6. Exaltado.

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El recibidor era enorme.

De pisos oscuros perfectamente pulidos que se extendían mas allá, a lo largo de un pasillo que se me mostraba infinito. Pudo sentirlo; mas allá, se encontraba el hombre que tenía todas las respuestas que necesitaba. 

Armando caminaba a toda prisa, intentando seguirle el paso al hombre, que se dirigía hacia el pasillo de donde la única luz provenía gracias a un gran patio con bancas donde sentarse y plantas que decoraban el lugar. El interior era mucho mejor que la fachada. Incluso llego a parecerle un lugar cómodo de habitar.

En el patio habían dos mujeres, cada una sentadas por separado. Una de ellas tejía bajo un árbol de buganvilias. La otra, solo permanecía sentada bajo un árbol de limones, cerca de donde el sol le prestaba un poco de su calor. Ambas eran mayores de los sesenta años. Años delatados por sus blanquecinos cabellos.

—El nombre del señor al que buscas, es Franz.—Dijo el hombre con voz lenta y pausada.

—¿Solo así? ¿Sin apellidos ni nada?— pregunto Armando, extrañado.

—"Franz'' es todo lo que debes saber. Ni más ni menos. —dijo sin mirarlo.

Caminaron hasta el final del pasillo, donde, a mano izquierda, dieron vuelta y subieron por unas anchas escaleras que se tornaban un poco más estrechas conforme subían.

—Está en el segundo piso. En la biblioteca. Tocaré, te presentaré y me marcharé. De ahí en más, lo que le digas será asunto tuyo. Si se pone violento...— le extendió la mano, dándole un pequeño aparato.— Presiona el botón y sal de ahí, de inmediato. ¿Entiendes?

El pequeño Armando de antaño asintió, tragando saliva y ocultando su creciente miedo. Comenzaba a lamentar no haber esperado a Ruth y los demás.

Una vez llegaron a la biblioteca y dando un par de golpecitos a la puerta que estaba abierta, el hombre comenzó:

—Muy buenos días, disculpe las molestias, señor Franz, pero un pequeño ha venido hasta acá solo para visitarlo. — le hizo una seña a Armando para que se acercara a él. Y dirigiéndose a Armando, dijo: –Saluda al señor, jovencito.

—¡Ah! ¡Si! ¡Muy buenos días!...señor Franz. Mi nombre es Armando. Es un verdadero placer...—Fue interrumpido por un fuerte ruido.

El señor Franz había dejado caer con fuerza un libro de considerable tamaño sobre la mesa. Sentado frente a esta, en un sillón individual, con una manta sobre su regazo y múltiples prendas para invierno, el señor Franz ni levantó la mirada para verlos. Pequeño y frágil, movió su temblorosa y arrugada mano sobre las hojas del libro.

—Bien, me paso a retirar.— Dijo el hombre con una sonrisa en su rostro.

Armando se quedó inmóvil, sin saber qué hacer mientras veía al hombre que lo recibió abandonarlo y volver a su puesto. Margarita le había dicho que sería imposible hacer hablar a ese hombre cuyo nombre ahora conocía. Hasta ese día, nadie lo había logrado. 

Lo miró temeroso desde la puerta. Era un hombre menudo, de apariencia frágil y movimientos lentos, que ignoraba su presencia sin el menor reparo. Dio unas cuantas hojeadas al enorme libro, mojando de vez en cuando con su lengua la punta de sus dedos.

Armando indeciso, dio unos cuantos pasos hacia él, recordando las palabras del hombre que lo recibió y que no habían sido para nada alentadoras. Miró al señor Franz. Al ver que no había cambios en su rostro, caminó hasta el, recorrió una silla de madera y se sentó al frente suyo.

Con ambos brazos cruzados sobre la mesa, miraba detenidamente al anciano Franz, dejando pasar diez minutos en los que el único movimiento allí, era el de las hojas que se cambiaban cada cierto tiempo y el de las manos de Armando, que jugueteaba levemente entre ellas.

A través del CristalWhere stories live. Discover now