3. Del otro lado

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       Las sirenas no dejaban de sonar. Ya no podía distinguir cuales eran las de la patrulla de seguridad y cuáles eran las de la ambulancia. Todas parecían ir a la misma dirección. Al sur, en la Zona B. Una de las más acaudaladas después de la A. La voz del noticiero sonaba grave y entrecortada por la mala señal. Provenía de una radio algo vieja, de esas que funcionaban con pila. La interferencia era notable, puesto que, con el volumen a tope, era difícil escuchar lo que se hablaba al respecto del caótico clima que vivían. Eso, junto al fuerte sonido del viento azotando los árboles con fuerza y la mala señal no ayudaban mucho a calmar los nervios. Armando acercó su oreja a la pared contigua que quedaba más cerca de la casa de sus vecinos para intentar escuchar un poco mejor. Al parecer aún no habían dado autorización de evacuar en varias zonas puesto que el huracán no había llegado ni a una cuarta parte de su potencial.


« ¿Qué esperan?» pensaba ansioso, acurrucado en la pared. «¿No sería mejor evacuar de una vez antes de que todo esto se vaya al carajo? O mejor aún, ¿Por qué no solo detienen el huracán?»


 Miró por la ventana contigua, oculta tras una gran cortina colocada especialmente para no tener que ver la cara de los vecinos, pues ambas ventanas daban la una con la otra. Se había prometido nunca retirar esa cortina clavada a la pared a no ser que fuese completamente necesario. En su momento, no estaba seguro que tipo de situación sería tan fuerte como para obligarlo a retirar dicha cortina. Pero hoy, sin duda alguna, parecía ser ese momento. Por lo tanto, ni siquiera lo pensó; jaló con fuerza un extremo de la cortina y dejó un agujero para poder ver: allí, en la sala de junto, la familia conformada por una pareja de recién casados, sostenían en sus brazos a su pequeño de 6 años que estaba aterrado. La mujer tenia en sus brazos al niño, mientras él hombre, los rodeaba a ambos cariñosa y protectoramente, haciéndoles saber con su abrazo, que todo estaría bien.

—Todo va a salir bien. ya lo verán. — alcanzó a escucharle decir.

—Si, tu papá tiene razón. Pronto pasará. — Dijo ella, besando la cabecita de su hijo mientras esté asentía, sin saber porque, más tranquilo. "Si papá lo dice, es porque es verdad..." probablemente habría pensado algo similar el infante.

Armando sintió algo removerse en su interior después de presenciar dicha escena. Soltó la cortina y miró con detenimiento a su alrededor. Un fuerte dolor presionó su pecho.

— ¿Por qué?—susurró desconcertado, sujetando la zona de su corazón con fuerza. — ¿Por qué me siento así?

Después de tantos años, jamás se había sentido tan solo como en ese momento. Miró por el ventanal de enfrente, aterrado por ver cómo las palmeras vecinas se mecían con fuerza. Su mundo se estaba viniendo abajo y en esa desesperación total no había nadie más que él. Nadie que le sonriera, lo rodeara en sus brazos y con dulce voz le dijera: Todo saldrá bien. Estaremos a salvo.

En esa habitación gris, un gran comedor de madera donde cabían seis personas perfectamente, se hallaba cubierto por una gruesa capa de polvo a excepción del sitio que Armando, todas las noches, ocupaba en absoluto silencio para cenar. En la sala, un gran sillón de esquina, donde perfectamente cabían otras seis personas, se hallaba intacto; con el plástico enredado en todos los asientos, menos el qué solía ocupar para mirar la televisión. En la cocina, una gran bajilla, hermosa y brillante, esperaba guardada en el fondo de la alacena junto a los cubiertos de plata que solo servían para las visitas o los momentos especiales, sin embargo, Armando siempre utilizaba, lavaba y secaba el mismo plato de plástico ya despintado y rayado, el mismo vaso de agua, y los mismos cubiertos con mango de plástico. Tenía todo lo necesario listo para ser utilizado por sus invitados, pero le faltaba lo más importante: Personas con quien compartir lo que poseía.

—Al final, siempre ha sido así, ¿No?— preguntó en voz alta, sabiendo que jamás recibiría respuesta.


 «Siempre he estado solo...pero entonces ¿Por qué hasta ahora...justo en este momento...me siento tan mal»


Cerró los ojos con la esperanza de que, al abrirlos, las cosas mejoraran. En la oscuridad de sus parpados, una imagen hace tiempo olvidada apareció, borrosa y distante. Conforme intentaba recordar, una voz infantil pero extrañamente fría le hablaba a lo lejos. 

—¿Por qué?— le preguntaba sumamente curiosa.

—¿Por qué, ''qué''?

—¿Por qué estás tan triste?

— ¿Triste? ¿Yo? ¡Para nada! — La imagen comenzaba a hacerse más nítida. Pudo notar como el dueño de aquella voz negó lentamente con la cabeza.

—No mientas. Prometiste que nunca más fingirías algo que no sentías.

—¿Prometí? ¿Cuándo fue eso? ¡Jamás he prometido tal cosa!...lo recordaría de ser así.

—¡Claro que sí! Lo prometiste en el tiempo en que ''jamás'' te conocí.


La imagen de una enorme grieta en la parte inferior del enorme cristal, oculta tras un hermoso y viejo roble frondoso, se hizo especialmente nítida. «El árbol de Margarita. Disfrutaba jugar en ese enorme patio inundado por el color verde» recapacitó y visualizó a Margarita sentada en la puerta que daba al jardín de igual manera vio al pequeño Armando de antaño jugando en la espesura del césped bajo un sol que calentaba como el verdadero astro mayor. Una infancia falsa, feliz, pero momentánea. 

Esa tarde jugaba con su pelota favorita,  la cual le gustaba lanzar al cristal una y otra vez, divertido por la manera en la que se le devolvía la pelota. En aquel tiempo tenía la suerte de vivir a orillas de la ciudad, junto a los inicios del domo. Le daba mucha seguridad el hecho de vivir en un sitio acogedor que además tenía una pared de frontón perfecta e indestructible. Siempre era el mismo juego, lanzar e ir por ella antes de que tocará el suelo, sin embargo, en una de esas, tocó el suelo y sin querer, él la voló lejos, haciendo que esta se perdiera tras el espesor de los arbustos que estaban junto al roble.

— ¡Rayos! Espero que no se ponche otra vez — dijo adentrándose entre la maleza. 

La pelota había quedado atascada precisamente entre un montón de ramas, el ruido que estas hacían al ser removidas daban la impresión de que sería imposible moverlas solo con las manos desnudas —Margarita debería mandar a podar estos arbustos, son demasiado grandes.— se agachó e intentó tomar la pelota por debajo, justo por donde había entrado. Su corazón se llenó de júbilo cuando la pelota cedió y por fin pudo arrebatarla de las peligrosas y filosas ramas que podían desinflarla. La llevó hasta su oído y la apretó un poco para asegurarse de que no estaba ponchada.

— ¡Genial! ¡Está intacta!— Exclamó emocionado y se incorporó dispuesto a seguir jugando cuando, a su lado, justo a través del cristal, un par de ojos grises lo miraron detenidamente, captando su atención por completo. La pelota cayó de sus manos, y rodó hasta los pies de aquella imagen.







A través del CristalWhere stories live. Discover now