecas de dolor. Sin embargo, como era costumbre en él, supo aparentar calma y auto-control e incluso, algo de altivez. Una de sus especialidades, junto a poner y tener todo en orden.

—¿Que dicen?  Una razonable idea donde ustedes no pierden nada. ¿No? —Dijo, esperando con todo su ser que aceptaran.

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